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SUBSIDIO LITURGICO PARA PREPARAR EL TIEMPO DE CUARESMA 2013 En este año de la fe, la cuaresma “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al señor” CARTA APOSTÓLICA PORTA FIDEI pág: 11 1

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SUBSIDIO LITURGICO PARA PREPARAREL TIEMPO DE CUARESMA 2013

En este año de la fe, la cuaresma “es una invitación a una auténtica y renovada

conversión al señor” CARTA APOSTÓLICA PORTA FIDEI pág: 11

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Casa Pastoral: Ituzaingo 90- San Isidro- TE 4512-3851E-mail: [email protected] DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2013

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Creer en la caridad suscita caridad

«Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16) Queridos hermanos y hermanas:La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás. 1. La fe como respuesta al amor de DiosEn mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí,

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transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12). La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30). 3. El lazo indisoluble entre fe y caridadA la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista. La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8). En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás. A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante

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la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna. 4. Prioridad de la fe, primado de la caridad Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20). La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5). La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.

BENEDICTUS PP. XVI

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CUARESMA:

La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua.

La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que necesitamos vivir como hijos de Dios.

El color litúrgico de este tiempo es el morado que es símbolo de sencillez, humildad y penitencia. Es un color que invita al recogimiento, la austeridad, al arrepentimiento. En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, rezando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo. Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. 40 DÍAS

La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio.

La cuaresma ha servido además de marco a la preparación inmediata de los catecúmenos antes de recibir el bautismo en la noche santa de pascua. Es cierto que desde hace siglos no existe ya el catecumenado, tal como lo estructuró la antigua Iglesia romana, y han desaparecido los escrutinios y demás celebraciones prebautismales que existían en los primeros siglos. Sin embargo, el sello bautismal no ha desaparecido nunca de la cuaresma.

De una manera clarividente y precisa, el Concilio señaló, ya en la constitución Sacrosanctum Concilium (n. 109), la doble dimensión que caracteriza al tiempo de cuaresma: la bautismal y la penitencial. Al mismo tiempo, subrayó que se trata de un tiempo de preparación a la pascua en un clima de escucha atenta de la palabra de Dios y de oración incesante. De esta forma, el Concilio dejó claramente delimitadas las líneas de fuerza que confieren a la cuaresma.

De esta manera, la reforma conciliar ha restablecido la estructura de la cuaresma original y ofrece a la comunidad cristiana un marco adecuado para recorrer el camino que lleva a la pascua. Las solemnidades pascuales quedan situadas en el eje medular del año litúrgico y constituyen el punto de referencia tanto de la cuaresma como de la cincuentena pascual. El misterio pascual penetra de

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esta manera la totalidad de la vida cristiana y se convierte en el elemento dinamizador de toda la acción pastoral.

Durante la cuaresma se omite el canto del “Gloria” y del “Aleluya”. El “Aleluya”, que constituye expresión de fiesta y de júbilo, es el canto por excelencia de la Pascua, y no volverá a entonarse hasta la gran noche de la Vigilia Pascual. Sin embargo, es permitido cantar el “Gloria” en las dos solemnidades que entran dentro de la Cuaresma: la solemnidad de san José, esposo de la Virgen, el día 19 de marzo; y la solemnidad de la Anunciación del Señor, el 25 de marzo.

El sexto domingo de cuaresma se celebra el “Domingo de Ramos en la pasión del Señor”, donde se recuerda la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, pero, a la vez, se recuerda el sufrimiento de su pasión. Es el inicio de la Semana Santa, la cual tiene su coronación con la celebración del Triduo Pascual.

MIERCOLES DE CENIZA ¿Por qué miércoles? ¿Por qué ceniza?

¿POR QUÉ MIÉRCOLES?

Es miércoles porque los 40 días antes del Jueves Santo corresponde a un día miércoles.Es de cenizas porque en este día se realiza la imposición de las cenizas (que son obtenidos al quemar los olivos benditos el año anterior en el domingo de Ramos).

Son impuestas por un sacerdote o ministro en la frente con una señal de la cruz, con estas palabras "Recuerda que eres polvo y que en polvo te convertirás" o bien "Conviértete y cree en el Evangelio".

Nos recuerda que algún día vamos a morir o sea estamos llamado a otra vida. Nos recuerda que nuestro cuerpo mortal está de paso en esta vida porque está destinado a la Vida. Recibir la ceniza significa que nos reconocemos pecadores y queremos cambiar.

Nos está expresando la condición débil y caduca del hombre que nos lleva a una actitud de humildad. Por encima de nuestra condición frágil y pecadora (necesitada de arrepentimiento, penitencia y conversión) está la fuerza salvadora y sanadora de Cristo que vino "para que tengamos

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vida y la tengamos en abundancia", ya que Él no quiere la muerte del pecador sino que se "arrepienta y viva" porque El es la "Resurrección y la Vida".

En este Miércoles de Ceniza escucha la voz amorosa de Jesús que te dice: "No rechazaré a nadie que venga a MI".

¿POR QUÉ CENIZA?

Porque era una forma que en la antigüedad servía para reconocer que el hombre sin Dios era como polvo. Que el hombre sin Dios, al morir, se vuelve polvo y no resucita a la vida eterna (Cfr. Job 42, 6).

Las personas se ponían un sayal que era un vestido corriente, feo y molesto, y sobre su cabeza se ponían la ceniza para manifestar que estaban arrepentidos de sus pecados y harían penitencia por ellos (Cfr. Est 4, 1).

Sabiendo que el pecador arrepentido no está sólo pedían a Dios y a sus semejantes el perdón de sus ofensas y hacían constante oración. Toda la Iglesia oraba con ellos y por ellos para que durante la cuaresma pudieran cambiar a una vida mejor.

La ceniza es símbolo de conversión; no se trata de hacer simples actos de mortificación, sino de lograr un cambio radical de la existencia humana, de la opción fundamental que da sentido a la vida, de las actitudes. Se trata de una conversión con su doble vertiente inseparable: vertical hacia Dios y horizontal hacia el prójimo.

La recepción de la ceniza es un acto personal y voluntario. Esto significa el movimiento personal de la conversión que se realiza bajo la gracia y la misericordia de Dios.

La imposición de la ceniza es también un acto eclesial. Se recibe en una celebración comunitaria, junto con otros miembros de la Iglesia. Es también toda la Iglesia quien intensifica en este periodo su estado de conversión y purificación.

Significado simbólico de la Ceniza

La ceniza, del latín "cinis", es producto de la combustión de algo por el fuego. Muy fácilmente adquirió un sentido simbólico de muerte, caducidad, y en sentido trasladado, de humildad y penitencia. En Jonás 3,6 sirve, por ejemplo, para describir la conversión de los habitantes de Nínive.

Muchas veces se une al "polvo" de la tierra: "en verdad soy polvo y ceniza", dice Abraham en Gén. 18,27. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma (muchos lo entenderán mejor diciendo que es el que sigue al carnaval), realizamos el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente (fruto de la cremación de las palmas del año pasado). Se hace como respuesta a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio y puerta del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación a la Pascua. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros -el hombre viejo- para dar lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.

¿CÓMO VIVIR LA CUARESMA?

Hay tres maneras tradicionales y fundamentales que nos ayudan a vivir la Cuaresma: oración, ayuno y obras de caridad.

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LA ORACIÓN:

Ante todo, la vida de oración, condición indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, si el creyente ingresa en el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia penetre su corazón y, a semejanza de María, se abre la oración del Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (Lc 1,38).

Intensificando la escucha y la meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia al Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía.

EL AYUNO (SEGÚN JUAN PABLO II)

El abstenerse de la comida y la bebida tiene como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como 'actitud consumística". Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización y en particular de la civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al ser humano en orden a desarrollar las actividades crepitas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, al placer momentáneo, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor. El hombre de hoy debe ayunar, es decir, abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: no. No es la renuncia por la renuncia; sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo.

Sobre el ayuno dirán algunos padres de la Iglesia y santos: "No os contentéis con que ayune la boca: ayunen también los ojos, los oídos, los pies, las manos y todo vuestro cuerpo. (S. Juan Crisóst., Homil. 3, sent. 8, Tric. T. 6, p. 301.)"

"Para ayunar de modo que agradéis a Dios, es preciso ser benignos con vuestros criados, cariñosos con los extraños, caritativos con los pobres, levantaros temprano para ir a la Iglesia, dar gracias a Dios y pedirle perdón de vuestras culpas, implorar su misericordia por 1 pecados pasados, y su protección para evitarlos en adelante. (S. Ambrosio, Serm. 33, sent. 147, Tric. T. 4, p. 344.)"

El ayuno purifica el alma, eleva el espíritu, sujeta la carne al espíritu, da al corazón contrición y humildad, disipa las tinieblas de la concupiscencia, aplaca los ardores del placer y enciende la luz de la castidad (SAN AGUSTIN, Sermón 73).

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OBRAS DE CARIDAD ( DE BENEDICTO XVI)

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás.

¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» ( Rm. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás ( Mt 25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal ( Lc 12,21b; 1 Tm 6,18).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas

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obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua.

HISTORIA DEL CREDO NICENO-

CONSTANTINOPOLITANO

Poco después de que Roma adopte el cristianismo, que recién se convertirá legalmente en religión del Imperio bajo Teodosio en 380, convoca los grandes concilios ecuménicos para unificar la religión cristiana en su territorio.

Constantino, a partir del Edicto de Milán del 313 de nuestra era, interviene activamente en él convocando el concilio de Nicea el año 325 para superar la división que había creado las doctrinas de Arrio y conseguir una disciplina eclesiástica unitaria. El concilio de Nicea remite a la relación entre Padre e Hijo en su hondura y esencia intradivinas. El Hijo, que en Jesucristo se hizo carne u hombre, y que en

Jesucristo se encuentra, no es una primera creatura (no ha sido creado); más bien es el único engendrado/nacido (versión griega: engendrado; versión latina: nacido) del Padre.

El lugar de reunión de los 318 obispos que acudieron a la convocatoria, fue la sala principal del palacio imperial. Las sesiones del concilio estuvieron presididas por el mismo emperador o por su legado el obispo Osorio de Córdoba. Constantino presidía los debates e intervenía en ellos. Él confirió a los decretos del concilio validez de leyes de estado. Con esto abrió el camino a la “cristiandad” como compenetración, cada vez más estrecha de la Iglesia y el Estado.

El concilio de Constantinopla lo convoca Teodosio el año 381, aunque no en el palacio imperial sino en una iglesia. No preside las reuniones de los 150 obispos. Al terminar el concilio los padres conciliares escriben una carta a Teodosio para pedirle que ejecutara los cánones. El emperador promulgó un edicto el año 381 mismo en el que sacaba las consecuencias prácticas de los resultados conciliares para la legislación y la política del Imperio.

Puede afirmarse que los emperadores ejercieron un control directo sobre las asambleas episcopales y las luchas por la hegemonía de los grandes patriarcados. Los grandes concilios ecuménicos fueron convocados por los emperadores y presididos por ellos o por sus legados, e intervenían en las disputas si no es que las dirigían. Luego proclamaban como ley las resoluciones de los padres conciliares.

Vamos a referirnos únicamente al concilio de Nicea y al de Constantinopla, con alguna referencia al de Calcedonia.

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El concilio de Nicea lo provoca Arrio con su afirmación de que el Logos pertenecía a la categoría de lo creado. Rompe claramente con la doctrina de la coeternidad del Hijo con el Padre, porque ello supondría dos principios no engendrados, comprometiendo así de raíz la noción misma de la unicidad de Dios. El Hijo, según Arrio, es distinto del Padre absolutamente transcendente, no sólo en virtud de su hipóstasis, sino en cuanto a su naturaleza.

Contra la tesis arriana según la cual el Logos ha sido creado de la nada, y contra la afirmación de que el Hijo no comparte ninguna comunión ontológica con el Padre, el concilio afirmará el “homoousios”, que sostiene la misma esencia y la misma sustancia para el Padre y el Hijo.

El concilio, en contra de Arrio, afirma que el Logos es “Dios verdadero de Dios verdadero”, que el Hijo comparte el mismo ser del Padre y sostiene que no es equivalente “engendrado” que “creado”, que es, pues, “engendrado y no creado”.

Arrio sostenía que el Hijo no era eterno, porque antes de nacer, no era; que ha surgido de la nada.

El rechazo del arrianismo se apoya fundamentalmente en el término “homoousios”, que significa que el Hijo no tiene ninguna semejanza con las criaturas que fueron hechas, porque es consustancial al Padre. El término fue controvertido porque no es bíblico, es heleno, utilizado por Plotino, Porfirio y por Orígenes. Algunos dicen que el término lo introdujo el mismo Constantino. Desde Nicea “homoousios” se convierte en la bandera de la ortodoxia.

El concilio, con las afirmaciones antiarrianas declara con la mayor evidencia su intención doctrinal, y pretende crear un símbolo o compendio de las verdades esenciales profesadas por la Iglesia.

Teodosio I convoca el concilio de Constantinopla el año 381 para restaurar la disciplina eclesiástica y la unidad religiosa del Imperio sobre la base del concilio de Nicea. La controversia arriana se había extendido al Espíritu Santo y, como reacción, se extenderá también al Espíritu Santo el “homoousios”. Esta será la tarea del concilio de Constantinopla.

Además de los conflictos doctrinales, había también enfrentamientos por causa de la importancia eclesiástica y política de las grandes sedes patriarcales de oriente: Constantinopla, Alejandría y Antioquía.

La asamblea episcopal renovó su adhesión a Nicea y extendió el “homoousios” al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo que forman una sola divinidad, un solo poder y una sola sustancia, afirmando, a la vez, que son tres personas o hipóstasis.

El “símbolo niceno-constantinopolitano” es el credo más importante y conocido de la historia del cristianismo. Este concilio confirmó la fe católica y apostólica de Nicea y extirpó las herejías que habían surgido desde Nicea.

El símbolo niceno-constantinopolitano no fue concebido como un nuevo símbolo, sino como una nueva forma, complementada, del símbolo niceno. Entre ambos símbolos hay algunas diferencias, pero son de ampliación consecuente.

El sínodo de Constantinopla tiene también en cuenta a los gnósticos. Las primeras generaciones de gnósticos tienen una doctrina difícil de definir. Más tarde sus posiciones se fueron precisando.

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Los gnósticos separan a Dios, el abismo, de la creación. Dios es distinto del Creador, que es el Demiurgo. Para los gnósticos la carne es radicalmente corrupta y no tiene salvación. Esta es la mayor blasfemia, según Ireneo. Ireneo afirma que sin la carne real de Cristo no seríamos salvos ni resucitaríamos.

Teodosio II, el año 431 convoca el concilio de Éfeso. En él se declara el doble nacimiento de Cristo, de Dios Padre y de María y, por tanto, su doble consubstancialidad, con Dios y con el hombre; se reconocía que la encarnación se había producido de la unión de las dos naturalezas, sin que desapareciese la distinción entre ellas, y que precisamente en virtud de esa unión, María podía llamarse “Madre de Dios”.

En el año 451, un edicto promulgado por los emperadores de Oriente y Occidente, Marciano y Valentiniano III, convocó el nuevo concilio en Nicea. Marciano desplazó el lugar del concilio de Nicea a Calcedonia, en la orilla asiática del Bósforo, frente a Constantinopla. De esta forma podría él mismo asistir a los trabajos, como era su deseo y como le habían pedido los legados del papa.

