duquesa randy

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1

LA DUQUESA

RANDY

MIRANDA II

1746

1

Me frot los ojos, me incorpor y me qued mirando detenidamente el gato. Era negro y esculido, y mantena clavados en m unos ojos acusadores, como si me reprochara el hecho de no ofrecerle un poco de caballa y un platito de leche.

- Lo siento, gato -le dije-. Si tuviera leche me la bebera yo, y si tuviera un poco de caballa me sentira en la gloria. Que vida ms dura, verdad?

Me mir maliciosamente y mene la cola con aire arrogante, saltando con afectacin por encima del gran montn de carbn antes de salir por la ventana entreabierta. Maldita ventana. Se me haba olvidado cerrarla la noche anterior. No tena nada de extrao que me encontrase medio helada. Bostec, reun a mi alrededor aquellos hediondos sacos marrones y volv a acomodarme en el acogedor nido de paja. No haba motivo de queja. Dispona de toda la carbonera para m sola, no tena que compartirla con nadie, y el viejo Hawkins slo me cobraba un penique cada noche por usarla. Puede que la carbonera fuese pequea y estuviese asquerosa, puede que hubiese ratas, pero era mucho mejor que aquellas malolientes pensiones de nfima categora donde dorman hasta veinte personas en el mismo cuartucho... hombres, mujeres y nios amontonados sobre la paja y llenos de piojos por todas partes. Adems, una muchacha no estaba segura en un sitio as.

Una muchacha no estaba segura en ningn lugar en todo St. Giles, a no ser que supiera cuidar de s misma. Yo saba hacerlo. Llevaba cuidando de m misma desde la muerte de mi madre, y adems lo hacia pueteramente bien. No tena ningn gangoso que me vigilase, me mangoneara y me azotara en el trasero cuando no consiguiese llevarle suficientes chelines. No necesitaba a ninguno. Por qu tena yo que salir a venderles el rabo a hombres desconocidos para despus llevarle el dinero a cualquier chulo embrutecido? Yo era demasiado independiente para eso, lo haba sido siempre, y no tena ningn inters en hacer de puta por ah. Una muchacha puede vivir de eso durante algn tiempo, mientras es joven y an no tiene enfermedades, pero a m no me hacia ninguna gracia acabar a los veinte aos siendo una vieja decrpita agarrada a una botella de ginebra en algn callejn oscuro y murindome de hambre porque hubiese perdido ya todo el atractivo.

No; robar era mucho ms fcil siempre y cuando no te atraparan. A m nunca me haban cogido todava, aunque en dos ocasiones haban estado a punto de hacerlo. Un cazador de ladrones me haba echado el guante una vez; me haba puesto encima sus toscas manos despus de que yo le hubiese afanado las magnficas hebillas de los zapatos a un caballero, pero me solt en seguida, en cuanto le propin un buen rodillazo en la ingle. No haba en todo Londres cazador de ladrones, vigilante u oficial de polica que fuera lo bastante listo ni lo suficientemente rpido para conseguir atraparme. Yo era demasiado gil, demasiado astuta, y me conoca al dedillo todos los escondites de St. Giles.

El gato volvi a entrar por la ventana, tiritando, y pas a toda carrera por encima del carbn. Afuera haca un fro de todos los demonios. Qu no dara yo por una capa caliente y quizs un par de zapatos? La capa estara forrada de lana y tendra el cuello de pieles, y los zapatos seran bien cmodos y calientes, de piel de cabrito y con elegantes y pequeos tacones; y yo los admirara al tiempo que me calentaba los pies delante de mi propio fuego particular,

Sonre para mis adentros al imaginarme cmo sera aquello. Tendra pan, queso, y un buen pedazo de asado de buey. No, una caja de bombones, envuelto cada uno de ellos en papel dorado y rizado. En cierta ocasin haba visto una caja as en un escaparate junto a una bandeja de fruta escarchada cubierta de azcar; tena todo un aspecto tan apetitoso que estuve a punto de romper el cristal del escaparate para poder llevarme unos cuantos.

Gente de lujo comiendo fruta escarchada. Y pasteles. La gente coma delicados pastelillos cubiertos de crema blanca. Tambin coman melocotones, y unas uvas estupendas, y ostras, y pollos asados bien dorados y crujientes. Cerr los ojos y vi la mesa con el festn dispuesto y yo preparada para comerme todo y beber el vino a sorbos en una copa de cristal. Me comera todo y luego me limpiara los dedos, siempre con mucha elegancia, y les dira que me tomara slo una pizca ms de sopa y una pera en almbar. El estmago empez a gruirme. No servia de nada soar despierta con comida. Manjares as no eran para personas como yo. Los que vivan en St. Giles se consideraban muy afortunados si conseguan un tazn de gachas y unos cuantos mendrugos de pan duro. La mayora de ellos vivan a base de ginebra, que era lo ms barato que se poda encontrar, a un penique el medio cuartillo.

A m la ginebra no me gustaba. No me haca gracia el sabor, ni tampoco el efecto que produca. Aqu, en St. Giles, la fabricaban en stanos sucios y la servan en vasos asquerosos, y uno tena suerte si no se quedaba ciego. Los nios la beban igual que los adultos, y era frecuente ver a criaturas de cinco o seis aos arrastrndose por ah con los ojos vidriosos. Ayudaba a olvidarse de la miseria, eso es lo que haca la ginebra, pero una muchacha no puede ejercer como es debido de carterista o mangar hebillas de zapatos de lujo si tiene la mente ofuscada. Yo no quera que nada me nublase los sentidos. Una ladrona independiente como yo, sin una banda que la respaldase, necesitaba estar siempre lo ms alerta posible.

Bostec. El gato se me acerc y me olisque el pelo. Maull con desagrado al tiempo que levantaba la nariz y volva a retirarse al montn de carbn.

- Pues t tampoco es que huelas como una rosa, compaero - le dije-. Un da de estos voy a robar una pastilla de jabn, conseguir un poco de agua y me dar un bao como es debido, aunque no veo muchas ventajas en ello. Volver a ensuciarme de dormir en esta carbonera y de rondar por las calles. Adems, baarse mucho no es sano.

El gato empez a escarbar entre el carbn con la esperanza, sin duda, de encontrar algo comestible. Pobre animal. Si yo tuviera alguna migaja de comida se la dara. Odiaba ver sufrir a alguien, y en St. Giles lo nico que haba a mi alrededor era sufrimiento por todas partes. Gente que agonizaba en los stanos, recin nacidos no deseados a los que arrojaban por las alcantarillas. Cadveres de gatos y perros tirados en montones de basura, que apestaban de un modo horrible.

- Te dir lo que vamos a hacer, encanto - le indiqu-; ir a buscar algo para los dos. Seguro que hoy va a ser un buen da, pues van a ahorcar a un tipo en Tyburn y esta vez har que ese maldito perista me pague como Dios manda, y me comprar un pan y un gran cubo de leche y lo traer aqu esta noche. Te parece bien?

El gato lanz un lastimero maullido y sigui arremetiendo contra el carbn. Porras. Afuera haca un fro helado y nosotros dos nos estbamos muriendo de hambre sin un penique en el bolsillo. Nunca consegua ahorrar unos peniques, por muy bien que me fuera. Aquel bestia de la casa de cosas robadas le engaaba a uno de mala manera - todos eran iguales-, y uno tena suerte si le alcanzaba para comer. Dos o tres das malos seguidos y uno a punto estaba de morirse de hambre, maldita sea. Lo mejor era robar comida directamente, pero los cabrones de los puestos de comida eran todos unos patanes corpulentos de expresin fiera capaces de romperle el cuello a uno slo con la mirada, que adems resultaba cortante. Podan colgarlo a uno por robar un pan, ahorcarlo con una cuerda colgada de Tyburn Tree lo mismo que al criminal ms malvado. Slo haca tres meses que haban ahorcado a un muchachito de doce aos por el espantoso crimen de robar tres manzanas.

Frunc el ceo. No serva de nada pensar en lo injusto de todo aquello. Las cosas eran como eran, y no se poda hacer nada. Los magistrados y aquellas personas que contrataban para mantener la ley estaban ms corrompidos que los mismos criminales; y los cazadores de ladrones eran mucho ms salvajes que aquellos a los que perseguan. Si se tena el dinero necesario se poda comprar la libertad cualquiera que fuese el problema. Se poda matar a un hombre y salir libre de toda culpa si se tena el oro que haca falta para pagar a un abogado. Este alquilaba a dos testigos falsos que eran capaces de jurar que el acusado se encontraba en un lugar diferente la noche del crimen; luego le daba al magistrado un substancioso soborno y uno sala tranquilamente del calabozo tan libre como un pjaro.

Slo a los pobres colgaban de Tyburn Tree. Y a los traidores, claro est.

Aquel da iban a colgar a un traidor. Uno de aquellos infelices que haba luchado con el Hermoso Prncipe Charles (1) y haba conseguido escapar de la matanza de Culloden slo para que al final el vengativo Cumberland le siguiese la pista hasta echarle mano. El duque de Cumberland era el hombre ms odiado de Inglaterra, un villano sediento de sangre que haba diezmado a mujeres y nios en los pramos de Culloden y que juraba que no descansara hasta que hubiese apresado al ltimo hombre de aquellos que haban apoyado al Hermoso Prncipe. Los Hanover que se sentaban en el trono de Inglaterra eran un puetero atajo de estpidos y lerdos, la mayora de ellos ni siquiera eran capaces de hablar ingls durante mucho tiempo seguido, y el pobre Prncipe Charlie era un fugitivo que estaba refugiado en Europa cuando hubiera debido estar luciendo su encantadora sonrisa desde el trono.

Pobrecito Prncipe, pens yo ponindome cmoda entre los harapos. Me alegraba de que hubiese podido escurrir el bulto en el campo de batalla antes de que Cumberland le capturase, y me estremeca cada vez que pasaba por el templo y vea las cabezas de sus seguidores clavadas en las estacas. Cumberland aseguraba que tambin pondra all la cabeza del Prncipe Charlie, despus de haberla sazonado con sal de Baha y semilla de comino para impedir que los pjaros la picoteasen. Aquel pensamiento me daba escalofros. Me dije que ya era hora de levantarse. No sacaba nada con quedarme all tiritando sobre la paja con el estmago vaco y el cuerpo medio congelado. Deban de ser ya por lo menos las siete.

De mala gana me mov, volv a incorporarme, me di masajes en los brazos y met los pies desnudos dentro de los harapos. Me pas los dedos por el pelo para comprobar si tena piojos. Odiaba aquellos horribles bichitos, no poda soportarlos. Al no encontrar ninguno, suspir y me arrastr a gatas hasta el rincn donde guardaba mis pertenencias: un cepillo, un peine roto, tres velas y el maltrecho libro de Shakespeare que haba afanado antes de marcharme de la casa de la seora Humphreys la noche en que muri mi madre. Cog el cepillo, le ech una rpida mirada al gato y comenc el ritual matutino.

- Puede que no me lave el pelo, gato - le dije en tono afectuoso-, pero lo tengo siempre bien cepillado. Cincuenta pasadas por la maana y cincuenta por la noche, eso mantiene alejados a los piojos. La Gran Moll dice que tengo el pelo como el fuego: marrn rojizo, dice que podra calentarse las manos en l, dice que sera capaz de vender el alma por una mata de pelo como el mo. S que le servira de mucho, pues es tan grande como un pajar.

