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Julio 2010 EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO EL FARO 1 PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 17 JULIO 2010 Con José Hernández Quero El último sábado de junio volví a encontrar- me con mi querido amigo, el maestro José Hernández Quero, granadino universal y uno de los más grandes artistas españoles de la hora presente. Nos volvimos a ver después de tantos años que casi prefiero no consignar la cifra. Habíamos mantenido el contacto intermitente, eso sí, y nunca en todo este tiempo he perdido la estela de sus éxitos, ni la trayectoria de su obra en marcha. Pero hacía ya muchos, muchos años que no nos veíamos en persona. La última vez en Lanjarón, como él me recordó, a donde solía acudir el pintor a tomar las aguas. Había- mos convenido encontrarnos en la Plaza de la Mariana, y allí, en la Terraza del Café Fútbol, acompañado del escritor Francisco Gil Craviotto, nos aguardaban ambos a la pintora Silvia Abarca y a quien esto escribe. Eran la sie- te de la tarde de un verano plácido, en el que el sol de Granada todavía no amenazaba con su fuego inhumano, al contrario, corría fresca una brisilla agradable y los pájaros daban vueltas al- rededor de la estatua de la heroína. Qué emocionante reencuentro, tras el largo paréntesis (el tiempo es una broma, siempre lo digo), en el que los mutuos envíos de libros o catálogos y alguna que otra carta habían sido los únicos elementos de conexión… Allí estaba el pintor, más delgado de como lo recordaba, con una camisa a rayas, pulido y sereno, y su sonrisa emisaria de las muchas bondades que le adornan. Sí, allí estaba el maestro, sentado en- tre sus paisanos, que acaso ni le reconocían de lo rejuvenecido que se muestra con el paso del tiempo, con ese niño que se le asoma vivísimo a los ojos cada vez más, aquel niño que pintaba con tizas de colores en el umbral de una casa del Realejo, y que en él persevera y renueva su pasión por el arte. Porque a nadie como a Hernández Quero puedo asociar la palabra pu- reza de forma tan espontánea, esa pureza que viene de la edad dorada y que él ha sabido con- servar prístina y verdadera en toda su obra. Un nuevo proyecto en común era esta vez la excusa: la antología Cuentos para Granada, de la que son culpables la poeta Lola Vicente y el es- critor y profesor José López Rueda; una anto- logía que ambos preparan, con el deseo de to- mar la temperatura narrativa de la ciudad, como antes lo han hecho con Murcia o con Toledo, y quién mejor que Hernández Quero para ilus- trar con una de sus obras la portada de la mis- ma, si Granada respira por todos los poros de sus telas y asoma en sus innumerables grabados y dibujos, desde la nostalgia y el ensueño, con un lirismo de soledades y revelaciones, con un misterio de presentimientos y secretos. Algo de todo esto han tenido la oportunidad de admirar los granadinos en la importante muestra que ha ofrecido recientemente en su ciudad natal, en la Sala de Exposiciones del Pa- lacio de los Pisa, bajo el patronazgo de los Her- manos de San Juan de Dios; una muestra que ha sido necesario prorrogar mucho más allá de EL PINTOR GRANADINO HERNÁNDEZ QUERO EN SU ESTUDIO. SOBRE SU ARTE DECÍA MANUEL ALVAR: «NO HAY ASOMO DE TEATRALIDAD, SINO LA EVOCACIÓN DE UN ALMA RECOLETA QUE SE ASOMA AL MUNDO POR LAS COSAS MÁS HUMILDES». Y CAMILO JOSÉ CELA ESCRIBIÓ DE ÉL: «HERNÁNDEZ QUERO ACIERTA CUANDO SE AFANA, CON EL ALMA EN LOS PUROS CUEROS, EN AMAR EL ARTE POR EL ARTE Y LA NATURALEZA POR LA NATURALEZA. HERNÁNDEZ QUERO ES TAN HONESTO EN SU PROPÓSITO QUE AMA LA PINTURA POR LA PINTURA, EL TRAZO, EL COLOR, LAS SOMBRAS Y LA PERSPECTIVA CON MIMO DE ARTESANO, COMO MIGUEL ÁNGEL EN LA CAPILLA SIXTINA». EN SEPTIEMBRE EXPONDRÁ EN GRANADA UNA MUESTRA ANTOLÓGICA DE TODA SU OBRA QUE PROBABLEMENTE VENGA A MOTRIL. JOSÉ LUPIÁÑEZ la fecha prevista de cierre, por la masiva afluen- cia de gente, más de 16.000 personas, según me comentan. En ella ha podido repasarse gran par- te de la trayectoria del artista como dibujante, a través de casi medio centenar de dibujos de di- ferentes épocas, desde los inicios hasta sus últi- mos trabajos. Y es que uno de los secretos de su arte descansa precisamente en el dibujo: la base dibujística de su obra anticipa el milagro final de sus cuadros. La firmeza, la agilidad, la limpieza del trazo convierten a sus composi- ciones en piezas difícilmente superables; a lo que hay que añadir su lectura particular de los motivos o de los personajes, esa reinterpretación personal del creador de cuanto late ante sus ojos y que él reconvierte con su lenguaje propio, en una suerte de idealización que singulariza todo cuanto observa y nos traslada como objeto fi- nal. Se quejaba el artista de unas molestias en su mano, que le amenazan el pulso. Esa mano, que observo, algo doliente ahora, creadora de un universo en permanente reinvención, sigue lle- vando más allá de los límites de lo real todo cuanto fija, ya sea en los paisajes, sobre man- chas de acuarela; en los estudios y desnudos; en las escenas de interiores, o en los retratos –tan celebrados en esta última exposición– de su ma- dre, de su mujer, en el del propio San Juan de Dios, en el del Rey (rescatado tras increíble pe- ripecia), o en el de su antiguo vecino Francisco Ayala quien, al levantar los ojos del texto en que estuviera ocupado y contemplar la obra de su paisano en las paredes de su estudio madri- leño, hallaba «un grato descanso». Algo así pude sentir yo mismo cuando me acerqué a sus mun- dos hace ya mucho tiempo por vez primera, es cierto, y de forma parecida lo consigné por es- crito en algún artículo: sus composiciones trans- miten calma, transmiten ensueño y a veces emana de ellas como un silencio metafísico. Maravilloso preámbulo éste para la gran muestra retrospectiva que prepara el artista y que se inaugurará en septiembre, con lo que a los colores del otoño granadino se sumarán los de la paleta de este hijo preclaro de la ciudad, de este creador admirable, discreto, consagrado por entero a su obra, en la que pareciera que el tiempo se ha detenido para hacernos sentir la plenitud de su armonía, la sorpresa de su ver- dad que es casi siempre compleja y paradójica... Hablamos, en la tarde granadina –con Marianita Pineda como testigo– de la posibilidad de traer a Motril la exposición, quizá para mostrarla en la Casa de la Condesa de Torre Isabel, y com- partir con los motrileños este evangelio suyo de honestidad artística, y de belleza inspiradora. Ojalá nada se tuerza en el camino.