Marciano confirió la presidencia del concilio a una comisión de funcionarios imperiales, compuesta por 19 miembros, que debían fijar el orden del día, vigilar el desarrollo de los trabajos e informarle a continuación de todo ello. La presencia de los comisarios muestra que la iniciativa de los debates conciliares estaba en gran parte en manos del emperador.

El concilio proclama que el único y mismo Señor nuestro Jesucristo es juntamente perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad. Esta unidad y distinción se expresa en el aparato conceptual de la metafísica antigua. Además del “homoousios” aparecen los conceptos de “naturaleza” (physis), “persona” (prosopon) e “hipóstasis” (hypostasis). Jesucristo debe ser reconocido en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, y la diversidad de las naturalezas, con sus respectivas propiedades, no desaparece después de la unión, sino que ambas concurren en una sola persona y en una sola hipóstasis.

El Dios-hombre no está partido o dividido en dos personas, sino que es uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo y Señor Jesucristo, como de antiguo nos enseñaron, acerca de él los profetas y el mismo Jesucristo, y nos lo ha transmitido el símbolo de los padres. Se evitan así los riesgos opuestos del nestorianismo y del monofisismo.

Veamos ahora el símbolo niceno-constantinopolitano, e intentemos analizarlo. En el “Credo” sólo se formulan las creencias que hay que profesar para poder ser bautizado e incorporarse a la Iglesia; no se dice prácticamente nada en relación al camino espiritual, ni cómo acceder a la experiencia espiritual, a la cualidad humana profunda.

Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.

Se afirma el monoteísmo cristiano de un solo Dios y Señor, de palabra poderosa que hace lo que dice, que es un Padre que todo lo puede.

Con sólo esta afirmación ya se ha asentado el principio jerárquico. Pero se sostiene que su señorío no es despótico, sino paternal.

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Es un Señor que con su palabra crea con ella el cielo y la tierra; y como que es su palabra poderosa la que da el ser, su creación es de la nada. Él es el creador de todo lo existente, sea visible o invisible.

Esta afirmación va en contra de los gnósticos que sostenían que el Padre era absolutamente transcendente y ajeno a la creación, que era obra de un Demiurgo.

Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Se profesa la creencia en Jesucristo, que es el Enviado por el Padre, que es su único Hijo, que procede del Padre antes de todos los siglos. Él es único el Enviado por la Autoridad suprema y es Señor, del mismo rango de Dios y es Dios; procede de Él, como su único Hijo, sin tiempo.

Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre; Ese único Señor enviado es Dios verdadero de Dios verdadero, Luz de Luz. Contra Arrio se afirma que es engendrado, pero no creado. Se distingue claramente la noción de “engendrado” de la noción de “creado” que Arrio identificaba.

Y se hace la gran afirmación, también contra Arrio, Jesucristo no es creado de la nada, ni comienza a existir, es eterno y de la misma naturaleza del Padre (homoousios).

por quien todas las cosas fueron hechas; Jesucristo es el Verbo poderoso de Dios por quien todas las cosas fueron hechas. El Enviado por el supremo Señor es su Hijo unigénito y su Verbo. Hasta aquí se cumple a la letra el paradigma mitológico autoritario aunque la investición semántica sea diferente.

que por nosotros los hombres, y por nuestra salvación descendió del cielo, El Enviado por el Padre, desciende de los cielos para restablecer a la humanidad, caída por la desobediencia de nuestros primeros padres. Viene a restablecernos en la sumisión y entrega, con espíritu filial, al Padre.

y por obra del Espíritu Santo se encarnó en María la Virgen, y se hizo hombre;Jesucristo es Hijo del Padre y de María la Virgen, por obra del Espíritu Santo. Se afirma la doble sustancialidad, humana y divina, sin mezcla en la unión. Aquí se entra ya en el terreno de la reflexión teológica para precisar la creencia frente a Nestorio.

y por nuestra causa fue crucificado en tiempos de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, El Enviado del Padre, su Hijo unigénito, consustancial al Padre, siendo divino y celeste, debe morir y ser enterrado para hacer, por voluntad del Padre, a la muerte fecunda. La muerte estéril es la que termina en pura muerte; la muerte fecunda es la que se transforma en vida, como los granos, que sólo cuando mueren, cuando son enterrados, dan fruto de vida.

Por tanto, el Enviado, que muriendo vence a la muerte estéril, vence también al Principio del mal y sus asociados.

En este símbolo no se habla de la bajada a los infiernos de Jesús, pero sí en otros.

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y resucitó al tercer día, según las Escrituras, La resurrección es la manifestación de que, en adelante, la muerte es fecunda, gracias a la pasión y muerte del dios que procede del ámbito supremo del Señor, dios supremo del Padre.

y su reino no tendrá fin.Jesucristo, el Hijo unigénito del Padre e hijo de María, no está en el orden de las criaturas que nacen y desaparecen. El credo afirma que su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, El concilio de Constantinopla extendió el “homoousios” al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, afirmando que forman una sola divinidad, un solo poder y una sola sustancia, pero en tres personas o hipóstasis.

La figura del Espíritu Santo quizás es la referencia más claramente iniciática del credo.

y que habló por los profetas.Él es el Espíritu Santo de los profetas y de todos los fieles.

Creo en la Iglesia que es Una, Santa, Universal y Apostólica. Se proclama que la Iglesia, que es el cuerpo misterioso de Cristo, es Una, Católica o Universal y que proviene de los primeros seguidores de Jesús, los Apóstoles.

El credo proclama la necesaria pertenencia y la sumisión a la Iglesia.

Reconozco que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Entre la multitud de bautismos que circulaban en el mismo ámbito que el primitivo cristianismo, el credo proclama que el único bautismo que perdona los pecados es el bautismo de la Iglesia, que se cree establecido por Jesús mismo.

Espero la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. Amén.Vencida la muerte por Jesucristo, muerto, resucitado y elevado a los cielos, la muerte ha perdido su aguijón. La muerte devolverá todas sus presas para entregarlas a una vida nueva, sin muerte, en el futuro.

AYUDA SOBRE ALGUNA CATEQUESIS MÁS PRACTICAS Y ESPIRITUALES SOBRE EL CREDO. Sugerimos que lo puedan trabajar, rezar y compartir en los equipos o proporcionar a las personas que asisten a las celebraciones a que se lleven a sus casas y lo puedan compartir con las familias.

PRIMER DOMINGO

Profundizando en el Credo

Con el inicio del tiempo de gracia de la Cuaresma queremos iniciar un “tiempo de reflexión y redescubrimiento de la fe”, ya que este Año de la fe se presenta como “una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor”. En este sendero buscamos profundizar sobre el Credo.

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Teniendo en cuenta que “redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar sobre el mismo acto con el que se cree, es un compromiso que todo creyente debe de hacer propio”.

Desde los primeros siglos la comunidad cristiana vio la necesidad de expresar sintéticamente todo aquello que creía. Los «credos», que se dominan igualmente «símbolos de la fe», surgieron en el ámbito de la catequesis bautismal. En ella se hacía entrega al candidato adulto al bautismo del «credo», de una síntesis breve de la fe de la Iglesia en la que iba a ser bautizado. En el momento del bautismo el catecúmeno repetía la profesión de fe ante la comunidad. La palabra «símbolo» procede del griego. Se usaba de forma generalizada para indicar una señal de reconocimiento y de identidad. Los miembros de la comunidad cristiana se reconocen mutuamente en la profesión de la fe apostólica. «Quien dice Yo creo, dice Yo me adhiero a lo que nosotros creemos».

Cada domingo al celebrar con los hermanos el memorial de la muerte y resurrección de Jesús, renovamos juntos nuestra profesión de fe. El Credo nos hace parte del pueblo de Dios. En el Credo nos encontramos y en el Credo nos reencontramos.

La fe es un don de Dios que ofrece a todos los hombres y mujeres. Dios se revela, se entrega, se hace accesible a todos los que lo buscan. Esta comunicación amorosa encuentra su palabra justa y definitiva en la vida de Jesús, en tu testimonio, en su predicación, en su muerte y resurrección. Él es la palabra de invitación y ofrecimiento que Dios dirige a cada ser humano desde dentro de la historia, de la experiencia humana, de los hechos concretos y cotidianos.

Proclamar, celebrar, compartir y vivir nuestra fe implica creer como y con Jesús. Creer para nosotros es creer en el Dios de Jesucristo: un Dios creíble por su gracia y su fidelidad. Nuestra fe es no por lo que pudiera tener de evidencia, sino por lo que tiene de ofrenda y adoración. Por lo que tiene de aceptación de un don. Creer es, entonces, asumir el Credo en nuestra vida y anunciar que Dios mismo con su gracia, es la posibilidad suprema de la vida humana y la máxima promesa de vida. Consecuentemente, creer es romper con todo lo “antihumano” que subsiste en cada uno de nosotros y romper con todo aquello que nos aleja del horizonte que Dios ha abierto en nosotros: la experiencia de la finitud, del valor, del sentido, del valor absoluto de las personas, de la belleza y del amor…

“… el credo contiene las ideas y los conocimientos, los conceptos y las visiones de la vida que subyacen a la espiritualidad cristiana. Las ideas cambiaron en su forma y su finalidad de una época

a otra, para adecuarse a los problemas y culturas de cada momento, sí; pero en su esencia persistió: hay un Dios; Jesús es el camino; el Espíritu Santo vive en cada uno de nosotros. Esos son los conceptos inamovibles, los principios que no cambian. (…)

La cuestión no radica en si el credo es o no creíble. El credo se ocupa del misterio de la vida, y su misterio es evidente. La cuestión es si el creo tiene o no tiene sentido para nosotros aquí y ahora”.

(En busca de la fe, J. Chittister)

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SEGUNDO DOMINGO Creer en Dios…

Creer en Dios implica una determinada manera de vivir: implica amar y respetar a las personas y a la naturaleza que son obra del único Dios. No se cree solo con la cabeza, sino que se ha de creer también con la vida. El místico Carlos de Foucauld lo expresó de manera definitiva al decir: “Desde el momento en que me di cuenta de quién era Dios, comprendí que ya solo podía vivir para Él”. Por eso creer es estar siempre a la expectativa de que este Dios inabarcable se nos vaya revelando en las muestras de su Presencia Amorosa que van apareciendo en nuestra historia y en nuestras vidas.

Cuando el Credo habla de Dios Padre Todopoderoso no quiere referirse a Dios como si de un Padre prepotente se tratara, sino como Padre amoroso, origen de la vida del sus hijos e hijas. Él es la fuente de nuestra existencia, y Él tiene la capacidad para conducirla hacia delante y darle pleno sentido. Es así como es Padre Todopoderoso: Todopoderoso en el amor y en la donación de vida. Solamente si Dios es Padre/Madre podemos verdaderamente “creer”, es decir, confiarnos plenamente a Él. El mensaje de la paternidad/maternidad de Dios abre ante nosotros las posibilidades de:

Vivir ante Dios en actitud de niños: “Yo les aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él” (Mc 10, 15).

Confiar ante el futuro incierto, apoyado en el cuidado de Dios: “No se preocupen del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio agobio” (Mt 6, 34).

Vivir como hermanos con los demás, pues Dios es Padre/Madre de todos: “ustedes son todos hermanos... uno solo es vuestro Padre: el del cielo” (Mt 23, 8-9).

Cuando expresamos nuestra fe en el único Dios creador, afirmamos al mismo tiempo la presencia de Dios en el mundo, presencia igualmente permanente que el gesto creador. Presencia también escondida, que escapa a los sentidos, pero no a la fe. Creer “en Dios Padre Todopoderoso Creador del Cielo y de la Tierra” es una decisión existencial: una cuestión de confianza razonable. Es creer que el mundo y el hombre tienen en Dios su sentido último y que ni el azar, ni la suerte, ni el absurdo son la explicación de la existencia. Es creer que Dios Padre crea libremente, única y exclusivamente, por amor porque es bueno. Y en la creación Dios crea al hombre/mujer como las criaturas principales: a imagen y semejanza suya y libres. Dios al hacerse hombre, al hacerse carne, se hace criatura. Es el culmen. No cabe en Dios más compromiso con la propia creación.

Tener fe en el Dios Padre/Madre, Creador implica creer que Dios tiene fe en nosotros. Nos ama tanto que asume correr el riesgo que le rechacemos. La historia de Jesús -Dios puesto al alcance de los seres humanos-, mostrará hasta que punto el amor puede ser audaz.

“Decir creo en Dios determina el resto de nuestra vida. Creo en Dios puede ser la afirmación con más capacidad de desarrollo de todo el léxico humano. Decir creo en Dios significa que me comprometo a hacer de Dios una presencia que ocupe el centro de mi corazón, en lo cotidiano de mis días, en los pozos de mi lucha. Descubrir el camino que Dios labra en cada una de ellas es el viaje espiritual de una vida…”. (En busca de la fe, J. Chittister)

TERCER DOMINGO:

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Creo en Jesús el Cristo…

Creer en Jesús el Cristo nos pone de cara a la contemplación del hecho más profundo, maravilloso y decisivo de Dios para con cada uno de nosotros: la encarnación redentora de su Hijo, hermano nuestro. De este modo, “la fe cristiana no es un sentimiento vacío, sino respuesta a una Palabra que se hace Vida en el encuentro con Jesucristo”.

La encarnación supone, pues, la radical transformación de nuestras expectativas sobre Dios: nos hace pasar de la idea del Dios Todopoderoso a la idea del Dios Todo-amor, Todo-solidaridad. Creer en la encarnación es aceptar el cambio radical de valores que esto supone; y aceptar que, si queremos seguir a Jesús, hemos de hacer del amor solidario el primer valor de nuestra vida. Así, la encarnación de Dios funda la más intensa y extensa expansión de la caridad y nos invita, como Dios la hace con cada uno de nosotros, a: recibir, compadecerse y compartir…

Cristo, al “descender” a la condición humana, se metió en medio de las contradicciones humanas. Si queremos ser sus seguidores, también nosotros hemos de “descender” a la verdadera condición humana y nos hemos de hacer hombres/mujeres tal y como Dios los quiere. Se habla a menudo de una “espiritualidad de encarnación”, o de una “opción por los pobres”. Seamos conscientes de lo que esto conlleva. Para nosotros implica “descender”, sencillamente “hacerse hombre/ mujer” a imagen de Aquél que, siendo Dios verdadero, “se abajó” y se hizo hombre sencillo y pobre, acogedor de todos, solidario con todos, anulador de las falsas diferencias que establecemos entre nosotros. Pero esta encarnación, este hacerse humano con los humanos y para todos los humanos, conduce inevitablemente a la cruz.

El misterio de la Encarnación contiene en sí mismo una riqueza insondable. Desborda toda nuestra posibilidad de captación por su inmensidad, Dios que siendo tanto se hizo poco: ser humano. Se hizo carne para que pudiéramos hacernos Dios. Se hace tiempo para que nosotros podamos ser eternidad. Al resucitar Jesucristo, todos los misterios de su vida han sido eternizados. Por ende, la Encarnación. Ésta se hace actualidad en el hoy de la Iglesia. Ella continúa en su humanidad para que Dios actualice constantemente el hacerse carne, por el Espíritu. Para que podamos decir: “La Palabra se hizo carne y habita entre nosotros”. Habita, con todo el peso que implica el presente. Actualidad concreta del misterio de la Encarnación. Hoy en el aquí y ahora, se manifiesta el Hijo de Dios, Jesús el Cristo.

