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FELICIDAD, SALUD Y LONGEVIDAD

Prof. Dr. José Ant.º Flórez Lozano.Catedrático de Ciencias de la Conducta.

Departamento de Medicina.Facultad de Medicina y Ciencias de la Salud.

Universidad de Oviedo.E-mail: [email protected]

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La presente edición ha sido revisada atendiendo a las normas vigentes de nuestra lengua, recogidas por la Real Academia Española en el Diccionario de la lengua española (2014), Ortografía de la lengua española (2010), Nueva gramática de la lengua española (2009) y Diccionario panhispánico de dudas (2005).

Felicidad, salud y longevidad

© José Antonio Flórez Lozano

ISBN: 978-84-16312-55-9Depósito legal: A 739-2015

Edita: Editorial Club Universitario Telf.: 96 567 61 33C/ Decano, n.º 4 – 03690 San Vicente (Alicante)www.ecu.fme-mail: [email protected]

Printed in SpainImprime: Imprenta Gamma Telf.: 96 567 19 87C/ Cottolengo, n.º 25 – 03690 San Vicente (Alicante)[email protected]

Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede reproducirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación magnética o cualquier almacenamiento de información o sistema de reproducción, sin permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.

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A mi esposa Mercedes por su apoyo, dedicación y estí-mulo en todo momento, a lo largo del trabajo de este libro. A mis hijos Nacho, Patricia y Alex, que tanto me estimulan en mi estudio e investigación con las personas mayores.

A las personas mayores, que, con sus ideas, experien-cias, recuerdos, sabiduría y observaciones, han contribui-do a diseñar este libro.

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AGRADECIMIENTOS

La American Cancer Society (2008) subraya la necesidad de adoptar un estilo de vida físicamente activo como tratamiento estrella de los diferentes tipos de cáncer y como potente reductor de la mortalidad. En el mismo sentido, se han pronunciado organismos como el Consejo de Europa y la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ciertamente, en el año 2000, a través de la Resolución del Consejo de la Unión Europea 2000/C 86/01 sobre la Promoción de la Salud Mental, se invitó a los Estados miembros a poner en marcha acciones específicas que se deberían incluir en políticas sanitarias para afrontar los problemas de salud mental, prevenir las enfermedades y promocionar la salud y el bienestar de la población. En el año 2005, a través de la Conferencia Ministerial de la OMS sobre salud, celebrada en Helsinki, también se establecía un compromiso firme y se sentaron las bases para desarrollar este tipo de programas, de actuación y prevención en salud de nuestros mayores en Europa (Mental Health Promotion and Mental Disorder Prevention).

Y en este reto, este libro es un baluarte para conseguir tales objetivos, que tienen un potente efecto terapéutico, controlándose enfermedades muy frecuentes en las personas mayores: síndrome metabólico y diabetes, enfermedades mentales, demencias, depresión, angustia, ansiedad y trastorno de pánico. En este sentido, pequeñas modificaciones de hábitos de vida: control en las actitudes negativas, perfeccionamiento en el déficit de autocontrol emocional, refuerzo en la convicción de vivir emociones positivas como elementos insustituibles en el control de la salud física y mental son objetivos esenciales que vamos a encontrar en este libro, Felicidad, salud y longevidad. Un texto en el que desgranamos ideas que apoyan estos hábitos saludables, que se apoyan en datos científicos, clínicos y terapéuticos.

Un manual que abunda en la educación, en la buena disposición, en la tolerancia y en las actitudes positivas para alcanzar una aceptable calidad de vida en la longevidad. Esta obra, sin duda, influirá positiva y directamente en las tareas cotidianas, dotando a la persona mayor de una plena autonomía física y mental, mejorando la independencia de la persona mayor y haciendo posible una mayor resistencia a las enfermedades y, por lo tanto, un aumento en la longevidad. En fin, un libro para «aprender a vivir», una asignatura en la que todos necesitamos aprender, estudiar y practicar de forma continua y tenaz, para mejorar la salud de uno mismo y la de los demás.

Siempre podemos adquirir más conocimientos, mejorar actitudes, cambiar hábitos nocivos y potenciar nuestras relaciones sociales y afectivas. Porque vivir no es más que observar, analizar y utilizar eficazmente el saber que vamos acumulando con el paso del tiempo. Y, sobre todo, podemos tener una buena percepción de nuestros sentimientos y vivirlos óptimamente, saludablemente. Un principio común nos une a todos, vivir una larga vida, con una buena forma física, psíquica y un adecuado equilibrio mental. Un principio de gran atractivo para la mayoría de las personas. Ello es posible gracias al apoyo de este

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texto impulsado desde nuestra vocación, estudio, trabajo e investigación. En fin, todo un modelo de intervención médica, psicológica, social y terapéutica que se entretiene y cree en la persona mayor. Buena muestra de ello supone este nuevo libro Felicidad, salud y longevidad. Por mi parte, desde hace años, tenía ganas de cristalizar ideas, experiencias clínicas y terapéuticas, estudios científicos, etc., en un manual fuertemente ilustrado que combina el lenguaje ágil y sencillo con el rigor científico, la experiencia clínica y asistencial y la cultura gerontológica actual. Un libro que continuamente me demandan las personas mayores.

Así pues, convertirnos en personas mayores, maduras, equilibradas, responsables y felices es posible merced al apoyo de este manual. Gracias por creer en este proyecto y en mi capacidad para realizarlo íntegramente. Mi agradecimiento sincero y profundo por esa actitud firme y diáfana en conseguir lo mejor para las personas mayores: su dignidad e integridad. Finalmente, mi agradecimiento a Favila, pintor asturiano altamente sensible a la problemática de los mayores y que él refleja en su arte y creatividad y, por supuesto, también mi agradecimiento al Prof. Carlos López Otín, investigador de relieve internacional que con precisión minuciosa, nos revela los mecanismos del envejecimiento y el cáncer. Gracias a tantas personas mayores que también han querido depositar su sabiduría en este manual, dejando una huella perenne e inequívoca de su paso por la vida, como un libro abierto y permanente. Sin ellos, no habría sido posible la realización de este manual, que trata de incrementar la salud y la calidad de vida de nuestros mayores; la salud y felicidad de todos nosotros.

Oviedo, julio, 2015.

Prof. Dr. José Antonio Flórez Lozano

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PRÓLOGO

La inmortalidad, ese sueño equivocado de algunos hombres, todavía es imposible. Sin embargo, la longevidad es moldeable, su plasticidad es mayor de lo que imaginamos, y, aunque no sabemos con certeza cuánto podemos vivir, el hecho de que algunas personas hayan vivido más de 120 años nos indica que, como mínimo y por ahora, ese es nuestro límite. ¿Cómo alcanzarlo? ¿Es posible superarlo manteniendo una vida rica y armónica? Tradicionalmente, el estudio del envejecimiento ha tenido poco reconocimiento en círculos científicos porque era un terreno muy favorable para los que transitan por los alrededores de la ciencia sin cumplir los mínimos requisitos de conocimiento, rigor y honestidad necesarios para practicarla. Ahora, con el extraordinario impulso de la biología molecular, cuestiones esenciales acerca de la naturaleza de la vida y de las enfermedades humanas han pasado a ser objeto de análisis rigurosos y profundos. Es por ello por lo que los estudios moleculares sobre el envejecimiento y las posibilidades de extender la vida están empezando también a ocupar un lugar destacado en ese grupo de problemas científicos sometidos a una nueva mirada.

El genoma humano posee cerca de 25 000 genes que construyen hasta un millón de proteínas distintas y generan un universo de mensajes armónicos que hacen posible cada instante de vida en cada uno de nosotros. ¿Por qué toda esa armonía se pierde y las células se debilitan, los tejidos pierden sus funciones y el organismo envejece hasta que, final-mente, se rinde? Se han descrito centenares de teorías distintas para explicar el envejeci-miento, lo cual refleja claramente la complejidad del proceso y, tal vez, nuestra ignorancia sobre sus claves fundamentales. El consenso actual asume que el envejecimiento surge de la acumulación de daños genéticos y epigenéticos en nuestro ADN. Estos daños molecu-lares derivan tanto de nuestra imperfección biológica como del diálogo constante entre nuestro cuerpo y el ambiente en el que se desarrolla la vida. Nuestras células cometen errores cuando duplican su material genético y, en ocasiones, son incapaces de reparar adecuadamente los daños causados por un entorno agresivo para el organismo. Estos erro-res u omisiones son aleatorios y escasos, de forma que ninguna máquina sería capaz de ejecutar estos procesos bioquímicos con la misma perfección y rapidez que el organismo humano. Lamentablemente, estas deficiencias son suficientes para que poco a poco vaya-mos acumulando daños en nuestras células, y especialmente en un grupo concreto: las células madre, que en el envejecimiento dejan de estar disponibles a la llamada del orga-nismo. Nuestros tejidos, cuando necesitan renovar sus células, ponen en marcha mecanis-mos que envían señales moleculares a las células madre para que estas, a su vez, efectúen esa renovación necesaria para la supervivencia. Así, estas células están en el corazón de los procesos esenciales de la vida, de la reparación de los daños biológicos que sufren nuestros tejidos, y ofrecen la posibilidad de extender nuestra longevidad más allá de lo que ahora nos parece natural.

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Pero no todos los secretos de la longevidad se esconden en las células madre o en los genes que portan en sus cromosomas. El estudio del envejecimiento admite otra mirada, una que se dirige más hacia el exterior que hacia el interior de las células. Una mirada humana dirigida hacia el individuo y no hacia los billones de unidades celulares de vida que lo construyen y lo destruyen. Una mirada científica que trata de explorar ese mundo de nuevas sensaciones que surgen cuando la vida pasa, cuando se ralentizan nuestros movimientos y nuestros pensamientos, pero no nuestros sentimientos. De todo esto trata el libro del Dr. José Antonio Flórez Lozano, en cuyas páginas estás a punto de sumergirte. Bajo el título de Felicidad, salud y longevidad, se recogen una serie de ideas, opiniones, consejos y recomendaciones que tratan de ser una brújula que nos ayude a orientarnos en esa aproximación hacia nuestra inexorable cita con la edad. Disfrutemos de este libro, de su lenguaje claro y directo, de su mensaje positivo y estimulante que nos recuerda que, más allá de los sueños de inmortalidad y eterna juventud a los que algunos aspiran, tenemos objetivos más sencillos y más gratificantes como el de recoger un poco de salud y felicidad también en la edad tardía.

Carlos López-OtínCatedrático de Bioquímica y Biología MolecularUniversidad de Oviedo

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ÍNDICE

1.- Disfruta felizmente de tu envejecimiento: lo mejor está aún por llegar .......................131A.-Un mundo envejecido ...........................................................................................131B.- El precio de la longevidad ...................................................................................261C.- El concepto de envejecimiento: una perspectiva histórica ..................................291D.- Una clave: despreocuparse de la edad .................................................................321E.- Las actitudes sociales ...........................................................................................341F.- A Félix no le gusta que le llamen viejo .................................................................361G.- Otra clave: aceptar el envejecimiento ..................................................................491H.- Tóxicos del envejecimiento saludable: la soledad ...............................................551I.- La esperanza, la mejor medicina ...........................................................................601J.- La píldora del apoyo social ...................................................................................611K.- Los pequeños detalles: el afán de superación ......................................................681L.- No excluirse de nada ............................................................................................711M.- Cuídate a ti mismo ..............................................................................................75

2.- Sobresaliente en aprender a vivir. .................................................................................812A.- Saber envejecer ....................................................................................................812B.- El sendero de la ancianidad activa y feliz ............................................................862C.- Algo para recordar: claves para un envejecimiento activo ..................................922D.- Lo mejor está por venir ........................................................................................98

3.- La paseína, un nuevo fármaco para la felicidad y longevidad ....................................1053A.- Efectos del ejercicio físico .................................................................................1053B.- Mantener los hábitos del ejercicio físico ........................................................... 1183C.- Vencer el sedentarismo ......................................................................................121

4.- Nutrientes para vivir más y mejor ..............................................................................1254A.- El valor de la dieta mediterránea .......................................................................1254B.- Claves nutricionales para un envejecimiento saludable y feliz .........................1324C.- Una alimentación saludable ...............................................................................148

5.-Combatiendo el estrés: píldoras de energía positiva para disfrutar de la longevidad ......1635A.- El control del estrés ...........................................................................................1635B.- Una clave frente al estrés: ver con buenos ojos la vida .....................................1705C.- Frente al estrés, paciencia y aceptación .............................................................1735D.- Vivir es vibrar ....................................................................................................1785E.- El control de la hipertensión arterial ..................................................................1865F.- Combatir el estrés ...............................................................................................199

6.- Un medicamento gratuito de última generación para lograr la felicidad ...................2076A.- Ser feliz ..............................................................................................................207

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6B.- Una amante de la vida ........................................................................................2176C.- Vivir el momento presente .................................................................................2196D.- Buscar un sentido a la vida ................................................................................222

7.- Calmarse y relajarse: fórmulas para un envejecimiento saludable .............................2277A.- Lo más importante es vivir ................................................................................2277B.- Disfruta de la relajación .....................................................................................228

8.- Un reto personal en la prevención de las demencias ..................................................2338A.- Las quejas de la memoria ..................................................................................2338B.- La memoria es el libro de la vida .......................................................................2358C.- Las dos memorias ..............................................................................................2388D.- Los años no perdonan. .......................................................................................2418E.- Mantener el mayor grado de actividad. ..............................................................2458F.- Jogging cerebral: prevención de las demencias .................................................2468G.- Cristina ama la lectura .......................................................................................2518H.- La educación frena la aparición de las demencias .............................................2558I.- Somos lo que comemos .......................................................................................2598J.- Vencer el miedo ...................................................................................................262Prevención de las demencias: gimnasia de la memoria .............................................264

9.- Antídotos para la telaraña de la depresión: fármacos de la felicidad ..........................2679A.- La importancia de la depresión ..........................................................................2679B.- Predictores de la depresión ................................................................................2709C.- La felicidad: el gran antídoto de la depresión ....................................................2739D.- Un fármaco contra la depresión: la autoestima .................................................2799E.- Ramón: «¡Voy dejando tanto en el camino» ......................................................2859F.- Una centenaria cree que morirá riendo ...............................................................2889G.- La soledad: la antesala de la depresión ..............................................................2939H.- La estación de las pérdidas ................................................................................298Prevención de la depresión: Convierte tu mayor debilidad en tu mayor fortaleza ........302

10.- Un fármaco de la felicidad muy eficaz: el amor .......................................................30510A.- Amor y salud ....................................................................................................30510B.- El amor no tiene edad ......................................................................................30710C.- El amor combate la soledad .............................................................................30810D.- El envejecimiento: una nueva oportunidad .....................................................31310E.- Pilar. «¡Es tan bella la vida, sabiéndola vivir!» .................................................315

11.- Pastillas para la felicidad: el camino feliz hacia la longevidad ................................32111A.- Controlar pensamientos negativos: los tóxicos mentales ................................32111B.- Felicidad: vivir el momento presente ...............................................................32511C.- Felicidad: me medico con dosis de ilusión ......................................................33811D.- Felicidad: ver siempre la botella medio llena ..................................................34211E.- Felicidad: algo muy personal ...........................................................................34711F.- La felicidad auténtica ........................................................................................35011G.- Felicidad: hacia un envejecimiento saludable .................................................36011H.- Felicidad: la clave es estar bien con uno mismo..............................................36611I.- La felicidad como anhelo y aspiración del hombre...........................................376

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12.- Ingredientes terapéuticos esenciales de la felicidad y de la longevidad: sexualidad y amor ..............................................................................................................................397

12A.- La sexualidad, el ingrediente necesario para un envejecimiento saludable y feliz .........................................................................................................................39712B.- Amor y sexualidad ...........................................................................................39912C.- Quien ama no necesita ser feliz .......................................................................40112D.- Riesgos del amor .............................................................................................40212E.- El amor verdadero ............................................................................................40712F.- El amor es la mejor receta para la longevidad ..................................................41412G.- Quiérete más ....................................................................................................42812H.- Pensar mejor para vivir mejor .........................................................................436

13. Un combustible no contaminante para la felicidad y longevidad: el optimismo .......45913A.- Optimismo: un deseo en alza ...........................................................................45913B.- Las emociones positivas ..................................................................................46413C.- Tóxicos del optimismo .....................................................................................47013D.- El antídoto frente a la enfermedad ...................................................................47413E.- Una actitud positiva ante la vida ......................................................................48913F.- La clave de la salud: el sentido del humor .......................................................515

A modo de conclusión: felicidad, amor y envejecimiento ...............................................525Bibliografía ......................................................................................................................535

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1.- DISFRUTA FELIZMENTE DE TU ENVEJECIMIENTO: LO MEJOR ESTÁ AÚN POR LLEGAR

«Toda la vida es sufrimiento».Príncipe indio Siddharta (siglo V a. C).