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Page 1: Con José Hernández Quero · camilo josÉ cela escribiÓ de Él: «hernÁndez quero acierta cuando se afana, con el alma en los puros cueros, en amar el arte por el arte y la naturaleza

Julio 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 1

PLIEGOS DE ALBORÁN Nº 17 JULIO 2010

Con José Hernández QueroEl último sábado de junio volví a encontrar-

me con mi querido amigo, el maestro JoséHernández Quero, granadino universal y unode los más grandes artistas españoles de la horapresente. Nos volvimos a ver después de tantosaños que casi prefiero no consignar la cifra.Habíamos mantenido el contacto intermitente,eso sí, y nunca en todo este tiempo he perdidola estela de sus éxitos, ni la trayectoria de suobra en marcha. Pero hacía ya muchos, muchosaños que no nos veíamos en persona. La últimavez en Lanjarón, como él me recordó, a dondesolía acudir el pintor a tomar las aguas. Había-mos convenido encontrarnos en la Plaza de laMariana, y allí, en la Terraza del Café Fútbol,acompañado del escritor Francisco GilCraviotto, nos aguardaban ambos a la pintoraSilvia Abarca y a quien esto escribe. Eran la sie-te de la tarde de un verano plácido, en el que elsol de Granada todavía no amenazaba con sufuego inhumano, al contrario, corría fresca unabrisilla agradable y los pájaros daban vueltas al-rededor de la estatua de la heroína.

Qué emocionante reencuentro, tras el largoparéntesis (el tiempo es una broma, siempre lodigo), en el que los mutuos envíos de libros ocatálogos y alguna que otra carta habían sidolos únicos elementos de conexión… Allí estabael pintor, más delgado de como lo recordaba,con una camisa a rayas, pulido y sereno, y susonrisa emisaria de las muchas bondades que leadornan. Sí, allí estaba el maestro, sentado en-tre sus paisanos, que acaso ni le reconocían delo rejuvenecido que se muestra con el paso deltiempo, con ese niño que se le asoma vivísimo alos ojos cada vez más, aquel niño que pintabacon tizas de colores en el umbral de una casadel Realejo, y que en él persevera y renueva supasión por el arte. Porque a nadie como aHernández Quero puedo asociar la palabra pu-reza de forma tan espontánea, esa pureza queviene de la edad dorada y que él ha sabido con-servar prístina y verdadera en toda su obra.

Un nuevo proyecto en común era esta vez laexcusa: la antología Cuentos para Granada, de laque son culpables la poeta Lola Vicente y el es-critor y profesor José López Rueda; una anto-logía que ambos preparan, con el deseo de to-mar la temperatura narrativa de la ciudad, comoantes lo han hecho con Murcia o con Toledo, yquién mejor que Hernández Quero para ilus-trar con una de sus obras la portada de la mis-ma, si Granada respira por todos los poros desus telas y asoma en sus innumerables grabadosy dibujos, desde la nostalgia y el ensueño, conun lirismo de soledades y revelaciones, con unmisterio de presentimientos y secretos.

Algo de todo esto han tenido la oportunidadde admirar los granadinos en la importantemuestra que ha ofrecido recientemente en suciudad natal, en la Sala de Exposiciones del Pa-lacio de los Pisa, bajo el patronazgo de los Her-manos de San Juan de Dios; una muestra queha sido necesario prorrogar mucho más allá de

EL PINTOR GRANADINOHERNÁNDEZ QUEROEN SU ESTUDIO.SOBRE SU ARTEDECÍA MANUEL ALVAR:«NO HAY ASOMO DETEATRALIDAD, SINOLA EVOCACIÓN DEUN ALMA RECOLETAQUE SE ASOMA ALMUNDO PORLAS COSAS MÁSHUMILDES». YCAMILO JOSÉ CELAESCRIBIÓ DE ÉL:«HERNÁNDEZ QUEROACIERTA CUANDO SEAFANA, CON EL ALMAEN LOS PUROS CUEROS,EN AMAR EL ARTE POREL ARTE Y LANATURALEZA POR LANATURALEZA. HERNÁNDEZQUERO ES TAN HONESTOEN SU PROPÓSITO QUEAMA LA PINTURA PORLA PINTURA, EL TRAZO,EL COLOR, LAS SOMBRASY LA PERSPECTIVACON MIMO DE ARTESANO,COMO MIGUEL ÁNGELEN LA CAPILLA SIXTINA».EN SEPTIEMBREEXPONDRÁ EN GRANADAUNA MUESTRA ANTOLÓGICADE TODA SU OBRAQUE PROBABLEMENTEVENGA A MOTRIL.

JOSÉLUPIÁÑEZ

la fecha prevista de cierre, por la masiva afluen-cia de gente, más de 16.000 personas, según mecomentan. En ella ha podido repasarse gran par-te de la trayectoria del artista como dibujante, através de casi medio centenar de dibujos de di-ferentes épocas, desde los inicios hasta sus últi-mos trabajos. Y es que uno de los secretos desu arte descansa precisamente en el dibujo: labase dibujística de su obra anticipa el milagrofinal de sus cuadros. La firmeza, la agilidad, lalimpieza del trazo convierten a sus composi-ciones en piezas difícilmente superables; a loque hay que añadir su lectura particular de losmotivos o de los personajes, esa reinterpretaciónpersonal del creador de cuanto late ante sus ojosy que él reconvierte con su lenguaje propio, enuna suerte de idealización que singulariza todocuanto observa y nos traslada como objeto fi-nal.

Se quejaba el artista de unas molestias en sumano, que le amenazan el pulso. Esa mano, queobservo, algo doliente ahora, creadora de ununiverso en permanente reinvención, sigue lle-vando más allá de los límites de lo real todocuanto fija, ya sea en los paisajes, sobre man-chas de acuarela; en los estudios y desnudos; enlas escenas de interiores, o en los retratos –tancelebrados en esta última exposición– de su ma-dre, de su mujer, en el del propio San Juan de

Dios, en el del Rey (rescatado tras increíble pe-ripecia), o en el de su antiguo vecino FranciscoAyala quien, al levantar los ojos del texto enque estuviera ocupado y contemplar la obra desu paisano en las paredes de su estudio madri-leño, hallaba «un grato descanso». Algo así pudesentir yo mismo cuando me acerqué a sus mun-dos hace ya mucho tiempo por vez primera, escierto, y de forma parecida lo consigné por es-crito en algún artículo: sus composiciones trans-miten calma, transmiten ensueño y a veces emanade ellas como un silencio metafísico.

Maravilloso preámbulo éste para la granmuestra retrospectiva que prepara el artista yque se inaugurará en septiembre, con lo que alos colores del otoño granadino se sumarán losde la paleta de este hijo preclaro de la ciudad,de este creador admirable, discreto, consagradopor entero a su obra, en la que pareciera que eltiempo se ha detenido para hacernos sentir laplenitud de su armonía, la sorpresa de su ver-dad que es casi siempre compleja y paradójica...Hablamos, en la tarde granadina –con MarianitaPineda como testigo– de la posibilidad de traera Motril la exposición, quizá para mostrarla enla Casa de la Condesa de Torre Isabel, y com-partir con los motrileños este evangelio suyode honestidad artística, y de belleza inspiradora.Ojalá nada se tuerza en el camino.