“Más que profesar las formulaciones teológicas subyacentes, el credo apela al Jesús de los leprosos y las mujeres, de los pobres y los necesitados, de los enfermos y los pecadores; y al hacerlo nos pide que reconozcamos la marca de nuestras vidas. El credo nos recuerda al que Jesús, que al poner las manos sobre los necesitados, las pone sobre nosotros y nos pide que hagamos lo mismo con el hermano negro, con la mujer despreciada, con el pobre que acude en busca de pan, aceptación y resurrección del espíritu (…) El credo nos pide que comprendamos que Jesús está ante nosotros como la más clara, nítida y perfecta imagen que tenemos del rostro de Dios”. (En busca de la fe, J. Chittister)

CUARTO DOMINGO Creo en el Espíritu Santo…

Decía san Agustín, refiriéndose al Espíritu Santo: “Él habita en lo más profundo de nosotros, al punto de estar más cerca de nosotros, más íntimo a nosotros que nosotros mismos”. En la Sagrada Escritura, el Espíritu Santo es llamado con distintos nombres: Don, Señor, Espíritu de Dios, Espíritu

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de Verdad y Paráclito, entre otros. Cada una de estas palabras nos indica algo de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad.

La Ruah de Dios, su Espíritu, nos dinamiza continuamente y nos inspira. Estar inspirados por la vida de Dios en el Espíritu Santo no es extraordinario, es el modo ordinario con el que Dios busca vincularse con nosotros. Hay que aprender a vivir extraordinariamente lo de todos los días. O dicho de otra manera, hay que aprender a vivir de manera normal el modo extraordinario que Dios tiene de vincularse con nosotros. Pablo lo da a entender cuando dice en la Carta a los Romanos: “Todos los que son guiados por el Espíritu Santo viven como hijos de Dios. Si vivimos según el Espíritu, caminemos también en la vida en el Espíritu”. Aprender a vivir desde esta perspectiva, sin estridencias, sin sorpresas, verdaderamente siempre estando gratamente guiados por la presencia de aquél que interiormente quiere guiar y sostener nuestra vida.

Nuestro tiempo, necesita y siente una impresionante necesidad del Espíritu Santo. Es Él quien suscita una vida más humana, una vida que esté a tono con la dignidad del hombre como imagen de Dios que es. Todos nosotros deseamos y queremos ser hijos de Dios, esto es lo que la creación espera. Podemos serlo, pues en el Bautismo, el Señor nos hizo hijos de Dios. Toda la creación y la historia esperan hombres y mujeres que sean de verdad hijos de Dios y que al mismo tiempo actúen en consecuencia con lo que son. El Espíritu Santo sale a nuestro encuentro a través de la creación y de la Belleza. El Espíritu viene en nuestra ayuda, ha entrado en la historia. En Jesucristo, Dios mismo se hizo Hombre y en Él hemos podido contemplar su intimidad, en la que vemos que en Él existe un Yo y un Tú, es todo un acontecimiento de amor.

Creer en el Espíritu Santo es estar convencidos de que él va a renovar permanentemente nuestra vida, haciendo que de nuestro interior broten “ríos de agua viva”. Es creer que en nosotros también es posible vivir un continuo Pentecostés, pues el Espíritu de Dios es ese “viento huracanado” que no nos deja conformarnos, instalarnos, estancarnos en lo poco o mucho que hayamos alcanzado. Es un vendaval que anima y sostiene no sólo nuestras vidas desde un punto de vista individual, sino también nuestras comunidades y la Iglesia entera. Por ello es que nos dirigimos al Padre diciéndole: “Envía tu Espíritu Señor, y renueva la faz de la tierra”.

“El Espíritu Santo, presencia vigorizadora de Dios en medio de nosotros, fuerza vital que nos lleva más allá de nosotros mismos, que nos susurra que busquemos dentro, que hace viva la vida con una finalidad no vista, pero sentida profunda, consciente e insistentemente incluso en medio del caos, incluso al borde de la desesperación, proclama en nosotros la verdad de que somos más de lo que parecemos ser. (…) El Espíritu Santo lo llena todo de vida, nos introduce en el misterio que es Dios, nos recuerda el modelo que es Jesús, nos lleva a la plenitud de nosotros mismos”. (En busca de la fe, J. Chittister)

QUINTO DOMINGO (LO ENTREGAREMOS MAS ADELANTE)

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AYUDA PARA PROFUNDIZAR Y REZAR CON CADA EVANGELIO DE LOS DOMINGOS DE CUARESMA

PRIMER DOMINGO 17 DE FEBRERO- CICLO C

LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO (LC 4,1-13)

“Jesús, lleno del Espíritu Santo, regresó de las orillas del Jordán y fue conducido por el Espíritu al desierto, donde fue tentado por el demonio durante cuarenta días”.

Los relatos del Evangelio son contados por testigos, pero esta escena es atípica: ¿Quién lo presenció? ¿Quién lo escuchó?

Todos o casi todos nosotros, cediendo al influjo de nuestra civilización, no creemos en el Diablo. Y así no solo somos incapaces de oír la voz de Dios en el trueno y así a fuerza de inteligencia resistimos toda creencia y negamos la realidad más tangible: la que está dentro de nosotros mismos. Como en este

Evangelio habla el Diablo, los muy inteligentes lo tildarán de ingenuo, pero en los Evangelios no hay nada ingenuo, superfluo. El Diablo es el pecado, el mal, la destrucción y está dentro de nosotros. De suerte que nuestro propio diablo, nuestro tentador somos nosotros mismos.

Si Jesús es hombre, además de ser Hijo de Dios, también tendrá un diablo ligado a sí, no sería hombre sin ello. Pero Él no es un hombre cualquiera, sino Hombre íntegro. Por eso el Hijo de Dios es tentado, porque si no hubiera sido tentado su perfección carecería de sentido, pues hubiese vivido una humanidad falsificada.

¿Cuáles son las tres tentaciones que enumeran los Evangelistas y qué significan? ¿Y por qué suceden inmediatamente luego del Bautismo?

En su Bautismo Jesús no se purifica del pecado sino que asume sobre sí los pecados ajenos. Por otro lado las tentaciones se presentan combinadas con un ayuno de cuarenta días. Jesús se retira para entregarse a la “ascesis”. O sea el “ejercicio” que tiene por objeto el conocimiento de sí mismo.

El número cuarenta tiene, al igual que todo número que aparece en los Evangelios, un significado simbólico: Cuarenta representa la naturaleza. Se divide en cuatro decenas cada una de ellas representa un reino de la naturaleza: mineral, vegetal, animal y espiritual.

1) El hambre: “Si tú eres el Hijo de Dios, manada a esta piedra que se convierta en pan”. El Diablo pide que Jesús haga un milagro (“signo” es la palabra latina) que le sea útil y Jesús nunca acepto realizar un milagro para su propio beneficio. Jesús no cae en la trampa en la que sucumbe el mundo actual: el hacer milagros útiles, el sentido del milagro es otro y eso explica la palabra de Jesús: “el hombre no vive solamente de pan”. Jesús no acudirá a las piedras para alimentarse, sino que se dará Él mismo como alimento a los hombres y este es el verdadero sentido del milagro.

2) El poder: “Te daré todo este poder y el esplendor de estos reinos…Si te postras delante de mí…” Jesús, el Cristo, es Rey. El rey es el hombre que representa el Espíritu, la Fuerza de la

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Ley, el Juicio y la Gracias, la majestad, la paternidad. De allí que todos los gobernantes del mundo antiguo se dijeran hijos de los dioses. Jesús nos enseña que la salvación no viene a través de la fuerza, el poder o la riqueza; sino que viene de Aquél cuya fuerza es el Amor y su ley es Libertad. Quienes aceptan prosternarse ante Satanás, aceptan el compromiso de violencia y mentira en que ningún régimen político se sostiene. Jesús nació pobre, permaneció pobre y murió como el más pobre de los hombres, cuando quisieron exaltarlo huyó y la única corona que acepto fue una corona de espinas.

3) La caída: “Sí tu eres el Hijo Dios, tírate de aquí… Él dará órdenes a sus ángeles…”Este es la tentación de las tentaciones, la que resume todas las tentaciones. El Diablo dice, puedes caer, puedes pecar y como eres Dios puedes hacer que el mal no sea mal. Y Jesús responde: “No tentarás al Señor, tu Dios”. No se puede tentar a Dios en el sentido de inducirlo al pecado, pero sí se puede intentarlo, tenderle una trampa. Todo acto religioso constituye un pacto entre Dios y el hombre, existiendo entre ambas partes un abismo inconmensurable. Pero si Jesús es el Hijo de Dios ese pacto es mucho más firme, más indiscutible. Existe pues un poder más grande que en cualquier otro hombre de utilizar ese vínculo con Dios en cualquier sentido. Pero Jesús con su respuesta corta toda posibilidad de emplear ese vínculo de forma negativa. Y con esto se pone fin a las tentaciones.

Pero el Evangelista agrega: “El demonio se alejó de él hasta el momento oportuno”. ¿Por qué? La sabiduría de la Iglesia nos da una respuesta a este problema. Cuándo sitúa la liturgia este momento, antes de su Pasión. En el Getsemaní, en el sudor de sangre que se transforma en súplica: “Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz…” Es el momento de las tinieblas, de la angustia. Es la realización de todos los males, de todos los pecados, de todos los sufrimientos que el Hijo del Hombre ha tomado sobre sí. ¿Es, acaso, el temor a que todo sea en vano? Y no es esto una forma tentación.

Jesús una vez más saldrá vencedor: “Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”

REFLEXIÓN DE JOSÉ A. PAGOLA

IDENTIFICAR LAS TENTACIONES

Según los evangelios, las tentaciones experimentadas por Jesús no son propiamente de orden moral. Son planteamientos en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión. Por eso, su reacción nos sirve de modelo para nuestro comportamiento moral, pero, sobre todo, nos alerta para no desviarnos de la misión que Jesús ha confiado a sus seguidores.

Antes que nada, sus tentaciones nos ayudan a identificar con más lucidez y responsabilidad las que puede experimentar hoy su Iglesia y quienes la formamos. ¿Cómo seremos una Iglesia fiel a Jesús si no somos conscientes de las tentaciones más peligrosas que nos pueden desviar hoy de su proyecto y estilo de vida?

En la primera tentación, Jesús renuncia a utilizar a Dios para «convertir» las piedras en panes y saciar así su hambre. No seguirá ese camino. No vivirá buscando su propio interés. No utilizará al Padre de manera egoísta. Se alimentará de la Palabra viva de Dios. Sólo «multiplicará » los panes para alimentar el hambre de la gente.

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Ésta es probablemente la tentación más grave de los cristianos de los países ricos: utilizar la religión para completar nuestro bienestar material, tranquilizar nuestras conciencias y vaciar nuestro cristianismo de compasión, viviendo sordos a la voz de Dios que nos sigue gritando ¿dónde están vuestros hermanos?

En la segunda tentación, Jesús renuncia a obtener «poder y gloria» a condición de someterse como todos los poderosos a los abusos, mentiras e injusticias en que se apoya el poder inspirado por el «diablo». El reino de Dios no se impone, se ofrece con amor. Sólo adorará al Dios de los pobres, débiles e indefensos.

En estos tiempos de pérdida de poder social es tentador para la Iglesia tratar de recuperar el «poder y la gloria» de otros tiempos pretendiendo incluso un poder absoluto sobre la sociedad. Estamos perdiendo una oportunidad histórica para entrar por un camino nuevo de servicio humilde y de acompañamiento fraterno al hombre y a la mujer de hoy, tan necesitados de amor y de esperanza.En la tercera tentación, Jesús renuncia a cumplir su misión recurriendo al éxito fácil y la ostentación. No será un mesías triunfalista. Nunca pondrá a Dios al servicio de su vanagloria. Estará entre los suyos como el que sirve.

Siempre será tentador para algunos utilizar el espacio religioso para buscar reputación, renombre y prestigio. Pocas cosas son más ridículas en el seguimiento a Jesús que la ostentación y la búsqueda de honores. Hacen daño a la Iglesia y la vacían de verdad.

REFLEXIÓN DE JOSÉ ALDAZABAL: “ENSÉÑAME TUS CAMINOS”

Deuteronomio 26, 4-10.

Profesión de fe del pueblo escogido

En la serie de pasajes de la historia de la salvación que recordamos este año en las primeras lecturas, leemos hoy la "profesión histórica de fe" que propone Moisés a su pueblo cuando van a ofrecer las primicias ante el altar del Señor. La profesión de fe no es una lista de "verdades a creer" o de "deberes a cumplir", sino una "historia a recordar y por la que dar gracias". La salvación de Dios se ha hecho historia: "mi padre fue un arameo errante que bajó a Egipto... el Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte... y nos dio esta tierra". Los israelitas ofrecen las primicias de los frutos del campo precisamente por esto: porque Dios les concedió esta tierra que ahora habitan y trabajan. El salmo parece también como un resumen de la historia de Israel: "Acompáñame, Señor, en la tribulación".

El salmista llama a Dios "refugio mío, alcázar mío", y pone en sus labios unas palabras que garantizan la seguridad de su pueblo: "se puso junto a mí: lo libraré... me invocará y lo escucharé".

Romanos 10, 8-13.

Profesión de fe del que cree en Jesucristo

El pasaje que escuchamos hoy de la carta de Pablo a los cristianos de Roma parece un eco a la "profesión de fe" del pueblo de Israel. Una profesión de fe que ahora tiene, como es natural, a Cristo como centro: "si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás". El resumen de este "credo" es: "Jesús es el Señor". Pablo valora las dos cosas: los labios que profesan y el corazón que cree. Si se da eso, confesión de boca y

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fe de corazón, alcanza a todos la salvación de Dios. No importa que sean judíos o griegos: "todo el que invoca el nombre del Señor se salvará".

Lucas 4,1-13.

El Espíritu lo fue llevando por el desierto mientras era tentado

Este año las tentaciones de Jesús en el desierto las escuchamos tal como nos las cuenta el evangelista del año, Lucas. Después del Bautismo en el Jordán, Jesús se retira al desierto, "guiado por el Espíritu", y allí está en ayunas cuarenta días. En ese momento le vienen de parte del demonio las famosas tentaciones, que se pueden considerar el símbolo de toda una vida de Jesús dedicada a la lucha contra el mal, y también como un resumen de las tentaciones que el pueblo de Israel experimentó en su travesía del desierto, a lo largo de cuarenta años.

Son tentaciones que le quieren hacer interpretar en provecho propio su condición mesiánica y de filiación divina: "si eres Hijo de Dios...". La primera: "dile a esta piedra que se convierta en pan". La segunda; "todo esto te daré si te arrodillas ante mí". La tercera, desde lo más alto del Templo: "tírate de aquí abajo y los ángeles cuidarán de ti". De todas sale vencedor Jesús. Lucas dice que el diablo le dejó hasta otra ocasión.