Completamente indiferente a mis comentarios, el gato estaba mucho ms preocupado a causa de un crujido que vena del otro lado de la pared.

- Eso es -le dije-. Ratas. Ratas grandes. Por qu no estabas aqu anoche cuando aquella alimaa intentaba mordisquearme los dedos de los pies? Tuve que arrojarle cien trozos de carbn antes de que se diera por vencida y se buscara otra cena. Si la cazas te traer dos cubos de leche.

Despus de dejar a un lado el cepillo cog el libro. Se estaba haciendo pedazos de tanto leerlo. No puede decirse que lo entendiera todo, pero era bonito leer las palabras e imaginarse todos aquellos reyes, prncipes, hadas, soldados y desgraciados amantes, aquellos castillos, aquellos pramos, aquellos bosques encantados. Yo sola leerle las obras a mi madre en voz alta, record, y ella me haba dicho que yo me llamaba as por la muchacha de La tempestad. Hoje rpidamente las ajadas pginas llenas de huellas de dedos, y acarici el lomo adornado con filigrana que estaba tristemente roto y rasgado; acarici el volumen. Era lo nico que me quedaba del pasado.

Sera agradable tener ms tiempo para leer. La gente pensaba que yo estaba un poco loca, naturalmente. Puede que lo estuviese, pero era tan acogedor y reconfortante encender una vela y ponerse cmodo en aquel nido de paja, y olvidar los peligros y las durezas del da mientras lea cosas sobre aquellos seres encantadores que tenan ropas preciosas y montones de comida, y que a veces se volvan sencillamente locos de atar. Yo, si tuviera un par de vestidos bonitos y la barriga llena, nunca me volvera loca, por muy ingratos que fuesen mis hijos. Les dira que se fueran a hacer puetas y me trajeran otro pastel de carne. Tampoco me suicidara slo porque me saliese mal algn asunto amoroso. Aquella Julieta realmente era una boba, pensaba yo. Todos aquellos vestidos de terciopelo, todas aquellas cosas buenas para comer, y va y se bebe un veneno porque no puede conseguir a Romeo.

Bobadas! Estaba mal de la cabeza, la muy puetera.

Nunca haba habido un Romeo en mi vida, y nunca lo habra si yo poda evitarlo. Hombres! Quin los necesita? Bestias, fanfarrones y bravucones todos ellos, siempre dispuestos a engaar a una muchacha, siempre deseando reventarle a una la cereza. Yo me daba cuenta de cmo me miraban, claro. Vea cmo se les encendan los ojos, vea cmo se relaman los labios, jadeando de ganas de arrastrarme a algn callejn oscuro y salirse con la suya. Cualquier hombre que fuese lo bastante estpido como para ponerme una mano encima consegua un buen araazo en la cara, un mordisco en el brazo, un rodillazo en la entrepierna. Los hombres de St. Giles me llamaban gata salvaje, decan que no era conveniente gastarle bromas a esa puetera de Randy, le capa a uno y le hace cantar como una soprano. Me guardar la cereza para m sola, muchas gracias, y si realmente un da decidiera que alguien me la pinchase, no sera en cualquier callejn asqueroso ni en una de esas casa de putas vendindome por dos libras, ni siquiera por cinco. Eso era lo que la Gran Moll me aseguraba que se cobraba por ello.

Dej a Shakespeare. Haba ledo otros muchos libros adems, todos ellos robados. Era fcil robar libros. La gente nunca piensa que alguien los quiera para algo. Los robaba, los lea y luego los llevaba a la casa de compra de objetos robados donde el perista pona mala cara, me daba un par de peniques y me deca que estaba mal de la cabeza por robar libros cuando poda estar robando broches, relojes o hebillas de zapatos de lujo. Los libros no valan nada, me explicaba gruendo, y yo ni siquiera intentaba decirle lo mucho que significaban para m. Segua robndolos y leyndolos, a veces sin entender bien las palabras, por supuesto, pero vida por leerlos a pesar de todo. Una vez me apoder de un espantoso libro de sermones que no tena pies ni cabeza, y otras veces eran aburridos libros de viajes, pero en ocasiones tena suerte y agarraba algo como Moll Flanders, de aquel tipo, Defoe. La gente poda seguir llamndome loca si quera, pero yo necesitaba tener libros como otros necesitaban tener ginebra.

Aquella maana, sin embargo, no haba tiempo para leer. Envolv con cuidado el libro con unos harapos y volv a ponerlo debajo de una tabla del suelo que estaba floja junto con el cepillo, el peine y las velas. Entonces pens en mi mam. Mientras estaba arrodillada all, entre la paja y el carbn, vi su rostro con tanta claridad como si un retrato se hubiese materializado ante m. La vi con el mismo aspecto que tena cuando vivamos en la casa de aquel pequeo pueblo soleado cuyo nombre no consegua recordar. Me acordaba muy poco de aquellos das todo me pareca borroso y confuso. Crea recordar un estanque lleno de patos y una gran catedral con torres de aguja, y tambin recordaba vagamente a alguien llamado ta Maggi, pero el resto era muy confuso. Una vez me llego a la memoria el fugaz destello de un hombre joven y atractivo que tena una sonrisa tentadora y deca que se casara conmigo cuando yo creciera. Davy? Se llamaba Davy? El recuerdo me centelle en la mente durante un instante y luego se desvaneci.

Recordaba a mi madre, sin embargo, y mientras contemplaba el retrato mental que se haba materializado ante m era como si me mirase en un espejo, porque yo tena las mismas facciones que ella. Los mismos pmulos altos y la misma boca, aunque la ma era un poco ms llena, no tan delicada. Tenamos tambin los mismos ojos, los mos de un azul intenso en lugar de grises, con dbiles sombras de color malva en los prpados, como ella, y largas pestaas rizadas. Yo tambin tena el pelo castao rojizo, como mam, pero el mo era ms brillante, casi cobrizo, tirando ms a rojo que a marrn. Me pareca a ella en muchos aspectos, pero mi mam haba sido una mujer hermosa y yo era una pobre pilluela de la calle con la cara sucia. Los hombres me miraban, cierto, pero no era por mi cara, sino porque tena bastante pecho, una cintura estrecha y las piernas largas.

El retrato mental empez a cambiar gradualmente hasta que otro tom su lugar, y me encontr contemplando a mi madre tal como era en su ltimo da. Aquel adorable rostro se haba vuelto adusto, con ojeras y profundos huecos debajo de los pmulos. Los recuerdos volvan a m como una riada, trayndome el dolor que siempre los acompaaba. Nunca olvidara aquel da. Nunca. Recuerdo bien su dulce sonrisa y el modo en que aquellos tristes ojos grises me miraban mientras mi madre me acariciaba la mejilla con una mano lastimosamente frgil. Recuerdo la tos atormentadora y los pauelos manchados de sangre que siempre trataba de ocultar debajo de la ropa de cama. La seora Humphreys, una mujer horrible con ojos mezquinos y astutos, entr en la habitacin. Siempre me estaba espiando, y era ella la que insista para que mam me entregara a las autoridades de la parroquia y me enviara al orfanato, pues afirmaba que yo estara mucho mejor con los otros pobres niitos.

- Se est muriendo - me dijo llanamente la seora Humphreys-. Ya no le queda mucho tiempo. La o toser anoche, y pareca que fuese a echar los pulmones.

- Fuera de aqu! -le grit.

-Voy a buscar a Jenkins. Elia sabr lo que hay que hacer en estos casos. Jenkins trabaja en la parroquia, es enfermera. Se ocupar de que entierren a tu madre y te llevar con ella al asilo parroquial.

- Mi mam no se est muriendo!

La seora Humphreys me dirigi una mirada de suficiencia y sali con paso firme de la habitacin. Yo le cog la mano a mam y se la apret, mientras ella mova la cabeza de un lado al otro. Las dos sabamos que ya casi haba terminado todo. Las fuerzas la haban abandonado. Era un puro esqueleto. Yo no haca ms que mojar un trapo en agua y humedecerle la frente, sonrindole todo el rato y fingiendo adems que se trataba slo de un ataque ms y que seguro que se pondra mejor. Mi sonrisa no consigui engaarla, ni tampoco me enga a m la suya, muy dulce. Le apret la mano y le moj la frente, esperando.

-T... t tendrs a alguien que te cuide, Miranda -susurr-. l... l vendr a buscarte. S que lo har. Le envi... le envi un... -Cerr los ojos y trat de reunir las fuerzas suficientes para continuar-. Se lo cont todo... toda la historia, y s que l... vendr a buscarte. Estars...

La voz se le extingui. Volvi a toser, y cuando se quit el pauelo de la boca estaba cubierto de sangre.

-No hables, mam -le dije con suavidad-. No...

Murmur un nombre que no entend bien y me dijo que l vendra a buscarme, me llevara a un lugar llamado Cornualles y se encargara de cuidarme.

- Te mandarn al orfanato, preciosa ma, pero slo ser durante... durante un tiempo. El vendr a buscarte y...

No pudo decir ms. Me mir con dolor en los ojos y con mucho amor; la tierna sonrisa le desapareci de los labios y cerr los ojos por ltima vez. Supe que se haba ido incluso antes de que la seora Humphreys y otra mujer entraran en la habitacin y afirmasen que haba muerto. Luch por reprimir las lgrimas mientras ellas cloqueaban y charlaban, y luego la seora Humphreys se volvi hacia m con un brillo de malicioso triunfo en los ojos.

-Ahora ella ir a parar a la fosa comn -afirm-. Y t al asilo, mocosa! La enfermera Jenkins, aqu presente, va a llevarte all.

- Oh, no! Ni hablar, vieja perra!

Agarr con fuerza el libro de Shakespeare y baj a toda prisa por las escaleras, todo lo rpido que los pies quisieron llevarme; ech a correr por el retorcido laberinto de calles y callejones hasta que llegu a casa de la Gran Moll.

Llor y llor y le supliqu que me escondiera, y la rolliza y fornida vieja alcahueta me estrech contra su amplia pechera, me acarici el pelo y me tranquiliz; me dijo que aquellos malditos hijos de puta no iban a coger a su pequea Randy, ni hablar de llevrsela con ellos.

Aquello haba sucedido nueve aos atrs, nueve largos aos, aunque segua tan vivo en mi recuerdo como si hubiese sucedido ayer. La Gran Moll mantuvo su promesa, y las autoridades parroquiales nunca pudieron encontrarme, en efecto, ni tampoco aquel hombre que estuvo rondando por las calles de St. Giles durante casi tres semanas haciendo preguntas y buscndome por todas partes. Alguien le dijo a la Gran Moll que era un hombre del clero, y que haba recorrido un largo camino para venir a buscarme. Ellos, los clrigos, eran an peores que las autoridades parroquiales, me dijo Moll. No estaba dispuesta a consentir que uno de ellos le pusiera las manos encima a su Randy. El hombre acab por marcharse de St. Giles sin encontrarme. Dijeron que tena aspecto de estar muy, muy triste y preocupado. Moll me explic que de buena nos habamos librado, pues aquellos cabrones estaban todos corrompidos. De no ser por los clrigos, la mitad de las casas de putas de St. Giles iran directas a la ruina.

Siendo ya una consumada ladrona a la edad de nueve aos, rpidamente me convert en una de las mejores de St. Giles; independiente hasta el fin, pues me haba negado a formar parte de cualquier banda, haba pasado hambre con frecuencia, e incluso en los mejores das a duras penas ganaba lo suficiente para conservar unidos en una pieza el alma y el cuerpo. El perista me pagaba una miseria hasta por los artculos ms finos, y el nico que sacaba alguna ganancia era Black Jack Stewart. Ahora yo tena dieciocho aos, segua libre, independiente y, ay!, segua pasando hambre.

