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ACERCA DE LAS FUENTES DE MIS APORTES A LA PSICOLOGIA (*)

Claudio Naranjo C.

*Conferencia dictada el Viernes 24 de Junio de 1994 en el XI Congreso Nacionale

de Psicología Clínica, Momentos Creativos en Psicoterapia, y publicada en el Vol.

V(1), Nº 21,1994 de Terapia Psicológica (revista oficial de la Sociedad Chilena de

Psicología Clínica). Reimpresa por autorización especial.

Los organizadores del Congreso me sugirieron que hablara de las cosas

que he contribuído a la Psicología y, cuando me pidieron un título, me parcció de

perogrullo llamarlo de esta manera, aunque podría ser más interesante que el

titulo reflejara la esencia de mis hallazgos a través de esta exploración. He

querido ya tener, al comenzar a hablar, cierta conclusión de cuál sea la clave de

mi creatividad: estuve tentado de dar un título de fondo, pero me parecería

como escribir una novela policial diciendo de partida quién es el asesino. Así que

hay un título secreto de esto: se los voy a dar al final, más bien.

Ya expliqué ayer cómo mi llegada a la psicoterapia fue una llegada por

carambola; no fue un decir "Lo que yo quiero es ser psicoterapeuta", sino que

pensé que quería ser científico: llegué a la Escuela de Medicina, no me encontré,

estuve a punto de salirme, de irme a estudiar Física a los Estados Unidos cuando

estaba en el Cuarto Año. Me quedé al descubrir la Psiquiatría porque me servía a

mí, y porque vi que había un lugar para algo más especulativo. Les conté

también de mi incamodidad en mis primeros años de ejercicio de la profesión;

pero también cómo -dentro de la torpeza del aprendiz-, a empezar, ya en esos

años, a hacer una historia de cierta creatividad. Y expliqué un ejemplo de lo que

aparentemente es un accidente, pero creo que muchas de las historias de la

creatividad en la ciencia son accidentes, y tal vez la diferencia entre una persona

creativa y otra un poco menos creativa es que uno sabe aprovechar mejor los

accidentes. Es como una selección natural: ciertos accidentes sobreviven y otros

no sobreviven. Hay accidentes que pasan a la historia: al cultivo de bacterias de

Fleming le cae ahí un hongo que produce penicilina, y Fleming se da cuenta que

no es simplemente cosa de esterilizar mejor las placas e impedir que caigan

hongos, sino que se da cuenta de que aquí hay una posibilidad útil. Yo creo que

esto es algo muy general en la vida: creo que todos tenemos adversidades,

obstáculos, pero hay gente que aprende más de las adversidades, de los

obstáculos. Hay gente que tiene más una actitud de áprendizaje en la vida, y hay

personas que más bien se empecinan en que de los obstáculos hay que hacer un

enemigo, sin derivar tanto beneficio de ellos.

Para retomar desde allí, podría, tal vez, contar un episodio más. En

general, lo que me propongo hacer hoy es ir enumerando algunos de mis

fortuitos o afortunados aportes y ver cómo se originaron, para ver si -después

de examinar una serie de asuntos- llego a alguna conclusión general. Espero que

llegue a la misma que ya conozco, porque si no, me asustaría mucho (risas).

Les contaba de una sesión de psicoterapia que resultó, por accidente,

sumamente efectiva; hay otro caso semejante que me permitirá ir un poco más

al detalle. Mi primer trabajo fue en el Servicio de Medicina Psicosomática en el

Hospital del Salvador - no sé si existirá todavía, fue creado por el Dr. Torreblanca

-y yo aún no me recibía de médico, pero había hecho el curso de Psiquiatría y

estaba haciendo mi Memoria en Hipnosis, en un tema sumamente poco

interesante, enteramente fisiológico. Esto requería, sin embargo, hipnotizar a la

gente para hacer las mediciones de temperatura en la piel, ver cómo era este

proceso por lo demás conocido: que se puede variar la temperatura de la piel por

sugestibilidad hipnótica. Yo estaba investigando ese mecanismo fisiológico; y,

porque hipnotizaba a la gente, pasaban otras cosas, y a mí me interesaba ya la

psicoterapia, y el Dr. Torreblanca confió suficientemente en mí para pedirme que

viniera a aportar algo a este Servicio.

Entonces, allí estaba un día hipnotizando a una mujer que tenía eclamsia

-ustedes conocerán el síndrome de vómitos en el embarazo, que pueden a veces

ser fatales, hay gente que realmente muere de desnutrición o deshidratación,

complicaciones de esta forma tan exagerada de los síntomas molestos del

embarazo-. Y para esta mujer, esta eclamsia había comenzado después de la

muerte prematura de su marido, recién casados. Poco después de la luna de

miel, muere el marido y ella empieza a vomitar, a vomitar, y está allí viniendo a

este Servicio de Medicina Psicosomática. Yo la hipnotizo y durante un tiempo

traté de reemplazar los síntomas -es una de las estrategias de cura sintomática

de la hipnosis-. Traté de cambiarle los vómitos por dolor de cabeza, por dolores

de toda índole, y eso duraba unas horas pero no se engaña al inconsciente por

mucho tiempo cuando hay una cosa muy importante.

En aquella época, yo había aprendido la técnica del ensueño dirigido de Desoille,

que usaba Lola Hoffman -quien había llegado a la Clínica un par de años antes

que yo, bastante de aficionada en esa época- y que había aprendido en Europa

este método, que se usa tanto en Estados Unidos ahora con otros nombres:

Guided lmagery. El trabajo con imaginería, en que uno puede desenvolver gran

creatividad en cómo colabora con esa situación, cómo uno. supervisa ese

proceso de la fantasía de otro. Y en una fantasía, yo le sugiero a esta mujer que

se encuentre con su marido -era de perogrullo sentir que había algo inconcluso

allí, que esta eclamsia no es casual, sino que tiene algo que ver con la pérdida del

marido-. Pero, ¿qué es lo que tiene que ver? ¡Vaya uno a saber! Podría uno

especular: "Tal vez ella quiere morirse para reunirse con él", en fin.

En todo caso, al evocar al marido, ella le ve el cuerpo transparente, y le ve

el estómago. Sugerente... una persona que sufre de vómitos, verle el estómago

al marido. Y yo le pregunto qué siente, qué piensa, y lo que me dice -que no

recuerdo literalmente- es que hay un deseo de comerle el estómago al marido.

Tal vez otra persona podría escandalizarse con eso o no saber qué hacer; yo tal

vez tenía una actitud suficientemente abierta o curiosa o explorativa o, poco

convencional, así que le di instrucciones de que le comiera el estómago al

marido. Tal vez eso sería una cosa bastante poco, convencional; otras personas

sentirían que es demasiado canibalista para sugerírselo a nadie, (risas) pero

siguió ella mis instrucciones y, ¡oh milagro! , se curó deflnitivamente de la

eclamsia.

Para mí ésta fue una gran experiencia de aprendizaje: que pudiera pasar

una cosa así, que en un trance hipnótico ligero, nada tan espectacular, sin

emociones intensas, sin drama, sin llanto, sin insight siquiera, por un acto mágico

-comerle el estómago al marido -se terminan sus vómitos. Hasta hoy, no puedo

decir que entienda la dinámica de esto -debe haber alguna dinámica, algún

pensamiento inconsciente, alguna fantasía inconsciente que curó la otra, la que

estaba produciendo el síntoma. Pero si miro retrospectivamente cómo ocurre un

acto creativo así -además de ser una casualidad- qué hay un poco más allá del

accidente feliz, yo diría que algo así corno el colaborar con el impulso del otro,

"colaborar con el impulso organísmico" lo llamaría Perls, el impulso creativo, el

impulso sanador del inconsciente ajeno. Es como si yo hubiera buscado, dentro

de mi propia impasse, de mi propia limitación, de mi propia falta de visión -en

primer lugar, a través de la hipnosis- obtener un estado de facilitación del acto

creativo ajeno; y luego, dentro de esa hipnosis, saber oír. "Ah, surgió ese

pensamiento de comerle el estómago al otro", y lo demás era una fe, una fe en

que eso es curativo, una fe de que fue más importante eso que el seguir los

moldes de lo que dice tal libro, de lo que yo ya entiendo, ir más allá de lo

entendido.