Con la Cuaresma ya inauguramos la Pascua

La Cuaresma no es un tiempo aislado: está íntimamente unido a la Pascua, a la Cincuentena Pascual. Los 40 días de la preparación y los 50 de la celebración forman esos 90 días de "tiempo fuerte" en que acompañamos a Cristo en su camino a la Cruz, hacia la Vida Nueva y el envío de su Espíritu. Los textos de estos días van repitiendo la idea de que ya iniciamos la Pascua. La Eucaristía de hoy "inaugura el camino hacia la Pascua" (oración sobre las ofrendas); si vencemos con Cristo las tentaciones y el pecado, "celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba" (prefacio); al celebrar la transfiguración del Señor, expresamos la convicción de "que la pasión es el camino de la resurrección" (prefacio domingo II); la Eucaristía "nos prepara a celebrar dignamente las fiestas pascuales" (oración sobre las ofrendas, domingo II); a medida que pasan los días de la Cuaresma, pedimos a Dios que "vaya creciendo en intensidad nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio pascual" (oración colecta del jueves III).

"Concedes, año tras año, con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua" (prefacio I), ahora que "en nuestro itinerario hacia la luz pascual, seguimos los pasos de Cristo" (prefacio V).

Pascua tiene un sentido dinámico: significa "paso, tránsito". Para Israel, Pascua fue el "paso" desde la esclavitud a la libertad, a través del Mar Rojo y el desierto. Para Cristo, Pascua fue su "paso" a través de la muerte y la sepultura a la vida nueva de Resucitado. Para nosotros, Pascua es –debería ser, cada año- el "paso" de lo viejo a lo nuevo, del pecado a la gracia. Cuaresma es algo más que un período de ascesis y penitencia. Es un "sacramento". Es lo que los textos (latinos) de estos días llaman "sacramento de la Pascua".

Decir que la Cuaresma es "sacramento" es decir que son cuarenta días de gracia, no sólo cuarenta días de pedagogía espiritual.

El desierto: las tentaciones de Jesús y las nuestras

Jesús nos invita a ir con él al desierto: a entrar dentro de nosotros mismos, a luchar contra las tentaciones y a encontrarnos con Dios. Para animarnos en este camino de desierto que es a veces nuestra vida encontramos hoy esta página tan estimulante de las tentaciones de Jesús.

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SEGUNDO DOMINGO - 24 DE FEBRERO- CICLO C

LA TRANSFIGURACIÓN: LC 9.28-36

“JESÚS TOMÓ A PEDRO, JUAN Y SANTIAGO Y SUBIÓ A LA MONTAÑA

PARA ORAR”

La Transfiguración de Cristo representa uno de los acontecimientos centrales en su vida. Inmediatamente después de que el Señor fue reconocido por sus apóstoles como “el Cristo (Mesías)”, “el Hijo del Dios viviente”, les dijo que “era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y

resucitar al tercer día.” (Mateo 16,21) La reacción de los apóstoles a este anuncio de Cristo acerca de su próxima pasión y muerte fue de indignación. Y luego, después de reprocharles, el Señor tomó a Pedro, a Santiago y a Juan “aparte a un monte Alto”, de acuerdo a la tradición el Monte de Tabor, y “se transfiguró delante de ellos.”

Entre los judíos la fiesta de las Tiendas era una celebración de la morada de Dios con los seres humanos, y la transfiguración de Cristo revela que Dios “habita” en el Mesías y se manifiesta por él, hombre de carne y huesos. No hay dudas de que la transfiguración de Cristo sucedió en el tiempo de la Fiesta de las Tiendas, y que la celebración del acontecimiento en la Iglesia Cristiana llegó a ser el cumplimiento neotestamentario de esta fiesta del Antiguo Testamento, de manera muy similar a las fiestas de la Pascua y Pentecostés.

En la Transfiguración, los apóstoles se dieron cuenta que en Cristo verdaderamente “habita corporalmente toda la plenitud de la Divinidad”, que “agradó al Padre que en él habitase toda plenitud” (Colosenses 1,19; 2,9). Jesús les permite ver todo esto antes de la Crucifixión, a fin de que ellos sepan quién es el que sufrirá por ellos, y qué es lo que Él, que es Dios, ha preparado para aquellos que le aman.

Además del significado fundamental que el acontecimiento de la Transfiguración posee dentro del contexto de la vida y misión de Cristo, del tema de la gloria de Dios que es revelada en todo su esplendor en el rostro de Cristo el Salvador, la presencia de Moisés y Elías es también de gran importancia para la comprensión de este texto.

Moisés y Elías, no son solamente las más grandes figuras del Antiguo Testamento que vienen ahora para adorar al Hijo de Dios en gloria, ni tampoco son meramente dos de los varones santos a quienes Dios se reveló en las teofanías prefigurativas de la Antigua Alianza de Israel. Estas dos figuras en verdad representan el Antiguo Testamento mismo: Moisés representa a la Ley, y Elías a los Profetas. Y Cristo es el cumplimiento de la Ley y de los Profetas.

Ellos también representan a los vivos y a los muertos, pues Moisés falleció, mientras Elías fue llevado al cielo vivo para aparecer nuevamente a anunciar el tiempo de la salvación de Dios en Cristo.

Entonces, apareciendo junto a Jesús en el Monte de la Transfiguración, Moisés y Elías confirman que el Mesías-Salvador está aquí, y que Él es el Hijo de Dios de quien el Padre mismo da testimonio, el Señor de la Creación, del Antiguo Testamento y del Nuevo, de los vivos y de los

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muertos. La Transfiguración de Cristo en sí es el cumplimiento de todas las teofanías y manifestaciones de Dios, una consumación perfeccionada y completada en la persona de Jesucristo.

El recuerdo de aquellos momentos junto al Señor en el Tabor fueron sin duda de gran ayuda en tantas circunstancias difíciles y dolorosas de la vida de los tres discípulos. San Pedro lo recordará hasta el final de sus días. En una de sus Cartas, dirigida a los primeros cristianos para confortarlos en un momento de dura persecución, afirma que ellos, los Apóstoles, no han dado a conocer a Jesucristo siguiendo fábulas llenas de ingenio, sino porque hemos sido testigos oculares de su majestad. En efecto Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la sublime gloria le dirigió esta voz: Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis complacencias. Y esta voz, venida del cielo, la oímos nosotros estando con Él en el monte santo (2 Pdr 1, 16-18). El Señor, momentáneamente, dejó entrever su divinidad, y los discípulos quedaron fuera de sí, llenos de una inmensa dicha, que llevarían en su alma toda la vida. “La transfiguración les revela a un Cristo que no se descubría en la vida de cada día. Está ante ellos como Alguien en quien se cumple la Alianza Antigua, y, sobre todo, como el Hijo elegido del Eterno Padre al que es preciso prestar fe absoluta y obediencia total” (Juan Pablo II, Homilía 27-II-1983), al que debemos buscar todos los días de nuestra existencia aquí en la tierra.

La Transfiguración de Jesús no sólo fue un signo y anticipo de la glorificación de Cristo, sino también de la nuestra, pues, como nos enseña San Pablo, el Espíritu da testimonio junto con nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos también herederos: herederos de Dios, coherederos de Cristo; con tal que padezcamos con Él, para ser con Él también glorificados (Rom 8, 16-17). En este pasaje del Evangelio se nos revela nuestro propio destino como cristianos, el destino final de todos los seres humanos y de la creación entera, el de la transformación radical del ser y su glorificación por el majestuoso esplendor de Dios.

Dice el Apóstol: Porque estoy convencido de que los padecimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria futura que se ha de manifestar en nosotros (Rom 8, 18). Cualquier pequeño o gran sufrimiento que padezcamos por Cristo nada es si se mide con lo que nos espera. El Señor bendice con la Cruz, y especialmente cuando tiene dispuesto conceder bienes muy grandes. Si en alguna ocasión nos hace gustar con más intensidad su Cruz, es señal de que nos considera hijos predilectos. Pueden llegar el dolor físico, humillaciones, fracasos, contradicciones familiares... No es el momento entonces de quedarnos tristes, sino de acudir al Señor y experimentar su amor paternal y su consuelo. Nunca nos faltará su ayuda para convertir esos aparentes males en grandes bienes para nuestra alma y para toda la Iglesia. “No se lleva ya una cruz cualquiera, se descubre la Cruz de Cristo, con el consuelo de que se encarga el Redentor de soportar el peso” (J. Escrivá de Balaguer, “Amigos de Dios”). Él es, Amigo inseparable, quien lleva lo duro y lo difícil. Sin Él cualquier peso nos agobia.

Si nos mantenemos siempre cerca de Jesús, nada nos hará verdaderamente daño: ni la ruina económica, ni la cárcel, ni la enfermedad grave..., mucho menos las pequeñas contradicciones diarias que tienden a quitarnos la paz si no estamos alerta. El mismo San Pedro lo recordaba a los primeros cristianos: ¿quién os hará daño, si no pensáis más que en obrar bien? Pero si sucede que padecéis algo por amor a la justicia, sois bienaventurados (1Pdr 3, 13-14).

Fuente:

Texto de la Iglesia Ortodoxa para La Fiesta de La Transfiguración

“Hablar con Dios”, De Francisco Fernández-Carvajal

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REFLEXIÓN DE JOSÉ A.PAGOLA

ESCUCHAR SOLO A JESÚS

La escena es considerada tradicionalmente como "la transfiguración de Jesús". No es posible reconstruir con certeza la experiencia que dio origen a este sorprendente relato. Sólo sabemos que los evangelistas le dan gran importancia pues, según su relato, es una experiencia que deja entrever algo de la verdadera identidad de Jesús.

En un primer momento, el relato destaca la transformación de su rostro y, aunque vienen a conversar con él Moisés y Elías, tal vez como representantes de la ley y los profetas respectivamente, sólo el rostro de Jesús permanece transfigurado y resplandeciente en el centro de la escena.

Al parecer, los discípulos no captan el contenido profundo de lo que están viviendo, pues Pedro dice a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Coloca a Jesús en el mismo plano y al mismo nivel que a los dos grandes personajes bíblicos. A cada uno su tienda. Jesús no ocupa todavía un lugar central y absoluto en su corazón. La voz de Dios le va a corregir, revelando la verdadera identidad de Jesús: «Éste es mi Hijo, el escogido», el que tiene el rostro transfigurado. No ha de ser confundido con los de Moisés o Elías, que están apagados. «Escuchadle a él». A nadie más. Su Palabra es la única decisiva. Las demás nos han de llevar hasta él.

Es urgente recuperar en la Iglesia actual la importancia decisiva que tuvo en sus comienzos la experiencia de escuchar en el seno de las comunidades cristianas el relato de Jesús recogido en los evangelios. Estos cuatro escritos constituyen para los cristianos una obra única que no hemos de equiparar al resto de los libros bíblicos. Hay algo que sólo en ellos podemos encontrar: el impacto causado por Jesús a los primeros que se sintieron atraídos por él y le siguieron. Los evangelios no son libros didácticos que exponen doctrina académica sobre Jesús. Tampoco biografías redactadas para informar con detalle sobre su trayectoria histórica. Son "relatos de conversión" que invitan al cambio, al seguimiento a Jesús y a la identificación con su proyecto.

Por eso piden ser escuchados en actitud de conversión. Y en esa actitud han de ser leídos, predicados, meditados y guardados en el corazón de cada creyente y de cada comunidad. Una comunidad cristiana que sabe escuchar cada domingo el relato evangélico de Jesús en actitud de conversión, comienza a transformarse. No tiene la Iglesia un potencial más vigoroso de renovación que el que se encierra en estos cuatro pequeños libros.

TERCER DOMINGO 3ER. DOMINGO DE CUARESMA- 4 DE MARZO- CICLO C

LA HIGUERA ESTÉRIL: LC 13,1-9

Por el comentario de Jesús se deduce que lo que a Lucas le interesa es la lectura religiosa del hecho; existía entonces, en efecto, la creencia generalizada de que determinadas desgracias personales eran consecuencia de un pecado precedente; por ello, Jesús afirma que esos galileos no son más pecadores que los otros, para añadir: “Si no os convertís, todos

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pereceréis lo mismo”. Esto último es lo que a Jesús le interesa, el problema no está en los muertos; el problema está en los vivos, que creen que el asunto no les atañe.

El texto concluye con la parábola gráfica de la higuera que no da fruto, pero que no se arranca en la confianza de que lo dará. La parábola desempeña un doble papel, crítico y esperanzador; a su vez, ilumina el sentido de la conversión, que no es sólo ruptura con algo mal hecho, sino también realización de algo nuevo y diferente. El término que usa Lucas es la palabra griega “metanoia” que implica un dar vuelta, un cambio total de rumbo. La parábola refuerza la advertencia sobre la conversión; los galileos y los de la torre, no murieron porque fueran más pecadores que los demás; toda muerte repentina nos interpela, tenemos un tiempo para nuestra vida y debemos aprovecharlo. La llamada de Jesús es la última oportunidad que se nos da; como en la parábola, a la higuera se le da un año, para que produzca.

El dueño de la viña ordenó cortar la higuera, que por tres años no ha producido fruto, pero se interpuso algo inesperado, el viñador en lugar de talar la higuera, apuesta por ella, y ruega al Dueño que la deje un año más, y se compromete seriamente a cultivarla con esmero para que ahora si de fruto. La sentencia sigue vigente: si no da fruto al año siguiente la cortará. Los tres años significan el largo tiempo de nuestra vida que hemos pasado sin producir fruto. Podemos pensar que estamos ahora en el año de prórroga, en el que el viñador prodiga todo tipo de cuidados sobre nosotros para que demos fruto. Pero eso depende de nosotros mismos y no solo del viñador Jesús.

Esto debe infundirnos una decisión radical de arrepentirnos de nuestras actitudes negativas y de aprovechar cada momento para dar mucho fruto. La ocasión es única e irrepetible. ¿Cómo es posible que habiendo recibido tantos talentos continuemos malgastándolos inútilmente en una vida estéril, sin obras buenas? ¿No somos culpables por aplazar constantemente nuestra conversión, por falta de una decisión personal? Quizás estemos en la última oportunidad para poner fin a la pereza y a los incesantes aplazamientos. Hay un jardinero listo a colaborar y que intercede una vez más por nosotros, sin frutos, y se compromete a cultivar con esmero nuestra vida esperando que demos buenos frutos.

El texto pone de manifiesto la misericordia de Dios, que tiene paciencia y deja al hombre, a todos nosotros, un tiempo para la conversión; y por otra, la necesidad de poner en marcha en seguida el cambio interior y exterior de la vida para no perder las ocasiones que la misericordia de Dios nos ofrece para superar nuestra pereza espiritual y corresponder al amor de Dios con nuestro amor filial.

Aplicando esto a nosotros: ¿Hemos aprovechado la paciencia del Señor? Muchos sí, pero lamentablemente muchos no.

Esta parábola nos da dos lecciones valiosas: 1) que a pesar de nuestras fallas, Dios nos da otra oportunidad y 2) hace presente la fuerza de la intercesión de los unos por los otros ante un Dios que está siempre dispuesto a escuchar a los que le suplican. El labrador ruega al dueño de la higuera que espere un año más. El dueño cede a esa petición y espera un año más con la advertencia de que espera esos frutos de respuesta a sus dones.

El Señor es compasivo y misericordioso. Esta respuesta que damos en el salmo responsorial de hoy, debe ser para nosotros un motivo de alegría y confianza, porque Dios, teniendo razones para rechazarnos y alejarnos de él, es comprensivo y nos da una nueva oportunidad, nos ofrece nuevamente su gracia santificante para que recomencemos nuestro camino de salvación y santidad.

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La cuaresma es el tiempo de gracia que el Señor nos da para que preparemos nuestros corazones para la celebración del Misterio Pascual, el misterio de nuestra salvación (Radio Vaticano).