«La vejez hace que el amor sea más grande»Ana M.ª Matute, 80 años. Novelista.

«No hay un viejo que no pueda vivir un año;no hay un joven que no pueda morir mañana»

R. Menéndez Pidal.

«Nadie se cree tan viejo como para no vivir un año más».Anónimo

1A.-Un mundo envejecido

La sección Población del Departamento de Asuntos Económico-Sociales de las Naciones Unidas publicó, el 26 de octubre de 1998, una actualización de los cálculos y proyecciones en materia demográfica (figura 1). Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el propio Instituto Nacional de Estadística (INE), nuestro país tendrá, en el año 2050, la población más envejecida del mundo. Y, a corto plazo, con la congelación de las pensiones, la manutención de los mayores será muy costosa. Nuestra cultura se basa en el ocio, queremos ser jóvenes hasta la eternidad; esto hace que se espere hasta la treintena larga para ser padres. Dice Shakespeare, en Hamlet, que el mismo día que nacemos comenzamos a morir. Y esta es la realidad de nuestra existencia; el tren de la vida que, sin duda, ha de ser lo mejor y lo más feliz posible. Un estudio reciente sobre el envejecimiento y la salud adulta, desarrollado por la OMS, ha puesto de manifiesto que, en los próximos años, la Unión Europea perderá casi un millón de habitantes; es el continente donde la población es más vieja y las personas ancianas representan un 21 % del total de la población, frente al 15 % que representan los niños.

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Figura 1. Datos relativos al porcentaje de personas mayores en España. Notemos que para el año 2016, el porcentaje global de personas mayores es del 19 %.

En el capítulo dedicado al aumento de las personas ancianas, destaca, entre otras cosas, que los 66 millones de personas de más de 80 años de edad, presentes hoy en el mundo, van a aumentar hasta los 370 millones en el año 2050, cuando se contarán entre ellos 2,2 millones de centenarios. En Estados Unidos, los centenarios son el segmento de población que más ha aumentado, pasando de 3 700, en 1940, a más de 100 000 hoy. Actualmente, una de cada 10 000 personas de los países industrializados disfruta de la condición de ser centenaria. Este dato es una prueba irrefutable del avance biotecnológico y de la asistencia sociosanitaria y farmacológica, que ha hecho posible alcanzar estos niveles de edad inimaginables, tan solo hace unos pocos años. Jeanne Louise Calment (21 de febrero de 1875 – 4 de agosto de 1997) fue la persona más longeva comprobada, habiendo alcanzado una edad de 122 años y 164 días. Residió en Arlés (Francia) toda su vida, y sobrevivió a su hija y su nieto. Adquirió popularidad, especialmente desde la edad de 113 años, cuando la conmemoración del centenario de la visita de Vincent van Gogh a Arlés motivó la llegada de periodistas a su región.

Fue incorporada al Libro Guinness de los récords en 1988, y el 17 de octubre de 1995 se convirtió en la persona más vieja jamás conocida, después de haber superado el caso de Shigechiyo Izumi, de Japón. Se convirtió en la última persona viva documentada nacida en la década de 1870, luego de la muerte del supercentenario japonés Tane Ikai (nacido en 1879), acaecida el 12 de julio de 1995; en total, sobrevivió a no menos de 329 supercentenarios

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indiscutiblemente verificados, menores que ella. Calment es la única persona de la cual se confirmó que sin lugar a dudas, alcanzó la edad de 120 años.

Así pues, el incremento de la expectativa de vida media ha llevado a que el número promedio de años en la etapa postlaboral de su población sea de igual extensión al del periodo formativo y educativo prelaboral (figura 2). ¿Y por qué las personas viven cada vez más? Robert Fogel, Premio Nobel de Economía, de la Universidad de Chicago, cree que, además de los avances en la asistencia y tecnología médicas, hay un factor de evolución tecnofisiológica que explica que, en los últimos años, el cuerpo humano se ha hecho más resistente, porque las personas han conseguido controlar, en gran medida su entorno y sus condiciones de vida. Los estudios de Fogel demuestran que una mayor envergadura (el tamaño medio del cuerpo en Occidente ha aumentado un 50 % en los últimos 250 años), y no una mayor obesidad, se asocia con una salud mejor y una vida más larga.

Figura 2. En muy poco tiempo, hemos conseguido, gracias al desarrollo de la biotecnología, poder vivir 45 años más, con todas las interrogantes y exigencias que ello implica.

Por otra parte, el período postjubilación es de similar duración al tiempo que la persona ocupa en su juventud para formarse antes de entrar a trabajar (figura 3).

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Figura 3. La esperanza de vida media al nacer. Un hecho admitido es la mayor esperanza de vida en las mujeres que en los varones. Son muchas las posibles causas explicativas de este fenómeno, recogiéndose algunas de ellas en el propio diagrama.

De otro lado, la pirámide de las edades se encuentra completamente invertida en varios países del mundo desarrollado. En efecto, el crecimiento de las personas mayores de 65 años en España, en el año 2025, será del 21,4 %, es decir, unos 8,5 millones de personas. Estamos hablando de que casi la cuarta parte de la población española se encontrará en ese período de envejecimiento, lo cual potenciará, casi de forma exponencial, las demandas sanitarias, sociales, económicas, psicológicas, etc.

Sin duda, nos encontramos en un mundo envejecido (figura 4). Según estimaciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en el año 2025, el 22 % de la población mundial tendrá más de 65 años, y este porcentaje aumentará de forma considerable si las previsiones se centran exclusivamente en la población de los países desarrollados. En nuestro país, cuyo envejecimiento poblacional es uno de los más alarmantes del mundo occidental, los mayores de 60 años representan actualmente el 21 % de la población y se estima que, de aquí al año 2025, serán el único segmento de población que crecerá hasta llegar al 30 % del total. El número de personas muy mayores (octogenarios, nonagenarios y centenarios) se triplicará de 1980 a 2025, llegando a alcanzar los 2,3 millones; esto es el 6 % del total poblacional.

Se trata, en definitiva, de un mundo envejecido que podemos contemplar en el gráfico. Sin embargo, un mundo envejecido que puede ser muy empobrecido desde el punto de vista de la salud. Y en este sentido, el tabaquismo, cada vez más presente en los hábitos del mundo occidental, explica no solo un acortamiento del envejecimiento, sino también una

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serie de enfermedades (insuficiencia respiratoria, bronquitis crónica, enfermedad pulmonar obstructiva crónica, cáncer de pulmón, cáncer de laringe, etc.) que originan un sufrimiento al final de la vida (figura 5).

Figura 4. Un mundo envejecido.

Figura 5. Tabaco y cáncer. El tabaco tiene relación directa con el cáncer, cáncer de laringe y cáncer de boca.

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Además, los españoles, con una expectativa media de 82,31 años, son los europeos con una mayor longevidad. Las españolas viven más; su longevidad es la más alta de toda Europa y de las más elevadas del mundo, según la Oficina Estadística de la Comisión Europea (Eurostat). Las mujeres japonesas gozan desde hace un cuarto de siglo de la expectativa de vida más alta en el mundo. Y no contentas con eso, se siguen superando: el Gobierno de ese país ha difundido las últimas cifras, correspondientes a 2010, que indican que el nivel promedio de edad ha llegado a 86,4 años, todo un récord. Es decir, casi cinco meses más que un año antes.

Por otro lado, las mujeres de Hong Kong y las de Francia ocupan el segundo lugar en esta lista. Los hombres japoneses, en tanto, sumaron casi cuatro meses a su expectativa de vida, que pasó ahora a 79 años y medio, a pesar de que pasaron del quinto al cuarto lugar en los rankings, detrás de los varones de Qatar, Hong Kong, Islandia y Suiza. Pero ¿cuál es el secreto de la extraordinaria estadística de Japón? Los médicos atribuyen la longevidad de las mujeres de ese país a su tradicional dieta de pescado, arroz y verduras cocinadas a fuego lento, además de un fácil acceso al sistema de salud y un nivel de vida alto en la vejez, comparado con otros países.

Pero también la longevidad del sexo masculino va ganando tiempo de vida, siendo los españoles los segundos más longevos de la Unión Europea, por detrás de los suecos. En la figura 6, mostramos lo datos relativos a la esperanza de vida al nacer según el Instituto Nacional de Estadística (INE, 2009). La conclusión inmediata es el crecimiento continuo de la esperanza de vida; pero también hay que decir que posibles cambios socioculturales, económicos, médicos y educativos podrían activar o frenar este vector de crecimiento, que se corresponde con un aumento del bienestar y del desarrollo biotecnológico.

Empero, el riesgo de encontrarse en una situación de dependencia en la vejez, ciertamente ha existido siempre, pero su magnitud ha cambiado. Aunque la discapacidad no es una consecuencia inevitable del envejecimiento humano, el riesgo de empezar a sufrir una situación de discapacidad y dependencia aumenta enormemente con la edad. La mortalidad en su descenso ha sido, en cierto modo, sustituida por la morbilidad (figuras 7 y 8). El incremento de la esperanza de vida surge de una combinación de mortalidad decreciente y morbilidad creciente. Se vive más, pero también se enferma más. El envejecimiento se refleja en el paso del tiempo; en todas las personas, en todos los seres vivos, constatamos cómo el tiempo se nos pasa como la arena que se desliza entre los dedos. Sucesiones de noches y días, de tardes y mañanas, de sueños y despertares, sometidos al influjo solar, reflejan el paso del tiempo y, en consecuencia, el envejecimiento.

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Figura 6. Datos relativos a la esperanza de vida al nacer.

Figura 7. Causas directas de muerte según enfermedad en el momento de morir.

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Figura 8. Causas directas de muerte en el momento de morir en varones y mujeres.

No obstante, a pesar de la importancia de este conjunto de enfermedades que afectan al individuo anciano, la esperanza de vida sigue aumentando en la cultura occidental de forma imparable. En cualquier caso, estas cifras de longevidad progresiva siguen progre-sando como consecuencia del desarrollo de la biomedicina y, tal vez, sea perfectamente razonable pensar que un niño que nace hoy tenga asegurada una expectativa media de vida de 100 años.

A los 18 años, uno piensa que es inmortal, pero a pesar del gran descubrimiento de la reprogramación de las células logrado por el Dr. Shinya Yamanaka, el límite de la vida humana es aproximadamente de un millón de horas, es decir, en torno a los 122 años. Pero, naturalmente, el reto no es solo vivir, sino vivir con autonomía e independencia y que la vida sea rica en todas las dimensiones (sabiduría, sociabilidad, inteligencia, creatividad, afectividad, sexualidad, serenidad, etc.). Incluso, en la actualidad, cada vez más, se contempla la posibilidad de mejorar la estética y la belleza, utilizando para ello los nuevos productos farmacológicos, así como intervenciones quirúrgicas antienvejecimiento.

En efecto, una mujer californiana de 83 años se ha convertido en noticia en Estados Unidos por someterse a una operación de cirugía estética para retocar sus pechos y que sus hijos se sientan orgullosos de su aspecto. Marie Kolstad, una activa bisabuela que trabaja a jornada completa como encargada de una propiedad en el condado de Orange, en el sur de California, decidió pasar por quirófano, cansada de que sus «pechos fueran en una dirección» y su cerebro «en la otra», dijo en una entrevista. «Físicamente, tengo buena salud y me apetece, ¿por qué no aprovecharme de eso?», dijo la mujer, viuda, que tiene 12 nietos y 13 bisnietos. «Mi madre vivió mucho tiempo (94 años) y yo simplemente estoy

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dando por hecho que eso también me ocurrirá a mí, y quiero que mis hijos estén orgullosos de mi aspecto», explicó Kolstad.

La operación tuvo lugar el pasado 22 de julio de 2011, con un coste de 8.000 dólares, y consistió en la colocación de unos implantes de mama para elevar sus pechos. Según la American Society for Aesthetic Plastic Surgery, en 2010, se produjeron en Estados Unidos 84.685 procedimientos de cirugía estética entre pacientes de 65 años o mayores, y más del 50 % de esas fueron liftings faciales y operaciones de párpado, seguidas por operaciones de pecho, ya fuera para elevar, reducir o agrandar. La negación y el rechazo del envejecimiento es una realidad. «¡Yo no tengo esta papada! ¡Estas cámaras digitales me sacan muy vieja! ¡Las máquinas de fotos de antes sí hacían buenas fotos!», exclama Adriana, una persona de 82 años, que mira las fotos de la última reunión familiar.

También sorprende Marcial, de 85 años, cuando le proponen un viaje para la tercera edad organizado por el IMSERSO: «¡Ni hablar! ¡Son para viejos!». Pero, sin duda, cuanto más joven te sientas, más vivirás. Esta afirmación es el resultado de un estudio sobre el envejecimiento realizado con 516 hombres y mujeres de 70 o más años por Jacqui Smith, psicóloga del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan —junto con dos colegas del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Alemania—. Para elaborarlo siguió la evolución de esas personas a lo largo de seis años.

El hallazgo más sorprendente fue que, de promedio, se sentían con 13 años menos de los que tenían. También se constató que su percepción de sí mismos solo se modificaba en caso de mala salud. Las investigadoras concluyeron que «sentirse joven está relacionado con una mejor salud y mayor longevidad. Incrementa el optimismo y la motivación para superar obstáculos, reduce el estrés y mejora el sistema inmunitario, lo que reduce el riesgo de enfermedades». En los más jóvenes, se ha identificado que la resistencia a verse mayores proviene de una negación del envejecimiento resultante de temores como no poder lograr el éxito en la pareja y la carrera, experimentar declives sexuales o físicos y no tener una seguridad e independencia económica.

Pero todo crecimiento/envejecimiento implica «una pérdida que va seguida de un proceso de duelo con respecto al tiempo de la propia vida, con su rechazo/evitación». Partiendo de que la vida, para seguir siéndolo, tiene que surgir de las cenizas de pérdidas sucesivas, es posible que el duelo de cumplir años acompañe desde edad muy temprana. En efecto, cumplir 12 años significa la pérdida de los privilegios de la niñez, por ejemplo. No es de extrañar que, desde la tercera década, los sucesivos cumpleaños empiecen a ser incómodos, por no decir traumáticos. Es muy probable que los jóvenes que han tardado más de lo esperado en sentirse adultos vayan tomando conciencia de que se les «ha pasado el arroz» para algunas vivencias. ¡De ahí las crisis de los 30, los 40 o los 80!