Volv a colocar en su sitio el tabln suelto y lo cubr con trapos; luego me puse en pie y bostec. Dbiles rayos de sol matutino penetraban a travs de los sucios cristales de la ventana y llenaban la diminuta y atestada carbonera de una nebulosa luz blanca. Me ajust el corpio del desvado vestido de color azul violceo. La prenda estaba horriblemente sucia y me iba demasiado pequea. Los pechos amenazaban con salir por el bajo escote del corpio, y la cintura me estaba tan apretada que apenas poda respirar. La larga falda estaba rota en varios lugares, de modo que el andrajoso dobladillo me llegaba slo a media pantorrilla.

- Un da de stos voy a agenciarme un vestido nuevo -le dije al gato-, y tambin un par de zapatos. No es tan malo en verano. Entonces hace un calor que mata y los zapatos no importan, pero en una maana como esta...

Me estremec teatralmente y dobl los brazos alrededor de la cintura, pero el gato no se impresion lo ms mnimo. Con la nariz levantada y el rabo muy tieso hacia arriba, continu sus investigaciones.

-Ahora te vas a cazar esa rata, me oyes, ricura? No me olvidar de traerte la leche.

Sub a gatas las estrechas escaleras de madera y, con cautela, descorr el cerrojo de la puerta y la abr haciendo el menor ruido posible. El viejo Hawkins me cobraba un penique cada noche por dejarme dormir en la carbonera, s, y era un buen acuerdo para los dos, pero ltimamente se le haba metido en la cabeza la idea de que el penique le daba derecho a algo ms. Tan viejo y decrpito como la mayora de los clientes que frecuentaban su asqueroso bar, haba cogido la costumbre de acecharme por las maanas desde la trastienda, esperando a que yo subiera. Entonces entablaba conmigo una conversacin perezosa y me acariciaba el brazo como el que no quiere la cosa, tocndome a veces el pecho sin querer. La nica razn por la que no lo haba dejado tonto de un bofetn era que yo no poda permitirme el lujo de abandonar aquella carbonera. Yo misma haba puesto el cerrojo en la puerta pasando al hacerlo unos apuros considerables, y Hawkins

Se haba quedado muy sorprendido al intentar abrir la puerta una noche ya tarde, despus de que los ltimos clientes se hubieran marchado.

Los hombres eran todos iguales hasta que se ponan chochos. Una no poda fiarse de ellos. Una muchacha se pasaba el tiempo tratando de mantener intacta su virtud, sobre todo en St. Giles. Yo no era remilgada ni gazmoa, pero no me apeteca que ningn hombre me sobase. Cuando me decidiese a entregar mi virtud lo hara entre sbanas de seda, me deca a m misma, y el hombre que me iniciase en aquellos esplndidos deleites sera uno que hubiese elegido yo. Adems, qu prisa haba? Tena dieciocho aos, claro, eso no poda negarlo, prcticamente era una solterona, pues la mitad de las putas de St. Giles haban empezado a vender el rabo a la edad de once aos, pero yo me haba empeado en conservar la cereza. Aqulla era una de las razones por las que me llamaban duquesa Randy. Lo decan con mofa, burlndose de m, pero en realidad yo me senta bastante orgullosa de aquel ttulo. Quin quera ser igual que todas los dems?

La trastienda se hallaba vaca aquella maana. Lo ms probable era que Hawkins estuviese en la habitacin situada encima de la tienda, sumido en un sopor de borracho. Recorr sigilosamente el pasillo y sal al callejn abrindome paso con agilidad entre los montones de residuos. Las ratas correteaban en todas direcciones, sumergindose bajo las pilas de verdura podrida y deslizndose con rapidez por encima del pecho de un viejo demacrado y borracho que roncaba ruidosamente, espatarrado contra la pared, con una botella vaca de ginebra a su lado. Un viento helado barra el callejn y el borde de la falda se me levantaba formando ondas y ponindome al descubierto las piernas desnudas. Si pudiera conseguir una capa! Haca un fro que le helaba a una el trasero.

La calle a la que daba el bar era casi tan estrecha como el callejn, e igual de asquerosa tambin; estaba bordeada a ambos lados por edificios de nfima categora de color marrn, todos manchados de holln, y daba la impresin de que fueran a venirse abajo de un momento a otro. Los tejados, inclinados, inseguros y festoneados de negras chimeneas que sobresalan y a las que casi se alcanzaba con la cabeza, bloqueaban la mayor parte de la luz del sol y slo permitan el paso de unos pocos destellos provenientes de aquel cielo de color gris plomo. Algunos obreros que tenan la suerte de haber encontrado trabajo se dirigan con paso lento hacia las fbricas angostas y mal ventiladas. Nios despeinados y con la cara sucia jugaban en medio de un gran alboroto, a pesar de lo temprano de la hora, y dos estridentes viejas alcahuetas discutan a gritos por un pescado que una de ellas sujetaba con fuerza por la cola. La vida llenaba las aceras con toda su fealdad.

Extendindose bajo la aguja de St. George, Bloomsbury, St. Giles era un enorme barrio pobre y amargado, una llaga en el rostro de Londres, el pozo negro de la mendicidad y la desgracia, y la riqueza ornamental de la iglesia que tan noblemente se alzaba a la entrada del mismo slo contribua a resaltar ms aquella miseria. Era un oscuro laberinto de calles y callejones retorcidos y estrechos conocido como el nido de grajos; estaba atestado de casas de pisos terriblemente superpobladas, con burdeles, pensiones de mala muerte y garitos de juego. Todo vicio conocido floreca dentro de aquellos lmites. La gente respetable no osaba poner los pies en St. Giles, porque estaba atiborrado de rufianes que le rajaban a uno alegremente la garganta por un puado de monedas. Los agentes de polica y los vigilantes que patrullaban por aquel miserable barrio andaban con cautela, siempre en parejas, y su mayor proteccin consista en el hecho de que en general estaban ms corrompidos y eran ms malvados que los habitantes a los que vigilaban.

En St. Giles no haba plazas bonitas o espaciosos jardines, ni elegantes edificios con patios majestuosos. Pero a pesar de todo no estaba tan mal. Uno acababa por acostumbrarse despus de un tiempo. El hedor ya no pareca tan molesto, aunque fuera capaz de abatir a un hombre que no estuviese habituado a respirarlo da y noche. St. Giles haba sido mi hogar desde que yo poda recordar; aquellos primeros aos me parecan un sueo borroso y nebuloso, nada real, y yo conoca cada calle, cada patio escondido, cada callejn sin salida, cada zanja ptrida. Era descolorido y feo, s, y en l haba que luchar para conservar la vida, pero tena en el aire una cruda y estridente vitalidad y una excitacin imposible de encontrar en los barrios elegantes y ostentosos. En St. Giles uno era consciente de que estaba vivo, saba que si no mantena la guardia en alto en todo momento lo ms probable era que se encontrara en una zanja con el cuerpo violado y la cabeza aporreada... eso si uno no se mora de hambre.

Corr calle abajo, torc por una esquina, ataj por un callejn y me dirig a casa de la Gran Moll. Un hombre delgado y cetrino ataviado como un caballero se me acerc vacilante desde uno de los fumaderos de opio que proliferaban por el barrio como una plaga. Me detuve y, con la cabeza inclinada hacia un lado lo observ con gran inters. El atuendo que llevaba era el de un caballero, desde luego, pero estaba muy ajado y arrugado, por lo que llegu a la conclusin de que probablemente la bruja que regentaba el garito ya le habra vaciado los bolsillos. En Tyburn haba ocasiones ms propicias para el robo, y adems los tipos que se pasaban la noche con la pipa a veces se ponan violentos y tenan la fuerza de diez hombres. Le dej pasar de largo. No tena necesidad de correr riesgos innecesarios a menos que hubiese un beneficio seguro en perspectiva. Segu avanzando y pas junto a un edificio, alto y destartalado, en donde unos muchachos pintados entretenan a los caballeros. En St. Giles haba cosas para todos los gustos.

El estmago me grua, y confiaba en que la Gran Moll estuviese de buen humor. A veces, cuando haba tenido una buena noche y no estaba demasiado gruona, me daba una taza de caf y un panecillo, aunque todo el tiempo me regaara y afirmara que me estaba comiendo todas sus ganancias. Haba una buena caminata hasta Tyburn, y un poco de caf y de pan me vendran la mar de bien. Moll siempre refunfuaba, renegaba y pona cara de fiera, pero tena el corazn tan grande como el resto de su persona y senta debilidad por m, siempre la haba sentido desde que yo acudiera en su ayuda... cunto tiempo haca... nueve aos? S; mam todava viva entonces y yo estaba empezando a aprender el oficio de ladrona. Sonre para mis adentros al recordar aquel da.

En aquella poca la Gran Moll no era tan grande, aunque ya era bastante fornida y todava le quedaban algunos vestigios de belleza en la rolliza cara. No llevaba mucho tiempo dirigiendo el burdel, y haba sido lo suficientemente alocada como para encaminarse al establecimiento de Black Jack con las ganancias de la noche metidas en el bolsillo y sin ningn matn a sueldo que la protegiese. No haba andado ni cincuenta metros cuando dos ladrones cayeron sobre ella, la arrojaron al suelo de un golpe y se hicieron con el dinero. Como no result herida se puso a gritar y a dar alaridos como un cerdo atrapado, afirmando que Black Jack la hara degollar si no recuperaba el dinero. Rpidamente se congreg un gento que se rea, se mofaba de ella y le tiraba desperdicios; a milos ojos me echaban chispas de lo enojada que me senta mientras la ayudaba a ponerse en pie; y entonces, mientras la ayudaba, un tomate podrido se estrell contra una de mis mejillas.

- No se preocupe, seora - le dije-. Yo recobrar su dinero. Ya ver como si...

Ech a correr tras los ladrones. Los haba reconocido y sabia dnde tenan la guarida, y tambin que lo ms seguro era que fueran all. En efecto, los distingu en un bar, el Jacob's Gin Shop, alardeando del xito que acababan de obtener. Me acerqu con sigilo a ellos y ped media pinta de ginebra, y cuando me la sirvieron tropec y la derram accidentalmente encima de Ted Brown, el villa no corpulento y con la cara llena d pstulas que le haba quitado el dinero a la Gran Moll despus de tirarla al suelo. Le ped un montn de disculpas y le limpi las hmedas manchas del abrigo; luego me march de all rpidamente con el dinero de la Gran Moll oculto y a buen recaudo en el corpio del vestido.

Cuando se lo devolv ella no acababa de crerselo. Abri de par en par aquellos grandes ojos marrones. Form una gran O con la boca, carnosa y muy pintada, al tiempo que empezaba a contar el dinero. Al ver que estaba todo, me apret contra ella y me abraz con tanta fuerza que tem que fueran a romprseme las costillas. Luego me dijo que yo era una condenada maravilla. Me pregunt por qu no me haba quedado con el dinero. Yo le dije que no se me haba ocurrido la idea. Me aporre la espalda y volvi a abrazarme; comenz a dar gritos diciendo que yo tena un montn de cosas que aprender acerca de cmo sobrevivir en St. Giles, y que lo mejor sera que ella me diera algunas lecciones, siendo como yo era una chiquilla inocente. La Gran Moll fue la primera amiga de verdad que tuve en St. Giles, y hasta la fecha, la nica en la que confo.