Tomado de:

Benedicto XVI, Catequesis del 7 de marzo de 2011Camilo Valverde MudarraFr. Gerardo Sánchez Mielgo (Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)P. Javier San Martín. S.J

REFLEXIÓN DE JOSÉ A. PAGOLA

¿DÓNDE ESTAMOS NOSOTROS?

Unos desconocidos le comunican a Jesús la noticia de la horrible matanza de unos galileos en el recinto sagrado del templo. El autor ha sido, una vez más, Pilato. Lo que más los horroriza es que la sangre de aquellos hombres se haya mezclado con la sangre de los animales que estaban ofreciendo a Dios.

No sabemos por qué acuden a Jesús. ¿Desean que se solidarice con las víctimas? ¿Quieren que les explique qué horrendo pecado han podido cometer para merecer una muerte tan ignominiosa? Y si no han pecado, ¿por qué Dios ha permitido aquella muerte sacrílega en su propio templo?

Jesús responde recordando otro acontecimiento dramático ocurrido en Jerusalén: la muerte de dieciocho personas aplastadas por la caída de un torreón de la muralla cercana a la piscina de Siloé. Pues bien, de ambos sucesos hace Jesús la misma afirmación: las víctimas no eran más pecadores que los demás. Y termina su intervención con la misma advertencia: «si no os convertís, todos pereceréis».

La respuesta de Jesús hace pensar. Antes que nada, rechaza la creencia tradicional de que las desgracias son un castigo de Dios. Jesús no piensa en un Dios "justiciero" que va castigando a sus hijos e hijas repartiendo aquí o allá enfermedades, accidentes o desgracias, como respuesta a sus pecados.

Después, cambia la perspectiva del planteamiento. No se detiene en elucubraciones teóricas sobre el origen último de las desgracias, hablando de la culpa de las víctimas o de la voluntad de Dios. Vuelve su mirada hacia los presentes y los enfrenta consigo mismos: han de escuchar en estos acontecimientos la llamada de Dios a la conversión y al cambio de vida.

Todavía vivimos estremecidos por el trágico terremoto de Haití. ¿Cómo leer esta tragedia desde la actitud de Jesús? Ciertamente, lo primero no es preguntarnos dónde está Dios, sino dónde estamos nosotros. La pregunta que puede encaminarnos hacia una conversión no es "¿por qué permite Dios esta horrible desgracia?", sino "¿cómo consentimos nosotros que tantos seres humanos vivan en la miseria, tan indefensos ante la fuerza de la naturaleza?".

Al Dios crucificado no lo encontraremos pidiéndole cuentas a una divinidad lejana, sino identificándonos con las víctimas. No lo descubriremos protestando de su indiferencia o negando su existencia, sino colaborando de mil formas por mitigar el dolor en Haití y en el mundo entero.

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Entonces, tal vez, intuiremos entre luces y sombras que Dios está en las víctimas, defendiendo su dignidad eterna, y en los que luchan contra el mal, alentando su combate.

Reflexión de José Aldazabal

PRIMERA LECTURA ÉXODO 3,1-8A. 13-15

El Dios del éxodo, el que envía a Moisés a una misión difícil, es también el Dios Padre de Jesús, que de nuevo quiere liberar a su pueblo, a toda la humanidad, ahora por medio de su Hijo. Es el Dios que queda retratado ya en el libro del Éxodo, pero sobre todo en las parábolas y en la actuación de Jesús: el Dios que se apiada de los que pasan hambre, de los que están enfermos, o lloran la muerte de un ser querido, o son víctimas de injusticias. Un Dios que siempre está dispuesto al perdón. El Dios que se llamó "yo soy", se llama ahora, por Cristo Jesús, "Dios-con nosotros", el Dios que vive, que es y que está cercano y se compadece y viene a liberar. Son interesantes las reflexiones del Catecismo sobre cómo "Dios revela su nombre": CCE 203-213.El que más se entristece del mal y del dolor que hay en el mundo, y de las injusticias y de los accidentes, es el mismo Dios. Es bueno que estos días miremos con confianza hacia ese Dios que es Padre. La teología de la liberación no la hemos inventado ahora nosotros: ya aparece formulada en esa cercanía del Dios al dolor de su pueblo y en su voluntad de liberarlo.

En la lucha entre el bien y el mal en la que estamos todos comprometidos, a veces tenemos nuestros problemas y somos víctimas de alguna esclavitud. Dios, en esta Cuaresma-Pascua, nos quiere liberar a cada uno de nosotros. Su misericordia es mucho mayor que nuestra debilidad. Con mayor razón que el salmista del AT podemos decir nosotros en esta Cuaresma que "el Señor es compasivo y misericordioso", que "perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades y te colma de gracia y de ternura". Hoy vale la pena leer -después de la comunión, o en otro momento de oración personal- todo el salmo 102, un magnífico himno a la misericordia de Dios, del que en el salmo responsorial cantamos sólo unas pocas estrofas.

Siempre hay un lugar y una hora exacta en la que el Señor quiere encontrarse con nosotros. Es el momento que marca el comienzo de la conversión o del rechazo radical. Esa conversión es un camino que exige constancia y una decisión siempre renovada de proseguir el viaje a pesar de todo. Si en la antigua alianza el pueblo caminaba bajo la guía de Moisés, para nosotros el camino a seguir es el mismo Hijo de Dios, Jesucristo. Él es quien nos saca de la esclavitud del pecado, quien nossaca de nosotros mismos.

1 Corintios 10,1-6.10-12‘No quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros antepasados estuvieron bajo la nube, todos atravesaron el mar y todos fueron bautizados como seguidores de Moisés, al caminar bajo la nube y al atravesar el mar’. Todos comieron el mismo alimento espiritual y todos bebieron la misma bebida espiritual; bebían, en efecto, de la roca espiritual que los acompañaba, roca que representaba a Cristo. * Sin embargo, la mayor parte de ellos no agradó a Dios y fueron por ello aniquilados en el desierto. Todas estas cosas sucedieron para que nos sirvieran de ejemplo y para que no ambicionemos lo malo, como lo ambicionaron ellos. ¡No os quejéis, como algunos de ellos se quejaron y perecieron a manos del exterminado!' Todas estas cosas que les sucedieron a ellos eran

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como ejemplo para nosotros y se han escrito para escarmiento nuestro, que hemos llegado a la plenitud de los tiempos. 'Así pues, quien presuma de mantenerse en pie, tenga cuidado de no caer.

Saber interpretar los signos de los tiempos Jesús acababa de exhortar a sus interlocutores a saber discernir los signos de los tiempos (cf. 12,54-57). Ahora algunos le piden una interpretación fidedigna de dos hechos conocidos: una represión cruenta por parte de Pilato en el templo durante un sacrificio y la trágica muerte de dieciocho personas aplastadas al derrumbarse la torre de Siloé (v. 4). Jesús responde superando el modo común de pensar: lo acaecido no es una condena notoria de las víctimas (2.4), sino una invitación urgente a la conversión de los supervivientes (v. 5). Los evangelios de Lucas elegidos para este ciclo C se refieren sobre todo a la necesidad de la conversión, del cambio en el estilo de vida, como elemento fundamental de nuestro camino hacia la Pascua. Jesús, interpretando los hechos de vida de su tiempo, nos invita a la conversión. Al hablar de los muertos que hubo cuando la autoridad civil decidió aplastar la revuelta de algunos galileos, o de las víctimas del accidente cuando se derrumbó un muro, termina igual: "si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera". La "conversión" no es sólo "hacer penitencia", en el sentido de realizar unas obras de ayuno o de limosna. La palabra griega para "penitencia" es "metánoia", que significa "cambio de mentalidad". Lo que nos pide la Cuaresma es un cambio en un nivel bastante más profundo que el de las meras obras exteriores. Una conversión, si es auténtica, "hace daño", porque significa meter "el dedo en la llaga" y corregir las raíces de nuestros males. Si hay que "operar", tenemos que estar dispuestos a hacerlo, y no conformarnos con aplicar una pomada suave que no llega a las raíces de nuestro mal. La oración de hoy habla de "nuestros pecados" y del "pueblo penitente" que acude a Dios, consciente de que las clásicas obras cuaresmales del "ayuno, la oración y la limosna" son "remedio de nuestros pecados". En la oración de las ofrendas pedimos a Dios que "esta eucaristía perdone nuestras ofensas y nos ayude a perdonar a los que nos ofenden".

Es bueno, ante todo, que nos sepamos reconocer pecadores, porque somos débiles y con frecuencia faltamos a la Alianza con Dios. Para que luego, con la ayuda de Dios, tomemos la decisión de cambiar de rumbo, de volvernos a él en nuestra vida, y de dar los frutos que él espera de nosotros. El prefacio II de Cuaresma dice que Dios "ha establecido este tiempo de gracia para renovar en santidad a sus hijos... libres de todo afecto desordenado".

¿Somos higueras que dan fruto?Nos lo dice Jesús con la parábola de la higuera, que si no da frutos es inútil que ocupe lugar. Es una parábola que nos interpela de lleno a cada uno y a la comunidad eclesial. No quiere meternos angustia en el cuerpo, pero sí estimularnos a dar frutos, y este año, sin esperar al que viene. Pablo, a los cristianos de Corinto, les avisaba que no todos los que hicieron el camino con Moisés por el desierto agradaron a Dios. No fueron fieles a la Alianza, se dejaron llevar de las tentaciones de los pueblos vecinos, siguiendo su estilo de vida. Se buscaron otros dioses más permisivos. Por eso no entraron en la tierra prometida.

Para Pablo eso debería servirnos de escarmiento a nosotros. No basta con pertenecer al pueblo de Dios, o con decir unas oraciones o llevar unas medallas. No basta ser unos árboles plantados en el jardín de Dios. Algo debe cambiar en nuestra vida, en nuestro estilo de pensar y de actuar. ¿Qué clase de árbol frutal somos cada uno de nosotros? ¿Damos los frutos que el agricultor espera? En la Pascua de este año tendríamos que tomar la decisión de responder mejor a las expectativas que Dios tiene sobre cada uno de nosotros. No en palabras, sino en obras.

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Símbolos y signos de hoyLa parábola de la higuera que no da fruto (vv. 6-9). Para los profetas, este árbol, no raro entre las viñas palestinenses, se había convertido en símbolo de la infidelidad de Israel (cf. Jr 8,13; Os 9,10; Miq 7,1). También en los sinópticos la higuera es el símbolo de solicitudes pacientes y amorosas no correspondidas (Mc11,12-14; Mt 21,18-22). Pero Jesús deja la puerta abierta a la esperanza: la esterilidad de la higuera hace suplicar al labrador un ulterior tiempo de gracia: un año jubilar (vv. 8s) concedido por el Señor, dispuesto una vez más a confiar en espora de los frutos añorados desde hace mucho tiempo. El sentido de la vida eclesial es ayudarse fraternalmente a caminar por las sendas de la conversión, o sea, ayudarse a buscar y seguir a Jesús. Hay que desear ardientemente que ninguno se extravíe, que ninguno se retrase o se aleje. A esto precisamente nos invita el Evangelio de hoy, que concluye con la parábola de la higuera estéril. El labrador que ruega que no la corten todavía es Jesús. Como intercesor nuestro, dirá hasta el final de los tiempos: "Espera un poco, un poco todavía, que la cuidaré más".

Todos los cuidados que Jesús nos prodiga con su Palabra, con los sacramentos, con sus intervenciones providenciales -y lo son también los acontecimientos dolorosos-, son ofertas de conversión. Dejémosle, pues, que nos cultive. La Palabra sagrada es como un arado, y también como una semilla sembrada para que pueda producir fruto. En el trágico horizonte de estos años de guerras, de odios y violencias, en el lento y fatigoso discurrir de nuestros días, sigue llamándonos, Señor, para decirnos quién eres. Ayúdanos a estar dispuestos a escuchar tu voluntad, ayúdanos a mantenernos en silencio, de rodillas, por lo menos un rato, ante la débil lámpara que arde ante el sagrario, en la inmensa soledad de nuestros templos, convertidos con frecuencia en un desierto en el que te (Hiedas solo, esperándonos, mientras nosotros nos afanamos y nos dejamos absorber por otras cosas. Cuéntanos algo de ti, de lo que has hecho por nosotros, a lo largo de las innumerables generaciones que nos han precedido en el camino de la historia cuando escuchando el grito desesperado que sube de la tierra, te has inclinado misericordioso para pactar con nosotros una alianza eterna. Siguiendo tu ejemplo, haz que también no solo los aprendamos a descubrir los sufrimientos de tantos hermanos nuestros que han pasado desapercibidos y de los que nunca nos hemos percatado ni preocupado. “Fuera de la conversión no podemos estar en la presencia del verdadero Dios, pues no estaríamos junto a Dios, sino junto a uno de nuestros numerosos ídolos. Además, sin Dios, no podemos permanecer en la conversión, porque no es nunca el fruto de buenas resoluciones o del esfuerzo. Es el primer paso del amor, del Amor de Dios más que del nuestro. Convertirse es ceder al dominio insistente de Dios, es abandonársela la primera señal de amor que percibimos como procedente de Él. Abandono en el sentido de capitulación. Si capitulamos ante Dios, nos entregamos a Él. Todas nuestras resistencias se funden ante el fuego consumidor de su Palabra y ante su mirada; no nos queda ya más que la oración del profeta Jeremías: "Haznos volver a ti, Señor, y volveremos" (Lam 5,21; cf. Jr 31,18)”

CUARTO DOMINGO 4TO. DOMINGO DE CUARESMA- 11 DE MARZO- CICLO C

LA PARÁBOLA DEL PADRE MISERICORDIOSO

El hijo de esta parábola puede encarnar muy bien al hombre de hoy, que se aleja del padre y se lanza al mundo exterior para explorarlo, conocerlo y dominarlo. Pero cuando se ha agotado en esto, se da cuenta que está hambriento y desnudo, decide entonces volver al padre. No lo hace arrastrado por el amor, sino por el buen sentido.

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La vida humana es, en cierto modo, un constante volver hacia la casa de nuestro Padre. Volver mediante la contrición, esa conversión del corazón que supone el deseo de cambiar, la decisión firme de mejorar nuestra vida, y que —por tanto— se manifiesta en obras de sacrificio y de entrega. En la Cuaresma se nos invita a volver hacia la casa del Padre, por medio del sacramento del perdón en el que, al confesar nuestros pecados, nos revestimos de Cristo y nos hacemos así hermanos suyos, miembros de la familia de Dios.

Dios nos espera, como el padre de la parábola, extendidos los brazos, aunque no lo merezcamos. No importa nuestra deuda. Como en el caso del hijo pródigo, hace falta sólo que abramos el corazón, que tengamos añoranza del hogar de nuestro Padre, que nos maravillemos y nos alegremos ante el don que Dios nos hace de podernos llamar y de ser, a pesar de tanta falta de correspondencia por nuestra parte, verdaderamente hijos suyos.

Por suerte, Dios no desfallece en su fidelidad y, aunque nos alejemos y perdamos, nos sigue con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia para volvernos a atraer hacia sí. En la parábola, los dos hijos se comportan de manera opuesta: el menor se va y cae siempre cada vez más bajo, mientras que el mayor se queda en casa, pero él también tiene una relación inmadura con el Padre; de hecho, cuando regresa el hermano, el mayor no se muestra contento como el Padre, es más, se enfada y no quiere volver a casa. Los dos hijos representan los dos modos inmaduros de relacionarse con Dios: la rebelión y una obediencia infantil. Ambas formas se superan a través de la experiencia de la misericordia. Sólo experimentando el perdón, reconociendo que somos amados con un amor gratuito, más grande que nuestra miseria y que nuestra justicia, entramos finalmente en una relación verdaderamente filial y libre con Dios. Ante esta realidad el arrepentimiento brota del corazón, producido por la actitud del padre, donde se esperaba encontrar un juez severo, encuentra a un padre lleno de amor.