Dejémoslo allí como punto de partida. En general, yo diría que mi primera

fase de aprendizaje en la psicoterapia fue muy poco apoyada. Por ejemplo,

Carlos Whiting, mi supervisor en psicoterapia analítica, me reprochaba el uso del

humor. Sentía que las cosas más interesantes que yo decía las decía en forma de

chiste. Con el tiempo y con perspectiva, tengo la convicción de que iba por mal

camino ese supervisor (risas). Con el tiempo, ahora ya es vox populi, ya se han

hecho hasta maratones sobre el uso del humor en psicoterapia, y creo que le

contaba a algún grupo ayer que uno de los elogios más acertados que he

recibido como terapeuta fue algunos años atrás: alguien en España me decía que

yo había desarrollado una técnica especialísima de interpretación por supositorio

-que es una forma muy suave de decir las cosas en que la persona no se da

cuenta de la bomba que se le está metiendo al cuerpo y que tiene efecto

retardado-.

Creo que en esa época yo era muy tímido, pero tenía buena percepción.

He observado eso en Kierkegaard: pero él tiene un humor, una ironía continua

que creo que es el resultado de una percepción aguda que, si se expresara

directamente, sería muy hiriente, con un carácter dulce. Y el decir cosas fuertes

dulcemente, da como resultado químico -y no hay otra forma- el decirlo con

humor. El humor es la resultante de esa situación. Yo era un carácter tímido y en

terapia necesitaba confrontar al otro con sus verdades. Entonces resultaba esta

forma irónica, o «como quien no quiere la cosa». Y sistemáticamente, "eso no

estaba en los libros, eso no era una forma de intervención sancionada por el

uso": como ejemplo de obstrucción de lo creativo en psicoterapia, como una

cosa que me salta a la vista, lo que era el ambiente de esa época en la Clínica en

que yo trabajaba.

Resultado de todo este ambiente poco estimulante -más bien inhibidores

que busqué en otras partes. Lo que yo buscaba en la psicoterapia era mi propia

curación; pero lo que buscaba no era necesariamente curación, era algo más

amplio: yo buscaba todo, como todos nosotros buscamos todo, aunque le

pongamos distintos nombres y a veces los miremos de una manera o de otra. Así

que en mi sed de algo que me faltaba, busqué por caminos más bien espirituales:

conocí a algunos Hombres de Conocimiento -como los llama Castaneda-. Tótila

Albert fue el más importante en esa época, también David Rosenman -un poeta

chileno que publicó poco y que luego se fue del país- fue otra persona que

influyó en mí, que me motivó a escribir por primera vez; la influencia de Gurdjieff

fue muy fuerte, aunque a través de los libros en esa época -en fin, estaba yo

absorbiendo de diversas fuentes-.

Y de estas fuentes el resultado fue que sentí que necesitaba un Maestro,

que necesitaba a alguien que supiera algo que no sabían las personas con

quienes tenía contacto. Tótila Albert era alguien que había hecho la Gran

Travesía, que estaba en la otra orilla, pero no era un Maestro, no era un botero,

no era alguien que lo lleva a uno a la otra orilla. Era un poco como Krishnamurti,

de quien siempre pensé que sabia muy bien decir cómo era la cosa al otro lado,

pero no lo llevaba a uno al otro lado. Y de esa manera, me fui de viaje. Me fui

primero a la Costa Este de Estados Unidos, pensando que buscaba algo más en el

terreno intelectual; pero como que buscaba una atmósfera nueva, un ambiente

nuevo. Me fui a Harvard, y tuve una experiencia -que tuvo que ver con mi

desarrollo, porque me dio mucha confianza-. Esta experiencia fue sin quererlo -yo

estaba en en curso de música, estudiando con un gran pianista y compositor

americano, un gran maestro diría yo, que me hizo desistir de la música-. Yo era

estudiante de música en en época y me costaba, me costaba escribir música, y

no sabía por qué me costaba tanto. Y allí me di cuenta: era porque no había

tenido maestros de categoría, y allí supe lo que era la enseñanza de la música.

Pero había un compañero de curso en este Curso de Camposición de León

Fleischer, que había estudiado con Schöenberg, con Stravinsky, que era uno que

sabía la artesanía de la música -pasarla-. Yo sentía que esto ya estaba como al

margen: en realidad, yo había ido a Estados Unidos por un estudio de valores y

no por la música. Un compañero, al saberme Psiquiatra -aunque yo estaba allí en

la Escuela de Psicología-, se interesó mucho en hablarme: el que una persona

pudiera estar en la música y en la psicológía al mismo tiempo le impresionaba

mucho-. Me habló con más y más intimidad, y esta conversación tuvo un

resultado terapéutico: me transformé en algo así como el terapeuta, sin

pretenderlo. Fue una experiencia muy útil: entender cuándo se podía hacer

psicoterapia desde una posición no profesional. Surgió espontáneamente, y este

hombre era paciente dé Maslow, y en el contacto conmigo se fue abriendo a su

locura -podríamos decirlo- pero en una forma no negativa.

Por ejemplo, recuerdo una conversación en que, mientras caminábamos yo

lo estuve poniendo en contacto con el aspecto castrado, con el aspecto

amputado de su psique, con su auto-inhibición, con su vuelta contra sí mismo,

con sus posibilidades no expresadas... y era una época en que habían podado los

árboles. Y veía todos estos árboles amputados, castrados, y se le hacía como

una imagen de pesadilla bajo el frío de la noche... y era una imagen casi

alucinatoria, y hablaba en forma muy poética. Y yo. siempre había tenido una

capacidad de hablar con los psicóticos en su idioma, lo que tuvo como

consecuencia que no pudiera avanzar mucho en el estudio de la psicosis. Ocurrió

que le pedí a Ignacio Matte que tuviéramos unos Seminarios particulares: él

estaba explorando todo lo que fue motivo de unos gruesos libracos más adelante

en su vida, sobre la lógica simbólica aplicada al pensamiento esquizofrénico.

Matte aceptó tener algunas conversaciones personales conmigo en presencia de

algunos psícóticos para ahondar más en esto. Pero cuando lo intenté, trayendo

del Patio de los Crónicos a algún psícótico, parecía ser que yo hablaba el lenguaje

psicótico con tanta naturalidad que ellos hablaban el lenguaje normal (risas).

Después vi, -a través de mi contacto con Ronnie Laing, quien era un

experto en lo mismo, le pasaba lo mismo- que si uno entiende, si uno no trata al

otro como a un loco, el otro no se porta tanto como un loco -así que como

origen de material para ilustrar el pensamiento esquizofrénico, esto fue un

fracaso-. Pero me sirvió a mí para sentirme un poco más a mis anchas en eso que

era nada más que una admiración por el psicótico. Yo siempre sentía que algo me

faltaba y que los locos tenían: como si la mente normal fuera la amputación de

un pensamiento que ellos tienen más desarrollado. Y que hay una capacidad

poética en las psicosis que nosotros no tenemos en la misma medida. Entonces,

esta admiración natural siempre me hizo no ponerme por encima de los

psicóticos, sino ponerme como un aprendiz. Y así ocurrió con este amigo, que

tenía algo que ni siquiera podría llamarse un brote psicótico, sino que uno de

esos estados que, cuando se reflejan en el Rorschach, son diagnosticados como

regresión en servicio del yo.

Y para mí fue una gran sorpresa cuando Maslow intervino, diciéndole que

se cuidara y que mejor dejara de juntarse conmigo, porque se estaba volviendo

loco (risas). Fue para mí una gran desilusión de Maslow, que estaba ya

publicando cosas que parecían de vanguardia, de avanzada: me sirvió para sentir

que yo no me quedaba corto, cuando en el ambiente de aquí me sentía un nadie,

muy amedrentado con las autoridades. Fue como un pequeño gesto del destino,

que me hizo sentirme un poco más en confianza: "¿Cómo es posible? Este

Maslow, que escribe con tanta libertad y tan pionero, resulta que en su práctica

psicológica, ante un paciente determinado, se está comportando como los

mismos psicoanalistas que yo conozco, allá en Chile -que son tan ceñidos al

cánon-“. Así que eso me hizo llegar a California, que fue mi etapa siguiente, con

más «cancha», con una cierta libertad, por sentirme menos amendrentado ante

las autoridades. Y llego a este oasis que es California, donde estaba brotando

toda clase de cosas: toda una nueva cultura, la revolución sexual, la revolución

universitaria la revolución Humanista, la revolución psicodélica, en fin ... era un

momento de gran liberación y un momento de salto de consciencia. Era un gran

caldo de cultivo para un buscador, porque era un oasis de buscadores.

