camisa limpia 1

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G U IL L E R M O B L A N C O

CAMISA LIMPIA

BI"BLIOTECADE SANTIAGOD 1R EC CIO N D E B 1B LI 01 EC AS "

A A CH 1VO S, Y M U S E O "

l.'!

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LOM PALABRA DE LA LENGUA yAMANA QUE SIGNIFICA SOL

La plurna anota:

... po r s er e sta t ie rr a ta n n ue va y l le na d e g en te v ic io sa

y a mig a d e li be ria d ...

(Carta de religiosos de LaPaz

a1inquisidor Andres Juan Gaitan.

25 de abril de 1612)

©Guillermo Blanco.

© LOM Ediciones para la

Segunda edicion, mayo 2000.

Primera adicion, 1989 (Pehuen)

Registro de Propiedad Intelectual N~:73.906

I.S.B.N: 956-2B2-227-3

Motivo de la cublarta:

Entierro de /a Sardina, 1803 - 1B06. Goya.

Disefio, Composici6n y Diaqrarnacion:

EditoriallOM

Concha y Taro 23, Santiago

Fono: 688 52 73 Fax: 696 63 88

Impreso en los talleres de LOM

Maturana 9, Santiago

Fono: 672 22 36 Fax: 673 09 15

Impreso en Santiago de Chile.

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PRIMERA PARTE

Fuga

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I

Fray Diego

de Urueiia

La pluma anota:

E I bach i ll er F ranc is co Ma ldonado , c ri ol lo de l ac i udad

d e S an M ig ue l, d e e s to s reinos del Peru, residenie en

I a c iu da d d e L a C on ce pc io n, d e o fic io c ir uia no ...

Francisco Maldonado de Silva se ha levantado

de alba esta manana. Algo (quiza un espasrno de su

vieja pesadilla familiar) 10 despert6 a una entrehoraoscura, y no logro recuperar el suefio, Flotaba en uno

de esos tiempos imposibles de medir, cuando aun no

ha abierto el dfa, lnm6vil sobre ellecho, mirando sin

mirar, queriendo no pensar: pensando; pasaban los

minutos, l.u horas, menos?, y por fin resono afuera

el primer silbido de un pajaro inseguro; pareci6 que

tanteara, que invitara a otro madrugador a responderle.

Inutil. Hizo una pausa y repiti6 el Ilamado, siempre

en vano. Y la noche segufa alli, sin ceder, rnientras

Francisco, alerta, no sabfa si implorar a su Dios que

amaneciese.iQ ue tam poco me aireua a d es ea r la luzl, pens6, y

cerro los ojos aver si se iba de el este agobio y respi-

raba en paz, 10 mismo que cualquiera, Cualquiera,

esta1l6, qu e 11 0 h ay a c om etid o lo s crimenes qu e yo iampoco

he comet ido . Alz6 los parpados con ira y principi6 a

notar que paulatinamente menguaba la penumbra.

Fue distinguiendo objetos: aca, la silla; ahf al frente,

el espeso boqueron se defini6 y era la puerta; unos

tajos de incierta claridad acusaron las hendijas del

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postigo. Afuera menudeaba ya el parloteo de los pa-

jaros, y de pronto algtin relincho, y la campana del

gale6n que anel6 ayer en la bahia . Francisco imagin6

el paisaje que se irfa entreviendo a traves del vaho

de humedad, a medida que el sol, todavfa oculto,

revelaba sin prisa formas y colores.

E s e db ad o, record6. Sabado: jcomo quemaba esta

palabra! Volvi6 la cabeza hacia el costado del lechodonde su mujer dormfa casi pegada a su cuerpo. Isabel

(jug6 a nombrarla s in voz), LIsabel? Distingufa el perfil

de ella recortandose contra el muro de adobe. Repiti6

en sus adentros: Isabel; luego: Vo y a salir; luego: Perdona;

y luego comenzo a apartarse cautelosamente, s in per-

derla de vis ta . Bajo un pie, el otro (No desp ie ri es , m i a tnor ;

ip or D ios, no sep as! ) . Le dio frio el contacto con el piso

de tierra de su alcoba. El aire, tambien frio, calo sus

hues os a la vez que alentaba sus pulmones.

-Adios -rnodulo con los labios, sin pronunciarlo.

Al pasar junto a la silla cogio una a una sus prendasde vestir, menos la camisa, que anoche habia tiznado el

rnismo fingiendo que un perol resbalaba en sus manos

(«Mira 10 que fui a hacer, que torpe», Isabel: «No importa.

.La otra esta Iimpia. La seque en elbrasero». lNo la harfa

complice esto? lNo habrfa notado que sabado tras saba-

do el urdfa un pretexto para mudar camisa?). A tientas

tomo ahora la que ella le dejo encima del arcon, y con su

bulto bajo el brazo miro atin a la mujer ( Pa r fa vo r, n o se -

p as n ad a d e e sto , n un ca ), descorri6 el tapiz que separaba

ambos cuartos de la casa y entre en el que les servia de

comedor, cocina, despacho de trabajo ...- Y salon -habia refdo ella cuando empezaban a

instalarse.

-Botica -afiadio el, y ya era un juego.

-Despensa.

-Vestibulo.

-Escritorio.

Les divertfa ser pobres, sin saber bien por que.

- ...han dado y sereeenooo -se escucho ah f en la calle.

10

lLas cuantas habrian dado y sereno? lQuizas las

seis? Olia al alba. Y las grietas del postigo de aca, y lasde la puerta, ya permitian ver sin gran esfuerzo. Fran-

cisco deposito sus ropas en una banquete, busco la ja-

rra de leche y bebio de ella un sorbo largo antes de re-

ponerla en la alacena. Sacodespues (de la despensa) una

hogaza de pan que coloco sin ruido sobre la mesa. Se

disponfa a vestirse cuando 1 0 sorprendio un rumor:voces, y luego pasos, en Ia calle.

j ran t emprano! , protesto en su interior.Aguardo, su cuerpo entero al acecho. Por unos ins-

tantes de ansiedad, los pasos y las voces continuaron

acercandose ala casa. Un hombre y una mujer, dedujo.

Si, y hablaban en murmullos, y parecian refr pero bien

quedo (lcuidandose tambien ellos, tambien profugos").

-lYa empiezas? -protesto la voz femenina.

La de el:

-No es mala idea.

-jBestia! -sin ira.Ambos rieron de nuevo. Sus carcajadas sigilosas se

fueron apagando en la distancia. Francisco esper6 toda-

via un rato, interminable, por si la pareja hubiese des-

pertado a Isabel. No daba la impresion, Se aproximo en

puntillas al tapiz que cerraba su alcoba, 10 apart6 ape-

nas y observe el lecho. Isabel seguia durmiendo con

dormir parejo; allado, en su camita, la hija de ambos.

A D io s g ra cia s, suspire,

Comenz6 a vestirse muy rapido, por superar el f rio

y el miedo. Cuando terminaba de calzarse las abarcas,

cierto indicio de sol permeaba el aire, anunciando acasoun nuevo ilia sin lluvia. «Sereno» habia dicho recien el

sereno. Aun asi, Francisco se enfund6 en su capa y des-

colgo de un clavo su ancho sombrero pluvial. Se paro

en el centro de la habitacion, escucho: nada. Fue a la

repisa donde guardaba libros, cajas, frascos de medi-

camentos, y rernovio un par de volumenes: el

An ti do ta ri o General is y el Pronost ico rum Hipocra te s. De-

tras qued6 a la vista un cumulo de objetos en desor-

den, de entre los cuales extrajo una pluma de ganso,

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un frasquito de tinta, varios pliegos de papel sin usa

que olfateo con deleite.

-Aaah.

Los guardo uno a uno, cuidadosamente, en el bol-

s illo de su capa; tomo el pan que recien habfa apartado

y, ya junto a la puerta de calle, permaneci6 irun6vil,

igual que si auscultara a un paciente. Ningiin ruido

sospechoso. Levanto muy despacio el extremo sueltode la tranca y lento, lento, entreabrio la pesada hoja de

madera, de modo que no fueran a crujir sus goznes. En

cuanto vio que cabfa, se deslizo por la escueta abertura,

miro a izquierda y derecha: nadie. Lento siempre, ce-

rro tras de sf, al tiempo que sostenia la tranca para ha-

cerla encajar par dentro en su soporte.

-Bueno -susplro con alivio.

Antes de echar a andar acecho aiin unos instantes

par si llegaban voces, trajines, desde el cuarto en que

alojaban los negros. No. Dorrnirfan tambien, de segura.

Recorrio can la vista la pequefia plaza, las siluetas delcabildo, de la Iglesia mayor, las viviendas vecinas. Ni

un alma. Respire hondo, tranquilo al fin, y partio ape-

gandose a los muras.

§

Ha caminado un rato por la pequefia ciudad, que

se ve a esta hora tan engafiosamente mansa. Y t an de-

sierta, a no ser por los soldados que, a intervalos mas 0

menos regulares, intercambian 6rdenes en las inmedia-

clones de la empalizada que protege (I O epcierra?) aLa Concepcion del Nuevo Extrema. Todo eI paisaje

intuye la aparicion ya proxima del sol, detras de las

montafias del este. Desde el mar, en el poniente, sube

un olor que es casi alar-sa bar: a sal y a yodo y a agua

viva; un olor que se funde con el olor del alba, que trae

del campo el aire fino. IC6mo se alegra el cuerpo al

respirarlo! Alegria del cuerpo (se repite Francisco en

su interior), alegrfa que le recorre los miembros, gra-

tuita igual que el roce de la brisa sobre su rostro.

12

-iAdonai! -exclama can un dejo de voz.

Las campanadas que convocan a la primera misa

comienzan a revolotear desde la precaria torre de la

Iglesia de Santo Domingo. Francisco trata de contar las

sefias, olvida en cuantas iba, se recoge de hombros, si-

gue andando. Salta aquf, alla, para esquivar los charcos

(llovio en la neche) como un nifio. No, se enmienda:

como un pajaro, que aun mientras disfruta permanecealerta. Un pajaro vive vida de fuga, vigila, lleva en su

medula esa pregunta que anima sus ojos, sus ofdos:

IVendnln, vendran? ILo habran seguido?

Tuerce una esquina y al fonda, enmarcado por las

paredes de las casas mas pr6ximas, ve alzarse el cerro

a cuya cumbre se encaramo Lautaro, el jefe araucano,

para cantar victoria y contemplar a sus pies el incendio

que consumfa los tiltimos restos de La Concepcion,

destruida y saqueada por sus hordas de guerreros. Los

sobrevivientes, al narrar la escena, ann evocan el grito

de triunfo que lanzo hace lcuantos afios?:- sln ch e L au ta ro , a pu mb in ta pu h uin ca i -iYo soy

Lautaro, el que derroto a los extranjeros!

Isabel se alarm aria si supiese que Francisco camina

de nuevo hacia los campos despoblados. Ella conoce

la historia sangrienta de esta «tierra de guerra» de que

hablan los militares, y da credito a unas terribles le-

yendas que recorren el espinazo de Chile iguaJ que

escalofrios. Al principio, Francisco le anunciaba cuan-

do iba a salir en busca de hierbas para preparar medi-

camentos. Ya no. Ya casi no 10 hace porque, al ofrselo

decir, el rostra de Isabel se ensombrece, y a el le dueleverla aS1, y le duele despues el dialogo que inevita-

blemente se repite, casi palabra por palabra, entre

ambos:

-ITienes que ir?

-Isabel...

-IQue no las encargaste a la botica de Santiago?

-Encargue, pero no Began.

-Espera un poco.

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-Hay gente enferma.

-Manda a Simon. Es agil y es despierto. Si Ie

explicas ...

-Sim6n. Demorarfa meses en aprender a conocerlas,

como yo demore, Tendria que ir con el para adiestrarlo,

y serfa igual.

-l,No puedes llevarlo contigo?

-lY? lMe defenderia contra esos indios queimaginas?

H I da nuevas razones, una serie de cuidadosos

argumentos que ha construido para mentirle a su mujer

sin mentirle: pedazos de verdad con los que cubre los

motivos reales de sus esporadicas huidas a las afueras

de La Concepci6n.

-l5era tan, tan urgente? -suele insistirle Isabel.

-Es.

-Podrfas ir en el caballo, 0 en una de las mulas.

-5erfa tentar a tus indios a que me ataquen para

robarlas -bromea el.

Pausa. Cediendo, ella dice:

-5i llevaras por 1 0 menos a Francisco.

Francisco, el negrito angolefio, no ha cumplido los

doce. Fuera de aburrirlo, l,de que serviria obligarlo a

cansarse en esas soledades? Y no, responde a 10 que

ellale insiruia ahora: tampoco llevara armas porque (por-

q ue a bomin o p ara sie mp re d e la s a rm as , I sa be l} ... porque si 1 0

viesen armado, seria mas probable que «tus hordas» 1 0

atacaran. Es preferible andar en paz; se cuentan tantos

casos, y ella sabe. Hay espafioles que viven en territorio

araucano sin que nada les ocurra, Por eso, porque van

en paz. AIfin, cuando ya no quedan razones ni pretextos,

Francisco Ie acaricia suavemente la mejilla:

-Eh, no sufras.

Isabel calla. H I busca su mirada, que 1 0 rehuye aiin.

-No sufras, LPor favor?

Quedan ambos en silencio, sin descubrir ninguno

c6mo romper esta distancia que no es hosca: al contrario,

-lIsabel?

Ella suspira.

14

-Isabel.

-Se te hara tarde -logra articular.

-Adi6s -sonrfe.

-Cuidate, par a.,-51, sf.

Hasta que un dfa Francisco no se atrevi6 a en-

frentar la discusi6n, [ni el riesgo de que ella adivi-

nara la verdad!, y se levanto igual que hoy, furtivo,y le dejo sobre la mesa unas letras: «Amor, no quise

despertarte. 5aH a buscar hierbas y te aseguro que

volvere sanoy salvo». Sus fugas se hicieron habi-

tuales. Por evitar que Isabel sospechara, de cuando

en cuando escapaba un lunes, un viernes, al azar.

Ahora ultimo no Ie ha side posible sino en sabado,

Un sabado, otro, otro, hasta que ya el recado escrito

resulto innecesario. Una menos de esas mentiras que

el armaba con trozos desgajados de verdad.

§

Francisco aprieta el paso. A traves de un porton

entreabierto asoma un perro de patas largas y pelambre

baya, costilludo, que le dirige un par de ladridos sin

vehemencia. Francisco ya conoce a casi todos los pe-

rros del pueblo.

-l,Y tti? -pregunta-c gfre donde has salido?

5e acerca, estira un brazo y le permite olfatearlo.

-lVes? -10 invita; Iuego-: Hombre, no pienso

hacerte dafio,

La cola comienza a sonrefr mientras el sol ponesu brillo limpio en los ojos alzados hacia el rostra de

Francisco.

-Eso es, eso -y esboza una caricia; el perro se le

hurta, instintivo-. lTodavfa terries?

Al abrigo de esa voz, su tono suave, la cola entra

en confianza, y saluda ya libre de recelo.

-Bien, bien -se inclina a acariciarle ellomo.

Luego Francisco se yerguel hace chascar los dedos,

y caminan. Amedida que ambos avanzan en direcci6n

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a]mar; el simple irjuntos logra borrar cualquier som-

bra de desconfianza. El hombre sabe que tarnbien a1

perro se le a1egra el cuerpo con este aire sano: es tan

elastico su paso, se yen tan agiles los movimientos

de sus patas. Husmea, trota, se afana escarbando un

basural: ostenta vida. Y,a su manera, va siguiendo a

Francisco. SeIe adelanta a trechos, y 10espia de reojo.

Al ver que el viene, es como si dijera: «Yase por don-de vamos», y continua. Sedetiene a olfatear, alza 1apata,

mea, sigue. Da gusto contemplarlo.

Tuercen, y ahora enfrentan la bahfa de Penco, en

el momento justo en que las velas del galeon eomien-

zan a henchirse, doradas de sol nuevo 10 mismo que

las casas de la ciudad, el mar, las olas transparentes.

Otro galeon se contonea en la superficie del agua.

Desde la orilla, un grupo de hombres y mujeres sigue

con atencion las maniobras del zarpe. Seescuchan sus

voces, las de los marineros, el rumor sordo de las ca-

denas mientras suben el anela. Ordenes, encargos. Lacampana de a bordo toea de nuevo.

