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ORIGEN Y DESARROLLO DE

LOS PARTIDOS POLÍTICOS∗

Joseph LaPalombara

Myron Weiner

El partido político es una creación de los sistemas políticos modernos y de los

que se encuentran en proceso de modernización. Si se piensa en las

democracias angloamericanas o en los sistemas totalitarios como la Unión

Soviética, la Italia fascista y la Alemania nazi; en los recientemente formados

Estados africanos durante sus primeros años de evolución independiente o en

las repúblicas latinoamericanas que han caminado lentamente durante todo un

siglo; o un territorio enorme antes colonizado como el de la India, en su

avance a tientas hacia la democracia; o en un Estado comunista, igualmente

enorme, como China, en su búsqueda de movilizar a una población mediante

métodos totalitarios, de una u otra manera el partido político es omnipresente.

Dondequiera que ha surgido un partido político parece desempeñar

algunas funciones comunes en una amplia variedad de sistemas políticos y en

diversas etapas del desarrollo social, político y económico. Ya sea en una

sociedad libre o en un régimen totalitario, se espera que la organización

denominada partido organice la opinión pública y comunique las demandas al

centro del poder y de la toma de decisiones gubernamentales. De alguna

manera, el partido también debe comunicar a sus seguidores el concepto y

sentido de la comunidad más amplia, aun cuando el objetivo de la dirección

del partido sea modificar profundamente, o incluso destruir, a la comunidad

∗ Tomado de Joseph LaPalombara y Myron Weiner (comps.), Political Parties and Political Development, Princeton University Press, Princeton, Nueva Jersey, 1966, pp. 3-42. La traducción es de Leticia García Urriza.

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más amplia y remplazarla por otra. Por otra parte, trátese de un país

relativamente democrático como la India o relativamente no democrático

como Ghana, de una democracia de larga historia como la de Gran Bretaña o

de un próspero Estado totalitario como la Unión Soviética, es probable que el

partido se encuentre estrechamente vinculado al reclutamiento político: la

selección de los líderes políticos en cuyas manos estarán en gran medida el

poder y las decisiones.

Estas similitudes de función –las cuales podrían multiplicarse todavía

más– sugieren que el partido político surge dondequiera que las actividades de

un sistema político alcanzan un cierto grado de complejidad, o siempre que la

noción de poder político llega a incluir la idea de que las masas deben

participar o ser controladas. Por consiguiente, podría argumentarse que, así

como la burocracia surgió cuando la administración pública ya no pudo ser

manejada por la casa del príncipe, el partido político se materializó cuando las

tareas de reclutamiento de líderes políticos y de creación de políticas públicas

no pudieron ser ya manejadas por una pequeña camarilla de hombres a los que

no les interesaba el sentir público. El surgimiento del partido político

claramente implica que las masas deben ser tomadas en cuenta por la élite

política, ya sea por un compromiso con la noción ideológica de que las masas

tienen derecho a participar en la determinación de la política pública o en la

selección de los dirigentes, o bien por la conciencia de que incluso una élite de

rigidez dictatorial debe encontrar los medios de organización que le aseguren

una conformidad y un control estables.

No es una casualidad histórica el que los regímenes dictatoriales del

mundo moderno hayan tenido un fuerte sustento en el partido político. Si las

presas o las fábricas de acero son concebidas por las élites políticas como

símbolos de modernidad económica en las áreas de desarrollo, de igual

manera al partido se le ve popularmente como símbolo de modernidad

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política. De modo que las élites políticas posiblemente crean partidos (o dan

tal nombre a alguna otra agrupación política) cuando de hecho no existen las

condiciones para el establecimiento y mantenimiento de los partidos políticos

y cuando lo que se ha creado no es de hecho un partido político. El desarrollo

político implica, entre otras cosas, una cierta participación política por parte

del gran número de personas que no pertenecen a la élite política dominante.

En el sentido más amplio, la participación puede significar sólo una

participación psicológica en el proceso político: una cierta identificación con

el Estado-nación como algo distinto de las agrupaciones localistas, una

capacidad de experimentar empatía con aquellos que toman las decisiones

políticas,1 una disposición a dar apoyo al sistema político y quizás incluso a

las políticas seguidas.2 Puede ser que una parte de la población se encuentre

alienada, pero la alienación implica desviaciones de una norma o de una

identificación que se dio en el pasado. En algunos sistemas políticos, en

particular en aquellos que son autoritarios o totalitarios, la participación puede

ser sobre todo psicológica y sólo en grado mínimo sustancial. Pero en todos

los regímenes democráticos, e incluso en algunos sistemas totalitarios, la

participación es con frecuencia también sustancial. Los individuos pueden

votar, participar en asociaciones voluntarias con miras a influir en la política

pública, o ser miembros de partidos políticos interesados en tener ingerencia

en la selección de los candidatos a cargos públicos.3 En regímenes no

democráticos de naturaleza plebiscitaria puede haber asistencia a reuniones y

1 En cuanto al concepto de “empatía” como rasgo de modernidad, véase Daniel Lerner, The Passing of Traditional Society, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1958, pp. 47-54. 2 Sobre la importancia del apoyo al sistema en los sistemas políticos modernos, véase Gabriel A. Almond y Sidney Verba, The Civic Culture, Princeton University Press, Princeton, 1963, cap. 4. 3 Esta función o actividad, sin embargo, a menudo es artificial cuando es desempeñada por los partidos. Un buen ejemplo puede verse en Leonard Binder, Iran: Political Development in a Changing Society, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1962, pp. 221-226.

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movilizaciones políticas para fines relacionados con el sistema tales como el

desarrollo económico o la conducción de la guerra.4

El desarrollo político también implica una complejidad política que

requiere un grado alto de organización. De hecho, una visión del desarrollo

sugiere que en una sociedad moderna la gente tiene la capacidad de establecer

y mantener formas de organización de gran alcance y muy complejas pero

flexibles, capaces de llevar a cabo las funciones nuevas y ampliadas que las

sociedades modernas requieren. Por tanto, la capacidad de utilizar la energía y

la tecnología para ejercer un control sobre la naturaleza no sólo implica

habilidades técnicas, sino también la capacidad de crear formas corporativas

para la administración a gran escala de hombres y materiales en industrias

modernas. De igual manera, una sociedad moderna requiere un sistema escolar

complejo y universidades capaces de innovar o de adaptarse a la innovación;

burocracias capaces de realizar las tareas complejas de los gobiernos

modernos; e instituciones intrincadas para manejar los medios masivos de

comunicación y las redes de transporte para facilitar el flujo de ideas,

información y personal.5 Estos desarrollos sugieren no sólo que el hombre es

capaz de crear organizaciones complejas para determinado propósito, sino

también que en ciertas etapas del desarrollo histórico el hombre de hecho se

ve obligado a formar tales organizaciones.

Debe quedar claro, pues, que cuando hablamos de partidos no nos

referimos a esas camarillas, clubes y pequeños grupos de personajes

importantes que pueden identificarse como los antecedentes del moderno 4 Es bien conocido el uso plebiscitario de los partidos en los sistemas totalitarios como el de la Alemania nazi, la Italia fascista y la Unión Soviética. Véase, por ejemplo, William Ebenstein, The Nazi State, Farrar and Rinehart, Nueva York, 1943, pp. 43-44; Denis Mack Smith, Italy: A Modern History, University of Michigan Press, Ann Arbor, 1959, pp. 389-402; y Merle Fainsod, How Russia is Ruled, ed. revisada, Harvard University Press, Cambridge, 1963, parte II y pp. 381-382. 5 Otros autores de esta colección publicada por Princeton University Press tratan el problema de la definición de la modernidad. Véase, por ejemplo, Lucian W. Pye (comp.), Communications and Political Development, 1963, pp. 14-20; Joseph LaPalombara (comp.), Bureaucracy and Political Development, 1963, pp. 9-14, 35-48; Robert E. Ward y Dankwart A. Rustow (comps.), Political Modernization in Japan and Turkey, 1964, pp. 3-13.

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partido político en la mayoría de los países occidentales. En Inglaterra, por

ejemplo, es posible rastrear el origen de los partidos a principios del siglo

XVII; en Francia, el desarrollo de pequeños grupos que eran partidos

embrionarios se materializó tiempo después, pero con toda claridad

previamente a la Revolución de 1789. Desde luego, las camarillas, clubes y

grupos de personajes importantes buscaban acaparar y controlar el ejercicio

del poder político y en este sentido evidenciaban una de las características

principales de los partidos políticos. Sin embargo, cuando hablamos de

partidos políticos en este ensayo, no nos referimos al grupo de personajes

importantes unido superficialmente y con relaciones limitadas e intermitentes

con sus contrapartes locales. Nuestra definición requiere, más bien, 1)

continuidad en la organización –es decir, una organización cuya vida

previsible no dependa de lo que dure la de los líderes actuales–; 2) una

organización clara y permanente en el nivel local, con comunicaciones

establecidas y otras relaciones entre unidades locales y nacionales; 3) una

determinación consciente de los líderes tanto en el nivel nacional como el

local para conseguir y mantener el poder de tomar las decisiones solos o en

coalición con otros, no simplemente para influir en el ejercicio del poder; y 4)

interés de la organización por buscar seguidores en las urnas o luchar de

alguna manera por el apoyo popular.

Dada esta definición, es obvio que los partidos políticos son sobre todo

un fenómeno del siglo pasado. En Inglaterra el partido moderno logró avanzar

con la organización de las sociedades de registro locales favorecidas por los

liberales luego de la Reforma de 1832.6 En Francia y otros lugares del

continente la transformación de las camarillas legislativas o clubes políticos en

organizaciones orientadas a las masas se asocia con el año revolucionario de

6 Véase Samuel H. Beer, “Great Britain: From Governing Elite to Organized Mass Parties”, en Sigmund Neumann (comp.), Modern Political Parties, University of Chicago Press, Chicago, 1956. También, R. T. McKenzie, British Political Parties, St. Martin’s Press, Nueva York, 1955.

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1848. En Estados Unidos, aunque los partidos modernos con estructuras

estables y una continuidad sustancial aparecieron en la década de 1790 con los

federalistas de Hamilton y Adams y los republicanos de Jefferson y Madison,

no fue sino hasta la época de Andrew Jackson en la década de 1830 cuando la

organización del partido se desarrolló para incluir fuertes centros de poder

local con una base popular sustantiva.7 En Japón, el primero de los países

asiáticos en transplantar instituciones políticas occidentales importantes, los

partidos (en el sentido que estamos usando el término) no surgieron sino hasta

después de la restauración de Meiji, en 1867, y quizás no fue sino hasta la

Primera Guerra Mundial.8

Los pequeños grupos oligárquicos que tomaron el nombre de partido en

algunos países de América Latina, África y Asia son más parecidos a los

grupos de personajes importantes de la República romana o, en algunos casos,

a los clubes revolucionarios de la Francia de finales del siglo XVIII, que a los

partidos políticos preocupados por conseguir y mantener el apoyo popular en

las democracias modernas o en los Estados totalitarios. La desaparición de los

que a menudo fueron llamados partidos políticos en algunos Estados nuevos

del Sur de Asia y África sólo podría sugerir que no existían las condiciones

necesarias para el establecimiento y mantenimiento de los partidos, o que los

grupos que desaparecieron no eran partidos políticos en nuestro sentido del

término.

Si, como sugerimos, el surgimiento de los partidos políticos es un

indicador institucional útil de un nivel de desarrollo político y su aparición

está relacionada con el proceso de modernización, entonces debemos

preguntarnos qué facilita este desarrollo en el proceso de modernización. Para 7 V. O. Key, Politics, Parties and Pressure Groups, Crowell Publishers, Nueva York, 1958; William N. Chambers, Political Parties in a New Nation: The American Experience, 1776-1809, Oxford University Press, Nueva York, 1963. 8 Robert Scalapino, “Japan: Between Traditionalism and Democracy”, en Sigmund Neumann, op. cit., pp. 305-315. Véase también Robert Scalapino, Democracy and the Party Movement in Prewar Japan: The Failure of the First Attempt, University of California Press, Berkeley y Los Ángeles, 1953.

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entender las condiciones necesarias para el establecimiento y mantenimiento

de los partidos políticos modernos debemos, primero, pasar a un examen de

las circunstancias históricas en las que surgieron.

1. Los orígenes de los partidos

La creación de los partidos ha sido un proceso continuo. Los cementerios

históricos están llenos de partidos que dominaron la escena política pero que

más tarde no lograron adaptarse a las circunstancias nuevas y por tanto

murieron, fueron absorbidos por movimientos nuevos y más activos o se

consumieron hasta convertirse en pequeños partidos marginales. No obstante,

las circunstancias en las que aparecen primeramente los partidos en un sistema

político en desarrollo –junto con su carácter y configuración iniciales–

claramente tienen un efecto importante en el tipo de partidos que luego

surgen. Examinaremos brevemente tres tipos de teorías que se han planteado

para explicar los orígenes de los partidos: las teorías institucionales, que se

centran en la interrelación entre los primeros parlamentos y el surgimiento de

los partidos; las teorías de la situación histórica, que hacen hincapié en las

crisis o tareas históricas que los sistemas han enfrentado en el momento en

que los partidos se desarrollaron; y, por último, las teorías del desarrollo, que

relacionan a los partidos con los procesos, más amplios, de modernización.