Pero, cada cumpleaños tiene por finalidad contribuir a confrontar el bienestar y la autoestima con la realidad cronológica, con el fin de despejar la ilusión de inmortalidad y permanencia. Pero parece ser, por lo que dicen los investigadores, que la reconciliación con el tiempo y la resolución del duelo no llegan hasta una edad avanzada. En el grupo de los mayores de 80 años, se muestra que para la persona que ya ha elaborado el duelo de las pérdidas y dado que cada cumpleaños puede ser el último, este vuelve a ser motivo de celebración y disfrute. Sin duda, el testimonio de dos mujeres jóvenes refleja la conciencia acelerada del paso del tiempo y de las pérdidas que conlleva. En efecto, Mercedes, de 31 años, dice: «Hasta hace poco, no me había preocupado cumplir años, era un día más en mi

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vida. De repente, me di cuenta de que al día siguiente cumpliría 29, y que este hecho ¡me llevaba de forma inexorable hacia los 30! Esto me llevó a pensar en cómo veía a la gente que tenía 30 cuando yo tenía 18 años: eran personas mayores, gente con hijos, hipotecas, trabajos serios y responsabilidad, que cuando salían por las noches, destacaban por estar fuera de lugar. Ahora, no tengo hipoteca, no tengo hijos, tengo un trabajo y, seguramente, para los chicos de 18 años, soy una persona mayor cuando salgo de noche; porque deben de pensar que ya tengo edad. Muchas veces, me estresa pensar que el tiempo avanza más rápido que yo y que no lo atrapo».

Y todo esto tiene que ver con el «viejismo» (ageism). Este término, ideado en 1973 por el psiquiatra y gerontólogo norteamericano Robert Neil Butler, quien describe el conjunto de actitudes y estereotipos negativos de la sociedad hacia las personas de más edad, significa rechazo, tendencia a la marginación, estigmatización, temor, desagrado, impotencia, claudicación, pasividad, dependencia, enfermedad, negación, agresión y todos los prejuicios que operan conjuntamente en la discriminación hacia la persona que envejece. Hay que decir, en este sentido, que el viejismo es una lacra tan poderosa y nociva como el sexismo o el racismo. Y, ciertamente, hay perspectivas negativas acerca del envejecimiento. Leopardi, por ejemplo, afirmaba que «la muerte no es un mal, ya que libera al hombre de todos los males; la vejez es el sumo mal, ya que priva al hombre del placer y acarrea todos los dolores; sin embargo, los hombres temen a la muerte y aspiran a llegar a viejos». En el mismo sentido, Décimo Juvenal manifestó: «Más que a la muerte, hay que temer a la vejez».

Y, sin embargo, la sociedad no presta la atención debida a este fenómeno psicosocial que irrumpe con fuerza en los diversos estamentos sociales. Ni siquiera los medios de comunicación tratan de dar a conocer este fenómeno y atajar las graves consecuencias que ello conlleva en la vida de las personas mayores. El rechazo es de tal magnitud que, tal vez, lo mejor sea más dosis de rechazo o negación. En fin, el viejismo, que varía según las culturas, enlaza con las ideas de declive físico, psíquico, emocional y de todo aquello que la sociedad venera: belleza corporal, juventud, éxito, fuerza, sexualidad, estatus, poder, ostentación de bienes, productividad. La imagen de algunos hombres y mujeres sentados en los bancos de los parques o de sus pueblos, reflejan con precisión esta descripción.

Personas con aspecto fatigoso, abrumadas, entorpecidas; sus ojos con mirada profunda y tranquila, atrapados en el pozo de su existencia, con sus brazos que cuelgan como cosas. Individuos que parecen circular al margen de la corriente de la vida, sumidos en la inercia y en la contemplación. Sin embargo, han sido pujantes luchadores que han trabajado hasta la extenuación y que aún cuentan con una voz dulce, humilde y serena. Personas que siguen meditando, pensando, reflexionando, atrapados en la telaraña de su pasado, de lo que fue, de lo que pudo ser y ya nunca será.

Por eso, curiosamente, el proceso del envejecimiento se asocia frecuentemente con una sola palabra descarnada, que es la inutilidad. Además, el viejismo se aprende desde edades tempranas. Amparo Soler Leal, actriz extraordinaria, considera que rechazamos a los mayores para olvidar que nosotros también vamos a estar así; rechazamos lo que no queremos ser. Continúa diciendo que son una carga, molestan, ocupan sitio, necesitan cuidados… «Ella, no obstante, dice no sentirse sola porque se siente rodeada y apoyada por los amigos. No me siento mayor por dentro, tengo una buena memoria y estoy llena de ganas de hacer cosas». Amparo considera que uno es viejo definitivamente cuando ha perdido la curiosidad. «Si pierdes la curiosidad, estás muerto», apostilla.

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Un actor como López Vázquez dijo también: «Si el precio de la sabiduría es la vejez, prefiero más ser imbécil». Entonces, ¿qué sucede? Pues que los abuelos ya no forman parte de esa familia enriquecedora; ya no son elementos de transmisión cultural y de sabiduría; han sido sustituidos lamentablemente por «abuelos esclavos» o por la tecnología y, por lo tanto, uno de los filtros más interesantes, desde el punto de vista cultural, social y educativo, ha desaparecido, y las consecuencias a la vista están: la caída en picado de los valores y de la armonía familiar. Por eso, no es de extrañar que la mayoría de las personas, de todas las edades, no deseen ni acercarse ni pertenecer a ese club de los mayores que la propia sociedad, en muchas ocasiones, subestima en cuanto a capacidades, poder, riqueza, utilidad y función.

Y así, muchas personas sueñan con una juventud perpetua; ha llegado el virus de la juventud perpetua. El sueño de la inmortalidad y la eterna juventud es uno de los anhelos fantásticos de la especie humana. Tratan de ser inmortales, como las hidras y los territos. Y piensan, por encima de todo, mantener su adorada juventud. Así lo comprobamos en personas que simulan los cambios somáticos que se producen, principalmente, en el rostro, como consecuencia del paso de los años.

De ese modo, algunas personas se convierten en mayores que relatan sus amoríos con temblor adolescente o que se hacen tatuajes en los lugares más ignotos. Son personas alérgicas a la responsabilidad y añorantes del hedonismo de la juventud; se lanzan a la búsqueda melancólica de la eterna juventud; una quimera que, tal vez, incluye completar el maratón de Nueva York y hacerse un tatuaje japonés, cuando deberían hacerse un plan de pensiones. Tal vez, con la ayuda del Photoshop, el bisturí y el ácido hialurónico, muy pronto todos alcanzaremos el más allá con el rostro impoluto de Nicole Kidman, en su mejor momento. Incluso, en poco más de una hora, se pueden perder centímetros, reducir la celulitis y atenuar la flacidez.

Pero, al mismo tiempo, hay que señalar que los españoles tenemos una percepción de la vejez asociada principalmente con la idea de dependencia (61 %), con el deterioro físico (56 %) y con el deterioro cognitivo (31 %). En la actualidad, aún se resaltan los aspectos negativos de la vejez. A este respecto, decía Azorín, con ese estilo suyo tan escueto como contundente: «El viejo es un enfermo sano». Y es que el inevitable deterioro físico, psíquico y muchas veces social que comporta la vejez hace que cualquier anciano, aunque en principio esté sano, pueda ser considerado como enfermo.

Pero, además, ese «enfermo sano», que es el anciano en condiciones normales, enferma con mucha frecuencia y por múltiples causas, lo que le hace ser usuario habitual de los distintos servicios sanitarios, incluido el ingreso hospitalario. Ciertamente, en el proceso del envejecimiento, se alteran todos los niveles de organización biológica (molecular, celular, orgánica, etc.), reduciéndose las capacidades funcionales y aumentando la probabilidad de la posible aparición de enfermedades degenerativas. Envejecemos porque nos oxidamos y nos oxidamos porque respiramos oxígeno. Así pues, en el pecado llevamos la penitencia. Es decir, al tiempo que vivimos, envejecemos. Una parte del oxígeno que respiramos genera los radicales libres que van a producir deterioro celular y formas de envejecimiento patológico. Los radicales libres actúan sobre el ADN y pueden llegar a generar diversos tipos de tumores. Los radicales libres son neutralizados mientras somos jóvenes, pero, con el paso de los años, producimos menos antioxidantes y generamos más radicales libres.

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La consecuencia es fatal. Pero, tal como exponemos en capítulos más adelante, si la persona consume una dieta rica en frutas, verduras y hortalizas, incorpora antioxidantes que son capaces de frenar el envejecimiento patológico. Si a ello añadimos la práctica del ejercicio físico, podemos potenciar, además, el sistema inmune, lo que nos permite alcanzar, probablemente, la longevidad. El envejecimiento activo, lo que hace es ralentizar el propio envejecimiento, evitando que aparezca el deterioro o los síntomas que imposibilitan o dificultan a la persona mayor en el desempeño de sus funciones, de sus actividades de la vida diaria. Tenemos que conseguir que la persona viva en las mejores condiciones posibles, el mayor tiempo y que alcance plenamente la longevidad, disfrutando de su vida, de su existencia. Es necesario tratar de retrasar lo máximo posible los síntomas inequívocos de la situación final, del límite de la propia vida. Y ciertamente, se está consiguiendo, ya que se están controlando eficazmente dos tipos de enfermedades que contribuyen a obstaculizar el conseguimiento de la meta de la longevidad.

Estas enfermedades que se están tratando eficazmente son las enfermedades cardio-vasculares y el cáncer. Pero, a pesar de que la esperanza media de vida sigue creciendo y que llegará a alcanzar fácilmente los noventa años, hay que pensar que ese crecimiento no es ilimitado. Hay una barrera genética insalvable. Una característica genética de los extremos de los cromosomas, es decir, los telómeros, explican precisamente la existencia de ese límite insuperable. Los telómeros permiten que se divida la célula y, cada vez que se produce una división celular, estos se van debilitando. Y llega un momento en el que no se pueden dividir más. En ese momento, alcanzaríamos el límite biológico de la vida, alrededor de 118 años.

El proceso del envejecimiento supone un auténtico reto para que nuestro país sea capaz de satisfacer las demandas, las necesidades y contribuir en suma, a la longevidad, a la salud y a la felicidad de nuestros mayores, proporcionándoles una atención sanitaria de alta calidad. En cualquier caso, la edad cronológica no necesariamente se corresponde con el estado anímico-mental de la persona. Una persona de ochenta años puede tener un permanente estado de ánimo, euforia, placer y alegría, en tanto que una persona de 40 años puede pensar obsesiva y reiteradamente que no merece la pena vivir y que lo mejor es irse de este mundo cuanto antes (figs. 9 y 10). Se trata de un buen envejecer; un concepto relacionado con las personas mayores que disfrutan de altos niveles de bienestar y que es la base del modelo de envejecimiento satisfactorio.

Este bienestar, se asocia a una fuerte experiencia subjetiva de felicidad o satisfacción en todos los ámbitos de la vida. Incluso en situaciones muy desfavorables (enfermedad, discapacidad, disfunciones familiares o personales), las personas mayores pueden contemplar su situación psicológica, de forma muy satisfactoria; de ahí, el concepto de paradoja del bienestar. En fin, esta calidad de vida durante el envejecimiento tiene mucho que ver con el crecimiento personal, con la inteligencia, con la educación, con la cultura, con la superación de uno mismo, con la autoeficacia y con la consecución de metas u objetivos en la vida.

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Figura 9. La vejez y el horizonte de los años. Las personas con ese entusiasmo, jovialidad y disfrute de la vida nunca alcanzan el horizonte de la vejez, como nunca se alcanza el horizonte del mar. Por ello, se encuentran en una permanente juventud.

Figura 10. Envejecimiento de la población: tasas de supervivencia. La supervivencia femenina es considerablemente mayor. Las mujeres tienen más dolencias y menor calidad de vida.

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1B.- El precio de la longevidad

Ciertamente, en la actualidad, aumenta la longevidad, pero, al mismo tiempo, emergen numerosas enfermedades y el merecido descanso, a veces, llega tarde. Es el precio de la longevidad. Con la jubilación, muchas personas se encuentran en un domingo permanente, constituyendo una clase «ociosa» (consumen pero no producen), un patrón de reacción muy preocupante ante el cual tenemos que reaccionar con un programa exigente, riguroso y disciplinado que describimos precisamente en este manual de autoayuda para un envejecimiento saludable y feliz.

Igualmente, la pérdida de las relaciones sociales asociada a la jubilación, la escasa planificación del tiempo libre, los hábitos higiénicos insalubres y el fallecimiento de amigos muy próximos empeoran peligrosamente todo el proceso del envejecimiento. Muchas personas, todo hay que decirlo, tienen miedo a hacerse mayor es porque existe la idea bastante arraigada de que envejecer significa el acercamiento progresivo y definitivo hacia la muerte. Además, la persona es consciente de que se hace mayor y se acerca al envejecimiento porque ha perdido muchos amigos, tal vez todos, y porque se empiezan a sentir muy solos.

Estas personas, atrapadas en estas ideas destructivas y peligrosas, se ven conducidas a un camino que llamamos de envejecimiento patológico. Además, hay que tener en cuenta el fenómeno del viejismo (ageism), es decir, ese conjunto de actitudes negativas de la sociedad hacia las personas de más edad. El viejismo significa rechazo, tendencia a la marginación, temor, negación, desagrado, agresión y todos los prejuicios que operan en la discriminación hacia la persona que envejece. Es una lacra tan fuerte y desagradable como el sexismo o el racismo. El viejismo enlaza con las ideas conceptos de declive físico y de todo aquello que la sociedad venera: belleza corporal, poder, prestigio, estatus, productividad, ostentación, etc. Esta actitud, se aprende en todas las edades; por ello, muchas personas no desean acercarse ni pertenecer al club de los mayores.

Sin embargo, es importante una descripción conceptual, porque muy frecuentemente utilizamos indistintamente los términos: senectud, vejez y ancianidad. Senectud es sinóni-mo de madurez; se es senecto no por los años sino por la prudencia; tiene connotación po-sitivas, de ahí, precisamente, deriva el término «senado». Por el contrario, vejez se asocia a vetus que significa desagradable, decrépito y que se aplica a hombres, animales y objetos. La ancianidad hace referencia sencillamente a la acumulación de años. Decía Torrente Ballester que él se sintió por primera vez viejo, viejo de verdad, cuando se le acercó a salu-darlo un antiguo alumno y le dijo que era almirante.

Pero el proceso de envejecimiento no solo comporta importantes modificaciones fisiológicas, sino que conlleva paralelamente transformaciones psíquicas que afectan a su comportamiento y a su personalidad, y que, en muchas ocasiones, justifican un cierto tratamiento psicológico. Un aspecto psicológico, cada vez más frecuente, es el miedo al envejecimiento. Verónica me comentaba lo siguiente: «Desde hace algún tiempo, tengo miedo a envejecer, desearía detener el tiempo y, a veces, me gustaría volver a ser una niña. ¡Me gustaría volver a tener veinte años! Sé que es imposible, pero no quiero convertirme en una vieja. ¡Con lo guapa que era yo!

»Me horrorizan los cambios del envejecimiento, las arrugas, las canas, la caída del pelo, las manchas en la piel, la pérdida de la agilidad física, etc. ¡No quiero convertirme en

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una vieja! Ciertamente, envidio a las chicas que todavía tienen toda su vida por delante y me siento atrapada». Así, por ejemplo, le preocupan las bolsas de los ojos. La genética, la alimentación y la retención de líquidos, así como la falta de sueño, favorecen su aparición. Le gustaría rejuvenecer la mirada. La percepción de la edad se centra fundamentalmente en los ojos y en el contorno; cerca de 10.000 parpadeos al día y 22 músculos en continuo movimiento terminan por producir bolsas, ojeras, párpados caídos y arrugas de expresión. Pero la realidad es que el envejecimiento avanza de forma implacable; la otra alternativa es la muerte. ¡No hay más! O sea, que elige tú mismo. ¡No evitarás el envejecimiento, ni la enfermedad, ni la muerte!

Naturalmente, Verónica con sus 86 años, vive angustiada con el problema de su enve-jecimiento, temerosa de su verdadero estado existencial y de su fecha de caducidad. Sabe también que lo único que es capaz de vencer a la muerte es el amor. Pero, además, vivir es abrazar sin ambages, la única realidad existencial común a todos los seres humanos y que es, precisamente, la evidencia de la muerte; el último viaje, como dice la última estrofa de Antonio Machado, «Retrato»:

«Y cuando llegue el día del último viaje,y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,me encontraréis a bordo ligero de equipaje,casi desnudo, como los hijos de la mar».