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Julio 2010

2 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Narrativa

Hay libros que irremisiblemente nos llevan a otroslibros. ¿Quién, al leer La Regenta, no ha visto apare-cer en su mente la consabida imagen de Madame

Bovary? ¿Quién, al avanzar en las páginas de la ex-quisita Sinfonía Pastoral de André Gide, no ha vislum-brado, aunque sea en la lejanía, la inconfundible si-lueta de la Marianela de Galdós? ¿Quién, versado en

literatura francesa y española, no ha sentido algunavez la tentación de comparar estos dos libros: L´abbéJules de Octave Mirbeau (1848-1917) y San Manuel

Bueno, mártir de Miguel de Unamuno (1864-1936)?En ambos libros se repite el mismo tema –el curaque no cree–, y también ambos disfrutan del alto

honor de figurar en el Índice de libros prohibidos porla Iglesia –en el caso de Mirbeau creo que este honoralcanza a la totalidad su obra–; y, tras una larga etapa

de silencios o críticas negativas, ambos han vuelto abrillar. Creo que merece la pena acercarse a estos doslibros. La novela de Mirbeau se publicó antes que la

de Unamuno: en 1888 y la de Unamuno en 1931.Son cuarenta y tres años los que separan una novelade la otra, tiempo más que suficiente para que la obra

de Mirbeau llegase a España e incluso se olvidara.Inmediatamente nos viene a la mente la inevitable

pregunta: ¿Conocía don Miguel la novela de Octave

Mirbeau cuando comenzó a escribir su inolvidable«nivola»? Pregunta imposible de responder –sólo elpropio Unamuno podría responderla–, pero en modo

alguno imprescindible para llevar a cabo la compara-ción entre estos dos libros.

Ya lo hemos dicho: en ambos casos el protagonis-

ta es un cura que no cree. A éste se unen otros pun-tos de coincidencia: ambas novelas suceden en unambiente rural –en el Viantais en el caso del «abbé

Jules»; en Valverde de Lucerna en «San Manuel»– ytambién en ambas novelas la historia nos es contadapor alguien que el autor convierte en narrador de los

hechos: un niño, –le petit Albert–, sobrino del cura yalumno de sus clases de latín y otras materias, comoecología –sí, ecología avant la lettre– y pequeña filo-

sofía de la vida y de la muerte que a veces roza elateísmo, en el caso del abbé Jules; una beata de laparroquia, Ángela Carballino, en el caso de San Ma-

nuel. Esta elección de los narradores le da a la nove-

Octave Mirbeau y

Miguel de Unamunola de Mirbeau un encanto, traspasado de infantil in-genuidad, que no tiene la obra de Unamuno, cuyanarradora desde el primer momento muestra su ena-

moramiento espiritual hacia el santo varón. Bastecomo ejemplo el retrato que nos ofrece de él: «Sellevaba las miradas de todos, y tras ellas, los corazo-nes, y él al mirarnos parecía, traspasando la carne

como un cristal, mirarnos al corazón.(…) Empeza-ba el pueblo a olerle la santidad; se sentía lleno yembriagado de su aroma». Otro punto de coinciden-

cia es el hecho de que en las dos obras la muerte delprotagonista ocurre antes de llegar a la vejez y enninguna de las dos supone el fin de la novela: en la

de Mirbeau queda la cola del testamento –capítulotan esencial que primero la obra se iba a llamar LeTestament de l´Abbé Jules- y en el de Unamuno la ya

aludida subida a los altares del protagonista.Pero, aparte de estas evidentes coincidencias, en

todo lo demás una y otra novela, difieren. Para co-

menzar, el tamaño: L´Abbé Jules es una novela exten-sa, de más de trescientas páginas, –exactamente 334en la edición Albin Michel que yo poseo– y San Ma-

nuel Bueno, mártir es una novelita o «nivola» que nopasa de cien. Consecuencia de esta diferencia de ta-maño es el desfile de personajes, extraordinariamen-

te parco en la obra española –prácticamente son cua-tro personas las que llevan la novela–, y muy abun-dante y variopinto en la francesa. Otra notable dife-

rencia es el ambiente en que ambas se desarrollan –ambiente rural francés en una, ambiente rural espa-ñol en la otra– y el enfoque con que ambos autores

tratan el tema. Pero la diferencia fundamental estáen los dos protagonistas: el cura francés es libertino,descarado, polémico y decididamente ateo –Dios es

una quimera es lo primero que le dice el cura cuandoel niño-narrador va a su primera lección de latín– yescandalosamente rico; en cambio el cura español es

la mansedumbre personificada, siempre dispuesto aayudar a los demás, santo a los ojos de todos, cuyosecreto –su incredulidad– tan sólo conoce Lázaro,

su amigo más íntimo. La muerte de ambos tambiénes muy diferente: el cura de Valverde muere en olorde santidad –recordemos que la novela comienza

dándonos cuenta de los prolegómenos de su santifi-

cación–, al tiempo que la muerte del cura francésnos recuerda la de cualquier libertino. Precisamentese trata de uno de los capítulos más inolvidables del

libro. El cura está en las últimas –seguramente tu-berculosis, es una enfermedad que se repite en todasobras de Mirbeau– y, como buitres, a su casa van

llegando los familiares –entre ellos el propio narra-dor y sus padres– que esperan la hora del deceso y laherencia. Mientras llega ese momento disimulan su

impaciencia rezando misereres, kiries y rosarios porel alma del moribundo que les responde con estacanción picarona que él había oído en su niñez:

Le curé lui d´manda Lari ra

Le curé lui demanda Qu´as-tu sous ton jupon?

Lari ron.

Sigue a continuación la respuesta de la buena feligre-sa. Dice así:

C´que j´ai sous mon jupon Lari ron

C´que j´ai sous mon jupon, C´est un p´tit chat tout rond.

Lari rond.

Traducción (con algunas licencias):

El cura le pregunta, Lerin lerin le unta, a más de tu refajo,

Lerin lerin lerajo ¿qué llevas ahí debajo? Lerín lerín lerajo.

A más de mi refajo, Lerín, lerin lerajo,

yo llevo aquí debajo, Lerin lerin lerajo, un conejo chiquitito,

Lerin lerin lerito, peludo y calentito lerin lerin lerito. (1)

De nada sirvieron todos los edificantes consejosde cuantos estaban alrededor del enfermo. El curasiguió con su canción hasta que la Parca acabó con

él. Tantas veces repitió la cancioncilla que cuantosestaban alrededor, sin darse cuenta, terminarontarareándola. Frente a esta muerte, posiblemente la

FCO. GILCRAVIOTTO

OCTAVEMIRBEAU Y MIGUEL DE

UNAMUNOEN SUS

ESTUDIOSDE TRABAJO

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Julio 2010

EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO 3

Cultura/Narrativa / Viajes

más chispeante de toda la literatura francesa, la delcura de Unamuno es conmovedoramente piadosa.

Ya he adelantado que ambas obras no terminan conla muerte de sus respectivos protagonistas: el curaespañol va a ser elevado a los altares (lo cual después

de conocer el gran secreto de su vida –suincredulidad–, no deja de tener su ironía) y el curafrancés ha dejado depositado ante notario su

testamento. La codicia de los familiares –unacaracterística muy burguesa que salpica toda la obra–los lleva a todos ante el notario. Éste, con gran

solemnidad, abre el sobre del testamento y comienzaa leer un largo preámbulo sobre las vocacionesreligiosas –falsas vocaciones, sólo van a ellas, según

el abbé Jules, los desertores del arado–, que terminacon este inusitado legado. Traduzco: «Yo lego en todapropiedad, mis bienes muebles e inmuebles, al primer

cura de la diócesis que cuelgue la sotana».Consternación general. Todos salen hablando pestesdel muerto.

