damián cabrera - xiru

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damián cabrera xiru (Novela corta) Minga Guazú, Paraguay Última versión de marzo de 2010 Publicado por primera vez en el blog xirudamian.blogspot.com, y un fragmento, en su versión cartonera, por Felicita Cartonera Ñembyense.

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Xiru. Novela del escritor paraguayo Damián Cabrera.xiru(Novela corta) Minga Guazú, Paraguay Última versión de marzo de 2010 Publicado por primera vez en el blog xirudamian.blogspot.com, y un fragmento, en su versión cartonera, por Felicita Cartonera Ñembyense.1En eso de que soy un mentiroso hay mucho de chisme. Estiro el dedo índice y escarbo con apuro; araño corazas que mugen espantadas y trepidan ante la cosquilla del índice; y me voy yendo conmigo mismo de mí. Esas imposibilidades que fuerza mi tedio..., esas literaturas

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damin cabrera

xiru(Novela corta) Minga Guaz, Paraguay ltima versin de marzo de 2010 Publicado por primera vez en el blog xirudamian.blogspot.com, y un fragmento, en su versin cartonera, por Felicita Cartonera embyense.

1

En eso de que soy un mentiroso hay mucho de chisme. Estiro el dedo ndice y escarbo con apuro; arao corazas que mugen espantadas y trepidan ante la cosquilla del ndice; y me voy yendo conmigo mismo de m. Esas imposibilidades que fuerza mi tedio..., esas literaturas; tan vicio de astronauta, lo s, pero viajo, me mezo en esa hamaca de hilvanes tenues, esa bocanada de humo que se desvanece cuando mam me llama para tomar tet. Ya me voy ya. Pero esper que ahora estoy sentado en la tierra roja y aprieto fuerte los ojos contra mis rodillas. No tardan en aparecer las lucirnagas, no tardan en imprimirse y estallar en el culo de otra lucirnaga sideral; y me aprieto los ojos hasta ver estrellitas. Y las estrellas producen un dbil tintineo al chocar unas contra otras, un tintineo agudo, como el de las cajitas de msica; la cajita de msica rota todava chilla en mi mano, se le habra perdido a alguien y yo la rescat del fuego en el basurero lleno de vidrios rotos de todos los colores que tambin tintineaban cuando uno los pisaba; la cajita se me perdi en aquella casa de machimbres viejos. No s por qu me pegaron, no s por qu lloro si no me duele. De pronto las formas que la humedad dibuja en la pared se desfiguran, figuran algo; me detengo sobre ellas y miro inmvil: Una mosca. Estoy sentado en la letrina y esa mosca ha brotado all y no se mueve. Ya hiciste tu tarea? Mir que la profesora me dijo que vos ands muy desatento en la clase, seorito. Cuidadito con aplazarte. Mir que tu pap te va a corregir si ands fayuteando. Seguramente. Pero ahora es domingo, es domingo de tarde y maana es lunes. Cerrar los ojos para entrever cualquier otra cosa y saborearla con delicia; meter el dedo en el agujerito y escarbar con la ua, desgarrar las orillas para que el aluvin se desborde y nos refresque la cara, nos limpie de tanta polvareda reunida y cristalizada en nuestras caras, aunque sea en ese viaje; porque de la lluvia, chamigo, nadita de nada. Por ejemplo, mientras Csar est aqu a mi lado, me pregunto si..., y basta con eso para vivir del otro lado por un instante. Al volver, qu s yo, alegras, esperanzas, pero por lo general despecho, desasosiego, pichaduras.

2

El sol lame los lomos de los cuatro y las calles ridas, con sus polvos como ceniza encendida, queman los pies. La neblina imperceptible borronea un poco las formas -ltimo resquicio de vapor exprimido de la tierra-. Slo buscar dnde aplacar las escaldaduras que dejan las lenguas del sol en las espaldas; limpiarse de su encendida y violenta saliva, tan parecida a sudor adolescente. Pehechpa amoite pindo-mta ikar lntova? pregunta Csar. Mbae oreko? Uppe ndaje oeoty rakae aipo Luis reongue mbambo. E... Legalete hae peme. El finado Ceferino ngo Luis rakae ndaje... agrega Nelson. He. Ha amoite depsito ykre oa ngo Antonio nichor oemopuva'ekue. tro dia poroguerahta. Mbre! Mbre! Mba! Slo yo calzo zapatos, pero el polvo parece filtrarse por los poros del cuero y me pica ms que a cualquiera; me quejo. Aun antes de los yuyales mi piel es blanco de los bichos: Carne nueva que las alimaas y el sol dejan al rojo vivo. El arroyo est ms all del humedal, ms all del monte, de los pastizales. Cruzar la aguada, puro lodo; vegetales y animales desintegrados. Yo, que sal de casa escondido, me quito los zapatos y los llevo en las manos; meterse hasta la cintura en esa cuna de materias burbujeantes. Agarrarse de los pastos que emergen del lodazal; los mosquitos y et se encarian con los cabellos que empiezan a oler a tostado, y los pies encuentran alivio en esa travesa. Tambalear a lo largo de un tronco hasta pisar tierra firme, y saciar la sed en el chorro de agua que corre por entre las races de un guajayvi; reanudar la marcha. Los pastos son ms altos que nosotros; uso los zapatos como guantes para protegerme de su filo; los alejo de mi cara pero acaban dndome latigazos en la espalda desnuda. Los kai nos arrojan sus orines y escrementos; abajo, los mitai que nos remos enfurecidos. Nderasre! Csar: Desnudo, y Gabriel. Todos desnudos, los cuatro; lanzarse al agua. Despus de una larga zabullida, sentarse a la orilla del arroyo bajo la sombra de ese arbusto que forma una especie de cueva. La siesta es larga. El yryvu planea.

entre, como si fuera en un auto, y acelere su novela est toda hecha de tierra roja un terrapln una camioneta viene en su direccin el polvo se adhiere a los dientes si se moja gotea rojo / sangra se mete por todas partes, todos los agujeros mancha abra los ojos; y la boca no cierre la ventanilla

rodic candiudoc arcillosa de origen basltico

Pehendu piko aipva? S escuchamos. Una vaca! Parece ms un pra! Jaha jahecha! Correr con la impresin de lo apocalptico; vadear las fosas azuzados por el siseo de las cigarras, absortos por ese mugido despavorido que parece provenir de ultratumba. Apenas llegamos a este claro, el animal se echa al suelo levantando polvo. Csar est con los ojos huevos; todos nuestros ojos grandemente huecos. La vaca resuella pataleando; sin ojos, sin lengua, extenuada; escupiendo una sangre oscura y pestilente que ahoga sus ltimos bufidos; las garrapatas se sueltan de su cuero espantadsimas, y huyen como pueden. Csar -quin ms si no- toma un garrote y espeta al animal en el vientre. Mirar alrededor busando, por las dudas. Chupacabra! Un pra! El Malavisin est enojado! Jaha koi, nde! Salimos volando hacia el monte. Apaciguar la siesta con el color anaranjado de las mandarinas; embadurnarla. Mi pap dice que se que le quita su lengua a la vaca es mbopi noms digo, temblando. Mbae mbopi katu piko. Upango pehechta hna. Oanunsia hna algun desgrsia. Estamos lejos de las ltimas casas de la villa. Pehendpa! O la andeseguvape.

los tacones dejan huellas donde ningn tacn ha pisado se arrastra los pies -o las botas-, adrede, con saa?, y se borran huellas dejando otra huella otra huella otra huella

Nelson se queda parado contemplndolo; detrs de l Gabriel, detrs de ste yo; y Csar se sube a una rama para verlo todo mejor. La novedad despierta cierta curiosidad, cierta confundida alegra; sin embargo, est la impresin de que algo se desmorona. Ahora todo est hecho una alfombra con brotes de soja que se estira hasta donde alcanza la vista; brotes que crecen vertiginosamente, se secan y dejan relucir al sol sus vainas.

Mbaiko andve, aja? Legal... Jaha koi, nde.

De regreso al arroyo, una ltima zambullida antes de volver a casa. Estoy sumergido, contemplando las piernas inmviles de mis compaeros. Csar hace burbujitas en el agua, imitando un motor o algo por el estilo. Sus voces me llegan ralentizadas: Una msica distante que me deleita.

Yo no s silbar, pero ellos saben hacerlo con maestra; a veces alguien empieza la meloda, con silbo de taguato, y los remedos se suceden en una fuga envolvente que yo remato con algn piropo al taguato, por decir alguna cosa noms, pero me pegan un akpet, por desubicado. Ora pitogue, ora ynambutataupa, pero nunca pollito. Jams.

Una avioneta sobrevuela los cultivos rocindolos. Ese verde homogneo... Y, de pronto, un disparo. Hay que correr: Ese hombre rubio nos mira con desdn desde la otra orila; le tenemos ese miedo que parece tenernos, confundido con odio. Desnudos como estamos, sabemos que las cuchillas podran rebanarnos: Pero de los pastos, nada: Un centenar de metros de patrones rectilneos arados en la tierra. Me calzo los zapatos, y, mientras trato de atarme los cordones, un disparo me hace correr tan rpido que gano a mis compaeros en la carrera hasta el humedal. Cruzamos dando zancadas, y, en lo que parece tierra firme, hundo el pie y afuera no queda ms que mi mano crispada; Csar trata de arrancarme -como si se tratara de una raz de mandioca-, pero el pcaro monstruo me chupa el zapato,

quiere tragrselo: Y se lo traga. Salgo corriendo con un pie desnudo hacia la arribada. Sentarse al borde de la calle polvorienta. Pensar a carcaadas, rerse atropelladamente. Tengo miedo de regresar a casa.

(Siente que algo le acalambra el estmago. A la pucha, y no sabe qu. Se retuerce, y la boca se le llena de espuma. La fiebre le arranca sangre de los ojos; mientras, los otros monos saltan disparados lanzando gritos de horror. El kai yace muerto. Un nubarrn negro vuela sobre l. Lluvia. Una lluvia de golondrinas muertas se derrama sobre l: Su tierra de cementerio.)

3

El sol y los danzantes. Mara Gonalves, agit la criba. Que el aroma del caf se eleve como humo de sahumerio, se meta por tu chata nariz y te d nuevos bros para seguir zarandendolo. Aqul entona la cancin y stas la corean con su la lai lai lai. Los demonios reposan, Mara, acaso narcotizados por el sol, por la cancin. Ya viene la camioneta; todos a la carrocera. Vos a tu rancho, Valdir al boliche. Qu cerca que est la noche, Mara, la ves?

Mara Gonalves, arrop a tus dos cros. Duermen ya en el fino colchn de espuma, nica cama sobre el piso de tierra, en tu casa de tablas de una sola habitacin en la campia mineira. La noche es el mismo abrazo trrido para todos esta noche. Encend el cigarrillo en las ascuas humeantes del brasero de llanta vieja; cmo se consumen las ramas verdes que le quedaban al laurel; crepitan junto con diarios viejos de mercado y bolsitas de hule, chis-chis; inundan el ambiente con un calor acedo que irrita ojos y gargantas. Quitate la tricotita gacha; demasiado abrigo para esta noche inusualmente calurosa de invierno; ah tens la remera vieja, secate el sudor que mana de tus poros, que se te va a helar la espina cuando el fro se anime a echar un respiro. Qu agradable que est el fuego, verdad? Te ofusca la confusin trmica? Acercate pues. Sentate a esperar a que vuelva tu hombre del boliche, para que despus de hacerte el amor puedas recostarte aquietada a esperar el sueo. (Olha, tia, cachorrinho.) Seguro que no tarda en llegar, sucio de tierra y cayndose de borracho; con su chaqueta de pana negra. Qu virtud para abrazar los olores tiene el rapi acaso sos vos la del don de inventarlos-: Olores de hombre, de chacra, de humo, de cachaza, de otras mujeres; conocs cada uno de esos olores, verdad? Se te meten por la nariz hasta dnde, y debemos suponer que te duelen. (Maria!. La nia no escucha. Sai da, menina!.) Apag el cigarrillo, Mara. Levantate y cedele el cajn de tomates para que se siente. Trae una botellita de cachaza en la mano, y un trozo de carne envuelto en papel de diario en la otra. Encendele el cigarrilo. Tembls? Est parado ah, junto a vos, fumando con parimonia. Qu tosco que es, de gestos de expresiones; pero te gusta su piel morena, su corpulencia, ese halo de virilidad que lo envuelve, que lo torna desgarradoramente atractivo para vos, porque le tems, porque te deleits en ese temor. Por eso todava le sonres y le coqueteas sin hacerlo, como lo hacas cuando an eras llena de gracia.