-jAdiosl -grita alguien en cubierta.

[Adiosl, responden desde tierra las manos, los

pafiuelos, y el barco cruje, se endereza bahfa afuera,

golpea su casco contra el fuerte oleaje.

-Adiooos, adiooos ... -las voces de a bordo se

achican, 10 mismo que la nave, al alejarse.

De pronto aquf muy cerca de el, Francisco oye

tafier otra campana: va cruzando la p1azoleta de

Santo Domingo, donde fray Diego de Uruefia lanza

la ultima sefial para la misa, Alza sus brazos, afe-rrado a la cuerda, y los baja, y ahf arriba el badajo

golpea contra el bronce. Yl lama y llama. El viento

bronco del mar agita el habito del fraile, haciendo

que por un instante su figura retaca y algo gruesa

adquiera un cariz solemne. Francisco sonde al

verlo y espera a que termine de tocar para salu-

darlo desde lejos:

-jBuen dia, fray Diego!

16

Cree notarle un sobresalto al principio (iNa me

s in ti6 veni r? ) ; despues se vuelve hacia aca y responde

con una venia corta: un gesto que a Francisco se ]e

antoja entre serio y rnedroso. lQue es? Intenta decir

algol cualquier pregunta ociosa, un comentario trivial,

y el dominico no Ie da tiempo: se apresura a entrar a

la iglesia (lhuyendo? Lhuyendole?). Francisco, inmovil

par un rato, no consigue apartar su vista de esa hojaque acaba de cerrarse tras su amigo. El corazan patea

aquf en su pecho. LPor que? LQue asusta en el al

dominieo? LHabra escuchado ...?

-jNo! -exclama con vehemencia, y descubre que

ha espantado a1perro, e intenta sonrefrle-. Calma,

hombre ...

Hace ademan de acercarse y el animal retrocede.

Alarga una mano ( H u el e, m ir a: s oy el de antes ) , y ve quesalta atras, recogiendo la cola igual que si temiese un

castigo. Ineluso grufie quedo, a la defensiva. En un

ultimo esfuerzo, coge el pan que trafa para desayunar yse10 arroja (Come , t e invito): elperro esquiva elbulto, Lima-

ginandolo una piedra?, y corre,y desaparece sin remedio

ala vuelta de una esquina. YFrancisco esta solo.

A unas varas de distancia, semihundido en un

charco, el pan naufraga lentamente.

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II

Unagrieta

entre rocas

La pluma anota:

F ranc is co Ma ld on ado d e S il va , c an l os l ib ro s

qu e habia escrito...

... q ue e sc ri bi 6 d e s u le tr a m uy m en ud a ...

Da gloria salir a caminar cuando hay buen tiempo:

dejar atras el caserfo chato y ascender las laderas con

sus abarcas resbalando sabre el pasto humedecido;

oler esta humedad del suelo que 10 permea todo, in-cluso el aire; mirar luego hacia arriba para ver, como

ahora, un arrebato de nubes y de pronto, entre ellas,

iprofundo igual que un pozol, descubrir un boqueron

en el fondo del cual se logra divisar el cielo, tan hon-

do y tan azul, que Francisco siente vertigo al reves y

un vago miedo de caer hacia 10 alto.

Vuelve a bajar la vista a su ciudad, ahi, al pie de

este cerro, tan pequefia en rnedio del paisaje sobrehu-

mano. Un centenar de casitas de adobe rodeadas de

lagunas y arrinconadas contra el mar. No es raro que

las olas penetren por sus calles, y entonces los charcosadquieran olor salina, a yodo, y si los seca el sol, dejan

costras blanquizcas en 1atierra.

Elgaleon ya ha desaparecido a la distancia. Irguien-

dose, Francisco da una ultima mirada a LaConcepcion.

Trata de discernir cual podra ser su casal alla abajo; el

patio donde Isabel habra encendido el homo y donde

acaso juegue su otra Isabel, la nina. Hace un adios de

gesto, y en eso descubre un vilano que revolotea en el

viento, y 1 0 toma, 1 0 suelta y se 1 0 envfa a su mujer.

18

- Te quiero -sopla sobre la pelusa blanca.

Par recobrar su alegria del cuerpo corre a favor de

la ladera, luego sube otra lorna, y desciende, y trepa,

siempre rumbo al sur. De trecho en trecho, sudoroso,

hace un alto, se recoge y ora a eseDios que leproh~en

y cuyo pulso siente latir en el suyo.y en el,pulso miste-

rioso de la tierra. Tiene pulso esta tierra, SI, comprueba

elmedico. Sonrie, jubiloso: que ganas de llorar.

-jAdonai! -exc1ama, ya sin miedo.

Va a su 1ugar secrete, donde nadie podrfa sorpren-

der el hermoso ejercicio que practica en los sabados.

«Evita que te noten», habfa aconsejado su padre, dfas

antes de morir alla en Lima. «Trata de ser . .. parecer

uno mas». Tambien le previno: «No es facil».

Francisco recuerda su largo viaje para instalarse

aca, en La Concepci6n. Le parecio que iba a ser un

buen refugio: siendo «tierra de guerra», llegaban y

parHan soldados, mercaderes, funcionarios,

buscadores de fortuna. Existfa la amenaza, real 0

imaginaria, de los indios. La mayorfa de las ve_cesno

eran hostiles salvo que alguien tratara de danarlos.

Pero eran fieros, y ahf estaban, y nunca se sabia ... EI

peligro era una presencia m~s en la .ciud~d.

-Son muy ladinos -repeha el vecindario.

-Ah, sf -Ie oyo dedr despues Francisco a un

misionero-. Son ladinos. Si los golpean, les duele.

Si les roban sus cosechas, se enfurecen. Si violan a

sus mujeres, se indignan. iPobres soldados nuestros,

lidiar con gente tan ladina! . . ,

Francisco penso que podrfa VIVlf en paz aqUl,

donde Ellos permanecfan atentos al enemigo extemo.

Rodeados de araucanos, lejos de cualquier socorro,

mal armadas y peor abastecidos, lquien ~ba a .ocu-

parse del crimen de su padre, a de saber SI el ~lsm~

le seguia las huellas? lQuh~n podria ver en el, un

medico, a un hombre peligroso?

19

 

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§ Quiso reprocharse su exceso de temor. Al darse

vuelta, el hombre ya no estaba. Bueno. Pero sali6 del

despacho, entre la lluvia, saltando charcos y buscando

aleros a cuyo abrigo ampararse, y crey6 escuchar varias

veces ruido de pasos detras, Hubiera deseado detenerse,

girar en redondo, ver si era cierto. No se atrevi6.

. ..L1ovia la tarde en que debi6 presentarse al escri-

bano del cabildo para formalizar sus titulos. En el recinto

oscuro, mas oscuro por la lluvia que caia fuera y por la

hostil estrechez de las ventanas, pase6 su vista por esas

paredes de adobe sin encalar: le die ron impresi6n de

rniseria. Un pregusto de carcel lo golpe6 en elvientre.El escribano fue leyendo con meticulosidad, me-

dio grunendo entre sus dientes amarillos las formulas

legales del documento que Francisco le entreg6. «En la

muy noble y muy leal ciudad de Santiago de Chile, en

veintinueve dias del mes de diciembre del afio de mil

seiscientos diecisiete, la [usticia y Regimiento se junta-

ron en su lugar acostumbrado, y estando juntos pare-

ci6 e11icenciado Francisco Maldonado de Silva...»

£1 tuvo un sobresalto. La voz sin altibajos pareci6

subir el tono y modular mas lento al pronunciar su

nombre: «Fran-cis-co Mal-do-na-do de Sil-va», eter-no. lComo si se 10 dictara a alguien? Francisco,

invo1untariamente, recorri6 con la vista el recinto, ydescubri6 ahi, de pie en una esquina, entre sornbras, la

figura de un hombre que desvi6 el rostro a1 ver que el

10 vefa,

«Conviene nombrar en ella», continuaba el escri-

bano, «persona de suficiencia para 1a cura de enfer-

mos ...» Iuego la voz baj6 a una suerte de runrun: da,

da, da, y luego, desnudamente nitido otra vez: «...el

bachiller Francisco Maldonado de Silva . ..», Y a1 cabo

de un torturante zumbar: «Firman don Lope de Ulloa.Por mandato de su sefiorfa, Pedro Ugarte de laHermosa».

Silencio. Francisco sentfa el temblor de sus manos in-

seguras (lahora que?) y unas ganas incontenib1es de

mirar de nuevo a aquel hombre que intufa vigilante a

sus espaldas.

-Todo en orden, doctor -concluyo tal fin! el escri-

bano con sonrisa muscular-. Que tenga usted suerte

en La Concepcion.

-Gracias -articu16 Francisco.

§

. ..Sin sospecharlo todavfa ninguno de los dos, fray

Diego de Uruefia le habia abierto suprimera posibilidad

de respirar aire plenamente libre. Un dfa, hara dos 0

tres afios, Francisco acudi6 al convento dominico para

tratar al hermano portero, que sufrfa de opilaci6n. Lo

recibi6 y acompafio hasta la celda del enfermo e1fraile.

Desde un principio congeniaron. Fray Diego tenia unas

maneras tranquilas, y esa quieta bonhomia de hombre

gordo. No es que 10 fuera en exceso; es que, segun co-

mentarfa el mismo algo mas tarde, «tenia la voca-

cion de la gordura», Gordo vocacional, 10 delataban

cierta ausencia de prisa, la insinuaci6n de una papada

~ por cierto, aquella voz profunda, afable, que parecfa

brotar de un pozo.

-Hace calor -comento cuando Francisco hubo con-

cluido de exarninar alenfermo-. Un agua con azucarillo

le vendra bien.

£1intento decir:

-Gracias, pe ...

-Por aquf -zanj6 el dominico, y no quedo sino ir

tras el.AIrata conversaban con soltura, «fuera del tiempo»

(otra expresi6n de fray Diego). Sin dar la sensaci6n de

estar haciendolo, al «hablar de cualquier cosa» ayudaba

a orientarse al medico recien llegado. Siqueria explicarle

alga nuevo para Francisco, empezaba can la frase

sacramental: «Como usted sabe ..,». Los dos sabian que

no sabfa, pero la frase no sonaba a false,

-Corno usted sabe, aqui 1a tierra tiemb1a en se-

rio. Nadie que 10 haya vivido podra olvidarse del

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terremoto de 1570, que nos dej6 sin ciudad. No qued6

una casa en pie, ni una sola. Los muros de adobe, al des-

plomarse, llenaban de polvo el aire. En varios puntos se

abri61a tierra y por las grietas salian borbollones de agua

negra iY un espantoso olor a azufrel -hizo una pausa,

luego-: Pero nada como el silencio que vino despues.

Un silencio ... duro, como objeto, lme entiende, doctor?

El mar 10 habia pari do, al retirarse. lSe imagina todoesto sin mar, con elmar recogido alla, hasta elhorizonte?

Y en esto, la cosa sorda, el mar de vuelta . Una marejada

que barrio con la ciudad. jCiudad!: las ruinas. Cinco

meses, y el suelo sin dejar de sacudirse.

-Terremotos, maremotos, indios rebeldes, lc6mo

hay gente que sigue aca despues de eso?

-l5610 eso? Yla distancia. Quedamos lejos de todo.

Un barco en la bahia es una fiesta. Una tropilla de mulas

que llega de Santiago, un acontecimiento. Pero, lusted

ha visto ya el Bio Bio? lHa visto el cielo despues de una

de esas lluvias nuestras? l.Havisto elmar, cuando se tomaen serio su nombre de Padfico? Oios nos hace ganarnos

esas rnaravillas.

-lY que hay de los indios?

-Oepende. Yocreo que son tan buenas 0 tan malas

personas como cualquiera de nosotros. Altaneros, sf.

Orgullosos. Si uno los respeta, ellos respond en. Ysi les

habla en su idiorna, si se acerca en son de paz, [que

bien acogen!

-lUsted habla araucano?

-Mapudungu, Ie llaman ellos. Un poquito -pare-

da excusarse-. jMe ha costado el latin, imagfnese elmapudungu! Entiendo, s i, 10 suficiente para ver que

no son tan salvajes .. .

Inesperadamente, fray Diego pareci6 refr de algiin

recuerdo, aIguna broma interna.

-lSabe? Hasta hay colegas suyos, doctor: los

machis. Son curanderos, y a veces muy versados,

aunque a usted Ie pueda resultar ins6lito -volvi6 a

callar y a sonreir-. No habia pensado: vienen a ser

22

entre curanderos y brujos, 0sea, colegas mios tambien,

si usted quiere ...Y si no me oye el superior.

Charlaron un buen rato sobre el tema, y fue en-

tonces cuando fray Diego le ponder6 a Francisco las

virtudes de las hierbas que empleaban los machis. Po-

dia serle util conocerlas , sugiri6: los misioneros espa-

fioles las habfan aceptado desde un buen tiempo atras,

«porque cuando usted entra en territorio de indios y seenferrna 0 se hiere, no es cuesti6n de ponerse a buscar

boticas, lno? Suele ser cuesti6n de vida 0muerte, literal-

mente».De boca de fray Diego oy6 Francisco por primera

vez esos nombres atin misteriosos: el culen, cuya hoja

se machaca y se aplica a las llagas; el quinchamalf, que

se arranca de cuajo, entera, y cosiendolo en agua da un

brebaje que cura la sangre extravenada; y para el ta-

bardillo . .. Aqui se interrumpi6 el fraile, volvi6 hacia

el medico sus ojos de nifio:

-lDuda, doctor?

Francisco se sintio ruborizar:

-Le escuchaba ... Es.. .

-Duda -confirm6 sin alterarse fray Diego-. No es

extrafio. Tambien yo dudaba en un principia. l.Sabe?

Le sugiero hacer la prueba alguna vez con algunas, las

mas simples ... Y, claro, en casos donde no haya gran

peligro si fallan.Como decfa el dominico, «en solo enterarse no ha-

bra dafio». Sin mas, con su mano un poco torpe fue

trazando unos bocetos de rakes, tallos, hojas, flores

~<paraque si los ve, los reconozca». Y afiadfa junto a

cada dibujo los nombres y las virtudes: . . «bailahuen»,

«boldo», «palqui», «huilma» ... Los repetfa en voz alta,

como saboreando el mapudungu. Y a Francisco no le

quedaba sino air y observar. Primero, por simple cor-

tesia; despues porque Ie iban entrando dudas de s~s

propias dud as; y, en fin, porque 10 c?nmovia I~ senci-

llez del fraile: quiso creer, por fray DIego, que sf le ser-

virian aquellos datos.

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Pronto oyo, uno aqui, otro alla, testimonios de pa-cientes suyos 0meros conocidos, que en tal 0cual apu-

ro recurrieron ala cura de un machi (<<pasamostantos

afios sin doctor, doctor», Ie explicaban). Los testimo-

nios solfan coincidir: para tal dolencia 0herida, tal hier-

ba. Y no tardo en presentarse la ocasi6n de «hacer la

prueba», cuando el agua del rio Itata arrastro a una

mula cargada con medicamentos que le enviaba elbo-ticario de Santiago. Justo en los dias en que Francisco

atendia a un soidado a quien se leulcer6 un tobillo.

-Fray Diego, Lrecuerda 10 que me habl6 tiempo

atras, de las hierbas?

-Ah,s!.

-Bueno: ahora necesito «hacer la prueba».

No fue dificil. Guiado por su amigo (<<perous-

ted vera las dosis, doctor»), Francisco fue aprendien-

do. Y al primer caso sigui6 otro, y poco a poco se

introdujo en «la farmacopea de estas tierras», y al cabo

de un afio, el mismo era capaz de «ir a la botica» porel campo que rodeaba a La Concepcion. Comenz6 a ex-

perimentar la magia imponente del paisaje. El mar,

desde 1a altura; e1rio Andalien, abriendose camino

entre arboles y arbustos; el aire intenso que sop1aba

en 10 alto de montes y colinas: aun la lluvia, que en

sus buenos momentos se portaba discreta y juguetona.

-Ah, sf-dijo fray Diego-. No se recorre esta region

impunemente. Yvera mas.