Y cuáles son los signos de este amor del Padre y que significan?

** El anillo: Signo de filiación, ahora reencontrada.** Las sandalias: Signo de la libertad recuperada. En la cultura hebrea y antigua, los esclavos

iban descalzos; los hombres libres, iban calzados con sandalias.** El traje nuevo: Signo del cambio y de la reconciliación. Imprescindible para una vida nueva

y para la fiesta que después llegará.** El sacrificio del mejor novillo: Preanuncio del sacrificio del Cordero de Dios que quita el

pecado del mundo y signo de la fiesta, a la que acompañarán la música y los amigos. Es expresión de la fiesta de la reconciliación.

El texto alude a una fiesta, y se hace fiesta porque la alegría es un bien cristiano. Únicamente se oculta con la ofensa a Dios: porque el pecado es producto del egoísmo, y el egoísmo es causa de la tristeza. Aún entonces, esa alegría permanece en el rescoldo del alma, porque nos consta que Dios y su Madre no se olvidan nunca de los hombres. Si nos arrepentimos, si brota de nuestro corazón un acto de dolor, si nos purificamos en el santo sacramento de la Penitencia, Dios sale a nuestro encuentro y nos perdona; y ya no hay tristeza: es muy justo regocijarse porque tu hermano había muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido hallado (Lc 15,32).

Fuentes:Benedicto XVI, Homilía del 14 de marzo de 2010Es Cristo que pasa, San Josemaría Escrivá de BalaguerManuel Iceta, “Ejercicios para jóvenes. Experiencias y esquemas de trabajo”, publicado por la editorial SM en 1975.

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REFLEXIÓN DE JOSÉ A.PAGOLA

EL OTRO HIJO

Sin duda, la parábola más cautivadora de Jesús es la del "padre bueno", mal llamada "parábola del hijo pródigo". Precisamente este "hijo menor" ha atraído siempre la atención de comentaristas y predicadores. Su vuelta al hogar y la acogida increíble del padre han conmovido a todas las generaciones cristianas.

Sin embargo, la parábola habla también del "hijo mayor", un hombre que permanece junto a su padre, sin imitar la vida desordenada de su hermano, lejos del hogar. Cuando le informan de la fiesta organizada por su padre para acoger al hijo perdido, queda desconcertado. El retorno del hermano no le produce alegría, como a su padre, sino rabia: «se indignó y se negaba a entrar» en la fiesta. Nunca se había marchado de casa, pero ahora se siente como un extraño entre los suyos.

El padre sale a invitarlo con el mismo cariño con que ha acogido a su hermano. No le grita ni le da órdenes. Con amor humilde «trata de persuadirlo» para que entre en la fiesta de la acogida. Es entonces cuando el hijo explota dejando al descubierto todo su resentimiento. Ha pasado toda su vida cumpliendo órdenes del padre, pero no ha aprendido a amar como ama él. Ahora sólo sabe exigir sus derechos y denigrar a su hermano.

Ésta es la tragedia del hijo mayor. Nunca se ha marchado de casa, pero su corazón ha estado siempre lejos. Sabe cumplir mandamientos pero no sabe amar. No entiende el amor de su padre a aquel hijo perdido. Él no acoge ni perdona, no quiere saber nada con su hermano. Jesús termina su parábola sin satisfacer nuestra curiosidad: ¿entró en la fiesta o se quedó fuera?Envueltos en la crisis religiosa de la sociedad moderna, nos hemos habituado a hablar de creyentes e increyentes, de practicantes y de alejados, de matrimonios bendecidos por la Iglesia y de parejas en situación irregular... Mientras nosotros seguimos clasificando a sus hijos, Dios nos sigue esperando a todos, pues no es propiedad de los buenos ni de los practicantes. Es Padre de todos.El "hijo mayor" es una interpelación para quienes creemos vivir junto a él. ¿Qué estamos haciendo quienes no hemos abandonado la Iglesia? ¿Asegurar nuestra supervivencia religiosa observando lo mejor posible lo prescrito, o ser testigos del amor grande de Dios a todos sus hijos e hijas? ¿Estamos construyendo comunidades abiertas que saben comprender, acoger y acompañar a quienes buscan a Dios entre dudas e interrogantes? ¿Levantamos barreras o tendemos puentes? ¿les ofrecemos amistad o los miramos con recelo?

REFLEXIÓN DEL LIBRO DE “EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO H. NOUWEN”

EL HIJO MENOR SE MARCHA“Un hombre tenía dos hijos. Y el menor dijo a su padre: Y el padre les repartió el patrimonio. A los pocos días el hijo menor recogió todas sus cosas, se marchó a un país lejano y allí despilfarró toda su fortuna viviendo como un libertino”.

Un rechazo radical En el “Regreso”, queda implícita la marcha. Regresar es volver al hogar después de haberlo abandonado, un volver después de haberse ido. La inmensa alegría al volver el hijo perdido esconde la inmensa tristeza de la marcha. El encuentro deja detrás la separación; la vuelta a casa esconde

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bajo su manto el momento de la partida. En el contexto de un abrazo apasionado, nuestra ruina interior puede parecernos hermosa, pero su única belleza proviene de la compasión que despierta. La marcha del hijo es un acto mucho más ofensivo de lo que puede parecer en una primera lectura. Supone rechazar el hogar en el que el hijo nació y fue alimentado, y es una ruptura con la tradición más preciosa mantenida cuidadosamente por la gran comunidad de la que él formaba parte. Más que una falta de respeto es una traición a los valores de la familia y de la comunidad. El es el mundo en el que se ignora todo lo que en casa se considera sagrado.

Sordo a la voz del amor Dejar el hogar significa ignorar la verdad de que Dios me ha moldeado en secreto, me ha formado en las profundidades de la tierra y me ha tejido en el seno de mi madre (Salmo 139,13-15). Dejar el hogar significa vivir como si no tuviera casa y tuviera que ir de un lado a otro tratando de encontrar una.

El hogar es el centro de mi ser, allí donde puedo oír la voz que dice: —la misma voz que dio vida al primer Adán y habló a Jesús, el segundo Adán; la misma voz que habla a todos los hijos de Dios y los libera de tener que vivir en un mundo oscuro, haciendo que permanezcan en la luz.

Buscando donde no puede ser encontradoSoy el hijo pródigo cada vez que busco el amor incondicional donde no puede hallarse. ¿Por qué sigo ignorando el lugar del amor verdadero y me empeño en buscarlo en otra parte? ¿Por qué sigo marchándome del hogar donde soy tratado como un hijo de Dios, el amado de mi Padre?

Detrás de todo esto está la gran rebelión, el rotundo al amor del Padre, la maldición no expresada con palabras: El del hijo pródigo refleja la rebelión original de Adán: su rechazo al Dios en cuyo amor hemos sido creados y cuyo amor nos sostiene.

El gran acontecimiento que veo es el final de la gran rebelión. En él se perdona la rebelión de Adán y de todos sus descendientes y se restablece la bendición original por la que Adán recibió la vida eterna. Fue el amor lo que le permitió dejar a su hijo que encontrara su propia vida, incluso a riesgo de perderla.

Soy amado en tal medida que soy libre para dejar el hogar. La bendición está allí desde el principio. La he rechazado y sigo rechazándola. Pero el Padre continúa esperándome con los brazos abiertos, preparado para recibirme y susurrarme al oído: “Tu eres mi hija amada, en quien me complazco”.

EL REGRESO DEL HIJO MENOR“Gastó toda su fortuna llevando una mala vida. Cuando se lo había gastado todo, sobrevino una gran escasez en aquella comarca y comenzó a padecer necesidad. Entonces fue a servir a casa de un hombre del país, que le mandó a sus campos a cuidar cerdos. Habría deseado llenar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos pero nadie se las daba. Entonces, recapacitó y se dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra mientras que yo aquí me muero de hambre! Me pondré en camino, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.» Se puso en camino y se fue a casa de su padre”. Perderse

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Dejó su casa lleno de orgullo y dinero, determinado a vivir su propia vida lejos de su padre y de su comunidad. Ahora vuelve sin nada: dinero, salud, honor, dignidad, reputación... lo ha despilfarrado todo. Las plantas de los pies muestran la historia de un viaje humillante. Tiene una cicatriz en el pie izquierdo, que está fuera de la sandalia. El pie derecho, cubierto en parte por una sandalia rota, habla también de miseria y sufrimiento. Éste es un hombre desposeído de todo... menos de una cosa, su espada. El único signo de dignidad que le queda es la pequeña espada que le cuelga de la cadera, símbolo de su origen noble.

Cuanto más me alejo del lugar donde habita Dios, menos soy capaz de oír la voz que me llama, y cuanto menos oigo esta voz, más me enredo en las manipulaciones y juegos de poder del mundo. Me empeño en agradar, en tener éxito, en ser reconocido. Cuando fracaso, siento celos y resentimiento hacia ellos.

Atrapado en este enredo de deseos y necesidades, ya no sé cuáles son mis motivaciones. Me siento víctima del ambiente y desconfío de lo que hacen o dicen los demás. Siempre en guardia, pierdo mi libertad interior y divido el mundo entre los que están conmigo y los que están contra mí. Me pregunto si realmente le importo a alguien. Me pongo a buscar argumentos que justifiquen mi desconfianza. Y dondequiera que vaya los encuentro, y me digo: Y entonces me pregunto si alguna vez alguien me ha querido. El mundo a mí alrededor se vuelve oscuro. Se me endurece el corazón. Mi cuerpo se llena de tristeza. Mi vida pierde sentido. Me he convertido en un alma perdida.

En un momento tan crítico, ¿qué fue lo que le hizo optar por la vida? Sin duda, el redescubrimiento de su yo más profundo.

Reclamar la infanciaMe pondré en camino, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.» Con estas palabras escritas en su corazón fue capaz de dejar la tierra extranjera, y volver a casa.

La pérdida de todo fue lo que le llevó al fondo de su identidad. Retrospectivamente, parece que el pródigo tuvo que perderlo todo para entrar en lo profundo de su ser. Pero abandonar la tierra extraña es sólo el principio. El camino a casa es largo y difícil. ¿Qué hacer en el camino de regreso al Padre?

El largo camino a casa Uno de los grandes retos de la vida espiritual es recibir el perdón de Dios. Hay algo en nosotros, los humanos, que nos hace aferrarnos a nuestros pecados y nos previene de dejar a Dios que borre nuestro pasado y nos ofrezca un comienzo completamente nuevo. A veces, parece como si quisiera demostrar a Dios que mi oscuridad es demasiado grande como para vencerla. Mientras El quiere devolverme toda la dignidad de mi condición de hijo suyo, yo sigo insistiendo en que me contentaría con ser un jornalero.

Siendo el hijo amado, tengo que exigir mi dignidad y empezar a prepararme para llegar a ser el padre.

Las Bienaventuranzas me muestran el camino más simple para llegar a casa, a la casa de mi Padre. Y por esta ruta descubriré las alegrías de la segunda infancia: comodidad, misericordia, e incluso una visión más clara de Dios. Y cuando llegue a casa y sienta el abrazo de mi Padre, veré que no

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sólo he de reclamar el cielo, sino que la tierra también será mi herencia, un lugar donde puedo vivir en libertad sin obsesiones ni coacciones.

El verdadero pródigoTodo lo que hizo, no como hijo rebelde, sino como hijo obediente, sirvió para llevar de nuevo a casa a todos los hijos perdidos de Dios. El viaje del hijo menor no puede, sin embargo, separarse del hijo mayor.

EL HIJO MAYOR SE MARCHA“Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando vino y se acercó a la casa, al oír la música los cantos, llamó a uno de los criados le preguntó qué era lo que pasaba. El criado le dijo: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano. Él se enfadó y no quería entrar. Su padre salió a persuadirlo pero el hijo le contestó: Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar la fiesta con mis amigos. Pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le matas el ternero cebado Pero el padre le respondió: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Pero tenemos que alegrarnos hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la ida; estaba perdidos ha sido encontrado”.

Es, sin duda alguna, el testigo principal de la vuelta a casa del hijo menor.

Perdido en el resentimientoCon frecuencia me pregunto si no son especialmente los hijos mayores los que quieren cumplir con las expectativas de sus padres y desean que se les considere obedientes y cumplidores del deber. Siempre quieren agradar, y temen desilusionar a sus padres. Pero también experimentan, desde muy temprano, cierta envidia hacia sus hermanos y hermanas más pequeños.

La vida obediente y servicial de la que me siento orgulloso, la veo a veces como una carga que se me ha puesto sobre los hombros y que sigue oprimiéndome a pesar de haberla aceptado hasta el punto de ser incapaz de desprenderme de ella.

Hay muchos hijos e hijas mayores que están perdidos a pesar de seguir en casa.

El extravío del hijo mayor es mucho más difícil de identificar. Al fin y al cabo, lo hacía todo bien. Era obediente, servicial, cumplidor de la ley y muy trabajador. La gente le respetaba, le admiraba, le alababa y le consideraba un hijo modélico. Aparentemente, el hijo mayor no tenía fallos. Pero cuando vio la alegría de su padre por la vuelta de su hermano menor, un poder oscuro salió a la luz. De repente, aparece la persona resentida, orgullosa, severa y egoísta que estaba escondida y que con los años se había hecho más fuerte y poderosa.

Toda mi vida me he esforzado por evitar las situaciones que me conducen al pecado. Me hice menos libre, menos espontáneo, menos jovial y cada vez más era considerado una persona.

Sin alegríaEs la queja expresada de mil maneras, que termina creando un fondo de resentimiento. Es el lamento que grita: «He trabajado tan duro, he hecho tanto y todavía no he recibido lo que los demás consiguen tan fácilmente. ¿Por qué la gente no me da las gracias, no me invita, no se divierte conmigo, no me agasaja, y sin embargo presta tanta atención a los que viven la vida tan frívolamente?»

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Cuando volvía a casa del campo, oyó música y cantos. Sabía que había alegría en la casa. Enseguida empezó a sospechar. Una vez que la queja entra en nosotros, perdemos la espontaneidad hasta el punto de que ya ni siquiera la alegría evoca alegría en nosotros.

La queja surge de inmediato: El criado, lleno de expectación, confiado y deseando compartir la buena noticia, explica: Pero este grito de alegría no puede ser bien recibido. En vez de alivio y gratitud, la alegría del criado surte el efecto contrario: Alegría y resentimiento no pueden coexistir. La música y los cantos, en vez de invitar a la alegría, se convierten en causa de mayor rechazo. Sus quejas le habían paralizado y dejaron que la oscuridad le envolviera.

La parábola, nos pone cara a cara ante una de las cuestiones espirituales más difíciles: confiar o no confiar en el amor de Dios que lo perdona todo. Cuanto más siento al hijo mayor en mi interior, más consciente me hago de lo profundamente arraigada que está esta forma de y lo difícil que es volver a casa desde esta situación.

¿Puede el hijo mayor que está en mi interior volver a casa? ¿Puedo ser encontrado como lo fue el hijo menor? ¿Cómo puedo volver cuando estoy perdido en el rencor, cuando estoy atrapado por los celos, cuando estoy prisionero de la obediencia y del deber, vividos como esclavitud?