Al llegar al burdel sub las escaleras de dos en dos, abr la puerta y corr por el pasillo hacia el gabinete mientras notaba el maravilloso aroma del caf. Tres de las chicas de la Gran Moll estaban repantigadas all, con ojos legaosos e hinchados; por todo atuendo llevaban unas delgadas camisas y poca cosa ms.

- Mira quien ha venido - dijo Nan con la voz llena de odio-. Supongo que vendrs a mendigar una taza de caf.

Yo le hice una mueca. Nan, que tena los ojos azules y un pelo ratonil de color castao, era la menos atractiva de las chicas de la Gran Moll, una arpa flaca y quejumbrosa con la lengua muy larga y un horrible temperamento. Sin embargo, y ello resultaba bastante extrao, era una de las que ms aceptacin tena. Al parecer a muchos hombres se les antojaba una puta irascible.

- No le hagas caso, encanto - me dijo Sally -. Est que muerde. Anoche uno de sus clientes habituales me escogi a m en lugar de a ella. Venga, acrcate para que te ponga una taza de caf. Tenemos panecillos de canela. Recin hechos, adems. El chico de la panadera acaba de traerlos.

- Y t le has metido mano en el pasillo antes de que se marchara -le dijo Nan con brusquedad.

-Vete a la mierda, Nan. Sabes de sobra que no he hecho tal cosa. Aunque era un muchacho muy bien parecido. Y descarado donde los haya.

-Apenas tendra diecisis aos.

Sally me pas una taza de caf y un bollo de canela pegajoso.

- Me pellizc el culo; como lo oyes, alarg la mano y me dio un pellizco. Me ech un buen viaje, no me importa decrtelo. El trasero todava me escuece.

- La mayor emocin que has tenido en toda la semana -dijo Nan con voz seca.

-Lo que te pasa a ti es que ests celosa, monada. Hace mucho tiempo que nadie ha querido pellizcarte el culo.

Sally, rolliza, alegre, con la cabeza como una masa de rizos negros alborotados, se dej caer ruidosamente en el sof. Tena los ojos marrones llenos de regocijo, y la sucia camisa rosa que llevaba apenas era suficiente para taparle la amplia cintura. Beb un sorbo de caf y le di un mordisco al bollo. Faith gimi desde un rincn de la habitacin mientras se daba golpecitos en la mejilla con un trapo empapado en vinagre. Tena la mejilla horriblemente hinchada y empezaba a ponrsele oscura formando una magulladura entre malva y azulada. Sally movi la cabeza de un lado a otro y frunci el ceo.

- Maldito cabrn! Darle una paliza as a la pobre Faith. Moll se puso como una fiera cuando la oy gritar; subi las escaleras como una exhalacin y le dio su merecido a aquel tipo. Le dijo que si tena ese capricho que se fuera a casa de Mother Redcoat. Puso a ese hijo de puta de patitas en la calle. Black Jack debera protegernos de los tipos de esa clase.

-A Black Jack le importa un carajo lo que nos pase con tal de conseguir su dinero -coment Nan-. Qu es para l un puta apaleada? Hay un montn de fulanas de repuesto en St. Giles. Creo que va a abrir una casa nueva para gente bien, y que piensa elegir a las chicas l mismo. Tienen que ser jvenes, bonitas y virginales.

- Eso te excluye a ti, mona - brome Sally.

-Yo fui virgen durante semanas -protest Nan-. Moll tuvo que gastar cien de aquellas bolitas antes de que la estratagema fallara.

Yo ya saba a qu bolitas se refera, desde luego. Las vrgenes estaban muy solicitadas y haba escasez de ellas en St. Giles. La Gran Moll y las otras madames solucionaban aquel problema proveyendo a las muchachas con una bolita pequea, fcil de disimular, que estaba llena de tinta roja. Rompindolas subrepticiamente en el momento oportuno, las bolitas cubran las sbanas y los muslos de una razonable imitacin de sangre. Si una muchacha era lo suficientemente inteligente y buena actriz, poda perder la virginidad repetidas veces antes de que los clientes llegaran a darse cuenta.

- Yo tena unas trenzas muy largas - record Nan -. Eso ayudaba bastante, y adems gritaba y me quejaba mucho. Consegua un xito enorme.

Sally elev los ojos al cielo y chasc la lengua. Faith continu humedecindose la mejilla mientras gimoteaba en voz baja. Yo me termin el bollo de canela y me chup los dedos. El fuego de la chimenea se haba ido consumiendo, y los leos carbonizados producan un agradable chisporroteo. El gabinete, cubierto con una gastada alfombra azul y cortinas de un estampado descolorido de color rosa, estaba caliente y acogedor. Me daba pnico la sola idea de abandonarlo para salir a las glidas calles.

-Sus hombres estn peinando St. Giles en busca de chicas para la nueva casa -continu Nan-. Van por ah secuestrando a cualquier muchacha que no tenga un labio leporino y que d la impresin de conservar an la cereza. Ser mejor que te andes con ojo, Randy.

- Yo no hago de puta para nadie! -afirm.

- Si Black Jack decide que tienes que hacerlo, no te quedar otro remedio, seorita Alta y Poderosa.

- Primero tendr que atraparme.

- Eso no ser difcil. Black Jack tiene muchos mtodos para hacerlo.

Pas por alto aquel comentario y me beb lo que quedaba del caf. Black Jack Stewart era el rey indiscutible de St. Giles, el criminal ms notorio desde Jonathan Wild, y a ciencia cierta iba camino de tener algn da el mismo final. Hasta que ese da llegase continuara gobernando el mundo del crimen con mano de hierro y llevando un fuerte control de todas las actividades criminales. Cada burdel, cada bar, cada garito de juego y cada fumadero de opio le pagaban un tributo, que en la mayora de los casos sobrepasaba la mitad de las ganancias, y cualquiera que osara desafiarle o le ocultase parte de los beneficios acababa en un callejn con la garganta rebanada de oreja a oreja. Black Jack tena bajo sus rdenes un ejrcito particular de rufianes asesinos, una banda salvaje ms temida an que los malvados Mohocks que aterrorizaran a toda la poblacin unos cuantos aos atrs.

Black Jack controlaba en su totalidad las casas de objetos robados, y el trfico de tales objetos le proporcionaba inmensos beneficios, mientras que los pobres ladrones que conseguan el botn tenan suerte si sacaban lo suficiente para vivir. Pero no nos quedaban otros recursos ni otras salidas. Cualquier ladrn que evitase las casas de objetos robados e intentase vender los artculos conseguidos por su cuenta tena un destino similar al de aquellos que se negaban a dar apoyo a Black Jack. Era frustrante y pueteramente injusto. Un ladrn astuto y consumado como yo, que se enorgulleca de su trabajo, no tena demasiadas esperanzas de salir adelante, pero siempre era mejor que hacer de puta. Pasar hambre de vez en cuando es preferible a coger la sfilis.

La Gran Moll entr en el gabinete arrastrando los pies justo cuando yo me estaba poniendo otra taza de caf. Aquella monstruosa peluca suya de bucles de color naranja estaba ladeada, los grandes ojos marrones parpadeaban con enfado mientras, con las manos en las caderas, plantaba su enorme volumen delante del agonizante fuego y me miraba echando chispas por los ojos. Tena las gruesas mejillas generosamente empolvadas y llevaba pegado un pequeo parche negro de satn en forma de corazn junto a un ngulo de la boca, que estaba pintada de un color rojo vivo. El enorme vestido de tafetn tambin rojo presentaba un aspecto ajado y brillante, y el chal a rayas azules y prpuras que llevaba sobre los hombros estaba decididamente hecho harapos. Aquella ropa chillona slo contribua a resaltar su considerable volumen.

- Srvete! -gru mientras yo dejaba la cafetera sobre la mesa-. Adelante! chame de mi propia casa, pequea pordiosera! No s cmo lo aguanto!

Le dirig una graciosa sonrisa. A la Gran Moll le gustaba hacerse el monstruo poniendo de manifiesto su malhumorado temperamento y su lengua tan cortante como una navaja de afeitar, pero, ay!, a la nica que consegua engaar era a s misma. No haba una sola muchacha en toda la casa que no fuera capaz de meterse en el bolsillo a aquella querida vieja gordinflona.

- Sube a la habitacin, Faith! -le orden-. Angie ha vuelto con un cubo de hielo. Tienes idea de lo difcil que es encontrar hielo y de lo caro que cuesta? Te ha hecho una compresa de hielo y quiero que te la pongas en esa mejilla. Ayudar a que se te baje la hinchazn. Con esa pinta que tienes ahora no puedes ganar dinero. Venga!

Y procura quedarte en la cama todo el da y comer caliente.

Faith, todava lloriqueando, abandon la habitacin. La Gran Moll puso mala cara y sacudi la cabeza haciendo que los largos bucles naranjas brincaran furiosamente. Sally estaba comindose otro bollo de canela, y Nan bostez con cansancio mientras se examinaba la cara en un espejo de mano lleno de adornos.

-Pobre nia -dijo Moll-. Ese cabrn por poco la mata. Si yo no hubiera irrumpido en la habitacin en el momento en que lo hice, seguro que lo habra conseguido. Menudo marica esculido era ese tipo, tena pinta de oficinista. Con los de esa clase siempre hay que andarse con ojo, con todos los que parecen canijos. Se pasan el da recibiendo palos y por la noche se desahogan con las putas. Mother Redcoat se lo tiene bien montado con esa clase de tos.

-Dice Sally que lo echaste a la calle -coment yo.

- De culo! Le dije que no volviera a entrar por esa puerta. Yo llevo un burdel decente, nada de ltigos ni nmeros para mirones, slo un servicio limpio y de primera. Yo tengo mis principios.

-Ya -dijo Nan lnguidamente.

- T no digas ni una palabra, muchacha! -tron Moll-. No estoy de humor para tus sarcasmos. Y t, qu haces rondando por aqu a estas horas de la maana? -me pregunt a m-. Aparte de llenarte la barriga, quiero decir.

-Voy a Tyburn -repliqu.

-A Tyburn!

Asent.

- Hoy debe de ser un buen da - continu-. La gente bien siempre se aglomera para ver los ahorcamientos, y hoy cuelgan a un traidor. Uno de los hombres que apoyaron al Hermoso Prncipe Charles.

-As que un traidor -dijo Moll. Tuvo un estremecimiento-. Amino me hara gracia ver una cosa as. Lo que les hacen a esos desgraciados...

-Yo nunca miro -le asegur-. Estoy demasiado atareada metindome entre el gento para vaciarle los bolsillos al primer to propicio que me encuentro.

Colgarlos simplemente no se consideraba suficiente castigo para los traidores. Se les colgaba, se les bajaba de la cuerda mientras an estaban vivos, se les sacaban las entraas y se les someta a las ms espantosas torturas antes de ser por fin decapitados. No era un espectculo para gente remilgada, pero por aquel entonces haba pocas almas delicadas en Londres. La gente pareca recrearse con aquella brbara crueldad que, desde luego, era lo que se encontraba por todas partes en la poca que vivamos.

- Adelante! -gru Moll-. Tmate otro bollo de canela! Total, acabarn ponindose rancios o Sally se pimplar hasta que no le quepan ms. Ojal no fueras hoy, Randy. Me siento intranquila.

-T siempre ests intranquila -repliqu alargando la mano para coger el panecillo-. No hay necesidad. Soy la mejor. A m no me cogern.