Un dfa 10vio. De pronto, sin esperarlo, tuvo a sus

pies el Bio Bio. Ancho, callado, majestuoso, iba a en-

contrarse con el oceano, en un choque de agua y agua,y sal, y espuma, que estallaban por los aires; una vez,

otra vez, eternamente. Y las nubes, y el sol: el vuelo

ceremonioso de las aves grandes.

-iAdonai!

§

... Su instinto de furtivo fue guiando a Francisco.

Empez6 a salir los sabados en busca de sus hierbas.

Dejaba la ciudad hacia el amanecer, cuando serfa raro

24

toparse con alguien en las calles0, si se cruzabc:-no ib~ a

ser con quien se cuidara de observar que vestta carrusa

limpia. LUnmedico, a esas horas? LPo r que no? Supo~-

drfan que iba a visitar a un paciente, 0 regresaba. Bajo

la capa, un ejemplar de la Biblia, del cuallefa trozos

como parte del rita sabatino. . .

-Tendras que ser tu propio rabf -Ie habfa adverti-

do su padre-. No importa que no sepas los rezos ni los

ritos. Yalos aprenderas, si puedes,

En una de sus salidas, Francisco llev6 (sin saber

aun muy bien por que 10 hacia) un trozo de papel, la

pluma y tinta. Amedia manana se in~:a16baj.oun arbol,

puso la Biblia sobre sus muslos, abno la hoja blanca y

principio a escribir. Tampoco sabfa que,0po~ ~~~.Des-

cribio la ciudad, el oceano, los bosques. Dirigio unas

palabras a Isabel, su amor par ella. Y alfin, arrebatado,

mirando a cada instante a derecha e izquierda (lven-

drdn, vendrdn?), compuso una plegaria a Yahve:

«Senor, soy s610un hijo de la sombra ...

EI t iempo se le iba entre las manos. Casi a la hora

del crepusculo, cogi6 el papel y bajo hasta la orilla del

mar. Ley6 por ultima vez su texto y luego, doliendole,

10 parti6 en dos, en cuatro, en mil pedazos que en se-

guida avent6 sabre elagua. Nadie podria encontrar este

pecado suyo, se dijo. Pero atin dolia.

Sabado tras sabado cumplia el mismo rito, en la

misma soledad.

Una manana, el alza de marea 10 sorprendio

mientras dormitaba al sot tendido en un roque rio

que ahara, comprobo, se habra convertido en islote.

Olas enormes se venfan encima, salpicandolo de es-

puma, amenazando. Francisco se leva~t6, miro ~~

torno, trat6 de hallar un paso a tierra firme, Debio

dar grandes saltos, aferrarse a duras penas de rocas

resbaladizas, vadear un trechoa favor de la resaca.

Le daba risa imaginarse, ridfculo, en esta desaira-

da fuga. P or u ltim o, e ete e s u n m i ed o i no fe ns iv o, pens6 .

Descanso un rato, sentado en un rellano,y continuosubiendo la pendiente roeosa. Ahf fue el hallazgo: a

 

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medio camino en esta especie de talud, sus dedos se

hundieron en una grieta vertical; tendria cosa de una

vara de alto, y era estrecha, pero al hurgar en su inte-

rior comprob6 que se ampliaba. Nadie que no escalara

como el acababa de hacer, Iograrfa descubrirla, se dijo.

lYquien, y para que 10 intentarfa? EIescondite era per-

fecto: ya no serfa necesario romper 10 que escribiera.

Tenia donde guardarlo.Cerro los ojos, sin atreverse a dar gracias.

§

Ese dfa Francisco regres6 a La Concepci6n tenso,

con una mezcla de angustia y entusiasmo que le irnpedfa

permanecer unos momentos quieto. Iba y venia por su

pequefia casa, sintiendola asf, pequefia: de cuarto en

cuarto, al patio, del patio. No bien cogfa un objeto, 10

dejaba allf mismo, 0 abria un libro y antes de leer dos

lfneas (sin entender ninguna), volvfa a colocarlo en susitio.

-Bueno, a ver que te pasa -termin6 preguntandolsIsabel.

-lAmi?

-No, al duque de Alba.

-lPor que, que me pasa?

-Francisco -10 miraba sonriente.

-lQue?

-Hombre, no paras.

-Estoy ... de buenas -yIepareci6 que hacfa una hon-

da confesi6n.-lY sera acaso por algo especial?

-lEh? .. Por -vacilo- ... [Por nada especial!

-Que bien -e Isabel ladeaba un poco el cuello y.

sin apartar la vista de el, se Ie puso en el rostro aqueI

aire zumb6n con que solia acoger sus rarezas.

-No hay mejor motivo que ese para estar de buenas-apremi6 Francisco.

-"Que cual?

-Que ninguno.

26

-Ah, sf.E l fue acercandosele, un nudo [ubiloso en la gar-

ganta. .

-Francisco, vamos, que es hora de ... Francisco, se

va a ahumar la cena.

-lCena?

27

 

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II I

Iln pdjan)

en el viento

La pluma anota:

... r ec on cil ia do s p or la le y d eM o is es f ue ro n ... e l ba -

chi llerA lvaro Nuiiez, na tura l de Braganza , re si den t e

en La P la ta ... D ie go N un ez d e S ilva y su h ijo D ieg o

de S il va , q u e l e t es ti fi ca .. .

. Una gaviota lucha, soIitaria, contra el viento. Bate

sus alas como con desesperacion y luego cede, dejan-

dose arrastrar untrecho largo, (_irremediable?, para enseguida reanudar el aleteo: sube, sube, penosamente,

y alla en 10 alto parece extenuarse una vez mas, y se

abandona unos instantes ala fuerza del aire. Navega a

la deriva, resignada, y de nuevo a la pugna, y otro as-

censo a duras penas, y otra aparente entrega. ;,No Ie da

ya el vigor, 0 sera s610 algtin fino juego suyo?

-jVamos! -Ie grita el hombre-. [No cejes!

Ha estado siguiendo desde la playa los movi-

mientos del ave y, sin darse bien cuenta, se angustia

el mismo, ernpuja, tensa los rmisculos: que ganas de

prestarle ayuda. Tambien: por que no se detiene ybaja un rato aqui, al reparo.

lPara ella tampoco habra reparo?, se pregunta.

Francisco seendereza con un cansancio grato, ape-

nas triste , en sus miembros empapados de sol. Camina

varios pasos en una direccion cualquiera; da 10mismo:

no hay reparo: igual que el viento se lleva al paiaro, a

ell a Francisco, este estar solo ira sorbiendolo hacia atras,

contra el curso del tiernpo. Quisiera defenderse (aletea),

escapar de sus recuerdos, y piensa en su esposa, Isabel

28

(aletea), y luego en la hija de ambos, Isabel; pero ta~-

bien su hermana es Isabel, recuerdo negro. Busca, m-

c1uso,jugal' a imaginarse a esa criatura que le crece e~

el vientre a Isabel, ese hijo de ambos (aletea), y lque

sera, que rostro ira a tener? (aletea) ... y el parto ... y de

nuevo Isabel, y es iruitil: sabe que va a empezar a re-

cordar aquello, y casi, casi se resigna. .

Colina arriba, el aire esta mas frio, da la impre-

si6n de azotarlo con sana: cala su ropa, revuelve sus

cabellos. Ahf en la cima, un arbol retorcido se aferra

desesperadamente a la tierra. Francisc~ l~ rec~noce

desde muy lejos, y alguna vez 10 bautizo Bre~1Uelo,

sefiuelo entre brefias. Afios de temporales, lluvia, sal

marina, Ie han ido torturando el tronco y deforman-

dole las ramas, afilando esas hojas de un verde oscuro

yduro. .

En San Miguel no eran tan fuertes estas presenClas

naturales. Aquf, es imposible no sentir que hay una

voluntad detras de todo.

H a y u na v olu nta d, repite el viento que zumba en

sus ofdos.

Francisco sonrie:

-Hay una voluntad, y no hay reparo.

§

...Me parece mirar a traves de una niebla. Casi no

Yeo: diviso, Algo me arrastra contra la corriente d:l

tiempo, y la remonto, y soy Fra~c~sco nino, en San MI-

guel y no se si es que de veras Olga y observo 0 es que,

desde rni yo adulto, ahora, day coherencia a aqu~lIo g_ue

reconstrufa recogiendo frases sueltas, gestos, ~den~l,?s

que lograba sorprender en mis mayores. Yo fui un runo

no nino escarbador de rastros.

Hubo un Alvaro Nunez; Nunez como mi padre,

medico como mi padre, portugues como mi padre.

[udfo como mi padre (y como yo, que aun 10 ignor~ba).

Amigos ambos, supongo. ;,Pol' que mi hermano DIego

testific6 en contra de los dos, cuando los procesaron?

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La pregunta me duele. Intento responder: p or m ie do ,

y apartar la mente. Ah, no es tan simple.

Sacudo la cabeza, y una vez mas pretendo separar

1 0 sucedido de 10imaginado, LQue vi en realidad, que

me dijeron 0 escuche decir, y que sofie en esas conver-

saciones mias, imaginarias y no obstante tan vivas?

Evocaba, invocaba a los personajes y pollia en sus labios

diversas respuestas, buscando la que pudiera ser ver-

dad. Hoy, ya no se si el Diego Nunez de Silva que me

muestra 1amemoria es rni padre en esos afios 0 es el

padre que yo me he ido modelando, 0 soy yo mismo.

En alguna ocasi6n (pero despues) me habl6 de que

ambos formabamos parte de un yo mas amplio, que

tambien se remonta en e1 tiempo y que nos une. «EI

que sufre injusticia, jarnas esta solo. Hay hermanos su-

yos a traves de la historia, desde siempre, hasta siern-

pre». Lo oigo decfrmelo. Y,sf, sin haber vivido su vida

de fuga en Portugal, la conozco. Es 1amia. Primero, el

asunto aquel de la unidad, La unidad es sagrada y opo-

nerse a ella, un crimen: e1enemigo esta ahf, a las puer-

tas. Del crimen de oponerse a Ia unidad se pasa al cri-

men de pensar en oponerse, y muy pronto es pensar 10

que constituye delito. Teespfan, te vigilan: terrible cosa,

el pensamiento humano; cualquiera puede ser reo de

ejercerlo. Porfiada cosa, ademas: no ceja. Entonces, na-

die deja de ser sospechoso del delito invisible.

jC6mo divide la unidad, c6mo separa!

Cierro los ojos y soy Diego Nunez de Silva (y a Ia

vez, 0 par eso, soy mas yo, con mas fuerza), y siento

extenderse alrededor 1apresencia de Ellos, Aunque no

esten, esa presencia esta, porque el temor que nos infun-

den es una forma de seguirnos (jpor dentro de noso-

trosl), Proclaman des1ea1tad al no denunciar al desleal,

y esto nos fuerza a mantener la alerta: no vaya un vecino

a decir algo, y a1no percatarnos, no sea que pequemos de

negligencia (toda negligencia es culpable); 0 no vaya a

frsenos sin querer una palabra conflictiva ...

Diego Nunez de Silva, medico, judfo, lector entu-

siasta: tres veces sospechoso: estas (estoy) en casal solo

30

a en compaNa de tugente, y aun cuando 11.0 hagas nada

a hagas las casas de todos los dfas, aun cuando perma-

nezcas inmovil, huyes. Tu patria, Portugal, se te vuel-

ve extranjera. Si en tu fuero interno te sublevas, la pro-

pia rabia resulta temeraria. Un dfa revientas, Lnoes cier-

to? lNo es cierto que hay un dia en que la angustia

estalla?

Miras el agua, por ejemplo, desde los muelles de

Lisboa, 0 el mar desde 1ab oca del Tejo. Miras el mar

como 1 0 miro yo desde estas brefias, Miras hasta que

algo, alguien, 0bien la simple saciedad del miedo, te

sugiere emigrar. America estan grande, piensas; queda

lejos, la gente teme a otros peligros y, quien sabe, a 10

mejor no a1canzan los recursos nilas armas para com-

batir contra la propia poblaci6n, como aca, Quiza ames

tu Lisboa como yo amo esta tierra, y sin embargo ... Par

Dios, si se ha de huir, Lno vale mas la pena huir

moviendose?

Diego Ntifiez de Silva, yo se todo eso. Te se. Te soy,

lme entiendes? Soy tu a traves del tiempo.

-Todas las vfctirnas son una -me dijiste un dia-. Y

todos los verdugos.

Quiza por eso, porque todos los verdugos son un

mismo verdugo, America no fue la libertad para ti.

Pronto supiste, lno es cierto?, que habia una serie de

eficaces instrucciones para reconocer al enemigo. Las

escuche de nifio en San Miguel, sin entender 10 que eran:

«Son indicios de [udaismo», lrecuerdas?, «ponerse

camisa limpia en sabado. Quitar el sebo de la carne que

se ha de comer. Examinar si esta mellado el cuchillo

can que se mata un ave, u otro animal. Rezar los sal-

mas sin Gloria Patri.;.»

Ah, la terrible maldad de una camisa limpia, y que

amenaza para la unidad quitar el sebo de la carne.

Algo te abruma, Diego Nunez de Silva. Miras a tu

mujer, la sencilla Andonsa Maldonado, de vieja estirpe

cristiana, y te encuentras hip6crita hacia ella, aunque

sabes que 11.0 puede saber, por su bien. Estas condenado

a vivir solo, mudo, porque confiarte a la mujer que tu

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amas, 0 a tus hijos, los transformarfa en c6mplices de

identico crimen.

Lo se, Diego Nunez de Silva: 10soy.

§

.. .Ignoro tan s610 los detalles de ese crimen tuyo.Un dfa -eso recuerdo, sf- hubo un primer encuentro

con Alvaro Nunez. Golpe6 ala puerta de nuestra casa

en San Miguel, y yo le abrf. Era a1go tarde, y su figura

alta, robusta, envuelta en una capa descolorada por el

polvo, se recortaba contra el cielo ya gris. Me parece que

escucho su voz recia aunque afable, y que siento una

mano suya apoyarse sobre mi hombro.

-HoI a -casi sin preguntarlo-. lEres tri hijo del

doctor Diego Nunez de Silva?-s r senor.-lPodre verlo?

-Sf -replique de nuevo, y seguf inm6vil.

-lLo l lamarias, por favor?

Volviendo en mf:

-Claro ... Pase, pase.

Alvaro Nunez, lya aquella tarde se te habra pre-

sentado como judio? lO s610se dijo tu colega, para des-

pues tantear discretamente eI terreno y ver si era posi-

b1e abrirse sin peligro? No se, no se. Tuvo que haber un

momento en que uno de los dos pronunciara nuestro te-

rrible, exultante «Soy judfo», y el otro replicara «Tam-

bien ym). El cantico y Ia antffona: los oigo. Yelleve

acento portugues, el tono de esperanza, el signo.

Quisiera saltarme la crisis (aleteo), pensar ... Imposi-

ble esquivarla (me entrego al viento )...En algun instante

seintrodujo entre ustedes elveneno. Talvez temiste que

Alvaro Nufiez fuera espia y estuviera dandote soga a1

invitarte a invitar a otros judfos (<<Tieneque haberlos»,

te habra dicho), Otros, incluso (lfue asi?) el mayor de

tus hijos, Diego, mi pobre, pobre hermano. Compartirfan

entre conspiradores los terribles secretos: camisa limpia

en sabado, un ave muerta con cuchillo sin meIlar, los

32

salmos sin afiadir el Gloria Patris. lAlgun pajar, 0 un

pozo, seria tu sinagoga?, como lamia es la desemboc~-

dura del BfoBfo. Yentre los conjurados, 1a f6rmula ri-

tual: el «Tambien yo» sigiloso y gozoso.

Tambien yo quisiera gritar ahora: «Tambien yo».

Pero ademas memuerde elmiedo que debi6 demor-

derte. Alvaro Ntifiez, lpor que tan franco? lDe d6nde

tan seguro? 2,010 habras juzgado imprudente, capaz de

exponer a todo el grupo? lO trataste de e~tar el ries?? a

tuhijo y decidiste adelantarte a la denuncia? No qUlsle-

ra saber. Noquisiera saber que no quiero saber.