Se ha dicho que Mirbeau, para escribir su novela,se inspiró en un tío paterno suyo, l´abbé LouisAimable Mirbeau (1813-1867), que se destacó por su

enemistad con el clero oficial, y sobre todo en elinquietante cura Jean Louis Verger (1826-57), especiede Savonarola francés, cuyo odio a la jerarquía

eclesiástica le llevó a asesinar al arzobispo de París,crimen por el que fue guillotinado. También pareceinnegable la huella de Jean Meslier (1664-1729), cura

de aldea que dejó a su muerte un testamento literario-filosófico que ahora se considera como el primertratado de atelogía de Francia. Unamuno no tuvo

necesidad de inspirarse en nadie. Le bastaron sus

ANTONIOCOSTA

dudas entre razón y fe para crear, a su propia imageny semejanza, su personaje principal y, rodeado de losimprescindibles acompañantes, ofrecerlo al lector.

Con él iba también el propio retrato espiritual delautor. Él hubiera podido muy bien repetir la famosafrase de Flaubert: «San Manuel Bueno, mártir, c´est

moi». Sin saberlo acababa de dar vida a una de las

novelas más hermosas de la literatura española detodos los tiempos.

(1) El cambio de animal no es un error. Se debe a que elanimal que en Francia simboliza el sexo de la mujer es elgato y en España es el conejo. La traducción literal no tendría

sentido.

Julio Verne está sentado en un pulpo en elpuerto de Vigo. Es un recuerdo de cuando visi-tó la ciudad a principios del siglo XX. Añosdespués otro escritor universal se acercó en bar-co a esa ciudad y quedó alucinado, ErnestHemingway. Y desde Vigo el gran ÁlvaroCunqueiro pergeñó los viajes de Simbad desdeun pueblo gallego hasta el mundo entero. Estu-ve estos días en Vigo bajo la lluvia, me alojé enel Hotel Náutico con decoración de barcos, allado mismo del puerto. Y ver a Julio Verne merecordó un montón de viajes mentales y apa-sionados de mi infancia, cuando la literatura mehizo vivir intensamente, me llevó a infinidad delugares, me concedió innumerables experiencias.Verne fue para mí todo el poder de la literatura,para darme plenitud, para arrancarme de todoslos aburrimientos, para hacerme concebir milmundos. Por la misma época en que soltabacáscaras de nuez en la bañera para imitar losbarcos de que hablaba Jonathan Swift. Paramucha gente la literatura tiene que ser uncoñazo, un trabajo, algo rebuscado, una cues-tión académica, un montón de palabras hincha-das, algo que respetamos pero no leemos. Nues-tro Julio Camba (otro intrépido que visitó consu humor el mundo entero) decía que si se en-contrara en una isla desierta probablemente nollevaría ninguna de las grandes obras, sino unarevista ilustrada, solo faltaba que encima tuvie-ra que hacer deberes. Pero se llevaría el Quijote.Hay que decir las cosas sin miedo. Julio Verneestuvo catalogado para adolescentes durantemucho tiempo, hasta que ahora lo publican laseditoriales más serias, en colecciones de clási-cos. Pero si no fuera así, peor para los clásicos.Porque la literatura tiene que ser la vida, la que

El hombre pulpo en el faro de Vigo

EL AUTOR Y LA ESCULTURA DE JULIO VERNE EN VIGO (FOTO CONSUELO DE ARCO)

nos escamotean a diario. Tiene que manifestartodo lo que llevamos dentro y el sistema nosroba. Y Verne se fue con sus palabras al mundoentero. Recorrió veinte mil leguas de viaje sub-marino (y por cierto el capitán Nemo, cuandonecesitaba dinero, acudía al tesoro de Rande,los galeones cargados de oro de América quelos ingleses hundieron junto al puerto de Vigo).Me llevó por todo el antiguo imperio ruso, através de innumerables culturas tan vivamentedescritas, con Miguel Strogoff. Me llevó a la

misma Luna. Me hizo dar la vuelta al mundo enochenta días (cosa que ahora ya no puede ha-cerse, lo sabe Manuel Leguineche). Me llevó aislas desiertas con los hijos del capitán Grant ome hizo latir con un capitán de quince años.Esa novela la daban por la radio, e incluso mitía (que normalmente prefería historias más sen-timentales) la seguía conmigo. Dicen que es unadelantado de la ciencia. Pero no, lo que mos-traba era el poder de la literatura, la magia delas palabras. Y nunca dejaré de agradecérselo.

PORTDAS DE DOS DE LAS EDICIONES DE LAS OBRAS QUE SE COMENTAN

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4 EL FAROEL FAROEL FAROEL FAROEL FARO

Cultura/Entrevista

Afirmaba Juan Ramón Jiménez que a los escritoresse los conoce por sus casas y hoy el asunto se nos presen-ta peliagudo con Gregorio Morales por razones que ahoraaclararé. Al cumplir cincuenta años, César GonzálezRuano publicó uno de sus libros más singulares con eltítulo de Mis casas donde nos hablaba de todos lossitios donde había vivido hasta aquel momento. GregorioMorales podría escribir un volumen aún más amplioque el de González Ruano pues yo lo he visitado ya encuatro domicilios diferentes en Granada, en un aparta-mento en Almuñécar, en un pequeño cortijo de la vegagranadina, en una casa muy céntrica de Madrid y séque ha vivido también largas temporadas en Londres yen Roma. Hoy, sin embargo, nos recibe en su alto pisodel granadino barrio de Cervantes y nuestra primerapregunta es si no ha pensado todavía en escribir unlibro de memorias.

— No sé bien lo que es un libro de memo-rias. ¿Recuerdos? ¿Cómo puede haber recuer-dos cuando todo es simultáneo? No existe unGregorio Morales de antes ni uno de ahora.Ambos existen a la par. Soy a la vez niño, adul-to y viejo. Siempre lo fui. Y de la misma forma,en cualquier hecho están todos los hechos. Porlo tanto, es suficiente con que escriba una líneapara expresar el que soy. Estoy en cuanto escri-bo y también en lo que no escribo. Hablar demí mismo sería reiterar lo obvio.

— Se han cumplido ya veintiún años desde la apari-ción de La cuarta locura, esa novela que constituyóun hito en la narrativa española contemporánea. Sabe-mos que hay varios editores interesados en volverla apublicar. ¿Cómo explica su autor la génesis de aquellaobra maestra?

— Tal vez me escuché a mí mismo. Quizá seabrió la puerta que conecta con las profundida-des. Dejé que la Voz hablara a través mío. Sinambiciones, sin deseos, sin expectativas, fluí conlos hombres y mujeres que venían a mí. Vivícon plenitud lo que sucedía en mi mente. O loque ya había vivido o vivía o viviría.

— ¿Cómo encuentra Gregorio Morales el panora-ma de la narrativa española contemporánea? ¿Qué nom-bres considera que van más allá de la mera propagandade las editoriales y están destinados a prevalecer?

— Me da igual la narrativa española de hoy.Me dan igual las voces que van a permanecer ono, incluido yo mismo. No miro al futuro, sinoal presente. No miro al conjunto, sino a lasindividualidades. No miro a la literatura, sino ala verdad. No busco libros, sino realidades. Pue-do leer en un analfabeto, en una pared… o enuna página. Busco el ser desnudo. Y, para ello,tengo que despojarlo de la literatura. Busco laaventura. Por eso no escucho el clamor de loscaminos trillados.

— Este mundo de hoy apenas tiene que ver con el dela «Movida», que nuestro novelista vivió en primerafila en aquel Madrid de 1980. ¿Qué recuerdos le traeaquel tiempo y qué ha cambiado literaria e ideológica-mente desde entonces en este país?