(No morde eu, cachorrinho. Cachorrinho bonito.) Cuando tu mam encarg tu cuidado a tus tos hacendados, la familia de Valdir llevaba tres generaciones trabajando en el cafetal. Vos no lo sabs, pero apenas l te vio decidi que le pertenecas. Qu placer mirar las piernas morenas llenas de carne debajo de tu alborotada pollera de adolescente. Haba sido que desde entonces ya te trataba con desdn, y su cortejo se limitaba a alguna obscenidad al odo; slo de paso. Aquella tarde, todos, menos vos, se fueron a la feria. Te arrastr o no sin hacerlo hasta detrs de las porquerizas? Y desde entonces, despus del correspondiente desarraigo, permanecs en el encierro de esta sombra choza, en la que haba vivido la gente de Valdir a lo largo de tantas existencias. Mara la sumisa. Mara la obediente.

Vou buscar agua para tomar banho balbuce apenas Valdir, y le tir el paquete. Prepare esta carne para mim, mulher. No vai dar pra assar nada com esse fogo de merda. (No toca nele, menina!, la nia alarg la mano. Ele louco! O cachorro louco vai te morder!.) Te mira en silencio. Se le adivina la ira en los ojos oblicuos. Ya se escuchan los ladridos. Qu va a hacer? S, en silencio. Tira el cigarrillo al suelo, despus de darle un ltimo chupo, y apaga la colilla con la suela del botn. Con un gesto te aparta de su camino y de un viejo ropero, haciendo un estrpito ofensivo, saca una botellita de alcohol y la coloca sobre el tabln; la destapa, y enciende una hoja de diario. Vai assar aqui le dijo. Te quit el paquete, lo desenvolvi, verdad?, y con un cuchillo clav la carne. Lo veo arrastrndote, Mara, hasta el tabln, ponindote el cuchillo en la mano, oh devota. No s qu sentir. Pon la carne sobre la botella, con cuidado. Cuidado con el fuego. Encend la llama azul del etil para que la sangre que se deje gotear de la carne chisporrotee. Cmo brillan las salpicaduras, apenas Valdir sale hacia el arroyo balde en mano. Imitan tus nios a cerdos despavoridos? Cmo te inflams, mujer. Y Valdir es una sombra inmvil sobre el agua.

el la en el se es

demonio es una dinamita flama verde-azul tallar la piedra el ro, algo se evapora, pero la condensacin es segura demonio es un perro loco reconstruyendo la lesin corre hacia el matorral sin sospechar el acantilado allende un (a)salto

Cuando Valdir vuelve del arroyo con el agua para su bao y te encuentra, Mara, contorsionndote en el suelo, con medio cuerpo an en llamas, con esa expresin de mal sueo, de bostezo de no acabar, ordena a los nios que se vayan a acostar; te apaga el fuego de flamas verde-azules con el agua helada del arroyo. Incorporate, vestite pues. Se vista, mulher, vou lev-la ao mdico. Tu ropa al cuerpo, fundida a tu piel. Y la piel de Valdir? Tiembla acaso? Y su cara?: Media expresin de compasin sin huella de culpa. Ah tens la remera vieja con la que te secaste el sudor Azuzalos, Mara. Llorlos. Despert a los fantasmas que te han perseguido desde que tenas cinco aos, cuando un perro loco te mordi en la cabeza y que las gracias de Pumbagira sosegaron. He de sospechar que te arde el alcohol por debajo de la piel y me perturba verte temblar como energmena. Mas eu no vou levar a minha mulher pro mdico sem calcinha dijo Valdir, despus de inspeccionarla. Escuchs acaso lo que te dice? Si apenas te movs, si la remera se adhiri a tus heridas y convulsions cada vez que se despega Ms fuerte te va a hablar el rebencazo, y te va a limpiar la sangre y la piel de media pierna esta bombacha que como un filoso alambre te va a cortar las caderas. Polvorientos terraplenes. La suma del polvo y la oscuridad te hace una mscara con dos hmedos surcos en la cara. Mas, o que que fizeram com a senhora, meu Deus dijo el doctor. Valdir est gastando los cruzeiros para tus medicinas en la cachaza caliente de un boliche del pueblo. Cuando haya gastado todo el dinero, se subir a la camioneta y levantar polvo camino a tu casa. Cuando llegue, regar con sus orines el desmirriado laurel. Y el foco de la casa, que siempre est encendido, le mostrar solo en la habitacin: Los nios habrn desaparecido.

Dorms, verdad?, en la placidez de este cuartito blanco. Aun acostada te sents levantada. Ahora ests caminando por los pasillos, cuyas lumbres y olores te confunden a tal punto que te arrancs gritos. No sabs dnde ests. Sals a la calle y el aire matinal del pueblo te turba. Han desaparecido los dolores de las quemaduras, reemplazados por el recuerdo del dolor de la mordida del perro loco, que te dejara loca, incendiando tu conciencia con los demonios.

Com oito anos, um cachorro mordeu na minha cabea. Da pra c, eu perdi a parte da minha memria. A, se eu estivesse, em comparao, esse lado a, parece que yo tava ac. E ento yo perdia. Si eu estivesse num lugar yo perdia. Da foi. Depois foi passando, yo ia, mi hermana me retava por isso. Foi. Depois yo me casei, da mi marido tambm riu muito de mim, porque no sabia que eu tinha esse probrema. Yo cheguei em Nova Prata, a no sabia onde estava; a yo disse Onde nos estamos?, e ele riu, disse Ay!, pensou que yo era uma pessoa que no sabia nada. A eu chorei muito, chorei muito a quela hora porque me deu vergonha. A cheguei em casa e meu pai disse pra ele Vo no saba do probrema dela?, ele falou No, ela nunca me contou. Ela perde a memria e no sabe aonde est.

Mara, te arrastran los demonios. Te levantan los vapores escupidos por el suelo. Mara, envuelta en una tormenta de polvo que te empuja, te encierra en su abrazo y te sacude en una destartalada carrocera. Al sur. Mombyry.

maria estava aqui... maria que est l. maria no se encontra, no sabe onde est. lalaia laia laia...

4

Desde donde estn sentados, un extrao colorido en la corteza de un rbol atrae la atencin de Gabriel: Enormes orugas verde-amarilas parecen hipnotizarlos. Se acercan a observarlas y, sin expresin alguna, y sin ahorrar tiempo, cada uno toma una y la guarda en su mano; cada msculo, cada palmo de sus cuerpos tiembla con placer cuando las pupas se les pegan a los dedos. Les atraen en demasa: Un ansia nueva que necesita ser saciada; pequeas cornucopias colgadas del meique. Entonces, es el calor excepcional, y la energa tan grande, y la rabia y el deseo de todo; y el miedo y el arrojo. Cada crislida, cada unicornio sensitivo. Como cuando los capullos se abren para dar paso a las mariposas que aletean levantando un polvillo fino, alguien se desviste y se viste de otra cosa: De otro.

5

Kuehe ja chevareaitere jepma. Haimete ikuami che resa varegui, cheraa. Primro, apu voi trde ha aha ambaapo arambosare. Amoite emprsape ajor chupe terere; upi asaje katu aha sntrope, ni mil guarani ndareki ha ndakarima voi; ko-ste dia katu kaaru putma aguah gape, namerendi, nera ni asena ha omok jema hna. Mama ojepyapyeterei cherehe: Nde nderekari, nemiti, ndejagarrta anorexia hna!, heimi chve ajei, hetaiteremi apuka. Kuehe ambue ja ikachiieterentema la ojehva chve. Aeno ake, aja, ha upi ahendu mama heir chve apu hagu: Aputama hae chupe Apy, aja, ha ahendu fvricaygua ijayvur hna, jarama hae che jupe. Amaa relpe ha ahecha la cho. Nderakre, hae. A-avri por la che resa ha ahecha pytgueteriha, ha che morrenegaiterei, si che ko koemba rirma apujipi. O vai la nde ra, hae mampe. Ajagarr che selular ahecha hagu mbae rapa, ha la cho hei avei. Mbaiko la oikopva, hae che ryeppe. Upmar Ndetavmaiko, hei chve mama. Mbare la voieterei che momby? Ha mva la okambiapva la ra?. Ndejare vaieterei jepma, nemiti, hei chve mama. Nipy tereho ekaru chve, ne mbae sayju!. Haba sido che aju la che trabajohi rakae ha aeno ake, apumar la si kura aimo pyharevma rae. Kogaite peve chejaiti mama.

El humedal... El canal conduce y transparenta toda el agua del pantano; la que sobra ser absorbida por conferas; cientos de pinos que crecen vigorosamente, sin stop.

6

Yo le vi! Yo le vi! Los menudos pies descalzos se atropellan para salir primero del gran baldo, para llegar primero a casa. Yo le vi ms primero! dice uno eufrico, con los ojos arregazados de miedo. Macanada lo que decs! A m me aull ms antes! El Luisn no alla, nde tavcho! Medio llora noms, o sino katu medio canta. As, mir: Ay, ay, y, y! Los pies corren destempladamente el tape-poi a cuyas orillas se levantan murallas de grises chircas, cerrndose como un crujiente techo sobre sus cabezas. El pls-pls de pies despierta a un ynambu-guasu dormido cuyo aleteo pone a gritar a los mitai que, aun conociendo bien el revoloteo detrs de ellos, se allan los unos a los otros que es el Luisn, que se ha convertido en hombrepjaro, chke ndejagarrta!. Salen a la calle y, saltando un alambrado, cruzando un patio ajeno, salen a otra calle en medio de la cual se levanta incongruente un enorme mango; se detienen para respirar debajo de su sombra nocturna, y no pierden la oportunidad de arrancar algunos frutos verdes, para proteccin. Tiemblan y respiran, y el miedo y la emocin les inflan de regocijo. Escucharon? pregunta uno casi a los gritos. Chke, ah viene! y sobre un raqutico perro negro de facciones criminales llueven los mangos verdes. Nipy, Luisn! Fuera-ke! juntando los labios le lanzan espantosos besos repelentes, ms dolorosos que clavos en la audicin canina. Antonio corre el cerrojo del portoncito de madera con todo cuidado para que en su casa no se despierten. Entra a su pieza por la ventana, enciende la linterna para mirarse en el espejo. Esta noche el cielo sonre en su solo diente de luna llena. Antonio se desviste, sonre para s mismo en el espejo, y se acuesta sonriendo en la cama; se saca la tierra de cementerio de las uas, con las uas, que son diez pequeas sonrisas dactilares. Sonriendo lo encuentra su mam en la maana, con las sbanas sucias de tierra negra. Qu piko te pas en tu lomo, che memby? inquiere temblorosa a Pastorina. Quin piko te pegaron? Durante sus primeros aos, su madre y sus hermanas le haban tributado a Antonio tantos decoros. A Antonio, como es de esperar despus de tanto mimo, le floreci la vanidad, y cumplidos los quince aos estaba ms que probado que no servira para las faenas de esa campaa suburbana. Las mayoras, junto con Ceferino, un criadito que por el derecho a una litera y a un plato en la mesa realizaba todo tipo de labores, ponan en la mesa. Si bien eran en cierta forma amigos, Ceferino creci junto a Antonio con una envidia de hijo bastardo. l deba realizar todas las faenas, mientras el patroncito se regodeaba con la sola sonrisa de siempre. Fue Ceferino quien, movido por un sutil deseo de venganza, le seal a a Pastorina ciertas

particularidades de su hijo, que por la convivencia diaria pudieron haber pasado desapercibidas, o por quin sabe qu cosas Siete ramo nemembykua ndaje la sgtima bruja Kuimbae memr katu la nememby ndaje el sgtimo Luis Pero nde membykuimbae ndesalva, a Pastorina, porque o si no Y a a Pastorina se le revolvi la yerba en el estmago, y se le revolvieron las malas ideas en la cabeza; despus de corroborar por quin sabe qu medios ciertos hbitos perreros de su criadito, lo ech de la casa con la ropa que traa encima: Como haba entrado.