Me sentí por primera vez en casa, como si nunca me hubiera sentido en

casa en Chile, como si me hubiera sentido como huérfano en casa ajena, algo así.

Y llegar a California fue como "¡Ah!", un algo muy familiar. Estaba el Zen en la

atmósfera: yo iba a California un poco en la duda si me voy a Japón o me voy a

Califomia -a esas alturas de la vida ya me estaba cuestionando-, pero las becas

para Estados Unidos eran más fáciles de conseguir que las becas para el Japón:

así que fue una gran suerte que estuviera en el aire el Zen. De eso se sabia poco,

se estaban publicando los primeros libros, a través de Alan Watts y de Suzuki -no

el Maestro Suzuki Roshi, sino el filósofo-. Así que me encuentro con personas

que realmente venían de vuelta de Japón: California era una cosa maravillosa,

porque poder oír de primera mano las experiencias de gente que había estado en

los templos, que había estado meditando...

Y entre las muchas influencias, diría que hay dos cosas que tuvieron

importancia para mí: una es que siempre llevaba un diario de ideas en Santiago.

Había sido estimulado por alguien que ya les mencioné -David Rosenman, este

poeta, que me decía, "escribe. escribe, todos los días: sea lo que sea"-, y

efectivamente me estaba sirviendo para tener más consciencia de lo que pasaba

por mi mente, escribía de mis experiencias, escribía de mis ideas. Empecé a

descubrir cosas: y esto era como algo oculto, como algo inmostrable cuando

estaba en Chile. Y resulta que todas estas ideas con las cuales me iba poniendo

en contacto, las cosas que iba entendiendo, me transformaron en Califomia en

una influencia: comencé a sentirme oído. La gente quería saber más de esto, más

de aquello: las cosas que aquí necesitaba ocultar, allá brillaban. Y eso me dio más

confianza: todo lo que había sido mi mundo de buscador era, de pronto, válido.

Y la segunda influencia fue mi primera experiencia psicodélica importante

-lo digo así porque yo había sido conejillo de Indias aquí en la Clínica Psiquiátrica:

en una ocasión fui inyectado con ácido lisérgico (LSD) -una dosis no demasiado

grande, 75 microgramos-, y puesto en una cámara oscura que se había

construído para experimentos en deprivación sensorial con perros (risas). Pero

en fin, era una aproximación a una situación de mínimos estímulos y había tenido

una experiencia de interés filosófico. Por ejemplo, había muchas espirales, todo

era espiral, y estas espirales me parecían fascinantes, y tuve muchos

pensamientos sobre las espirales. 0, si estaba alerta, si estaba mirando mi

pensamiento, no ocurría nada, no había nada de que pudiera hablar. Pero si no

me ponía a mirar, pasaban muchas cosas, pero después no recordaba nada. Eso

me dio mucho que pensar... cosas un poco intrascendentes desde el punto de

vista de lo que puede ser la experiencia con uno de estos alucinógenos fuertes.

Entonces, eso me había motivado: era algo interesante, pero no había sido

una experiencia transformadora. Y aquí me encuentro con un gran terapeuta,

especialista en el manejo de¡ ácido lisérgico: Leo Zeff, que se había venido de la

clínica de Menninger. Un Junguiano de la clínica de Menninger -claro que ese es

esencialmente un lugar de Freudianos- y un hombre que no publicaba ni le

interesaba publicar, un hombre de gran corazón, y era un verdadero maestro en

el manejo de este recurso terapéutico. Eran las postrimerías de mi tiempo allá en

la Universidad de California: estaba allá, como digo, en un estudio sobre valores,

haciendo análisis factorial de los valores y de las preferencias estéticas -cosas

muy de la psicología clásica-. Me encuentro con este hombre -me impresiona-, un

hombre que tenía además la formación de rabino, un hombre muy religioso; y era

una coyontura de mi vida en que tenía que tomar una decisión en relación con mi

vida amorosa. Pienso, "Esto va a ser muy importante», le pido una sesión, y esa

sesión fue una experiencia muy profunda que me dejó conectado con otro nivel

de mí mismo: fue un efecto sanador muy extraordinario.

Esa única inmersión en mí mismo tuvo su paraíso y su infierno. Es algo que

a la salida me dejó con una nueva confianza en mí mismo, con una sensación que

yo expresaba diciendo que "había puesto el pie en el camino": y es que no sabia

más, pero sabía que a cada paso sabría lo suficiente para poner el pie en el

siguiente paso. Es como una confianza de caminar un paso a la vez, confianza en

mis propios recursos; y desde ese momento, desde la salida, desde el día

siguiente de esa única experiencia, supe que yo podía servir para la psicoterapia

"y antes sabía y había probado que no servía: es decir, de vez en cuando me

salía por casualidad", como he explicado. Entonces, supe intuitivamente que

ahora, este estado interior de más contacto conmigo mismo y con mi intuición,

era algo que me permitía dar algo.

Y eso se combinó con la aventura siguiente en mi vida: ya había

organizado una expedición al Putumayo -un río que es un afluente del Amazonas,

que corre entre Colombia y Ecuador-, porque me había interesado en el yagé,

que es una planta alucinógena de los indios. Este es un interés que ya venía

siguiendo a través del libro de un explorador, Cunningham, que había escrito un

libro que se llamaba Yo también fui cazador de cabezas. Fue alguien que fue

adoptado por una tribu de cazadores de cabezas, que casó con varias de las

mujeres de la tribu -porque son polígamos- y atravesó la iniciación de los

guerreros: y allí le dieron este brebaje extraño y tuvo una

experiencia...esencialmente, de heroísmo. En la ceremonia de iniciación de los

guerreros se usan los azotes; y, al ser azotado, él desplegó una actitud de

desafio ante el dolor, que a mí me llamó la atención -porque yo he sido muy

sensible al dolor físico y psíquico-. Era un sentimiento de invulnerabilidad en que

le decía al personaje dísfrazado, alado, al demonio -pero claro, encarnado por un

iniciador- que lo azotaba, "¡Dame más! ¡Dame más!", como queriendo probar su ir

más allá del cuerpo.

Y yo, como cobarde constitucional, porque fui siempre un conejo de

nacimiento -es una cosa biológica eso de ser conejo- (risas) ¡Probado! Más

adrenalina, más reacción de huída-. Pensé, "Qué buena seria una droga que a uno

lo haga más heroico", aunque fuera como para aprender qué es eso. Y me

propuse llegar hasta a arriesgarme entre los cazadores de cabezas para,

conseguir ese remedio contra la cobardía (risas). Y con Humberto Maturana

tuvimos un proyecto de ir a cazar un ínsectivoro raro por ahí en la selva, como

pretexto para conseguir una beca que nos permitiera llegar donde estos

cazadores de cabezas (risas). Total, no resultó eso, pero muchos años después,

cuando estaba en el Museo Botánico de Harvard, veo un rótulo que dice,

Exposición especial: Botánica Económica -no sabía que existiese ese ramo- pero

veo distintas plantas con sus productos. Allí está el opio con sus cuarenta

alcaloides en distintos frasquitos, está la planta de la coca con su alcaloide,

muchas de las plantas medicinales -el curare, la digitalis-.