Igual que al pajaro aquel, es un viento el que m,e

arrastra. No se, no se si Alvaro Nunez era espfa 0 trai-

dor, 010 temiste. Gracias a Dios no se. Un dia 10apre-

hendieron. Dfas despues, a ti. Despues a Diego. Quiza

te viste obligado a testificar contra Alvaro por ayu~~r

(2,perocomo'i) ami hermano. 0serfa que Alvaro testifi-

e D en contra tuya y por defenderte . .. Trato de persua-

dirme de que tu mismo habfas aconsejado a Diego que,

venido el caso, te acusara a tipara evitar ...

Con un esfuerzo, consigo imaginar la escena en que

le hablas:-Si algo sucede, evitanls que te condenen -l~ices hl?LYDiego? lTemira, duda, probablemente tiembla?

-Pero ...-lvacila?-Lo que importa es conservar y transmitir nuestra

fe -lIe insistes?

-Si te apresan ... -ldira el atin? .-Si me apresan, tu ve y cuenta 10que has visto -lIe

ordenas? 2,5e10ordenaste asf?

Que ganas de no saber, realmente.

§

...Laprimera audiencia contra Diego Nufiez de Silva

y los demas conspiradores tuvo lugar el4 de marzo de

1601. Yo aun era muy nino y no entendia. Por que

Aldonsa, mi madre, sollozaba en los rincones; por que

mihermano Diego (antes de que se 10llevaran tambien

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a el) ocultaba ese rostro suyo, mas y mas palido y som-

brio: los ojos huidizos, la palabra casi muda, elgesto casi

hurafio. Por que con el tiempo desapareci6 tambien el

de la casa. Por que la casa, ahora ... Por que nunea era

oportuno el preguntar por que.

-Calla, hijo. Ahora no ... -y Aldonsa, la honesta,

echaba unos vistazos culpables de reojo, y las lagrimas

se adivinaban, aun cuando no cayeran, en sus pobres

mejillas.

Creo que entonces aprendf 1 0 que era respirar el

rniedo: se fil traba, iba a traves de los cuartos y pasillos,

nos acechaba afuera en cuanto principiaba a oscurecer.

Elmiedo que no tiene origen: es. Llena inexplicablemente

los vacfos, Vacfo de respuestas, vacfo de razones, vacfo

desolador de las miradas, vacfo de las personas que no

vuelven (lY c6mo se las siente, sin embargo!), vacfo de

las otras personas: las que desvian los ojos al ver a la

familia de los reos.

-LA d6nde fue mi padre?

-De viaje.

-l.Hasta cuando?

-Regresara. Todavfa falta.

-lYDiego?

-Tambien.

-'-Tambien que.

-Regresara, Ve a jugar.

-lViajan juntos?-sr., No.-Diego parti6 despues,

-Eso. Ve a jugar, lquieres, Francisco? jIsabel!

-llamaba mi madre, mas nina que yo, acorralada por

mis preguntas-. jFelipa! lQue se han hecho? Buscalas

til y jueguen a. .. a .. .

Se le quebraba la voz. Movfa sus brazos igual que

si fuesen un par de alas. Respondiendose:

-No vayan muy lejos -advertfa.

San Miguel se nos habfa vue1to bruscamente ajeno.

Deseubrf, par ejernplo, que al aeercarse cua1quiera de

nosotros, los vecinos tenfan de pronto algo muy urgente

34

que hacer, y siempre en otro lado. 0 les costaba ofr

nuestros «buenos dias- y nuestras «buenas tardes». Los

domingos, en la iglesia, qucdabamos inevitablemente

solos. Al sacerdote le temblaba la mana al dar la comu-

ni6n a Aldonsa, y Aldonsa temblaba alrecibirla. De

cuando en cuando, senna sobre mipiel una mirada aje-

na y, si giraba el rostro para ver de d6nde, de quien,

me encontraba can ojos en huida. Pero antes de que hu-

yesen, yo percibfa en ellos la presencia del miedo,

-Madre, l,puedo ir a casa de Fernando?

-Ven, nino -fingiendo sin astucia que no habfa

ascuchado-. Aytidame a... LAver?Y la pobreza, por momentos el hambre. Al apre-

hender a Diego Nunez de Silva, Ellos confiscaron sus

bienes, que eran escasos porque fue caro escapar de

Portugal (Ia oscura pluma del comisario consign aria en

su codicilo que «el reo comic de pobre», pues no tenia

con que costear los gastos de su encarcelamiento). Isa-

bel y Felipa, aun yo, muchas veces, saliamos al campo a

recoger tallos de cardo 0 pequefios frutos, rakes co-

mestibles. Aldonsa buscaba trabajos como costurera

a Iavandera, y de repente descubri6 que nadie tenia

prendas que coser, zurcir, lavar. Entonces ponfa trampas

para aves en el techo, y lloraba en silencio a1 darles

muerte. Despues:-Coman ustedes. Yono tengo apetito. Eldesayuno ...

-Madre -interrumpia Isabel.

-Hala, corne y calla -con una sonrisa patetica en

su rostra.

Me habitue a unir frases sueltas para recomponer

aquella historia que corrfa por debajo de nuestra casa,

igual que una de esas napas subterraneas. Una tarde

escuche que Ellos (ya los nombrabamos asi) habfan

enviado ami herrnano Diego al otro lade de la cordillera,

para entregarlo al comisario de Santiago (y yo: lque es

comisario?, y ld6nde esta Santiago?)_Tuvo suerte -opin6 una voz adulta-: 10 remitie-

rona cargo de un hidalgo que se encarg6 de alimentar-

10 en el viaje.

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-Mas suerte que ...

-Chit. Espera -ycerraban la puerta 0 se apartaban.

Aun as!me entere de que embarcarian a Diego desde

Chile hacia eI Callao (len que parte quedaba el Callao?) y

del Callao tendria que seguir a Lima. Lima. Sono terrible

en Iabios de mi madre: 10 pronunciaba apenas en unsoplo.

-Por que Lima -ymas que pregunta era una crudamanifestacion del miedo.

Diego habia desaparecido en 1602, y mi padre casi

un afio antes. Pasaron dos, tres afios, y todo era silencio.

Nuestra familia continuaba viviendo en una isla. Rara

vez se acercaba a la casa alguien con algo que contar-

nos, y siempre venia de paso y siempre con esa prisa

crispada y esos vistazos de reojo. Al fin nos enter amos

de que harian un auto de fe, y aquella noche Aldonsa

insinuo que habia cierta esperanza.

-lVendra, madre?-Confia en Dios -se persignaba.El auto de fe se cumpli6 recien enmarzo de 1606, y

Diego Nunez de Silva sa1i6 de el reconciliado (lrecon-

cil iado?, lcon quien?, lpor que hizo falta?). Tambien re-

conciliaron a Diego, pero el, adernas de perder todos sus

bienes (no se cuales), deberia vestir habito un afio y re-

cIuirse por seis meses en un convento donde haria peni-

tenda y ejerdcios espirituales . Diego: jam as he vuelto a

verlo, e ignoro si el rniedo 1 0 l lev6 a quedarse de monje.

Con eltiempo, su figura, su voz,los adernanes suyos, aun

los rasgos de su rostro, se han diluido en mi memoria

igual que ocurre con la £isonomia de los muertos.

§

...Tambien nosotros viajamos al Callao y luego a

Lima, y recien comence a comprender por que la capital

del Virreinato era temible incluso en San Miguel, a le-

guas y leguas de distancia. Recuerdo el delo gris de la

dud ad, la niebla, el aire escaso, el polvo que levantaban

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carruajes y caballos. La soldadesca, altanera al abrigo de

sus armas. Mi madre y mis hermanas se movian con es-

panto de animalitos perseguidos ensombreciendoles los

ojos, Yyo, adolescente apenas, fragil de voz y gesto, era

elvaron de la familia . Recuerdo nuestra busqueda por

1 0 que nos daba la impresi6n de miles de calles.

-lSan Marcos, por favor?

-lC6mo?

-San Marcos ...

-Ahf, derecho, y despues a ...

Veo a mi padre, al fin, aguardandonos bajo un pa-

lido sol. Se enderezo con cierto esfuerzo al divisarnos,

trat6 de sonreir para hacer nada el tiempo transcurrido.

Yyo senna en mi carne la tensi6n de sus rruisculos: ya

era el, en cierto modo.

-Hola -nos dijo.

Su tono era un eco de su anti guo tono, y sus fac-

dones, sus cabellos, sus largas manos nobles: todo el

gastado, y gris, indefiniblemente triste. ..

Le habfa crecido la barba durante el cautiverio,

Herido por la resolana limefia, aguzaba sus ojo.spara

evitar la luz, que acaso olvido (igual que su sonrisa) en

la penumbra de la celda. Su piel me daba la impresi?n

de estar cubierta de ceniza. Mal ocultas por el habito

de reconciliado, que ya no podrfa dejar de vestir mientras

viviera, sus ropas asomaban raidas, sin color.

Diego Nunez de Silva tenia el aspecto de un men-

digo. Tambien el rehufa la vista al observarnos, a me-

dida que se acercaba can andar penoso al grupo que

formabamos los cuatro, inm6viles.

-Aldonsa -dijo cogiendole una mano con indeci-

ble timidez.

Callaron juntos. Ignoro c6mo pudo ella sujetar las

lagrimas que hadan brillar sus ojos desde dentro. Al

cabo de un rato mi padre se volvi6 hacia nosotros, sus

hijos (menos Diego) y fue poniendonos encima una

mirada afable:

-Francisco -con asombro por mi estatura-. Felipa.

Isabel.

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LNecesitaba nombrarnos para verificar que eramos

re~les? Pense: C6mo 1 0 h a h er id o e l t iempo, y en ese

rrusmo instante el me observ6 de nuevo, con aquellatimidez suya ahora:

-Crecido estas.

-Sf -replique, absurdo.

Gir6 el rostro hacia la esposa:

-Diego ... -quiso decir.

- Ya se- quiso cortar mi madre.

No se atrevi6 el a besar a rnis hermanas. A mf meoprimio un brazo al pasar:

-lVamos?

~ab{a nota do a los mirones, que davaban los ojos

agresrvos sobre su habito de reconci1iado: echo a caminar

dela~1te de nosotros, guardando la distancia para no

salplCarn?S de verguenza, Entonces, brevemente, percibf

e~.su ?ctItud la antigua dignidad tranquila. No huia,

ru inclinaba la cabeza, ni escabullia el rostro. Aprete el

paso hasta darle alcance y continue a su lado. Sin mi-

rarnos: sabiendonos. Mi madre y mis hermanas nosseguian detras,

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IV

Isabel

de Otdiiez

Lapluma anota:

... y d ec la r6 s er c as ad o c on d on a I sa be l d e O td ii ez ,

n a tu ra l d e S e vi ll a . .. T e ni a e n e ll a una h ij a, y l ahab ia

d ej ado p re fi ada a l t iempo de s u p ri si 6n . ..

Se ha puesto eI sol recien cuando Francisco llega de

vuelta, cansado el cuerpo, pesandole en el animo su en-

cuentro can fray Diego de Uruefia, esta manana. Evita,

casi instintivamente, pasar £rente al convento de SantoDomingo, y da un rodeo largo por las ya tristes calles de

La Concepci6n; ni un alma se ve en ellas , niuna sefial de

vida humana. En su casa tampoco. Abre la puerta (LPor

qu e con tal sigilo?), entra, observa, escucha, y se Ieencoge

elcoraz6n: tan semejante todo a las imagenes de esa vieja

pesadilla que 10 asedia: igual vado, igual silencio amena-

zante, igual dificultad para sacar la voz, llamar:

-lIsabel?

Tarda un momenta en responder, desde el patio:

- Voy -jtan natural!

Muy pronto esta ahf, con un alto de ropa humeda

en los brazos:

-Casi me olvide de recogerla.

Francisco quisiera refr a gritos.

-lLa nina? -pregunta.

-Durmiendo -can un deja de reproche a su tardan-

za-, hace rata.

Ella sigue, enternecido, con la vista. Es fragil, piensa,

Piensa: vive tan libre de recelo. Nunca imaginaria ...

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-Hola -dice.

Ella levanta los ojos:

-Ah, sf: hola.

Francisco se le acerca, la besa.

-Estoy de buenas -anuncia.

Isabel Ie sonde con los ojos (lrecordara?).

-Que bien -comenta.

-Deberas perdonarme.

-Aver.

-No te deje recado.

-No -tranquila.

-Se me hizo tarde alla,

Paciente:

-lD6nde?

-Don de ... fui a buscar hierbas.

-lTermina ahf tu lis ta de pecados?

=Adernas -y le muestra ambas palmas vacfas- no

he trafdo ninguna.

Ella sonrie abiertamente, sacude la cabeza desahu-

ciando a esa calamidad de hombre suyo, tornando por

testigo al techo, encogiendose de hombros: lQue hacerle?

Yelhombre (el nino que el hombre neva dentro) se emo-

dona y le coge las manos para besarlas quietamente en

silencio. Lo rompe al fin Isabel, que le pregunta:

-lQuedaron por ahf?

-lQue cosa?

-jVaya! Tus hierbas , que iba a ser.

- ...No.

Isabel se echa atras para observarlo. Francisco:

-lMe creeras que olvide incluso recogerlas?

- Te creere, "Tampoco habras comido, don viajero?

-Tampoco.

-Entonces tienes hambre. ,,0 no te acuerdas?

- Tengo. Parece.

-Oye, "ofste hablar del mundo alguna vez?

-EI mundo ... El muuundo ... -Francisco hace quereflexiona. .

-Existe, "sabes?

-jMe 1 0 decfa el coraz6n!

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Vuelve a abrazarla con mucha suavidad. Porque es

ella,pOl·que es, porque es como es, por su malicia inge-

nua, porque 10 sabe distrafdo y se 10 acepta, porque acaso

adivina tambien (lpeto que, 0 hasta que punto?) y le

perdona,o al menos 10 comprende. Sef ior , ruega, q u e n ad a

rompa esia ... este.: .-Deja -murmura Isabel, aunque en verdad no 1l~-

tent a que la deje: Ie agrada tambien a ella esta es~eCle

de ternura, tan profunda por momeI~tos, tan no dicha,

que ambos necesitan disfrazarla de Juego-. Voy a ser-

virte alguna cosa. En el homo deje un ...

-Despues.-Francisco ... Francisco, el horno ...

-Despues.

-Es tarde.

-Despues -porfia. .Ella 10besa. rapid a, al tiempo que se desprende.

- Yavuelvo. don fogoso.Francisco queda solo, sin saber que es mas fuerte

en su interior si esta alegria instintiva 0 el temor de

que se desva~ezca. Alguna vez su padre le habI6 d.e

eso: «Se echan rakes: cada raiz se vueive amarra. QUl-

sieras cortarla por ser libre, y cada cort~ es un desga-

rro, Hijos, hermanos, roujer, son maravillas dolorosas,

. entiendes? Cada vez es un prodigio, pero duelen ya

~esde el temor a que te falten.lEntiendes?», repiti6. Y

el dijo sf, aunque recien comprende 10 poco que en-

tendfa,

Oye a Isabel, que tararea.

-Ah, sf -murmura-: las amarras.

Y va en puntillas al dorroitorio, descorre el ta-

piz, se acerca al lecho dande duer~e su segunda

Isabel, ovillada y rouy quieta. Terrible asunto, las

amarras.§

Cuando por fin entra Isabel trayendo un plato con

puchero, Francisco esta sentado a la mesa (e1mundo

existe), ala luz de una vela que acaba de encender, y

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sus ojos divagan con un aire remoto. Ella lepasa allado,

10 observa asf, tan ido, y parece confirrnar alguna idea

que Ia divierte. Recien ahora logra el esposo regresar !

desde sepa Dios cual nube 0que estrella (nunca sesabe

bien), y se miran. Francisco:

-Conque tti crees que el mundo existe.

-lAb, no?-lEstas segura?

Ella, mientras le sirve:

-Apostarfa.

-Cuanto.

-No mucho, en realidad.

-Asf es mejor -y la aprisiona por el taUe y posa

una mano sobre el vi entre, e Isabel se recoge pero ape-

nas: huye y no huye del contacto, al tiempo que Fran-

cisco busca muy suave el pulso de la criatura que ger-

mina dentro de ella (una nueva rafz),

-Come -dice Isabel con Ia voz ronca,-Sf -contiruia igual, inmovil,

-Se va a enfriar,

-sr-Prancisco, [despiertal

-Sf.