Mate cclico. Sorber con pasin, potenciar el rebelarse contra la fuerza de una prescripcin que atenta contra la propia especie. Desatar la propia ira, contra el otro, en la forma de una devocin singular. Ceferino y Antonio, compinches de la noche, rebeldes satnicos.

La perspicaz vecina, que con astucia y olfato zorrino persigue el chisme, su presa nutritiva, se da inquisidora cita en casa de a Pastorina, para fisgonear, para pagar sus penitencias con sufrimiento ajeno. Fingiendo malestar aplaude en el portn y pide un poco de agua. Mbaichapa, doa Ndaikuai ngo mbapa la ojehupva chve Che akjere lnto ngo y antes de terminar de tomarse el agua aprovecha para preguntar por Antonio -upe nememby kariay porite. Y a Pastorina, a la que se le notan los quebrantos en la cara, se vale de tan oportuno examen para desahogarse al mejor estilo de vctima: ina Che preokupa katu hna la che memby Amalisia pyhare oembuepoti. Es posible! apretados los ojos oblicuos, y con sutileza -Ilmope pio? a Pastorina asintiendo extraada, y la vecina santigundose, despidindose con una cara de Pra satisfecho.

Luna nueva, luna creciente, luna llena, cuarto menguante, y los perros compiten en la distancia por rendirle las ms agudas serenatas. Antonio, recostado contra la planta de mango, esperando la hora de regodearse en medio de tanto muerto. Cruza el patio ajeno con lentitud, esperando que una horda de linternas y machetes se aleje. Se toca la cabeza rindose, salta el alambrado y sale a la otra calle. Transita con cierta complacencia el chircal, con una mano en el bolsillo y con un cigarrillo en la otra, rindose del caso se del Luisn que promueve concilios nocturnos. Entra al cementerio y no hay cmo negar que hay algo de perruno en su fisonoma- se desliza en cuatro patas hasta su panten querido, se quita los zapatos y se desabrocha uno o dos botones, para tenderse junto al cuerpo del sepulturero que duerme semidifunto: Ceferino. Gu!

Ceferino no tuvo que buscar mucho. La noche en que lo despidieron se refugi en el cementerio, y en el cementerio le dieron un colchn y una pala, y cinco mili, diez mili a cambio de unas paladas. Ceferino era un misterio difcil de escrutar; jams volvi a salir del cementerio, o no se lo vio salir. Surgieron las primeras seales de una aparicin maldita. Panteones removidos, por todos lados, maldito castigo! Los ancestros de las beatas, con sus huesos saludando a la luna! Los de a Pastorina, esparcidos de noche por el Luisn, recogidos por Ceferino de da.

Las palmas en el portn despiertan a a Pastorina de su sueo. Quin son? Luisn! la respuesta del coro es rematada con una carcajada. Se viste como puede y se calza las zapatillas. Enciende la luz de la sala y antes de abrir la puerta intuye la razn de la visita. Rehechma pa la jasy, a Pastorina? Pemongarama la pende vla? atina a preguntar, y al recibir afirmacin agrega La madre-ko siempre oikuaa La madre-ko siempre sabe

Antonio le toca un hombro a Ceferino y ste responde con un leve gemido que aqul interpreta como reproche por perturbar su sueo. Qu importa, con ese asunto del Luisn no aparecer nadie para molestarles: Ni excntricos, ni enamorados; as que hay tiempo. Enciende un cigarrillo y trata de acomodarse mejor en el fro e incmodo piso del panten. Contempla las formas que la humedad dibuja en el techo de hormign del panteoncito y se pone a pensar en las prcticas de Ceferino. Ahora, hermanados ms que nunca, vejan a las beatas con el cuento. l se arrodilla a rezar los rosarios con ellas a las tres de la tarde, y a las tres de la maana, en el panten, son otras genuflexiones Recostado, cierra los ojos y se duerme un poco tambin.

Chediskulpkena, a Pastorna! Ndahai rakae la nememby Chediskulpkena! Y las gargantas llevndose el aire para dentro H, ms adentro, como si les faltara aliento H. Como un asmtico, H. H. Che Dio. Ceferino mborae

La sptima bala de plata. El cuadrpedo se arrastra sobre los codos, y gime. La punta de un pindo karai le araa el culo. l voltea para verse y se siente desnudo. Est desnudo y se acuesta: Oke-mano.

Algo hmedo, primero tibio, luego cada vez ms fro, despierta a Antonio. Se mueve incmodo sobre el piso pedroso. Ceferino Qu-iko te pasa, Ceferino? Ceferino!. Se despiertan los perros que corean un aullido solo. Antonio transita tambaleando el breve camino hacia el chircal, y lo cruza llorando a los gritos su llanto es ms bien un aullido-; cruza la calle, el alambrado, el patio ajeno, y, ya alcanzando la planta de mango, se echa en cuatro patas, se arrastra hasta ella y se pone a lamer la sangre de sus ancas. Su madre, que lo esperaba en el portn de la casa, lo ve a lo lejos, corre a su encuentro, y lo estrecha entre sus brazos. Ohasiko nerakambykuipi, che memby? Ohasiko nerakambykuipiii!

La su el el

gran moto-pala transport la tierra necesaria para nivelar el surco, clavando cuchara en las partes ms elevadas, desaparecindolas para reaparecerlas en lecho seco. La rascadora pas varias veces con sus afiladas cuchillas sobre arroyo enterrado; despus fue el turno de martillos y niveladoras.

7

Entonces, hubo que buscar ornamentos para aquello deshecho. El peso del calor, el insoportable peso del cuerpo hmedo de sudor. La piel salobre de Csar resaltaba los visos de los pelillos de sus piernas sobre las que Miguel tena fijos los ojos. Si por lo menos haba algo para hacer El destartalado ventilador les aturda con sus chirridos. Csar estaba cayndose de sueo, aburridsimo y Miguel barajaba los naipes. Le frot una pierna. Mir un poco, ests todo sudado. Y ese tu ventilador lo que no anda. Si por lo menos haba algo para hacer (S, la piel salobre) Porque qu del partidito sobre el empedrado, ni qu palo cruzado. Ni baldos. Todo amurallado. Si por lo menos haba algo para hacer Al atardecer solan sentarse a la vera de la calle a lanzar piropos a las chicas que pasaban, y cuando caa la noche jugaban a las escondidas entre los latones de basura y los ligustros, en la calle. Se sentaban a tomar terer bajo la luna y las estrellas opacadas, narrando casos que tambin se iban apagando, poco a poco. A veces se metan a algn remanente de monte, para fumar a escondidas sus primeros cigarrillos; pero pronto el pucho encontr aquiescencia en el deambular callejero. La noche, su casa segura, su pido, su tambo Algn da te voy a llevar al depsito para mostrarte el nicho de Antonio. Enserio? S. Qu calidad.

(Si por lo menos hubiera otra cosa)

8

Haba sido que ahora vivs ac, Mara. Arrastrs las tablas y tus hijos no quieren ayudarte: Ests levantando una pequea habitacin en el patio del fondo, vos misma! La visita de a Martina no es de bienvenida. Kua ojogapva ndogueri mbae por. Ndpa, che ma, mbae hna la nerembiapo. Vos no sabs quin es, pero s que la conocs: No escuchs. Julio, Julia! No vai pra longe, seus demnio! Ellos no pierden tiempo, no? Los mitai, que saben portugus, le preguntan a Julio si l onde voc morava os pis sabiam jogar bola to bem quanto agente?. Che amoite la ta ha kope avei, ha axugavaipaitta penderehe, pe arruinado!. Un mostrador, un refrigerador y una mesa de billar; y al rato noms, la afluencia en tu casa. Y las seoras de rosario asiduo no le dieron espacio al tiempo. Vos: Impasible ante las habladuras. Pass tus largas siestas sentada bajo el limonero, arrancndoles piojos a tus hijos, o tomando terer. En el sigilo de las tardes, antes de que la noche se asiente, vienen a visitarte tus amigas, con las que, desde que te has mudado, ides un acuerdo. No mostrs tus piernas rugosas, marcadas por el fuego, pero s que las sabs abrir en la oscuridad; a los de lengua habilidosa, caricia precisa. Pero, hasta ahora, la noche no te ha regalado sino pberes torpes y hambrientos. -Oh, Mara! Ellos no han venido antes. Los mirs con un lado de la cara, despus con el otro, y te tocs el pelo. Pasaron por un azar frente a tu casa, entraron vacilantes, curiosos, y se sentaron en los sillones de cables flojos. Sus nombres te resultan simpticos en castellano. Te esforzs por pronunciarlos correctamente, pero ni siquiera pods acerlo en portugus: Nerso, Grabiel, Minguel, Cerso. No, Csar. Cerso. Son muy conversadores, te caen bien. A ver, decles: Vocs como se fosse meus filho. En la sala, los sofs descocidos, y una mesa. La puerta vieja, colocada a modo de balcn, hace de bar; el foco ilumina la habitacin con su luz amarillenta, y por las noches los insectos proyectan su sombra contra las paredes cuando tratan de alcanzarla; en las paredes, psters de cantantes y conjuntos tan viejos como desconocidos para tus visitantes. Vos no tens ms ropa que ese gastado vaquero ajustado de cintura alta que comprime tu cuerpo flcido; la misma blusa roja, que aunque sea otra, es siempre la misma; el pelo negro, rizado, con algunas pelusas blancas, y los labios rojos son una flor colocada sobre esa negra gamuza.

tocar tambo y estar en casa tocar una mano en la oscuridad tocar el labio ajeno con los dedos tocarse tocarse, tambin, uno mismo 1, 2, 3... cerrar los ojos y aguardar con ansia 6, 7... cerrar los ojos y esperar, ansiar que llegue el tiempo ese tiempo-como-rueda-de-bicicleta-chocada que gire sobre el eje inmvil esa hora-de-rosario-reiterativo cerrar los ojos y aguantar casi que llegue ya 9, 10! acuzado! tambo!

9

Quin pio lo que llora? Ustedes no escuchan? S, yo hace rato ya que escuch pero pens que era un perrito o qu. Quin est ah, Mara. a Julia. Ontem eu levei ela pra farmcia e a moa falou que se a dor no parasse eu tinha que levar ela pro hospital porque pode ser que ela tenha um probrema do corao. Mas, como que eu vou levar ela pro hospital? Eu no tenho dinhero pra levar ela pro hospital, e eu nem sei como ir pra l. Eu sou burra, burra mesmo. Minha cabea e que nem a cabea duma criana de cinco anos. Se a minha filha ficar doente ela morre por minha culpa. Eu no vou me perdoar se isso acontecer. Eu sou burra. Eu no posso ir nem pro centro que eu j me perco. A minha cabea e que nem a cabea duma criana de cinco anos. Eu tenho esse probrema por causa que um cachorro me mordeu na cabea quando eu era bem pequena e da que eu fiquei assim. Eu no sei que que eu vou fazer. O irmo dela falou que ia levar ela pra Foz pra ver se l eles no cuidavam dela mais nem telefone eu tenho dele. Se a minha filha morrer eu morro. Eu no quero mais viver! Eu no quero mais viver! Eu pra mim ela tudo, que mais que eu vou querer da vida se a minha filha morrer? Eu sou burra, sou burra. Minha cabea que nem a cabea duma criana de cinco anos, por causa que um cachorro me mordeu na cabea quando eu era bem pequena.