Partidos y parlamentos

En Occidente es habitual asociar el desarrollo de los partidos con el

surgimiento de los parlamentos y con la extensión gradual del sufragio. Una

formulación histórica general de este proceso gradual es la división que hizo

Max Weber de la evolución del partido en las etapas de camarillas

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aristocráticas, pequeños grupos de personajes importantes y democracia

plebiscitaria.9 Duverger señala también que los partidos están relacionados

con la evolución de los parlamentos nacionales y el crecimiento cuantitativo

del electorado. Los partidos, plantea, surgieron de las asambleas políticas

cuando sus miembros sintieron la necesidad de que el grupo actuara de común

acuerdo. Cuando más tarde se extendió el alcance del voto, estos comités

comenzaron a organizar a los electores. La teoría de Duverger postula, pues,

etapas en el desarrollo del partido: primero la creación de grupos

parlamentarios, luego la organización de comités electorales y finalmente el

establecimiento de conexiones permanentes entre estos dos elementos.10

Tanto Weber como Duverger señalan que las camarillas y los clubes

políticos de las élites, aunque a menudo fueron los precursores de los partidos

políticos, no eran partidos políticos en el sentido en que hemos estado usando

el término. El famoso “Club bretón”, el cual se formó en la Francia

prerrevolucionaria y más tarde se convirtió en el núcleo de los jacobinos, no

fue más que una camarilla legislativa que tenía como base una región

geográfica específica; de manera similar, los clubes políticos y salones

aristocráticos que persistieron en Inglaterra en el siglo XIX eran esencialmente

organizaciones por convenio provisionales para la elección de personajes

importantes para el parlamento y, aunque de manera menos usual, para reunir

legisladores que pudieran tener visiones similares.

Así pues, hablar de partidos políticos en Europa antes de mediados del

siglo XIX es en realidad hablar de manera muy imprecisa. No es sino hasta que

el sufragio se extendió y los personajes importantes sintieron la necesidad de

algún tipo de organización de partido en el nivel local cuando encontramos los 9 Max Weber, “Politics as a Vocation”, en Hans Perth y C. Wright Mills (comps.), From Max Weber: Essays in Sociology, Oxford University Press, Nueva York, 1946, pp. 102-107. 10 Maurice Duverger, Political Parties, John Wiley and Sons, Nueva York, 1955, pp. xxiii-xxxvii. Entre los mejores críticos de Duverger están Aaron B. Wildavsky, “A Methodological Critique of Duverger’s Political Parties”, Journal of Politics, vol. 21, 1959, pp. 303-318; y Harry Eckstein, “Political Parties”, en The International Encyclopedia of the Social Sciences, de próxima publicación.

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primeros prototipos significativos de lo que hoy día conocemos como partidos

de masas. Duverger tiene toda la razón al insistir en que es muy importante

saber si los partidos se crearon inicialmente de manera interna o externa. Un

partido político creado internamente es aquel que surge de manera gradual a

partir de las actividades de los legisladores mismos. Cuando se va haciendo

cada vez más patente la necesidad de crear coaliciones legislativas y de

asegurar la reelección de los miembros de éstas, aparece la organización

política en el nivel local o en los distritos electorales. Como señala Duverger,

esta organización de nivel local puede ser simplemente el resultado del hecho

de que ciertos grupos o facciones legislativas no comparten más que el tener

su origen en la misma región geográfica del país. Así fue en el caso de los

grupos legislativos que surgieron en Francia en el siglo XVIII;11 y, de manera

sorprendente y muy similar, fue lo que sucedió al surgir los primeros partidos

políticos en las décadas de 1870 y 1880 en Japón.12 Del mismo modo, en

Italia, la cual logró su unificación más tarde, las primeras organizaciones de

partido reflejaban la proximidad geográfica de ciertos legisladores que

buscaban una acción coordinada y cierta semejanza de organización local

como una manera de asegurar el control de la política gubernamental, por un

lado, y de la reelección en el cargo, por otro lado.13

Por lo general se considera que el verdadero impulso para la creación de

cierta forma de organización partidista en el nivel local en Occidente fue la

extensión del sufragio. Los pasos más importantes en la creación de la

organización de partido en Gran Bretaña pueden asociarse claramente con las

reformas electorales de 1832, 1867 y 1884. Donde el sufragio se encuentra

muy restringido, simplemente no se necesitan comités electorales locales;

donde se extiende, se hace claramente patente la necesidad de granjearse a las

11 Maurice Duverger, op. cit., pp. xxiv-xxv. 12 Robert Scalapino, “Japan: Between Traditionalism and Democracy”, en Sigmund Neumann, loc. cit. 13 Denis Mack Smith, op. cit., pp. 27-35.

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masas. Lo que alguna vez fue una lucha limitada a una élite aristocrática o a

pequeños grupos de personajes importantes ahora se convierte en un drama

fundamental en el que desempeñan un papel activo grandes porciones de la

ciudadanía.

En la medida en que los grupos parlamentarios firmemente establecidos

reconocen las implicaciones de un sufragio de mayor alcance, puede

detectarse un esfuerzo por crear comités electorales locales. Así pues, en

buena parte de Europa por lo menos, el partido político moderno comenzó

cuando se estableció una relación útil y continua entre esos comités y los

grupos legislativos. Podemos hablar de partidos políticos creados de manera

interna cuando la organización local y la conexión parlamentaria local se

establecen como resultado de la iniciativa ejercida por aquellos que ya están

en la legislatura o por quienes se encuentran ya en el poder público nacional.

Con esto no se implica, desde luego, que las unidades locales sean

necesariamente sólo obra de los legisladores, pues a menudo hay grupos

locales que proporcionan la base para una organización de masas. Algunos

casos notables de partidos creados internamente serían los partidos

Conservador y Liberal en Gran Bretaña y Canadá, los partidos Demócrata y

Republicano de Estados Unidos, los primeros partidos conservadores que

surgieron en Escandinavia a mediados del siglo XIX, los Partidos Nacional

Liberal y Progresista en el Japón posterior a Tokugawa, y el Partido Liberal de

la Italia del siglo XIX.

Los partidos creados externamente son aquellos que surgen fuera de la

legislatura e invariablemente implican un desafío al grupo gobernante y una

demanda de representación. Estos partidos constituyen un fenómeno más

reciente; siempre están asociados con un sufragio extendido, con ideologías

religiosas o seculares articuladas con gran fuerza y, en la mayoría de las

regiones en desarrollo, con movimientos nacionalistas y anticolonialistas. Este

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tipo de partidos puede recibir el impulso original para su organización de

agentes tan variados como sindicatos, cooperativas, estudiantes universitarios,

intelectuales, organizaciones religiosas, asociaciones de veteranos, etcétera.

En Occidente, los ejemplos más notables de partidos creados externamente

fueron los diversos partidos socialistas que surgieron a finales del siglo XIX y

el Partido Cristiano o el Demócrata Cristiano que se crearon a principios del

siglo XX en parte como respuesta a los movimientos políticos proletarios. El

papel de los sindicatos en el establecimiento del Partido Laborista Británico y

de varios partidos socialistas del continente, de las cooperativas agrícolas en la

creación de los fuertes partidos agraristas en Escandinavia, de las

organizaciones religiosas en la creación de partidos políticos en Bélgica,

Austria, Alemania, Francia e Italia es demasiado bien conocido como para que

lo analicemos aquí. De manera similar, la mayoría de los partidos políticos

que ahora operan en África y Asia fueron, en un inicio, movimientos

nacionalistas, movimientos mesiánicos y milenaristas, y asociaciones tribales,

religiosas o de castas que se desarrollaron fuera, y en algunos casos en contra,

de cualquier estructura parlamentaria creada por los gobiernos coloniales.

Duverger dice que los partidos creados externamente tienden a ser más

centralizados que los de creación interna, más coherentes en lo que respecta a

ideología y más disciplinados, menos sujetos a la influencia de los

contingentes legislativos de los partidos y en general menos dispuestos a

atribuir demasiada importancia al parlamento o a ser deferentes con éste. Es

muy posible que así sea,14 y de ser así, esto explicaría en parte por qué muchos

órdenes constitucionales que reflejan los valores y las respectivas posiciones

de poder del siglo XVIII se ven claramente amenazados por algunos de los

partidos de masas de creación externa y de más reciente cuño. No es sólo que

14 Sin embargo, hay que evitar las generalizaciones, como lo muestra, por ejemplo, la gran importancia del contingente parlamentario en el Partido Laborista Británico.

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los partidos externamente creados sean más ideológicos, más disciplinados o

más agresivos en cuanto a sus demandas al sistema; en buena medida, sucede

también (como resultado de las circunstancias en las que surgieron) que con

frecuencia no han desarrollado un interés personal en las instituciones

políticas (y en la mayoría de los casos sociales y económicas) existentes. Esta

observación es igualmente válida en las áreas de desarrollo en las que los

movimientos nacionalistas toman por lo general el control total de la

estructura gubernamental cuando los gobernantes coloniales se retiran del

sistema político. Mientras que los partidos socialistas en Europa a menudo

tuvieron que hacer las paces con aquellos que operaban la estructura

parlamentaria –o se arriesgaban a una guerra civil–, los movimientos

nacionalistas que tomaban el poder se encontraban, por así decir, con una

tabula rasa en la cual operar y podían, si así lo decidían, abolir el sistema

parlamentario mismo. Los partidos nacionalistas a menudo encontraron

relativamente fácil establecer sistemas unipartidistas e imponer restricciones

extraordinarias a las libertades civiles precisamente porque ningún grupo

organizado de la sociedad con apoyo popular estaba comprometido con el

mantenimiento de un marco de competencia.15 Los líderes de muchos partidos

gobernantes en África, en su intento de establecer una autoridad central o bien

de aprovechar la oportunidad de concentrar el poder para engrandecerse, a

menudo han prohibido otros partidos políticos y abolido las elecciones libres.

Por otra parte, los partidos socialistas de Europa que rechazaron la estructura

parlamentaria a menudo terminaron socializados en el orden constitucional

democrático. Los partidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, en

particular de Austria y Alemania, recordaron los días aciagos de la década de

1920 y principios de la de 1930, cuando la militancia tuvo como resultado, no

un surgimiento del socialismo sino de los regímenes totalitarios; hoy en día la

15 Véase David Bayley, Public Liberties in the New States, Rand McNally and Co., Chicago, 1964.

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moderación de los partidos en estos países, ya no digamos su apoyo al orden

parlamentario, está relacionada en parte con los recuerdos de tiempos que no

es posible olvidar.16

Mientras que algunos estudiosos, como hemos visto, han hecho hincapié

en la importancia del parlamento y en la expansión del sufragio como una

variable crucial en el surgimiento de los partidos, otros, en particular algunos

investigadores de la historia intelectual europea, han subrayado el papel de la

ideología. Así pues, el surgimiento de los parlamentos, el sufragio de los

adultos y los partidos mismos están relacionados con el surgimiento gradual

de las ideologías democráticas. La noción de soberanía popular y la temprana

noción medieval del tiranicidio son consideradas como esfuerzos para limitar

el poder autocrático. R. R. Palmer, en su estudio sobre la manera en que las

“clases bajas” se incorporaron al proceso político europeo,17 ha argumentado

de manera convincente que los conceptos que justificaron la imposición de

límites a la autoridad de los reyes y las nociones que hicieron posible la

creación de los parlamentos, la expansión del sufragio y el establecimiento de

las libertades civiles preceden a estos desarrollos. En lo que respecta al

surgimiento de los partidos o a las organizaciones o movimientos que

anteceden a éstos, puede efectivamente demostrarse que una gran diversidad

de ideologías han servido de hecho como vehículos para su justificación. En

efecto, algunos partidos se crearon como instrumentos de las contraideologías,

en franco desacuerdo con los valores políticos dominantes. Con frecuencia se

ha señalado, por ejemplo, que las doctrinas republicanas que sostenían la

constitución norteamericana no consideraban a los partidos como una

institución de la sociedad democrática; de igual modo, el pensamiento liberal

británico del siglo XIX prestaba poca atención a los partidos que estaban

16 Kart Shell, The Transformation of Austrian Socialism, University Publishers, Nueva York, 1961. 17 R. R. Palmer, The Age of the Democratic Revolution, Princeton University Press, Princeton, 1959.

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surgiendo con rapidez. La doctrina socialista veía a los partidos como

instrumentos de las clases, que se desvanecerían junto con el Estado cuando

llegara a su fin la lucha de clases. De hecho la mayoría de los partidos de

masas existentes en Occidente probablemente no habrían surgido de no haber

aparecido, además de la expansión del sufragio, desafíos directos a las

ideologías prevalecientes.

En realidad no hubo ningún intento sistemático ni de estudiar los partidos

de manera empírica ni de ubicarlos en el contexto de la teoría democrática

hasta comienzos del siglo XX con los escritos de Michels y Ostrogorski. Por

otra parte, el rápido desarrollo de los partidos de masas en Asia y África –al

menos en lo que concierne a los partidos no comunistas– parece haber tenido

lugar sin el beneficio de la teorización sistemática. El Partido del Congreso en

la India, el Kuomintang en China y los partidos Meiji en Japón surgieron, por

así decirlo, de situaciones locales en medio de los grandes desarrollos

históricos que los afectaron y que a su vez fueron afectados por ellos.