- Eso es lo que dicen todos, y acaban colgando del Tyburn Tree o pudrindose en Newgate o Bridewell. T ya llevas en esto demasiado tiempo, y seguro que pronto se te acabar la suerte; si no es hoy ser maana o pasado maana. Tengo el presentimiento de que suceder as.

- Moll siempre tiene presentimientos - observ Nan.

- Cierra la boca, Nan! Claro que s, y cada vez que tengo uno sucede algo malo, es algo tan seguro como la fe. No vayas a Tyburn hoy, preciosa. Qudate aqu conmigo. Me vendra bien tu compaa.

-Tengo que trabajar, Moll.

Esta lanz un gruido y puso una de aquellas feroces caras suyas.

-Te he dicho una y otra vez que podras trabajar aqu. Ayudndome a dirigir las cosas. No tendras que trabajar tumbada de espaldas, ya s lo que piensas de eso. Pero me haras recados, me ayudaras a llevar los libros y cosas as. Para m sera un alivio saber que puedo contar con alguien que sabe leer y escribir, alguien de quien poder depender.

Me limit a sonrer y a mover la cabeza. Moll volvi a gruir y me puso mala cara mientras yo me coma el segundo panecillo de canela. Llevaba por lo menos cuatro aos detrs de m intentando convencerme de que trabajase para ella, y aunque yo le agradeca el ofrecimiento y la bondad que ello supona, estaba segura de que no dara resultado. A m me gustaba demasiado la libertad. Moll en realidad no quera una persona que la ayudara a llevar la casa, sino alguien a quien poder cuidar y hacer con ella de madre gallina. Incluso querindola como yo la quera, no me haca ninguna gracia aquel papel. Y adems yo disfrutaba con mi trabajo. Los peligros que implicaba slo me lo hacan ms emocionante.

Moll se acerc al destartalado aparador, abri una botella de ginebra y ech un buen trago; despus eruct ruidosamente. Nan se puso en pie, bostez y nos inform de que se iba a dormir un rato. Sally dijo que ella tambin se iba arriba, que haba tenido una noche ajetreada, no como algunas que no quera mencionar. Salieron de la estancia y Sally se llev los bollos de canela que quedaban. Aunque yo ya no tena mucha hambre, no me habra ido mal un tercer bollo.

-Ojal no fueras tan pueteramente descarada -gru Moll echando otro trago de ginebra-. Llevo cuidando de que no te pase nada desde que tu pobre mam pas a mejor vida, y no me importa decirte que no me lo has puesto fcil.

- No necesito que nadie me cuide. Puedo hacerlo sola.

- Ja! Eso es lo que t te piensas, seoritinga! Has tenido suerte, eso s, pero te ests haciendo demasiado mayor para trabajar de ladronzuela. Cuando eras una nena diminuta era una cosa, nadie se fija en los cros, no hay ningn riesgo, pero ahora ya resultas demasiado llamativa, Randy.

- Qu quieres decir?

- Ese porte, esa cara, ese cuerpo. Sucia como ests, con la cara tiznada de holln y vestida con harapos, eres una belleza. He observado cmo florecas.

- Bobadas.

- No son bobadas! Eres demasiado bonita para andar vagando por las calles. Ya no pasas desapercibida entre la multitud. Llamas la atencin. Los hombres ya te desean, y vas a tener problemas. Acurdate de lo que te digo.

- As lo har, encanto - repuse con picarda-; pero ahora tengo que ponerme en marcha. An me queda una buena caminata y habr un gento enorme.

La Gran Moll frunci el ceo con aquellos grandes ojos marrones llenos de autntica preocupacin.

-Tengo ese presentimiento, Randy.

-T y tus presentimientos.

-Algo va a suceder. Lo noto en los huesos.

- Bobadas!

-Ten cuidado, mi nia, me oyes? Promteme que tendrs cuidado.

- Lo tendr, guapa. Y gracias por el caf y los bollos de canela. Eres un encanto aunque ests llena de tonteras.

Moll gru, volvi a poner una cara feroz y apur la botella de ginebra. Mientras bajaba a toda prisa por el pasillo y sala a la calle, o un titnico eructo. El viento era helado y los guijarros me congelaban los pies descalzos, pero no haca caso. Con el estmago lleno y el corazn alegre anduve sin rumbo fijo, muy contenta, calle abajo, presintiendo cierto xito en Tyburn sin la ms mnima nocin de que aquel da se iba a alterar violentamente el rumbo de mi vida.

2

El viento haba amainado y ya no hacia tanto fro, aunque yo segua helada hasta la mdula mientras bajaba por la calle Plumtree Court Broad. A pesar de lo temprano de la hora, las calles estaban de bote en bote. Me apart gilmente para evitar que me salpicase una vieja feroz que vaciaba un cubo lleno de agua sucia y basura por la ventana de un segundo piso, pero el obrero que iba detrs de m no tuvo tanta suerte. Sbitamente empapado de desperdicios, con peladuras de patata colgndole de la cabeza y de los hombros, dio un violento grito, levant el puo y llen la atmsfera de variadas palabras de todos los colores. Al otro lado de la calle haba una multitud de gente que estaba muy ocupada saqueando con avidez las ruinas de una casa de pisos que se haba derrumbado y llevndose las maderas para vendrselas a lavanderas y planchadoras. Todos los edificios de pisos amenazaban ruina, y rara vez transcurra un mes sin que alguno se viniera abajo aplastando con frecuencia al hacerlo a infelices que moran all mismo o quedaban horriblemente mutilados.

Observ cmo dos hombres fornidos luchaban por un montn de madera, pelendose con saa. El patn rubio vestido con un justillo de cuero trataba por todos los medios de sacarle los ojos al bestia de pelo castao. La sangre salpicaba por todas partes. Nadie les haca el menor caso. Ese tipo de peleas era algo tan corriente en St. Giles como la suciedad. El vencedor se alejaba arrastrando los pies con arrogancia y lo ms probable era que al enemigo herido le cayera encima una voraz multitud que le vaciara los bolsillos en busca de cualquier cosa de valor; a menudo incluso le arrancaban la ropa del cuerpo a tirones. La violencia abundaba por doquier. Era un modo de vida, y uno acababa acostumbrndose a ello igual que se acostumbraba al espantoso hedor que flotaba en el ambiente. Yo segua tiritando cuando vi el cadver de un nio al que haban arrojado en un montn de desperdicios; todava miraba hacia otra parte cuando vi un cuerpo sangrante, mutilado y desmadejado, sobre los guijarros, pero desde muy pequea haba aprendido que ocuparme de m misma era lo ms importante. La compasin poda ocasionarle a uno la muerte.

Volv una esquina y me dirig hacia la cpula de la iglesia de St. George, que se ergua sobre los tejados asquerosos y desiguales. Un muchachito de pelo pajizo que no tendra ms de diez aos sali a trompicones de un bar empuando media pinta de venenosa ginebra. Su hermana pequea, diminuta, sali detrs con paso vacilante llevando en las manos su media pinta igual que otra nia hubiera llevado una mueca. Los dos nios iban vestidos con harapos y estaban cubiertos de piojos. Lo ms probable era que algn da se quedaran ciegos por beber aquella basura. Se oy un horrible ruido y muchos gritos cuando un cerdo cubierto de barro baj por la calle perseguido por un grupo de excitadas y vocingleras mujeres. El cercano Fleet Ditch estaba lleno de cerdos que se revolcaban en el lodo, a los que cebaban a base de desperdicios. Aunque nadie se atreva a seguirlos hasta el interior de aquella zanja, siempre que un cerdo se aventuraba a salir de la misma resultaba una presa preciosa para cualquiera que fuese lo bastante rpido para atraparlo. Yo me apart de un salto cuando el cerdo pas por mi lado a toda carrera. El grupo de mujeres estuvo a punto de pisotear a los nios que salan del bar, pues de un empujn tiraron al nio al suelo y a la nia se le cay la botella de ginebra.

Yo haba perseguido una o dos veces a un cerdo, pero nunca haba tenido la suerte de atrapar uno. Un jugoso asado de cerdo, o uno de aquellos apetitosos bocadillos de tocino bien cubierto de mostaza. Sera una gloria poder tener uno ahora mismo. Comida. Uno nunca dejaba de pensar en ella. Es un lujo tener lo suficiente para comer a cualquier hora que se te antoje. Haba gente que de hecho lo haca. Segu caminando entre el gento, ignorante del estrpito y la confusin; pas ante tiendas asquerosas, carretas de traperos y casas de huspedes de mala muerte, y volv otra esquina para atajar bajando por un callejn llamado Half Moon Alley.

Un robusto y atemorizado aprendiz de tendero que llevaba un delantal sucio estaba agachado detrs de un montn de basura bastante alto. Tena unas greas muy alborotadas de color rojo ladrillo, y los ojos castaos estaban abiertos de par en par a causa del terror. Me pareci que no tendra ms de catorce aos. La compasin poda ocasionarle a uno la muerte, si, pero si se tena la oportunidad de echarle a alguien una mano sin peligro para uno mismo, se haca. El chico se qued mirndome, muy tembloroso, y yo ech un vistazo callejn arriba para asegurarme de que estaba desierto; luego me acerqu a l y le pregunt qu pasaba.

- Los que reclutan gente para los barcos - gimi -. Llevan toda la maana echndole mano a cualquier muchacho que se topen. Los he visto atrapar a Teddy Bennet en cuanto ste sali de su casa. Yo sala de la tienda en busca de coles para el seor Cathart y se pusieron a perseguirme! Seguro que me cogern!

-Salta por esa pared -le dije-. Hay un patio detrs. El stano del edificio est vaco. Puedes esconderte all.

El muchacho trag saliva, mascull unas palabras de agradecimiento y salt atropelladamente por la pared al mismo tiempo que cuatro hombres de aspecto fiero aparecan a toda prisa por un extremo del callejn. Yo segu andando con tranquilidad, sin alarmarme lo ms mnimo. A aquellos levadores que trabajaban para la East India Company no les interesaba secuestrar muchachas. Las partidas de enganche slo raptaban muchachos cuyo aspecto fuera el apropiado para vendrselos a los capitanes de barcos que anduviesen escasos de tripulacin. Aunque legalmente slo podan enrolar marineros, ningn muchacho se hallaba seguro durante la temporada de reclutamiento, y los tipos que se encargaban de hacerlo por cuenta de la East India eran los ms brutos de todos, por lo que creaban una autntica atmsfera de terror cada vez que salan de ronda. Los cuatro hombres se dirigieron hacia m con gran estruendo al tiempo que miraban a derecha e izquierda.

- Eh, t, muchacha! -me llam uno de ellos-. Has visto por aqu a un chaval pelirrojo?

- Ha salido corriendo del callejn! - les grit yo-. Casi me tira de culo, el muy cabrn. Id a por l!

Aquellos cuatro desalmados salieron corriendo del callejn mientras las zancadas resonaban con fuerza. Me pregunt cuntos muchachos secuestraran antes de terminar la faena. A los que capturaban los encadenaban en un sucio stano, y all tenan que soportar enormes brutalidades antes de que finalmente los entregaran a algn capitn de barco. Nunca se haba intentado hacer nada al respecto. La vida era en verdad cruel, reflexion, satisfecha de haber ayudado al aprendiz de tendero a eludir aquel destino fatal. Slo los muchachos ms fuertes sobrevivan al escorbuto, a los azotes y a los constantes peligros de la vida de a bordo.