— No ha cambiado nada, pues la misma tri-vialidad de entonces es la trivialidad de hoy. Latrivialidad siempre existe. No son los tiemposni las épocas ni las modas los que pueden sal-varnos. Lo único que puede salvarnos es entrardentro de nosotros mismos. Se trata de una ex-periencia personal, única. Por tanto, exterior-mente, todo es ahora como fue o como será.Nunca hay tiempos mejores. Sin embargo, sí hay

proyectábamos nuestras carencias sobre el «ene-migo». El panorama no era óptimo, evidente-mente, pero es que nunca existe un «panoramaóptimo». La vida es como es. Por eso no hayque luchar contra lo que se odia, sino trabajarpor lo que se ama. Lo único que ha quedado deaquella efervescente etapa es justamente el tra-bajo en pro de lo que amábamos. La guerra nosirvió para nada y se ha diluido como el aguasucia en los sumideros, dejando dolor y este-reotipos a su paso. Sólo ha quedado lo que cons-truimos con amor. Que es mucho.

— Gregorio Morales puso en marcha la EstéticaCuántica y, hoy que dicha corriente posee seguidores entodo el mundo y que se vienen celebrando congresos de-dicados a ella todos los años en diversos puntos del pla-neta, muchos intelectuales siguen preguntándose en quéconsiste y qué nueva perspectiva aporta. Sin duda quesu creador no tiene inconveniente en resumirnos en estaspáginas su posible definición de la misma.

— La estética cuántica es esto: verdad frentea apariencias. La verdad es revolucionaria. Tanrevolucionaria que una y otra vez produce es-cándalo. El mundo está dormido. La estéticacuántica es una llamada a salir de aletargamien-to, no al precio de la guerra, sino del conoci-miento, aunque desgraciadamente el escándaloo el rechazo resultan inevitables.

— La edad ha ido acercando hacia las riberas de lapoesía al antiguo narrador. ¿Hay experiencias que sólopueden ser expresadas mediante el verso?

— La afirmación debe hacerse al revés: «Laedad ha ido acercando hacia las riberas de lanarrativa al antiguo poeta». Yo me inicié en laescritura por y para la poesía. Mis primeros poe-mas aparecieron en la revista de la Facultad de

«La verdad es revolucionaria»(Entrevista a Gregorio Morales)

siempre personas mejores. Las había antes y lashay ahora. Tal vez ha cambiado mi apetito poresas personas. Ahora las busco con pasión. Ycada vez que encuentro a una, sé que he encon-trado una parte de mí mismo. Me extiendo,porque todo cuanto nos rodea es un reflejo denosotros mismos.

— Los relatos de terror de Gregorio Morales cons-tituyen piezas extraordinarias en su género y lo sitúana la altura de los grandes escritores anglosajones que lohan cultivado, pero ¿por qué no escribir una novela com-pleta de miedo? ¿Es tan difícil mantener sobrecogido elánimo del lector?

— Sólo busco sobrecogerme a mí mismo. Y,para ello, puedo escribir, pero también puedono hacerlo. Turbar al lector por turbarlo, meparece baladí. Lo que me interesa es conmoverlos cimientos de las apariencias. Destruir el edi-ficio de espejismos que me ha servido de excu-sa para no entrar en mi única casa, aquél queme habita. Pero, para esto, basta una palabra,un relato, esta misma entrevista, un pensamien-to, un sueño. Sinceramente, no sé lo que es unanovela. Es una convención. Yo amo destruir loslímites.

— El Salón de independientes supuso una ba-talla en toda regla contra la literatura oficial de estepaís. ¿Se perdió sólo una batalla? ¿Se perdió la guerra?¿Valió la pena tanto esfuerzo, tanta energía desplega-da? ¿Qué resta hoy de aquel espíritu de combate?

— Sólo existe una forma efectiva de comba-tir: no hacer nada. Toda lucha es siempre unalucha con uno mismo. Todas las derrotas, pormás que creamos que son del enemigo, sonnuestra propia derrota. En lugar de escribir,hacíamos manifiestos. En vez de conocernos,

FERNANDODE VILLENA

GREGORIO MORALES Y LA PORTADA DE UNA DE SUS OBRAS DE MÁS ÉXITO

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Cultura/Entrevista / Narrativa

La primera vez que vi a Ayes Tortosa, me parecióun personaje de sus propios cuentos. Yo no cono-cía sus cuentos aún, pero me pareció estas doscosas: que los escribía y que ella era un personajemás. Pues así como ella misma desprende fantasíacon su voz y su mirada –y quien la conozca sabeque no miento–, sus cuentos nos instalan en unterritorio donde lo imposible se hace verdadero.Esto es así porque lo cotidiano encuentra su pro-pia magia inadvertida. Las cosas hablan, y a vecesestablecen una relación maravillosa con los sereshumanos. Sólo hay que tener los ojos dispuestos aver en lo invisible. Los Cuentos del Albaicín puede que no sean altaliteratura, ni falta que hace cuando la complicidades con esos otros sentimientos que a los adultosse nos pasan desapercibidos: la ingenuidad, la na-turalidad, el candor, la pura inocencia. No haymetáforas aquí porque cada cuento es una metá-fora en sí misma, una transgresión de toda lógica.Pero ¿los sueños la tienen? Poseen, esto sí, unacoherencia que traspasa la ley de causa y efecto,dado que lo que en los sueños cuenta no son loshechos, sino los símbolos que el subconscienteprofundo nos suministra para interpretar la vidaconsciente. Por esto su lenguaje es diferente. Simbó-lico, y por ello mismo, paradójico. La realidad, al fin,no deja de ser un estado de insatisfacción, cuandono frustración, permanente. Necesita de los sueñospara obtener un mínimo de trascendencia. Y cuando cada día se nos roban los sueños, AyesTortosa nos los ofrece a voleo. Su Albaicín es in-terior, de sus sentimientos. Un retablillo del cora-zón. Y vemos desfilar a unos seres irrepetibles,todos ellos signados por manías deliciosas y ma-neras de ser dulcemente guiñolescas. Hasta dieci-séis historias con gatos, perros y personas, peroéstas irrepetibles, porque los albaicineros, con te-ner a la Alhambra siempre delante, y los pájarosdía y noche, y esas flores que provocan mareoscosquilleantes, y los cipreses y las fuentes, y más

Letras que dirigía el poeta Dámaso ChicharroDuarte. Dámaso fue también quien leyó misprimeros versos y con quien compartí impre-siones poéticas comunes. Siempre he continua-do con la poesía. Mi posterior práctica de la na-rrativa hizo que no tuviera urgencia por publi-car. En cualquier caso, si no creo en la literatu-ra, ¿creeré en los géneros literarios? Son unaconvención. Todo se puede decir con todo. Lapoesía no dice cosas que no se puedan decir deotra forma.

— ¿Tiene claro Gregorio Morales cuál será su próxi-ma obra? ¿Trabaja ya en ella?

— Mi obra está ya aquí. Soy yo mismo. Tra-bajo en mí y para mí.

— Doce años ya de esa tertulia del Salón o de losMiércoles que ha ido desplazándose de un sitio a otroporque todos los locales de Granada se le quedabanpequeños. ¿Qué destacarías de la misma? ¿Qué laborha realizado en la ciudad y qué proyección ha tenidofuera de la misma?