No obstante, se requiere de una mayor teorización, pues los intentos de

Duverger de seguir la pista de los inicios de los partidos hasta el surgimiento

de los parlamentos y los sistemas electorales difícilmente pueden aplicarse a la

mayoría de las áreas de desarrollo. Desde luego, hay algunos regímenes

coloniales que crearon entidades representativas e incluso instituyeron un

sufragio limitado. Pero, aun en esos casos, los movimientos nacionalistas a

menudo se negaron a trabajar dentro del sistema parlamentario. En la India,

por ejemplo, el movimiento nacionalista se desarrolló antes de que se crearan

los parlamentos central y estatal y en principio se negó a trabajar dentro de los

consejos legislativos hasta mediados de la década de 1930, unos cincuenta

años después de que el movimiento comenzó y unos quince años después de

que asumiera un carácter popular. Por otra parte, muchos regímenes coloniales

fueron tan hostiles a los intentos nacionalistas de establecer países

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independientes que los movimientos nacionalistas tuvieron que funcionar de

manera clandestina. En Argelia e Indonesia, por ejemplo, los movimientos

nacionalistas tuvieron que adoptar un carácter militar para vencer a los

regímenes coloniales que se negaban a concederles la independencia; en

ciertos lugares de África que se hallan aún bajo el dominio portugués y en el

régimen del Apartheid de Sudáfrica existen situaciones similares. Por último,

hay situaciones en las que los partidos de masas se materializan donde no

existe ni un régimen colonial ni un sistema parlamentario. En las repúblicas

latinoamericanas ocasionalmente han surgido partidos políticos cuyo

propósito es terminar con el poder monopólico militar o de las élites

terratenientes que controlan el gobierno. En la China de la década de 1920, el

Kuomintang fue organizado por una facción de los intelectuales con el

propósito expreso de crear una fuerza militar y apoyo político con el fin de

establecer un control centralizado sobre las diversas regiones del país. Y, por

último, incluso en los casos europeos, no siempre es claro que los primeros

partidos de masas se materializaran en sociedades en las que ya se habían

establecido sistemas parlamentarios. En Italia, por ejemplo, el grupo

mazziniano que surgió a principios del siglo XIX tuvo, como en China, un

carácter cuasimilitar y un interés primordial en lograr la unificación de los

Estados italianos.18

Sería más provechoso ver las circunstancias parlamentarias en las que

surgieron algunos partidos europeos sencillamente como un tipo de

circunstancia histórica, no como el caso general del cual todos los demás son

desviaciones. Sin embargo, los casos europeos sí llaman la atención acerca del

hecho de que los partidos a menudo surgen de situaciones de crisis. En ciertas

circunstancias son las criaturas de una crisis política sistémica, mientras que

18 Si al lector le interesa conocer un interesante análisis del movimiento mazziniano como prototipo de los partidos surgidos de condiciones colonialistas, véase Guglielmo Negri, Three Essays on Comparative Politics, Milán, 1964, pp. 45-54.

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en otras su propio surgimiento significa una crisis para el sistema. Pues con

frecuencia surge una crisis que la élite política establecida –trátese de reyes,

aristócratas o burócratas coloniales– o bien no está dispuesta o no es capaz de

manejar de una manera que inhiba el establecimiento de una organización

política de oposición. Estas crisis históricas significan, pues, una “carga” para

el sistema político tradicional que o bien tiene como resultado la organización

de partidos políticos, o es causada en realidad por el surgimiento de los

partidos. Ahora pasaremos a este concepto de “crisis” o “cargas”.

Crisis en los sistemas políticos

En otra parte de esta compilación19 se ha tratado al concepto de crisis como

los desarrollos histórico-situacionales que por lo general experimentan los

sistemas políticos cuando pasan de una forma tradicional a una más

desarrollada. Se ha sugerido que la forma en que las élites políticas enfrentan

tales crisis (y en algunos casos evitan que adquieran proporciones graves)

puede determinar la clase de sistema político que se desarrolla.20 El punto en

el que haremos hincapié aquí es que tales crisis históricas a menudo no sólo

proporcionan el contexto en el que surgieron primeramente los partidos

políticos, sino que también tienden a ser un factor crucial en la determinación

de qué patrón de evolución adoptarán más tarde los partidos. A menudo se

trata de momentos históricos cruciales en los sistemas políticos. Se crean

nuevas instituciones que persisten durante mucho tiempo después de

desaparecidos los factores que precipitaron su creación; y en las mentes de

quienes participaron o fueron testigos de los acontecimientos quedan 19 Véase Lucian W. Pye y Sidney Verba, Political Culture and Political Development, Princeton University Press, Princeton, 1965. 20 Nuestra formulación coincide con la importante observación de Max Weber de que los acontecimientos fundamentales de la historia de una nación pueden tener una repercusión duradera en el tipo de sistema que desarrolle y que las diferencias entre los sistemas a menudo pueden explicarse con base en esas experiencias. Max Weber, The Methodology of the Social Sciences, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1949, pp. 182-185.

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recuerdos que tienen efectos más tarde en la conducta política. Estas crisis

políticas internas pueden precipitarse por una gran variedad de cambios

paramétricos, a veces simultáneos: guerras, inflación, depresión, movimientos

populares masivos, explosión demográfica, o cambios menos dramáticos en el

sistema educativo, las formas de ocupación, el desarrollo agrícola o industrial,

o el desarrollo de los medios de comunicación masiva. De las diversas crisis

políticas internas que las naciones han experimentado durante el periodo en el

que se estaban formando los partidos políticos, tres nos parecen las más

sobresalientes por su repercusión en la formación de los partidos: legitimidad,

integración y participación. Aunque estas crisis pueden ser analíticamente

distintas, es común señalar que en la mayoría de los países de desarrollo tardío

frecuentemente se condensan de modo que el mando político tiene la

extraordinaria responsabilidad de intentar enfrentar de manera simultánea

problemas políticos que en otras sociedades históricamente se han propagado

durante periodos de tiempo relativamente largos. Además, aunque no existe

una secuencia lógica temporal para estas crisis, como veremos, su secuencia

tiene importantes consecuencias que deben tenerse en mente. Por último, no

todos los cambios tienen que darse en proporciones que implican una crisis.

Pueden ocurrir cambios de manera imperceptible, y los líderes políticos

pueden resultar suficientemente hábiles como para manejar tales “cargas”

transformando un sistema de un estado a otro con una tensión mínima.

De estas tres crisis, la de la legitimidad es la cuestión en torno a la cual se

crearon algunos de los primeros partidos tanto en Europa como en las áreas de

desarrollo.21 Los partidos internamente creados de los que habla Duverger

parecen haber surgido en un tiempo en el que se debatieron mucho las

21 S. M. Lipset analiza la “crisis de legitimidad” en la evolución de Estados Unidos como nación-Estado. También hace un examen empírico detallado de la experiencia norteamericana en cuanto a varios de los problemas que analizamos en este apartado. Véase su The First New Nation, Basic Books, Nueva York, 1963, pp. 16-23.

Page 18: LaPalombara y Weiner

18

cuestiones de legitimidad (o de orden constitucional). Pero sir Lewis Namier,

en su estudio ahora clásico The Structure of Politics at the Accession of

George III,22 ha argumentado de manera convincente que la política de la

Inglaterra de mediados del siglo XVIII puede analizarse sin mencionar esas

denominaciones partidistas que son Whigs y Tories. Namier sugiere que los

miembros parlamentarios entraron al parlamento por una diversidad de

razones; que no había ninguna organización de partido que uniera a estos

hombres en apoyo de políticas y programas, y que cualquier agrupación

existente se basaba en gran medida en lealtades personales; que el gobierno no

podía contar con la lealtad de los miembros del parlamento en función de

filiaciones partidistas; y, lo más importante desde nuestro punto de vista, que

los partidos no existían en el nivel local. Dankwart Rustow, en su estudio

sobre los partidos políticos suecos,23 argumenta de manera similar que los

viejos partidos aristócratas Rural y Ministerial que se desarrollaron dentro del

parlamento durante un tiempo en que la legitimidad de las instituciones

representativas estaba siendo por primera vez establecida se encontraban

limitados al parlamento con una membresía restringida e inestable y para nada

involucrada en la organización de masas. Por otra parte, aunque no existían los

partidos en el sentido en que hemos utilizado el término, había por lo menos

un vago sentimiento en la mente de algunos individuos de que las diferencias

políticas podían identificarse mediante el “partido”. Como Herbert Butterfield

ha insistido,24 los partidos en Gran Bretaña (y en Suecia) se crearon primero

en la mente de los hombres; su evolución hacia los modernos partidos

políticos tuvo lugar cuando el sistema político experimentó un crisis de

participación.

22 Sir Lewis Namier, The Structure of Politics at the Accession of George III, The Macmillan Company, Londres, 1959. 23 Dankwart A. Rustow, The Politics of Compromise: A Study of Parties and Cabinet Government in Sweden, Princeton University Press, Princeton, 1955. 24 Herber Butterfield, George III and the Historians, Collins, Londres, 1957, libro 3.

Page 19: LaPalombara y Weiner

19

La crisis de legitimidad ha sido, sin embargo, de mayor importancia para

la formación inicial de los partidos cuando la estructura de autoridad existente

no ha podido enfrentar la crisis misma y le ha seguido una agitación política.

En la medida en que los grupos revolucionarios que ejercieron presión para la

abolición de la autoridad real en la Francia de finales del siglo XVIII adoptaron

un carácter popular, podemos hablar de los inicios de los partidos políticos en

Francia. De manera similar, los movimientos nacionalistas que surgieron a fin

de cambiar el sistema gubernamental existente y las reglas para determinar

quién habría de gobernar y cómo habría de ser elegido son producto de una

crisis de legitimidad. Los movimientos nacionalistas frecuentemente

comienzan como pequeñas camarillas de hombres interesados en aumentar su

influencia en el gobierno y la administración colonial y tener más

oportunidades de participar en los cargos administrativos. Por lo menos en un

inicio no están interesados en eliminar el gobierno extranjero y establecer una

estructura gubernamental totalmente nueva. No obstante, es común que,

cuando estos líderes sienten que se les niega la oportunidad de participar, se

ven movidos a buscar apoyo popular y a convertir sus pequeñas asociaciones

en movimientos nacionalistas populares. En países en los que la pequeña élite

nacionalista se encuentra relativamente satisfecha con las medidas tomadas

por el gobierno colonial no necesita darse el esfuerzo de crear un movimiento

popular. En Ceilán, por ejemplo, el Congreso Nacional, aunque

moderadamente crítico de la constitución que los británicos les

proporcionaron en 1932, estaba dispuesto a trabajar dentro del nuevo marco.25

En comparación con las organizaciones nacionalistas de otros países, estaba

relativamente satisfecho con las medidas que los británicos estaban tomando

para incrementar las oportunidades del autogobierno. En Ceilán, por tanto, no

surgió ningún movimiento popular antes de la independencia. No fue sino

25 Véase Howard Wriggins, Ceylon: Dilemma of a New Nation, Princeton University Press, Princeton, 1960.

Page 20: LaPalombara y Weiner

20

hasta que los británicos instituyeron las elecciones cuando hubo algún

esfuerzo importante por involucrar al gran público. Del mismo modo, muchos

de los partidos auspiciados de la África francesa han hecho esfuerzos

limitados por establecer unidades de partido locales e involucrar a personas

que no pertenecen a la élite gobernante.

Se puede argumentar que cuando los líderes gubernamentales no logran

enfrentar adecuadamente una crisis de legitimidad –trátese de la monarquía en

la Francia del siglo XVIII o del gobierno colonial francés en Argelia en la

década de 1950–, puede ocurrir una crisis de participación y con ella la

creación de partidos con el interés de establecer organizaciones locales o

cierta clase de apoyo local. Cuando se resuelve de manera adecuada la crisis

de legitimidad –cuando los parlamentos se establecen y el poder de la

monarquía disminuye, o bien los gobiernos coloniales establecen un cierto

autogobierno aceptable para la élite de los nativos–, entonces los “partidos”

formados pueden no involucrar a un público más amplio y ser concebidos de

manera más apropiada como partidos incipientes.

Las crisis de integración también han proporcionado el entorno en el que

han surgido los partidos. En este caso se trata del problema de la integridad

territorial y, en términos más generales, del proceso por el cual las

comunidades étnicas, antes divididas, llegan a adaptarse unas a otras. En

Europa, el surgimiento de los partidos en Alemania e Italia tuvo lugar en

medio de crisis de integración. En Alemania, el Partido del Centro bávaro se

desarrolló en el contexto de una lucha entre Baviera y Prusia cuando los

liberales de Bismarck presionaron para el establecimiento de un Estado

alemán más grande en términos que eran inaceptables para el Partido del

Centro. En Italia, los movimientos populares de Garibaldi y Mazzini, así como

los grupos liberales históricos de creación interna, estaban dirigidos a la

unificación de los Estados italianos.