Solo puedo ser curado desde arriba, desde donde Dios actúa. Lo que para mí es imposible, es posible para Dios.

EL REGRESO DEL HIJO MAYOR“Su hijo mayor... se enfadó y no quería entrar. Su padre salió a persuadirlo...

También el hijo mayor necesita ser encontrado y conducido a la casa de la alegría. El amor del Padre no fuerza al amado. Aunque quiere curarnos a todos de nuestra oscuridad interior, somos libres para elegir permanecer en la oscuridad o caminar hacia la luz del amor de Dios.

Dejando la rivalidad a un ladoDios me implora que vuelva a casa, que vuelva a entrar en su luz, que vuelva a descubrir allí que, en Dios, todo el mundo es amado única y totalmente.

El hijo mayor se ha convertido en un extraño dentro de su propia casa. La verdadera comunión ha desaparecido. Toda relación se ha quedado en la oscuridad. Todo pierde su espontaneidad. La historia del hijo pródigo es la historia de un Dios que sale a buscarme y que no descansará hasta que me haya encontrado. Anima y suplica. Me pide que deje de aferrarme a los poderes de la muerte y que me deje abrazar por los brazos que me conducirán al lugar donde encontraré la vida que más deseo.

A través de la confianza y la gratitudResentimiento y gratitud no pueden coexistir, porque el resentimiento bloquea la percepción y la experiencia de la vida como don.

El verdadero hijo mayorEl regreso del hijo mayor se está convirtiendo en algo tan importante —si no más— como el del hijo menor. Jesús es el Hijo mayor del Padre. Es enviado por el Padre para revelar el amor duradero de Dios hacia todos sus hijos resentidos y para ofrecerse a sí mismo como el camino para

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llegar a casa. Cuando vuelvo a mirar al hijo mayor de Rembrandt, me doy cuenta de que la luz fría de su rostro puede hacerse profunda y cálida, transformándole totalmente y convirtiéndole en lo que realmente es: “El Hijo Amado en quien descansa el favor de Dios”.

EL PADRE LE DA LA BIENVENIDA A CASA“Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio al hijo menor y, profundamente conmo1ido, salió a su encuentro, le abrazó y lo cubrió de besos....Su padre salió a persuadirlo al hijo mayor”.

Padre y madre El Padre no es sólo el gran patriarca. Es madre y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina. Él sostiene y ella acaricia. Él asegura y ella consuela.

La historia de Lucas deja muy claro que el padre sale a recibir a sus dos hijos. No sólo corre a dar la bienvenida a su hijo menor, caprichoso, sino que sale también a recibir al mayor, cumplidor del deber, que vuelve del campo preguntándose qué son toda esa música y bailes, y le anima a entrar.

El corazón de DiosDios no es el patriarca que se queda en casa, inmóvil, esperando a que sus hijos vuelvan a él, esperando a que pidan disculpas por su comportamiento, que pidan perdón, y prometan cambiar. Al contrario, abandona la casa, sin hacer caso de su dignidad al correr en su busca, ignorando las disculpas y promesas de cambiar, y los conduce a la mesa magníficamente preparada para ellos.

Un amor primero y para siempreEs el amor primero y duradero de un Dios que es Padre y Madre. Es la fuente del amor humano, incluso del más limitado. Toda la vida y predicación de Jesús estuvo dirigida a un único fin: revelar el inagotable e ilimitado amor materno y paterno de su Dios y mostrar el camino para dejar que ese amor dirija nuestra vida diaria. En este cuadro, Rembrandt refleja este amor de forma muy clara. Es el amor que siempre da la bienvenida a casa y que siempre quiere celebrarlo.

EL PADRE ORGANIZA UNA FIESTA“El padre dijo a sus criados: «Traed enseguida el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado.» Y se pusieron todos a celebrar la fiesta”.

Entregar lo mejorMientras el hijo está dispuesto a que se le trate como a un criado, el padre pide que se le ponga la túnica reservada para el invitado distinguido; y aunque el hijo no se siente con derecho a que se le siga llamando hijo, el padre le entrega un anillo y unas sandalias para darle los honores de hijo amado y devolverle su condición de heredero.

Una invitación a la alegríaEl padre del hijo pródigo se entrega totalmente a la alegría que le da el que su hijo haya vuelto. De aquí es de donde tengo que aprender.

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CONVERTIRSE EN EL PADREUn paso solitarioMientras el Padre despierte miedo, continuará siendo un intruso y será imposible que ponga su morada en mi interior. Pero Rembrandt, que me mostró al Padre en su dimensión vulnerable, me hizo caer en la cuenta de que mi vocación última es la de ser como el Padre y vivir su divina compasión en mi vida cotidiana. Aunque sea el hijo menor y el hijo mayor, no estoy llamado a continuar siéndolo, sino a convertirme en el padre. Nadie ha sido padre o madre sin antes ser hijo o hija, pero cada hijo e hija debe elegir conscientemente dar un paso más y convertirse en padre o madre para otros. El regreso al Padre es el reto para convertirse en el Padre.

Estar en la casa del Padre exige que haga mía la vida del Padre y me transforme en su imagen.

La paternidad misericordiosaConvertirse en el Padre celestial no es sólo un aspecto importante de las enseñanzas de Jesús; es el núcleo mismo de su mensaje.

La paternidad espiritual no tiene nada que ver con el poder o el control. Es una paternidad de misericordia. Y para comprenderlo en profundidad, tengo que seguir mirando cómo abraza el padre a su hijo. El padre del hijo pródigo no vive preocupado por sí mismo. Su vida, llena de tantos sufrimientos, le ha hecho un hombre que no siente ningún deseo de controlar. Sus hijos son su única preocupación; quiere darse a ellos completamente, y por ellos renuncia a todo lo demás.

Dolor, perdón y generosidadEl dolor me hace reconocer los pecados del mundo —incluidos los míos—, me estremece el corazón y me hace derramar muchas lágrimas por ellos. Este dolor es oración.

Para llegar a ser como el Padre, cuya única autoridad es la compasión, tengo que derramar incontables lágrimas y así preparar mi corazón para recibir a cualquier persona, no importa cuál haya sido su trayectoria, y perdonarle desde ese corazón. El segundo camino que conduce a la paternidad espiritual es el perdón. Es a través del perdón constante como llegamos a ser como el Padre. Perdonar de corazón es muy difícil. El perdón de Dios es incondicional. La tercera vía para llegar a ser como el Padre es la generosidad. En la parábola, el padre no sólo entrega a su hijo todo lo que le pide, sino que cuando vuelve lo cubre de regalos. Y a su hijo mayor le dice: (Lc 15,31) No hay nada que el padre se guarde para sí. Se vacía de sí mismo y entrega todo a sus hijos. Desea entregarles toda su vida. Así como el Padre se da a sus hijos por entero, así yo tengo que darme por entero a mis hermanos y hermanas.

Como el Padre, tengo que atreverme a llevar la responsabilidad de ser una persona espiritualmente adulta y atreverme a confiar en que la verdadera alegría y plenitud sólo pueden venir de dar la bienvenida a casa a aquéllos que están heridos, amándoles con un amor que no pida ni espere nada a cambio.

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Para descubrir por mí mismo la paternidad espiritual y la autoridad misericordiosa que le pertenece, tengo que dejar que el hijo menor rebelde y el hijo mayor resentido salten a la plataforma para recibir el amor incondicional y misericordioso que me ofrece el Padre y descubrir allí la llamada a como mi Padre Entonces los dos hijos que están dentro de mí pueden transformarse poco a poco en el padre misericordioso. Esta transformación me lleva a que se cumpla el deseo más profundo de mi corazón intranquilo. Porque, ¿puede haber alegría más grande que tender mis brazos y dejar que mis manos toquen los hombros de mis hijos recién llegados, en un gesto de bendición?

Fuente: H. NOUWEN EL REGRESO DEL HIJO PRÓDIGO.

QUINTO DOMINGO 17 DE MARZO- CICLO C

LA MUJER ADÚLTERA. JN 8,1-11

La liturgia nos propone, este año, el episodio evangélico de Jesús que salva a una mujer adúltera de la condena a muerte (Jn 8,1-11). Mientras está enseñando en el Templo, los escribas y los fariseos llevan a Jesús una mujer sorprendida en adulterio, para la que la ley mosaica preveía la lapidación. Esos hombres pidieron a Jesús que juzgara a la pecadora con el fin de “ponerle a prueba” y de empujarle a dar un paso en falso. La escena misma está llena de dramatismo: de las palabras de Jesús depende la vida de esa persona, pero también su propia vida. Los acusadores hipócritas, de hecho, fingen confiarle el juicio, mientras

que en realidad es precisamente a Él a quien quieren acusar y juzgar.

Jesús, en cambio, está “lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14): Él sabe lo que hay en el corazón del hombre, quiere condenar el pecado, pero salvar al pecador, y desenmascarar la hipocresía. El evangelista san Juan da relieve a un detalle: mientras los acusadores le preguntan con insistencia, Jesús se inclina y se pone a escribir con el dedo en tierra. Observa san Agustín que ese gesto muestra a Cristo como el legislador divino: de hecho, Dios escribió la ley con su dedo en tablas de piedra (cfr Com. al Ev.de Jn., 33, 5). Jesús es por tanto el Legislador, es la Justicia en persona. ¿Y cuál es su sentencia? “Quien de vosotros esté sin pecado, que le tire la primera piedra”. Estas palabras están llenas de la fuerza desarmante de la verdad, que abate el muro de la hipocresía y abre las conciencias a una justicia más grande, la del amor, en el cual consiste el pleno cumplimiento de todo precepto (cfr Rm 13,8-10). Es la justicia que salvó también a Saulo de Tarso, transformándolo en san Pablo (cfr Fl 3,8-14).

Cuando los acusadores “se fueron uno a uno, comenzando por los más ancianos”, Jesús, absolviendo a la mujer de su pecado, la introduce en una nueva vida, orientada al bien: “Tampoco yo te condeno: vete y en adelante no peques más”. Detengámonos a contemplar esta escena, donde se encuentran frente a frente la miseria del hombre y la misericordia divina, una mujer acusada de

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un gran pecado y Aquel que, aun sin tener pecado, cargó con nuestros pecados, con los pecados del mundo entero. Él, que se había puesto a escribir en la tierra, alza ahora los ojos y encuentra los de la mujer. No pide explicaciones. No es irónico cuando le pregunta: "Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?" (Jn 8, 10). Y su respuesta es conmovedora: "Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más" (Jn 8, 11). San Agustín, en su comentario, observa: "El Señor condena el pecado, no al pecador. En efecto, si hubiera tolerado el pecado, habría dicho: "Tampoco yo te condeno; vete y vive como quieras… Por grandes que sean tus pecados, yo te libraré de todo castigo y de todo sufrimiento". Pero no dijo eso" (In Io. Ev. tract. 33, 6). Dice: "Vete y no peques más".

Esta página evangélica de hoy nos ayuda a comprender que sólo el amor de Dios puede cambiar desde dentro la existencia del hombre y, en consecuencia, de toda sociedad, porque sólo su amor infinito lo libra del pecado, que es la raíz de todo mal. Si es verdad que Dios es justicia, no hay que olvidar que es, sobre todo, amor: si odia el pecado, es porque ama infinitamente a toda persona humana. Nos ama a cada uno de nosotros, y su fidelidad es tan profunda que no se desanima ni siquiera ante nuestro rechazo. Hoy, en particular, Jesús nos invita a la conversión interior: nos explica por qué perdona, y nos enseña a hacer que el perdón recibido y dado a los hermanos sea el "pan nuestro de cada día".

Jesús, ante la actitud hipócrita de quienes la acusan, se pone inmediatamente de parte de la mujer; en primer lugar, escribiendo en la tierra palabras misteriosas, que el evangelista no revela, pero queda impresionado por ellas; y después, pronunciando la frase que se ha hecho famosa: "Aquel de vosotros que esté sin pecado (usa el término anamártetos, que en el Nuevo Testamento solamente aparece aquí), que le arroje la primera piedra" (Jn 8, 7) y comience la lapidación. San Agustín, comentando el evangelio de san Juan, observa que "el Señor, en su respuesta, respeta la Ley y no renuncia a su mansedumbre". Y añade que con sus palabras obliga a los acusadores a entrar en su interior y, mirándose a sí mismos, a descubrir que también ellos son pecadores. Por lo cual, "golpeados por estas palabras como por una flecha gruesa como una viga, se fueron uno tras otro" (In Io. Ev. tract. 33, 5).

En este episodio comprendemos que nuestro verdadero enemigo es el apego al pecado, que puede llevarnos al fracaso de nuestra existencia. Jesús despide a la mujer adúltera con esta consigna: "Vete, y en adelante no peques más". Le concede el perdón, para que "en adelante" no peque más. Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y "no pecar más", para dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza. De este modo, la actitud de Jesús se transforma en un modelo a seguir por toda comunidad, llamada a hacer del amor y del perdón el corazón palpitante de su vida.

Fuentes:

P. ADOLFO FRANCO, S.J.BENEDICTO XVI: HOMILÍAS: 29 MAYO 2008, 21 DE MARZO DE 2010

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REFLEXIÓN DE JOSÉ A. PAGOLA

REVOLUCIÓN IGNORADA

Le presentan a Jesús a una mujer sorprendida en adulterio. Todos conocen su destino: será lapidada hasta la muerte según lo establecido por la ley. Nadie habla del adúltero. Como sucede siempre en una sociedad machista, se condena a la mujer y se disculpa al varón. El desafío a Jesús es frontal: «La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú ¿qué dices?»

Jesús no soporta aquella hipocresía social alimentada por la prepotencia de los varones. Aquella sentencia a muerte no viene de Dios. Con sencillez y audacia admirables, introduce al mismo tiempo verdad, justicia y compasión en el juicio a la adúltera: «el que esté sin pecado, que arroje la primera piedra».

Los acusadores se retiran avergonzados. Ellos saben que son los más responsables de los adulterios que se cometen en aquella sociedad. Entonces Jesús se dirige a la mujer que acaba de escapar de la ejecución y, con ternura y respeto grande, le dice: «Tampoco yo te condeno». Luego, la anima a que su perdón se convierta en punto de partida de una vida nueva: «Anda, y en adelante no peques más».Así es Jesús. Por fin ha existido sobre la tierra alguien que no se ha dejado condicionar por ninguna ley ni poder opresivo. Alguien libre y magnánimo que nunca odió ni condenó, nunca devolvió mal por mal. En su defensa y su perdón a esta adúltera hay más verdad y justicia que en nuestras reivindicaciones y condenas resentidas.

Los cristianos no hemos sido capaces todavía de extraer todas las consecuencias que encierra la actuación liberadora de Jesús frente a la opresión de la mujer. Desde una Iglesia dirigida e inspirada mayoritariamente por varones, no acertamos a tomar conciencia de todas las injusticias que sigue padeciendo la mujer en todos los ámbitos de la vida. Algún teólogo hablaba hace unos años de "la revolución ignorada" por el cristianismo.

Lo cierto es que, veinte siglos después, en los países de raíces supuestamente cristianas, seguimos viviendo en una sociedad donde con frecuencia la mujer no puede moverse libremente sin temer al varón. La violación, el maltrato y la humillación no son algo imaginario. Al contrario, constituyen una de las violencias más arraigadas y que más sufrimiento genera.