10

El sol entr a la pieza por la ventana, y despert a Csar con un dolor de cabeza. Csar se sent al borde de la cama y tosi el polvo que haba tragado en la noche anterior. El polvo, mezclado a su saliva, se hizo barro en su boca; Csar sinti nuseas. Sus ojos se resistan a abrirse, pero las patadas en su estmago eran fuertes; busc a tientas una toalla para cubrirse, se envolvi con ella sujetndola con las manos a la cintura y se fue a buscar el vmito, de rodillas en el inodoro. La noche anterior haba sido de descontrol. Primero, las ganas de divertirse, o de alegrarse no saban bien- sin importar cmo sin saber bien cmo, porque haca tiempo que no-: Mucho alcohol. Luego, fue como abrir los brazos para frenar una cada al vaco. Tena que llover la noche anterior; pero ya no llovi. El polvo empez a bailar en torno de los muchachos, y cuando ya nadie tena dominio sobre s, los envolvi por completo. Haba qu hacer antes; pero ya no haba. La lluvia termin por ir a limpiar otras caras, y los das siguientes, seran de sequa.

Nelson se desata los championes nuevos y los golpea uno contra el otro, crea una nube de polvo que arranca toses a Csar, Gabriel y Miguel. La remera verde de Csar parece almidonada, y los cabellos de Gabriel estn hechos un negro seto, sucio e impenetrable. El polvo es tedio, y no le espanta el gruir del amenazo que es plagueo de vieja, que es rosario-. Unos tipos se estn emborrachando mientras juegan billar. De vez en cuando, alguno que otro toma a Mara del brazo, y la obliga a refregarse contra l, apretndola contra su regazo y sus vaqueros sucios, simulando bailar. Miguel los observa inmvil; siente tanto miedo, quiere huir. Recuerda las recomendaciones de su madre, de las seoras del rosario, y sale sin ser notado por sus amigos. Sale para recluirse en la seguridad de la calle limpia e iluminada de su casa. Maria, traz uma cerveja pra agente. Los sbados de noche eran de vino, eran de cerveza; terminaron por ser de caa; las rodillas y las palmas de las manos recorrieron empedrados, recorrieron terraplenes; los jvenes lomos se acostaron sobre pastos hmedos de roco, sobre tierra hmeda de orines, y terminaron lomos viejos, tirados en cualquier lugar, los sbados de noche.

Csar se mir en el espejo y no se encontr; encontr un ojo morado que no

conoca, encontr una mueca amarga sinti el gusto agrio del vmito en su lengua-, encontr sus poros taponados por el polvo, encontr su piel resquebrajada como tierra seca; sinti algo raro en su cabeza, no encontr su pelo. Csar aguz la mirada, se busc en el espejo. Csar no encontr su cara. Volvi a acostarse. Volvi a despertarle el sol, besndole la cara. Se tap como pudo y se destap tratando de escapar de su sudor que sumado al polvo no le dejaba respirar. Empuma chve, Csar! Era como si le gritaran al odo. Csar se contorsionaba en la cama, aturdido por los bramidos del len; quera que le olvidaran y le dejaran dormir para siempre. a Estela llam a la puerta de su pieza con insistencia, acab por llamar a patadas, y Csar no tuvo ms opcin que levantarse para evitarse el gritero. Se fue al bao, donde se dio una ducha y se tom cuanta agua pudo para matar la sed que era una esponja en sus adentros. Esma chve vogui, Csar! Opta hna la y! Mbae piko opta!

Qu me pas en mi cabeza? Quin me quem mi cabello? No s, Csar. Nadie se acuerda de nada. Y quin me peg por mi ojo? Nadie se acuerda, Csar. No s nada. Y entonces por qu me mirs como si fuera que quers pegarme en el otro ojo? No me acuerdo.

Gabriel apenas puede mantener los ojos abiertos, y no puede mantener la boca cerrada. Nelson se caga de risa, y cuando se para sobre la destartalada mesa y salpica a Csar con cerveza, ste finge estar en el arroyo y le prende un zapatazo al mono. Los tipos de la mesa de billar se les acercan. Ya no hay tanta risa, hay cierto miedo y hay complacencia. Les dan vuelta y les zarandean, les tienen como marionetas, les tiran, les abofetean y se burlan de ellos Son como tres botellas girando en la ronda de verdad o consecuencia; tres botellas que tras detenerse, reciben su premio, su castigo, y vuelven a girar Gabriel se sabe molesto, pero finge estar dormido, y termina durmindose; Nelson no deja de sonrer; y Csar est tirado en el suelo con la ropa rota y el pelo chamuscado.

11

Esa aguja luminosa al ras del horizonte, ensanchndose. Koju. Arrastrs los championes gastadsimos, vestidos como pantuflas. Ese fro mugriento te empapa la piel y los cabellos. Tus pulmones chillan entrecortadamente. Vos camins sin separar demasiado las piernas a veces un pie se te mete delante del otro, y para evitar un tropezn, y el polvo lijndote la cara, y las piedritas cortndote la frente, los separs rpidamente, con torpeza-. El cuerpo no te responde como habras deseado y, cuando trats de equilibrarte, acabs doblando una rodilla hasta tocar el suelo, o te movs sin control hacia un costado hasta toparte con un quinchado o una muralla. Cuids siempre de no lastimar a la cachorra que llevs en brazos. Cerrs los ojos y la boca seca se te humedece, casi vols, escuchando sus respiraciones, sintiendo sus temblores sobre tu pecho. Y avanzs varios metros, as, circunstancialmente ciego. Nada te importuna. Semidesnudo, con la remera a modo de tapabocas anudada a la nuca para no respirar el aire denso y polvoriento. Tu remera se ha teido de polvo, y todo vos sos polvareda ambulante, muchacho. Te esperan en el portn. Te agarrs del portn para no caer y vests a la cachorra con la remera. De tu galimatas impreciso lo nico comprensible es que la perra es la nica que te quiere. Es el polvo el que te enmudece progresivamente? Cunto has pasado con la expresin contemplativa, limitndote a sonrer o a hacer muecas de repugnancia. Demasiada injuria debera ser para que escupieras alguna maldicin; siempre volvs a tus recogimientos, a tus contemplaciones. Demasiado polvo para mirar allende.

Cuando a Ana abri la puerta de la pieza de Gabriel se vio abrazada por las pestilencias en las que resultaban la mierda de perro, y los pies y la boca de su hijo. Se tap la boca y la nariz con una mano mientras que con la otra se abra paso hasta la cama cerrando cajones y puertas, apartando el ventilador de su lado y pateando zapatos y ropa sucia. Gabriel dijo que la odiaba, y a Ana crea que ese odio era razonable. Cerr la puerta, y se fue a llorar en el bao, con toda el agua derramndose.

Las lamidas de la perra te despertaron, Gabriel. La acaricis. Cmo le quers. Contempls, conmovido por quin sabe qu, sus ojos negros y tristes. Con ella has de compartir noche, cama y frazada; plato de comida, saliva. Tu mam le cela a la perra, quers ms al animal que a la vieja.

Ndaipoti pejagua kotpe! gritaba a Ana. Pero Gabriel no haca caso a sus reclamos, y se encerraba en la pieza con su perra. Besos de lengua. Para vos vaso aparte, chamigo. Ajpa nde purko, nde. La perra tambin aprendi a tomar cerveza. La perra tambin aprendi que para Gabriel era humana, y saltaban, ladraban, estornudaban y tomaban cerveza, moviendo la colita, porque Gabriel

Te dirigs a tu casa. El cielo se va cubriendo de nubes, pero su carga de lluvias pasa demasiado alto. En el portn te espera la enorme bestia cuadrpeda, moviendo la cola como atacada por lombrices. La cargs en tus brazos y casi se te cae encima; entrs a la casa. a Ana te reprocha la hora de llegada, pero no le hacs caso. Te sents en el suelo y le das un profundo beso a la perra.

revestirte depsito de su apego falsificarte y amarte sin frenos porque amar afuera le cuesta porque desaprendi a amar a correr! a jugar a la pelota! regalarle tus ojos con aguas-como-calientes y ese beso, y esa lengua... la cadencia de tu respiacin dormida lo rescata a veces, mucho ms que el respiro despierto de una madre a no morirse! a jugar al salvavidas! mover la cola y correr tras l saltado, y gemir y aullarle darle esa esperanza

12

La calle sin salida daba a mi casa. Sal sin avisar con mi guitarra a cuestas. Camin un rato al azar por las calles iluminadas hasta que de pronto cruc el umbral de lo pulcro y entr a la oscuridad de una calle perifrica con la que la comisin vecinal haba sido totalmente negligente-. Ese lugar era un poco desagradable -el humo de basuras quemadas persista en el aire-, pero no haba cmo decir que no era un respiro. Haba ladeado la iglesia con sigilo, no fuera que me viera alguien; tras cruzar el parque de inmensos yvyra pyt, di con el terrapln que mis pies haca tiempo no transitaban; ahora, de noche, el terrapln era un trnsito desconocido para m. Poca gente pareca estar despierta a esa hora. Las ventanas permanecan cerradas, oscuras. Afin el paso y segu, esperanzado algo. Al costado de la tierra roja se levantaban pastizales y algunos arbustos que proyectaban su sombra contra el suelo en multitud de formas que de pronto me causaron impresin. Por aqu se senta el olor del monte, o un resquicio. Daba la impresin de que el mismo barrio era muchos, con lmites imprecisos. As lo sent: Un vecino poda estar en la casa de junto, o a diez cuadras de distancia; quin sabe. Entonces, los barrios tambin podran distinguirse unos de otros por la imponencia o humildad de las fachadas, por la lengua hablada por sus habitantes, por la forma de fumar un cigarrillo o el empleo del tiempo libre. Definitivamente, por aqu las cosas eran distintas. No era la uniformidad de mi barrio, la pulcritud. Ah era la calle bifurcada que ofreca la posibilidad de escoger el mal camino. A la distancia distingu las risotadas de mis amigos. Entr sin esperar el estrpito de aplausos y chiflidos de bienvenida. Me sacaron la guitarra, me sentaron en una silla de madera. Yo ped un cigarrillo y el vaso de cerveza me alcanz y se lo pas a Csar, que estaba a mi lado. Todo el pequeo saln, iluminado por un foco de luces amarillas, se encendi de otros resplandores. Nos conocamos de nios, desde una tarde de calor insoportable cuando las casas hechas hornos obligaron a la gente a darse cita en la placita para protegerse del calor bajo la sombra de algunos de los pocos rboles del barrio. Yo no era alocado, ni de farras, ni de pernoctadas, pero, agobiado, haba salido en busca de las alegras, que, intu, estaran por ac. El terrapln total, inconmensurable, empezaba cerca de la casa de Mara, y ms al fondo empezaban qu cosas.

un alambrado. unos de un lado, los otros del otro (y los otros del otro). reclusin por encima de todos insaciables aceites plsticos transforman su densidad para dejarse gotear a profundidades extraas para, por lo menos un rato, ser un poco agua tambin.

Csar extendi sus brazos desnudos sobre la mesa del boliche en cuyos grasientos manteles de plstico se mezclaban ceniza de cigarrillos, migajas de pan y cerveza derramada. Sus miembros musculosos fueron motivo de elogios por parte de la moza. Elogios revestidos de burla los de Nelson, que daba brincos y aplauda; quiso medir su fuerza en una pulseada, y retrocedi ante la sola potencia del apretn de la mano de Csar. Ndepo ojopyhpe jarepillma imbareteha. Yo tambin quiero probar tu fuerza dijo Gabriel, que estaba sentado solo, recostado contra la pared del boliche. Y cmo quers probar? le pregunt Csar, cerrando los puos y endureciendo los brazos curtidos, pero el saludo de una muchacha de remera colorada revent esa burbuja. Hola, muchachos, quera decirles noms que este domingo es las elecciones hna y que nos voten. Por nuestra lista hna, punta a punta. Nelson persuadi a la muchacha para que nos comprasen unas cervezas. Csar aplaudi y silb festivamente; pero Gabriel, que estaba sentado solo, muy alterado, no bebi de esa botella. Flores de plstico en un frasco de vidrio lleno de arena. Mantel celeste de plstico floreado. Cuadro con mensaje bblico. Cuadro con fotografa de nio llorando. Alcanca de cermica con forma de nio vistiendo remera de Cerro Porteo y pelota. Elefante blanco de porcelana con billete de veinte mil guaranes. Calendario. Tres acordes para la composicin de una cancin.