Al salir del callejn pas despacio por el bar de Critchin, por el establecimiento de Mother Redcoat y por una casa de objetos robados cuyos escaparates estaban atestados de candelabros de bronce y relojes de porcelana. Tambin haba una bandeja con hebillas de zapato, y reconoc unas que tenan incrustaciones de pasta. Se las haba birlado yo misma a un elegante caballero que bajaba de una silla de mano. Los portadores salieron corriendo tras de m, y uno de ellos por poco me coge. Un penique consegu por aquellas hebillas, un penique, y eran autnticos diamantes y rubes de imitacin. Condenados peristas. Se aprovechaban de uno cada vez que les llevbamos el botn.

Sumida en estos pensamientos, me abr paso entre la multitud, sintindome por completo a mis anchas all, en medio de la miseria, descarada y confiada, mientras pasaba ante los edificios derrumbados, bordeaba los montones de desperdicios y atajaba por callejas estrechas y oscuras. Aquel da me iba a resultar muy provechoso, me dije. Las ejecuciones pblicas siempre atraan a una gran y ruidosa multitud, lo que significaba la gloria para un ratero a causa del enorme ruido, la excitacin y la confusin. A medida que me acercaba a St. George las calles se hicieron una pizca ms anchas. Yo vea trozos ms grandes de cielo gris, y algunos rayos solares, delgados, polvorientos y de un color blanco amarillento, entraban en diagonal abrindose paso por entre los tejados serpenteantes y hacan brillar los asquerosos guijarros del suelo. Di la vuelta a una esquina. Distingu las magnficas torres y los arcos de piedra de St. George, vigilantes como un centinela a la entrada de St. Giles, que simbolizaban otro mundo cerrado para siempre a la gente que all moraba.

- Eh, muchacha! Tengo media corona para gastar. Qu me dices?

Un robusto patn me bloqueaba el paso. No lo haba visto por estar distrada contemplando la iglesia. Me puse en tensin y le dirig una mirada furiosa que no consigui alterarle en absoluto. Sonri, me mir con ojos lascivos las largas piernas, la estrecha cintura y el abundante promontorio de los pechos que pugnaban por salir por el escote del maltrecho corpio de mi vestido azul violeta.

- Mtetela por el culo -le dije con brusquedad.

- No te parece bien media maldita corona? Vaya, vaya.

Me parece que tenemos en las manos a una duquesa de mierda.

- Ser mejor que dejes las manos quietas, compaero.

- Descarada eh? Mira por donde a lo mejor hasta lo consigo gratis.

Comenz a moverse en mi direccin. Me dispuse a ofrecer resistencia y prepar las uas mientras echaba chispas por los ojos. Algo en mi actitud le puso sobre aviso. Titube durante un momento sin dejar de observarme; luego mascull una maldicin y se march arrastrando los pies. Yo estaba acostumbrada a aquel tipo de encuentros, haca ya mucho tiempo que haba aprendido a defenderme. Una patada en la espinilla, un rodillazo en la ingle, algn que otro araazo en los ojos y la soltaban a una rpidamente. Muy pocos se tomaban la molestia de enfrentarse a una gata salvaje cuando por unos cuantos chelines podan conseguir lo que quisiesen en cualquier calle de St. Giles. Era tan fcil encontrar mercanca que no vala la pena pelearse por ella.

Al final de la calle ya se haba congregado un gran gento que rea y profera abucheos mientras una rolliza mujer de pelo gris y mejillas plidas, repleta de ginebra, se esforzaba, como slo saben hacerlo los borrachos, para defenderse de tres jvenes asquerosos que trataban de robarle un pan que apretaba con fuerza bajo la axila. La beoda lanzaba improperios y se debata con ferocidad, retrocediendo y tambalendose. Los jvenes queran divertirse, y jugaban con ella como un gato pueda hacerlo con un ratn al que en realidad no tiene intencin de devorar. La rolliza mujer resbal en los guijarros y cay de espaldas al suelo. Uno de los jvenes le propin una fuerte patada mientras otro le arrebataba el pan. La muchedumbre grit entusiasmada y entonces el tercer joven cogi un cubo de agua sucia y se lo ech por la cara. Me habra gustado matarlos a los tres, pero no me convena entrometerme. Segu mi camino, torc otra esquina, y fue entonces cuando vi a los dos hombres que se hallaban de pie delante de un miserable garito.

Uno era un gigante musculoso con cara de salvaje y el pelo de color miel oscura. Llevaba unas botas llenas de barro, calzas marrones muy ceidas y un justillo de cuero sobre una camisa blanca, sucia y toscamente tejida. No lo reconoc, pero s al hombre que estaba con l. Me detuve y me apoy con cautela contra la pared. Record lo que Nan me haba dicho, y no tena el menor deseo de atraer la atencin de Black Jack Stewart. Alto y delgado como un esqueleto, llevaba las acostumbradas botas negras hasta la rodilla, calzas de color verde botella y una levita de satn negro con rebordes dorados en los puos y en las solapas. Algunos encajes blancos bastante ajados sobresalan por la garganta y las mangas. El rey de St. Giles tena una gran nariz aguilea y los labios finos e impdicos, y siempre llevaba un parche negro y brillante sobre el ojo derecho.

Al parecer le estaba echando una bronca a su secuaz. El gigante rubio frunca el ceo con aire infeliz mientras asenta con la cabeza. Black Jack acab de darle instrucciones y luego se volvi con cansancio, como un monarca aburrido y disgustado por la ineficacia de sus servidores. Ech una ojeada calle abajo, vigilando perezosamente sus dominios, y entonces me vio all, apoyada contra la pared. Se qued mirndome. Sent que un escalofro me recorra los huesos, algo que no tena nada que ver con el fro que padecamos. Black Jack se acarici el labio inferior y se qued pensativo sin quitarme la vista de encima al tiempo que echaba fuego por aquel nico ojo. Le dijo algo al secuaz. El rufin se dio la vuelta y me mir de reojo. Black Jack le hizo una pregunta. El otro movi negativamente la cabeza. Black Jack quera saber cmo me llamaba. Quera instalarme en su nuevo burdel de lujo. El corazn me lata con fuerza. Puede que yo no fuera muy miedosa, pero es que lo de Black Jack era realmente otra cuestin.

Un aprendiz de panadero correteaba calle abajo con un pesado saco de harina colgado del hombro. Era un rapaz flaco de ojos grises y vivarachos; tena una lanuda mata de pelo rubio y trabajaba en la panadera de Bullock, cerca del establecimiento de Hawkins. Se llamaba Alf. Yo haba hablado con l en diversas ocasiones. Cuando pas junto a los dos hombres, el gigante rubio le agarr con rudeza por el pelo y le oblig a darse la vuelta. Alf lanz un grito de alarma y dej caer el saco de harina, que se revent por las costuras de modo que toda la harina se derram sobre las piedras del suelo. Alf chill, ahora ms alarmado, pues tendra que responder por la harina.

El secuaz de Black Jack abofete saudamente a Alf en la cara y le fue dando la vuelta hasta que el muchacho qued situado en la posicin adecuada para mirar en mi direccin. Sin soltarle el pelo a Alf, el musculoso rufin rubio le dio un violento tirn de la cabeza y le hizo una pregunta. Yo me qued mirando fijamente a Alf, ansiosa de que no le contase la verdad. El muchacho trag saliva y las lgrimas le brotaron de los ojos cuando el rufin le retorci an ms con los dedos aquellas blanquecinas greas rubias. Alf balbuce algo. El gigante puso mala cara, volvi a cruzarle el rostro de una bofetada y le solt el pelo. Alf cay al suelo y fue a parar sobre el maltrecho saco, lo que origin grandes nubes de harina que se elevaron por todas partes.

Alf no me haba traicionado. No les haba dicho cmo me llamaba. Tendra que darle las gracias, pero ya haba perdido demasiado tiempo. Black Jack volvi a decirle algo al secuaz, y ste ech a andar hacia m. Me di la vuelta rpidamente y escap como una saeta por donde haba venido, estando a punto de chocar con un jorobado que llevaba una frgil jaula de palitos llena de ruidosos pollos. Corr por un callejn, trep por una pared, atraves un patio cubierto de maderos podridos y me met en el stano de una de las casas de pisos. Las ratas huyeron en todas direcciones mientras yo procuraba caminar sin hacer ruido y suba por las inseguras escaleras. Sal del edificio por una puerta lateral, continu caminando calle arriba con paso vivo, y por ltimo di la vuelta y baj por otro callejn, regresando de ese modo a la misma calle de la que me haba marchado momentos antes, slo que mucho ms arriba, cerca ya de la iglesia de St. George.

Poniendo buen cuidado en mantenerme a la sombra de uno de los arcos salientes, medio escondida detrs de una columna, me asom para escudriar con cautela la calle. Black Jack y su secuaz ya no estaban a la vista, aunque el pobre Alf segua a gatas en el suelo intentando desesperadamente recoger la harina y volver a meter toda cuanta poda dentro del saco roto. Aliviada, di un profundo suspiro y segu caminando a paso lento, con la iglesia de St. George a mis espaldas. Me haba llevado un buen susto, ya lo creo, y hubo un momento en que se me puso la carne de gallina, pero procur quitarme rpidamente aquello de la cabeza. Haba cientos y cientos de muchachas apropiadas en St. Giles, demasiadas para que Black Jack se tomase la molestia de seguirle el rastro precisamente a una de ellas. En la apretada congestin que formaban los barrios bajos, las posibilidades de que volviera a toparme con l eran verdaderamente escasas. La vida en St. Giles se hallaba plagada de peligros. Pero uno se acostumbraba a ello. No haba necesidad de preocuparse intilmente.

Ms all de St. George, Londres pareca cambiar de aspecto por completo. Era como pasar de un armario ftido y oscuro a un saln espacioso y aireado. Las calles eran ms anchas, con abundante espacio para los maravillosos coches, carruajes y sillas de mano; las tiendas no se apiaban unas contra otras. Se poda holgazanear y contemplar en los escaparates finos artculos de cuero, pasteles, maravillosas porcelanas y un verdadero jardn de sombreros adornados con cintas y plumas. Las aceras estaban muy transitadas, cierto, pero daba gusto contemplar a aqulla gente: elegantes seoras vestidas de satn y tafetn a rayas que llevaban pelucas empolvadas; caballeros con esplndidas levitas, oficinistas, mozos de cuadra, floristas... un fascinante y colorido desfile que cambiaba sin cesar e iba y vena de continuo. Haba plazas, parques y jardines - pareca que hubiese rboles por doquier-, y tambin unos elegantes edificios antiguos, que presentaban un color entre marrn tostado y gris a causa del tiempo, bordeados de verde. Tambin haba suciedad, claro est - todo pareca estar manchado de holln-, y el olor del ro no resultaba nada agradable, pero comparado con St. Giles era el paraso.

Estuve vagando por all y dando un paseo mientras me diriga hacia Tyburn; mantuve todo el rato los ojos bien abiertos por si vea alguna vctima propicia. Haca mucho tiempo que haba aprendido a elegir entre la gente y rara vez corra riesgos innecesarios. Aquel comerciante de aspecto prspero que caminaba calle abajo dando grandes zancadas con fuertes botas y que iba ataviado con una pesada capa tena la mirada mezquina. Ms le valdra a aquel tipo estar alerta con los rateros. Aquella rolliza ama de casa que llevaba un paquete en los brazos se pondra a gritar en cuanto me acercase a ella, y el joven oficinista que tena los dedos manchados de tinta no llevara encima nada que mereciese la pena robar. Aquellas tres mujeres con vestidos de satn que charlaban de pie delante de una sombrerera probablemente tuvieran muchas cosas para robarles, pero una de ellas llevaba un perro diminuto en los brazos. Los perros le mordan a una los tobillos, aunque fueran perritos pequeos y mimados, y adems all cerca haba parado un carruaje muy elegante cuyo cochero se apoyaba en l sin perder de vista ni un instante al tro de cotorras. Se me echara encima de inmediato si me acercaba a ellas; me dara puetazos y un buen puntapi que me tumbara cuan larga era.