¿Qué extraños meandros describe a veces el río de la vida? Sólo aceptando la vida tal y como es podremos cambiar la perspectiva de la vejez; aceptándola podremos vencer las vicisitudes de la vida y disfrutar de un envejecimiento óptimo, activo y saludable. Como dice Richard Bach, «no es el desafío lo que define quiénes somos ni qué somos capaces de ser, sino cómo afrontamos ese desafío: podemos prender fuego a las ruinas o construir un camino, a través de ellas, paso a paso, hacia la libertad». Así, Verónica puede recuperar su autoestima y su libertad, siendo más independiente y autoeficaz, dejando de torturarse por sus ideas obsesivas y negativas en relación al envejecimiento. Verónica ha desarrollado eficientemente la capacidad de resiliencia, la habilidad para adaptarse y superar los obstáculos, la sorpresa y la adversidad. ¿Qué entendemos por resiliencia? La resiliencia es el proceso de adaptarse bien a la adversidad, a un trauma, tragedia, amenaza, o fuentes de tensión significativas, como problemas familiares o de relaciones personales, problemas serios de salud o situaciones estresantes del trabajo o financieras.

Y de esto ¡sabe tanto Verónica! Significa rebotar de una experiencia difícil, como si uno fuera una bola o un resorte, y salir airosos, sin daños, sin heridas emocionales. Verónica ha potenciado su habilidad de aprender a vivir el momento presente y no dejarse dominar por esos pensamientos parásitos (actitudes negativas ante el envejecimiento) que le roban la serenidad y la calma. Y ello garantiza eficientemente su felicidad y la integridad de su salud mental. Incluso, podría beneficiarse de algunas opciones médicas que rejuvenecen su rostro y, especialmente, de desintoxicantes, exfoliantes específicos, corrector antiojeras, cosméticos con efecto lifting, tratamientos reafirmantes médico estéticos que mejoran la elasticidad de los párpados y estimulan la producción de colágeno y elastina. Otras opciones médicas quirúrgicas puede adoptar Verónica para ralentizar su envejecimiento y conseguir una imagen corporal más aceptable. Así, por ejemplo, para rejuvenecer el contorno ocular,

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puede practicar la blefaroplastia, que elimina el exceso de grasa del párpado superior y las bolsas bajo los ojos. Verónica es la protagonista de su mundo, presume de su sensibilidad, de su intensidad emocional, de la música relajante de la naturaleza, de los silbidos de los pájaros, de pequeños detalles, de los golpes de humor; en fin, un ser humano que sueña, imagina y siente. Un ser humano que quiere vivir. Por eso, es capaz de cualquier cosa para cuidar su propio cuerpo, incluso podría realizar un nanoinjerto de grasa autóloga, infiltraciones de ácido hialurónico y hasta un peeling químico… Pero la vejez sigue implacable su ruta y su destino.

En cualquier caso, el envejecimiento expresa los efectos del paso del tiempo al actuar sobre el organismo. Los cambios que se producen con el proceso del envejecimiento, son innumerables y casi todos ellos nos hablan de declive o deterioro. Así, por ejemplo, el locus coeruleus es bastante sensible a los procesos degenerativos, disminuyendo también la noradrenalina (NA) y la serotonina (5-HT) en la neocorteza. Los cambios en la sustancia blanca son visibles con tomografía axial computarizada (TAC) y resonancia magnética (RM), y consisten en desmielinización o pérdida parcial de axones o células dendrogliales. Naturalmente, la progresión de los cambios en la sustancia blanca se relaciona con una posibilidad tres veces mayor de presentar demencia.

Igualmente, las alteraciones morfológicas en el hipocampo se asocian con depresión y demencia. Asimismo, la afectación de la sustancia gris de la corteza cingulada anterior (corteza prefrontal) explica la falta de interés y de motivación que se presenta en el enveje-cimiento patológico, como en la depresión y en la enfermedad de Alzheimer (EA). También la tomografía por emisión de positrones (PET) ha puesto de manifiesto la presencia de hi-pometabolismo en la región orbitofrontal, y ello se relaciona con sintomatología depresiva (apatía, tristeza, inhibición, etc.). El envejecimiento es un proceso progresivo, endógeno y deletéreo para el individuo, y sus causas están presentes en cualquier momento del ciclo de la vida; incluso, en el mismo embrión. Básicamente, el envejecimiento es el resultado del daño paulatino sobre el ADN mitocondrial (ADN mt), es decir, el material genético necesario para obtener energía de los alimentos. Además, estas mutaciones se asocian con afecciones del sistema nervioso central (SNC), como la enfermedad de Alzheimer y de Parkinson.

Los cambios en la neurotransmisión son evidentes, como, modificaciones de las sinap-sis del hipocampo (que interviene de forma principal en los procesos de la memoria), alte-raciones en la síntesis y almacenamiento de las sustancias neurotransmisoras, presencia de placas seniles en el cerebro, cambios en el sistema dopaminérgico (disminución de los niveles de dopamina a nivel presináptico), disminución también del número de células que contienen dopamina en el cerebro, reducción de la actividad del sistema adrenérgico, rebaja de los niveles de epinefrina en las áreas motoras de la corteza cerebral, declive de la actividad de la acetilcolina (de gran importancia en el mantenimiento de la memoria), alteración de la capacidad de respuesta del sistema colinérgico, mengua de la capacidad de transporte axonal y dendrítico, variaciones en los sistemas antioxidantes, transformaciones en la actividad eléctrica del cerebro y en el flujo cerebral, etc.

Todo ello se traduce en numerosos cambios funcionales en el sistema nervioso central (SNC): alteraciones del sueño (aumento de los despertares nocturnos), disminución del rendimiento cognitivo, alteraciones sensoriales, motoras y de coordinación, pérdidas en la capacidad de coordinación y en el control muscular, pérdida progresiva de la memoria (en

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especial, de la memoria reciente), dificultad para adquirir nuevas habilidades. ¡Y a pesar de todos estos cambios, la persona puede ser mayor y longeva y mantener íntegramente su rendimiento intelectual y, en gran parte, su rendimiento físico! ¿Cómo? Esa respuesta es el objetivo de este manual y que trataremos de explicar minuciosamente. ¡No pierdan la atención!

Ciertamente, el envejecimiento se asocia con deterioro, disminución, déficit, involución, enfermedades neurodegenerativas y, por supuesto, con la muerte. Sin embargo, esto no es así, como lo demuestra la existencia de numerosas personas que han alcanzado una edad muy avanzada con una gran capacidad memorística, verbal, artística, intelectual, etc., y que, al mismo tiempo, gozan de una aceptable salud física y mental. Tal como reflejó acertadamente Cicerón en su conocido aforismo, «envejecer sin agriarse, como los buenos vinos», más o menos acertado, el comentario.

Según Binet y Bourlier, el envejecimiento humano consiste en: «Todas las modificaciones morfológicas, fisiológicas, bioquímicas y psicológicas que aparecen como consecuencia de la acción del paso del tiempo sobre los seres vivos». El envejecimiento tiene un carácter endógeno y, por lo tanto, la longevidad, en gran parte, está genotípicamente determinada, si bien existen factores exógenos, como las radiaciones UV, el tabaquismo, la cantidad de grasa saturada, la vida sedentaria y los oxidantes de la dieta, que influyen en todo el proceso del envejecimiento.

1C.- El concepto de envejecimiento: una perspectiva histórica

El concepto de envejecimiento ha estado sometido, como es natural, a las distintas influencias fisiológicas, culturales y científicas a lo largo de la historia, de ahí, la gran variabilidad conceptual. En cualquier caso, el envejecimiento ha sido un problema que ha preocupado al hombre desde los albores de la historia. En Homero, se encuentran alusiones a la experiencia y capacidad de los viejos, el sugerir que los más jóvenes habrán de someterse al Consejo de los ancianos.

Platón (427-437 a. C.) adopta, respecto a la ancianidad, una postura de máximo respecto por las vivencias de la misma. Subraya Platón que la condición necesaria para afrontar con serenidad y sabiduría el envejecimiento sería haber llevado una vida íntegra en las etapas anteriores a la vida, por ejemplo, en la juventud. Con este pensamiento, Platón se adelantaba en muchos siglos al concepto de la geroprofilaxis, enfatizada y desarrollada fundamentalmente pos Schubert y Zyzik en 1968. Estos autores subrayan que la prevención del envejecimiento ha de realizarse ya a partir de la primera infancia y, sobre todo, desde la adolescencia.

Aristóteles (384-322 a. C.) traza una imagen más negativa del anciano. En su Retórica y en su escrito De generatione animalium, expone su opinión central: una enfermedad es la vejez prematura, pero la vejez es una enfermedad natural. De igual forma, Séneca, que murió en el año 65 de nuestra era, mantiene la postura aristotélica, al afirmar que la vejez es una enfermedad incurable (senectus insanabilis morbus).

Sin embargo, Galeno de Pérgamo (129-199 de nuestra era) comprobó que la vejez, si bien no está libre de achaques, no es una enfermedad, ya que esta última va siempre contra la naturaleza, rasgo que no se observa en la vejez. Por su parte, Cicerón (106-43 a. C.), en su

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obra Cato Maior de Senectute, hace un estudio minucioso acerca de los distintos cambios que comporta el proceso del envejecimiento, destacando la capacidad de rendimiento mental que pueden tener las personas de edad avanzada.

Cicerón dice que, entre los romanos de su tiempo, la vejez se iniciaba a los sesenta años de edad; entre otras cosas, puede leerse en la obra de Cicerón lo que sigue: «Dado que los ancianos son los que poseen entendimiento, razón y capacidad reflexiva, si no hubiese ancianos, tampoco habrían existido Estados». Manifiesta Cicerón que ese aumento de entendimiento y razón, de ponderación y tolerancia, de capacidad de juicio y de perspicacia, de dignidad humana y de sabiduría solo se da cuando tales cualidades se han practicado y ensayado suficientemente en épocas anteriores de nuestro desarrollo personal.

Cicerón subraya, además, el relevante papel de la sociedad en cuanto al envejecimiento; ello ha quedado en las siguientes palabras: «No hay nada más hermoso que una ancianidad rodeada por una juventud que desea aprender de ella»... Horacio, en su Ars poetica, caracteriza la edad provecta de la siguiente manera: la pérdida o al menos la drástica reducción de felicidad de vivir se eleva, en la edad avanzada, o la categoría de tema. La influencia de los griegos y romanos se mantuvo a lo largo de la Edad Media. En el siglo XV, el poeta Jorge Manrique expresa con gran belleza el sentimiento de fugacidad de la vida con esos famosos versos:

«Partimos cuando nacemos,andamos mientras vivimos,y llegamosal tiempo que fenecemos;así que, cuando morimos,descansamos».

En el Renacimiento, con la revolución científica, artística e intelectual, los grandes creadores, Miguel Ángel, Leonardo, etc., se fijan fundamentalmente en la belleza, con lo cual presumiblemente marginan a la vejez, desempeñando estos individuos, no obstante, papeles importantes en la filosofía, ética, matemáticas, etc. A ciertos cambios corporales debidos al envejecimiento alude indiscretamente Schopenhauer (1788-1860), cuando afirma: «Se suele designar la juventud como la época feliz de la vida, y a la vejez como la época triste». El poeta Holderlin (1770-1843) echa de menos aquellas cosas que no se pueden poseer y disfrutar en la vejez; así dice en su «Fantasía nocturna»:

«Demasiado anhelael corazón; al fin y al cabo, vive su juventud,pero cuando se extinguen los ardores de ti,incansable soñadora,en paz gozosa la vejez nos llega»...

La cultura, la sociedad y la propia historia confirman la existencia de distintas tendencias acerca del envejecimiento. En el Neolítico, cuando se creó la familia patriarcal, el viejo estuvo muy bien visto y, por ello, era respetado; el viejo era depositario del saber tradicional que lo transmitía de forma oral a los niños, al mismo tiempo que cohesionaba

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potentemente el clan familiar. A partir de la era industrial y con la instauración de la familia nuclear, el viejo va perdiendo posiciones, ya no tiene sitio en el pequeño apartamento; el padre trabaja casi todo el día, la madre también, los hijos permanecen en las guarderías o en los centros de educación gran parte del día, desaparece la comunicación y la coherencia de la familia; los abuelos son un problema y hay que buscarles sitios adecuados (los asilos), residencias más o menos acertadas, mejor o peor equipadas; el viejo (los abuelos) coarta la libertad de los hijos, disminuye las comodidades, es, en fin, un problema en la casa.

Decía Azorín con ese estilo suyo tan escueto como contundente: «El viejo es un enfermo sano». Y es que el inevitable deterioro físico, psíquico y muchas veces social que comporta la vejez hace que cualquier anciano, aunque en principio esté sano, pueda ser considerado como enfermo. Pero, además, ese enfermo sano que es el anciano en condiciones normales enferma con mucha frecuencia y por múltiples causas, lo que le hace ser usuario habitual de los distintos servicios sanitarios, incluido el ingreso hospitalario.

Por otra parte, se están buscando nuevas alternativas a la familia tradicional y además el viejo está desvalorizado, tal como se recoge en las frases de los movimientos musicales de grupos culturales jóvenes adictos al rock: mira tu viejo trabajando todo el día como un esclavo... Es fundamental, por lo tanto, si queremos lograr una plena integración del mayor en nuestra sociedad, arrancar una mayor comunicación entre padres, hijos y abuelos, evitando a toda costa la despaternalización y haciendo que el niño conozca, desde la escuela, la importancia del amor, del saber y del afecto de los mayores.

Por eso, escuchaba a una señora mayor decir con mucho énfasis «mientras pueda, estaré en mi casa…; el día que no pueda…». El hogar es un factor de integración, de vida, de interacción, comunicación y protección. La idea de una residencia o cualquier otra institución, ciertamente, no es satisfactoria porque produce desarraigo, incomunicación, nostalgia e, incluso, depresión. Sí sabemos que existen centros de alta calidad y prestigio con programas terapéuticos de gran eficacia, pero la idea de hogar, dulce hogar, es tremendamente poderosa.

Por otra parte, a medida que avanza el envejecimiento, es necesario superar la espera continua de la muerte, tal como había sostenido Heidegger, abandonando una posición estrictamente pesimista. En fin, senescencia y envejecimiento son términos que pueden designar el mismo proceso científico; ambos conceptos aluden a una involución, a una regresión y no a etapas de desarrollo.

En teoría, podemos reservar el término de senescencia o senectud para referirnos a un envejecimiento normal que, sin participación de procesos patológicos sobreañadidos, nos lleva a la muerte por la única causa de haber llegado a su fin la energía del reloj vital. Sin embargo, en la práctica no vemos nunca un envejecimiento normal ni una muerte exenta de enfermedad; la senescencia no sería más que un estado utópico que creamos al excluir imaginativamente toda manifestación patológica en una vejez idealizada.

Conviene despejar, por otra parte, cualquier duda acerca de la decrepitud psicofisio-lógica inexorable al proceso del envejecimiento. La vejez es algo individual, pudiendo conservarse las capacidades artísticas, intelectuales, físicas, cognitivas, sexuales, humo-rísticas, memorísticas, creativas, etc., hasta el mismo límite de la muerte. La historia así nos lo confirma: Tiziano, en los últimos años de su vida, tal como describen sus biógrafos, manejaba el pincel con su mano artrítica con la misma seguridad que siglos más tarde lo haría el pintor Auguste Renoir. Mantener viva nuestra imagen, afectividad y creatividad

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puede ser el gran antídoto contra los mecanismos involutivos propios del envejecimiento. Pero, para ello, es necesario superar cualquier rasgo de arrogancia, que es precisamente lo que estamos contemplando casi de continuo en relación al envejecimiento.