13

El Malavisin grita tan fuerte que sus ecos reverberan en los odos de quienes lo oyen a la distancia trastornando su mente hasta la locura o hasta la muerte. En la noche todo suele ser silencio: En silencio las camas en las que rebullen los cuerpos de los enamorados; en las que los nios gimen por alguna pesadilla oscura; en las que los abuelos se despeinan los cabellos en una vigilia persistente. Todo es silencio para dejar que el Malavisin siga con su hiiipuuu. Todo es silencio para que su aquelarre de pras coree vivas a la muerte, loas a lo infame, las glorias a Satn. Pero esta noche es distinta. En silencio el silencio de la noche-, los callados despiertan y abren la boca para cantar. Los cerdos sollozando, las vacas patalean agonizantes en los piquetes; y novias muestran sus caras lvidas bajo la transparencia de un arroyo campesino. Otra historia. Otros se mueren de ira o de terror, o de miedo, al escuchar el canto sublime de quienes antes andaban mudos, de quienes antes dorman en silencio. Un hombre simula bailar con pollera de danza mientras equilibra sobre su cabeza un supuesto kambuchi roto.

14

Todo un mundo bajo la sombra de los rboles, perseguidos por los heladeros que hacen sonar sus flautines de pan. Algunos seores cuelgan sus hamacas de las ramas, seoras se pantallean, y hay un incesante ir y venir de guampas rebosantes de agua helada. Agachados, furtivos detrs de unos arbustos, unos muchachos planean una expedicin hasta el arroyo en la propiedad de los Obrist. Miguel, fingiendo desinters, se acerca para escuchar lo que dicen, pero no sabe guaran. Csar lo advierte; a pesar de ser su vecino jams le ha hablado. Nde, mitai, mbae la reusa! ! Miguel se queda paralizado. Csar titubea, pero le invita a unrseles con un gesto. Miguel titubea, mira hacia atrs, hacia los costados, y la sonrisa se derrama por todos los bordes. Cuando se acerca a ellos tropieza con una inoportuna piedra y recibe la correspondiente lluvia de zumbos. Tras varios kilmetros de marcha, encabezados por Csar, llegan a la estancia y vuelan hasta el arroyo, donde juegan a quin aguanta ms tiempo bajo el agua, a quin orina ms lejos, a quin cruza en menor tiempo el arroyo nadando; y a Miguel le asombra que tan cerca suyo se den tales cosas y que l las ignorara por tanto tiempo. El fragor del disparo les obliga a correr desnudos por los pastizales y a araarse el lomo con los alambres de pa cuando los trasponen hacia la calle, donde levantan polvareda que por poco los vuelve invisibles; corren varios cientos de metros hasta el puente de rollos y se esconden debajo de l; se ren, se ren. Pero Miguel, nefito en estas cuestiones aventureras, no puede correr; ni siquiera puede hablar, paralizado por un miedo que le hace mojar el agua con sus orines. El seor Noguera le agarra de un brazo y, de un tirn, lo levanta sobre sus hombros y lo lleva a su casa: Te voy a cortarte tu piln, le dice; y Miguel, que est hecho un torbellino ciego de sobresaltos, pierde el conocimiento. Lo vuelve a recobrar en su casa, arrodillado, con los cientos de padrenuestros de castigo, pero hubiera querido volver a perderlo, o recobrarlo en el arroyo, orinar tan lejos que todos se asombraran. Qu importa.

15

Miguel!. Hacer tronar los dedos con un sordo tric como si se suscitara en m una desmesurada fuerza capaz de aplastar guijarros. Atendeme-na un poco!. Hay que girar la perilla blanca hasta sentir que los molares chocan unos contra otros, hasta sentir que las encas se liquidifican, hasta que los dientes se paseen por la lengua; hasta que el zumbido produzca en los odos un deleitable dolor. Qu? Minguelito, atendeme-na un poco un rato, che pap. Miguel es mi nombre, a Mercedes. ina, pero yo ningo, cmo se dice, as de cario noms te digo Minguelito. Qu pas? Ayer encontr uno tu poesa en el estante de trbol. Quiere ser poeta piko? Tu pap no ha de querer. No le vaya que contar No, yo no le iba luego a decirle nada. A m ko demasiado luego me gusta esa cosa, no entiendo noms demasiado. Si no le conts te voy a escribir una poesa, a Mercedes. Enserio piko me decs? Si uno cierra los ojos, cosas pasan. Cuando uno los tiene abiertos puede leer labios e interpretar lo que quiere decir mam que est gesticulante junto al armario, junto a pap que mueve la cabeza; pero si uno los cierra, por el espacio que dure el medio parpadeo, hay un momento de soledad.

No me gusta. Ms antes s era da gusto, porque era la polleada o sino sique haba la funcin, y haba la gente. Pero eso era ms antes, hace mucho ya. Cuando sos chiquilina noms luego lo que te gusta esa cosa, porque tens tu candidato, y si no tens si-que quers tener y dnde ms lo que vas a encontrar por otro lado antes si no es por ah. O si no en la parroquia o qu. Pero despus no quers saber ms de farra. Despus pues ya ests para otra cosa ya, para cuidarle a tu hijo o para atenderle a tu marido y eso. Ramn una vez me llev en un boliche, pero ya no me quieeero acordarme ms porque despus cuando estea sola voy a querer llorar o qu.

16

Todo tejado ennegrecido por la humedad con su cuota de melancola, o un gato arrellanado en el silln de mimbre del zagun, siempre puede saber a otra evocacin afectada. Lo mal que se lo pasa uno cuando llueve: hay como una sonrisa de confabulacin en las caras de la gente: un moverse apesadumbrado o ligero que sabe a dominguillo de cine. Tales o cuales por qu sern? Se intuir que por literatura, que esas hipocondras son la herencia de las representaciones, de las exageraciones, de las idealizaciones, de las stiras No sin msica, por supuesto. No sin el acompaamiento eficaz del sonido, como ahora que so this is goodbye. Ms influjo de tedio sobre el tedio sucesivo. Hoy llueve. Pero ayer Ayer las tablas que estaban calientes despus de haber absorbido el calor del sol a lo largo del da; speras, duras, fibrosas, peligrosas, marrones, negras, rojas, sucias, planas, anchas, torcidas, estrechas, clidas, ridas, abiertas, para abrazarlas, dciles, para pegar la cara contra ellas, y darles golpecitos que retumben en el odo, suaves, para besarlas y sentir el sabor y el olor de la madera y de la lluvia, y del polvo y del viento y de los orines; para aspirarlos todos. Todo es la misma cancin.

17

(Y la carga de vmito que quiso explotar en la boca tuvo que ser masticada y vuelta a tragar; as noms.)

El viento lo desparrama todo afuera. El naranjo deja llover sus flores sobre el pasto amarillento. No es posible templanza alguna con ese vaho pegajoso. Todo lo que hace este viento es traer ms calor, y ni esperanza de lluvia. Tus dos manos sudadas y la guitarra se ven espejadas en el montono baile de las hojas del mandiocal y el incesante traqueteo de una destartalada camioneta que levanta remolinos. Amarilla, la bolsita de hule baila en el aire, tan alto, inasible tanto. Concebiste la idea de la cancin con cierto afn de compromiso, y ah ests, buscando la nota mstica en tu entorno para inspirarte; pero es distinta esta tarde calurosa a la noche en el bar o a ver las burbujitas pegndose a los pelos de las piernas de Csar bajo el agua. Aguzs la audicin y escuchs el goteo de la canilla en el lavadero. A veces cres que sabs lo que tens que decir, pero no sabs cmo; y a veces otra cosa. Penss en Csar, en el soberano del monte y soberano de otros reinos. En el tambo, Nelson y Gabriel. Jugar al tuka kay y que haya una casa donde nadie te pueda hacer dao. O poder pedir pido, un respiro. Ellos tambin te quieren, Miguel. Pero no seas tan exigente. De qu servir? Eso no importa ahora. Cuando sals de tu casa, cruzs la calle, dobls y desdobls, salts y alcanzs un pajarito muerto, te emborrachs. Estas calles sin salida. Apur pues esa cancin, porque hace falta ya. Esta cancin tambin te hace falta a vos, Miguel. Abrs la puerta del depsito donde siempre te encerrs a cantar, para que no escuchen tu tarda voz de gallito. Las botellas de cerveza que hacen su msica de tintnes y montonas flautas de pan; no pass esto por alto. Esta cancin patalea todo mal dentro de vos. Si te escucharn? Csar dice que no sabs cantar, pero siempre te pide que lleves la guitarra. Y, aunque no te lo pida, la llevs. Siempre canta Csar tambin, pero nunca escucha las letras, nunca piensa en las letras. Dice que la msica es calidad pero nunca escucha. Hay algo de profeca en el proyecto de tu cancin; una profeca harto conocida, y adrede ignorada. No quers que tu cancin suene a sangre derramada en los sojales, pero no encontrs otro camino. El viento propone tregua. Te vas a buscar dos frutitas del limonero y te tapons los odos para escucharte mejor. No hay nubes, pero el cielo est cubierto de ese polvo rojizo. No es posible templanza alguna, pero te vas a cantar: Se te antoja que si

termins tu cancin cuanto antes pronto va a llover.

18

Esos terrores. El archivo absoluto de canciones: Los arrebatos imprecisos que se cuelan por su profesar algo y le exasperan cuando en algn ndice, en ingls, en portugus, la inflamacin tiene algn gemelo hermoso; lo suyo, piensa, no pasa entonces de un deleznable impostor, de una rplica difusa y pueril que merece la hoguera, la desaparicin forzosa, porque da la impresin de que todo est solfeado y de que no se requieren trucos cuando el envido est cantado y uno se agena. De nada sirve florear sus frases con imgenes ni figuras porque con o sin ellas algn compositor profiri la misma angustia en country o en bossa nova, en polka jaheo, en alguna novela o en las locuciones que le asquean, piensa. Cuando alguien se sube a la tarima y hace reclamos que ya all del otro lado de la Historia hace quin sabe cunto, es la misma cancin. l no quiere tragarse las repeticiones, las infinitas variaciones, porque aprendi que tiene que ser joven, que tiene que ser genio y profesar la originalidad en sus invenciones. Se le ocurre de todo; lugares comunes todos, ronroneos o crujir de triplex bajo el agua. Y la alternativa parece obvia: Crear la impresin de un instrumento imaginario que se ejecuta doblando el espinazo y recitar alguna indefinible jerigonza. Pero esa cancin ya existe.

El cielo est gris. Un viento fuerte azota las copas ms altas de los rboles, tensiona sus troncos. Un paredn de polvo se levanta y los embiste. El cielo est rojo.

19

Miguel vagando insomne por las calles iluminadas, por las calles sombras. Las casas cierran temprano por ac; el bar del brasileo cerr a las nueve; Mara, que vive ms all, no tiene cerveza; las despensas estn cerradas. Para qu preguntarse desde cundo si es ms que evidente que desde cundo. Qu lloroncito Miguel. Pero si de alguna manera son justificables sus quebrantos no alcanza la voluntad para hacerlo. Qu valle Miguelito. Miguelito de yuyal, de monte, de vidrios rotos en el basural. De pelculas de mesita y lentes tipo John Lennon; Miguel del que no se espera ms qu hacer sino eso porque qu se va a andar pensando en cundo, si maana, si de aqu a diez aos.