Isabel de:

-Es que eres imposible,

-Sf.

Callan.

-Jsabel, ltu 10 sientes?

= ;Que, al niiio?Francisco afirma.

-A veces, no ahora -replica ella-. Tal vez duerme.

lDuermen, doctor?

-Duennen, senora. Lo que aiin se ignora es sisuefian,

-Corne, don ocioso.

Francisco empieza a probar elpuchero mientras si-

gue a su mujer con la mirada: va a sentarse al extremo

opuesto de la mesa, se aproxima la vela, toma unas cal-

zas y luego aguja, hilo, y se pone a zurcir sin Ievantar los

ojos, aunque sabiendo que ella observa. El hombre

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piensa: E so es, nos sabem os. l.Q uizei si ella m e supa a su

manera t ada e l dfa?-lNo lleg6 aca un vilano? -pregunta.

-lVilano?-Vilano, Las semiIlas del cardo, que ...

_Ya se 10 que es vilano -sin dejar la costura.

_Yno encontraste ninguno. lViste bien, en el patio?-Francisco -ella alza al fin la vista-, Come.

Hayen su voz un toque de tibieza, y el imaginaque ella ha comprendido (aunque no entienda) .1 0 del

vilano, y que por eso no averigua mas. En cambio:

-lD6nde fuiste hoy?

- Yate conte: a buscar hierbas.

-No me contaste d6nde.

-Oh -un gesto vago, que es casi una mentira.

-Por que te expones, Francisco.

-lNo me yes sano y salvo?

Trata de hacer ligero su tono, pero a1go opaca losojos, las facciones de Isabel. Francisco la observa: poco

a poco sus manos se detienen, se apoyan sobre el~orde

de la mesa sujetando apenas las calzas que zU~:'Cla.Pa-

rece reflexionar unos instantes, a punto de decir 10 que

ambos saben que dirfa, y antes de que decida hacerlo,

el contesta a las preguntas que intuye:

-Perdona.Sobre los labios de Isabel pasa una sombra de sonrisa:

-Ah, sf -murmura.Y el sabe que es verdad. .'

Isabel regresa a su labor un rato, Francisco ternunade comer sin prisa, mientras sigue sus quietos mo-

vimientos con la sensaci6n de ser a un tiempo el

hombre (1ave tan fragil) y elnifio (que ganas de apoyar

su cabeza en el regazo de ella, quiza decirle «Sufro»,

cerrar los ojos y olvidarse del peligro ~u~ corre y a~n

del mundo, si es que existe). Como qUlslera no sonar

mas la pesadilla en que el mismo entra aquiy descubre

que el no esta: comprueba su propia ausencia. El vado.

La soledad de la esposa y la hija.

-IIsabel! -no se contiene,

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Un poco sorprendida:

-lSi?

-lQue hanas si yo faltara?

Isabellevanta la vista de su labor, ladea la cabeza

como una mama que oye disparatar a su hijo parece

medir 10 que Ie escucha, pregunta: '

-lSi ttl faltaras?

-5i un dia no volviera.

-No faltes -responde simplemonjs.

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v

Larama

desgajada

Lapluma anota:

... y q ue h asia I a e da d de d ie zio ch o a lio s se tuv o p or

c ris ii an o y c on fe sa ba y comul ga ba en lo s t iempo s q ue

manda I a I g le si a, y o ir as v ec es e ntr e a 11 0,y o ra m is a

y a cu di a a l os d em tis a ct os d e c ri sti an o, y guardaba

la le y de [esucrisio, y que a la dicha edad vino al

C alla o e n b us ca d e su p ad re , d es pu es q ue le re co nc i-

l ia ron en est a I nqu is icum, y e stu vo c an tl e n d ic ho

p ue rto m ds d e a no y med ia g ua rd an do I a l ey d e [ es u-

c ris to , c on fe sa nd o y c om ulg an do y h ac ie nd a lo s d e-

m ds a cio s d e c ristia no , ie nie nd o p ar b ue na la d ic ha

le y d e J es uc ris to y p en sa nd o s alv ar se p ar e lla , p or -

que no tenia luz de Ia ley de M oises ...

Amaneci6 nuboso, un poco triste . Estimulado por

la humedad fresca del aire, Francisco parte lefia en el

patio de su casa. Siente animarsele la sangre en todo el

cuerpo. Entre jadeos oye de pronto una voz:

-Doctor ...

Al darse vuelta se encuentra frente a un hombre

joven, de no mas de veinte afios. Palido, Se nota que ha

corrido para llegar aquf:

-Doctor, por favor acompafieme. Es grave... Mi

abuelo.. .Ya casi no respira ...

- Yavengo -dice Francisco, y entra rapido, se coloca

eljub6n, la capa, coge su bolsa de instrumentos-: Isabel,

me Haman por algo urgente. Voy y vuelvo.

Sale. El muchacho se pasea ah f fuera, mirando en

la direcci6n donde ha de estar su abuelo en agonfa.

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-Varnos -dice Francisco.

Su voz sorprende al otro, que gira, trata de echar

a andar, tropieza en una rafz, esta a punto de caer,exc1ama: .

-jVive Cristo!

Y la palabra Cristo duele. Es 10 primero. Francisco

siente al ofrla que 10 roza en un punto sensible (len

una vieja herida?), y qui ere dis traer su atenci6n de eso.Averigua:

-lQue Ie ocurre a tu abuelo?

-Amaneci6 muy raro, Casino puede habIar, seagita...

Los pulmones le silban cada vez que entra eI aire ...-La frente, Lfria?

-Parece ...

-LNo suda?

-Sf, mucho ... Pero a ratos le vienen unos terriblestiritones ... Se sacude entero ...

-lD6nde es?

-AI norte, cerca 'de la empalizada.

Callan. Los dos van acezando. Francisco piensa:

Cristo. Observa que alguien 10 saluda, responde; huele

el carbon de un brasero que una mujer enciende a la

puerta de su casa. El brasero, recuerda: era punto de

encuentro de la familia, en San Miguel. Las historias

de Aldonsa, las bromas de Isabel y Felipa, la voz tran-

quila de Diego Niifiez de Silva, los silencios de Diego.

Y el chocolate, tibia, entibiando el cuerpo, el alma.

Rezaban el rosario, ahf, al calor de las bras as. Lo re-

citaba Aldonsa, aun joven, y ellos Ie respondian,

lmenos su padre? lDe que modo habra sirnulado, I

disimulado, frente a su esposa ya sus hijos? Cristo.Vive Cristo. En ese tiempo, para mi, uiota Cristo ...

-Aqui es, doctor.

Entra. Una suerte de bruma envuelve la habita-

ci6n: humo, vapor de una olla que hierve ahf mismo.

Mas que olor es un dejo de olor el que le llega, Lo

reconoce con sobresalto: siempre acompafia a los

momentos de agonia. Saluda (hay alguien mas), se

aproxima al enfermo que yace en su camastro: hombre

.. ' ~;'.

.... f ..'.:~ :_~ ~. ; :'-:.'~ ~:. ".' .' r • • • ~

4647

BIBLIOTECADE SANTIAG(DIRECCION DE BIBLIOTECl,

ARCHIVOS. Y MUSEO

 

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! .

y Francisco prescribe unos emplastos sobre el pecho y

en la espalda. Instruye ala hija: bien calientes, aunque

al principle duela un poco; cada vez que se apriete la

respiracion, emplasto. Ya mediodfa, a media tarde, en

la noche, una tisana con una cucharada de hojas de vio-

leta en una taza hervida, para despejar la mucosidad.

-Yo volvere antes que anochezca. Sihay cualquiercosa, me Haman.

-Pero ...

-Es dificil decirlo, lQue edad tiene?

-Sesenta y ocho -como si confesara un delito.

-lSano?

-Siempre, doctor -el atenuante.

-Bueno -y antes de irse, en un movimiento impulsi-

vo, Francisco se inclina sobre ellecho, acerca sus labios a

la oreja del paciente y murmura una orden desespera-

da-: [Vive!

Como respuesta, la mano del hombre se desliza

hasta el borde del jergon y el medico la coge, la oprime

con afecto, implora:

-jVive!

Va por fin a la puerta, donde 10aguardan la mujer

y el muchacho.

-Si sale bien el sol, abran un rato el postigo. Que

entre aire limpio a su pieza.

-Doctor, lhay esperanza?

- Tratemos de tenerla -sonrie-, pero es grave. No

olviden los emplastos, las tisanas.

-iNo, doctor!

-Hasta pronto.

§

Trae ese olor a muerte en sus narices rnientras ca-

rnina, aun sin rumbo, por las calles de La Concepcion.

Trata de respirar aire salino para limpiarse por dentro.

Limpiar tambien sus ojos de 10 que via en aquella casa,

Lo que no va a poder (ya sabe) es limpiar su memoria,

donde empiezan a pugnar por asomarse otro rostro de

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enfermo con sus pomulos salientes, otro ahogado cuarto

gris, otra rnujer que preguntaba si quedaria o.no espe-

ranza, otro muchacho que vela impotente ellrse de la

vida.-Francisco -se dice-, mas vale regresar.

-Quiero andar -se responde.

-Isabel..-S610 un poco, por despejarme.Y se empuja 0 se arrastra a sf misrno hasta el an-

gosto puente que atraviesa el rio Andalien. Acodado a

un tronco que hace de pretil, aspira con fuerza el olo~

sana del agua y la contempla pasar, pasar (LPor, que

parece un fluir sin fin?), hasta su eno:entro con ~loceano,

allf cerca. Flotan hojas, se arremolma la cornente, y ~ratos da la impresi6n de que se dibujara un rostro ceru-

dento que viene de afios atras.

Sin pronundarIo, modula un nornbre:

-Diego Nunez de Silva.Una parte de el desearia seguir de largo, volver a

casal a Isabel. Otra, a su pesar, retrocede en el tiempo.

§

...Diego Nunez de Silva pareda ir apagandose. a

pausa. Solfa encerrarse en unos silen~ios largos~ sin

sombra de hostilidad a nadie, a nada, 19ual que SI an-

duviese distraido. El tono de su voz se ensuavecfa:

una blandura nueva acaridaba en el objetos y personas.

A l hablar con los suyos trasluda aquel afan de hallar

pretextos para atreverse a pronunciar elnombre de cada

uno, 0 para llamarles mu ie r , l 1 ij o, h iia. .-A ver, hiio, alcanzame el jarro de agua, lquleres?

Podia pasar horas junto al mar, bebiendo el sol tan

a menudo opaco del Callao. Si la neblina era dens a, se

adentraba en ella, L a desaparecer?, a respirarla. Iba hasta

laoril la y hundia las manos en elagua; 1adejaba escurrir

entre sus dedos, contempIandoia incansable. Siempre que

encontraba por ahf un caballo, un perro, una llama, se

detenia a palmotearles ellomo mientras musitaba, muy

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que do, palabras que Francisco nunca Ileg6 a distinguir.

Un gesto de pesadumbre, que casi era dolor, Ie

ensombrecfa el rostro a 1avista de una rarna quebrada. Y:

-lPor favor, no cierres, Felipa?

Querfa que las puertas y ventanas perrnaneciesenabiertas el dfa entero.

+Hace buen tiempo -explicaba, aunque no hiciera.

-Sf -Ie segufan la corriente.

Se levantaba de alba, por poco 0nada que necesitase

hacer, y sofia frse1emedia manana, 0mas, contemplando

c6mo el puerto y el caserfo se alentaban por mementos.

Volaba con la vista, acompanando el vuelo de los paja-

ros, sus ires y venires. Lo seducfa la aparicion de un

barco alla en la costa, el bullicio de la gente por las ca-

lles, el paso de los carros, los vended ores de mil cosas

que voceaban sus productos. Una abeja libando eracapaz de mantenerlo absorto.

-Vive +decfa, y rniraba a Francisco, eI hijo-.

lEntiendes?-Sf ...

-lEntiendes que esto es vida?

-Sf -entendiendo el mas el tono que Ia idea.

En elrostro de don Diego se dibujaba una expresion

esceptica (lentenderas?) y su sonrisa gris era una for-ma de excusarse por sus dudas.

-Entenderas -aseguraba.

El trato que Ie daba Aldonsa tenia un dejo de mis-terio: en 10 exterior, podnan ser primo y prima: era talla

cercanfa distante de sus palabras 0 sus gestos. Sin em-

bargo Francisco, y quiza Isabel, y quiza incluso Felipa,adivinaban una corriente subterranea entre esposa yes-

poso. Se decfan sin decir, Se sabian, piensa el ahora, que

ya sabe que es posible saberse entre dos que se arnan.

En su temor, tan simple, Aldonsa se espantaba de que

alguienhubiera podido faltar a su fe (Ia unica posible), ya la vez intufa a puro instinto que, hubiera hecho Diego

10 que hubiera hecho, era hombre bueno. lQuien podrfa

saberlo mejor que su mujer de tantos afios?

Isabel Maldonado daba la impresi6n de temerle

.vagamente, y de creer que alguna culpa tuvo, y de, n o

querer enterarse de nada. Felipa, miedo puro, tendfa a

ruborizarse sin motive, 0 por razones que ella sola co-

noda. Ambas hermanas salfan muy poco de la casa:

quiza por eso, sus facciones se iban asemejando a ~as

. .de Diego (el monje, ahora) por esa palidez y ese airehuido. .

-lVen,FeUpa? -llamaba el padre, y ~elipa e~r~Jeda.

. Francisco habfa empezado a estudiar n:edlcm~, !su padre Ie ensefiaba a hacer ciertas. curaclon,;s. basi-

cas, a precisar sfntomas, a preparar incluso elixires y

ungiientos primarios. Dedicaban largos ra~os a.conversar

sobre el oficio, e intercambiaban expenenclas: la del

muchacho que emprende su camino, 1adel homb~e que

ve cerrarse el suyo. Don Diego sabfa mas .que va~lOs.de

los maestros de Francisco; habia aprendido y eJ~rcldo

enLisboa: manejaba ellatin perfectamente. El hijo po-dia sentir;casi al modo de un tacto sobre la piel, el,goce

de su padre en aquella compafiia, en ~1e;na comun, el

vinculo. A veces, incluso, en descubrir como el apren-

diz sabia algo ignorado u olvidado por el.

-lSon tantos afios? -sonreia.

Yla f ina torpeza con que hallaba maneras de tocar

aFrancisco, provocando elazar. Pareda ~o cansarIo esta

verificaci6n muda: Existes. Eran roces hgeros, de. paso,

pero Francisco adivinaba en ellos un ansi a de contacto

ffsico; con carne humana. .

-lAver, observa aca? -y 10 asia de un brazo mne-cesariamente.

Tal 0 cual vez 10 sorprendi6 el muchacho con~em-

plandolo con una chispa de orgullo triste en. los oJos.

Todo esto trascurria en silencio. Todo 10 l1llporta~-

te entre ellos transcurri6 en silencio durante esos pn-

m'erosrneses. ' Las palabras no llegaban a unirl?S por S1

solas. Eran: «Torna», «Ayer», «Este tipo de herida debe

suturarse», «La violeta genciana sirve para ...» Hab1arse,

a10sumo servia para darle un aire normal a su real con-

tacto. ((lQue libro lees?» no era en verdad una pregunta:

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era un recado secreto, que el barruntaba entonces y que

vend ria a comprender afios despuos. Era: «Lee, si, por-

que ese es nuestro fuerte, Somos el Pueblo del Libro,no 10 olvides».

Desde elprincipio, Diego Nunez de Silva se rodeo

de un tacite recato. [amas les prohibio, por ejemplo,

aludir al proceso 0 a los afios de carcel, la reconcilia-

cion, el hijo mayor sentenciado a vivir en un convento:

en realidad nunca, despues de su retorno, le oyeron

prohibir ni dar ordenes, Sin embargo, tenia zonas de

silencio inviolables, que su misma mansedumbrereforzaba.

Habia cierta nobleza en su manera de apagarse.

La voz vuelta hacia dentro, los rasgos filosos de su cara,

sus pornulos salientes apegados al hueso, conferian

altura a su humildad. Imposible dejar de ofr, aun hoy-

el tono de interrogaci6n que pollia en sus afirmaciones:

-lVoya salir a caminar?