— La Tertulia del Salón es el índice palpablede que las personas son más importantes quelos libros. Que la amistad está más allá de esacosa que llaman literatura. Que igual que pue-des leer en los libros, puedes leer en las perso-nas. Y que es infinitamente mucho másiluminador leer en una persona que leer en unlibro. Unirse a otros y compartir su energía esuna experiencia única. Proyectos. Metas comu-nes. E individualidad. Esta cuadratura del cír-culo es la Tertulia del Salón. Esta uniónreverberará en el tiempo y no se apagará nunca.

— Nuestro novelista se encuentra a menudo rodea-do de narradores jóvenes que lo saludan ya como a unauténtico maestro. ¿Qué consejos les daría GregorioMorales a quienes comienzan a escribir y desean dar aconocer su obra en esta España de hoy?

— Si deseas dar a conocer tu obra, entoncesestás acabado. No necesitas ningún consejo. Osólo éste: piérdete como deseas perderte. Elúnico consejo real es el siguiente: la literaturano existe, tú no eres especial, puedes escribirsin escribir y, antes que nada, debes encontrartea ti mismo. Pues si no te encuentras a ti mismo,serán los demás quienes hablen por ti. Y tuspalabras sonarán falsas e impostadas. Conócetey sólo entonces, tal vez, merecerá la pena cono-certe. No busques pues, encuentra. No vayas,espera. No actúes, crúzate de brazos.

Gregorio Morales une a sus cualidades literarias lade ser un magnífico gastrónomo y hoy nos ha preparadoun opíparo almuerzo a varios de sus amigos. Dejamossu despacho de trabajo y pasamos al comedor.

Cuentos del Albaicínla nieve lejana del escorzo del Veleta, ya no sabenbien a qué atenerse, si al día de hoy o, por el con-trario, al día de siempre, que es el de sus anhelos yafán de calma. Es toda una galería que más que depersonajes lo es de duendecillos insólitos. Y ve-mos a los panes de Casa Pasteles hablando tancampantes, y al policía Olegario zampándoselosmientras carbura en su mente la explicación delprodigio. O a las hermanas Marta y María llevan-do su casa a cuestas, un baúl que nadie podía ima-ginar qué contenía adentro. O esa tienda de Nico-lás, en la Cuesta de la Alhacaba, donde no habíamás que pedir, para obtener, así fuera la cosa másperegrina del mundo. Todos, y cada uno de estoscuentos, nos plantean una situación estrafalaria yantirrimbombante; comienzas a leer por ver enqué para el desavío, y al fin te ves envuelto en unanovela sentimental, como tantas historias de amorque sucedieron y aún suceden en la calle del Agua. Pero, mientras tanto, están los manolitos y elrelojero Leandro, míster Bradley y sus piraguas, elabuelo Antonio bajando a Correos llueva o true-ne, o a don Benito fotografiando cuanto se mue-va desde su balcón de la cuesta de San Cristóbal,o a Lolita y doña Lola, madre e hija que se escri-ben cartas aunque vivan pared con pared pormedio. Y tantos personajes más en los que AyesTortosa, albaicinera como la que más, vuelve a ungénero muy granadino, a fuerza de pulido y multi-color: la farsa amable. Es como la abuela Genovevanos tiene dicho: «Los rincones del Albaicín estánllenos de historias que han sucedido, están suce-diendo o pueden suceder en cualquier momen-to». O como la misma Ayes: «Vivo en un barriodonde la gente se comunica con mensajes a travésde la ropa que tiende en las azoteas». El libro senos ofrece parejo a Versos del Albaicín, y ambosestán ilustrados por Shinobu Wakabayashi, quien,como todo el mundo habrá imaginado, es japone-sa y pinta como todos los japoneses (y japonesas):divinamente. O dicho en albaicinero: bonico.

ANTONIOENRIQUE

ALBAICÍN, DE MANUEL ÁNGELES ORTIZ

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Cultura/Poesía

Dios se come a los hombres/ y los hombres un díase comerán a Dios. De este modo recoge LeónFelipe la idea archiconocida de FriedrichNietszche, que proclama la muerte de Dios,víctima natural de un universo que, simple-mente, no lo necesita. Los avances científi-cos, el desarrollo tecnológico y las innovacio-nes de la filosofía, acreditarán, a lo largo delsiglo XX, su suficiencia, no sólo para expli-car el mundo, sino también para transformar-lo. La existencia de Dios deja de ser el eje dela filosofía, que cede el protagonismo del sa-ber a las ciencias. Con Su muerte, el concep-to de providencia pierde su antigua razón deser y es ahora la ciencia o, mejor dicho, latecnociencia lo que, puesto al servicio delhombre, habrá de procurarle la redención.

La redención del hombre por la ciencia y latécnica carece, por supuesto, del sentido tras-cendente que pretende aportar la religión. Yello porque el hombre de nuestros días, aimagen y semejanza del dasein de Heidegger,es tan sólo presencia momentánea, que de-manda soluciones a su presente: necesidadeseconómicas, formación, salud, bienestar. Con-seguírselos será la finalidad de la tecnociencia,a fin de liberarlo de la pobreza, la ignorancia,el dolor y, por descabellado que parezca, lamuerte. Nos hallamos inmersos en una nue-va cultura, superadora del humanismo clási-co, que, a partir de los años 80, comienza adenominarse transhumanismo.

Justifico este largo preámbulo por el he-cho de que El software de la inmortalidad se ali-menta de aquella cosmovisión, acaso domi-nante en nuestro mundo globalizado. Por ello,el profesor José Luis Abellán, en su brillanteprólogo, califica de manifiesto a este libro: Sí;el manifiesto que el autor nos ofrece como expresiónde una cosmovisión propia; es decir, de una concep-ción del mundo que da sentido a su vida. Y aclara:un sentido trascendente de la vida. Quienes hayanleído sus libros anteriores, Dioses y héroes enretirada y El cielo que nunca habló, observaránque entre éstos y El software de la inmortalidadhay una relación, que se materializa en la bús-queda de dicho sentido, la cual, por otra par-te, continúa a lo largo de una obra poéticaconcebida por el autor, de momento, comouna septología.Y es que Mariano Rivera (Jerezde la Frontera, 1945), fiel a muchos princi-pios de nuestra generación, considera su obracomo un signo lingüístico y una unidad, portanto.

Mariano Rivera Cross no desestima latecnociencia ni repudia los planteamientos delas nuevas filosofías, pero se muestra críticocon ellas. Admite, sin embargo, que la luchadel hombre por quitar a los dioses el fuegosagrado es coherente con su naturaleza y re-gresa por ello a la antigua mitología y a suentorno cultural, allí donde los hombres bus-can la perfección y depuran sus fuerzas paraenfrentarse al medio. Una vez adquiridas es-tas capacidades, los dioses, con sus leyes, sonexpulsados de la conciencia humana,iniciándose así un proceso que concluye conla muerte de Dios.

EL POETA JEREZANOMARIANO, RIVERACROSS,AUTOR DEEL SOFTWARE DELA INMORTALIDAD,PUBLICADORECIENTEMENTE PORHUERGA & FIERRO(MADRID, 2010)

NO DESESTIMAEL AUTORLA TECNOCIENCIA,NI REPUDIA LOSPLANTEAMIENTOSDE LAS NUEVASFILOSOFÍAS,PERO SE MUESTRACRÍTICO CON ELLAS.ADMITE, SIN EMBARGO,QUE LA LUCHA DELHOMBRE PORQUITAR A LOSDIOSES EL FUEGOSAGRADO ESCOHERENTE CONSU NATURALEZAY REGRESA PORELLO A LA MITOLOGÍAY A SU ENTORNOCULTURAL, ALLÍDONDE LOS HOMBRESBUSCAN LAPERFECCIÓN YDEPURAN SUS FUERZASPARA ENFRENTARSEAL MEDIO.