Y entre tantas plantas, veo una liana retorcida y un pequeño apartado que

dice "La naturaleza botánica de los narcóticos malpigiáceos de Sudamérica" y en

él, una fotografía de indios azotándose, con lo cual supe que la planta que yo

buscaba ya estaba identificada botánicamente. Me propuse hablar con el curador

del Museo Botánico, y resultó que él mismo era el autor de ese apartado: había

estado doce años haciendo trabajos de campo en Colombia y otros países

Sudamericanos. Ya tenía aclarado mucho: me puso en contacto con los indios

que le ayudaban a recolectar plantas ... as¡ que a la vuelta de mi beca a Estados

Unidos, me fui a conocer a estos indios y conseguir algo de yagé. El yagé es algo

que se usaba en la formación de chamanes. Cuando yo hablaba con los chamanes

en castellano -porque algunos de los indios ya estaban bastante españolizados,

no se necesitaba siquiera intérpretehablaban de estudiar medicina: "Se usa el

yagé para estudiar medicina". "¿Y cómo se estudia medicina?". "Bueno. hay que

aprender a entender los propios sueños".

El yagé tiene mucho que ver con el desarrollo de la intuición: se puede

decir que es un alucinógeno, en un sentido muy amplio de la palabra, pero no

produce alucinaciones, Lo que pasa es que, a ojos cerrados, se facilita mucho

ese tipo de fantasía que se maneja, justamente, en la fantasía dirigida: una

fantasía en que uno está plenanente consciente, sin trastornos de la identidad ni

diferencia en la actitud emocional ni cambio de juicio: es un mundo simbólico

muy exaltado, pero muy espontáneo. Y a través de ese mundo simbólico se

pueden aprender cosas: se puede contemplar este mundo e incluso entender

cosas de uno mismo y de la realidad. Los indios dicen que ésa es su manera de

aprender sobre las plantas, sobre la naturaleza, sobre los animales. Lo usan en la

cacería, para desarrollar capacidades parapsicológicas. Así que me entusiasmó

bastante el mundo del yagé, y cuando regresé a Chile planteé una investigación

que usaba, en forma comparada, el yagé y la mezcalina, que era otro alucinógeno

conocido. Venía, sin embargo, de mi apertura interior a una capacidad

terapéutica, y me había encontrado con personas en estados de consciencia más

libres, más fluidos, de una gran potencialidad terapéutica: estados en que es

como si se disolviera el ego transitoriamente, y se pudiera recomponer un

poquito diferente. Empecé entonces a hacerme psicoterapeuta, por primera vez

de veras. Empecé a nadar en este territorio nuevo.

En el curso de los años, esta investigación sobre el yagé me llevó a la

psicofarmacología durante un tiempo, cuando publiqué un libro llamado The

Heal ing Journey (El Viaje Sanador). Allí hablo como lo solía hacer hasta hace

poco: para hacer más aceptables mis ideas: "Ya todos sabemos tal cosa". Así

que presenté una serie de fármacos como si ya estuvieran en circulación; pero

en realidad, me tocó descubrir muchas cosas nuevas. En esá época sólo habían

tomado yagé los indios: era cuestión de curanderos que recién estaba entrando

en contacto con las poblaciones blancas. Ocasionalmente, los blancos venían a

curarse con ellos; pero esto no había sido traído al mundo clínico. Aquí, en

Santiago, en casa de una amiga chilena, Nieves Yankovic, estaba hablando de mi

hallazgo de las posibilidades terapéuticas del yagé y contando cómo produce

imágenes arquetípicas características de tigres y de serpientes. Estaba presente

en esa ocasión el ex cónsul británico en el Congo. Me dijo, "Ah, lo que usted

cuenta es muy parecido a lo que en el Congo se conoce mucho: que los

hechiceros se transforman en leones. Incluso he escuchado la historia de alguien

que le disparó a un león, pero después se encontró con que el hechicero había

sido muerto de un balazo. La gente piensa, en el Africa, que los, hechiceros

verdaderamente se transforman en leones".

Entonces pensé, "¿No será que ésta es una historia que parte de la

vivencia subjetiva & la transformación del chamán en animal? Porque así me

parece que fuera el caso en Colombia, en Venezuela, en Brasil, en lugares donde

se consume el yagé: las personas dicen transformarse en jaguares. Ahora,

cuando yo tomé, no me transformé en jaguar: vi un tigre dibujado por Draco

Maturana, un amigo con un gran talento para dibujar. Hacía unos dibujos muy

simpáticos, un poco a la Rousseau -pero un poco más sofisticados, en realidad-.

Me había regalado un tigre de mucho colorido: cuando fui mi propio conejillo de

Indias para probar el extracto de la planta, lo que vi era un tigre de caricatura.

Estaba muy lejos mi instintividad de ser tan sana como para poder sentirme

tigre: veía al tigre de lejos. Los indios recorren todo un proceso, y también,

cuando iban blancos a curarse de cosas tan diversas como el asma o la

estitiquez -porque vienen por enfermedades psicosomáticas, sobre todo-

muchas veces, los indios -que conocen a los blancos y cuán lejos están de su

mundo instintivo- los amarrana un árbol, porque si no salen corriendo cuando se

encuentran con los tigres y las serpientes.

En todo caso, cuando yo le cuento esto a este Cónsul, él me cuenta la

historia de los africanos y, naturalmente, me interesé por ver que sustancia

pudiera ser; y después de poco leer, me doy cuenta de que hay un producto en

la planta que se llama iboga que se supone que produce un estimulante similar al

café y que los indios usan para sus bailes. Yo pensé, "Creo que ese estimulante

es un poquito más que el café: tal vez los blancos piensan eso, pero lo que ellos

están sintiendo con eso debe ser un poco más". Así que me informé en la

literatura y vi que había estudios sobre la ibogaína -este alcaloide- solamente en

la vagina de la rata y en el intestino del conejo. Así que fui mi conejillo de Indias

una vez más para ver si en la corteza cerebral del hombre intacto producía la

ibogaína algún efecto subjetivo, además de los efectos que se sabía que tenía en

el músculo liso. Entonces, tomé ibogaína y ahí fue mi acto creativo de tirarme al

abismo, creyendo en mi intuición que estaba frente a algo ya conocido por los

indios por centenares de años.

Tuve una experiencia en que todo el mundo giraba en órbitas perfectas: la

armonía de las esferas, todo era una gran danza, todo era un Gran Homenaje a lo

Divino; y en esta danza, en esta Gran Celebración que era el Universo, había un

punto negro al centro -que era yo- que no se movía (risas); y yo estaba allí como

queriendo saber algo, pero sin meterme. Y es como si se me hubiera dado la

libertad de tocar el interruptor e incorporarme a esa danza. Tenía las palabras

mágicas en la boca -"Hágase tu voluntad"-, y con esa entrega a la voluntad

cósmica yo lo estaría pasando mejor, pero había la posibilidad de que la voluntad

divina fuera que yo no fuera nada, que fuera polvo: y no me atreví (risas). Y tuve

como tres minutos de libertad para tener la mano en este interruptor, y después

fue un bad trip (mal viaje): fue una película tipo Walt Disney, con conejitos, con

cosas intrascendentes. Pero le tomé mucho respeto a la ibogaína, y cuando se

me invitó a la Primera Conferencia Mundial sobre Alucinógenos, organizada por la

Universidad de California, -una gran conferencia interdisciplinaria, en que había

una antropóloga, un profesor de religión comparada -Houston Smith-, el poeta

Allen Ginsberg, Tim Leary -que después produjo tanto escándalo- y Alpert y

otros; en fin, los pioneros del ácido lisérgico en ese momento. Se me invitó a eso

y yo no presenté nada sobre el ácido lisérgico, sino que mi descubrimiento en

ese momento fue la ibogaína, planteando que era -así como del ácido lisérgico se

decía que era un facilitador del aquí y ahora-, yo dije que la ibogaína era un

facilitador del allí y entonces: una gran posibilidad de redigerir escenas de la

infancia.

Había descubierto dos alucinógenos -también la armalina, pues aunque los

indios conocieran el yagé, me tocó descubrir que este alcaloide en particular

funcionaba en distintas combinaciones-. Se me ocurría que el sistema nervioso

estaba lleno de caminos distintos; y que este estado interno de flexibilidad, de

posibilidad, de mayor maleabilidad, podía ser facilitado en distintas direcciones.