Page 21: LaPalombara y Weiner

21

Aunque los partidos nacionalistas que han surgido en toda Asia y África

son normalmente partidos integracionistas, es raro que se organizaran en un

inicio para conseguir la integración nacional. Por otro lado, las crisis

integracionistas son evidenciadas –y de hecho a menudo creadas– por grupos

antiintegracionistas. En el periodo previo a la independencia de la India, la

Liga Musulmana se organizó con la intención de proteger a una minoría étnica

de lo que los líderes de la asociación veían como una amenaza de la mayoría

hindú. La expansión de dicha asociación hacia un movimiento popular estuvo

claramente asociada con una crisis integracionista que finalmente tuvo como

resultado la partición del subcontinente. En otras partes de Asia, las minorías

religiosas, lingüísticas y tribales a menudo han organizado partidos políticos

en oposición al movimiento nacionalista y abogado por una protección

especial dentro del marco de un gobierno colonial aceptado, o bien han

favorecido la creación de varios Estados-nación donde antes había uno solo.

Mientras que en algunos lugares las crisis de legitimidad e integración

con frecuencia se han visto acompañadas por la creación de partidos políticos

–y sobre todo de partidos políticos incipientes–, los primeros partidos en la

mayoría de los países por lo general han estado asociados con lo que

podríamos denominar “crisis de participación”. Las grandes transformaciones

sociales y económicas han tenido como resultado enormes cambios en los

sistemas de estratificación existentes.26 La disolución del feudalismo

occidental estuvo acompañado de demandas de representación política de la

clase burguesa y la clase media; la industrialización trajo consigo no sólo la

promesa de bienestar económico, sino también las diversas condiciones que

hicieron que las masas trabajadoras siguieran los pasos de las clases medias en

26 Si al lector le interesa conocer una elaboración de la tesis de que la mayoría de las presiones de grupo en instituciones gubernamentales existentes son en lo fundamental intentos de cambiar el sistema de estratificación prevaleciente, vea David E. Apter, “A Comparative Method for the Study of Politics”, American Journal of Sociology, vol. 64, noviembre de 1958, pp. 221-237.

Page 22: LaPalombara y Weiner

22

la demanda de un papel más importante en la determinación de la política

pública.

Nuestro interés aquí es la primera crisis de participación –la crisis que

ocurrió antes de que se establecieran los partidos y en la que el blanco de los

esfuerzos de participación es una élite no partidista–. Esta primera crisis de

participación –la cual ocurrió en Europa en los siglos XVIII y XIX y en Asia y

África en el siglo XX– supone un cambio subjetivo en la relación entre el

individuo y la autoridad. Una vez que, por alguna razón, algunos sujetos dejan

de aceptar la autoridad de sus gobernantes, entonces se crea una presión sobre

los sistemas políticos cerrados y, a no ser en muy raras ocasiones, no pueden

permanecer cerrados. Esto es cierto si los gobernantes son monarcas que

llegan al poder por herencia, jefes tribales, burócratas designados o amos

coloniales. Un rechazo de la autoridad existente como totalmente legítima

puede tener como resultado que los individuos se unan para cambiar las reglas

del sistema de modo que ellos puedan conseguir una participación en el

control del aparato estatal. Las primeras crisis de participación pueden

también involucrar, por tanto, una crisis de legitimidad.

Los mismos cambios que llevan al desarrollo de nuevos grupos sociales y

nuevas élites también pueden debilitar la autoridad de aquellos que

tradicionalmente han detentado el poder. Con el desarrollo de los grupos que

buscan una modernización económica, el poder terrateniente pierde

importancia; el desarrollo del secularismo facilita el crecimiento de clases

profesionales y reduce la importancia de elementos tradicionales cuyo estatus

y autoridad descansa en su capacidad de apelar a símbolos y creencias

sagrados. El crecimiento de los medios masivos de comunicación fortalece el

potencial político de los expertos en comunicaciones y disminuye la

importancia de los especialistas tradicionales de la comunicación. Es en este

contexto de erosión de los patrones de creencia tradicionales, sobre todo

Page 23: LaPalombara y Weiner

23

cuando afectan la relación del individuo con la autoridad, donde surgen los

partidos políticos y otros tipos de organizaciones semejantes.

Históricamente hablando, las élites tradicionales han reaccionado de

diferente manera a las crisis de participación, con –como se ha señalado

antes– consecuencias profundas para el desarrollo político posterior. Un tipo

de reacción obvio es que la élite tradicional dé cabida a las demandas de

participación surgidas. El ejemplo clásico de esta solución sería el caso

británico. Una manera breve de describir las actitudes de la aristocracia

británica hacia la crisis de participación es señalar que la dignidad de par se

extendió con el tiempo a los miembros de las nacientes clases mercantiles. Por

el contrario, los libros de texto señalan que la aristocracia francesa nunca

aceptó la Revolución y se convirtió, a principios del siglo XIX, en una élite

rígidamente cerrada.

La modernización y el surgimiento de los partidos

Aunque el concepto de crisis es útil para entender las circunstancias en las que

surgieron los partidos y por tanto los factores que probablemente afectaron su

desarrollo posterior, aún no tenemos una noción adecuada de las condiciones

que deben satisfacerse para que surjan los partidos. Los sistemas políticos,

después de todo, han experimentado éstas y otras crisis en los tiempos

premodernos cuando los partidos no existían; además, las crisis de legitimidad

o integración pueden venir acompañadas por el desarrollo de partidos en unos

sistemas políticos pero no en otros.

Ya hemos planteado que los partidos surgen en los sistemas políticos

cuando aquellos que quieren ganar o mantener el poder político necesitan

buscar apoyo del gran público. Hay por lo menos dos circunstancias en las que

tiene lugar tal desarrollo: 1) Puede ser que ya haya tenido lugar un cambio en

Page 24: LaPalombara y Weiner

24

las actitudes de los sujetos o ciudadanos hacia la autoridad; puede ser que los

individuos de la sociedad crean que tienen derecho a influir en el ejercicio del

poder. 2) Una porción de la élite política dominante o una élite aspirante

puede querer ganarse el apoyo público para conseguir o mantener el poder aun

cuando la población no participe activamente en la vida política. De este

modo, puede despertar a la política una población no participativa. Pero, sea

porque está ya en marcha un proceso de cambio que impulsa e incluso obliga a

la población a participar, o porque los políticos despiertan a la población, esto

sugiere que deben existir condiciones fundamentales que preceden a la

participación política. La razón de este cambio en las actitudes públicas,

cambio que parece trascender los límites nacionales y culturales, es digna de

una reflexión más sistemática que la que es posible hacer aquí.

Es obvio que se debe considerar la aparición de nuevos grupos sociales

como una consecuencia de cambios socioeconómicos mayores, y en particular

la aparición o expansión de las clases empresariales y la proliferación de las

clases profesionales especializadas. Bien puede preguntarse si el grado de

autonomía política y quizá ocupacional no es un factor en la capacidad de

tales clases sociales para participar en política y tomar parte en la organización

en este sentido.27 El incremento en el flujo de la información, la expansión de

los mercados internos, los avances tecnológicos, la expansión de las redes de

transporte y, sobre todo, el aumento en la movilidad espacial y social parecen

tener profundos efectos en la percepción que el individuo tiene de sí mismo en

relación con la autoridad.

También podría preguntarse si no es necesario cierto nivel de

comunicación en una sociedad para que la gente se una en organizaciones

27 La cuestión de por qué participa políticamente la gente ha sido ampliamente investigada en Occidente. Robert E. Lane revisa la bibliografía relacionada con este tema en Political Life: Why People Get Involved in Politics, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1959. Cf. el ensayo de John H. Kautsky (comp.) Political Change, in Underdeveloped Countries, John Wiley and Sons, Nueva York, 1962, pp. 13-29. Un esfuerzo también importante de explicar las precondiciones de la participación política es el de Daniel Lerner, op. cit.

Page 25: LaPalombara y Weiner

25

políticas. ¿Qué tan esencial es un sistema de transporte para que individuos de

diferentes partes de un país se reúnan y para que haya una relación continua

entre una unidad nacional y una local? En la India, por ejemplo, aunque en

varios lugares del país se crearon grupos nacionalistas –sobre todo en las

zonas urbanas– en las décadas de 1860 y 1870, no fue sino hasta 1885, tiempo

después de que el país tuvo un correo razonablemente bien establecido y un

sistema telegráfico, ferrocarriles y diarios en inglés con una amplia

circulación, que se creó el Congreso Nacional Hindú.

Uno también podría preguntarse si los efectos secularizadores de un

sistema educativo y los efectos homogeneizantes a menudo asociados a la

urbanización son estímulos para la creación de la organización política.

¿Acaso el cambio de una economía de subsistencia a una economía monetaria,

con la destrucción que tan a menudo implica de las formas de autoridad local

y una mayor individualidad e independencia en los mercados, no desemboca

en la organización política? ¿Acaso la expansión creciente del poder del

Estado, que implica el establecimiento de controles legales, una mayor

penetración administrativa en un mayor número de decisiones individuales y

en general una expansión de las funciones gubernamentales, no lleva a los

individuos a organizarse, ya sea para impedir “excesos” por parte del Estado

(fenómeno de finales de la época mercantilista), o bien para canalizar la

acción estatal hacia actividades benéficas para los que se organizan (fenómeno

típico del siglo xx)?

Uno también puede preguntarse si existen elementos en algunas culturas,

sociedades y políticas tradicionales que parezcan favorecer o apresurar el

desarrollo de una capacidad de asociación por parte de los individuos. En la

medida en que la confianza mutua, por ejemplo, es una característica de las

relaciones humanas ordinarias, los individuos pueden tener una mayor

capacidad de crear organizaciones políticas duraderas –más que temporales–

Page 26: LaPalombara y Weiner

26

que la que una sociedad tradicional suele tener, en la cual por lo general las

personas desconfían unas de otras a menos que pertenezcan al mismo grupo

local.28 Pueden existir formas tradicionales de organización voluntaria o cuasi

voluntaria –como gremios, sociedades secretas, asociaciones filantrópicas y

religiosas– que proporcionen a los individuos las experiencias y la voluntad

para organizar asociaciones más modernas.

Por último, ¿acaso la organización política no supone que se ha dado la

secularización suficiente para que los individuos lleguen a creer que a través

de sus acciones son capaces de afectar el mundo en formas que son favorables

a sus intereses y a su sentir?

Esta lista no es en modo alguno exhaustiva en cuanto a las variables que

pueden condicionar el surgimiento de los partidos. Tampoco podemos

especificar en este momento qué variables son cruciales en ciertas

condiciones, cómo medimos su repercusión relativa ni –lo cual es más

fundamental– cómo afectan tales variables las actitudes políticas. En los

capítulos que siguen se ofrecerán algunas respuestas tentativas a cuestiones

como éstas. Por el momento, nuestro propósito es sugerir que el origen de los

partidos políticos, si bien se encuentra históricamente vinculado de manera

profunda a lo que llamamos “crisis”, también está estrechamente ligado al

proceso general de modernización. Por tanto, si bien la presencia de una de las

crisis históricas puede ser un catalizador para la organización de los partidos,

parece claro que los partidos no se materializarán a menos que ya haya tenido

lugar una cierta modernización.

28 Edgard C. Banfield trata la cuestión de la confianza y la desconfianza y su repercusión en la organización política en The Moral Basis of a Backward Society, The Free Press, Glencoe, Illinois, 1958.

Page 27: LaPalombara y Weiner

27

II. Las condiciones para los tipos de partidos

Parecería, pues, que lo que causa que surjan los partidos es la presentación de

crisis políticas de magnitud tal que afectan al sistema en un momento del

tiempo en que ha tenido lugar la suficiente modernización para proporcionar

las condiciones del desarrollo de los partidos. Desde luego, esta convergencia

no determina permanentemente el proceso de desarrollo del partido; las

condiciones y acontecimientos posteriores continúan dando forma a la

configuración de los partidos. De hecho, una de nuestras tesis centrales es que

la naturaleza de los partidos políticos seguirá fuertemente condicionada por la

manera en que se materialicen y se responda a las crisis históricas

subsecuentes al surgimiento de los partidos.29 Este punto puede ilustrarse

mejor mediante un examen de los tipos de partidos y sistemas de partidos que

pueden identificarse empíricamente.

Sistemas políticos sin partidos

Los partidos políticos según los concebimos no son una característica esencial

de un sistema político. Obviamente, los sistemas políticos consiguieron

funcionar durante muchos siglos sin la presencia de los partidos, y de hecho

hemos argumentado que el surgimiento de los partidos requiere la presencia

de ciertas precondiciones. No obstante, aun cuando estas últimas estén

presentes, puede ser que no se materialicen los partidos o que, una vez

desarrollados, sean reprimidos.

29 Con esto no pretendemos excluir la posibilidad de que los partidos y los sistemas de partidos subsecuentemente también sean conformados por las instituciones y los líderes políticos. Es claro que la manera en que realmente se maneje la política tiene una relación continua con los partidos. Sobre este punto, véase, más adelante, el cap. 5, “European Political Parties”, de Giovanni Sartori. Cf. S. M. Lipset, op. cit., pp. 286-295.