Programados para ser inmortalesEl software de la inmortalidad

Nietzsche, en El origen de la tragedia, se re-fiere a los matadores de dragones, personificaciónde los individuos capaces de enfrentarse conlos valores caducos y con todo aquello quedebilita el espíritu. Los matadores de dragones ti-tula Mariano Rivera a la primera parte del li-bro, la más extensa, en la que el hombre con-temporáneo, tras matar al correspondientedragón, se convierte en un ser desvalido, ayu-no de valores, éticamente devaluado, que asis-te con angustia a la destrucción de su mundoy vuelve sus ojos a un Dios que, no obstante,permanece en silencio. A través de los mitos,nos coloca el poeta ante un espejo y el resul-tado es una parábola del mundo y el hombreactuales. Los héroes dejan paso a creacionescontemporáneas: una computadora, por ejem-plo, la oveja clónica Dolly o el malvadoWolfciber que, para no perder la costumbre,acabará comiéndose al cerdito –clonado– porsupuesto.

En la segunda parte, titulada Música celeste,sólo cuatro poemas –así les llamaremos, con-tradiciendo en ello al profesor Abellán– po-nen contrapunto a la anterior y, allí donde rei-naban la prosa y la ironía, ahora suenan lasnotas de Händel y Wagner, señalando un ca-mino: la mística, concebida como iniciaciónal misterio o, en este caso, la recuperación delmismo. Mientras el aria de El Mesías nos con-duce al triunfo de Jesucristo sobre la muerte,la wagneriana Cabalgata de las Valkirias, utili-zada por Francis Coppola en su terribleApocalypse now, se resuelve en aquella inocen-te canción infantil que expresa, una vez más,

el ansia de superación de la especie humana:quisiera ser tan alta como la luná, dice la letra.

Pero, pese a la batería filosófica que apare-ce en las páginas del libro o por ella precisa-mente, nos encontramos ante una obra litera-ria y, desde luego, poética, con un plus de mo-dernidad, asentado en la disolución de los gé-neros literarios, la desarticulación del lengua-je, a fin de restituirle su función creadora, y lasupremacía del contenido sobre la forma, unascaracterísticas que se enlazan a lo largo dellibro y explican una estética heterodoxa que,si hacemos caso a lo que Antonio Enriqueformulara al respecto, aboga por una literaturaque implique una reprobación absoluta de los regíme-nes de la codicia, la polución informativa que distraedel saber, la uniformidad procustiana de las formas yconvivencias. Y una estética heterodoxa que, encierto modo, aparece esbozada en la obra demuchos autores de la Generación del 98 y losexperimentalistas de los años 60. No debieraextrañar, en consecuencia, que el poema, ensu acepción tradicional, desborde la plantillaque le brindan la métrica y el versículo paraexpandirse por el folio en blanco –fenómenoconsagrado por Juan Ramón Jiménez en Es-pacio– y expresar lo que William James deno-minaba flujo de conciencia.

Estamos ante un libro apasionante, inves-tido por la solemnidad de lo profético y laelegante audacia de toda gran poesía. Un li-bro convocado no a la estéril polémica, sinoal debate reflexivo y enriquecedor. Un granlibro, en definitiva, que acerca la emoción alpensamiento.

DOMINGOF. FAÍLDE

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Cultura/Poesía

La hiedra y el mármol

EL POETA Y NOVELISTA GRANADINOFERNANDO DE VILLENA, EN ALMUÑÉCAR(VERANO 2009) Y LA PORTADADE SU ÚLTIMO LIBRO DEVERSOS LA HIEDRA Y EL MÁRMOL,APARECIDO EN LA SERIE POÉTICADE LA EDITORIAL CARENA DEBARCELONA. EL LIBRO FUEPRESENTADO RECIENTEMENTE ENEL CENTRO ARTÍSTICO DE GRANADAPOR LA AUTORA DE ESTE ARTÍCULO

CELIA CORREA

Aún retengo en la memoria la primeravez que vi a Fernando de Villena, lorecuerdo elocuente y contenido, donoso yapacible, al mismo tiempo, con aquellasonrisa suya, como entre dos luces o esehablar retenido por un seseo granadí quedejaba en entredicho su pinta de lord inglés.Y es que Fernando de Villena, además deun magnífico poeta, es un incondicional dela elegancia, como si la ropa fuera unadestilación de su propio estilo literario.Cuando el frío aprieta, Fernando sueleabrigarse con una capa española, muyromántica, muy a la usanza del siglo XIX yun sombrero de ala estrecha, muy a loHumphrey Bogart en Casablanca; a vecessustituye la tradicional corbata por unapajarita de alas color granate, intelectual yacadémica que nos desvela el punto justo einequívoco de una elegancia a la altura delo que escribe, a juego con su propia obra;qué duda cabe que en Fernando de Villenavida y literatura se funden y confunden; aeste respecto puntualiza José Lupiáñez, queno tiene que desviarse demasiado Fernandode Villena de los límites de su propiabiografía para crear su obra. FranciscoUmbral lo dice a su manera: No somos obrade Dios ni de la naturaleza, sino de lossastres y de las lecturas. Luego, a medidaque el calor lo va sojuzgando, Fernandocomienza a deshojarse como ese librotrasegado por demasiadas manos y esentonces cuando se nos queda un Fernandoen mangas de camisa, aunque conservandosiempre su higiénica prestancia de profesorde Oxford.

Fue aquel día un encuentro con muchagente y, aunque Fernando intentaba ser unomás, no lo conseguía, porque Fernando

nunca puede ser uno más: cuando Fernandoestá, lo está plenamente. A partir deentonces, hemos seguido coincidiendo cadamiércoles en la Tertulia del Salón, cuandonuestros respectivos quehaceres y nuestrasmutuas vidas nos lo han ido permitiendo y,siempre, siempre, Fernando ha tenido laamabilidad de regalarme, amén de susexquisitas maneras, una charla gratísima,aderezada con un caudal de profundasreflexiones, de esas que nunca tienen unarespuesta fácil.

Desde su casa apartadiza del Realejo,desde ese gran mirador terciado sobre laVega, de seguro Fernando contempla cadatarde las deshilachadas luces de loscrepúsculos granadinos, como una alegoríade las Guerras civiles que narrara Ginés Pérezde Hita y que a él tanto le gustan. Y es,precisamente, de ese extenuar o como diríaBorges, de ese fatigar el paisaje de Granada,de donde Fernando bebe las bellísimasimágenes que luego va derramando en suspoemas, esas vehementes hipérboles, esasimposibles metáforas con dos y hasta contres vueltas de tuerca. La poesía deFernando de Villena es la poesía de laemoción, de una profundidad hacia fuera,porque Fernando no practica la poesía,Fernando respira la poesía, sus versosbrotan como una marea de palabras, comouna progresión férvida y esplendorosa, queconstituye el aliento mismo del poeta.