En Estados Unidos se había hecho tabú el asunto de los alucinógenos, porque

hubo todo un fenómeno social de abuso que fue el resultado de la reacción a

este clima prohibicionísta que ha habido allí ya desde el intento de prohibir el

alcohol. Se produjo una criminalización creciente de todo este ámbito, así que yo

me encontré con una posibilidad muy especial aquí en Chile, con las manos libres,

auspiciado por la Universidad de Chile para trabajar en una serie de productos

que Schulgein -un químico de gran talento para la síntesis con quien me topé en

Estados Unidos, y que ahora se está haciendo muy famoso- estaba sintetizando

en el laboratorio.

Así que hubo un período en que me dediqué a esto, que fue otro estímulo

para mi exploración de formas de psicoterapia e integración de las cosas que iba

recibiendo en California. Así que fue, por una parte, investigación

psicofarmacológica: ver qué fármaco produce tal cosa en los seres humanos en

una situación experimental; pero, por otra parte, era investigación terapéutica

-cómo puede manejarse el estado mental que produce esto, que produce

aquello-. El más importante de los fármacos que encontré en esa época fue el

MDA, que fue el precursor de uno que ahora circula con el nombre de éxtasis,

que es la misma cosa pero con una pequeña modificación química que lo hace

menos tóxico. Creo que tiene un gran, gran potencial terapéutico; y en Suiza y

en otras partes se está investigando, se está reabriendo la investigación en

Estados Unidos después de una época en que el establ ishment norteamericano

se cerró rotundamente, confundiendo una cosa con otra, cconfundiendo los

alucinógenos mayores con estos fármacos derivados de la anfetamína, que son

en realidad muy inofensivos y de un potencial terapéutico que es una vergüenza

menospreciar.

¿Cuál fue la clave de mi creatividad en este asunto? Que me topé con

Schulgein en el momento oportuno, que no viví en un país en que la coaa estaba

tan prohibida; pero, sobre todo, que me interesé vívidamente en algo que a mí

me servía. Y creo que ya puedo empezar a anticipar la clave de casi todo lo que

he hecho de útil para los demás: todo lo que he producido que sirva es algo que

me sirvió a mí; y lo descubrí porque andaba buscando algo que me sirviera a mi,

porque bebiendo en las fuentes que había me quedaba corto, buscaba más.

Siento que hay clarividentes que tienen una clarividencia que pueden usar para

los demás pero no para sí mismos; que tienen grandes inspiraciones -le pueden

decir a otro lo que le va a pasar, o lo que pasó o qué pasa con tal o cual persona

en su vida- pero es un tabú, es como una ley que no pueden leerse a sí mismos,

que no pueden verse. Solamente pueden ver, esta impresión extraordinaria con

respecto a los demás, a expensas de no ver lo que les pasa a ellos mismos.

Pienso que a mi me ha pasado al revés, como si a mi se me hubiera dado

una intuición particular para velar sobre mí mismo, y que sólo por «rebalse» las

cosas que he probado y que he digerido en mí, que han servido, he podido

después ofrecerlas a los demás: no he podido ayudar al otro saltándome a mí

mismo. Entonces, la psicofarmacología clínica fue todo un capítulo: tuve la

suerte de estar en un ambiente muy especial. Decía yo que estaba bebiendo no

sólo en la fuente terapéutica, sino que de fuentes espirituales. En Califomia esto

estaba encarnado especialmente en Suzuki Roshi, el Maestro Zen que se fue a

vivir allá, con quien me inicié en la práctica Zen; y con otra persona menos

conocida, un condiscípulo de Muktananda -quien a su vez fue discípulo de

Nityananda- un tántrico anónimo que me pasó algo que era más bien una

energía. Me puse a meditar, a meditar, de modo que cuando llegué a trabajar a

Esalen me tomé una libertad: en lugar de decir, "Aquí voy a hacer talleres

gestálticos", propuse, . ¿Estaría Esalen abierto a que haga una combinación de

Gestalt con meditación?". Me dijeron que sí; nadie había hecho esto que me

parece de perogrullo: traer la meditación como, un complemento a las personas

que están haciendo psicoterapia, ofrecerles un sabor de meditación, una

invitación a beber más de esa fuente, a nutrirse, a aprender a trabajar en sí

mismos.

Pero, además de hacer estas dos cosas -Gestalt y meditación- empecé a

desarrollar un territorio intermedio entre la meditación y el encuentro con el

otro, a través de ejercicios psicológicos. Venía desarrollando estos ejercicios

para ayudarme a mí mismo entre mis amigos, y ahora empecé a formalizarlos

más; y fueron un punto de partida de algo que se transformó en otra de mis

especialidades. Un poco amparado en la idea tradicional del trabajo en uno

mismo -que no es que uno trabaje en otro, sino que en uno mismo- empecé a ver

cómo se podían encarnar ciertos principios de la psicoterapia en estructuras

relacionales, en juegos -podría decirlo, en un sentido no despectivo de la palabra-

que se acercaran un poco a lo que los americanos llaman fool proof -a ser a

prueba de tontos-. Cuando uno le dice a dos personas que conversen en la forma

más conduciva a conocerse, a terapizarse o lo que sea, el problema es que al

hacerlo como mejor uno puede, uno hace demasiadas cosas que son

interferencias, sobre todo al querer hacer de terapeuta: si uno no tiene mucha

experiencia, invade al otro o narcisísticamente interfiere porque uno quiere

ostentar la propia comprensión, en fin.

Entonces, había que crear situaciones que le pusieran cortapisa al mal

terapeuta que hay en todos nosotros, y que favoreciera el trabajo en uno mismo

de la persona que está de turno, poniéndole al terapeuta intervenciones muy

específicas que no puedan dejar de ser útiles. Entonces, allí comencé a producir

todo un repertorio. Una de éstas ahora se ha hecho muy famosa: en aquella

época me tocó conocer el mundo de Ramana Maharshi, este gran santo de la

India que fue una de las figuras más importantes de comienzos de siglo, cuyo

leit motiv, cuya inspiración básica era el conocimiento del Yo profundo.

Naturalmente, eso no es solamente Ramana Maharshi: todos los caninos se

encuentran en eso, en el descubrimiento de ese fondo del ser que está más allá

de la personalidad. Pero su acercamiento era muy directo: a través de la

pregunta, "¿Quién eres?". Cuando vino Paul Brunton a entrevistarlo y a

conocerlo, se queda tan impresionado con él que le dice, "¿Es necesario que yo

me haga tu discípulo?". Ramana Maharshi sólo le contesta, "¿Quién hace esta

pregunta? Si tú te preocupas de saber quién hace esta pregunta, no necesitas

otra cosa".

Toda, toda la interacción con él giraba en torno a eso, entonces era muy

lógico que yo juntara esto con la técnica de la pregunta repetida en que estaba

trabajando en esa época con motivos psicológicos. Así como el mantram

repetido o la letanía repetida es un acto psicológico que lleva muy lejos, porque

parece que juega con la intermitencia de la atención: si uno intenta tener la

atención continua sobre algo, se distrae y se cansa, se olvida: pero si uno mira

un asunto y lo deja, lo mira y lo deja, lo mira y lo deja -rítmicamente-, con ese

ritmo puede llegar muy lejos. Es como un invento que se puso en uno de los

puentes de Nueva York: un aparatito chiquitito que creaba un ritmo, sincronizado

con el ritmo de la longitud de onda del puente mismo. Poco faltó para que

derribara un rascacielos -porque empezó la onda a sentirse en toda la ciudad-. Se

puede, con un ritmo, llegar a una intensificación, a una amplificación gradual; y

así, psicológicamente, me entusiasmé con esa técnica de la pregunta repetida,

que fue originada fuera de la psicología clásica, por Ron Hubbard, el padre de la

Dianética.

Este tenía tan mala fama -en fin, sería una historia larga explicar la mala

fama-, pero (risas) había algunas buenas ideas dentro de esto, y a mí me

impresionó el caso de Hubbard, que después de un accidente de guerra se

rescató a sí mismo psicológicamente, de modo que en su inspiración original

estaba ofreciendo algo como los chamanes, que curan con aquello que les sirvió

para curarse a sí mismos. Entonces, empecé a trabajar con el le ¿Quién eres?",

llevando a una situación interpersonal la pregunta repetida, y veía que,

realmente, en forma intensiva -horas de preguntar, de atención- esto producía

ciertos momentos de mini-satori, intuiciones metafísicas, aproximaciones a esa

vivencia de fondo que es tan apreciada en los caminos espirituales. Cuando

regresé a California después de esa temporada en que empecé a usar esa

técnica, la utilicé una vez en una situación pública en un centro de crecimiento, y

me llegó una carta diciéndome que esa técnica estaba patentada y que no debía

seguir usándola. Se formó un Instituto llamado Enlightenment Intensive

(Intensivos de Iluminación) -muy americano, iluminación en un fin de semana-.