Ya lo advertía Simone de Beauvoir, apoyándose en el siguiente relato:«Cuando Buda era todavía el príncipe Sidarta, encerrado por su padre en un magnífico

palacio, se escapó varias veces para pasearse en coche por los alrededores. En su primera salida, encontró a un hombre achacoso, desdentado, todo lleno de arrugas, canoso, encorvado, apoyado en un bastón, balbuceante y tembloroso. Ante su asombro, el cochero le explicó lo que es un viejo: “Qué desgracia —exclamó el príncipe— que los seres débiles e ignorantes, embriagados por el orgullo propio de la juventud, no vean la vejez”».

Pero, ¿qué es ser anciano? ¿A quién se le puede llamar así? ¿Cómo han sido percibidos y apreciados los mayores a lo largo de la historia? Desde la antigüedad hasta prácticamente el momento presente, han sido muchos los autores y culturas que han dado un valor cultural distinto al hecho de ser y sentirse anciano. Así, por ejemplo, para Hipócrates se es anciano a partir de los 56 años, para Aristóteles, a partir de los 50, cuando comienza la decadencia.

Otros, como son Agustín, fijan el límite en los 60 años; Isidoro de Sevilla, en los 70. Siglos más tarde, la Enciclopedia francesa sitúa el ingreso en la vejez en los 50 años. Actualmente, rige el criterio de la edad de jubilación laboral en los 65 años en nuestro país, aunque esta edad no es igual en otros muchos estados y es fuertemente discutida por muchos autores contemporáneos. Como vemos, no existe unanimidad de criterios para fijar la edad cronológica en la que uno es anciano, razón para pensar que este criterio no es solo insuficiente, sino, en muchos casos, erróneo e injusto.

Pero, en cualquier caso, con el incremento de la esperanza media de vida, se ha potenciado la incidencia y prevalencia de enfermedades que aparecen en edades avanzadas, lo que, unido a la revolución demográfica del mundo occidental, con un crecimiento explosivo de la población mayor de 65 años, hace que las dimensiones del problema se tornen epidémicas en la primera mitad del siglo XXI. Por lo tanto, resulta de gran interés investigar aquellas enfermedades que causan incapacidad física y se asocian con el deterioro intelectual, pues afectan directamente a la calidad de vida del paciente.

El envejecimiento es un hecho natural y universal, pero las actitudes de la sociedad ante el mismo no son iguales y varían de un lugar a otro y de una época a otra. Por eso, la cuestión previa que hay que delimitar y precisar es ¿qué es un anciano? ¿Qué significa pertenecer a este colectivo y bajo qué criterios se forma parte de él? No está claro o al menos no hay unanimidad de criterios para precisar qué es o en qué consiste el ser anciano, ni dónde fijar la edad en la que uno entra a pertenecer a este sector poblacional (OMS, 2002). Cada uno tenemos nuestro propio modelo de envejecimiento y se trata de escoger el más saludable, el más útil, el más enriquecedor, el más feliz. ¡De ti depende! ¡Esa elección es exclusivamente tuya!

1D.- Una clave: despreocuparse de la edad

Desde mi perspectiva y análisis, la persona mayor que va acumulando años no puede situarse en una sola época, anclada en los recuerdos de tiempos pasados donde disfrutó y compartió los mejores momentos de su vida; debe evolucionar y adaptarse a las nuevas

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realidades sin convertirse en alguien anacrónico y fuera de contexto. Como decía un mayor, en una conversación privada: «Dejé de preocuparme por la edad en la adolescencia, hay que ocuparse de la vida y no preocuparse por los años, ya que no podemos detener el tiempo».

La vejez no es por sí misma una enfermedad, aunque lo dijo aquel esclavo africano, Terencio: «Senectus ipse morbus est». Pero hay que tener en cuenta que el hilo vital del anciano es la memoria que lo ata a su pasado y al entorno en el que ha vivido. En la sociedad actual, tenemos que admitir el siguiente axioma: cada vez vivimos más, mejor y más sanos. Sin embargo también es cierto que las tasas de dependencia se disparan. Por ejemplo, en el Principado de Asturias, de dicha tasa (muy similar al resto de España) el índice es del 32,4 % y seguirá aumentando hasta el 45 % en el año 2050. También es cierto que aumenta un cierto abandono, marginación o estigmatización de todo lo que se asocia a la vejez. Los viejos han ido perdiendo su lugar o han ido dejando de ser sujetos; sin duda, ha crecido el interés por convertirles en objetos.

El escenario sociocultural es el siguiente: quienes rodean al que envejece son por-tadores de un mundo futuro de proyectos: viajes, proyectos, trabajos, experiencias, etc., que ya no incluyen a la persona mayor, el anciano ya no cuenta en las grandes decisiones sociales, políticas y culturales. Pero hay que reconocer que la persona mayor es porta-dora de tradiciones y voz ancestral de la sabiduría colectiva. Y, además, son personas esenciales para contribuir a la humanización de nuestra sociedad, terriblemente deshu-manizada.

En este sentido, no solo los mayores, sino todos los miembros de la sociedad, deben ser perfectamente conscientes de los valores que nos aportan, impregnados de una magnífica sabiduría. Así, una nieta decía a su abuela: «Algún día, yo también envejeceré y sentiré esa soledad correr por mis nutridas venas, y entenderé la mirada lejana contemplando nuestros propios escenarios; y en ese momento, maldeciré el día en que la tuve tan cerca y no supe decirle gracias por haber sido mi querida abuela».

Por eso, los mayores necesitan sentir que sus vidas tienen significado y que con su trabajo están contribuyendo al bienestar y al desarrollo social. La vejez ha de ser considerada como símbolo de experiencia, sabiduría y respeto. Me comentaba un anciano: «Me gusta que me cuenten historias, como cuando era un niño y en las noches de invierno me sentaba junto al fuego, abría los ojos asombrados y escuchaba una voz que nunca he dejado de escuchar». Por otra parte, es necesario eliminar la discriminación y la segregación por motivos de edad y contribuir al fortalecimiento de la solidaridad y apoyo mutuo de las generaciones.

El mito de que los ancianos son un obstáculo económico para la sociedad en la actualidad es simplemente eso, un mito; no tiene ningún tipo de argumentación. Antes, al contrario, las personas mayores tienen una productividad muy importante que se centra en sectores como la agricultura y en la atención, ayuda, cuidado y educación que prestan, cada vez más intensamente, a sus nietos y a otras personas enfermas de su familia, como su propio cónyuge, atrapado por una demencia. Además, muchas labores de voluntariado son realizadas primordialmente por las personas mayores de 65 años que prestan sus servicios, silenciosamente, a través de las organizaciones no gubernamentales.

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1E.- Las actitudes sociales

La posible desdicha del envejecimiento tiene mucho que ver con las actitudes sociales (depresiones, dependencia, abandono, exclusiones grupales, arrinconamiento en la socie-dad moderna, etc.). Y ello puede determinar un modelo de envejecimiento patológico que aumenta el riesgo de dependencia e institucionalización. El envejecimiento patológico se asocia con una disminución de las relaciones afectivas, estado de ánimo depresivo, dificul-tades en la realización de las actividades de la vida diaria, alteraciones del sistema muscu-loesquelético, soledad y disfunciones cognitivas. Este modelo se relaciona con las viejas ideas sobre la vejez que se mantienen en la actualidad. En efecto, mientras que Platón hacía una gran defensa de la vejez y de todo lo que ella comporta, reclamando para ellos el poder social y político, Aristóteles, por el contrario, afirma que Platón hace a la vejez responsable de todos los males. Séneca, por su parte, coincidía con Aristóteles al definir la vejez como «una enfermedad incurable».

Estas dos ideas perduran en la actualidad; para unos, la vejez define un grupo marginal y marginado que no produce y origina grandes gastos sociosanitarios (ageísmo); para otros, las personas mayores cada vez son más poderosas social, económica y políticamente. El gran trauma del mayor en la sociedad actual es no aceptar la vejez porque viene a su mente el tormento de no sentirse útil para la sociedad y para su entorno familiar. Cipriano, de 84 años, me comentaba: «A cierta altura de la vida, se siente que esta se va encogiendo, como piel de zapa, sin darme tiempo para realizar o proyectar; muchas cosas se han quedado no ya en intentos, sino en meras intenciones; cada vez me angustia más lo que no hice, por desidia o falta de corazón».

De ahí el gran interés social y económico, por frenar el envejecimiento patológico, por simular la piel rejuvenecida, por aparentar joven, por encontrar, si acaso, la inmortalidad. Sin embargo, hay ancianos maratonianos, de 85 años y más, que son felices del gozo sencillo y maravilloso de contemplar simplemente el alba de cualquier día. Además, no hay que olvidar que la persona que tiene un porqué, una razón o un sentido para vivir encuentra siempre un cómo y soporta cualquier adversidad, sin dejarse llevar por el agotamiento, la desesperación y la depresión. Por eso, desde el punto de vista de una longevidad saludable, es esencial desarrollar ese sentido de la vida personal y agarrarse a él sin desfallecer. El sentido de la vida será uno de los fármacos clave para alcanzar la salud y la longevidad.

Pero la vejez es la gran maltratada de nuestros tiempos. Incluso el idioma inglés acuñó la palabra ageism para referirse al rechazo social que se produce a las personas mayores. Las palabras «viejo», anciano, tercera edad, surgidas hace varias décadas, no gustan. Se impone cada vez más el término «personas mayores», pero podemos preguntarnos ¿mayores de qué?, siempre se es mayor de algo o de alquien. El diccionario Espasa ofrece 22 sinónimos de la palabra viejo y 33 de anciano, y todos ellos son peyorativos.

En los próximos años, es previsible un cambio en los patrones de envejecimiento como consecuencia de la llegada a la vejez de las generaciones del baby boom nacidas después de la Segunda Guerra Mundial. Esas nuevas generaciones se presume que van a modificar totalmente los planteamientos y necesidades acerca de la senectud. En efecto, aproximadamente uno de cada cuatro europeos, en este primer cuarto del siglo XXI, tendrá más de 65 años. Especialmente en España, se estima la existencia de la población más envejecida de la Tierra, ya que el 43 % de la población tendrá más de 65 años.

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Sin duda, el aumento de la cultura, de las comunicaciones, de las nuevas tecnologías, de la calidad de vida y de una tendencia cada vez más acrecentada hacia el envejecimiento activo, en el que no existen límites para ningún tipo de actividad (física, intelectual, cultura, social, científica y política), va a generar un nuevo contexto sociocultural absolutamente distinto de la vejez y, por lo tanto, ello se va a traducir en nuevos enfoques, necesidades y recursos, superando los tradicionales paradigmas de intervención psicosocial con relación a los mayores.

Efectivamente, el nuevo vector de desarrollo en el mundo de las personas mayores apuesta por unos estilos de vida absolutamente distintos y ciertamente revolucionarios, tales como la actividad física regular, la dieta equilibrada, una vida intelectual y socialmente activa y, naturalmente, una mayor participación (huyendo de paternalismos trasnochados) en el tejido socioeconómico y político de la sociedad. Asimismo, cada vez más, la sociedad es consciente de la importancia de alcanzar ese envejecimiento competente pletórico de comportamientos saludables y salutogénicos (potenciadores de la salud de los mayores).

Un envejecimiento saludable cuya palabra clave es «autonomía», lo cual implica do-minio del ambiente, relaciones positivas con los demás, crecimiento personal, aceptación de sí mismo y propósito de vida, es decir, vivir la vida planamente, pletóricamente. En todo este proceso, las relaciones personales con los otros son esenciales, entendiendo la reciprocidad de las relaciones, dando muestras de afectividad, intimidad y mostrando pre-ocupación por el bienestar de los demás.

El crecimiento y desarrollo de la personalidad implican sentimientos de desarrollo constante, verse a sí mismo en continuo crecimiento y estar abierto a nuevas experiencias, cambiando hacia formas que impliquen una mayor sabiduría y mejoras en el comportamiento. Es decir, aprendiendo, aprendiendo de forma constante, como un entrenamiento psicológico irrenunciable para mantener de forma potencialmente adecuada el funcionamiento de nuestro sistema nervioso central (SNC). Lo decía muy bien Baltasar Gracián: «Hay mucho que saber y es poco el vivir, y no se vive si no se sabe». Ciertamente, si no sabes, si no te enteras, si no reflexionas, si no observas, si no piensas, si no creas, si no disfrutas, ¿para qué vives?

Y para todo ello, no debemos olvidar que la educación para la salud y la prevención de la enfermedad son dispositivos absolutamente indispensables que necesitamos potenciar a través de un mayor conocimiento y concienciación del fenómeno del envejecimiento en la población general; en fin, una nueva ancianidad que trata de superar el carácter impersonal y marginal de su vida cotidiana, satisfaciendo al mismo tiempo el anhelo de compañía, intimidad, apoyo emocional y amor.

Y ello porque el envejecimiento nos afecta a todos; continuamente, estamos envejeciendo inexorablemente y la vejez es vida, es decir, actividad, participación, sentimiento de ser útil, de mantenerse ocupado en tareas que han de ser valoradas socialmente, lo cual se traduce en una potenciación de la imagen personal, de la seguridad y de la confianza en sí mismo. Además, esta nueva forma de envejecimiento activo disminuye significativamente las tasas de morbilidad y mortalidad, tal como se puso de manifiesto en el famoso estudio Framingham.

Pero también el envejecimiento, como la vida misma, es fragilidad: «Seguirá cayendo la lluvia, como lágrimas de una estrella; una y otra vez, la lluvia nos mostrará cuán frágiles somos»; (Fragile, de Sting). Estamos vivos gracias a un delicado equilibrio y a un

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complejo mecanismo psicofisiológico; cualquier simple giro del destino puede hacernos añicos, seamos unos sátrapas o, simplemente, ciudadanos de a pie. Basta pensar en lo cerca que estamos de la fatalidad al cruzar una calle, que cualquier coche puede reducirnos a un despojo sanguinolento. Pero, afortunadamente, también tenemos fórmulas y estrategias para vencer la fragilidad física y psíquica.

De ahí, el gran interés de los programas de activación física y mental (jogging cerebral) que facilitan un envejecimiento saludable y un potencial de motivación desconocido, capaz de romper barreras, ciertamente desaprovechado en bien de la propia estructura socieconómica del país. Por todo ello, estamos convencidos de que las barreras que han impedido al anciano mantenerse activo, se van a destruir al mismo tiempo que surge, cada vez con más fuerza, una imagen social del anciano absolutamente distinta que borra el estereotipo negativo de la persona mayor, definido por su pasividad y limitaciones psicofísicas. Con mucha frecuencia, los mayores han sido vistos como una clase marginada (pobre, enferma, frágil, inútil), sin ninguna fuerza considerable en la población.

Pero este siglo XXI, sin duda, pertenecerá a los nuevos ancianos, no solo por el número creciente, sino también por el poder económico e intelectual acumulado. Esta población, los nuevos ancianos, cuyo poder económico se está multiplicando, también empieza a intervenir en la política de forma muy activa. Esto ha determinado que en EE. UU. la población senecta se haya convertido en un poderoso grupo de presión (American Association for Retired Persons) con el fin de velar por sus intereses y seguir tomando sus propias decisiones. Estos cambios socioculturales lentos que se están dando en la cultura americana también se empiezan a evidenciar en nuestro país y apoyan la idea de que el grupo con mayor control e influencia no será el de los jóvenes, sino el de los ancianos.

1F.- A Félix no le gusta que le llamen viejo

Con 90 años, a Félix no le gusta que le digan viejo; su filosofía de la vida y la sabiduría que ha bebido de ella le permiten estar plenamente consciente de una verdad que repite hasta el cansancio: el cuerpo podrá envejecer, pero el alma nunca. Los octogenarios serán 314 millones en 2050, lo que significa 5,2 más que en 2000; los nonagenarios serán 61 millones, es decir, 8 veces más que medio siglo antes. En los últimos años, en nuestro país, el número de nonagenarios se ha multiplicado casi por 4,5. Numerosos países conseguirán, en el 2050, alcanzar para los nonagenarios el 10 % de la población (Japón, Finlandia, Suecia, Suiza, Estados Unidos, Alemania, Francia y España, entre otros).