0:

-lQue sabrosa esta cazuela?

Mirandolo, Francisco no podia dejar de repetirse:

E s hombre bue no , y de querer averiguar en que pudoconsistir su crimen.

§

. ..Casi contra su propia voluntad, icontra su miedo! ,

Francisco empezaba a recoger indicios, Lento, lento,

lento: habia que investigar muy sin ruido para no

poner a nadie sobre aviso. Ylaspreguntas podfan des-

pertar sospechas. «lQue es un proceso?». «Pero,

lPorque quiere saber que es un proceso? [No es este eI

hijo de . ..?» Quiza EIlos atin los vigilaran, y no solo a su

padre: a la familia entera. Alguna vez oy6 en una

predica a un sacerdote que advertfa:

-Una manzana podrida puede pudrir las del canasto.

Francisco era un espfa: perseguidor y profugo a la

vez, miraba, ofa, hurgaba, asia un comentario aqui, una

explicaci6n alIa. Del proceso a su padre, muy poco. ElIos

52

mantenian carceles secretas, procesos secretos, archi-

vos secretes. Ninguno mas debra saber de aquellas co-

sas,Era delito, que ida contra la tranquilida,d, y la t:an-

quilidad ... cualquiera que supiese 10 ocurndo a Diego

Nunez de Silva habia de callarlo. Quiza si aun a don

Diego 10 coruninaron a guardar silencio, yah! estu-

viera la razon de su hermetismo.

Francisco debia buscar sin bus car, inquirir en

direcciones distintas, evitar 10que fuese susceptible de

interpretar como interes suyo en el hecho con~reto.

Un dfa el azar intervino, abriendole una pista, Ha-

bfa ido ala biblioteca de San Marcos para estudiar un

texto sabre cirugfa cuando, a] pasear la vista de ana-

quelen anaquel, tropezo bruscamente c~~ un titulo que

hizo temblar sus manos: Manu al d e l nq uis id or es , p ar a u sa

de l a s I nqu is ic iones de Espana y Portugal, p~r el Inquisid~rGeneral de Aragon, Nico1ao Eymenco. Lo habfa

reimpreso en Roma Francisco Penal doctor en canone.sy teologfa. Afio de 1558, dos siglos despues de la edi-

ci6n primera.

Francisco 10 tom6 como quien toma un volumen

de rutina y, atisbando a cad a instante por e~cima del

hombro ( lVendran , oendrdn i ), comenzo a hojearlo con

mezcla de pavor, curiosidad, angustia. Vefa a su padre

detras de las palabras, 10 sentfa pasar por todo aquello.

El doctor Pefia hablaba de estos tiempos en que

algunos se afanan «en combatir con las armas a lo~ ene-

migos»y advertia que tambien «se encuentran escntor~s

que movidos de su celo se consagran a re~utar lasOPl-

niones de los innovadores», y luego: «0 a mvocar y ar-

mar la potestad de las leyes contra sus personas, para

que escarmentados con 10 riguroso de los casti~os, y 10

exquisite de los suplicios, se arredren con el miedo .. .»

Francisco jadeaba, volvia las hojas, saltando de una

pagina a la otra. Ahora hablaba Eymeric .o: «E~ punto a

herejfa se ha de proceder llanamente, sin sutilezas de

abogado, ni solemnidades en el proceso», ad:ertia ,

porque «es peculiar y nobilfsimo priviIegio del tribunal

de inquisid6n que no esten los jueces obligados a

53

 

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seguir las reglas forenses, de suerte que la omisi6n de

los requisitos que en derecho se requieren no haee nulo

el proceso ...»

Diego Nunez de Silva, indefenso, y el pobre Diego

entregado tarnbien a esta justicia sin derecho. Francisco

salta de nuevo, eogiendo una frase aquf, otra alla, sin-

tiendo que segufa el rastro de sus dos Diegos en lascarceles seeretas. «Tres modos hay de formar causa en

materia de heregfa», continuaba el maestro Eymerico:

«por acusacion, por delacion y pesquisa»,

Delacion, y Francisco hojeaba tremulo, hasta encon-

trarla: «Uno es delatado por otro como reo de heregfa,

sin que el delator se haga parte ...~>

Se delata y no hay riesgo ni responsabilidad, y

«cuando la delacion hecha no lIeva viso alguno de ser

verdadera», sit 2,entonces que? «... no por eso ha de

cancelar el inquisidor el proceso, porque 10 que no se

descubre un dia se manifiesta otro»,En cuanto a las pesquisas, «haran continuas y rigu-

rosas pesquisas en todas las casas, aposentos, soberados

y sotanos, etc., para cerciorarse de que no hay en elias,

herejes escondidos ...» «La otra especie de pesquisa se

hace cuando por voz publica llega a oidos del inquisidor

que Fulano 0Zutano dixo 0hizo cosa contra la fe, que

entonces cita el inquisidor testigos, y les toma de c1ara-

cion acerca de la mala fama del acusado ...»

Fulano y Zutano, 2,supadre y Diego?

Hay mas: «...para probar la mala nota del acusado

basta con que declaren que han ofdo decir a Fulano 0

Zutano que es hereje, siendo valedera esta declaracion,

aun euando los dos testigos no hayan oido ninguna

proposici6n mal sonante en boca del dicho acusado, '51

declararen dos testigos que el acusado tiene fama y nota

de hereje, y fueren preguntados en que consiste esta

fama y nota (Qui d e st J ama? ) no es menester que la par-

ticularicen con exactitud, y basta can que declaren que

as! 10 dice Ia gente»,

Las manos de Francisco temblaban ahara de ira:

l .era posible defenderse, asf?

54

«En causas de herejia par respeto a la fe so~ adrr_rl ti -

dos los testimonios de los escomulgados, los complices

del acusado los infames y los reos de un delito cual-

quiera; Dire~tortpassim; en fin de los herejes, bien que

estos testimonios valen contra el acusado, y nunca en

su favor...» Y e1maestro explicaba: « ···tpor que. da-

mas credito al dicho de un herege cuando atestlguacontra el acusado, y no cuando habla en su abono,

especialmente cuando par maxima inconcusa en elforo

antes se debe presumir la inocencia que el delito? La

dificultad es grave, mas creo que se debe responder

que cuando un herege depone en ~avor d?1 ac,:sado,

es de presumir que 10 mueve el OdIOde la IgleSia, y eldeseo de que no se de castigo merecido a los delitos

cometidos contra la fe. Empero no ha lugar esta pre-

suncion cuando declara el herege contra el acusado».

Y el maestro Eymerico se ufanaba con derta send-

llez de su propia agudeza: «No se de ningu~o ~ue.haya

dado esta raz6n, que me parece nueva y sm replIca:>.

Afiadfa que «tambien se admire la declaraC16n

de testigos falsos contra el mismo acu~ado, de suerte

que si un testigo false retracta su pnmera declara-

cion favorable al acusado, se atendnin los [ueces ala

segunda ...», aunque «notese que la segunda dec1a-

radon vale solo cuando es en perjuicio del acusad~,

que si fuere favorable se ha de atener el j,;ez a la pn-

mera». Ypor cierto, «en asuntos de heregfa puede ~n

hermano declarar contra su hermano, y un hijo

contra su padre . ..», pues «un hijo delator de su padre

no incurre en las penas fulminadas por el der~cho

contra los hijos de los herejes. y esto es en premIO de

la dslacion».Alguien entr6 en ese momento por el extremo

opuesto de labiblioteca, Francisco cerro elvolumen con'

fingida pausa, busco en el anaquel otro cualq~iera y.~e

detuvo a hojearlo un momento. AIrato 10 cern: :amblen

y , como si no le hirviera el alma dentro, salio a paso

lento hacia la calle.

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§

Le parecio que la dudad estaba lIena de testigos,

no de gente: de hombres y mujeres afanados en escar-mentar a todo herege con 10 riguroso de las penas y 10

exquisite de los suplicios. Defensores de la unidad, que

podrian haber oido a aIguien (y eso era suficiente) queFulano 0Zutano habia dicho alguna vez que el habia

dicho ... Tres modos habia de formar causa ... los testi-

monios ... Las decIaraciones de hijos contra padres, de

hermanos contra hermanos ...

Francisco ech6 a correr, primero rumbo a casa. Pero

al aproximarse, un impulse interior 10movio a escapar

a otro lado, cua1quiera. Su padre, su madre, sus her-

manas, notarian algo en su rostro si Ie veian asi. Corrie

de nuevo, en otra direcci6n. Luego aminoro el paso:

correr , ~.noseria signo de culpa que reluiye su castigo?

Anduvo. Ignoraba cuanto tiempo,0

por que Iados, Pre-feria los rincones solitaries, donde no hubiera tantos

rostros, tantos ojos. Testigos.

En algtin momento caminaba por una calleja

desierta, sin un alma. Su alivio dur6 poco, sin embargo,

pOl'que cada postigo, cada puerta entreabierta, cada

rendija, podia ocultar a uno de Ellos que Ie espiara.

~pelacion, pesquisa, que? El temor a ser culpado se

convert ia en el en una suerte de conciencia de culpa.

l.No sospecharfan de su Ientitud, ahora que iba lento?

l.0 de que mirara a los lados, si mirara? LOde evitar

mirar, si 10evitaba?

Lleg6 hasta la ribera del Rimae, y una mezcla de

sed y calor 10 condujo hasta el borde rnismo del agua.

Se Incline, y con las manos juntas se empap6 la carat el

cabello, intentando lavarse del miedo, Despues se

Ievanto y dio unos pasos. Al hacerlo tropez6 en una

piedra y se fue de bruces. «Cayo sobre su rostro», Lno

era esa una expresi6n de la Biblia? Se vio sucio, con

barro en la ropa. Una oleada de rabia Ie surgio entre las

venas,

56

-jAh, no! -grit6 casi. .Y se olvido del temor que recien 10acuClaba: con

paso firme emprendi6 el regreso a casa. .Iba resuelto a conversar con su padre. Decirle que

entendia que se sentia muy pr6ximo a el. Que tanta

arbitrari~dad en los procesos venia a ser poco menos

que una proclamacion de inocencia. Donde to~os re-sultan culpables, l,quien 10es de veras? SicualqUler cosa

esprueba Lque prueba i ra a probar nada? .

Su lectura de Eymerico le parecia un recomdo por el

infierno, donde solo hay maldad. Las Bienaventur~as,

que hada tan poco vo1vieron a ernocionar a Francisco al

ofrlasenmisa, l.que podfan tener que,ver co~ ese mundo

deacusaciones imposibles de cornbatir, de hiJo~,que dela-

tan a sus padres y reciben premio? l .Que relacion con los

soldados y las armas? «Bienaventu:ados los manses,

porque ellos poseeran la t ierra . ..» «Blenaventurad?s los

h

hambre y sed de [usticia, porque ellos seran sa-

que an <uP • • .,

. d .y que'hambre ni que sed de justiCla se saClananna OS))'l ' ? B'can los procedimientos que exponia Eymenco. « :en-

aventurados los funpios de coraz6n, porque enos veran a

Dios)). Ellos, no los que achacan intencio~es, suponen

verdad todo 10 malo para e1 reo y mentira 10 ~ue 10

favorece, «Bienaventurados losque padecen persecuoonpor

la justicia,porque rujos de Dios seran liarnados), ,Sino por otra razon. par esta , por habe~, padec~do

, la i ti padre era un hi ] 0 deDIOs,persecucion por a JUs CIa,su . ,y e1querfa acercarse a decfr5elo. Aunque el.f~era JUdlO.

Aunque su Dios no fuera el Dios de l~s crIs~anos ..,

De pronto le pareci6 ve~ C,on?andad: 51ha~ s~lo

un Dios, si Dios es eterno, inflmto, mab,arcable" ~1 D105

no puede ser distinto del Dios de Diego Nunez, La

diferencia esta en los ojos que miran y no en 10 que los

ojos yen.

57

 

r--....

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VI

Lagenerosa

muchedumbre

La pluma anota:

. .. h as ta ~ u~ hab i: l1 do l ei do a l Bu rg en se q u e e sc ri bi 6

d e S cr uiin in ~ cn ptu ra ntm , a lg un as c ue stio ne s q ue

Saul a p ropon ta po r ! a l e y d e Mo is is y Pablo respondia

P ?r fa ley d e [esucristn, no l e s a ii sf ac ie ndo l as s ol u-c tones de Pab lo . ..

. ...Regrese a casa aquella tarde tan lleno de entu-

slas~o, aun~ue no dejara de sentir bajo mi piel la pre-

sencia del miedo: me habia propuesto acercarme a mi

padre, ahara tambien can las palabras. Le diria: «Yase

ya conoz:o l~ esencial de 1ahistoria. Estamos juntos»~

No necesltana pedir le que me contara nada: «Cornpren-

do que no quisiera recordar». Pero no fue el momenta

Nu~stra familia empezaba a cenar cuando entre, y y~

habfan puesto en marcha esa rutina que nos marcaba

los pas os, paso a paso; los adernanes previsib1es; las

frase~ que se cruzaban entre nosotros sin tocarnos (el

{(lQUleres pan?», el «Toma», el «Manana traeran pes-

cado»): el perrnanente dialogo no dialogo que apenas

si era una expresi6n distinta del silencio, un disfraztransparente del no decirnos nada.

Ah~, a pocos pasos (siernpre a mano por si llegara

sorp~eslvamente alguien de fuera), colgaba elsambenitode rru padre, presidiendo.

Al ver que me sentaba, Aldonsa:

-lD6nde fuiste?

Yo, que venia con el hallazgo en carne viva s610repuse un previsible: '

58

-Acaminar ...

Fue todo.

Una especie de frio se me echaba encima, no Set a

me empapaba des de dentro. Me sentf pateticamente

incapaz de hacer nada, irri tandome contra esos diecio-

eho afios mfos, que me proclamaban «hombre hecho y

derecho» sin liberarme de mi inseguridad radical. 2_Por-que no resolverme a romper de una vez esta normali-

dad de ficci6n? lPor que no contarles, tambien a ellas,

10que acababa de descubrir en la biblioteca, para que

no siguieramos fingiendo que mi padre no sufri6lo que

sufri6? lOhabrfa que dejar de ser cristiano para enten-

der cuanto debi6 de padecer?

Fui mirandolas una a una: mi madre, mostrando

una tranquil idad que faltaba en su espfritu: mi hermana

Isabel, rec1uida en sf misma y (jpodrfa jurarlol) tensa

en su interior hasta 1aangustia; y la pobre Felipa, can

la nerviosidad de un pajaro, y esos rubores bruscos, y

esas lagrlmas que llevaba continuamente a punto de

salir y que quiza salieran cuando lograba quedar sola.

Felipa, Aldonsa, Isabel, [que lejos estaban y que cerca!

iCuanto nos aproximaba y nos distanciaba a un tiempo

eloscuro delito de mi padre!

Mevolvf entonces hacia elly note que me observaba,

[aeasopor intuir que algo nuevo me habfa sucedido? Le

sonrei, y era tan raro este hecho, ahara, entre nosotros,

que elpareci6 turbarse y sujetar apenas una ojeada ins-

tintiva a su habito de reconciliado. Permanecimos asf

unos breves instantes, mirandonos los dos rostro a ros-

tro, y tuve la sensad6n de que en el suyo, ceniciento, se

insinuaba una suerte de reflejo apenas perceptible de

mi propia sonrisa.

-jLas ocho han dado y nublaaado! -cant6 el sere-

no, ahf en la cal le.

-[Las ocho ya? -dijo mi padre entonces.

-Que tarde -10 apoyo la voz de Aldonsa.

-y no se va la niebla =afiadf, entrando ami pesar

en eljuego.

59

 

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Acudiamos a apagar el silencio como si fuese un .

incendio que empezara. Volcabamos sabre el palabras :

triviales, en un esfuerzo par llenar un vacfo cuyo peli- .

gro adivinabamos, cada cual a su modo. Isabel nato

nuestra prisa y se dispuso a contribuir can su aporte.

Felipa se paro bruscarnente a buscar algo (huyendo,

siempre). En ese momento una campana comenzo a

doblar a no mucha distancia, y nos dio tema:- Tocan a muerto -consign6 Isabel.

Se santigu6 mi madre:

-Quiera Dios que no sea a1guien conocido.