Pero había algo de verdad: realmente es una de esas técnicas que llevan a un

salto cuántico, a un "¡Ahá!" -una experiencia que no será el fin del camino, pero

sí que puede ser una semilla, una gran inspiración, un punto de referencia

importante-.

Cuando estuve en Chile después de mi primer contacto con Esalen, quise

crear aquí algo similar: Instituto de Desarrollo Humano se iba a llamar, y el

Senado me ofreció una Comisión para apoyarlo-, y esto tuvo un comienzo en que

traje a Charles Brooks -que con Charlotte Selver había instituído lo que se Rama

sensory awareness (consciencia sensorial), y quise crear una situación tipo

Esalen en que un grupo de personas tuviera impactos diversos en un currículum

integrativo -un currículum ecuménico podría llamarse-, con experiencias

provenientes de la psicoterapia y de las tradiciones espirituales. Y ese sueño

quedó un poco abortivo porque me volví a Califomia, dejé el proyecto en manos

de Héctor Femández Provoste, que después hizo algo más bien diferente en su

Instituto de Psicología Aplicada, pero ese sueño quedó en mí. Incluso, en el

catálogo de Esalen de ese tiempo había referencia a Esalen in Chile, y me

llegaron cartas hasta de Turquía preguntando sobre eso.

Y existió un grupo aquí que fue mi primera experimentación con una

Escuela psicológica: que tuvo un currículum en que había Gestalt, en que había

estos ejercicios psicológicos que iba produciendo, había esgrima -porque me

pareció que, más que traer una de las luchas japonesas de las cuales no conocía

a ningún especialista en ese momento, un buen maestro de esgrima podía hacer

eso del trabajo de la atención-, había expresión corporal de mimos, había una

serie de cosas. Me reuní con un grupo de personas que complementaran lo que

hacía, leíamos ciertas cosas de los Upanishads , el Tao Te Ching, sobre la

naturaleza de la experiencia espiritual... mis comienzos & enseñar meditación,

muy como aficionado -aunque eso fue validado en Esalen, porque venía la gente

de los discípulos de Suzuki a mis cursos de meditación, y me sentí muy halagado

con eso-. Y la razón de eso era que lo que estaba proponiendo yo no era

solamente la meditación que había aprendido con Suzuki, sino que esta

«cafetería» de meditación en que había distintos sabores: la exploración de las

distintas variantes, desde la meditación predominantemente del parar, del

detenerse, hasta la meditación del dejarse ir -la meditación más tipo

chamanístico, que es una invitación eso fue muy fundamental posteriormente,

porque aunque tuve experiencias de a ser poseído por el Espíritu Santo, dejarle

cabida a algo que lo mueve a uno de más allá-.

Creo que para mí eso fue muy fundamental posteriormente porque

aunque tuve experiencias de posesión, de ser movido en lo que llaman glosolalia

en psicología, y que los Evangelistas llaman «hablar en lenguas», esa expresividad

inspirada ... ¿saben a qué me refiero? (pronuncia, palabras ininteligibles) yo lo

hago en ruso, en tártaro. Los evangélicos ahora -lo hacen hasta en las prédicas,

en ciertas bendiciones. Entonces, se me empezó a soltar la lengua, empecé a

bailar -y esto fue, al comienzo, a nivel corporal. Pero tuvo una consecuencia, que

fue la escritura automática: todo eso que empezó en el cuerpo se me fue

internalizando, y fue el punto de partida para que en otro momento posterior de

la vida pusiera el lápiz en el papel y me salieran cosas que no había pensado y

que parecían no venir de mi mismo. No cabe duda de que el fenómeno existe, ya

se interprete como que eso es el self profundo, que es el ángel de la guarda o

que es un guía interno o que es otra cosa -yo no me meto en cuál sea la

naturaleza del proceso, pero que eso existe y que personalmente he aprendido

más de esa fuente que de ninguna de las fuentes externas, doy fe-.

Una de las cosas que pasó por ese canal fue todo lo relativo al Eneagrama.

El Eneagrama es algo que viene de una tradición del Medio Oriente: a mí me llegó

a través de Oscar Ichazo. El no había formulado esto en palabras: apuntaba a la

gente y decía, "Tú tienes esto, tú tienes esotu defecto principal es tal o cual" -a

mí me tocó ponerle palabras a eso-. Esto me parecía muy obvio en la época en

que lo estaba haciendo; pero ahora que hay guerra de copyrights y que Ichazo

mismo se está atribuyendo la paternidad de eso ... con cierta razón, aunque no

fuera quien lo puso en palabras; porque la forma como se lo ha pasado por alto

-o, más bien, el espíritu de robo de escribir libros de mucha gente que no originó

esa información y sí se apoya en eso, me parece de mal gusto. Así que creo que

ichazo hizo bien en apuntar con su dedo a ese fenómeno más o menos

generalizado. Pero la verdad es que mucho de eso llegó por escritura automática:

me llegaron cosas no sólo del Eneagrama, sino otras; y durante un tiempo estuve

guiando un grupo.

Me he saltado todo eso de la experiencia con Ichazo, que fue un salto, una

luna de miel espiritual; y a la salida de eso me sentí con la fuerza, con la

posibilidad de empezar a enseñar en una forma más ambiciosa que como lo había

hecho en mi época de Esalen, en que era guestaltista innovativo, digamos. Aquí

era medio filósofo, medio guestaltista, medio teólogo, medio guía espiritual. Y

era un guía guiado: tenía inspiraciones de cómo manejar la situación, no sabía de

un día a otro lo que iba a hacer. Fue una experiencia de un año y medio, más o

menos, nada más: el año posterior a mi regreso de Arica a California, pero, muy

continuo y con noventa personas. Yo diría que uno de mis grandes aportes fue

no dejarme manipular. Si pienso cómo hice bien a la gente con quien estaba, es

que en este vínculo tan profundo que se produjo -se producían muchos intentos

de llevarme para acá y para allá, las necesidades de las personas con quienes

trabajaba eran muy intensas: necesidades de atención, necesidades de figurar,

intentos de que yo hiciera esto o lo otro, logré mantenerme en equilibrio,

simplemente resistir a estos embates.

Y el choque de todos esos impulsos contra esta neutralidad fue tal vez el

acto creativo más importante que tuve: pienso que eso lo aprendí -el germen de

eso- de Perls. Cuando yo describía la actividad de Perls al comienzo, siempre

decía que tenía una mirada en que parecía decirle al drama humano, "So what?"

(¿Y qué?) y yo lo llamaba la Yqueidad de Perls. Era una mirada como la de

Bodhidharma, como se le representa al patriarca que trajo el Budismo a China:

con unos ojos muy despiertos. Tenía Perls esa mirada, que no se enganchaba con

los juegos egoicos de la persona que tenía al frente.

De las cosas que he producido en la vida están una forma de trabajar con

grupos, en un programa integrativo de muchos elementos que fue de inspiración

Gurdjieffiana: la idea del Cuarto Camino, un trabajo que tiene por centro la

atención, y que tiene como componentes un aspecto activo, un aspecto

emocional, un aspecto cognitivo. Esa fue la idea inspiradora, pero la he

desarrollado a mi modo, con mis aprendizajes. He producido una serie de libros

-hace algunos años conté veinticuatro entre los publicados y los por publicar o

terminar-. Mis libros son el eco de las cosas que he ido haciendo: es como si

quisiera cerrar una etapa de mi vida haciendo un testamento. Siempre he tenido

un sentido de deuda con lo que he aprendido, con lo bien que me ha tratado la

vida, con las muchas cosas buenas que me han llegado, y no quiero morirme sin

haberlo traspasado. Y siento que con el escribir libros termino de traspasar algo,

porque queda algo fijo que no es llevado tan fácilmente por el viento, aunque sea

menos intensa la transmisión.