El nonagenario, una frontera mítica e infranqueable hace apenas medio siglo, empieza a convertirse en una expectativa realista para un mayor número de ciudadanos. Se alcanzan estas barreras curiosamente en buenas condiciones físicas y mentales. Son superancianos que han conseguido sobrevivir a varias generaciones, a pesar de haber superado numerosos eventos dramáticos. Estas personas, conocidas como «los viejos más viejos», curiosamente suelen ser más saludables y ágiles que los ancianos de 80 años. Por eso, nos encontramos con un grupo de personas cuya característica esencial es disfrutar de una aceptable salud (Figura 11).

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Figura 11. Datos más importantes en los nonagenarios.

Como siempre, los genes y los hábitos de vida adecuadamente engarzados se respon-sabilizan de este fenómeno que apreciamos en las personas de noventa años y más. Los factores ambientales explican, por ejemplo, que las personas en Okinawa alcancen fácil-mente los cien años. Son ancianos que hacen mucho ejercicio físico y mental y mantie-nen una dieta rica en frutas y baja en grasas. Ciertamente, la restricción calórica explica la longevidad de estas personas, es decir, produce un enlentecimiento de los procesos del envejecimiento. Esto se ha demostrado a nivel experimental, pudiéndose comprobar que una restricción calórica implica una mayor longevidad.

La restricción calórica reduce también la incidencia de enfermedades malignas, las personas viven más y, finalmente, hay un aumento de la expectativa de vida. Estas personas centenarias siguen a pies juntillas el principio de Confucio, «evitar comer hasta saciarse». Además, la base de la dieta son frutas, verduras, hierbas, té, algas y pescado; poca carne, muy poca leche y nada de azúcar. Igualmente, son personas que muestran un estilo de vida relajado (no se alteran ni por un terremoto) y generalmente activas, aunque sea una actividad muy simple (regar las plantas, bordar, pintar, tocar un instrumento musical, hacer pan, cultivar tomates, barrer, preparar las comidas, cuidar algún animal, etc.).

Pero ¿qué tienen o poseen las personas más longevas? Las observaciones antropológicas de las diversas comunidades del mundo en las que existen más longevos, Hunza (India), Abkhazia (Rusia), Vilcabamba (Ecuador) y los tarahumaras (México), presentan una característica común en todas ellas y es el aislamiento relativo del resto de la civilización. En estas poblaciones, los ancianos son venerados y constituye un hecho loable alcanzar

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la calidad de nonagenario o centenario. En efecto, la sociedad en que habitamos influye de forma decisiva (Flórez Lozano, 2011). En las comunidades longevas, no se considera la ancianidad como una gracia. En contraposición a esto, convertirse en un anciano constituye un acto honorable. Ser anciano no despierta sentimiento de lástima, sino de orgullo para el individuo y de admiración para los restantes habitantes.

En Abkhazia (Rusia), se realizan fiestas al llegar a los 90 y 100 años, se otorgan condecoraciones, no con el propósito de que las lleven a la tumba, sino de que las osten-ten y sirvan de estímulo para el resto de la comunidad. Los centenarios constituyen el mejor ejemplo de envejecimiento satisfactorio; más que víctimas, son sobrevivientes, y la mayoría han desarrollado mecanismos que les han permitido enfrentarse a múltiples limitaciones para alcanzar así el límite extremo de vida humana. Han logrado sobrevivir a las enfermedades relacionadas con la edad. Según datos disponibles, aproximadamente el 30-50 % de los centenarios presenta un estado biomédico, funcional y psicológico relativamente bueno, a pesar de su edad avanzada, y como grupo, difieren dentro de sí y con otros grupos, en sus características sociodemográficas, socioeconómicas, estilo de vida y perfiles de salud. Además, su perfil psicológico se aleja inequívocamente del pesimismo (figura 12).

Figura 12. Relación entre pesimismo y enfermedad coronaria. Nótese cómo el riesgo de enfermedad coronaria se dispara entre los mayores pesimistas.

En cualquier caso, los centenarios han estado presentes en cualquier época de la historia de la humanidad, independientemente del tamaño de la población y el nivel de mortalidad, ejerciendo una indiscutible fascinación. Históricamente, esta temática ha sido objeto de diversas recopilaciones, existiendo datos interesantes con relación a

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longevos famosos. Sin embargo, muchos estudiosos del tema han planteado hipótesis contrarias, negando las evidencias que sustentan la existencia de centenarios antes de la era industrial. Como decíamos, en los países desarrollados, el número de las personas que celebran su cumpleaños número 100 se ha multiplicado cada década desde 1950.

Por término medio, el número de nuevos centenarios aumentó a una proporción anual aproximadamente del 7 % entre los años cincuenta y los años ochenta; siendo este incre-mento excepcionalmente rápido, comparado con el progreso de la mayoría de las pobla-ciones. Generalmente, estas personas siguen manteniendo un buen rendimiento cerebral, a pesar de los cambios estructurales y funcionales del cerebro (figura 13).

Figura 13. Cerebro envejecido en el que prácticamente han desaparecido las invaginaciones cerebrales. La atrofia del mismo es evidente.

Sin duda, la longevidad está directamente relacionada, en un 70 %, con el estilo de vida, y, en un 30 %, con la herencia genética, y por ello, deben fomentarse hábitos saludables (Flórez Lozano, 2008, 2009, 2010).

Calment, la mujer más longeva del mundo, afirmaba a los 113 años de edad, aún en pleno uso de sus facultades mentales, que entre los secretos para conservar una vida longeva y sana estaban el aceite de oliva, que no solo consumía en todos sus alimentos, sino que la untaba a su cuerpo. Además, cada semana degustaba un kilo de chocolate, bebía una dieta regular de vino Oporto y hasta fumaba un máximo de dos cigarrillos diarios. Entre las características más sobresalientes de su vida en general, e incluidas en la bitácora registrada por médicos interesados en su biografía, se habla sobre su capacidad para practicar esgrima a los 85 y conducir bicicleta a los 100 años de edad, por ejemplo.

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Sobrevivió a su hija y a su nieto. A los 114 años, fue operada de la cadera, convirtiéndose también en la primera mujer más anciana en ser sometida a una cirugía de esa naturaleza. Rompió todos los récords de longevidad registrados. No se consideró nunca fanática de la salud. Vivió hasta los 122 años y 164 días y se le considera la mujer más longeva de todos los tiempos, consignada en el libro de récords Guinness.

Por otra parte, los estudios científicos, con una metodología rigurosa, así como las observaciones sistemáticas clínicas y terapéuticas, indican también que el factor ambiental es decisivo en la longevidad. Los estudios antropológicos y médicos realizados en el Valle de la Salud son muy ilustrativos a este respecto. Se trata de un paraíso escondido, perdido entre montañas, conocido por ese nombre por ser fuente de vida para sus pobladores, que en un porcentaje muy superior al de otros sitios, superan los 100 años de edad, habiendo varias personas que pasaron los 120 años. Las investigaciones médicas realizadas a estos pobladores longevos demostraron que la retina de los ancianos no se diferencia de la de personas de 45 años de la ciudad, que el corazón y las arterias se encuentran completamente sanos, que la flexibilidad y fortaleza muscular se asemeja a la de personas jóvenes y que es admirable la integridad de sus huesos y columna vertebral.

Partiendo de datos como estos, los investigadores se dedicaron a buscar el secreto que los hace llegar a edades avanzadas en tan buenas condiciones de salud, tanto físicas como mentales. Algunos de esos resultados consideran al agua del Valle como la fuente de la juventud. Parece ser que la misma contiene una proporción perfecta de calcio, magnesio y manganeso, que previene la descalcificación de los huesos. Sería ésta una de las razones por la que los habitantes de esta zona, que consumen menos de la mitad de calcio que los europeos, nunca sufren de osteoporosis.

Asimismo, la singular orografía de la región produce un agua mineralizada con una de las mayores propiedades antioxidantes de la Tierra, formando, por lo tanto, una cantera de personas longevas en envidiables condiciones físicas y en plenitud de sus facultades mentales. ¿Y dónde está ubicado este Valle de la longevidad? En Vilcabamba, Ecuador. El nombre Vilcabamba deriva de los vocablos quechuas «huilco» y «bamba», que significan «árbol» y «valle», respectivamente. Suelen traducirlo como «valle del árbol sagrado», en alusión al huilco que crece a la vera de algunos ríos y al que muchos lugareños le atribuyen ciertas propiedades curativas que las transmitiría al agua.

La localidad de Vilcabamba goza de un clima primaveral durante todo el año, con temperaturas que van de los 18 a los 28 grados centígrados. Está ubicada en medio de una región de gran belleza natural, con variedad infinita de vegetación que crece en las laderas de sus cerros. Por esa naturaleza pródiga, la principal ocupación de los pobladores es la agricultura. Así, llevan un modo de vida libre de tensiones, con alimentación saludable que ellos mismos se proporcionan, en un buen clima, y en medio de una gran belleza natural. Estas características, sumadas al aire libre de impurezas, a las propiedades del agua y, tal vez, a algún factor que aún permanece oculto, hacen la gran diferencia en longevidad y salud para estos privilegiados pobladores del paraíso ecuatoriano.

Por otro lado, los estudios de centenarios ejecutados en la isla de Okinawa, en Nueva Inglaterra, Georgia, Suecia, Inglaterra, Dinamarca, Francia y Japón evidencian que hay centenarios que pueden realizar sus actividades instrumentales de la vida diaria, como

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ejecutar los quehaceres de la casa y manejar sus propios medicamentos, experimentando, además, pocas limitaciones en las actividades básicas de la vida diaria. Aproximadamente, el 30 % de centenarios llega a sus 100 años con un estado cognoscitivo adecuado. Los datos científicos han puesto de manifiesto que el gen del centenario está presente en una de cada cinco personas, a quienes permite llegar a una avanzada edad con la ventaja de no perder la agilidad mental. Francisco Ayala falleció a los 103 años, sobrevivió a múltiples homenajes, sintiéndose al final, como él mismo decía, como un observador a distancia de su propia vida. Nunca dejó de disfrutar de la buena mesa, de la buena lectura, de la buena conversación y de la buena amistad. Nunca paró ni se rindió. Por el contrario, mantuvo una intensa agilidad mental, una curiosidad permanente, mucha ternura y emocionalidad. Un hombre que vivió largamente con mucha lucidez e integridad física y mental. El estudio de todos estos casos muestra el principio inequívoco de que vivir es envejecer. Es decir, al mismo tiempo que estamos viviendo, inexorablemente estamos envejeciendo (figura 14).

Figura 14. Vivir es envejecer. Nos oxidamos porque respiramos oxígeno y, a partir de ahí, se generan radicales libres que causan deterioro celular

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Pero, no obstante, para la población española, a pesar de ser una de las más longevas del planeta, faltan estudios específicos que permitan analizar la evolución de este segmento de población y, por lo tanto, situarla en el escenario internacional. El fenómeno de los centenarios aparece en la población española en los años setenta, pero es en los noventa cuando empieza a cobrar importancia numérica. En la actualidad, es el grupo de población que crece más rápidamente (el segundo que aumenta con mayor rapidez es el de 85 y más). Los centenarios constituyen en nuestra sociedad una nueva población, que aumenta rápidamente y que puede aportar importantes enseñanzas.

La población española es la segunda del mundo con una mayor presencia relativa de personas centenarias, a pesar de la escasa atención recibida por este colectivo. El número de personas centenarias en España era de 3 590 (808 varones y 2782 mujeres), según los datos del censo de 2001, cifra que ha aumentado a 8 941 en la actualización padronal de 2006. En 1991, la población española contaba con 2 970 centenarios, volumen que se multiplicó por 1,5 durante el intercensal 1991-2001, pero que solo ha tardado cinco años en duplicarse (2001-2006). Según las últimas proyecciones de población del INE, en el año 2015, vivirán en España más de 10 000 personas centenarias; serán más de 20 000 en el 2023, más de 30 000 en el 2029 y más de 50 000 antes del 2050. Algunos investigadores ya han señalado que la mitad de los nacidos en los sesenta llegarán a cumplir los 90 años.

Estas personas que son capaces de atravesar barreras impensables de 90 y 100 años poseen, sin duda, un sistema inmune, especialmente resistente. En efecto, está perfectamente demostrado que el sistema inmunológico es un excelente marcador del estado de salud del individuo y un indicador de longevidad. Este sistema inmunológico se modifica al envejecer de forma que unas funciones disminuyen, pero otras se activan peligrosamente, produciendo cambios que se conocen genéricamente como inmunosenescencia.

Estudios biomédicos realizados en poblaciones centenarias han mostrado que esos parámetros inmunitarios se mantienen como en los adultos. La causa del deterioro inmunológico al envejecer es el estrés oxidativo e inflamatorio que van experimentando los diversos sistemas con el paso de los años. Cuando factores ambientales y hábitos de vida (adecuada nutrición, realización apropiada de ejercicio físico y mental o control del estrés emocional o la ansiedad) disminuyen el estrés oxidativo, el individuo alcanza mayor longevidad.

Sabemos que la vida y el trabajo sedentarios, los hábitos nocivos (tabaquismo, consumo excesivo de alcohol o malos hábitos dietéticos) son factores que inciden directamente en la longevidad. Son riesgos para una vejez saludable. Pero también son factores psicosociales, como la autoeficiencia, la autosatisfacción, el no dejar de tener proyectos, el seguir teniendo metas, el sentirse querido, útil y, especialmente, valorado como persona.

La experiencia clínica e investigadora nos señala que existen una serie de condiciones que, de cumplirse antes de los 50, permiten predecir un buen envejecimiento a partir de los 70: consumir alcohol de forma moderada, no fumar, tener pareja estable, hacer ejercicio físico, mantener un peso adecuado, alcanzar un buen nivel de estudios y tener una actitud positiva ante los problemas. Para algunos autores, esto último es esencial, ya que permite generar una energía física y mental capaz de alimentar proyectos e ilusiones que anestesian cualquier tipo de dolor o sufrimiento. Entender los factores que los centenarios tienen en común puede ayudar a entender su ventaja. No todos los centenarios son iguales; diversos estudios han demostrado que esta población se compone de individuos con una gran variedad de años de educación, estatus socioeconómico, diferencias etnicos y religiosas, diferencias dietéticas, etc.

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Un estudio reciente de la Universidad de Illinois ha analizado la salud y la longevidad de todos los presidentes de Estados Unidos, llegando a la conclusión de que presidir un país, aunque sea una tarea dura, no influye en la longevidad. De hecho, los presidentes americanos parecen vivir más y mejor que la media de la población. Probablemente, el estrés no influya tanto como pensamos en la longevidad, ya que las personas que más duro trabajan son las que más viven.

Pero, en cualquier caso, hay tres razones fundamentales para alcanzar la longevidad: gozar de buena salud, tener más de dieciséis años de educación y acceso a buenos servicios sanitarios. Un médico español del siglo XIX, José de Letamendi, expresaba en verso lo mejor del envejecimiento activo y saludable de la siguiente manera:

«Vida honesta y ordenada,usar de pocos remediosy poner todos los mediosen no apurarse por nada.La comida, moderada,ejercicio y diversión,beber con moderación,salir al campo algún rato,poco encierro, mucho tratoy continua ocupación».

Así pues, una conclusión muy importante en relación a la longevidad es la educación, la serenidad, la moderación en la comida y en la bebida, el buen nivel educativo, el compromiso personal, el ejercicio, la actividad física e intelectual, el saber utilizar adecuadamente su propia inteligencia, de forma que nos podamos armonizar adecuadamente con uno mismo, con el ambiente, con la naturaleza y con los demás, tratando de mantener una armonía silenciosa entre el sistema nervioso central (SNC), el sistema neuroendocrino y el sistema inmune. ¡Esa es una clave esencial de la personalidad prolongeva!