Page 28: LaPalombara y Weiner

28

Así pues, encontramos en el mundo moderno sistemas políticos

oligárquicos, autoritarios, dominados por burocracias civiles o militares que

niegan un lugar legítimo en el proceso político a los partidos políticos. En

algunas zonas que antes fueron colonizadas y en las que se da esta forma de

sistema político, los primeros regímenes que se formaron inmediatamente

después del proceso de independencia surgieron de movimientos nacionalistas

dominados por uno o más partidos: la Liga Musulmana en Pakistán, el partido

Unión Nacionalista de Sudán, la Liga Antifascista para la Libertad del Pueblo

(LAFLP) en Birmania. En otros territorios poscoloniales, las oligarquías

dominantes lograron contener en un principio el surgimiento de partidos

políticos. Esto ocurrió bajo el mandato de Mba en Gabón (con la ayuda de

Francia), y también ocurrió en Vietnam con el gobierno de Diem.

Cuando de manera deliberada una élite dominante impide el surgimiento

de partidos, la racionalización suele ser que el país aún no está “listo” para los

partidos (lo cual puede o no ser cierto), o que algún problema nacional

esencial, como la seguridad, requiere que se demore conscientemente el

desarrollo de partidos políticos. El argumento en contra de un sistema de

partidos puede ser tan contundente que los oponentes de la oligarquía

dominante pueden llegar a limitar sus demandas a una participación en el

grupo gobernante o a tener un lugar en una coalición de oligarcas que

gobierne mediante el recurso de un solo partido.

Donde han existido partidos durante un tiempo, el ataque hacia ellos

–destinado a limitar su fuerza o a eliminarlos del sistema político– por lo

general se basa en la afirmación de que los problemas de la nación surgen o se

intensifican a causa de las actividades de los partidos. Esto ocurrió en Pakistán

cuando el régimen militar, en el mandato de Ayyub, prohibió los partidos

políticos. Ésta también ha sido la estrategia de Charles de Gaulle en Francia,

quien claramente abomina los partidos y buscó la creación de la Quinta

Page 29: LaPalombara y Weiner

29

República, en la cual los partidos habrían de tener un papel limitado. Si bien

los partidos son más difíciles de reprimir en países como Francia, donde han

existido durante décadas, la historia reciente de Europa muestra que un

sistema de partidos competitivos puede estar sujeto a enormes contratiempos.

En relación con las situaciones en que han existido partidos políticos

genuinos pero posteriormente son reprimidos, hay que tener en mente dos

observaciones importantes. La primera de ellas es que los regímenes

oligárquicos o dictatoriales podrían considerar que no pueden funcionar

adecuadamente sin la existencia de por lo menos un partido. Como señalamos

antes, es sorprendente que regímenes que van desde los más democráticos

hasta los más totalitarios parecen considerar necesario operar en parte con la

mediación de uno o más partidos. El partido puede ser justificado

ideológicamente como la élite que es vanguardia del proletariado, como en la

Unión Soviética, o sencillamente puede ser concebido como un medio

conveniente o necesario para movilizar el apoyo público, como en Egipto. Es

esta tendencia ubicua de los partidos a surgir en una forma u otra lo que nos

lleva a pensar que, ahí donde existen condiciones de tecnología, comunicación

y organización, se hace muy probable la existencia del partido político en el

mundo contemporáneo.

En segundo lugar, es evidente que, una vez que han surgido los partidos

políticos en un sistema político, su represión no necesariamente pone fin a sus

actividades. Donde se prohíben los partidos, por lo general continúan

operando de manera clandestina. Esto ocurrió tanto bajo el nazismo alemán

como con el fascismo italiano. También es evidente en la España de Franco.

La única excepción posible es la Unión Soviética, donde no se cuenta con

evidencia que sugiera la presencia de una oposición clandestina organizada.

Pero en la Unión Soviética existe un solo partido, lo que nos lleva a sugerir

que la presencia del partido mismo –y las oportunidades que puede

Page 30: LaPalombara y Weiner

30

proporcionar para que haya diferencias internas de opinión y cierto manejo de

oposición– tiende a satisfacer la propensión del partido a surgir en ciertos

momentos en la historia de una nación.

Los partidos totalmente reprimidos tienden a adoptar un carácter

clandestino y de conspiración que afecta de manera profunda la evolución

política a largo plazo de una sociedad aun cuando los partidos vuelven a surgir

de las sombras de la ilegalidad. Para citar los ejemplos más conspicuos de

Occidente, existe un acuerdo general en que el partido bolchevique ruso y los

partidos comunistas de países como Italia y Francia tuvieron un fuerte

condicionamiento en sus actitudes hacia el proceso político y se vieron

influidos de manera importante por el grado de simpatía que tenían hacia ellos

las masas durante los largos periodos durante los cuales se vieron obligados a

operar fuera de la ley. Del mismo modo, muchos de los partidos de las

naciones poscoloniales –el Frente de Liberación Nacional (FLN) de Argelia

viene en seguida a la mente– se formaron de manera importante en cuanto a su

orientación respecto a la sociedad, a otros grupos y al proceso político durante

los años en los que las autoridad coloniales los mantuvieron en la

clandestinidad.

Suponemos, por tanto, que en casi todos los lugares donde los partidos

son suprimidos totalmente, las oligarquías burocráticas o militares en el poder

han creado condiciones de gran inestabilidad política potencial. Esta

inestabilidad no sólo se aplica a las violentas presiones en los regímenes

existentes, sino, lo que es más importante, también a las formas de acción que

probablemente manifestarán los partidos una vez que se vistan con el manto

de la legitimidad. Tales partidos probablemente apliquen a sus oponentes

futuros las mismas formas de represión a las que fueron sometidos. Por esta

razón es necesario examinar con cuidado las diferentes formas en las que las

sociedades responden a las crisis históricas de la participación política.

Page 31: LaPalombara y Weiner

31

Pasando a los sistemas políticos en los que existen partidos, los hay de un

solo partido, o bien con varios partidos en competencia; y hay varios subtipos

en cada categoría, los que expondremos más adelante. Sin embargo, es

necesario decir algo antes acerca de las circunstancias que parecen dar lugar a

uno u otro de los principales tipos.

Condiciones para los partidos competitivos

Resulta notable el hecho de que en los países de Occidente no se dieran

situaciones de partidos únicos hasta tiempo después de que los partidos

modernos se materializaron y, por lo general, sólo luego de que se habían

producido ciertas crisis importantes en sistemas de partidos competitivos. Es

decir, siempre que se puede observar una situación de partido único en

Occidente, está asociada con las siguientes condiciones: una situación previa

de partidos en competencia; graves conflictos entre los partidos existentes; una

crisis catalizadora, como una guerra, una revolución, una depresión o una

parálisis gubernamental; el surgimiento de un partido fuerte de creación

externa con la misión explícita de “disciplinar” (es decir, reprimir) a todos los

demás partidos políticos.

La tendencia histórica en Europa occidental –aunque con muchas

interrupciones– parece haber sido hacia un sistema de partidos en

competencia. Una razón importante para ello es que los primeros partidos

fueron fundamentalmente la extensión de aquellas camarillas legislativas,

clubes y grupos de personajes importantes que de algún modo disentían entre

ellos, que competían por el control del gobierno y que vieron conveniente o

necesario apuntalar sus agrupaciones pobremente estructuradas con una

organización más cohesionada. En todo caso, probablemente se habrían dado

Page 32: LaPalombara y Weiner

32

pasos hacia una organización más estricta simplemente como resultado de la

lógica insoslayable que gobierna la interacción entre las camarillas.

En cualquier caso, el surgimiento de los partidos modernos en Occidente

simplemente continuó o reprodujo un grado de contienda abierta por el

ejercicio del poder que había acompañado el desarrollo de la legislatura y la

expansión del sufragio. Las luchas previas entre los monarcas y la burguesía

se vieron remplazadas por la competencia entre segmentos de la propia

burguesía. Fue un proceso gradual, el cual supuso la formulación de un

complejo conjunto de reglas en lo referente al proceso de competencia. Dio

lugar a valores y expectativas importantes en relación con los derechos de la

oposición. Puesto que los hombres podían diferir en cuanto a asuntos de

política pública y puesto que tales diferencias ya no podían ser solamente

expresadas por un grupo limitado de caballeros que interactuaban en el

parlamento, fue natural que cada grupo parlamentario buscara movilizar a

todos los que lo apoyaban mediante una forma de organización –el partido–

más compleja que cualquiera de las que hasta entonces existían y más apta

para crear el vínculo necesario entre los grupos parlamentarios y los nuevos

votantes.

Como se señaló antes, en este marco previamente establecido surgieron

los partidos de creación externa de finales del siglo XIX y principios del XX. La

mayoría de ellos constituyeron una oposición agresiva para los partidos

burgueses atrincherados y de hecho obligaron a muchos de éstos a intensificar

sus esfuerzos por modernizar la organización del partido. Los partidos más

nuevos se basaron en un llamado directo y abierto a las masas. Sus recursos en

la contienda no se reducían a basar su señuelo en la articulación de diferencias

en materia política, sino que incluían un franco esfuerzo por usar los medios

modernos de la psicología y la comunicación para movilizar el apoyo popular

Page 33: LaPalombara y Weiner

33

hacia las urnas.30 A querer o no, los partidos tradicionales, de creación interna,

se vieron obligados a imitar tanto las formas de organización como de

manipulación de los partidos de masas más recientes (y con ello a volverse

ellos mismos partidos de masas), o bien se arriesgaban a desaparecer

completamente. Debe señalarse, sin embargo, que el sistema mismo de

representación proporcional defendido con tanta vehemencia por los partidos

socialistas del continente después sirvió para mantener –como vestigios de lo

que alguna vez fueron– los partidos burgueses que no lograron adaptarse a los

requerimientos organizativos e ideológicos modernos. Tales partidos pueden

encontrarse en Italia, Francia y Bélgica. Han sido eliminados de la Alemania

Occidental, donde la ley electoral exige que un partido reciba por lo menos 5

por ciento de votos antes de obtener la representación en la Bundestag (cámara

baja del Parlamento).

El ascenso de la importancia de los partidos políticos en los sistemas de

competencia occidentales colocó a aquellos en el centro del proceso político.

Por una parte, esta transformación fue saludable en el sentido de que fue

indicio de que el sistema político se estaba ajustando a los requerimientos de

la modernidad. Por la otra parte, la importancia misma de los partidos

políticos en tales sistemas hizo de ellos el blanco más obvio e inmediato de

todos aquellos que, por la razón que fuere, querían hacer cambios

fundamentales en los sistemas mismos. De este modo, los bolcheviques se

sintieron obligados a eliminar a todos los demás partidos contendientes; los

primeros y más próximos blancos de los nazis fueron los partidos que habían

sido prominentes durante el periodo de Weimar; los fascistas italianos rápida y

sistemáticamente se dieron a la tarea de suprimir las organizaciones partidistas

30 Lipset cita la observación de T. H. Marshall en cuanto a que los orígenes de las ideologías extremas han de encontrarse en la crisis de participación, es decir, el esfuerzo por parte de la burguesía o de la clase obrera de participar social y políticamente. Véase S. M. Lipset, “The Changing Class Structure and Contemporary European Politics”, Daedalus, vol. 93, invierno de 1964.

Page 34: LaPalombara y Weiner

34

con las que habían competido hasta 1924. Los partidos comunistas de Europa

del Este, luego de la Segunda Guerra Mundial, fueron igualmente

perseverantes en la eliminación de todos los partidos que no fueran aquellos

cuya continuación no constituía un problema real en tanto oposición

verdadera. Además, los actuales ataques a los supuestos fracasos del gobierno

parlamentario en Europa occidental se centran en los partidos políticos. Esto

puede afirmarse no sólo en el caso de Francia, donde los partidos sufrieron un

fuerte revés con la creación de la Quinta República, sino también de Italia,

donde la animosidad hacia el gobierno parlamentario ha alcanzado una gran

fuerza en años recientes.

Así pues, es posible decir que los sistemas de partidos competitivos

parecen materializarse de manera natural y lógica en sociedades donde la

presión para crear organizaciones de partido se sintió inicialmente en la

legislatura. Sin embargo, en estas mismas sociedades el desarrollo de partidos

de creación externa plantea una amenaza considerable a la continuación de un

sistema de competencia entre partidos por varias razones importantes. En

primer lugar, los partidos de creación externa, precisamente porque no surgen

de manera “natural” dentro del contexto de las instituciones parlamentarias,

tienden a no ser identificados de manera sólida con estas mismas instituciones.

De hecho, algunos de los partidos de masas externos no sólo reflejan

profundas fisuras sociales dentro de las sociedades, sino que puede ser que

surjan en realidad a pesar de los obstáculos represivos y legales que les ponen

las élites dominantes. Los líderes de tales partidos no necesariamente

suscriben las reglas de caballerosidad de la competencia política ni comparten

el interés de mantener operando el proceso político conforme a patrones

históricamente prescritos.

En segundo lugar, el advenimiento de los partidos de masas de creación

externa tiende a la radicalización e intensificación del propio proceso de

Page 35: LaPalombara y Weiner

35

competencia. La supervivencia política parece dictar que se reproduzcan las

tácticas más extremas y que todos los partidos en conflicto adopten las formas

de manipulación y movilización de los votantes que prometan dar los mejores

resultados. Este efecto acumulativo en la organización y el comportamiento de

los partidos a menudo es criticado en Occidente por contradecir el supuesto

democrático de que debe apelarse a la razón del votante y que el voto en sí

debe ser una cuestión de elección racional. El efecto acumulativo a menudo

también lleva a los miembros de las élites tradicionales o dominantes, que

temen no poder competir en iguales términos, a concluir que la fórmula misma

para la supervivencia política (y social y económica) dicta una restricción

importante a las actividades de los partidos, o incluso la abolición del partido

político.