Entonces, por ejemplo, ahora se está publicando en Rusia el último mío,

sobre el viaje interior a través de las grandes epopeyas. El camino interior ha

existido siempre, y la primera historia de este trayecto es Sumeria. Llegó un

momento en mi propio trayecto en que empecé a entender los mitos. Y en los

últimos años tal vez sea eso lo que más me ha interesado espontáneamente: me

gusta leer material simbólico, material mitológico, porque he descubierto que lo

entiendo -no como antes, intuitivamente; sino que ahora me resulta un lenguaje

claro de cosas que he vivido o que he ido viviendo-. He estado decodificando los

grandes testimonios, como La Odisea , el Fausto de Goethe y parte de las

ideas que estoy dejando es eso. La Agonía del Patriarcado es uno que está

saliendo en Chile -también está saliendo en ruso este año: tengo grandes

esperanzas de que en ese mundo vaya a ser bien recibido, ya que están en esa

crisis en que de pronto parece no ser válido lo de Marx-. Creo que Marx fue muy,

muy válido en lo que negó pero no tan válido en lo que propuso -como Freud-.

Se dio cuenta de por dónde no era la cosa: tuvo una consciencia de la neurosis

universal, pero lo que propuso de positivo fue más bien un comienzo, y no lo

definitivo.

Entonces, en parte importante de mi creatividad me ha tocado ser

descubridor de tesoros: descubrir que, "aquí hay una persona que tiene una gran

idea, y nadie lo está oyendo". Mencioné a Tótila Albert hace poco: este libro La

Agonía del Patr iarcado es un homenaje a él, porque hablaba del patriarcado,

hablaba de la crisis planetaria en el año 30, cuando todavía la gente no se había

dado cuenta. Tuve mi primera conversación con él en un encuentro en el Parque

Forestal, en que -siendo conocido de mi madre- me preguntó cómo estaba mi

mamá, y yo, como muchacho adolescente que no sabe qué responder, por llenar

el vacío te empecé a hacer un poco más de conversación, y te conté lo que

acababa de publicar en la revista del colegio. Había escrito mi primera pieza de

veras, intuitivamente. Decía yo, más o menos en el año 55, que vendría un nuevo

renacimiento que no sería como el Italiano -limitado a un país- pero que sería de

la Tierra entera, y que América sería el centro ... no sé de dónde me salió esto.

Una visión muy optimista de los tiempos que vendrán., Y él me contesto, "Me

gustaría, Claudio, ser tan optimista como tú; pero yo diría que si no se pone

freno a las expresiones del Patriarcado -porque estamos cabeza abajo- tenemos

una gran posibilidad de auto-destruírnos".

Allí empezó nuestra conversación, nuestra amistad, y mamé mucho de esa

fuente: era un hombre que era desoído de su ambiente, y yo me transformé en

su oído. Así me ha tocado con varios: me tocó con Bob Hoffman -del proceso de

la Cuadrinídad, como se llama ahora el Fischer-Hoffman-; lo traje a mi grupo en

California, porque él estaba haciendo esta terapia individualmente y con muy

pocas personas, no se le conocía. De pronto salió a luz. Así que yo diría que una

de mis funciones ha sido ésta de sacar a luz valores ocultos, y es la misma cosa:

tener olfato de lo que a mi me sirve, de lo que a mí me interesa, y eso pasarlo en

adelante. Así que si quiero sacar una conclusión de cómo ha funcionado mi

creatividad, la imagen que me queda es que mi mérito fundamental ha sido estar

en el lugar propicio en el momento adecuado, y no desperdiciarlo. Es estar allí

donde alguien me pasó un dato, encontrarme con una gran persona; pero tener

los ojos abiertos, porque tenía la boca abierta -porque quería comerme eso-.

Tener el olfato para pescar eso, porque vitalment me interesó.

Hace poco, en la AHP (la Asociación Humanística Americana) antes de una

conferencia, se pasó a los asistentes un cuestionario sobre su vocación. Y yo

puse, «Músico», porque hasta hace pocos años pensába que ésa era mi única

vocación verdadera y frustrada, y que algún día tal vez vuelva a eso; pero que

esto que estoy haciendo, que es psicoterapia, no es mí vocación. Ahora diría que

mi vocación fue buscador, pero de esa vocación resultó por añadidura, por

rebalse, todas las cosas que he ido produciendo. Y la clave de que haya sido

creativo es que nunca traté de ser creativo, que nunca quise decirle al mundo

"¡Miren qué creativo soy!" -sino que quise comerme ciertas cosas y tuve la

oportunidad de invitar a otros a mi mesa-.

Sobre el título, pensé que esto se podría llamar, "Estar en el lugar preciso

en la actitud justa". Me tocó irme a California en el momento justo en que estaba

allí todo brotando, antes que se deteriorara- porque California ahora se ha

convertido en una especie de supermarket espiritual: no es lo que era, ese oasis

de buscadores-. Me tocó encontrarme con Castaneda, con Perls, con Suzuki.

Una part icipante: ¿Qué posibilidad hay de que formes una Escuela aquí

en Chile?

Dr. Claudio Naranjo: El corazón me dice que con mucho gusto; la agenda la

tengo llena para el año próximo y el subsiguiente. Acabo de comprometerme en

Montevideo para comenzar algo para la gente de Buenos Aires, Brasil; y podría

alguna gente llegar allá, por una semana -que es lo que creo que va a ser el

primer año-. Así que yo diría que mi contraoferta sería, "Tal vez comenzamos por

allí". A más plazo, yo estoy en un momento de la vida queriendo liberarme de

compromisos, para estar abierto a lo que aún no sé. Pero puede ser que eso que

no sé, entrañe una cabida; pero no quiero programarme a dos años plazo. Es

probable que sí, que termine volviendo a mi lugar de origen: sería estético, suena

matemáticamente elegante ... (risas).

Ps. Alejandro Cel is: Tú decías algo respecto a que las distintas

sustancias psicodélicas habían sido metidas en el mismo saco con otras cosas

-como las drogas «pesadas», obviamente más peligrosas-. (Sí.) Y que eso se está

revirtiendo...

Dr. Claudio Naranjo: En Estados Unidos, en este momento, el Servicio de

Salud afortunadamente está cambiando de política: digo «política» subrayando la

palabra, porque Bush y Reagan verdaderamente hicieron suya una posición que

recordaba un poco la del antisemitismo alemán. Es una posición de decir "los

jóvenes tienen la culpa de todos los males, y la contracultura y las drogas hacen

que la gente deje de adherir a la Vieja Buena Moral". Es como ese rearme moral

norteamericano, el Moral Major ity, que es una minoría -por suerte-; ese

movimiento tan conservador anti-droga parece haber sido una manipulación

política, de distraer, así como las grandes tiranías distraen con el fútbol para que

la gente no piense demasiado en lo que está pasando, también se distrae con «el

gran problema de las drogas». Y se muestran helicópteros llenando de gases los

campos de cocaína en Bolivia: a cada rato, los programas de TV americanos

muestran que el verdadero enemigo está allá.

Y ahora se está dando vuelta eso, gracias sobre todo a que el jubilado Albert

Hoffman -descubridor accidental del ácido lisérgico- desde su jubilación está

tomando una posición más activa con los terapeutas de Suiza. Suiza hizo

excepción a esa recomendación de la OMS de drogas prohibidas; dijeron, "No,

nosotros queremos investigar un poco más. Aquí hay metilendioxianfetamina que

parece que hace bien a la psicoterapia, está aquí la ibogaína, que hay que

conocerla más, y hay esto y lo otro". Y entonces hay una serie de drogas en

estudio; y Estados Unidos está empezando, también; sólo que la burocracia que

hay que atravesar para llegar a poder tener un estudio aprobado es tan

desagradable que yo, personalmente, no lo haría.

Ps. Luz M" Al liende: ¿Estás optimista con esta Humanidad? ¿Hacia

dónde crees que va?