¿No ha de tener el sufrimiento de la mujer un eco más vivo y concreto en nuestras celebraciones, y un lugar más importante en nuestra labor de concienciación social? Pero, sobre todo, ¿no hemos de estar más cerca de toda mujer oprimida para denunciar abusos, proporcionar defensa inteligente y protección eficaz?

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MONICIONES / ORACION DE LOS FIELES CUARESMA 2013

1º DOMINGO DE CUARESMA

ENTRADA: Queridos hermanos y hermanas: con la celebración de la imposición de las cenizas el miércoles pasado hemos comenzado el tiempo de Cuaresma. El Papa nos dice en su mensaje para este tiempo: “La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás”. Comencemos esta Eucaristía dispuestos a la conversión… SE PUEDE REALIZAR PROCESION DE ENTRADA CON EL EVANGELIARIO

ORACION DE LOS FIELES

“Te lo/la expresamos, Señor”.

- Nuestra alegría por recordar, en la lectura del evangelio de hoy, que Jesús fue plenamente humano y experimentó nuestras mismas tentaciones…Oremos…

te la expresamos, Señor.

- Nuestra admiración hacia Jesús, que permanece como modelo de Persona Nueva, incorruptible, firme ante el mal, fuerte ante la tentación… Oremos…

te la expresamos, Señor.

- Que queremos preocuparnos no sólo por el pan, sino por toda Palabra que sale de tu boca… Oremos…

te lo expresamos, Señor.

-Nuestro compromiso como Iglesia por acoger, recibir y solidarizarnos –como Jesús- con quienes sufren tantas necesidades y realidades difíciles…Oremos..

te lo expresamos Jesús

- Que queremos vivir esta Cuaresma, como “tiempo litúrgico fuerte” que es, unidos a la comunidad cristiana dispersa por todo el mundo, en espíritu de reflexión, oración y compromiso, preparando la celebración anual de la Pascua…Oremos…

te lo expresamos, Señor

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2º DOMINGO DE CUARESMA

LITURGIA DE LA PALABRA: En nuestro camino de pascua las lecturas de hoy nos ponen delante de buenos maestros: el creyente Abraham, del antiguo testamente; Pablo, el apóstol que entendió como pocos el misterio de Cristo; y –sobre todo- Cristo mismo, el que subió hasta la cruz para salvarnos.

COMUNION: “Este es mi Hijo, el elegido”… Dios nos ha mostrado a su Hijo…ahora nos lo da en la Comunión para hacer nuevas y fructíferas nuestras vidas.

3º DOMINGO DE CUARESMA

AMBIENTACION: En esta cuaresma, en el marco del Año de la Fe, nos hace mucho bien dirigir una mirada llena de confianza a nuestro Padre, Dios. Él quiere que la Pascua de este año sea nuestro paso hacia una libertad interior plena, renovada y comprometida en la fe.

ACTO PENITENCIAL:

Tú, que nos amas y liberas siempre…SEÑOR TEN PIEDAD

Tú, que nos conduces a la salvación…CRISTO TEN PIEDAD

Tú, que nos invitas a dar fruto y vida para otros…SEÑOR TEN PIEDAD

ORACION DE LOS FIELES:

“Escucha a tu Iglesia, Señor”

-Por toda la Iglesia de Dios, para que el espíritu santo la purifique y así pueda celebrar con gozo la resurrección de Jesús…roguemos al señor

-Para que tengamos en nuestra fe una imagen de Dios conforme a lo que la Palabra de Dios nos manifiesta: un Dios que interviene en la historia, escucha el clamor de su pueblo y sin quedarse en la pasividad decide entrar en acción, roguemos al Señor.

- Para que también nosotros tengamos una espiritualidad que corresponda al Dios bíblico: abierta a captar los signos de la presencia de Dios en la historia, y principalmente dispuesta a escuchar a los que sufren, roguemos al Señor.

-Para que no decepcionemos una y otra vez al Señor que viene a recoger los frutos que espera de nosotros, sino que con esperanza produzcamos frutos de amor comprometido, roguemos al Señor.

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4º DOMINGO DE CUARESMA

PRESENTACION DE OFRENDAS: Con estos donde acercamos al altar nuestras vidas de hermano menor…de hermano mayor… las caídas y abandonos; la fiesta y la alegría… nuestro Padre misericordioso las recibe para darnos vida nueva…

COMUNION: El Dios de la misericordia no quiere excluir a nadie de su mesa… Somos hermanos, somos hijos en la medida de participar de la alegría del padre y del reencuentro de los hermanos.

5º DOMINGO DE CUARESMA

AMBIENTACION: La cuaresma que está llegando a su fin, es puerta de la Pascua, novedad y renovación alegre de la fe. ¿Esta brotando algo nuevo… no lo ven? La Pascua no es sólo alegría por la resurrección de Cristo…quiere ser también resurrección nuestra desde su misericordia y perdón.

ORACION DE LOS FIELES:

“Danos entrañas de misericordia

- Para que Dios nos conceda, a todos los que formamos la Iglesia, sabiduría y compasión para preferir siempre la misericordia, para con nosotros y nuestros hermanos…

- Para que sintamos como en la propia carne las alegrías y tristezas de los hombres y mujeres que nos rodean…

- Para que seamos especialmente sensibles al dolor y el sufrimiento de los más pobres…

- Para que nuestra vida sea “consuelo” de todos los que se crucen con nosotros en el camino de la vida…

- Para que tengamos claros nuestros valores y nuestras opciones fundamentales según el evangelio…

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SUGERENCIAS DE RITO PENITENCIAL: PUEDEN SER USADOS EN LAS MISAS DE LOS DOMINGOS DE CUARESMA

Tú, que en este Año Santo, quieres reanimar nuestra Fe.

Tú, que en este Año Santo, quieres purificar nuestra Fe. Tú, que en este Año Santo, quieres confirmar nuestra Fe.

Tú que con el perdón, purificas nuestros pensamientos y afectos. Tú que con el perdón, transformas nuestra mentalidad y comportamientos. Tú que nos llamas a redescubrir la alegría de creer.

Tú, el enviado del Padre para nuestra salvación. Tú, que redimiste al mundo con tu muerte y resurrección. Tú, que guías a la Iglesia infundiéndole el Espíritu Santo.

Tú que nos llamas a dar un testimonio cada vez más coherente con nuestra Fe. Tú que nos llamas a entregarnos total y libremente a Dios. Tú que nos invitas a dar testimonio público de nuestra Fe.

Tú, que con el perdón, nos haces experimentar un amor gratuito. Tú, que con el perdón, nos haces experimentar una gran alegría. Tú, que con el perdón, nos ensanchas el corazón en la Esperanza.

INTENCIONES PARA LAS MISAS PUEDEN SER USADOS EN LAS MISAS DE LOS DOMINGOS DE CUARESMA

Recemos para que profesar nuestra Fe en la Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, nos ayude a creer en un solo Dios que es Amor. Oremos

Para que este año, redescubriendo el camino de la Fe, renovemos la alegría y el entusiasmo de nuestro encuentro con Cristo. Oremos

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Para que renovando nuestra Fe en Cristo nos pongamos en camino para rescatar a los hombres del desierto en que viven y los ayudemos a encontrar una Vida más plena. Oremos

Para que en este Año de la Fe todos nos sintamos invitados a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Oremos

Para que la Fe recibida el día de nuestro Bautismo actúe cada vez más movida por el amor.

Para que en este Año de la Fe sintamos la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la Fe recibida en el Bautismo. Oremos

Para que en este Año de la Fe encontremos una ocasión propicia para intensificar la celebración de la Fe en la Eucaristía, cumbre a la que tiende la acción de la iglesia y fuente de donde brota su fuerza espiritual. Oremos

Para que renovando y purificando nuestra Fe durante este Año, nuestro testimonio de vida sea cada vez más creíble. Oremos

Para que en este Año de la Fe convocado por el Papa, cada creyente asuma como propio el compromiso de redescubrir los contenidos de la Fe profesada, celebrada, vivida y rezada. Oremos

Para que profesar nuestra Fe con la boca implique siempre un testimonio de vida y un compromiso público. Oremos

Para que experimentemos que la profesión personal de nuestra Fe es al mismo tiempo comunitaria con nuestros hermanos. Oremos

Pidamos durante este Año de la Fe la gracia de tener la mirada fija en Jesucristo: en Él encuentra cumplimiento todo anhelo del corazón humano. Oremos

Pidamos durante este Año de la Fe mantener nuestra mirada fija en Jesucristo, para seguir encontrando en Él la alegría del amor y la respuesta al sufrimiento y el dolor humanos. Oremos

Pidamos durante este Año de la Fe mantener nuestra mirada fija en Jesucristo, para seguir encontrando en Él la fuerza del perdón ante la ofensa recibida y la victoria de la Vida ante el vacío de la muerte. Oremos

Pidamos renovar nuestra Fe durante este Año, para que nos permita distinguir con ojos siempre nuevos las maravillas que Dios hace por nosotros. Oremos

Para que renovando nuestra Fe durante este Año nos convirtamos en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado para bien del mundo. Oremos

Para que una Fe renovada durante este Año nos ayude a descubrir en las pruebas de la vida el misterio de la Cruz Redentora y a participar en los sufrimientos de Cristo. Oremos

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DE LA CARTA APOSTÓLICA PORTA FIDEI BENEDICTO XVI

Con la que convocó al Año de la Fe.

13. A lo largo de este Año, será decisivo volver a recorrer la historia de nuestra fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado. Mientras lo primero pone de relieve la gran contribución que los hombres y las mujeres han ofrecido para el crecimiento y desarrollo de las comunidades a través del testimonio de su vida, lo segundo debe suscitar en cada uno un sincero y constante acto de conversión, con el fin de experimentar la misericordia del Padre que sale al encuentro de todos.

Para seguir caminando en este año de la fe es que les proponemos también rezar y meditar el capítulo del libro A merced de su gracia de André Louf: va en archivo separado

APORTAMOS ESTAS CANCIONES PARA LAS CELEBRACIONES DE CUARESMA:

ELEMENTOS PROPIOS DEL TIEMPO DE CUARESMA A TENER EN CUENTA

La institución de la cuaresma se remonta a los primeros siglos de la Iglesia, como preparación de los catecúmenos que serían bautizados en la "noche más santa" de la Vigilia pascual. Y hoy es para nosotros renovación personal y eclesial de nuestro Bautismo, inserción en Cristo Muerto y Resucitado. Se renueva la Iglesia en la misión que el Señor le confía, a impulsos de su Espíritu hasta que El vuelva.

En el período Cuaresmal se debe tener en cuenta el valor de la austeridad, del silencio contemplativo y penitencial.

Al comienzo de las celebraciones podemos tomar un canto que nos introduzca en el sentido de nuestro caminar hacia la Pascua. Proponemos el mismo durante los cinco domingos para que se lo cante bien y sin depender de los cancioneros.

Se podría empezar solemnemente la Cuaresma (miércoles de Cenizas o 1er. Domingo) con el canto de las letanías de los santos que ponen de manifiesto su intercesión y el valor eterno que tiene la Cuaresma para nuestra vida personal y comunitaria. Ella es un anticipo de la Vigilia Pascual donde volveremos a cantarlas para renovar nuestras promesas.

La Cruz es un signo central de este tiempo que se podría destacar en la procesión de entrada. Así también los cantos que durante la Adoración de la Cruz hacen referencia al misterio de la Redención, al triunfo del crucificado, a la fuerza del amor que vence a la muerte y al pecado, y a nuestro seguimiento sincero y fiel del camino que abre la Cruz.

El Acto penitencial deberá ser especialmente destacado, sobre todo con el silencio prolongado (podría ser sentados) y con un canto penitencial que sea apropiado. Los salmos tienen una importancia enorme al momento de contemplar y responder a la primera lectura. La Aclamación del

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Aleluya se suprime durante este tiempo lo mismo que el Gloria: en su lugar se podría cantar una aclamación adecuada que nos prepare para escuchar la Buena Noticia.

Respecto de la aclamación que va después del Evangelio podríamos elegir una nueva durante todo este tiempo (incluso hasta Pentecostés). La Aclamación de la Consagración podría ser la III (Por tu Cruz) ayudados de un cartel con el texto.

El canto final podría suprimirse y dejar a la asamblea que se retire en silencio.

Como elemento secundario que en alguna celebración podría ayudamos proponemos cantos de meditación después de la homilía o de postcomunión. También el canto de presentación de dones puede ser un canto cuaresmal, aunque su letra no hable explícitamente del pan y del vino.

Fuente: Música, Liturgia y Pastoral – Grupo Pueblo de Dios

SUGERENCIAS PARA ELEGIR CANTOS EN ESTE TIEMPO

Leer detenidamente las lecturas del domingo y especialmente el Evangelio, extrayendo de ellas el mensaje que el Señor nos quiere regalar.

Estar atentos a la realidad que se está viviendo en nuestra propia comunidad, acompañar estas circunstancias.

Acompañar los gestos propios de este tiempo (aspersiones, actos penitenciales, procesiones, etc). Antífonas o estrofas de salmos son muy apropiados.

Este es un tiempo austero: respetemos los silencios, no pongamos cantos para “rellenar” espacios.

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SALMOS Y ACLAMACIONES AL EVANGELIO DE CUARESMA

MIERCOLES DE CENIZA

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CANTOS SUGERIDOS PARA LA CUARESMA

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Para quienes tienen algun tipo de explorador de Internet, sugerimos ingresar a la página www.pastoraldemusica.org.ar al siguiente link:

http://www.pastoraldemusica.org.ar/cancionero-interino/cancionero%20cuaresma%20pascua.html

Allí encontrarán sugerencias de cantos para las distintas partes de la misa, como así también breves interpretaciones que facilitan el aprendizaje de los cantos. Si no pueden acceder a este link, mandamos algunos cantos a continuación:

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DEJAME NACER DE NUEVO

Sol Do Sol

Tú conoces la dureza en mi sentir

Do Re Sol

Y la terquedad que hay en mi corazón,

Do Re Sol

Son las cosas que me alejaron de ti,

Mi- Do Re Sol Sol7

Señor, hazme renacer en tu amor.

Do Re

Sol Mi-

Do Re Sol Sol7

Déjame nacer de nuevo (3) oh Señor .

No importa la edad que tenga,

Tú no la tienes en cuenta,

Déjame nacer de nuevo, oh Señor

Tu conoces el pecado que hay en mí,

Y el dolor que éste dejó en mi corazón,

Por la muerte que ha causado vuelvo a ti,

Señor, dame vida nueva con tu amor.

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INDICE SUBSIDIO DE CUARESMA 2013-

MENSAJE DEL PAPA PAGINA: 2

CUARESMA PAG: 5

MIERCOLES DE CENIZA PAG : 6

SIGNIFICADO DE LA CENIZA PAG : 7

LA ORACIÓN PAG : 7

EL AYUNO PAG : 8

OBRAS DE CARIDAD PAG : 8

HISTORIA DEL CREDO NICENO PAG : 9

CATEQUESIS SOBRE EL CREDO PAG : 14

AYUDA PARA REZAR CON LOS EVANGELIOS DEL DOMINGO PAG : 19 MONICIONES Y ORACIONES PARA LOS DOMINGOS PAG : 42 SUGERENCIAS DE RITOS PENITENCIALES PAG : 45 SUGERENCIAS DE INTENCIONES PAG: 46 CANCIONES Y SALMOS PAG: 48