En tercer lugar, los partidos de masas de creación externa a menudo

desarrollan una fórmula total, que no acepta excepción, para la sociedad o una

ideología que excluye la disposición a tolerar la oposición. Las graves

inestabilidades de algunos sistemas de partidos en competencia pueden

rastrearse claramente en parte hasta el origen de tales partidos políticos. Las

fórmulas totales o ideologías excluyentes son incompatibles con la marcha de

una competencia libre y abierta. La lucha por el poder en tales sistemas

implica no sólo que la victoria de tales grupos traerá la oportunidad de

defender sus intereses mediante la política pública; también implica que no se

tolerará, ni siquiera si fuera pacífica, la continuación de la oposición de los

partidos que compiten. La estrategia más benigna puede ser que la oposición

sea sometida a diversas formas de hostigamiento que la coloquen en

desventaja en términos electorales; y la estrategia extrema puede ser que se

tomen medidas para prohibir de hecho o reprimir de otra manera la oposición.

Cuando se reflexiona acerca de la historia de las naciones occidentales,

es evidente que sólo algunos países han logrado enfrentar adecuadamente los

Page 36: LaPalombara y Weiner

36

problemas que crean circunstancias como éstas. Ahí donde los partidos de

masas externos y de reciente creación se han incorporado de manera franca al

sistema prevaleciente y, por tanto, se han socializado en los valores políticos

centrales del gobierno parlamentario, por lo general vemos una estabilidad

razonable y una posibilidad firme de que persistan los partidos políticos que

compiten. Pero ahí donde la incorporación ha sido relativamente imperfecta y

donde los valores centrales respecto al proceso político no son

convenientemente compartidos, a menudo encontramos sistemas políticos

inestables en los que de algún modo resulta difícil la continuación de los

partidos.

El grado de incorporación en el sistema prevaleciente y de una

socialización adecuada en los valores del gobierno parlamentario están directa

e inextricablemente relacionados con la manera en la que se han manejado las

crisis históricas importantes. No se pretende que ésta sea una formulación

novedosa, sino un medio para centrar la atención en aquellos aspectos de las

circunstancias y la historia de una nación que parecen tener una gran

importancia en la relación de los partidos políticos con el desarrollo político.

Por tanto, es un lugar común señalar que Francia sigue teniendo que enfrentar

una crisis de legitimidad que ha seguido royendo el tejido de la sociedad

francesa durante más de 150 años. Un siglo después de la unificación, es claro

que Italia tiene aún que resolver la crisis de integración nacional. En ambos

países, la crisis de participación persiste en el sentido de que, para grandes

segmentos de la sociedad, no existe una participación31 ni psicológica ni

sustantiva en la determinación de la política pública. La frustración, la falta de

una sensación de eficacia política que padecen muchos franceses e italianos,

31 Desde el punto de vista de la estabilidad política, la dimensión importante parece ser aquí, no la sustancial (desde el punto de vista del observador externo), sino la psicológica, es decir, una sensación de eficacia política. Véase, por ejemplo, Angus Campbell et al., The American Voter, John Wiley and Sons, Nueva York, 1960, cap. 18. Si al lector le interesa conocer datos comparativos importantes sobre este punto, véase Almond y Verba, The Civic Culture, cap. 7.

Page 37: LaPalombara y Weiner

37

se suma a la radicalización de la interacción entre los partidos políticos y

tiende a llevar a que se abogue por soluciones extremas que implicarían la

abolición de los partidos. Todo esto combinado, claro está, con la crisis de la

distribución, que por lo general tiene lugar luego de que los partidos se han

establecido. Los partidos de masas de creación externa que están

ideológicamente comprometidos con una mayor satisfacción de las demandas

de distribución siguen ejerciendo una atracción magnética para millones de

votantes. Por otro lado, las fuerzas que no están dispuestas a acceder a las

demandas distributivas tienden a proteger el poder que tienen recomendando

la supresión de los partidos de oposición. Así pues, en Francia y en Italia la

persistencia de problemas cruciales no resueltos sigue haciendo peligrar la

supervivencia de los sistemas de partidos que compiten abiertamente.

Las condiciones para los partidos no competitivos

Cuando pasamos a los países en desarrollo, y en particular a África, es

evidente que el patrón que surgió fue el del unipartidismo. Las razones para

ello son variadas y aquí sólo es posible esbozarlas. La primera consideración

es que muchos de los llamados partidos políticos en África no son partidos

políticos en el sentido del término que estamos usando. El hecho de que un

pequeño grupo de oligarcas pueda crear una organización gubernamental de la

cual ellos son miembros no hace que la organización sea un partido político;

es otra cosa, con todo y que pueda resultar muy importante o marginal para el

desarrollo del sistema político. Si tiene sentido distinguir, con Weber,

Duverger y otros, entre las camarillas, clubes y grupos de personajes

importantes de los siglos XVIII y XIX y las organizaciones denominadas

partidos que surgieron en Occidente sobre todo a finales del siglo XIX, parece

igualmente lógico considerar que un pequeño grupo de oligarcas africanos no

Page 38: LaPalombara y Weiner

38

constituye un partido político. Si tenemos bien presente esta observación,

podemos entender mejor por qué y cómo es posible que en muchas naciones

poscoloniales se materializaran y desaparecieran tan rápidamente supuestos

“partidos políticos”. Es importante recordar que, cuando hablamos de un

partido político, nos estamos refiriendo a una organización articulada

localmente, que interactúa y busca atraer el apoyo electoral del público

general, que desempeña un papel directo y sustancial en el reclutamiento

político y cuyo compromiso es conseguir o mantener el poder, ya sea sola o

aliándose con otros.32

Desde luego es posible reprimir o abolir tales organizaciones incluso

después de que se han implantado de manera sólida en una sociedad durante

un periodo de tiempo relativamente largo. La represión o la abolición será,

como es natural, más fácil donde los partidos políticos son relativamente

jóvenes, pero hemos de insistir en que, si lo que se suprime o revoca es en

verdad un partido, es probable que continúe ejerciendo presión para volver a

surgir. Una vez alcanzadas las condiciones históricas que dan lugar a los

partidos políticos, y particularmente si en verdad se han materializado partidos

reales, éstos tenderán a sobrevivir sin importar qué tanto tiempo tengan de

existir o cuán intensas puedan ser las medidas de represión. No decimos que

hayan de materializarse partidos competitivos, sino sólo que las sociedades

que satisfacen las condiciones para la organización de los partidos políticos

tenderán a tener por lo menos un partido.

Así pues, al examinar naciones que están surgiendo, es preciso

preguntarse tanto si existen las condiciones para el desarrollo de partidos,

como si las organizaciones existentes son en efecto partidos políticos u otra

32 Tenemos claro que no todos los autores tienen tanto interés en este problema de la definición como nosotros. Así, Rupert Emerson, en su contribución a este libro (cap. 10, “Parties and National Integration in Africa”), cita en tono favorable el punto de vista de Thomas Hodgkin de que deben aceptarse como partidos todos aquellos grupos africanos que consideran que lo son. Ésta es, a todas luces, una definición más vaga que la que seguimos en este capítulo.

Page 39: LaPalombara y Weiner

39

cosa. Si faltasen las precondiciones que hemos comentado, probablemente

estos Estados van a ser gobernados por uno o más “partidos políticos” que

pueden no ser más que camarillas limitadas u oligarquías. Durante varios

siglos ésta fue la forma en que se gobernaron la mayoría de los países

occidentales, y nadie se atrevería a considerar a los grupos de conspiradores

de un palacio, los golpes de Estado, las alternancias en el poder de familias o

segmentos rivales de una pequeña aristocracia como el surgimiento o

desaparición de partidos políticos en un Estado unipartidista o en un Estado

con un sistema de partidos en competencia. El partido político es una

manifestación y una condición del advenimiento de la modernidad; es

improbable encontrarlo en sociedades donde todos los demás atributos de la

modernidad estén casi del todo ausentes.

Una segunda observación central es que el patrón de cambio en las

naciones en desarrollo difiere de los patrones de evolución institucional que

precedieron y condicionaron el desarrollo de los partidos en Occidente. La

diferencia más obvia en muchas zonas coloniales fue la ausencia de un marco

parlamentario propio a partir del cual pudieran surgir gradualmente partidos

de creación interna. Naturalmente, la mayoría de los verdaderos partidos

políticos en estas zonas fueron de creación externa, y manifestaban muchas de

las características que hemos asociado antes con tales partidos. Por tanto, la

lucha por el poder puede ser mucho más despiadada y violenta debido a la

influencia restrictiva de la participación arraigada en un marco parlamentario

competitivo. Por otra parte, mientras que en Europa permaneció la aristocracia

y continuó limitando el alcance del poder de los nuevos grupos, en las zonas

coloniales un partido –los gobernantes coloniales– apartó físicamente a la

competencia. Estos factores, cuando se encuentran aunados a la propensión al

extremismo de los partidos de creación externa, constituyen una fuerte

orientación hacia soluciones unipartidistas en muchas naciones emergentes.

Page 40: LaPalombara y Weiner

40

Sin embargo, muchos otros factores favorecen los patrones unipartidistas

en las naciones en desarrollo. El más obvio de ellos puede describirse de

manera genérica como condiciones de preindependencia. Los movimientos

nacionalistas de preindependencia a menudo enfrentaron a la élite colonial con

una crisis seria de participación. La élite nacionalista, y a través de ella sus

seguidores, intentaron participar en el ejercicio del poder. Las respuestas

coloniales a sus presiones pueden compararse con las respuestas a los partidos

políticos nacientes en la mayor parte de Occidente y en Japón en el siglo XIX.

En lugares como Túnez y Argelia –así como en el África portuguesa actual–,

los movimientos nacionalistas se vieron obligados a desarrollarse en

condiciones clandestinas cuando los gobernantes coloniales limitaron o

negaron el derecho a que se organizaran para lograr la independencia. Los

grupos nacionalistas sometidos a tales medidas represivas y obligados a operar

en la clandestinidad no están socializados adecuadamente en el arte de la

negociación política y del liderazgo responsable. Una vez que surgen estos

grupos ya sea como camarillas o como partidos políticos después de la

independencia, es probable que manifiesten una identificación sumamente

fuerte con el Estado, que consideren ilegítima la oposición y que tengan una

orientación dogmática, monolítica, incapaz de llegar a acuerdos.

En algunos territorios coloniales, sobre todo en aquellos que estuvieron

bajo el dominio británico, se estableció un sistema de poder compartido

(conocido en los territorios británicos como diarquía). Esto permitió a los

grupos nacionalistas ejercer realmente cierta autoridad gubernamental antes de

la independencia. Este tipo de patrón se estableció en Kenia, Uganda, Nigeria,

India, Birmania y Ceilán, así como en la colonia estadounidense de las

Filipinas. En estos territorios los grupos nacionalistas o partidos políticos

pudieron compartir el poder público antes de lograr el control total de la

estructura gubernamental. He aquí algo análogo a la forma gradual en que se

Page 41: LaPalombara y Weiner

41

permitió la participación de los grupos emergentes en los procesos políticos y

gubernamentales de la propia Inglaterra. Si bien esta socialización gradual

obviamente no es garantía de que no surgirán patrones unipartidistas, ha

incrementado la probabilidad de que los partidos políticos desarrollados

tiendan a ser más pragmáticos, adaptativos, internamente competitivos y

tolerantes en lo externo hacia la oposición, que en las zonas coloniales donde

la represión fue la norma.

La naturaleza del gobierno colonial mismo es igualmente importante para

evaluar la repercusión de las condiciones de preindependencia. Sin importar

las diferencias en cuanto a política colonial que en las legislaturas de los

gobiernos imperiales puedan haberse debatido, la administración colonial

tendía a ser monolítica, y a tener a su servicio una burocracia única que era

responsable del manejo de los asuntos gubernamentales en los territorios

sometidos. Incluso en los casos en que se practicó la diarquía o donde se

reclutó a algunos nativos para desempeñar funciones de administración

pública, dichas prácticas por sí solas no hicieron mucho por inculcar la idea de

competencia entre partidos políticos o de la necesidad o utilidad de una

oposición organizada a los poderes que gobernaban. De hecho, la experiencia

colonial creó en muchos lugares burocracias de poder absoluto que en el

periodo posterior a la independencia tendieron a apoyar no sólo un control

burocrático inflexible en oposición al político, sino también el ejercicio

monolítico del poder político por un solo partido.

Otro factor que tiende a sustentar las soluciones unipartidistas en las

zonas en desarrollo puede denominarse la “historia acelerada” o la

acumulación de crisis históricas antes comentada. Al hablar de historia

acelerada se quiere decir que las naciones en desarrollo pueden intentar dar un

salto cuántico a la modernidad económica, brincándose o abreviando etapas de

desarrollo que en Occidente requirieron décadas. Los líderes de tales

Page 42: LaPalombara y Weiner

42

movimientos modernizadores a menudo creen que no pueden darse el lujo de

una democracia plural que entronice centros de poder en un contexto de

competencia e influya en partidos políticos diversos y en organizaciones

subsidiarias.