Estn en la calle polvorienta. Pegados a los cascos rojos, unas calcomanas geomtricas avanzan. La moto frena y los cuatro pies levantan polvo. Pistolas o navajas, esas indagaciones son irrelevantes ahora. Se levantan todos los artilugios, esas cerezas en la torta de cumpleaos de barrio. Despus vendrn las fbulas. Opurahimi la vla ore ak ri ha ore mbojeroky. La moto sale disparada con los asaltantes que no tienen ms cara que la de los cascos. Pobres ellos tambin. Infelices esta noche tambin.

20

No tem pobrema. Silvio se baj de la descomunal camioneta, tudo bem. Pein con sus dedos sus pelo rubio y estornud. Cada vez que golpeaba un pie contra el suelo se desempolvaba y volva a empolvarse un poco. Entraron al bar, l y seu Washington Cavalcante; y Silvio mir a su patrn con desdn cuando ste volvi a la camioneta para buscar el revlver. Y la polvareda que haba levantado la camioneta permaneca esttica en el aire; un nubarrn esttico con cierto halo de muralla, un contenedor que Silvio quera trasponer, porque Silvio quera huir, lanzarse a la carrera con sus piernas largas de and por los sembrados hasta alcanzar algn lugar donde no fuera visible; o sea, desde donde no pudiera ver a nadie, esa noche. Se detuvo un rato en la puerta atrado por el repiqueteo de los lembu contra el foco del zagun; esos colepteros enamorados de la luz: Tanto tratar de salvar el lmite del vidrio para llegar a esa luz que los matara al toque. Las mesas estaban salpicadas de cerveza. Y si al principio estaban regocijados y parlanchines, los xiru se volvieron balbucientes cuando vieron la cara de seu Washington Cavalcante; la cara de Silvio, cara tiesa de pudor, sonrosada y pueril. La cara de Silvio, tras tres generaciones por aquellos parajes, era la misma cara de sus abuelos colonos. Cuando hablaba y esto l lo ignoraba-, sus labios rosados se desdoblaban y el hombre rubio del arcabuz se incorporaba para decirles cosas a los xiru de la otra mesa, que tenan la cabeza metida entre los hombros, murmurando alguna cosa. Otra cosa, Silvio los mir y mir a su patrn, se mir y no quiso verse. No eran festivas las exclamaciones de seu Washington; eran imprecaciones revestidas de celebracin. Miguel quiso enfundar la guitarra, pero el colono le detuvo; con un golpe seco sobre la mesa, que salpic cerveza por todos lados (Csar estaba azul), pidi tres cervezas para ellos a cambio de algunas tonadillas. Los muchachos asintieron, y Miguel le arranc rasgueos de polka a su instrumento. Los respingos del inmigrante no se hicieron esperar y apantall las manos como lembu para reprocharle el desatino al msico. Toca uma do Srgio Reis. Do Srgio Reis eu no conheo nenhuma. Mas posso tocar uma do Nando Reis. No! Nando Reis? Toca uma do Xitozinho e Choror. Gabriel le pis un pie a Miguel con tal fuerza que ste se levant de la mesa con violencia derramando un vaso de cerveza. Y encima le habls en portugus, pens Gabriel. Los puos de Csar estaban fuertemente apretados. Miguel volvi a sentarse y cant. Miguel cant y todos escucharon. Csar lanz un excesivo pipuuu!. Y encima le habls en portugus. Silvio lo pens y pens a su maestra de escuela que, agobiada por la cantidad de alumnos luso-parlantes con pedidos de aclaracin, tuvo que ensear en portugus en la colonia, en detrimento de sus alumnos paraguayos que mal saban castellano.

Botas de tacones altos y hebilla resplandeciente. Las palabras de seu Washington chocaban intilmente contra este otro cristal; sucesivos chiflidos se le escapaban espasmdicamente a Silvio, contena la carcajada y seu Washington le miraba inquisidor y miraba a los xiru de merda que chisteaban animosos. Oleajes excepcionales anegaban el barcito cuando Silvio se apret el estmago para contener los hipos de risa. Pero la reiteracin del patrn los hizo retroceder con violencia: Fique de olho nesses sem-terra, Silvio. Qualquer novidade voc me conta. Tudo bem, camisa desabotonada hasta el ombligo diminuto y rubio, no tem pobrema. Algo le crisp las manos curtidas y la quijada cuando el viejo, rascndose la papada le dijo algo al odo acerca de los cuatro muchachos; una sombra que desdeaba y que quera borrar de s. Quera borrarse Silvio, hacia los bananales, como un pombero, para no tener que escuchar aquellas sandeces. Cuando Silvio, sin hacerlo, cruzaba el umbral de la puerta y sala a caminar por el empedrado hasta meterse en los yuyales, oy a los muchachos hablar de los sojales de seu Washington; y contempl una lluvia de plumas que las hormigas no tendran ocasin de limpiar. Po, Silvio, acorda!

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Jaha koi, nde.

Xir no sabe tocar violo com corda de ao, fracote, s toca com corda de nylon. Empresta um violo com cordas de ao pra um paraguaio que voc vai ver como os dedos dele sangram.

Qu dijo? Dice que nosotros los paraguayos no sabemos tocar con cuerdas metlicas, slo con cuerdas de nylon porque nos corta ndaje. Rapi tembo, tae chupe. Cambiaron el canal para ver ese programa jare, yo quera ver el partido. Uno, dos, tres, cuatro. Cuatro paraguayos noms somos ac, y el resto son todos brasileros. Jaha koi, nde.

O xiru preguioso, s olhar pro seu Martinez. Ele acorda as cinco da manha toma o seu chimarro, vai pra chcara um pouquinho, volta e toma terer embaixo da rvore; ele fica a umas duas horas com o olhar perdido que nem esses monges, ou sei l que diacho. No quer trabalhar. Pra que quer terra?

Jaha koi, nde. No. Adnde ms lo que vamos a irnos. Parece que quiere llover. S, hay un vientito que sopla. Viento Norte. He. Roque es mi jugador. No pero qu purete que legalmente ya era esa flor que encontramos en el takuarendy. Adnde ms lo que nos vamos a ir.

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Gabriel estaba sentado en la plaza fumando su pipa. Se desempolvaba la cabellera, y golpeaba un champin contra el otro, con la garganta cargada de llantos refrenados. Si por lo menos haba otra cosa para hacer Si por lo menos haba otra cosa Quin sabe qu movi a Silvio hasta la misma plaza. Se miraron al mismo tiempo y tartamudearon al saludarse. Lo que se habr conjurado en esas dos miradas que queran llorar un no s qu. E a? Tudo bom? Tranquilo-pa. El estruendo de cientos de espejos rompindose. Acho que vai chover Ser? No creo-ite luego que llueva. Parece que ya no va a llover ms luego. Okta, xiru Okta Cmo o qu sabs que va a llover Xiru, s falta voc saber... Japita. Tom. ... Parece que tem um cachorrinho chorando. Legal De pronto no haba tanto polvo para mirar allende.

descascar-me desta pele coberta de chagas amputar o meu rosto, marco para este estigma que desenharam na minha testa para descobrir a medula que guarda quem eu quero ser com mais fora do que acho que sou correr para que? para virar mastro cinza desta bandeira que no nossa? correr atrs do que? trs esta sombra com a qual fomos investidos? rasgar todos esses rtulos revestir-me duma nova pele duma pele nova que possa me afirmar e negar-me caso for preciso caso eu queira defender a verdade alheia com firmeza de rocha caso eu queira pulveriz-la no saber quem se mas estar procura eis quem se encontrar-se

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Quin es esa? Cul piko? Esa que tiene medio enrulado su pelo. Quin? La rubia? S. Ah, sa Treintona ya es. Cmo se llama? Crislaine. Mi vecina es. Rapi? He. Hace cinco aos ms o menos, no s si es que me acuerdo bien, quien ms bien estaba en nuestro barrio era ella. Despus noms dice que empez a ver mucho as programas de concursos y eso. Primero los domingos noms, Silvio Santos En su estante tena montn de juegos, Preguntas y respuestas kura. Y coma y coma y jugaba y jugaba. Cmo te voy a decir Parece que rega lnto luego su vida, entends pa? Y despus un tiempo su marido que antes celaba mucho por ella ya no le haca ms caso, andaba as con otras mujeres y eso. Si empez medio a engordar, verdad, y Y se separaron S, y ahora parece que se gusta de Miguel... Qu pas o qu? De Miguel se gusta? S, por qu? Y Gabriel tambin le gusta, yo suelo hablar con ella. Bueno, y ella siempre est sogue, porque mi mam pues es modista y siempre le hace fiado y nunca le paga, pero tiene si-que, y quers saber luego de dnde lo que quita porque tiene para pagar cable, para tomar y para su Internet. Ea. Y no se despega luego de Internet dice que. Yo encontr su perfil una vez y he visto que tena una comunidad virtual de ese juego Trivial, famoso es, seguro que conocs Tiene un su novio virtual ndaje ahora. Piko! S, de Nueva Zelanda mbambo es. Y le gustan tambin esos concursos de preguntas y respuestas seguro He As dice que Y entre los dos se saben todas las respuestas del mundo!

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Ayer me quem la lengua lamiendo una cuchara caliente que encontr en la cocina. Por eso no puedo contestar la llamada, por eso te escribo noms. (Si meto las manos por debajo de mi cabellera y hago araitas con mis dedos se me erizan los pelitos de la espalda como si fuera una gata). Te voy a decir algo, no quiero que te molestes, pero vos no me gusts. (No importa, podemos divertirnos igual. Basta con lo que vos me gusts. Quiero estar contigo, y que seas tierno, no como Csar) Ok.

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Yo te traje algo. Algo de comer? No! Un cortometraje es, canadiense, bueno es. Sentado y reticente: Las desganas son primero. La piel y los cabellos grasientos y sus cavilaciones en el silln de terciopelo cuando un clic dice que s aunque diga que no. Un gallo siendo desplumado escupe una redonda gota de sangre; una delicia robada del gallinero del vecino que maana por la maana escupir quin sabe qu improperios, pero qu importa si lo que importa es ablandar la carne de ese gallo, como yo ablando con un tenedor mi existir, todos los das -caramba, si tambin podemos con esos humores-. Cmo se le ponen las alas a un ngel. Alitas de gallo, alitas de gallina casera, alitas de pollo al horno, alitas de pollito que son bien tiernas aunque no tengan mucha carne; se derriten en la boca con ayuda de los dientes, a la parrilla, al espiedo: Qu hambre! Dura unos pocos minutos. Atend. Estoy viendo tratando de ver la pared a travs de la pantalla donde hay una puerta que da a un patio extenssimo por el que cacarean y cacarean Por qu te gusta tanto la pelcula? Porque me aterra. Pero no es de terror el corto. Es medio negro, no s qu es. Me espanta. Y por eso lo ves? Porque te espanta? Si uno tuviera alas para volar Porque las gallinas no vuelan, son pesadas y feas y deformes. Si uno pudiera volar se elevara lentamente para dejarse mirar por la gente de abajo, en sus casas, y ver las cosas desde otra perspectiva, desde arriba, como se siente a veces que le miran a uno. Y sta que no trajo la pelcula de casualidad. Quiere que le ponga las alas del ngel en la espalda, quiere contraerse contra mi pecho, arrullarse entre mis piernas mientras yo la desplumo. Ah, si uno pudiera volar para escaparse del gallinero. Hija de mil! Toc un poco mi corazn! Alas. Alas a la imaginacin, alas al corazn, la chica quiere volar, Alas Clarn. Qu corazn ms diminuto! Con razn las gallinas no se enamoran.