Sin embargo, casi todos los estudios tienden a mostrar una serie de características comunes: pocos centenarios son obesos, las biografías de grandes fumadores son escasas, son capaces de manejar el estrés mejor que la mayoría de la gente; aunque se encuentran casos de demencias, en términos generales, los centenarios tienen cerebros muy sanos; incluso, muchas mujeres centenarias han tenido hijos tras la edad de 35 años, e incluso de los 40 (la concepción tardía puede ser un indicador de que el sistema reproductivo está envejeciendo más lentamente), y, por tanto, puede que el resto de su cuerpo también. Además, tienen familiares de primer grado o abuelos que han alcanzado edades excepcionalmente elevadas. Por lo demás, tienen una gran capacidad social, les gusta las relaciones sociales, valoran sobremanera la conectividad social, disponiendo, por ello, de un potente escudo protector frente al envejecimiento patológico.

Es muy probable, además, que este gen de la longevidad proteja a los ancianos del mal de Alzheimer o de la demencia senil, y hasta reduzca los riesgos de un posible paro cardíaco. En efecto, según una investigación del Albert Einstein College of Medicine de Nueva York, la presencia del gen CETP disminuye en un 70 % las posibilidades de desarrollar las alteraciones mentales típicas que se manifiestan en la vejez, como, por ejemplo, la pérdida progresiva de la memoria. Así pues, la presencia del gen de los 100 años resulta altamente beneficioso, no solo

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porque permite vivir más años, sino porque ayuda a vivir más y mejor. Más aún si tenemos en cuenta que el alzheimer es una enfermedad que todavía no tiene cura.

También el comportamiento de estas personas es muy singular. Participan en múltiples actividades (aeróbic, guitarra, cocina, bailes de salón, taller de cuero, macramé, pilates, abalorios, ajedrez, inglés, tertulias, danza del vientre, encaje de bolillos, informática, gimnasia, taichi, teatro, deshilados de lagartera, costura, etc.). En estas personas, la palabra clave es actividad. A Honorio, una persona de 89 años, le entusiasma la lectura, siente un placer asombroso y la emoción de penetrar en un mundo que puede compartir con otros muchos. Huye de la televisión omnipresente e inútil y de sus depauperadas tertulias. Dice Honorio, que de esa manera, no se queda sin neuronas. Ana María Matute, escritora de 84 años, Premio Cervantes en el año 2010, autora de libros como Los hijos muertos, La puerta de la luna u Olvidado rey Gudú, se habría convertido en una carpintera feliz, si la literatura no la hubiera embrujado.

Dice Ana María Matute: «Escribir me ha ayudado mucho en momentos muy bajos de ánimo y de salud». Para ella, en la vejez, seguir escribiendo es muy importante: «Creo que no me muero porque aún escribo». Después de comer, duerme la siesta y dice que es divina. Escribe al anochecer con luz eléctrica, calefacción, una tacita de té o un gin-tonic. Le gusta mucho hablar con la gente: «Lo que me saca de quicio —expresa Ana María Matute—, es la injusticia». Y dice también que «hay gente que jamás ha sido niño, tienen miedo de su infancia, porque es una época que lo condiciona todo, porque lo que nos ocurre en ella, a veces, no se resuelve. Por eso, hay más gente fastidiada que gente feliz», dice Ana María Matute.

Así es el envejecimiento de esta prestigiosa escritora: activo y feliz. Pero también hay otras perspectivas. En la vejez, va todo a una velocidad de vértigo: «Estoy ya en la prórroga y eso un poco de angustia porque, en cualquier momento, me puede dar lo que sea; por eso, no hago planes a largo plazo; me cuido lo más posible, no bebo alcohol, dejé de fumar hace quince años y hago una vida muy ordenada; estoy a las siete de la mañana en planta» (María Galiana, 78 años. La abuela Herminia, matriarca de los televisivos Alcántara, protagonista de la serie Cuéntame y de la película Solas). José Saramago, en El cuento de la isla desconocida (1998), dice literalmente: «Ya no tengo mucho tiempo para seguir buscando. Tengo la seguridad de que no encontraré, pero sí puedo, quiero seguir buscando hasta el último día. Una forma de entender de ver la vida: seguir buscando, escribiendo, pensando, decidiendo, progresando, superándose a uno mismo, hasta el último halo de vida.

Pero alcanzar y superar la barrera de los cien años tiene una explicación, en parte, debida al factor genético. Por eso, la hipótesis de la longevidad familiar es muy importante. En efecto, el 50 % de los centenarios tienen familiares de primer grado o abuelos que han alcanzado edades excepcionalmente elevadas; los hijos de centenarios tienen una probabilidad de alcanzar edades longevas un 11 % superior al resto de la población; los hermanos de centenarios muestran una tasa de mortalidad que es la mitad de la de la población general de su mismo grupo de edad.

En concreto, el estudio de centenarios de Okinawa empezó en 1976; desde entonces, se han investigado a más de 800 centenarios. Se trata de un estudio con un enfoque mucho más médico y biomolecular que social. Los análisis se han centrado en los factores genéticos, dietéticos, hábitos de actividad física, creencias y factores psicosociales. Los resultados han mostrado patrones genéticos que se traducen en menores riesgos de sufrir daños en el sistema autoinmune e inflamatorio, con claros patrones de supervivencia y salud entre hermanos y miembros de la misma familia. Por ejemplo, en algunos centenarios, se ha detectado la

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ausencia de la IGF-1, una hormona conocida como factor de crecimiento insulínico tipo 1. Pero, realmente, ¿por qué envejecemos? (figura 15).

Esta hormona desempeña un papel primordial en el crecimiento infantil, pero también se considera un acelerador del cáncer y un potente regulador del metabolismo. Y ciertamente, los centenarios tienen unos niveles increíblemente bajos de IGF-1. En algunos grupos de cen-tenarios, se ha encontrado que tenían unos niveles de colesterol bueno (HDL) excepcional-mente altos. Y lo que se descubrió en el análisis de su ADN fue que tenían un subtipo genético diferenciado de un gen llamado CETP, que es muy común en los centenarios. Estas personas longevas con el gen CETP se ven protegidas de enfermedades vasculares y realizan mejor las tareas cognitivas (hablar y caminar a la vez). No obstante, es poco probable que los genes por sí solos puedan explicar todos los secretos de la longevidad. Es probable que los genes deter-minen aproximadamente un 25 % de la longevidad. ¿Y el resto? El entorno influye poderosa-mente y, por supuesto, no hay que olvidar el factor suerte.

Básicamente, existen cinco o seis procesos genéticos que influyen en la longevidad; la mayoría de ellos se relaciona con la respuesta al estrés, el metabolismo de los nutrientes, el metabolismo en general, el almacenamiento y el empleo de la energía. Por ejemplo, las personas que viven 90 y más años poseen un gen muy importante que determina el gusto y la digestión. Curiosamente, este gen hace que las personas longevas tengan preferencia por los gustos amargos, lo cual les lleva a consumir alimentos (brócoli, escarola, cardo, espinacas, etc.) que tienen una gran cantidad de polifenoles y que favorecen, en última instancia, la salud. En todo caso, hay que subrayar cómo las influencias ambientales (desde la dieta infantil hasta los años que la persona asiste a la escuela) pueden modificar la actividad de los genes, de modo que favorecen o perturban la salud y la longevidad.

Figura 15. Características de las familias longevas. Nótese que, si una persona tiene un hermano centenario, tiene hasta cinco veces más posibilidades de llegar, al menos, a 91 años.

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Por otra parte, también los centenarios tienen menores niveles de presión arterial y menor riesgo cardiovascular, menor riesgo de cáncer, menores riesgos de arteriosclerosis, menos prevalencia de demencia, bajos índices de masa muscular, un perfil hormonal más joven y una excelente salud psicoespiritual (muestran unos niveles menores de urgencia temporal y tensión, y altos valores de autoconfianza y flexibilidad). Las entrevistas han revelado actitudes optimistas, adaptabilidad y una actitud facilitadora hacia la vida; la moderación es un valor cultural clave (figura 16). Honorina, con 101 años, además de tener una fuerte actividad y una actitud optimista muy arraigada, se agarra a su eslogan: «No se puede hacer nada sin una palabra en mente: valor».

Figura 16. Claves psicosociales en la vejez. Los propósitos sociales y las estrategias de afrontamiento para neutralizar el estrés destacan sobremanera.

Por otra parte, la fuerte integración social y una profunda espiritualidad son particu-larmente evidentes entre las mujeres mayores. Así pues, en cualquiera de las culturas estu-diadas y de las latitudes encontradas, donde vive gran número de centenarios (poblaciones centenarias), existen una serie de conductas y hábitos comunes que potencian la salud y la longevidad, y que son:

1) Quejarse menos del dolor y la incomodidad que la gente más joven con menos incapacidades. Es decir, los centenarios se adaptan más fácilmente a lo que la vida les presenta. En vez de quejarse, aprovechan lo mejor de la situación en la que se encuentran, sin dejar de luchar por mejorar.

2) Siempre están intelectualmente estimulados. Habitualmente, leen, aprenden nuevas cosas, trabajan, crean y mantienen su mente muy activa.

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3) Mantienen relaciones sociales satisfactorias. Tratan de llevarse bien con quienes les rodean. Son conscientes de que necesitarán la ayuda de quien menos se piense, en el momento más inesperado.

4) Conservan su interés en actividades creativas. Siguen pintando, esculpiendo, diseñando, imaginando, creando, solucionando muchos problemas e innovando.

5) Tienen menos problemas para dormir. Para ello, nada mejor que trabajar con esfuerzo y tener la consciencia limpia, tranquila, en paz.

6) Raramente sienten ansiedad o depresión. Si el problema tiene solución, no se preocupan, ni tiene ansiedad; si no la tiene, no sirve preocuparse tampoco. Y estando ocupado y motivado no tienen tiempo para deprimirse.

7) Encuentran gran consuelo en la fe religiosa. Y eso no está relacionado con que piensan que el fin está cerca. Está comprobado que orar o meditar contribuye a la paz interior a la edad que sea.

8) Están financieramente tranquilos. Pero para eso han trabajado continuamente durante su vida. ¿Alguna vez has visto alguien exitoso que no sea trabajólico? La idea de aquel que no trabaja y goza continuamente del dinero solo existe en las películas.

9) Creen que pueden ser felices (están realmente y profundamente convencidos). Ciertamente, la vida les ha enseñado que, a pesar de los golpes a lo largo de su ciclo vital (traumas, pérdidas afectivas, desengaños amorosos, enfermedades, pérdidas económicas, etc.), su estado de ánimo principal suele ser la felicidad.

10) Generalmente, son extrovertidos. Les gusta por naturaleza comunicarse, hablar, ayudar, estar en contacto con los otros. Disfrutan con la compañía de los demás. Les encanta entablar una conversación; son grandes conversadores en las tertulias. Inician rápidamente una conversación; permanecen atentos, escuchan, preguntan y tienen una gran capacidad de disfrutar de la vida y de hacer disfrutar a quienes les rodean. Regalan belleza, emoción; son como rosas purpúreas que brillan y no languidecen. Mantienen con bríos la vida y comparten el magisterio de su experiencia y sabiduría. Explican la última gran lección: sé quién eres, no intentes aparentar y no des demasiada importancia a lo que piense el resto. Actúa sin miedo al comunicarte con los demás (incluso si no los conoces); le dará una gran alegría a tu vida.

Por eso, el reto actual es poder llegar a ese grado de longevidad en buenas condiciones de autonomía. De ahí, nuestro programa integral «Hacia un envejecimiento activo, saludable y feliz. Un programa terapéutico integral que venimos aplicando desde hace 20 años (Flórez Lozano, 2011). En la actualidad, sabemos que ya nació la cohorte de personas que llegarán a los 120 años.

En ese momento, los nonagenarios serán los jóvenes adultos mayores, que tendrán unas condiciones de salud global muy aceptables debido a las condiciones médicas y a los tratamientos preventivos en todos los aspectos de la salud (salud mental, física, espiritual, etc.). Este fenómeno de la longevidad está muy extendido en el mundo occidental, como veíamos anteriormente, pero también se va apreciando, con menos intensidad, en otros lugares del planeta. En nuestro país, ello implica un número ingente de pensionistas y los correspondientes gastos socioeconómicos y sanitarios.

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Pero una disposición permanente para actuar, aprender, crear, participar y disfrutar de la vida facilita el camino hacia un envejecimiento saludable y feliz. Honorio actúa como un joven y arrojado, capaz de derribar fronteras; siempre ha buscado la verdad; intrépido e ingenuo. Honorio siempre va en busca de la verdad, con sus sentidos desplegados, aprendiendo sin límites, sin perder la curiosidad. Honorio es de los que aguantan a pie firme. Ordena, reflexiona, ata cabos, desata misterios; persigue sus propias sombras en busca de respuestas. Exprime su vida al máximo: reivindica su vida, logros, esperanzas, ilusiones y sus proyectos.

Disfruta de la memoria de un ser excepcional y, entre sus ingredientes de la vida, hay que destacar la honestidad indesmayable. Honorio no solo habla con las palabras, sino también con los silencios, especialmente en las largas noches del otoño y del invierno. Los silencios, dice, son más elocuentes que las palabras; su forma de ver, pensar y sentir ha sido la clave para recuperarse de las heridas infligidas. Dice que, en la vida, no hay más cera que la que arde, pero hay que sacarle el mayor provecho posible. Pero, en relación a la longevidad, también el sueño es una variable determinante. Los estudios epidemiológicos han evidenciado que las personas que duermen siete horas al día son las más longevas.

En fin, según se van acumulando datos, estudios y observaciones de campo, estas personas (los viejos más viejos) disfrutan de una magistral combinación: un contenido extra de genes protectores contra los fenómenos oxidativos de la vejez y una relativa escasez de genes productores de daños: genes que dirigen la síntesis de la apolipoproteína E (apo-E). Salvatore Caruso, de 106 años, tiene un especial secreto de su longevidad: «Ni alcohol, ni tabaco, ni mujeres». Domenico Romeo, de 103 años, señala como su secreto de longevidad la alimentación en el sentido siguiente: «Poco, pero de todo».

Manuela, de 113 años, ha fallecido mientras escribía este libro. Repasando su biografía, llama la atención su mente inquieta y un gran afán por aprender. Siempre ha tenido inquietudes culturales; le encantaba la lectura, el teatro, la ópera y la música clásica. Cuando alguien le preguntaba cuál era el secreto de su larga vida, siempre contestaba lo mismo: «Vivir el presente con ilusión y saber adaptarse a las circunstancias de cada momento; la vida es demasiado corta para tomarse las cosas muy a pecho».

Con la edad, la presencia de estos genes relacionados con la enfermedad de Alzheimer se reducen en un 50 %. Por lo tanto, es evidente que las personas que atraviesan esa barrera de los 90 años y más presenten una menor incidencia de este tipo de demencias. Tal vez, el responsable de este efecto sea la producción en el cerebro del factor neurotrófico cerebral. Esta resistencia a las enfermedades en las personas nonagenarias se vincula también a los genes responsables de la producción del antígeno de leucocitos humanos (ALH), localizados en el cromosoma seis y que se relacionan con la aparición de enfermedades autoinmunes como el lupus, la artritis reumatoide y la esclerosis múltiple.

Sin embargo, a nadie se le oculta también la enorme proporción de gente longeva que lucha contra los problemas crónicos (enfermedades cardíacas, metabólicas, trastornos músculoesqueléticos, disfunciones mentales, diabetes, déficit visual y auditivo, aislamiento social, cáncer, artrosis, osteoporosis, depresión, demencias, etc.) que causan incapacidad, dependencia y graves disfunciones psíquicas. Pero también es cierto que sabemos más que nunca sobre la salud y la enfermedad y que existen medidas que podrían producir una versión mucho más sana del envejecimiento, incluso con un coste más reducido que el actual.

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Me permito citar finalmente algunas de ellas, tales como asignar más recursos a la in-vestigación de enfermedades relacionadas con el envejecimiento, incrementar la formación geriátrica y gerontológica de los diversos profesionales, orientar los incentivos sociosani-tarios hacia un envejecimiento sano y activo y establecer un enfoque más humano, más respetuoso y más ético a la atención y cuidado del anciano.