Los grupos sociales que inician su actividad pueden demandar una mayor

participación política para la mejora económica o para una distribución más

equitativa de bienes y servicios. De manera simultánea, las nuevas élites

políticas pueden enfrentar crisis de legitimidad y de integración nacional. La

acumulación de tales presiones es una fuerza imperiosa que lleva a soluciones

unipartidistas. Como señala Emerson,33 el líder africano confrontado con estos

problemas abrumadores probablemente será tanto hostil como desdeñoso

hacia quienes sugieran que se fomente la competencia entre partidos. Por otra

parte, en muchas naciones nuevas es limitada la cantidad de poder de que

disponen las élites políticas gobernantes, y los líderes no están dispuestos a

compartirlo. Es decir, tanto el alcance como la fuerza del poder que puede

ejercerse son en extremo limitados. Entre las razones para ello se encuentra el

primitivo estado de la tecnología, la gran escasez de recursos humanos

esenciales, la recalcitrante persistencia de los centros de poder tradicionales y

el estado inacabado de la organización administrativa. Esta importante

limitación en la cantidad de poder que se puede ejercer ha de verse junto con

la gran cantidad de crisis que trae consigo el ejercicio del poder. Dada esta

disparidad entre fines y medios, quienes perciben claramente los límites del

poder disponible rehúyen cualquier formulación que apunte a compartir –y

desde el punto de vista de la élite, a dispersar– el poder.

Por último, existen pruebas de que los patrones unipartidistas se pueden

ver como un problema entre generaciones. Las élites coloniales de la primera

33 Rupert Emerson, Political Modernization: The Single Party System, Denver, University of Denver Press, 1963.

Page 43: LaPalombara y Weiner

43

generación del periodo poscolonial pueden intentar impedir de manera

deliberada la inserción de los jóvenes en el poder político. Una razón puede

ser sencillamente el conservadurismo de los mayores o el temor a las

capacidades superiores de los líderes más jóvenes con educación, quienes

podrían desplazar a la generación anterior si se les permitiese competir en

igualdad de condiciones. Otra razón podría ser que la oferta de liderazgo

político potencial excediera los puestos de poder existentes. Cuando es así, las

élites arraigadas se dan cuenta de que el precio del ascenso de otros supone su

desplazamiento. Las soluciones unipartidistas rígidas se vuelven el medio más

a la mano para responder a esta amenaza al estatus y quizás al sustento

económico.

Hasta aquí hemos comentado los dos modelos principales de partido e

intentamos sugerir las condiciones históricas y de otra índole que parecen dar

lugar a uno u otro de los modelos. Dentro de cada categoría, sin embargo,

existen subtipos que podrían establecerse. Los subtipos que sugerimos aquí

han sido extraídos empíricamente. Los presentamos no por una firme

convicción de que satisfagan criterios precisos de interpretación, sino

sencillamente porque creemos que podríamos entender mejor la relación de

los partidos con el desarrollo político si clasificamos los modelos existentes en

función de las siguientes categorías.

III. Tipos de configuraciones de partidos

Sistemas competitivos

En muchos sistemas políticos el partido dominante o coalición que controla el

gobierno debe luchar por mantener el poder en una atmósfera competitiva. Tal

atmósfera requiere que sea teórica y legalmente posible, para los que “están

Page 44: LaPalombara y Weiner

44

fuera”, reemplazar a los que están en el poder sin recurrir a la violencia. Una

gran cantidad de sistemas políticos se ajustan a esta categoría. En Asia,

incluiríamos el caso de la India, Malasia, Ceilán y Filipinas; en África, se

podrían incluir Nigeria, Kenia y Uganda, aunque estos últimos dos países

muestran ciertas tendencias hacia el modelo unipartidista; algunas repúblicas

latinoamericanas entran en esta categoría, aunque de manera un tanto

imperfecta; y los ejemplos más obvios y duraderos de tales sistemas políticos

han de hallarse en las democracias angloamericanas, en Escandinavia y en

Europa occidental.

Algunos de estos países son tan grandes (como la India y Nigeria, que

juntos, en tamaño y población, constituyen una parte importante del mundo

subdesarrollado) que un pluralismo partidista competitivo parece el modo más

factible de organización política. Otros se encuentran tan étnicamente

fragmentados (además de los dos países antes mencionados, habría que contar

aquí a Uganda, Kenia, Ceilán y Malasia), que la competencia entre partidos

constituye esencialmente la expresión de una rivalidad étnica. Al menos hasta

ahora, los factores de este tipo parecen haber tenido éxito en la exclusión de

las soluciones unipartidistas. No obstante, sería riesgoso predecir que el

modelo de partidos competitivos es seguro en todos estos países.

Como puede verse, hemos incluido en esta primera gran categoría a todos

los sistemas multipartidistas y bipartidistas. Lo hicimos así fundamentalmente

con base en el supuesto de que la distinción tradicional entre los modelos

multipartidista y bipartidista no ha conducido a interpretaciones lo bastante

esclarecedoras. Considérese, por ejemplo, el hecho –por demás

desconcertante– de que tenemos sistemas multipartidistas que “funcionan”,

como los de Escandinavia, y otros que no “funcionan”, como ocurrió con los

partidos en la Tercera y la Cuarta Repúblicas francesas. También tenemos

configuraciones bipartidistas que han permanecido esencialmente sin cambios

Page 45: LaPalombara y Weiner

45

durante un siglo (como en Estados Unidos) y otros sistemas denominados

bipartidistas que han experimentado la casi desaparición de uno de los

partidos principales y el surgimiento de otro (el caso de Inglaterra). Como

señala Sartori en su contribución a este volumen, el número de partidos en un

sistema político particular es en esencia irrelevante.

Nuestro interés en este volumen es contribuir a la tarea fascinante e

importante de tratar de relacionar los partidos políticos con el fenómeno del

desarrollo político. Sabemos que algunos partidos favorecen y facilitan el

cambio, mientras que otros tienden a obstaculizarlo y a crear tensiones graves

en el proceso. Sabemos que algunos partidos se adaptan muy fácilmente a la

competencia abierta y a la transferencia pacífica del poder político, mientras

que otros son excluyentes y parecen incapaces de reaccionar a la alternancia

del poder si no es con violencia. Sabemos también que algunos partidos

desarrollan una gran habilidad para el manejo plural de los asuntos nacionales,

mientras que otros se quedan en un nivel de incompetencia en este aspecto o

tienden a suprimir el pluralismo. Nos parece que, como meta a largo plazo, un

sistema de clasificación basado en dimensiones como éstas puede permitirnos

relacionar los partidos con los procesos de cambio político de manera más

iluminadora.

Para el caso de las situaciones competitivas, sugerimos una clasificación

cuádruple basada, en parte, en las características internas de los partidos y en

parte en la forma en que se mantiene el poder político. Esta última dimensión

alude al sistema político y los términos que usamos para describirla son

rotativo y hegemónico. Un sistema hegemónico sería aquel en el que durante

un periodo largo de tiempo el poder gubernamental está sustentado por el

mismo partido o coaliciones dominadas por el mismo partido. Los sistemas

hegemónicos con un partido que detenta de manera exclusiva el control de la

maquinaria gubernamental incluirían el caso de Estados Unidos durante los

Page 46: LaPalombara y Weiner

46

años del New Deal y del Fair Deal; la política de posguerra en Japón,

dominada por los liberales; Noruega, hasta muy recientemente bajo el control

continuo de los socialistas demócratas; y la política de la India, dominada

desde la independencia por el Partido del Congreso. Estas son situaciones

típicas de lo que Sartori llamaría sistemas de partido predominante.

Sin embargo, creemos que también es posible hablar de sistemas

hegemónicos en algunos casos donde la situación que sustenta el poder

implica una coalición. Los dos principales ejemplos de esta configuración

serían el de la Alemania Occidental y el de Italia a partir de la Segunda Guerra

Mundial, donde los gobiernos de coalición claramente han sido dominados por

los partidos demócrata cristianos. Desde luego, una coalición implica que el

partido dominante de algún modo se verá más limitado de lo que estaría si

fuese capaz de gobernar solo. No obstante, los ejemplos citados sugieren

claramente que, cuando el partido principal de una coalición logra una

mayoría absoluta del voto popular y consigue durante un largo periodo

establecer coaliciones que en buena medida controla, deberíamos incluir estas

formas de sistema de partido en la categoría de hegemónicos más que en la de

rotativos. En situaciones en que los componentes de una coalición cambian

con relativa frecuencia y donde no se puede hablar con seguridad de un

partido dominante en la coalición, tendríamos sistemas rotativos y no

hegemónicos. Este fue el caso en las cambiantes coaliciones de la Cuarta

República francesa, aun cuando los cambios tuvieron lugar dentro de los

límites de un amplio centro más que del centro a la extrema derecha o la

extrema izquierda.

La situaciones de rotación, pues, serían aquellas en las que, aun cuando

pueda haber habido periodos hegemónicos, existe un cambio relativamente

frecuente en el partido que gobierna o en el partido que domina una coalición.

Canadá, por ejemplo, constituiría un sistema rotativo, aun cuando los liberales

Page 47: LaPalombara y Weiner

47

han estado en el poder por largos periodos durante el siglo XX. La Cuarta

República, como se dijo, también entraría en esta categoría, así como puede

hacerlo la República italiana ahora que los demócratas cristianos se han visto

forzados a alejarse de la coalición de centro que caracterizó a la política

italiana durante la mayor parte de los años de posguerra. Huelga decir que

Inglaterra es, quizá, el ejemplo más notable de un gran poder con un modelo

firmemente establecido de rotación.

Una segunda dimensión con base en la que clasificamos los sistemas

competitivos es la ideológica-pragmática. Estas características aluden a los

partidos mismos, y consideramos de vital importancia poder juzgar a los

partidos en términos de dónde se ubican dentro de este continuo. Obviamente,

en los sistemas multipardistas puede haber una gran variación entre los

partidos a este respecto. Sin embargo, a pesar de tales diferencias debe ser

posible identificar, en el caso de cualquier Estado-nación, cuáles son las

tendencias centrales de los partidos.

Considerando la tendencia central, pues, podemos concebir las siguientes

cuatro subcategorías: 1) hegemónico-ideológico; 2) hegemónico-pragmático;

3) rotativo-ideológico y 4) rotativo-pragmático. Cuando la tendencia central

de los partidos es ideológica y hay una rotación frecuente, podemos esperar

una gran cantidad de disturbios. Tales situaciones sugieren que la sociedad se

encuentra dividida de manera tan pareja entre dos o más dimensiones

ideológicas, que la rotación frecuente, por un lado, hace imposible para

cualquier grupo la implementación de las implicaciones en cuanto a políticas

de su orientación ideológica y, por otro lado, asegura que los grupos que

sucedan a otros en el poder buscarán echar por tierra cuanto pueda haberse

hecho antes.

Sin embargo, no debe pensarse que pueden tener lugar grandes cambios

cuando la combinación es ideológico-hegemónica. En tal situación, mucho

Page 48: LaPalombara y Weiner

48

dependerá del contenido específico de la ideología. Para aquellos partidos

ideológicos comprometidos con el cambio social, económico y político, la

dimensión hegemónica parecería esencial. Para ilustrar esto, podríamos

señalar que una Italia dominada por un partido demócrata cristiano

conservador no intentó alejarse mucho del status quo. No obstante, puede

esperarse que el mismo partido, en manos de alguien como Fanfani o incluso

alguien como Moro, lleve a cambios más rápidamente, aunque sólo si se

mantiene el carácter esencialmente hegemónico del partido. De manera

similar, podría señalarse que la clase de compromisos con la transformación

socioeconómica, manifestados por el Partido del Congreso de la India, en

cierto sentido requieren que la naturaleza hegemónica del partido persista

durante un tiempo considerable.

Los partidos pragmáticos tenderán a moverse más lentamente cuando son

hegemónicos y más rápido cuando estén expuestos a una rotación frecuente.

El control hegemónico sobre la política estadounidense que mantuvieron los

republicanos de 1896 a 1932 evitó las demandas radicales de los movimientos

populistas del Oeste y del Sur. Fue precisa una rotación electoral de

proporciones sin precedentes, así como el desarrollo de una enorme cantidad

de contenido ideológico en uno de los partidos, para que se llevara a cabo la

revolución socioeconómica que tuvo lugar con el New Deal.

Si bien es probable que la combinación particular de hegemonía o

rotación, e ideología o pragmatismo, que manifiesta un modelo de partido,

pueda decirnos algo sobre cómo se relacionan los partidos con el desarrollo

social, económico y político, estas dimensiones no se encuentran causalmente

relacionadas entre sí. En una situación de competencia entre partidos con un

alto contenido ideológico puede manifestarse un sistema hegemónico o uno

con una rotación frecuente; lo mismo es cierto de un sistema político cuyo

partido central es de tendencia pragmática. Parece un hecho, sin embargo, que,

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49

en tanto la lucha por el control hegemónico se encuentre endémicamente

presente, es probable que sea más fuerte en aquellos partidos que muestran un

alto contenido ideológico. Si esto es cierto, parecería haber importantes

implicaciones en cuanto a las líneas probables del desarrollo político en las

naciones recién surgidas en zonas como África. Es decir, donde algunos de los

partidos africanos tienden a ser ideológicamente monolíticos, puede esperarse

que haya grandes presiones en favor de una u otra forma del modelo

unipartidista. Es importante señalar los tres subtipos de modelos en los que

pueden aparecer las situaciones unipartidistas.