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Hoy te voy a llevar al depsito donde est el nicho de Antonio. Te anims? El olor a siesta se meta por las hendiduras de las tablas del viejo depsito. Adentro, frescura. Afuera, la sofocante aridez. El depsito haba estado ah desde siempre, haba servido para guardar las herramientas de los aserradores pioneros, pero ellos no estaban seguros de ello; en ocasiones le confirieron funciones tenebrosas. Y, cuando se haban quedado a tomar sus primeros sorbos de terer hasta muy entrada la noche, en uno de los casos que contaron, apareci la destartalada y solitaria habitacin como escenario de los ms atroces sucesos. Ahora las funciones del depsito se volvan elsticas, superado el miedo primero de ingresar en l; vuelto arcilla para sus dedos: palpadores los unos, vacilantes los otros. Vos te anims? Tard ms tiempo en definir las primeras pulsiones que en darles curso, gracias al apuro de pulsiones smiles con las que se haba cruzado. Una mano se resbala bajo la camiseta y se derrama clida sobre una piel que se contrae y se eriza con el toque. Y esa expresin suspensa, esa casi sonrisa que parece cmplice, les devolvi su carcter de compinches. A pesar de ello, hubo retrocesos. Porque los chistes no se ponan en las bocas ajenas por casualidad. Y qu terror ser chiste en bocas ajenas, ser masticados y gustados y escupidos. El chisme. Pero hoy haca calor, y no haba otra cosa que hacer. La mano se movi y roz reticentemente la otra; aguard un apretn, una caricia, o un araazo, quin sabe Y vos? El apretn era pleno, plena la lluvia que mojaba su espalda de sudor, pleno el sol afuera, plena la aridez de ese campo que tena fin all lejos donde pequeos rboles cubriendo las primeras casas, donde hormiguitas se movan en dos piernas con cabellos, con ropas de colores, sin ojos identificables; sin ojos en la soledad dual. Y si vos te anims Te anims? Si vos te anims, yo me animo Yo me animo, y vos? Yo me animo tambin. Un paso, otro ms, cuntos, hasta ver adnde llega la caminata exploratoria. Y los pies convergieron, y los ojos por un breve instante y los alientos No Yo primero Una sangre se escurra silenciosamente bajo sus pies; manaba de sus odos, de sus ojos; se escurra el sudor y el miedo les erizaba la espina. El Luisn grua, los olfateaba. El deseo dibujado por esos dedos sobre la piel, sobre su piel dibujada de

huellas dactilares, sobre la piel conjunta que estaba prxima. Para qu el repliegue, para qu. Y las huellas dactilares, y las huellas salivares, y las huellas sudorparas, y las huellas de las huellas borroneadas y vueltas a imprimir. Una mano trat de despegarse con un empujn intil de la mano que le apagaba los gemidos. Y se qued all, inmvil. Por un instante sinti que el cuerpo entero se le iba en ese ir y venir insistente. Alguien le despojaba de la ropa de su piel para vestirse entero con ella. Qu importaba que mientras el otro apretara fuertemente los ojos tambin le apretara fuertemente la mano contra el suelo terroso, torcindole los dedos, tejindolos con los suyos. No le vas a contar a nadie, verdad? Tras unos segundos de conjunto silencio, uno convulsivo, el otro nervioso, sinti que un aire tibio y brumoso le atropellaba la cara. Una ltima insistencia, una ms, y fin. Vio cmo se levantaba, se vesta los pantaloncitos y se secaba el sudor con la remera. Vio cmo empuj la destartalada puerta y ya se iba cuando el Luisn gruente dejaba escapar sus hipos de risa. Le dolan los dedos, se le moran los dedos.

Se qued solo, sentado en la tierra, hasta que el sol se ocult. La luna estaba esplendente en el cielo. l estaba confundido, y temblaba de miedo. Quiso ponerse de pie para marcharse, pero cay de cuatro irremediablemente. Se arrastr sobre sus codos y aull.

El camin pas por un trecho inundado del camino, y una porcin de barro se adhiri a las ruedas. Han pasado kilmetros y el barro ha venido secndose. Cuando el camin frena de golpe, el barro se desprende en forma de polvo, gira a lo largo de la llanta, como si se pasease por un tamiz. El polvo terminar derramndose sobre el asfalto, se levantar un poco, hasta que, finalmente, se asentar por un tiempo.

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Haba hecho calor todos los das de la ltima semana, pero esa noche un fro hmedo se esparca entre los chircales y sobre el campamento. Algunas mujeres traan bidones rebosantes de agua equilibrados diestramente sobre sus cabezas; sus ojos: dos, cuatro, mltiples luminarias; los pies arrastrndose por los terraplenes, levantando polvo. Por ah lloraba una nena, resistindose al lavado de cabeza; su mam tiraba de su pelo con violencia y le propinaba algunos violentos saple para obligarla a callarse, anive neras. Anocheca tan despacio, se demoraban tanto los matices naranja en el horizonte que aquel nene quera prolongarlos ms con su pandorga amarilla de hule. Y aquella anciana que limpiaba a su gato de los taha-taha que se le haban pegado en los pastizales cuando alguna cacera, no era todas las ancianas despiojando por ah? Los hombres no. Quietos, ms sujetos al silencio, fumaban sin apuro; algunos miraban al horizonte, las estrellas, y la luna que estaba arriba desde haca rato; otros miraban las luces de la estancia de seu Washington Cavalcante quien, segn saban, pretenda impedir la invasin a toda costa. Lo saban de la boca de Silvio, el capataz de la estancia, que cuando poda visitaba el campamento para tomar terer con los sin-tierra; l tambin, sin ms tierras que las del patrn. Por eso, la noche de la toma no se oyeron disparos en la estancia ni se oy ladrar a los perros. Con sus remeras como capuchas y los sombrero-piri volando sobre sus cabezas, los hombres cruzaron el campo agachados, corriendo, volando como avispas encolerizadas. Seu Washington se levant sobresaltado de la cama y corri hacia la puerta para verificar que todos los cerrojos estuvieran cerrados, pero escuch los cuchicheos de algunos hombres que ya haban tomado la casa. Retrocedi sosteniendo la respiracin y abri una de las ventanas; afuera, se oan susurros dispersos. Lanz el peso de su cuerpo fofo por la ventana, y cay sobre un joven asustado que no tuvo tiempo de recuperar el machete. Seu Washington blandi el arma y la hundi en el pecho del muchacho. Le quit la capucha al invasor, ahora moribundo, y volvi a colocrsela con todo cuidado, temblando de estupor. Vaya fatalidad la de esa noche. Y Silvio Maana Silvio sera santo.

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a Martina estir la mano y arrug el ruedo de su vestido gris. Arrugada la boca, entorn los ojos, lade la cabeza y reparti prolijamente los labios a ambos lados de la cara. Sus maniobras contorsionistas le conferan halos dismiles pero evocadores; emplumada y clueca, empollando maldiciones; tortolita nerviosa. Se sopl con la pantalla de karanday y tosi dos veces con un puo cerrado cerca de la boca, su turu amplificador. Cof, cof. La tarde del lunes, Mercia era una visin incoherente para las tres seoras que se santiguaban, las tres cabezas de pescado que se santiguaban, los tres rosarios suspendidos en el aire que dejaban gotear sus cuentas. La mancha verde mate del escupitajo de a Martina no se diluy en la tierra roja. Mercia sigui caminando impasible, con sus hijos. Enseguida pasaron Juliane y Marley, Shirley y Victorina. Y cada una con sus hijos. Mara se sec las manos y sali al portn. Palmaditas en cada uno de los hombros, pode entrar. Ojos de nios muy abiertos y besos de tas. Pra, tia, beso, chuic, chuic, lindinho! Las mujeres se sentaron en los sillones y, fumando sus cigarrillos aromados y bebiendo una caita Piribebuy, acordaron el monto. Mara los cuidara, obedece a tia, meu amor. En nuestro barrio, querida! a Martina haca aire para refrescarse la entrepierna abanicando el vestido. Imaginate! Las seoras asiduas a la guampa de la matrona comentaban: Emaamna, nde. Jugando con tus hijos, querida por Dios! Nelson entr sin golpear y los vio, se vieron. So meus filho, oh Nerso. Dale que, tienen que aprender. Complejo apretn de manos, todos los deditos queriendo enmaraarse con los dedos de Nelson. Esperen, por turno, esper un ratito vos, Maicom. Ya no haba bar. Pero haba naipes y damas, ajedrez. Marley les regal otro televisor. Vocs pode vim quando quiser. Vocs que nem se fosse meus filho. Casa, pido, tambo

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El frescor ni se arrimaba. El sol estaba ms lejos, pero segua ah: Abrasndolo todo, azotaba lomos, y mojaba axilas. Las hojas secas se sumaban al polvo; cientos de remolinos se levantaban y desaparecan en un parpadeo. Pero el frescor ni se arrimaba. Quizs de noche. Acaso de noche vendra una lluvia que limpiara caras y calmara las sedes de esa tierra que gema. Algo ms que polvo y hojas secas recorra las calles de tarde. Pies. Decenas de pies de nios y jvenes con un apuro misterioso. Despus, las manos adornando las calles con piri-piri, atndolos a los postes de luz. Cientos de farolitos hechos con velas y cscaras de naranja-hi colocados ordenadamente frente a la casa de a Martina esperaban la llegada de la noche para iluminar las calles. Mientras, varias familias se apostaban a ambos lados de la calle con sus mesas de juego: dados, naipes, argollas, pirmides de latas y pelotas, el kureembohugui, paila-jeheri. A un costado de la empedrada calle haba sido cavado un angosto pozo donde colocaron el yvyrasi, largo como falo de Kurupi, agitando sus premios en la punta. Varios almaceneros haban donado sus bolsas vacas de azcar y yerba para el karrra-vosa. La crcel del amor, el kambuchijejoka, los kamba ranga, y todas las chicas estaban locas por ver al pomberojepee, que segn decan, se casara con quin sabe quin en el casamientokoygua. Llegada la noche, un atisbo de viento norte alegr a la gente. Los nios encendieron los farolitos que estaban clavados en ambas aceras a lo largo de la calle. Las luces conducan de la casa de a Martina al templo; de all sali el santo para recibir la bendicin en la misa de las siete. Terminada la misa, los ms distinguidos seores transportaron la imagen del santo por turnos. La romera transit las cuadras como un globo a punto de estallar o mejor: Como una bomba-; los rostros resplandeciendo; los seores que pasaban la mayor parte del ao con el torso desnudo, y con las uas de los pies llenas de tierra, vistieron de fiesta sus pies y sus lomos. Las seoras vestan de misa y sus falsetes nasales estremecan todo a su paso cuando entonaban las salmodias. Colocaron la imagen del santo sobre un altar adornado con flores y aguararugui, y un estruendo de petardos agit a la concurrencia. La hoguera arda inusitadamente, tindolo todo de naranja. Las seoras arrastraban sus sillas de un lado al otro de la calle; se escapaban de ese viento que pareca querer enfriarles las piernas, y que se renda ante el abraso de la hoguera; pero pronto, viejos y jvenes se alejaban lo ms posible del fuego, se escapaban de ese calor que les haca sudar a chorros. A Mara le dio un sobresalto. No le gustaban esos chistes del clima. Pero no pretenda quedarse en su casa esa noche. Arrop a sus nios que despus se destaparan abrasados por el calor-, y se fue sola a la fiesta de san Juan. Una banda de msicos arranc palmas de la concurrencia, y hasta a Martina se puso a bailar al comps de la polka. Apenas Mara lleg, los cuatro muchachos fueron a saludarla y le invitaron con su gis-cola. Despus se fueron a dar una vuelta y probar alguna suerte en

los varios juegos de azar, buscando un premio que les permitiera emborracharse hasta el amanecer. Depois agente vai na sua casa, Maria. Pode ser? Claro. Pode ir a hora que vocs quiser. El borracho Lop le prendi fuego a las doce pelotas-tata y a Mara le temblaron las manos. Se cruz los brazos y se tap la boca, pero el joven perfumado que le ofreca un quento la calm. No pra ter medo. de brincadeira s. Y Mara le sonri, y le coquete con la mirada, sin darse cuenta. Decenas de nios venan con sus aguara-rugui encendidos quemndose los pies los unos a los otros, haciendo rer a la gente, y enojar a algunas mams que tendran que poner al sol sbanas y colchones al da siguiente. A Mara le pareci ver las cuatrillizas piernas morenas de Julia y Julio en medio de las que saltaban y se esquivaban del fuego, e instintivamente le tom la mano al hombre que la acompaaba. Voc no quer ir pra outro lugar?, pregunt el joven. Ah mais tarde, respondi ella mientras buscaba entre tanta lumbre. El jolgorio fue grande cuando apareci el toro candil con sus cuernos encendidos menos Mara y dos o tres nios, a quienes se les escurri alguna lgrima de terror, todos bailaron con l y le estiraron la cola-. Recordar fue inevitable. Los demonios despertaron tanto hincharles, cmo no iban a despertar-. Y el toro se convirti en perro, y la peineta que llevaba Mara en el pelo, hocico de perro loco.