Todas ellas y muchas otras serán asumidas plenamente por los nuevos ancianos (la edad del poder), ya que han interiorizado nuevos valores sociales y estilos de vida que les permitirá seguir decidiendo, participando y colaborando en el desarrollo socioeconómico, cultural e intelectual del país. En fin, cuando se aprende a fomentar las cualidades humanas de cada persona sin tener en cuenta su edad, existen realmente posibilidades de que la sociedad envejecida se convierta en una sociedad más humana. Ello permite una mejor adaptación, autorrealización y calidad de vida de las personas mayores. Una persona autónomamente responsable y, en lo posible, ilusionada y feliz, como Félix.

1G.- Otra clave: aceptar el envejecimiento

Hay gente a la que no le gusta cumplir años; pues bien, ya sabe cuál es la solución. A Carlos le encanta cumplir años, prefiere cumplirlos, seguir viviendo. Además, cumplir años tiene por finalidad contribuir a aceptar la realidad cronológica, es decir, el envejecimiento en su plenitud, en su crudeza. Cumplir años nos habla del reloj biológico y de la limitación, despejando cualquier duda acerca de la ilusión de la inmortalidad. Solo los mayores de 80 años, como Carlos, son capaces de reconciliarse con su tiempo (con su edad y con sus años) y, precisamente a esas edades, se vuelven a celebrar los cumpleaños sin traumas. Dice Carlos que no hay nada que perder. «Tienes que disfrutar o seguir vegetando y eso depende de ti, de tus fuerzas, de tu desafío personal». Me asegura: «He vivido poco, me he cansado mucho». Es, por lo tanto, el momento de vivir con plenitud en todos los órdenes de la vida.

Es la lucha contra el envejecimiento un negocio gigantesco para borrar cualquier signo de envejecimiento y encontrarnos con el elixir de la juventud. En efecto, un espíritu alegre e imperturbable, disfrutar de cada momento de tu vida sin reparar si ayer fue mejor que hoy, controlar no ser arrastrado por las garras de la ambición, evitar la disconformidad, que lo único que hace es arrugarnos más la cara, y resaltar la sonrisa al más mínimo gesto de amor y admiración es el auténtico elixir de la vida, de la salud y del envejecimiento. El elixir de la juventud reside en la alegría. No deberíamos perder el tiempo, y sí aprovechar cada precioso minuto en manifestar más alegría y reírnos ¡Reírnos, aunque sea de nosotros mismos!

Por eso, en la actualidad, igual que a lo largo de la historia, se busca una píldora que sea capaz de retrasar el envejecimiento. La búsqueda de un elixir capaz de frenar el efecto del paso de los años sobre el organismo ha sido una constante a lo largo de los siglos. Ahí está el mito de Fausto, que nos habla de los peligros de rehuir los cambios inexorables de la vejez, esencialmente perder el alma. Muchas personas tratan de evadir el envejecimiento y, para ello, se centran en la búsqueda de la píldora milagrosa contra este. Tratan de comprar belleza a golpe de talonario, con bisturí, bótox, lifting, liposucción y cremas milagrosas.

Una de las píldoras que ha cobrado recientemente cierta fama en EE.UU., es la píldora del vino, las cápsulas de resveratrol para frenar la vejez que, incluso en nuestro país, se comercializan como complemento alimenticio. Se trata de una sustancia que trata de luchar

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contra los efectos del paso del tiempo; una sustancia con propiedades antioxidantes que se halla en las uvas, que no desaparece en los procesos de fermentación y que, por lo tanto, se encuentra en el vino. La clave de esta sustancia es que prolonga la vida celular y, en consecuencia, ralentiza todo el proceso del envejecimiento. Pero, tal vez, la búsqueda de ese paraíso termine por convertir su vida en un auténtico infierno de frustración, aflicción, pena, depresión, aislamiento y muerte.

A mí me parece que se pierde una extraordinaria posibilidad de vivir plenamente, íntegramente. El envejecimiento es una oportunidad que no podemos perder para crecer en sabiduría, amor, sexualidad, cultura, pensamiento, creatividad, prudencia, tolerancia, flexibilidad mental, adaptabilidad, generosidad, amistad, valores y espiritualidad, y, de esa manera, dejar el mejor tesoro, la mejor herencia a nuestros hijos y nietos. Sin embargo, algunos mayores consideran que envejecer es comprobar que cada vez eres menos necesario. Mateo me dijo: «nunca me he emborrachado, salvo de melancolía». Y el poeta Ángel González solía decir: «no es lo que hay después de la muerte lo que me preocupa, sino lo que hay antes».

Por eso, huir de la edad, evitar el envejecimiento es vivir como ánima en pena, total-mente ausente. La lozanía que tanto anhelamos y buscamos ha de estar presente en el alma, no en una escultura de barro ausente de caídas (caída del pelo, papada, debilidad del pene, caída hormonal, caída del ánimo, caída de la figura, caída muscular, caída de la densidad ósea, disminución de la autoestima, etc.). Pero hay personas que continúan en un sueño de nostalgia, que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor, al igual que los depresivos, que dejan simplemente de vivir la vida y se instalan en una culpa retrospectiva de hechos antiguos reales o imaginarios; personas que miran el pasado a través de un cristal negativo y pesimista.

La clave es aceptar todos los procesos del envejecimiento; sin embargo, muchas per-sonas se resisten, desafían a los cambios biológicos y psicológicos que se producen con el paso de los años. Compran belleza a golpe de talonario y utilizan un variado arsenal terapéutico con el fin de detener y desafiar el envejecimiento. Son consumidores frecuentes del bisturí, bótox, liposucción, lifting, dietista, entrenador personal, etc. Productos inocuos en su mayoría e, incluso, algunos con efectos nocivos para nuestra salud. Son productos antiaging (antienvejeceimiento) que tratan de combatir y ralentizar el proceso de enveje-cimiento.

Así, por ejemplo, están los retinoides tópicos, fórmulas con vitamina A (retinol) que han demostrado su eficacia en paliar los efectos del fotoenvejecimiento. Son moléculas que actúan sobre la epidermis, estimulando la proliferación de queratinocitos al tiempo que inhiben la actividad de los melanocitos, disminución de la aparición de las manchas. También actúan sobre la dermis, induciendo la formación de nuevas fibras de colágeno. Son, por lo tanto, principios activos que disminuyen o evitan los signos más característicos del envejecimiento; además, disimulan las arrugar finas, mejoran el aspecto de las cutáneas, mejoran la flacidez y las manchas de la piel.

El ácido hialurónico es otro producto que tiene propiedades cicatrizantes, aportando hidratación a los tejidos; es una molécula producida por el propio organismo que no provoca problemas de irritación o intolerancia. Las vitaminas tópicas con efecto antioxidante (C y E) minimizan el daño oxidativo de las radiaciones solares y mejoran el aspecto de la piel. Y, por cierto, no podemos olvidar los péptidos, instrumentos de comunicación biológicos muy

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activos que disminuyen la liberación de neurotransmisores, relajan la contracción muscular y disminuyen las líneas de expresión.

No obstante, deberemos ser muy prudentes a la hora de consumir o aplicarnos algún producto antienvejecimiento. Además, han aparecido numerosas terapias antienvejeci-miento que recogemos en la figura 17. Nos venden continuamente que, si no eres joven y hermoso, la vida no te puede ofrecer nada; y cada vez, la gente se jubila antes, pero no para empezar a vivir, sino para terminar de vivir. Sin embargo, algunas personas son el ejemplo vivo de beber hasta la última gota mientras se tengan inquietudes, curiosidad y capacidad de amar. Son personas que no viven en abstracto, sino que aman, vibran y de-sean… ¡Viven!

Figura 17. Terapias antienvejecimiento.

Un ejemplo del trabajo realizado en la terapia antienvejecimiento es el realiza-do por la American Academy of Antiaging; un centro para investigar y luchar contra el envejecimiento prematuro. Su principio esencial es que el envejecimiento no es inevi-table, al menos con el ritmo y la profundidad con que lo hace habitualmente. En reali-dad, se trataría de conseguir una moderación de los efectos negativos del envejeci-miento patológico y, ahí, estamos totalmente de acuerdo en que se pueden conseguir logros muy importantes para un funcionamiento físico y mental mucho más eficaz. Esta filosofía antiedad persigue sentirse bien física, psíquica y sexualmente. Un modelo de ciudadano, de persona mayor, en el que la imaginación y el espíritu crítico sean sus aliados fundamentales para reforzar su dignidad. A Blanca le gusta llenar todos los espacios de tiempo que tiene, porque, si no lo haces, empiezas a dejar de ser persona; te vuelves más

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dependiente. Blanca no es un ejemplo de pasividad, es la expresión literal del antienveje-cimiento; no se sienta en el sofá a tragar televisión. Le gusta viajar, escuchar, leer, ayudar, organizar, fotografiar, expresar, bailar, ensayar. Blanca es como una niña que, en realidad, ha perdido la noción de tiempo, y eso es fundamentalmente el proyecto antienvejecimiento. Me comenta que últimamente está leyendo el libro Los hermanos Karamázov, un clásico ruso de Fiódor M. Dostoievski. Su lema es crecer, aprender, entender, ilusionarse, superarse y escalar en la montaña de la autoestima, la autosatisfacción y la felicidad. Blanca estimula su mente siempre con nuevos retos, nuevas perspectivas y nuevos horizontes. Tal vez, por eso, provoca admiración en los demás.

El envejecimiento, no obstante, avanza implacablemente, y quitarse años de encima solo con el bisturí es tarea imposible. Las arrugas y la flacidez vuelven y se reflejan inequí-vocamente en todo el cuerpo. Es un autoengaño sentirse más jóvenes solo por realizar una de estas intervenciones. La gravedad y la pérdida de la elasticidad, como consecuencia de la edad, actúan de forma continua. Además, la pérdida del volumen facial y la pérdida de masa ósea en pómulos y barbilla es una realidad. Tal vez, la cirugía más eficaz es aceptar y disfrutar de lo que afortunadamente tenemos, es decir, la vejez.

Un camino de felicidad en el que cada día supone una nueva excursión creativa e ima-ginativa: ver cómo amanece, contemplar cómo sale el sol, escuchar la lluvia, sentir las finas gotas de agua, sumergirse en la niebla, situarse en los escenarios de cualquier novela, parti-cipar en una animada conversación o, quizás, dejarse llevar por las notas de una buena mú-sica… Pero, tal vez, se trate de un proyecto idealizado, aunque, en el fondo, sus principios esenciales son buenos, ya que pretenden conseguir el mayor grado de felicidad y evitar todo tipo de discapacidad, sufrimiento y dolor, producidos por el paso de los años.

Pero la vida continúa y ese pulso antiaging, siempre lo vamos a perder, no podemos luchar contra el tiempo. Hay que seguir encontrando ese hálito de vida que nos permite alcanzar lo más elevado del ser humano: ser persona en todos sus ámbitos. No obstante, no debemos quedarnos paralizados, como si estuviéramos sumergidos en formol. Queremos vivir plenamente y gritar. ¡Gracias por este nuevo día! ¡Gracias por poder hablar con este amigo! ¡Gracias por contemplar esta noche estrellada! ¡Gracias por disfrutar de ese mar de trigo! ¡Gracias por sentir, oler y ver las olas del mar! ¡Gracias por pasear al lado de las olas del mar! ¡Gracias por contemplar esa gaviota deslizándose suavemente en el aire! ¡Gracias por sentir la fragancia de esa rosa! Por lo tanto, nuestra vida se puede convertir en un espec-táculo muy agradable y, especialmente, feliz. No obstante, algunas personas han de plantear-se esta cuestión; ¿por qué siempre me relaciono con personas que nunca me satisfarán? ¿Por qué no se relacionan más frecuentemente con personas que irradian buen humor, felicidad?

Seguramente, por ello, debemos amoldarnos, ajustarnos y aceptar con normalidad y se-renidad todo el proceso del envejecimiento. Sin duda, el mejor producto antienvejecimiento es aceptar el propio envejecimiento y desplegar todas las potencialidades del ser humano que describimos a lo largo de este libro. Asimismo, existen una serie de estereotipos ne-gativos sobre la vejez que, sin duda, afectan a nuestra salud, nuestra percepción sobre ese proceso tan interesante del envejecimiento (figura 18). Por ejemplo, se dice que los ancianos son como los niños y que, cuanto más viejos son, más pueriles se vuelven sus gustos, como si la proximidad de la muerte acentuase la nostalgia del claustro materno.

Y, sin embargo, curiosamente, algo de verdad sustenta este estereotipo cristalizado durante muchos años, ya que ancianos y niños entablan una complicidad fraterna de la que

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los adultos quedan totalmente excluidos. El anciano contempla la vida desde una atalaya, alejada de las estúpidas ambiciones y los activismos frenéticos que convierten la edad en un sinvivir, y así la vida recupera aquella cualidad de un dorado remanso que la persona mayor disfrutaba en la infancia. Sin embargo, el adulto sigue inmiscuido en una vida tumultuosa, enfangada, llena de vaciedades y de palabras vacías y gastadas. Pero, realmente, lo que de verdad nos perturba no es la edad en sí misma, sino el significado que damos al paso de los años. Y, ciertamente, para algunas personas, el significado es crítico, melancólico, enigmático.

Figura 18. Estereotipos negativos sobre la vejez.

Pero hay que dejar muy claro que, a pesar del escenario sociocultural en el que nos movemos, el envejecimiento no puede ser motivo para disminuir el entusiasmo. Sobre todo cuando se envejece con dignidad, se mira el futuro con esperanza y se mantienen vivos los deseos para aprender. Y, además, uno sigue siendo esencialmente alegre, animado y con un gran sentido del humor. Por eso, no hay que sumergirse en ese ámbito proceloso de conflictos internos que se traducen en padecimientos intelectuales y físicos. La persona mayor ha de superar numerosas crisis psicológicas, resultado del efecto del paso de los años sobre nuestro organismo y estructura mental (figura 19).

La vida es una auténtica aventura que comienza y acaba, en cierto modo, cada día. Todas nuestras historias personales (el ciclo vital de cada uno) ponen de manifiesto la fragilidad del ser humano, el delicado equilibrio en que se mueve y la mínima frontera entre la felicidad y la depresión. Además, conviene recordar que, sin sufrimiento, no puede haber felicidad, al igual que no hay luz sin sombras. El envejecimiento es una continua lava

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de sabiduría, un volcán de éxitos y de fracasos que debe de tener una solución positiva y feliz frente al miedo y la desesperanza. Nuestras quejas, dolores y achaques también dan sentido a la vida; forman parte de nuestra existencia, al igual que las espinas que siempre acompañan a las rosas.

La vida aparentemente estable y tranquila cambia en cualquier momento, de un instante para otro, configurando esa idea de aventura continua que constituye la existencia de una persona mayor, determinando la necesidad que tiene de asumir y que ha de adaptarse continuamente a nuevas circunstancias y eventos propios del envejecimiento, es decir, las grandes crisis de envejecer. Historias personales agridulces; personas que ríen, lloran…Así es la vida, nunca es todo blanco o todo negro, porque la vida es multicolor, con muchos grises y también otras tonalidades que nos invitan al entusiasmo y a la felicidad.

Nuestra vida parece que transcurre a medio camino entre el drama y la comedia, cada uno escribe su propia historia personal y vital y nos convencemos de que es posible la reinvención de uno mismo y de que cabe algo muy parecido a la felicidad, aunque es muy difícil de que realmente sea completa, como podemos apreciar en la famosa película Los puentes de Madison (1995).

Figura 19. Crisis psicológicas más importantes que experimentamos y sufrimos en el envejecimiento.

En fin, todas estas crisis de envejecer tienen un denominador común, que es la pérdida afectiva, pérdida de los elementos de la red social y, tal vez, finalmente, la soledad radical, angustiante y destructiva (figura 20).


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