Suspir profundamente y segu caminando muy atenta por si se presentaba una oportunidad. Las tres seoras vestidas de satn se apartaron cuando yo pas por su lado. Una de ellas arrug la nariz y se la tap con la mano. Me di la vuelta y le saqu la lengua, por lo que casi se des maya en brazos de sus compaeras. El cochero de aspecto malhumorado se incorpor y me mir echando chispas por los ojos mientras apretaba los puos. Yo desfil ante l con la nariz bien levantada, como una duquesa, y cuando me hall lo bastante lejos le hice un grosero ruido con los labios y tambin un corte de mangas. Muy enfadado, farfull algo, pero no sali en mi persecucin. No poda abandonar su puesto slo para abofetear a una descarada golfilla callejera, aunque le habra gustado tenerme en sus manos. Al pasar se lo haba notado en los ojos. Incluso vestida con harapos, incluso con los rizos alborotados y la cara llena de churretes, haba excitado a aquel bruto. Eso, el ver que una es capaz de provocar cosas as, proporciona cierta sensacin de poder, pero no me interesaban aquella clase de juegos. No me pareca honrado aprovecharme de mi aspecto cuando no tena la menor intencin de permitir que me sobasen.

Baj por Snow Hu y cruc el nauseabundo ro Fleet por un estrecho puente de piedra; ahora caminaba ms de prisa, pues no me convena llegar tarde y seguro que ya habra congregada una gran multitud Las ejecuciones pblicas eran una fiesta, un entretenimiento gratuito para el estridente populacho. En un libro que en cierta ocasin robara en uno de los tenderetes, haba ledo que a Londres se la llamaba la Ciudad de las Horcas porque nadie poda entrar en ella, ya fuese por el ro o por tierra, sin ver por lo menos una. Las horcas se alzaban en Putney, en Kesington, en Od Kent Road y en Wapping, pero Tyburn era el emplazamiento favorito. Haba mucho ms sitio para los alegres espectadores, y a los criminales importantes se les colgaba all. Los mercaderes, los dueos de los tenderetes, los vendedores ambulantes y los repartidores de panfletos siempre sacaban alguna ganancia de los ahorcamientos pblicos, igual que los rateros y los ladrones. Todo el mundo pareca prosperar y pasarlo bien excepto el pobre condenado.

La multitud aument considerablemente mientras yo bajaba por la calle Oxford. El espacio abierto de Marylebone Fields quedaba a un lado; las aldeas de Hampstead y Highgate eran visibles en el promontorio que se hallaba un poco ms all. Segn mis clculos, deba de haber por lo menos cuatrocientas o quinientas personas caminando con dificultad carretera adelante; la mayor parte rea estrepitosamente, y algunos cantaban cancioncillas obscenas mientras hacan ondear las botellas de ginebra y coman pasteles de carne, disfrutando de antemano del gran acontecimiento que se avecinaba. Magnficos carruajes y elegantes sillas de mano se vean atrapadas entre aquel gento formado por peatones; los conductores de los carruajes hacan restallar los ltigos al tiempo que lanzaban fuertes improperios, y las elegantes seoras que iban dentro escudriaban a la gente por entre las cortinas con el rostro excitado y alarmado. Cuando llegamos al cruce que forman las calles Oxford y Edgeware, cerca de los muros de Hyde Park, vislumbr por primera vez la enorme horca, tan grande que poda dar cabida en su seno a veintin cuerpos a la vez. Reprim un escalofro. Yo haba presenciado ya muchas ejecuciones, pero nunca miraba el procedimiento que se utilizaba. Sola ser demasiado horripilante, particularmente si el condenado era un traidor.

A los traidores no se les colgaba simplemente. Se les bajaba mientras an estaban con vida y se les sacaban las entraas, que reventaban ante sus ojos. Despus los arrastraban, los descuartizaban, y finalmente los decapitaban mientras centenares de personas charlaban y rean, coman pan de jengibre y beban limonada, disfrutando a lo grande del espectculo. A m me resultaba difcil comprender aquella sed de salvajismo que impregnaba nuestra poca, porque no era algo que estuviese limitado a St. Giles y sus habitantes. La burguesa acuda en enjambre a las ejecuciones, los seores de la nobleza se codeaban con vendedores ambulantes y deshollinadores, y las refinadas seoras devoraban bombones y se ponan de pie en las tribunas para ver mejor.

Aquella maana, mientras me abra paso entre la multitud que se apretujaba en torno a la inmensa horca de madera, Tyburn Fields hubiera podido tomarse por el escenario de una feria. Observ que los asientos de Mother Proctor estaban atestados de gente; desde las gradas de madera se disfrutaba de una situacin privilegiada, por lo que significaban una verdadera fortuna para las astutas mujeres que tenan la concesin y las alquilaban a la burguesa y a la clase comerciante ms acaudalada. En medio de aquel gento haba carros y carruajes cuyos techos eran otro lugar de privilegio. Una bandada de mujeres lujosamente ataviadas se hallaban sentadas en lo alto de uno de ellos; las faldas de colores semejaban ptalos que revoloteaban movidos por la brisa mientras ellas agitaban la mano para saludar a los conocidos, coqueteaban con los hombres y charlaban sin parar. Ruidosos juerguistas de todas las clases sociales, con las mejillas sonrojadas a causa de la excitacin y los ojos brillantes de anticipada emocin, abarrotaban el lugar entre empujones y codazos. Alcahuetas viejsimas con chales mugrientos trasegaban ginebra y gritaban obscenidades. Rudos obreros se tambaleaban borrachos aqu y all, bromeando con las putas. Al menos media docena de peleas a puetazos tenan lugar al mismo tiempo, y la horca se hallaba rodeada por una tropa de soldados de caras feroces que mantenan al gento alejado y que no dudaban en utilizar la culata de los mosquetones para desanimar a los espectadores ms entusiastas.

Los vendedores ambulantes pregonaban las mercancas, y hacan su buen negocio con ginebra, cerveza, castaas, naranjas, pastas, tartas y pan de jengibre. Un hombre robusto, sonriente y con cara amistosa sostena en alto una especie de perchero del que colgaban diminutos muecos de madera con cuerdas alrededor del cuello; venda aquellos horripilantes recuerdos a seis peniques la pieza.

- Oigan la confesin del condenado! -gritaba un pregonero al tiempo que agitaba en el aire puados de hojas recin impresas; otros vendan espeluznantes relatos de ejecuciones que haban tenido lugar con anterioridad y cuentos an ms espeluznantes que trataban de criminales famosos, siendo la vida del infame Jack Sheppard el sempiterno favorito. Todos estaban burdamente escritos, impresos de igual modo y hechos apresuradamente durante la noche para satisfacer la lujuria del pblico. Yo haba ledo varios, y me haba sentido fascinada y asqueada al mismo tiempo por los detalles sangrientos y los grabados.

Atenta, ufana y confiada, me met entre la multitud convirtindome as en parte integrante de aquella masa humana. A cada momento me daban codazos y empellones, pero yo me defend con firmeza y empuj a un lado a una pescadera empapada de ginebra que se ech sobre m; tambin pas por encima de un hombre con la cara ensangrentada que al parecer acababa de perder una pelea. Un joven de mirada impdica con la nariz retorcida me dio un azote en el trasero y me agarr el pecho izquierdo, apretndomelo con fuerza. Hizo un gesto de dolor y me solt de inmediato cuando le di un rodillazo en la ingle. Los mirones estallaron en fuertes risotadas. Yo segu avanzando, sin concederle importancia al incidente; sabore los olores del pan de jengibre y de las castaas asadas y dese tener un penique para comprarme unas cuantas. Los caballos relinchaban. Los bebs lloraban. Los perros callejeros saltaban por doquier, gruendo y aullando.

Por encima del estruendo de la multitud se oy el sonido de la gran campana de la iglesia del St. Sepulchre doblando a duelo. Slo se taa cuando un condenado iba camino de Tyburn. El carro que lo transportaba no tardara en llegar. El espectculo estaba a punto de dar comienzo. Me percat de la presencia de varios compinches mos que aquella maana trabajaban entre la multitud; buscaban astutamente alguna vctima, cosa que, claro est, tambin haca yo. Vi a Nimble Ned que se acercaba con disimulo a un mercader gordo que, si sera idiota, llevaba la cadena del reloj de oro colgndole de la panza. Muy confiado, el pecoso Ned se tropez, en apariencia torpemente, con el mercader; se disculp profusamente mientras le cepillaba las solapas al hombre aquel y luego desapareci con presteza entre el gento, con la cadena guardada a buen recaudo en el bolsillo. Efectivo, pens yo, aunque mi tcnica era mucho ms sutil. Yo me mostraba ms cauta, nunca afanaba nada si no tena una va de escape bien clara y despejada. Lo mejor sera buscar a un primo en el borde de la multitud, desde donde sera mucho ms fcil salir huyendo en caso de que fuera necesario. Y tambin sera mejor esperar hasta que la ejecucin diera comienzo y hubiese ms distracciones.

La multitud se agit, movindose en masa al or el estruendo que producan los cascos de los caballos. Un elegante coche, flanqueado a ambos lados por soldados de feroz aspecto que sostenan las picas en alto, se acercaba.

- Abrid paso, abrid paso! -gritaban los que iban en cabeza; el cortejo en pleno se encamin directamente hacia el centro de la multitud, ignorando por completo los cuerpos que se interponan en su camino. Se oyeron angustiosos gritos y fuertes exclamaciones mientras la gente intentaba apartarse del paso del coche. Hombres, mujeres y nios se vieron de repente empujados hacia atrs, embestidos y pisoteados, mientras soldados y carruajes avanzaban hacia el claro que los otros soldados, los que protegan el patbulo, haban despejado previamente justo delante de ste.

- Cumberland! -comenz a gritar alguien-. Es el duque sangriento! Ha venido personalmente a contemplar el espectculo!

Yo ya haba retrocedido un trecho hacia una extensin de terreno un poco ms elevado que haba all donde el gento terminaba, por lo que tena una buena panormica de la actividad que tena lugar ante el alto patbulo. Los soldados se detuvieron y desmontaron. La puerta del carruaje, blanco y dorado, ostentaba la insignia real. Cochero y mozos de cuadra llevaban asimismo la librea real. Un silencio se apoder de la multitud cuando se abri la puerta del coche y apareci por ella una figura grotescamente corpulenta y ataviada con una peluca empolvada, y empez a bajar por los peldaos. Tena una expresin vil en la cara, que estaba abultada y abotargada; los ojos porcinos nunca miraban de frente y la boca gordezuela se le curvaba con petulancia. Llevaba unas zapatillas de cuero blanco, medias tambin blancas de seda, calzas de satn de un color verde claro y una levita a juego. Los encajes le caan en cascada, como la espuma, desde la garganta, y tambin se les vea asomar por las mangas. Mientras aquel hombre se mova pesadamente para decirle algo a uno de sus hombres, los diamantes que llevaba en los dedos lanzaron brillantes destellos.