A foi... at um dia que eu cheguei aqui, me aconteceu esse... Esse me volveu outra vez. Esse me deixa muito triste porque uma que fazia como era minha amiga... Me bateu esse, e estava com mi neta, com minha filha, e desesperou e saiu buscar ajuda l nessa casa dessa senhora que eu pensava que era minha amiga. E... no fim... a veio a empregada e o cara que estava l junto. Chegou aqui e yo disse que no eu, era um espiritu que baixava e chamava Paulo, e pedia pra buscar essa senhora, buscar porque ele queria hablar com ela. E ela pegou e levou meus filhos. A nica coisa que ela mandou foi a polica vir. A polica me pegou muito ac. Muito me pegou... por mi cara, por mi corpo todo... e me enjemou. Eu agradeo uma senhora. Essa senhora que chegou ac com su marido e pediu pra tirar a jema de mim. A polica ainda fez eu ir na casa dessa senhora. Eu fui. E ela riu de mim. Yo pedi a Deus, se Deus existir, que Deus fazisse ela pagar o que ela fez ne mim, porque yo no merecia. Que fazisse ela pagar.

Un anciano esparci las brazas de la hoguera con maestra, y camin sobre ellas. Viva el seor San Juan!. La fila era larga. Alguien trajo un bulto envuelto en una sbana y lo descubri para alegra de todos. Era la hora del Judas-ki, y hasta a Mara le caus cierta gracia verse parodiada en una mueca de trapo negro en tamao natural, con varias pequeas muecas atadas a su cuerpo. Mara no saba leer, pero conoca de memoria la grafa de su nombre Reciba fraternas palmaditas en el hombro, y se rea con inocencia, mirando al suelo, y frotndose los brazos como una nia tmida; mientras, escuchaba a la gente decir algo que ella no entenda, pero que la ruboriz. Bast con que le prendieran fuego al mueco para que ella reviviera terrores aejos y lanzara una exclamacin que promovi la carcajada grande. Se frot los pechos y las piernas, y tembl como sacudida por un terrible dolor. a Martina celebr ms que nadie la humillacin de la brasilea. Ambas supieron que tenan que irse. Trat de abrirse paso en medio de la gente, pero los kamba, que empezaban su obsceno espectculo le cerraron el paso. Mara estaba envuelta en llamas y no poda escapar. a Martina arrastr sus pies hasta el oratorio, dentro de su casa. Se guard de todo ruido en la oscuridad de ese cuartito. Encendi un fsforo, y encendi una vela frente al concilio de cuadros y estatuillas religiosas. La vela empez a echar su humo negro. Dos sombras saltaron el pobre quinchado de madera, se arrastraron en la oscuridad del patio hasta una puerta. Vacilaron. El fsforo ilumin sus pupilas, su piel pintada de negro. La lumbre se levant, espant las sombras del patio, espant sus sombras. La vela humeaba. Cuando los cuatro muchachos llegaron al portn de la casa de Mara, se vieron atropellados por un nubarrn de humo negro. Comprobaron con horror que la casa de su amiga su casa segura, su tambo- se consuma en llamas. Trataron de apagar el fuego como pudieron: A cada balde de agua que el vecino les alcanzaba, el fuego creca; era cada vez ms el fuego, cada vez menos la casa. En el cuarto de a Martina la Virgen hizo una mueca de desprecio, le dio la espalda a la vela, que se apag. a Martina se llen de miedo, pero supo que ya estaba. Las cabezas se volvieron hacia el grito de Mara. Sinti un ardor de origen invisible en sus pies que la constern; senta que se le quemaban las piernas; le doli el vientre, y sus flcidos pechos se achicharraron. Su piel se ensombreci, se carboniz, empez a desintegrarse, como la casa, al tiempo que otro alarido erizaba los pelos de todos los ojos que se dieron cita en el lugar del siniestro. Meus filho!.

Por fin el viento se llam a la noche, y se llev la ceniza de la casa de Mara, la ceniza de Mara. Un charco se escurri por las calles queriendo lamer los pies

de la gente. Un rumor de cuerpos incinerados, de nimos consumidos por el fuego. Csar, Gabriel, Nelson y Miguel. Estaban fulminados. El rumor empezara a matarlos por dentro.

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Y tu animal se pone furioso. Golpea sus cascos contra el suelo cubierto de aserrn de la gran carpa y revuelve vencido sus crines en el aire envuelto en palmas y risotadas que le hacen temblar; enceguecido por un trastornado furor se echa al suelo a relinchar y a patalear; as tumbado, se niega a hacerse el muertito, a ladrar una vez si s y dos veces si no; no quiere blandir la sombrilla sobre la pelota multicolor, vestido con tut, y muestra sus peligrosos dientes a pesar de no pasar de un osezno cagado de miedo. Tu animal se agita, se retuerce, y si examinases con detalle sus ojos te toparas con una mirada entre lacrimosa y hostil, marcada por las vilezas del domador de circo. Tu pobre mono de feria. No aprendiste bien las piruetas. Pero hay cuestiones ms fuertes. Olvidate entonces de ceder a esas nostalgias que te pasman maravillosamente y dej de sonrer como estpido, de tener orgasmos mentales cuando hacs esto y aquello como si tal cosa. Te sale el indio. Lo tenas ah maniatado y desnudo, todo meado en un rincn. Te sale y te pregunta por un camino, y vos le decs: Ya no existen los caminos, porque todo camino hoy es uno. Y el indio llora y te parece que si le emborrachs te va a costar menos trabajo volver a encerrarlo, a enterrarlo. Cmo de atropelladamente toms y la espuma se te pega a la nariz y la cerveza desciende amarga y pesada por tu garganta como si te diera pataditas. Tu pobre brbaro. Tiembla en ese espejo del que quisieras borrar tu reflejo. Y a fuerza de premios te sale la cara del conformista. Qu grillos ms efectivos, qu mejores amarras. Pero atados o vejados, tu brbaro y tus bestias enervadas sueltan algn bufido y aguardan el momento oportuno para atacar al castrador, porque es suicida no esperar algo, vos sabs. El lunes te van a estar esperando para que mancilles tu tiempo, para que reduzcas a tu indio y a tus animales y te digan hombre bien. Ni siquiera hay ganas de coger, porque a quin en su sano juicio le dara ganas de coger en tales circunstancias. A tu amigo Mario pues, que les hace el favor a los trolos cincuentones por algunos billetes, dice que por pura necesidad. Muerto del asco dice el pobre, pero cmo se divierte

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Y no lo vieron escurrirse por la puerta del fondo para buscar quin sabe qu ms all de la roza, donde el verdor pareca arrimarse a la muerte. Qu crujientes se le antojaron los yuyos quemados. El fuego reposaba con un ojo abierto: El humo se arrastraba escondido a la altura de la tierra, como el respiro de un sapo hibernando. Sus pies infantiles vadearon el arroyo, acariciando alguna piedra roma, lastimndose con otra aguda y traicionera. Unos solitarios rboles con sus lianas solitarias y algn solitario pjaro. Cientos de pjaros, golondrinas teidas devoraron a Marcelo Kent. Maraa de lias calientes: Una blanca vaca gorda paca en el piquete, de pronto pierde la cabeza y muge.

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Eso pasaba cuando me debata en mi silln de aspecto desgraciado fumando los pitillos del cenicero, aterrorizado por las responsabilidades; aqullas que a veces nos proporcionan cierta falsificada seguridad, cierta ansiedad dignificada que pasa por esperanza para arrastrar con una pesadumbre ms tolerable ese sol gris y maloliente; recordaba algn episodio de la niez, de la adolescencia, o imaginaba el futuro, y naca el cuento. Sentado en la tierra roja, apretando fuerte los ojos contra mis rodillas. Y si se escuchaban los tacones de las sandalias de mam, era sentir el sol incinerando mis pulmones, era sentir el gusto de la ceniza colndose por el filtro; era recordar y sentirse observado cuando aquello por esos ojos -ensanchados y tenebrosos-; me relaman la espalda cuando se me reprochaba algo; se incorporaban de pronto en la oscuridad para recriminarme quin sabe qu cosas. Porque slo eso pareca redentor. Quizs. Aunque se tratase de otro analgsico, otra pastilla prescripta. Quizs la esperanza fuera otra pastilla ms, aunque quin sabe, pero qu importa. Algo ms. Rechazo aquellas conjeturas, porque yo no invento, no soy un engaador. El vicio de exagerar puede ser propio de este cuentero, pero la mentira est distante de m, y yo Yo no he cruzado esa frontera. sa no.

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Los das anteriores al fuego haban transcurrido como una fuga de tardos gritos de ahogado. Haba horas en los das en las que las nubes se ponan entre el sol y la roja polvareda, y los remolinos se calmaban, y los trinos de pjaro se silenciaban, confirindoles a las siestas un halo de difcil precisin; aqullas salan arrastrando sus chancletas, con sus sombrillas sedientas, estremecidas, que no las protegeran del polvo ni del calor, ni de la pena a la hora del rosario, la hora del Seor. En el espejo del bao, con un ojo o con el otro, Gabriel era el mismo, pero era otro. Cansado de mirarse fumar, cansado de rebullirse en su reflejo difuminado, deshizo con pereza la colilla, se enjuag la boca y se frot los dientes con el ndice; una tarde de escrutinio hasta el hartazgo en el espejo, pero se le esconda el quin sabe qu y no se encontraba. Estir la cadena y cerr la puerta. El seor de viento estaba inquieto y haca su msica, chocando una caracola contra la otra, un corazn de rbol contra una llave; para Gabriel no era posible determinar por qu caminos ese sonido le haca descubrir la analoga entre algunas tensiones que, de pronto, se desdoblaron ante l como fantasmas. Muy cierto, cuando pretenda razonar ciertas cuestiones, empezaba por destejer con soltura, pero se iba enredando de tal forma que terminaba zarandeado, incapaz de librarse del enredo; entonces era incontenible, peligroso se dira. Una redecilla que le comprima el pecho; sus brazos pegados al cuerpo y las manos agitadas y crispadas a las dos de la tarde que es cuando los nenes bien estn en sus casas, los pilluelos en la calle levantando polvareda bajo el sol y las viejas an sesteando. Encendi el estreo; ahora era esta msica, o el calor le herva la sangre-, porque los tmpanos estaban entumecidos; sin razones que explicaran o justificaran, Gabriel era una bomba reloj. Acaso la abstinencia, las abstinencias Sali. Se fue a molestar a las palomas y murcilagos de la plaza, a sentarse y cavilar; era ah con sus silbos y repiqueteos en la cajita de fsforos. El da del fuego, primero Miguel, despus Nelson y Csar se sumaron con sus chiflidos de taguato y de ynambu-tataupa. Si por lo menos haba otra cosa para hacer pens Gabriel en voz alta. Si por lo menos haba otra cosa Ahora eran ellos los de cabeza de pescado; cabezas confundidas, azoradas. Las cuatro manos levantaban cigarrillos, echaban humo y ceniza. La tarde, una mandarina tiendo el agua servida. Un tedio. All iba la procesin de sombrillas hacia la que haba sido la casa de Mara, su casa, su pido, su tambo. No haba otra cosa. Esa maana, Miguel haba terminado su cancin, y l estaba satisfecho. Pero ahora, ahora la siesta le asfixiaba y su cara, como las caras de sus amigos