Dr. Claudio Naranjo: Siento que, así como citaba que en matemáticas un

criterio de buena demostración es la elegancia -aunque no podemos saber el

futuro-, sería elegante pensar que esta gran construcción que es la evolución de

la Vida no va a terminar en nada. Toda esta evolución de la Humanidad es una

evolución, por una parte, y una regresión por otra. Es una evolución acoplada a la

evolución de un parásito, que es la neurosis colectiva. Paralelamente ha habido

una evolución de la cultura y de la enfermedad. Entonces, yo diría que el árbol de

la Vida es, socialmente, un árbol que no ha llegado a dar fruto, a florecer como

Humanidad. Somos un árbol retorcido que ha podido sobrevivir su propia miseria:

ese clima permanente de injusticia, de empobrecimiento del terreno, de esto y lo

otro. No suena como un bonito plan del Arquitecto Divino que esto termine en

una explosión, así que tiendo a pensar, mesiánicamente, que a medida que va

muriendo la cultura milenaria patriarcal -el espíritu de la civilización, tal como la

hemos conocido- al naciendo otra cosa que no va a ser un aborto.

No podemos saberlo, pero hay que actuar como mejor se puede. Y actuar

como mejor se puede es una cosa compleja: sería tema para toda una

conferencia. No es actuar como si supiéramos lo que tenemos que hacer,

tampoco. Hay una muy buena frase de Max Neef: él decía, "Derivar en estado de

alerta; unir con lo que está pasando creativamente, sin que nuestros planes y

nuestros conocimientos supuestamente interfieran en forma excesiva con lo que

nos va presentando el momento -con creatívidad y con benevolencia-". Lo que

más falta, yo diría, es la transformación individual, porque ya se sabe que lo

político no hasta-, las transformaciones sociales han sido, hasta ahora, todos

abortos. Los políticos nunca han podido dar lo que han prometido: el sistema no

permite que se pueda hacer un cambio desde fuera. Aunque los marxistas

decían, "Necesitamos a un Hombre Nuevo para un Mundo Nuevo", se descuidó

eso en la práctica. El espíritu militante activista es un espíritu muy poco

psicológico.

Así que yo creo que una sociedad sana sólo puede ser constituída de

individuos sanos, y que el mayor acto político del momento es el acto de

auspiciar, de fomentar el cambio individual. Una especie de alfabetización en el

sentido de saber qué hay que hacer, para entender lo que pasa y para

entenderse a sí mismos, como punto de partida.

Ps. Ana María Paga: Escuchándote en relación al uso y a la prohibición del uso

de los alucinógenos, quiero preguntar tu opinión en torno al legítimo y legal uso

de otros fármacos que se usan de una manera extendida para producir

experiencias tranquilizadoras, que de alguna forma están, sí, legitimadas...

Dr. Claudio Naranjo: ¡Claro! Todo lo que disminuya la consciencia es

permitido, todo lo que aumente la atención es prohibido, eso es claro. El alcohol

está permitido; todos los fármacos que producen una lobotomía funcional que

disminuya los problemas disminuyendo el campo de consciencia están

permitidos. Ha habido movimientos de querer contrarrestar eso: toda la

Antipsíquiatría fue un movimiento en ese, sentido. Para poder no acudir a los

fármacos depresores o los antipsicóticos, hay que dar mucho más cuidado,

mucha más consciencia, mucha más atención. Toma mucho más trabajo, así que

hay un problema económico involucrado, muy delicado: no querría meterme en

eso. Pero ciertamente que la legislación está muy inclinada a un lado de la

balanza, y yo creo que con consecuencias graves.

Se piensa que la prohibición de los alucinógenos se transforme

simplemente en un asunto de Salud Pública, para impedir que haya

complicaciones, para neutralizar, en cierto modo, los riesgos de la adicción. Y

claro que hay riesgos de adicción: hay abuso, personalidades adictivas, hay el

uso de las drogas como escape, hay todo eso; pero también' creo que puede ser

que el Cielo nos manda ciertos fármacos como se los ha dado a los chamanes, a

las culturas primitivas; nos los da para que hagamos algo con ellos. Y tal vez el,

valor que tienen en catalizar, en permitir el desarrollo humano, el desarrollo de lo

terapéutico, de lo espiritual, como un factor iniciatorio impersonal, sea

justamente lo que necesitamos para poder reemplazar los otros fármacos. Esa

atención que no sabemos darle a los psicóticos, tal vez sabríamos dársela si

hubiéramos tenido más acceso a estos otros recursos prohibidos.

En general, la actitud que tienen las culturas primitivas frente a la psicosis

es un poco como en la Edad Media: el loco es santo, es alguien que tiene

contacto con algo muy respetable. Se lo manda a la selva: que se retire, que viva

su locura hasta que salga de ella, porque se piensa que la psicosis es una cosa

que tiene su recorrido y que se sale de ella -si no se la interfiere como nosotros,

que le tenemos tanto miedo-. Gran parte del fenómeno psicótico está hecho del

miedo a la psicosis: es un estar atragantado entre dos mundos, no ser capaz de

afrontar el abismo o las verdades últimas de la existencia, estar allí cogido en un

mundo que no es nada, en un limbo entre vivencias profundas y la insuficiencia

de lo cotidiano.

Así que hay una promesa en que la legislación vaya cambiando; y yo

aprovecharía este momento para decir que, si las autoridades chilenas toman la

iniciativa de plantearle a la Organización Mundial de la Salud una iniciativa

semejante a la de Suiza, harían un gran favor a este país. Esta es una cosa

absolutamente de circunstancia política de presión del Gobierno americano -con

su actitud «liga Antialcohólica», actitud prohibicionista, sobreprotectora,

controladora: toda la medicina americana es excesivamente sobreprotectora, por

motivaciones económicas secundarias, no por verdadero cuidado-. Eso está en el

espíritu con el cual eso pasó a la ONU y luego al mundo: algo completamente

arbitrario. Así que se beneficiaría enormemente Chile si se tomara la autonomía a

nivel de Gobierno para usar estos recursos e investigarlos y explorarlos más.

Además, fueron lanzados al mundo por un chileno: me tocó descubrir como

veinticinco psicodélicos. Están publicados en Nature, en Science, en revistas

famosas; pero están en un lenguaje tan químico y tan poco cotidiano que nadie

se ha fijado todavía; pero están allí los experimentos animales, los estudios de

toxicología, así que se puede dar el paso siguiente.

Una participante: Yo quería preguntarle si el trabajo de meditación, el trabajo

con hipnosis, no podría reemplazar el trabajo con este tipo de alucinógenos.

Dr. Claudio Naranjo: A veces sí ... a veces, un poco de dinamita hace lo que

no puede hacer la pala. Depende de la persona. Conozco a Hanscarl Leuner,

psiquiatra de una Universidad europea que se ha dedicado a trabajar en las

neurosis de guerra, neurosis post-traumáticas, gente que ha estado en campos

de concentración, gente que ha estado en las trincheras, y quedado muy dañada.

Hay gente que no ha logrado salir con nada...y salen con ácido lisérgico, Porque

se derrumban las estructuras, ¡incluso la neurosis! Eso se quiere hacer con

electroshock, con shock insulínico; pero se lo hace tanto mejor y con tanto

menos daño con esta experiencia, que dura unas pocas horas y que tiene tanto

beneficio: la persona contacta su espontaneidad profunda y sale con una nueva

inspiración.

Una participante: Deseaba preguntarle por el uso de estos alucinógenos en

personas que puedan tener una predisposición o un bajo umbral para crear una

psicosis...

Dr. Claudio Naranjo: Sí, yo creo que eso valdría la pena investigarse. Se dice

que hay un riesgo alto de psicosis en personas con tendencias psicóticas. Puede

ser que eso sea cierto en los alucinógenos clásicos: la mezcalina, el ácido

lisérgico, la dimetiltriptamina, algunos de ellos. No sé si eso sea cierto para los

policíclicos como la ibogaína, o para los derivados anfetamínicos. Yo le he dado

MDA (metilendioxianfetarnina, la que introduje en la década del 50) a algunos

psicóticos del patio de crónicos de aquí, y me parecía que salían de las vivencias

psicóticas transitoriamente. Esto no es lo que uno diría: "porque son locos, esto

les va a hacer mal". Depende de qué sustancia, para qué persona. No se ha

investigado. Ese ha sido un tema demasiado tabú (aplausos).


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