Era la primera vez que yo vea a un miembro de la realeza. No me impresion en absoluto. Al igual que millares de otros ingleses leales, yo senta un profundo desdn por aquellos imperturbables germanoparlantes que eran los Hanover, el hatajo ms duro de mollera y ms falto de ingenio que se hubiera sentado nunca en el trono ingls. Y William Augustus, duque de Cumberland, era el hombre ms despreciado y temido de Inglaterra. Conocido como el carnicero sangriento desde que llevara a cabo una brutal y sanguinaria campaa en Escocia contra el Hermoso Prncipe Charles, era el hijo favorito de su padre y sin duda un soberbio comandante. Se trataba de un hombre terriblemente despiadado que posea gran sangre fra, pero tambin era una babosa gorda con aspecto sucio. Los escoceses lo odiaban intensa y apasionadamente, cosa que por otra parte era bastante natural, pero apenas era menos odiado por sus propios paisanos, los cuales se daban cuenta de que intentaba socavar la posicin de su hermano Frederick, prncipe de Gales, que era el heredero del trono.

Se haba dispuesto un asiento especial para l cerca de la horca. Se acerc anadeando para acomodarse en l, resopl pesadamente, apoy la barbilla en una mano gordezuela y frunci el ceo con impaciencia. Tmidamente primero, con una evidente hostilidad despus, la multitud decidi ignorar la presencia de aquel hombre y pronto volvi a comportarse de la misma forma bulliciosa que antes. Vi a un hombre y a una mujer con aspecto de tenderos que salan a toda prisa de entre la multitud llevando en brazos el cuerpo inerte y ensangrentado de un nio de corta edad. La mujer sollozaba de una manera descontrolada. El hombre tena el rostro ensombrecido a causa de la pena y de la rabia. El nio era, obviamente, una de las vctimas que haban resultado pisoteadas cuando las tropas de Cumberland se abrieron paso a la fuerza entre la multitud. Tales incidentes, que eran cosa bastante corriente, difcilmente le granjeaban al sangriento duque las simpatas del populacho.

La campana de la iglesia de St. Sepulchre haba estado taendo sin cesar todo el rato, y ahora ya se distingua el carro del condenado, que se aproximaba seguido por varios soldados que portaban picas. El verdugo iba sentado delante, encima del atad, y detrs de l se hallaba el capelln de la prisin. El reo iba de pie en la parte de atrs, con la cabeza descubierta, la barbilla bien alta y las muecas atadas a la espalda. Era un hombre joven, no tendra ms de veinte aos, un muchacho apuesto cuyos cabellos negros como el azabache alborotaba el viento; tena los ojos de color azul claro, y no se poda negar que el perfil era muy noble. Vesta una levita de terciopelo color ciruela y unos calzones, arrugados y polvorientos, de la prisin. Not que tena la chorrera de encaje blanco muy ajada y manchada de suciedad.

La multitud bram al tiempo que le dejaba paso al carro, pero hubo algunos que, como yo, permanecieron en silencio. Quizs sintieran lo mismo que senta yo en aquellos momentos. Una dolorosa tristeza se apoder de m al ver bajar del carro al apuesto joven, tranquilo, digno, enfrentndose a aquella espantosa muerte con una increble valenta. No haba derecho. Era muy joven. Todo lo que haba hecho era darle apoyo al hombre que consideraba su rey legitimo. Una persona no deba morir por una cosa as. Y ningn hombre deba morir del modo en que iba a hacerlo aquel joven, en medio de una indecible agona. Yo me volv de espaldas, presa de las nuseas. Detestaba a los gobernantes que consentan semejantes muestras de salvajismo, detestaba a la gente que acuda en tropel para disfrutar mirando aquello y que saboreaba cada instante de la ejecucin. A veces la raza humana pareca francamente despreciable. Puede que yo fuera dura y estuviese primordialmente preocupada por mi propia supervivencia, pero una persona siempre debe albergar algunos sentimientos, aunque resulten molestos y hagan la vida mucho ms complicada.

Sobreponindome, ignorando el regocijado ruido que se produjo cuando el prisionero empez a subir los peldaos del patbulo, dej los sentimientos a un lado y centr la atencin en mi negocio. Yo haba ido all para vaciar bolsillos. Y eso es lo que iba a hacer. La multitud estaba concentrada ahora en el espectculo que se avecinaba. El momento era ideal. Slo tena que encontrar una vctima con el aspecto apropiado. Pase desenfadadamente alrededor de la multitud seleccionando a algunas posibles vctimas con gran cuidado. Ya haba descartado a varios candidatos cuando divis a dos caballeros que estaban juntos, de pie sobre una ligera elevacin del terreno, justo donde el gento acababa.

Perfecto. El individuo delgado que iba vestido de negro no tena un aspecto muy prometedor, pero el rubio corpulento pareca ser portador de artculos de primera, y yo tena va libre para escapar en el caso de que algo saliera mal. Me acerqu un poco ms a ellos y los estuve inspeccionando disimuladamente mientras me acariciaba un revoltoso rizo de color castao rojizo. Los dos hombres eran altos; el rubio, de fuerte constitucin, era un hombre fornido y slido al que no le sobraba un gramo de peso. Llevaba unas calzas de terciopelo color orn que le llegaban por la rodilla, levita, medias de seda blancas y unos maravillosos zapatos de cuero marrn con tentadoras hebillas de plata. Tena el rostro ancho, amplio y agradable; la barbilla estaba partida por una hendidura en medio, y la boca era grande y sensual. En otras circunstancias aquellos ojos de color marrn oscuro sin duda habran parpadeado amigablemente. El despeinado cabello rubio dorado le proporcionaba cierto toque adolescente. Pareca una persona afable, un acaudalado holgazn que probablemente se pasara la mayor parte del tiempo sentado ante las mesas de juego en compaa de mujeres hermosas y complacientes.

Su compaero era unos cinco centmetros ms alto, medira por lo menos un metro ochenta y cinco, y era extremadamente delgado, con hombros anchos y huesudos y la constitucin fuerte y nervuda de un atleta. Estaba de pie muy estirado, con las largas manos cerradas con fuerza y ojos ardientes. Pareca crujir literalmente a causa de la tensin, y se poda notar la enorme violencia, apenas reprimida, que se ocultaba bajo la superficie. Tena el pelo, espeso y fuerte, de un brillante color negro azabache, y una onda del mismo le caa sesgadamente por la frente y por la delgada, bella e insinuante cara. Los zapatos negros eran lo peor que llevaba, en seguida me di cuenta de eso; las hebillas de peltre no valan ni siquiera un cuarto de penique. Las medias de algodn, de color negro, presentaban por todas partes torpes zurcidos y, a pesar de estar cortadas con elegancia por un buen sastre, las calzas negras y la llameante levita tenan un ligero matiz verdoso producido sin duda alguna por el paso del tiempo.

Continu mirndolos mientras decida si deba o no correr el riesgo. Solo, el hombre fortachn y agradablemente rubio habra sido una vctima perfecta. Aunque me atrapara, aunque me cogiera la mueca con una de aquellas poderosas y bien formadas manos, seguro que una piadosa y sentimental historia astutamente narrada le convencera para dejarme marchar. Me recordaba a un cachorro, fornido y zalamero, de esos que son demasiado grandes para su edad, aunque en aquel momento la expresin que tena en el rostro fuese todo lo convenientemente grave que la situacin requera. Si el rubio pareca un cachorro, su acompaante era uno de esos viciosos y delgados perros alemanes, un doberman, tenso, encrespado y dispuesto para saltar. Aquel tipo tena instintos asesinos, y si yo hubiese sido juiciosa habra evitado acercarme a l.

La multitud se impacientaba mientras el capelln, sosteniendo piadosamente en la mano la Biblia y sin duda pensando ya en el provecho que obtendra cuando publicase su propia versin de la confesin del hombre condenado a muerte, le deca algunas palabras al reo. El joven movi la cabeza a ambos lados, renunciando a la oportunidad de pronunciar las tradicionales ltimas palabras ante la gente que haba all congregada. El duque de Cumberland se inclin hacia adelante en la silla y observ con avidez cmo el capelln se retiraba dando unos pasos hacia atrs y el verdugo dejaba caer el nudo corredizo sobre la cabeza del apuesto joven, se lo colocaba luego alrededor de la garganta y le daba un rpido y profesional giro. El fornido rubio le toc en el brazo a su compaero para indicarle que deban marcharse ya. El otro le apart la mano furiosamente y le espet unas speras palabras que yo no pude or por hallarme demasiado lejos. Present que conoca al prisionero, que haba un fuerte lazo entre ellos.

Me dije a m misma que aquel hombre estara demasiado atento a los acontecimientos para prestarle atencin a cualquier otra cosa. Me acercara disimuladamente, hara mi trabajo y, antes de que cualquiera de ellos se diese cuenta de lo que haba sucedido, yo ya me hallara lo suficientemente lejos. Segura de mi destreza, ms segura de lo que hubiese sido conveniente, yo no era de las que le daban la espalda a un desafo. Y as, cepillndome una mota de holln de mi descolorida falda azul violcea, tom una profunda bocanada de aire y me acerqu paseando como el que no quiere la cosa hacia aquellos dos hombres para caer directamente en los brazos de un futuro tempestuoso e implacable.

3

Alborotada, estridente, la multitud esperaba con impaciencia mientras el verdugo hacia los ltimos preparativos acariciando la soga casi con amor. El joven vestido de terciopelo color ciruela estaba de pie, muy quieto, con la vista fija hacia el frente y ajeno al parecer al nudo que le haban puesto alrededor del cuello. Cumberland se inclin hacia adelante en el lujoso silln dorado que le haban proporcionado y se sujet tenazmente a los brazos del mismo con manos rechonchas; un brillo codicioso y rapaz se vea en los diminutos ojos de aquel cerdo. Detrs de l la gente de buen tono que ocupaba los bancos de Mother Proctor sonrean y conversaban, y algunos de ellos se haban puesto de pie para obtener as una mejor visin del acto. El verdugo hizo chascar la lengua y asinti satisfecho tras asegurarse de que el golpe le producira al reo el mximo dolor sin llegar a romperle el cuello. El ahorcamiento era un arte refinado que requera de los ms habilidosos toques. Si se realizaba en debida forma, silo llevaba a cabo un maestro, se poda conseguir que la vctima estuviera dando patadas al aire durante casi veinte minutos, mientras boqueaba, gorgoteaba y sufra una indecible agona antes de que la muerte lo liberase al fin.

- Creo que ser mejor que nos marchemos ya, Gordon - dijo el hombre corpulento y rubio. Tena una voz bonita, muy profunda, aunque al mismo tiempo suave y tranquilizadora -. Siendo primo carnal del muchacho es una locura que te obligues a someterte a este horror.

- Se comport de una forma condenadamente alocada.

Todos lo hicieron, incluso mis dos hermanos, al seguir a ese joven idiota, inepto e irresponsable. Oh, el Hermoso Prncipe tiene el encanto suficiente, eso lo doy por sentado, pero si alguna vez ha tenido dos clulas del cerebro funcionando al mismo, habr sido un milagro. Eso fue lo que les dije cuando me pidieron que yo tambin le jurara fidelidad.

Aquellas duras palabras, pronunciadas con voz fra y cortante, me produjeron escalofros en la espina dorsal. El rubio pareca sentirse a disgusto, pues unas arrugas de preocupacin le