Yrni padre omiti6 el comentario que solfa hacer a1

ofrla decir esto en San Millan: «Mujer, sea quien sea es

un muerto, aunque nosotros no 1 0 conozcamos», La

recogi yo en parte:

-Un muerto es un muerto -murmure,

Me temblaba la voz.

§

. ..Desde e1dfa siguiente, cada vez que recibia Ia co-

munion, yo rezaba can un ahinco nuevo par mi padre.

Eran rezos confuses, en que tan pronto rogaba a Dios que

su conversi6n fuera auntentica, como irnploraba que 0 1 -

vidara su paso par la carcel: «Barra las huellas que le

dej6 el Sefior», Luego, alga se sublevaba en mi, y casi in-

crepaba: «jHaz que yo entienda!». Un reto, que podrfa

traducirse en: «Si hay alga que en t ender en eso que le

hicieron y par que, haz que 1 0 entienda». Y: «Que tus

bienaventuranzas sean verdad entre nosotros»,C6mo olvidar aquellas misas. Mipadre entraba en

1aiglesia can su sambenito, y siempre los fieles abrian

camino para que el pasara. Ysiempre encontraba un es-

pacio donde podia instalarse a solas, sin nadie, ni aun

nosotros, demasiado cerca. Lomiraban sin rnirarlo, Nos

miraban sin mirarnos. Siel iba a comul gar, nadie searro-

dillaba a su derecha ni a su izquierda. As}, el habito de

reconci1iado era brutal mente visible en el cornulgatorio.

l .Reconcil iado?, solfa preguntarrne yo con ira .

60

Bubo un domingo especial. El evangelio contaba

la parabola del trigo y la cizafia, y predico el _padre

Andres Juan Gaitan, clerigo ilustre, con estudlOs en

Salamanca y en Sigiienza. Seco, seguro, firme de voz,

era orador de escasos gestos y de no muchas inflexiones.

Tenia un acero interne, mas bien: un enfasis que no

dependfa de que declamara sus frases sino del conte-

nido, tan intenso que hubiera resultado superflua Iavehemencia.

Apenas recuerdo unas cuantas palab~as del sermon,

iperola idea! Aludi6 de soslayo algran numero de ~(por-

tugueses», dando a entender 1 0 que todos ente~dlmos:

portugueses, 0emigrados desde suelo portugues, c~ya

raza 0 religion eran judaicas. De Andaluda, d; Cash.l1a,

de Aragon, de Galicia, familias enteras ha~lan hmd?

cuando su majestad dispuso que hebreos y ~rabes re~l-

dentes en sus territorios escogieran: 0sebautizaban ens-

tianos 0 semarchaban del pais. Vino 1 0 inevitable: miles

seconvirtieron unicamente en 10 externo; el rito, el ges-to, la plegaria. Y principiaron las que. nombra~a

Eymerico, acusaciones, delacion~s y pesq~sas, para 1I~-

dagar qulenes rompian a escondldas la urudad del rei-

no. Nuevas oleadas buscaron asilo en Portugal, 0 en

Holanda, 0 en el norte de Africa.Muy pronto, tambien la monarqufa portugues~ esta-

bleciola lnquisicion, ymuchos, como rnipadre, rruraron

a America con un resto desgarrado de esperanza.

As! al hablar Gaitan ahora de «portuguesee». no

deda p~rtugueses: deda mas. Ni conder:6 el que ~xis-

tieran 0residieran en el Virreinato. Los cito despues deleer la parabola del trigo y la cizafia. B~st~ba. Habrfa

sidoredundante pronunciar la palabra <~JUdlO»,ue ~o-

taba casi des de el comienzo de su predica en el ambito

de esta iglesia limefia atestada de fieles, La cizafia se

disfraza, explico Iuego, Lsugiriendo .que sus tal1o~y sus

hojas se visten de conversos? Crece Jur:to, en medio, d~1

trigal. Es suave al tacto mientras no tie~e fuerzas sufi-

dentes para ahogar definitivamente al tng? Espe~a, sa-

bia. Ah, si, exclamo: «La cizafia tiene la hlpccresia del

61

 

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veneno ocuIto, que penetra en silencio, gota a gota, gota a

gota, gota a gota, y 10 ernponzofia todo.»

-Gota a gota, gota a gota- repitio, y pareda que las

gotas cayeran ahf, a nuestra vista, sobre mi padre y su

familia.

Gaitan habfa sido inquisidor en Cuenca y en Sevilla,

y ahora ejercfa el cargo en las tierras que abarcaba elVirreinato. Por eso, sus palabras resonaron cargadas de

amenaza. Y mas para nosotros.

Yeo a mi padre, a quien espie un instante de reojo.

Dio la impresion de sumirse, encogerse, en la infarnante

caparaz6n del sambenito, su rostra inexpresivo a du-

ras penas, mas ceniciento si cabe. Mi madre, la senci-

lla Aldonsa, intuyendo quiza en forma imprecisa, se

movi6 imperceptiblemente hacia el esposo (Estoy aqut ) .

Mis herrnanas, enfermas de palidez, desearfan no es-

tar aca, no haber nacido, Y yo, ternblandome las rna-

nos, apenas fui capaz de mantenerme en pie, luchan-

do entre el impulso de huir y una apretada voluntad

de acercarrne, tambien, a Diego Nunez. 'Irate de levan-

tar la frente y, al no atreverme bien a hacerlo, me senti

arrinconar por las miradas mironas, no todas ya a hurta-

dillas, de los fieles.

Mientras, el inquisidor Andres Juan Gaitan ilus-

traba a la asarnblea con el ejemplo de un noble varon

que vivi6 bajo dos leyes sucesivamente: la de Moises

primero, y luego la de Jesucristo. Comenz6 Ilamandose

Selem6h ha Levi, y de muy joven escucho e111amado

de su sangre judfa: estudi6 en la sinagoga hasta llegar

a ser famoso interprete de la Torah. Pero, lpodia tardar

en descubrir su error, siendo hombre honesto, inteli-

gente? Tuvo su prapio camino de Damasco y, al igual

que elAp6stol de los Gentiles, que alprincipio era Saulo

y enemigo de Cristo, Selem6h vio la luz en una encru-

cijada de su vida. Se convirtio a la verdadera fe, y en

prueba de ella eligi6 para bautizarse el nombre de Pa-

blo, y como apellido, Santa Maria, en recuerdo de la

madre del Senor.

62

-Hermosa historia la de Pablo Santa Marfa, el

Burgense, a quien se apoda as!por haber llegado a Obispo

de Burgos. , . . ,ElBurgense, continuo Gaitan, habia escnto un dia-

logo ala manera de los de Platen, en el cua~se enfrenta-

ban dos personajes que acaso fueran refle]o de los ~os

yos que en el mismo hubieron de enfrentarse: el yo JU-

dID,Saulo, y elyo cristiano, Pablo. Ambos expone~ su~

argumentos en este debate ~u.e el Burgense htulo

Scrutinium Scriptumrum, escrutmlO 0examen de la: es-

crituras. Si)udios y cristianos compartfamos elAnti guo

Testamento, aIH era donde debfa buscarse cual de las

dos leyes podia ser la verdad~ra. .-Saulo defiende la de Moises, Ycita textos para apo-

yar su alegato. Cada vez, si~ embargo. Pablo respo~de

y rebate, y va haciendo clandad con Implacable ~6gtca.

Recorda Gaitan algunas refutaclOnes: como el

Mesfas que anunciaron los profetas no era una promesa

hacia el futuro sino una realidad hecha carne en la ~er-

sana de Jesus. Su nacimiento de una virgen, los mila-

gros, la muerte, la resurrecci6n al.tercer dia, responden

a pasajes antiqulsimos de la escntura sacr~. Y:uando

Saulo den uncia el cautiverio en que segun el per~

anece aun elPueblo Elegido, replica Pablo que el caU_h-

verio, si existe y donde exista, es castigo .~or el delito

de deicidio que la nad6n hebrea comet1~ c~n plena

lucidez. iNo clamaron ellos mismos, los JUdlOSa los

que oy o Pilatos, «caiga su sangre sobre noso~ros Y

sabre nuestros hijos»? El verdadero Pueblo Elegld~ !o

farmaban hoy quienes permanecian fieles a la eleCClOn

.de Dios: los cristianos.-Ni al Senor ni a nosotros puede cabernos duda

sabre cuales su pueblo: el que observa sus man.d~en~os,

no el que dio muerte a su unigenito. No la Clzana, sino

el trigo. _ .'El r esto de la misa fue un mal sueno. NI rru padre,

ni su mujer, ni ninguno de sus tres ~ijos ~e atrevi6 ~

comulgar. Yoni siquiera e~a capaz ~e lffiagmar~~ alll,

expuesto a los mil ojos cunosos. arnesgando qUlza que

63

 

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me expulsaran del comuIgatorio. EI«Ite, rnissa est» fue

un alivio cargado de ansiedad. Yresult6 mas notorio el ,

camino que al salir nos hacfan los norrnales, evitando !

el contagio.

Un silencio distinto del usual oprimfa a nuestro

pequefio grupo al regresar a casa. El recorrido por las

calles de Lima primero, y despues el corto trayecto hasta

el Callao, fueron un continuo mirar si nos miraban. Y

callar entre nosotros, pero esta vez callar sin palabras

que 10 disimularan, Ibamos con los ojos en elsuelo, elu-

diendo cada cual a los demas, concentrados en Ia pro-

pia vergiienza. Y Ia impotencia (no hay c6mo defen-

derse, no hay de que: nadie formula abiertamente el car-

go, aunque ah f esta), Y 10 peor: la certeza de que aun

habria situaciones semejantes.

Bajabarnos ya a casa cuando Pelipa, incapaz de con-

tener su angustia, echo a correr desatinada. Me parecio

entreoirle un sol1ozo antes de que cerrara la puerta degolpe. Y ahora vi a Isabel: tambien lloraba, sin huir.

Aldonsa, su rostro inesperadamente duro (sujeto por

dentro a fuerza de energfa), Iogr6 fingir que no notaba

nada. Yyo, a ultima hora, encontre animo para aproxi-

marme a mi padre y apoyar mi mana en uno de sus

hombros.

Asi anduvimos unos pasos. Ya aillegar junto a la

puerta, senti una mano de el que tocaba la mia.

§

...Busque, hasta encontrarlo, eI libro del Burgense.

Lo lei tan a saltos como el de Nicolao Eymerico. Lo relef

despues, Por momentos reconocfa en el debate de Saulo

y Pablo un pulso (no se c6mo explicarlo), un algo vivo;

y no tard6 su enfrentamiento en desarrollarse en mi

interior. Igual que Ie habia sucedido al autor de

Scruiinium Scripiurarum, yo me fui bifurcando, identi-

ficandome primero con uno de los interlocutores y en

seguida con el otro. Empece por sentir mas mfas las

respuestas de Pablo. Y de pronto era yo quien se las

64

. d 10 invitaba a converti rse, 0 adaba a ~l pa re Y 0 al hablar Saulo, le ofa la vozreconvertirse. Pero. clar r • fu '<1Yacaso

. ,- I chabacomos1 era ei-de DIego Nunez y 0escu el Creyera en la sinceridad

alprincipio Ie creJer~ p~r :~e I~de Pablo habia un paso.de Saulo. Y de a a u a dir a mi padre y era

Sf era yo tratando de persua b

'. df a mis razones. Pregunta a,mi padre qUlen respon ia M' .d6nde estan dur-. lo: S' Jesus es el esias, L

p~r ejemp o: l. el animal manso? Y las armas,mlendo Juntos laofi~ra Y rados? .Ye l n ino que jue-'cuando se convlrtieron en a '. ~ d d . idio 'noL 0' 1 acusecion e eic ,Lga c onla sierpe? espues, a. do? 'Que ser humano, 0

era monstruosa en su enunclad

. L te aDios el to-que pueblo, podia realmente ar muer ,

dopoderoso, el ete~no? . . de los dieciocho afiosMiafan de 16g1ca,tan proplO I s de las

, elaba contra a gunaque tema entonces, se .Ad , . sentido de justida

afirmaciones de Pablo. A ~~a~, :el Mesias no podia

me deda a cada paso que e em sin defensacontener carceles secretas, tortura, proceso

s. ,que

posible para el reo. Las delaciones,las pesqUlsas,

laya de cimientos eran? '6 de agobio exuI-

C ' el ltbro con una sensaCI nerre d M areci6 que nunca

tante una alegria desgarra a. e p ;.....ente, , . . padre y experl.H< '"

habia estado tan prOXImo a rru t s me habia pro-.. a que a ra 0

vergiienza por la verguenz .

ducido it junto a el y al sambemto.

Ahora supe que iba a hablarle.

I

IIi~

65

.k 

"r--'

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VII

A traues

del puente

La pluma aneta:

. .. N o ,I e s atis fa cie nd o la s s olu cio ne s d e P ab lo , p re -

gunto e l. reo a su padre, com o diciendo e l primer

r :z an dam~ent o, de l D e .c dl og o q ue n o a do ra se n s eme -

~a n~a s, s in o s ol o a Dies, l os c ri st ia no s a do ra ba n l astmagenes.; .

.:.Recue~do .esa tarde en el Callao. Mimadre, Isabel

y Fehpa h~bIa~lldo a un oficio religioso. Mi padre (can-sado, se?un. el) permanecia en cama. Nada preciso.

Amanec16 SIn fuerza y se excus6 de levantarse' «Yapasara», decia. Lo recuerdo ah f tendido £lac '.,d I " 0, rruran-lose as manos a la palida luz del dfa que entraba por

a ventana. Sus ojos, grandes, parecia que durmieran

pero no: observaban COncierta indefinible lejania V~

~rugas nuevas en su £rente. La nariz, que fue altiv; s;

~ a aguzando, 10 mismo que los brazos, las faccior:es.

oda su carne se apretaba a los huesos, y su barba ca-nosa, soberana, aun sabfa aureolar de dignid dt . a suros-

dr

o

quieto. Yo senna en sus Iabios una palabra a puntae salir,

-Padre --:~urmure despues de un largo rato.

b. No movie un musculo Y t no obstante, supe muylen que me habia oido.Al fin;-tSi?

Tuve y,oque esforzarme, a mivez, para decirle:~He lefdo al Burgense.

El call6 unos instantes. Y de nuevo;-lSf]

66

Involuntariamente lance un vistazo en direcci6n

del sambenito, que me daba la impresion de espiarnos

desde el mum.

-Sf -reafirme,

Volvi6 al silencio, y yo podia palpar nuestros dos

miedos encontrandose: elmio de hablar entrando en el

terreno prohibido; leI suyo de que hubieran logradopersuadirme los argumentos del Burgense? LOa la in-

versa, de que tambien yo me hiciese reo de creer en la

ley de Moises? Tres palabras, mas que decirlas, caye-

ron de sus labios, dificilmente audibles:

-lCierra el postigo?

L e obeded y regrese junto a su lecho. Pregunt6 apenas:

-raReunf fuerzas para hacer mi confesi6n:

-Y no me satisface -jadeaba al pronunciarlo .

Por primera vez desde que entre hoy aquf, a ha-

eerie campania, mi padre volvio a mf la vista, gir6 unpoco el cuerpo, apoyandose en su costado derecho con

inesperado vigor:

-LAver? -me urgi6.

Reconod en su voz el eco de aquella vieja ironfa

suya, que era una especie de vinculo secreto entre no-

sotros: si yo Ie hablaba con mi solemnidad de mucha-

cho (((esagrandilocuencia, hijo» t a si yo daba mues-

tras de generosidad adolescente (<<ojalano la pierdas,

nunca»), Diego Nunez de Silva disimulaba su ufanfa

bajo un tono de afectuosa burla, Ambos sabfamos 10

que significaba: era una clave, un «no ternas, que par

ultimo 10 echamos a la brorna», can 10 cual me

acicateaba a abrirme sin reserva. Y ahara como en aque-

lla epoca de San Miguel, me convidaba a seguir ade-

lante. Repeti:

-No me satisface ...

Yen forma atropellada le conte que habia buscado

el Scrutin ium Scr ip iorarum desde que le of aAndres Juan

Gaitan sobre el dialogo entre las dos leyes. Me pareci6

rouy formal la argumentaci6n de Pablo, le dije. Muy

frfa, Le hable de mi encuentro anterior, can Nicolao

67

 

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Eymerico. Su choque con el hermoso mundo de las

bienaventuranzas, que de hecho negaba en cada linea.