Sistemas no competitivos

Un modelo unipartidista es por definición hegemónico y no rotativo. Desde

luego, es posible que situaciones unipartidistas puedan con el tiempo volverse

sistemas competitivos. Con el logro de la integración nacional, el desarrollo de

un sistema económico relativamente moderno y la solución de otros

problemas y demandas apremiantes, las fuerzas “naturales” de la

modernización política pueden acarrear la sustitución de situaciones de

unipartidismo por otras de partidos en competencia. Aunque esta posibilidad

no debe excluirse, la probabilidad de que el desarrollo político siga esta

dirección particular depende en gran medida del tipo de situación unipartidista

que se desarrolle. Hablando empíricamente, hay tres situaciones unipartidistas

posibles.

Unipartidismo autoritario. Se trata de sistemas políticos autoritarios

dominados por un solo partido monolítico, el cual presenta una orientación

ideológica pero no es totalitario. El ejemplo clásico sería el de España bajo el

gobierno de Franco y la Falange; otros son Mali, Ghana y Guinea. En Asia, un

buen ejemplo sería Vietnam del Sur, donde, mientras aún vivía y gobernaba

Page 50: LaPalombara y Weiner

50

Diem, el “partido” dominante trató de crear una ideología del “personalismo”

centrada en el presidente. De manera similar, aquí incluiríamos la Cuba de

Castro, aunque parece que la intención de la élite comunista ahí es transformar

el sistema en uno de tipo totalitario unipartidista.

Es típico de este modelo que los miembros de la oposición sean definidos

como traidores a la causa revolucionaria o nacionalista y como una amenaza

para la seguridad. Las aspiraciones de desarrollo y la misión de la nación, si

las hay, se identifican con un solo partido. Muy a menudo el partido y la

nación son conducidos por una sola figura dominante (por ejemplo, Nkrumah,

Diem, Franco, Castro), quien se supone que personifica las metas de la nación.

Como puede evidenciar el ejemplo de España, tales sistemas políticos no

necesitan comprometerse necesariamente con un cambio social y económico.

De hecho, la ideología del partido dominante puede ser en realidad la defensa

del status quo e impedir los cambios inconsistentes con su persistencia. Por

otra parte, la respuesta que en general dan los partidos dominantes a las

demandas es reprimirlas, creando así la clase de tensiones en el sistema que

llevan a los partidos dominantes a formas de control más y más totalitarias.

Una preocupación prioritaria por el tema de la seguridad lleva a un énfasis

enorme en los métodos policiacos y tiende a hacer de la preservación del

poder por parte de la élite en él enquistada una preocupación fundamental.

En términos generales, los sistemas como éstos no cuentan con lo

necesario para manejar el proceso de modernización económica o política.

Carecen de las ventajas del control planificado característico de los sistemas

totalitarios, así como de las ventajas de innovación y experimentación que

hacen posibles los sistemas plurales. Si volvemos la vista a España y a algunos

Estados de América en busca de ejemplos, es posible decir que la persistencia

de un autoritarismo unipartidista a largo plazo tiende a llevar a un

estancamiento relativo más que al desarrollo. Por otra parte, el impulso

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51

obligado hacia el desarrollo requerirá casi con toda certeza que tales sistemas

cambien a un sistema pluralista competitivo, o bien al totalitarismo.

Unipartidismo pluralista. Se trata de sistemas cuasi autoritarios

dominados por un solo partido que tiene una organización pluralista, con una

visión pragmática más que rígidamente ideológica, y de incorporación más

que de destrucción implacable en sus relaciones con otros grupos. Un ejemplo

importante sería el del Partido Revolucionario Institucional de México (PRI)

durante la mayor parte de los años que siguieron a la Revolución Mexicana.

Un número considerable de los nuevos Estados africanos también entra en esta

categoría, incluyendo a Senegal, Costa de Marfil, Sierra Leona y Camerún.

Con el propósito de distinguir entre ésta y nuestra categoría previa de

sistemas unipartidistas autoritarios en África, James Coleman y Carl Rosberg

ofrecen la siguiente explicación:

Los partidos dominantes en los Estados africanos representativos de la

tendencia revolucionaria centralizadora tienen una preocupación fundamental y

compulsiva por la ideología, el contenido de la cual es programático y

transformador con respecto a la modernización de la sociedad africana

contemporánea, con una política de neutralidad en las luchas, panafricanista y

nacionalista con respecto a las relaciones con otros Estados africanos y con el

exterior. También tienden a ser ultrapopulistas e igualitaristas, con un enorme

énfasis en el compromiso directo con (y la participación en) el partido y el

Estado. En términos de organización, los partidos tienden a ser monolíticos y

con un fuerte centralismo, logrando así un monopolio sobre –y de hecho

frecuentemente una fusión total con– todas las demás asociaciones, así como

una asimilación de la estructura del partido y la gubernamental en toda la

sociedad. En contraste, los líderes de los partidos dominantes del tipo pluralista

pragmático ponen mucho menos énfasis en la ideología; están mucho menos

preocupados por la persistencia de las élites y estructuras tradicionales en sus

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sociedades y por el hecho de que siga la dependencia respecto del poder

colonial anterior. El grado de movilización y el compromiso populares es

sustancialmente menor que en los Estados revolucionarios centralizados, y

aunque unitarios y con jerarquías, los Estados pluralistas-pragmáticos permiten

una relación más libre entre el partido y otras asociaciones, en una atmósfera

de “pluralismo tolerado pero controlado”. En todos los Estados africanos

unipartidistas o con un partido dominante está presente una u otra de las dos

tendencias antes referidas.34

La diferencia más importante entre los dos tipos de partidos radica en el

grado en que se tiene un enfoque pragmático en lugar de ideológico. Como

hemos repetido varias veces, un fuerte compromiso con la ideología conducirá

casi con toda certeza a una forma de estado unipartidista o bien autoritario o

bien totalitario. La situación pluralista unipartidista parece ser aquella en la

que un desarrollo rápido y controlado no constituye una consideración

fundamental. Fomentar el pluralismo, incluso dentro de un contexto

unipartidista, no significa que el cambio sea imposible. De hecho, puede ser

que, en la búsqueda de una conciliación de los intereses en conflicto que

existen en una sociedad, un sistema unipartidista pluralista demuestre una

capacidad superior de producir un desarrollo económico efectivo y quizás

también político. Los Estados de este tipo pueden servir muy bien para

destruir el extendido mito de que los sistemas totalitarios son el medio más

eficiente para lograr un cambio económico rápido.

El modelo unipartidista pluralista también puede sugerir una manera

fructífera de tratar la persistencia de los valores tradicionales y el problema de

las élites tradicionales en muchas de las naciones emergentes. Hoy en día

existe bastante evidencia de que, pese a las medidas represivas, las estructuras

34 James S. Coleman y Carl Rosberg (comps.), Political Change and Integration In Tropical Africa, University of California Press, Berkeley, 1964, p. 6.

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tradicionales tienen una capacidad impresionante de preservarse. La

alternativa unipartidista pluralista puede sugerir las formas y los medios

mediante los cuales estas estructuras pueden manejarse y utilizarse

pacíficamente en pro de las tareas del desarrollo económico y en el proceso

contribuir al establecimiento de alguna forma novedosa pero fuerte de

pluralismo democrático.

Unipartidismo totalitario. En estos sistemas políticos el Estado mismo es

un instrumento de un partido monolítico que tiene como meta ideológica el

uso total del poder para la reestructuración del sistema económico y social.

Los candidatos obvios para su inclusión en esta categoría son la China

Comunista, la Unión Soviética, Vietnam del Norte, Corea del Norte y varios

Estados europeos del Este. Los partidos dominantes en estos países son en

verdad partidos de la “integración total”; su intención es no dejar fuera de su

control absolutamente ninguna faceta de la existencia individual. El arsenal de

instrumentos para el control político incluye todo: desde la persuasión

amigable hasta el terror organizado. Alemania bajo el gobierno de Hitler y, en

medida un tanto menor, Italia con Mussolini proporcionan ejemplos históricos

de este modelo de partido.

Obviamente, los sistemas de este tipo tienen mucho en común con la

categoría de Estados africanos que Coleman y Rosberg identifican como

“ideológicos-monolíticos” y que nosotros denominamos unipartidistas

autoritarios. Por tanto, es posible que algunos piensen que habría que incluir

en esta categoría a Ghana, Mali y Guinea. Sin embargo, es cierto que ninguno

de estos países ha conseguido aún el grado de control totalitario que es

indudable en el caso de los otros países que incluimos nosotros en este

subtipo. Además, aparte del grado real de control y de otras diferencias en

cuanto a la ideología de partido, podemos señalar otras dos diferencias

importantes: primero, que los partidos comunista, fascista y nazi manifiestan

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un compromiso ideológico para el uso del poder total del aparato del Estado

con miras al logro de sus diversas metas; segundo, que, a diferencia de los

Estados africanos, los comunistas (y en cierta medida los fascistas italianos y

los alemanes nazis) incluyeron en sus ideologías prescripciones respecto a las

etapas específicas del proceso de desarrollo. Así pues, en los partidos

totalitarios hay una rigidez ideológica que, en la comparación, hace parecer al

tipo “ideológico-monolítico” relativamente flexible. Por otra parte, como

señalamos antes, la creación de un sistema verdaderamente totalitario puede

requerir un grado de modernización económica y tecnológica que aún no han

alcanzado estos Estados africanos.

Donde se desarrolla este tipo de partido es menos probable que pueda

surgir un modelo de partidos competitivos pluralista, si no es luego de un

cambio drástico, como una guerra o una revolución. Es bastante fácil decir que

el sistema nazi o el fascista fueron construidos sobre bases endebles, pero no

es tan sencillo sugerir cómo podrían haber sido transformados si no es con la

intervención armada. No obstante, los acontecimientos en la Unión Soviética y

en Europa del Este luego de la muerte de Stalin sugieren que los Estados

totalitarios son capaces de cambiar. La experiencia polaca parece confirmar

nuestra hipótesis de que un pluralismo que en otra época fue muy vigoroso no

puede ser suprimido de manera permanente. Las experiencias de la Unión

Soviética también pueden sugerir que en ciertas etapas del desarrollo

económico, tecnológico y cultural, las presiones en contra de la continuación

del control totalitario pueden alcanzar magnitudes considerables. La oposición

misma suele volver a emerger, no importa cuán ubicuas sean las medidas

represivas, y es este hecho, entre otros, lo que nos obliga a considerar muy

seriamente si alguna de las formas del pluralismo no será sólo la configuración

políticamente más deseable, sino también la más eficaz desde el punto de vista

de un cambio económico ordenado y saludable.

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Conclusión

Se puede ver a los partidos al menos desde dos perspectivas alternativas en lo

que respecta al desarrollo político. Desde un punto de vista, los partidos son

resultado de un proceso de desarrollo: la culminación, por así decirlo, del

cambio político, económico y social. Los partidos son, pues, vistos como

variables dependientes o como los efectos de otros desarrollos. Desde otro

punto de vista, se puede ver a los partidos como una fuerza institucional

independiente que afecta el desarrollo político mismo. De ahí que la capacidad

que tiene una sociedad de enfrentar las crisis de integración, participación o

distribución –crisis que los sistemas pueden enfrentar más de una vez en el

curso del desarrollo– puede verse afectada en buena medida por el tipo de

partidos que se han materializado. A los partidos, por consiguiente, se les

puede ver en este caso como variables independientes que tienen efectos

profundos en el proceso del cambio político, social y económico.

En este capítulo introductorio nos hemos centrado en los partidos como

una consecuencia del proceso de desarrollo y hemos intentado plantear las

condiciones que dan lugar a los partidos políticos, las diversas clases de

partidos que surgen o son suprimidos, y la variedad de condiciones que

parecen apoyar modelos particulares de partido. Este análisis ha tratado de ser

sugestivo más que exhaustivo, pero tiene el propósito de que se tome en

cuenta un fenómeno mundial de cambio político que está dando lugar al

desarrollo de diversas clases de organización política. Hemos intentado ver los

desarrollos europeos en un contexto mundial, pues de este modo podemos no

sólo lograr un mejor entendimiento de un proceso de desarrollo internacional,

sino también ver la historia del desarrollo político de Europa en un contexto

nuevo y más amplio.

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Hemos dicho poco en este capítulo acerca de la repercusión que han

tenido los diferentes tipos de partidos en el proceso mismo del desarrollo, la

segunda dimensión en función de la cual se puede ver a los partidos. Los

capítulos que siguen fueron escritos con una visión orientada a arrojar luz

sobre este aspecto particular de los partidos políticos. En el capítulo de

conclusión de este volumen trataremos de reunir los que consideramos que

son los hallazgos y problemas más conspicuos contenidos en las

contribuciones individuales. Esperamos que los siguientes análisis ayuden a

aclarar no sólo cómo surgen del proceso general del desarrollo político los

diversos tipos de partidos, sino también qué líneas probables de desarrollo

político futuro podemos esperar dadas ciertas configuraciones partidarias.


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