Pienso que todo autor debe ser sometido,no a la prueba del algodón, sino a la de latardanza, su obra debe ser seguida o mejor,perseguida a lo largo de los años, porquehay entusiasmos de juventud que luegoacaban disolviéndose como azucarillos enagua. Por supuesto, no es el caso de

Fernando de Villena cuya obra ha idocreciendo en calidad año tras año, hastaconvertirse en referente de la actual poesíaespañola. No obstante, el virtuosismoverbal del que Fernando de Villena hacegala, muchos no han sabido valorarlo; anadie se le escapa que su escritura estárepleta de palabras cultas que norebuscadas. En La primavera de los difuntos,la tercera entrega de sus memorias,Fernando lo explica: «En mi obra, cadapoemario o cada novela quiere ser unaaventura distinta. Y lo que a todos los unees mi culto a la palabra, mi confianza en laexistencia de un lenguaje literario al margendel que se utiliza en la calle...».

La producción poética de Fernando deVillena ha sido, hasta la fecha, recopiladaen tres volúmenes, el último de ellos vio laluz el verano pasado bajo el título Los sietelibros del Mediterráneo. Pero la zozobracreativa de Fernando de Villena no podíaquedarse ahí, Fernando ha seguidoescribiendo día tras día, sin por ello cederun palmo en su autoexigencia.

Fruto de esta fiebre creadora es La hiedray el mármol, su último poemario compuestopor cincuenta y dos poemas, la mayoríasonetos y versos blancos de una bellísimafactura, con acertadas imágenes repletas demusicalidad y matices, un raudal inagotablede comparaciones cargadas de simbolismo,transidas por un hondo sentimientoelegíaco en el que la melancolía palpitacomo hoja cimbreada por el viento; unaluvión, en suma, de belleza y adjetivacionessorprendentes que dejan patente el caudalportentoso de su palabra y su pensamiento.Puro lirismo, poesía en estado puro. Nodejen de leerlo.

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Cultura/El Canto del Urogallo

Elegía del jazmín

PEDRORODRÍGUEZ

PACHECO

Me han abierto los primeros jazmines, miflor predilecta del verano. Para mí símbolode juvenil resonancia aunque su aroma meretraiga recuerdos fúnebres imperecederos:en Sanlúcar la Mayor existe un conventode Carmelitas Descalzas fundado por San-ta Teresa… Al ser de clausura, el contactocon las monjas siempre se hizo a través deltorno e, incógnitas, nos llegaban las vocesnostálgicas y melodiosas, así como exquisi-tos los brazos de gitano y los bordados quelas clausuradas laboraban para subsistir. EnAsís, en la Umbría italiana, a las Clarisas,también de clausura se las conocía como«las emparedadas en vida»… Volviendo alos jazmines y sus aromas de reminiscen-cias mortuorias, a las monjas carmelitas delconvento sanluqueño, sólo se les veía elrostro una vez muertas. Recuerdo la expec-tación cuando alguna moría y era mostra-da, fastuosamente vestida como una novia,y a la que contemplábamos a distancia trasunas sólidas rejas defendidas por afiladosclavos. Y los jazmines, aquel perfume in-tenso de tantos esparcidos sobre el vestidocándido de la difunta. De ahí la correspon-dencia del olor de ellos y la visión viciosade la muerte, tan niña, tan barroca, tan alos esplendores fúnebres de Valdés Leal ensus cuadros de Las postrimerías, en la iglesiasevillana del Hospital de la Caridad quefundara Miguel de Mañara. Y al fondo, elcanto gregoriano aleccionador y terrible delDies Irae, en esa voces monjiles melancóli-cas, apesadumbradamente resignadas, en-tregadas a ese Esposo impasible e imposi-ble.

El poeta sevillano de Mediodía, RafaelLaffón, escribió su más hermoso poemario–unas elegías a la muerte de su mujer– titu-lado Vigilia del jazmín… Otro poeta sevilla-no de mi generación, Alberto García Ulecia,otro bellísimo con el título Jazmines póstu-

mos. Alberto murió hace ya más de un lus-tro y el título de su obra acaso no fueramás que una premonición escalofriante-mente perfumada…

Murieron Laffón, Joaquín RomeroMurube, Juan Sierra, Julio Mariscal Mon-tes, Alberto García Ulecia, José Luis Núñez,Miguel Fernández, Juan Bernier, AndrésMirón, Vicente Tortajada, Javier Egea, Fer-nando Quiñones, Rafael Montesinos, JuanJ. León, José Mª Requena, José Luis Ortízde Lanzagorta, al que la crueldad de Sevi-lla llamaba José Luis Ortíz de «Pichacorta»y, acaso, la crueldad quedó como constan-cia única de su nombre. Pero habría queconsignar otros nombres como el de Ra-fael López Estrada y, más recientemente –ay– Diego Jesús Jiménez, Juan CamposReina y Mª de los Reyes Fuentes: ¿Qué fuede tanto galán?/¿Qué fue de tanta invención/cómotrajeron?

He terminado, hace unos días, de leer lasegunda edición de Las armas y las letras deAndrés Trapiello. No es el momento dehacer crítica de un libro en el que se adivi-na la obsesa procura de la ficha sobre laordenada disposición de la dispersa y reite-rada información… Pero, con toda la sub-jetividad que el autor –en su legítimo dere-cho– expone, hay un elemento que calzacomo un guante a esta reflexión mía de hoy:los olvidos, los exilios, el cainismo, el pagodeshonesto de quienes, por una y otra par-te, se implicaron en el ser de España segúnsus legítimos y discrepantes criterios. Y ahíclama el exilio, el significado por la ausen-cia y, el aún peor, el conjurado contra lapresencia. Aquellos que volvieron, aquellosque, cuando ausentes, eran emblemáticosde una situación de cohecho intelectual aus-piciado por la dictadura, ¿qué acogida lesfue dispensada a los que volvieron?

nio Aparicio, Juan Rejano, Pedro Garfias,José Bergamín, Pedro Salinas… No hablode Alberti, ese tentempié que por mante-nerse dejó a tantos en la estacada, empe-zando por su compañera María TeresaLeón, devorada por los olvidos. Acaso,quienes mejor han hablado de las circuns-tancias de los exiliados hayan sido dos deellos, Max Aub en La gallina ciega y BlancoAguinaga en De mal asiento, en los que seexpone la frustración de ambos tras un re-greso circunstancial –pura curiosidad his-tórica: conocer la vida española en tiem-pos del dictador– y que se saldó, para am-bos, con «la desolación de la quimera», lade creer en una acogida fraterna de quie-nes –en las presuntas trincheras de la resis-tencia antifranquista– habían hecho suyoslos versos de León Felipe: Franco, tuya es lahacienda,/la casa,/el caballo/y la pistola… Losdel compromiso lo habían copado todo yno estaban dispuestos a ceder un celemínde la hacienda, la casa, el caballo o los pres-tigios devengados de la oposición.

Ah, sí, hablábamos de los jazmines, de lamelancolía de sus muertos, de la nostalgiade las ausencias, no irreparables, regresadoen los recuerdos de los más íntimos, dequienes, aún, los nombran –los nombra-mos– como aquí, ahora, en estas líneas na-cidas al par de los primeros que estrena elestío, de forma que ocurra el milagro de laresurrección, como en los versos de ClaribelAlegría: Cada vez/que los nombro/resucitan mismuertos… Hoy, para mí ya todo es perfu-mada elegía, sagrada materia del corazón,sólo de oboe, el adagio barroco deAlessandro Marcello, ese largo sollozo paraeste atardecer mientras escribo y venzo ala fatalidad del Pedro, Pedro/todos tus pájarosse han muerto, que profetizara en su desola-ción León Felipe, ahora, cuando en el jar-dín florecen los primeros jazmines.Esos exiliados Max Aub, Sender, Anto-