E1Burgense movia un par de mufiecos en su Saulo y su

Pablo, y aunque a Saulo 10 condenaba de antemano a

no saber defenderse, su Pablo era excesivamente

legu1eyo.

Me detuve, jadeando.-lQue mas? -pregunto.

Quise decide que me sentia muy cerca de el, que

quiza hubiera llegado a comprender 1 0 que habfa pa-

decido en las carceles secretas. Hable, en cambia, de 10

poco convincente de una discusion asi, con vencedor y

perdedor predestinados.

-lQue mas? -y ya sin sombra de ironia.

Retome el hila y alli, mientras le hablaba, fui sin-

tiendo que 1 0 hacfa desde Saulo, identificandome can

su actitud, su posicion, lSU fe? Era 10 mismo que cru-

zar un puente angosto a gran altura: 1a sensacion delaire, del peligro, de ... Una mezcla (tan mia) de pavor

y entusiasmo. Porque al avanzar por ese puente, sin di-

reccion muy clara, con dudas, vacilando, me aproxi-

maba a el en ultimo termino, Este fue e1 primer ha-

llazgo que me remecio en esa conversaci6n de dos,

tres horas. Crei comprender des de dentro a Diego

Nunez.

El segundo hallazgo fue arin mas fuerte. Me di

cuenta (l.en su modo de ofrme, de mirarrne?) de que

mi padre continuaba creyendo en la ley de Moises. Y

yo, al cruzar el puente que nos acercaba, estaba acer-

candome en forma instintiva a la fe de el.

-He lefdo mucho la Biblia -explique-, y no encuen-tro ...No encuenfro ... Son dos 1eyesdistintas.

Mi padre habfa cerrado los ojos para ofrrne. Sus

manos colgaban ahi al borde del lecho, de1gadas, des-

carnadas, esperando. Su respiracion misma era un sig-

no de la espera. Su cuerpo, inrn6vil pero tensamente

inm6vil. Yo hubiera podido medir el pulso en las ve-

nas de sus brazos 0 sus sienes. 0en el aire de esta habi-

taci6n donde entraba muy a paso 1apenumbra.

68

-l.Crees en Dios? -pregunto al fin Diego Nunez.

-Sf.

-l.C6mo?

Vacilando:

-No se.; 1_Yaes a1go -con Ia vieja ironia amable-. Me a ar-

marfa ofrte dar explicaciones muy claras. ~~ fe no es

una ciencia. Quiza en eso este la deblhdad del

Burgense.Habia dejado de hablar en to.no de pregun~a. De

pronto, sus manos mismas parecleron cobrar vida, y

hablaban tambien, cortando, dando forma a las pala-

bras: talhindolas igual que sifuesen objetos. No, era v,;-. C b u su paz pense' decia

hemencia. no. onserva as... , ,palabras de paz, llenas de vida. Las deda con toda su

alma y ademas todo su cuerpo--Ya hablaremos de Dios -se detuvo-. Antes que

eso, la verdad.lTli sabes 10que es la verdad?

Me senti un poco nino:

-Lo que a1go es,

Meneo la cabeza, negando.-No no no -y aun sus manos negaban con ener~

r r • • b '11 castgia nueva; sus ojos adqutrleron un 1'1 0 que yo

habia olvidado.

-;_Yentonces?Cogio un blandon que habia junto al lecho.

Mostrandomelo:

-;_Esto que es?

-Un bland6n._Y la verdad, ;_donde esta? lDonde esta la verdad

de este blandon?-Ahi -1 0 rnostre. como quien sigue un juego.

-lAqui esta la verdad?

Afirme. '- ;_Aqui, no ahi? -e indicaba mis labios-. lNo esta

en 10 que dijiste?

-Tambien. .Me pareci6 escuchar a Socrates, y quiza la semejanza

noera inconsciente en el,

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t .

-Tenemos dos verdades, entonces: una en tus pa-

labras y otra en el objeto.

-Son las rnis...-me interrumpf.

-lLo yes? EI bland6n no es verdad. El bland6n es .

Existe. Es una realidad. La verdad siernpre es un decir. Y

en ese decir esta el que dice, eI ser humano.

- ...0Dios -complete,-0Dios. lEntiendes?

-Empiezo a entender -sonref,

Se ech6 atras para apoyar su cabeza en la cama:

-Ah, sf. Nunca se termina.

Volvi6 a cerrar los ojos. Luego reanimandose:

-La iinica verdad complete, la verdad, es Dios.

Nosotros a 10 mas encontramos verdades. Pero, Fran-

cisco, cuando encontramos una, nos encontramos no-

sotros en ella. Tu, yo. Cada uno en cada verdad imp or-

tante. Til eres til segun a que llamas justicia, arnor, li-

bertad. lCornprendes?-si

-zDe que valdrfa Ia realidad, sin nombres? Los

animales la tienen de1ante. Delante, no dentro. Nosotros

la poseernos al nombrarla. Y desde ese momento, aun-

que la callemos es nuestra.

-zAunque nos obliguen a callarla?

Sonri6, y en su sonrisa flotaba aquella vieja ironia:

-Mira t ti .

§

Permanecimos caUados un buen rato. Diego Ntif iez

de Silva daba Ia impresi6n de hundirse en la penumbra

del cuarto. Rornpi6 el silencio tres veces; la primera, para

pedirme un vaso de agua; la segunda para decirme que

encendiera el blandon (<<novayan a pensar . ..» y ya era-

mos c6mplices); latercera para seguir quiza una reflexi6n

interna:

-Uno pone su vida en sus palabras. El Saulo que

invent6 e1 Burgense es un Saulo sin vida. No es el

Burgense de antes de su conversi6n a1cristianismo: es

70

un rnufieco que construy6 despues- Por eso no convence.

Y por eso tampoco convencen las razones de Pablo:

porque pelea con un mufieco, no con un hombre de

veras. Entonces el mismo deja de ser . .. no alcanza a ser

persona. al b-Eso es -exclarne-. Yo notaba vacias las paras.

Hablan, no dicen. .Volvi6 mi padre a incorporarse, Y me miraba:

-lTe sientes cerca de la ley de Moises?

-Empiezo.-zQuieres seguir averiguando?

-Para eSO te hable ahora.

-Puedo ayudarte ... un poco.

Quise saber par que. .-Lo principal va a ser asunto tuyo -y al notar rru

extrafieza-. 'Iendras que buscar ttl. La verdad ~o se

entrega de una mano a otra: se encuentra. Ade~as, no

sera facil que te ayude, ni va a ser por mucho nempo.Yoquise protestar: un gesto me contuvo.

-lEntiendes?

-Entiendo -murmure.-Vuelve a leer la Biblia. Recuerda: la libertad esta

dentro de ti, igual que laverdad. Francisco, nunca sientas

que no eres hombre libre. Aprende a serlo. cad a vez, en

cada circunstancia. Aprende a porfiar , cuando la causa

es justa. Yo fui incapaz. .- 'Padre! -proteste con vehemencla.

rllzo un gesto afumativo, insistiendo.

_Tambien eso es verdad -murmur6.-En la prisi6n era imposible ~ue... ,-Francisco, era posible. El miedo fue mas fuerte,

eso es. Miedo pOl'Diego, par tumadre y tus herm~nas,

por ti.Quiza par mf mismo en primer lugar, no se,

-Pero aquf estas, y me ayudas. ..-Ah, sf-como quien dice: «no basta este consuele»:

luego-. Mentf.

-No es men ...-Mentf al reconciliarme, lentiendes?

-Entiendo y ademas comprendo.

71

 

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" ~No, -dijO-. Te equivocas. Hay una antigua tradi-

c~onJ~dl~. Dice qu.e en todo memento, a 10 largo de la

~lstona, s1empre, Slempre habra al menos treinta y seis

justos entre nosotros, Su misi6n es, muchas veces, sufrir

para mantener ellegado y transmitirlo. Entonces ...

Comprendi: ninguno tenia derecho a eximirse del

riesgo d; ser uno de esos justos. Y por eso, pOl' si 10

era, de~la h~cer !o que estuviese en sus manos paradar testimonio. SI a mi padre 10 hubiesen sentendado

a muerte y el era urt justo, en el momento de morir

n~ceri~ otro, 0 habrfa otro a quien se Ie abrieran los

O]OS.SIno se es uno de los justos, no importa rnorir. Y

S1se es, tampoco. Como siguienda el hila de mis re-

flexiones, Diego Nunez afiadio:

-Es asunto de Dios. £1 e lige. No hay meritos que

~as d:n el derecho de ser uno de los treinta y seis. Esta

incertidumbre es una de las terribles bendiciones que

Yahve ha dejado caer sobre su pueblo. £1 nos bendice

asf, a golpes. Yairas viendo.No supe cuanto rato permanecimos en silencio,

hasta que los pasos de mi madre y mis hermanas co-

menzaron a ofrse ahf en la calle.

La p1uma anota:

... y q ue su p ad re h ab ra d ic ho a l re o q u e e n e llo u eria

q ue la le y d e le su cristo e ra d ife re nte q ue la de M oi-

se s, da da po r D io s y pro nu nc ia da p ar su m ism a b oc a

en e l m onte S ina y. C on lo c ua l e l r eo pid io a s u p ad re

q ue le enseiiase la ley de M alsis, y su padre le dijoq ue toma se la B ib lia y l ey es e e n e ll a .. .

72

VIII

En La otraorilla

La pluma anota:

. .. su padre le d ij o q ue iomase ia B iblia y leyese en

e ll a, y ie[ue enseiiando ia dich a ley de M oises, y le

dijo q ue e lla g uarda ba , y q ue d e miedo de Ia muerte

h ab ra d ic ho q ue o ue rta s er cristiano, y le h ab {a n re -

conciliado, y q ue des de a q ue l i ic mp o se apart6 e l reo

de la l ey d e J e su cr is to , y la tuvo p a r m ala, y se paso a

ia iey de M oisis, a la c ua l tu vo pOT b ue na , p ar a s al-

uarse en e ll a, s abi endo y entendiendo q ue era con-

i ra ria a l a l ey d e [ es uc ri si o . ..

. ..Que extrafia sensa cion, aquella noche, Ia de ce-

nar junto a mi madre y mis hermanas, bajo el mismo

techo, sentados a 1a misma mesa, y sin embargo no

poder compartir la alegrfa de rni encuentro. Hubiera

deseado cogedas de la mano y llevarlas hasta ellecho

de mi padre, explicarles que ocurrfa (decir: «No ten-

gan miedo: es muy herrnoso») y convidarlas a. .. Impo-

sible.Entonces me volvia hacia dentro, a dialogar con-

migo mismo (<<Habramucho que leer». «Y mucho que

pensar». «La Biblia, vista desde aca, va a ser distinta»,

«L a Bibliay 1avida» ...Segufa desdoblandome, Yesto era

un sustituto del desahogo. «Habra que ver manera de

practical' el culto». «No faltarfa quien sepa el..»). De

pronto, alguna frase suelta 0 el ruido de una cuchara

contra un cazo, me hacia volver aca, entre las mujeres

silenciosas.

(Si supieran).

73

 

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r

f- 'r . ,;

Las miraba desde un arnor nuevo (todo empezaba

para mf a ser nuevo), ala vez fiUY alegre y muy lleno

de dolor. Contra mi voluntad me despedia de ellas. Sf,

desde el otro lado del puente que acababa de cruzar.

Trataba incluso de grabarme en la memoria sus rasgos,

sus voces, ademanes, como siya no fuese a verlas nunca

mas. Era mi instinto de profugo, aguzandose: con el

tiempo aprenderfa a despedirme easi a diario de objetosy personas, sensaciones, palabras, que constituyen eso

tan simple: 10 normal. Par ahara ...

-lFranciseo?

Tuve un pequefio sobresalto:

-lQue?

-Que si quieres manzana.

-lManzana? No ...

Tienen que haber notado mi sorpresa al deseubrir

que la cena terminaba, Les sonref con intenei6n de ex-

cusa, y alga explique sabre unelixir cuyos ingredientes

no conseguia recordar. La cIase de manana era sobre ...Nos levantamos. Les di las buenas naches y anuncie

que iba a dar una vuelta para despejar la mente.

-lNo es muy tarde? Tendras que madrugar.

- Voy solo un rata.

Mi madre:

-Cuidate- y algo sobre su rostro a en su tono me

sugirio que no aludia al frio a a eneuentros peligrosos,

sino a no se que, que intuia en mi actitud.

(Aldonsa, siempre asf; call ada y eficaz en su rin-

con, adivinando mas que sabiendo. Ah, pero adivi-

nando can una profundidad extrafia, Sin ver claro,como a tientas, solia acertar en 1 0 que a mi padre, a

Diego, a mil nos pasaba. Sabia. Su esposo se 1 0 dijo

una vez: «Tienes la sabidurfa de la ingenuidad», Y

agrego, can 1a ironia suya que era una forma de ex-

presar su afecto: «Llego a temer que sea una sabidu-

rfa infalible». Mi madre no le tomo el peso a aquello:

«Que casas se te ocurren. Yono soy inteligente, leoma

podrfa ser sabia?» Aldonsa: sus manos cuadradas

easi, los dedos cortos y agiles: sabias tambien esas

74

manos. Diestras en bordar, tejer, coeinar ... Y sus ojos,

de un gris amarillento, inocentes y penetrantes.

Aldonsa: daba la Impresion de que viviese a oscura~,.y

sin embargo acaso fiiera ella la tinica en esta familia

nuestra capaz de moverse can lcerteza? lUna certeza

incierta?).La ultimo que vi al cerrar la puerta fueron las fac-

dones de mi madre. Habia vuelto la cabeza para ver-me, y yo note en sus rasgos un deja de inquietud.

Aldonsa, Aldonsa.

§

. ..Nadie en la calle. Entre la oscuridad y la neblina,

el Callao me daba la impresion de formar parte de un

suefio con sus casas fantasmas, el mar grunendo invi-

sible mas alla, lpenando?, y el eco de mis pasos que as!

sonaban a pasos de un espectro. Pero todo es~o se me

ocurrfa sin miedo, EI frio me alentaba los miembros.tanto rata inmoviles. Me entraron ganas de correr 0de

agitar los brazos, a de cantar en voz alta y ver que ha-

cia el eco can mi voz.Libre, Me sentfa libre. Por primera vez sentia la li-

bertad como presencia. Libre, l ibre, l ibre. Llevaba en el

pulso esta palabra. No la palabra el: realid~.d; la sens~-

cion. Una tibieza, una soltura, una rmpresion de ser li-

viano. Unas ganas muy grandes de reir, tambien.

Of al sereno dar las once, las dace. Debo de haber

caminado en redondo, porque recuerdo haber pasado

varias veces par delante de una taberna par cuya puertasalian voces, carcajadas, ruido de vasos y botellas, luz.

La unica luz a 10 largo de esa calle. No se que impulso

me hizo entrar. Era un recinto estrecho, donde dos

marineros y un soldado bebian su tristeza mientras el

mesonero dormitaba junto a un enorme toneL

-Buenas naches- dije.Nadie parecio ofrme. Hubiera querido agregar alga

que expresara mi alegria. No supe que. Di media vuelta

y regrese a la sombra.

75

 

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§

...A veces, en las tardes, mi padre y yo compar~

tfarnos la lectura de la Biblia. m era como un guia y

yo el viajero que recorda en el tiempo, encontrando-

me can aquellos nombres magicos que poblaban la

historia de Israel. Gozaba al pronunciarlos, repetirlos:

Caleb, Yerfume, Levi, Eleazar, Ruben, Gad, Rut. Y los

lugares de la patria interior: Aroer, Esyon-Cueber,

Beth-Peor, Araba, Neguev, Cades-Barnes, Elat,

Golan, Ramot, Tabera. Me iba formando una viva

nostalgia de esos sitios donde nunca estuve, un re-

cuerdo de personajes que jamas conocf y que habian

muerto. l,Muerto?

A la luz palida que penetraba la ventana 0, luego,

a la luz enfermiza del blandon, yo abrfa ellibro, eJegia

un trozo 0 1 0 tomaba al azar, miraba el rostro cansado

de mi padre:

-l,Leo?

EI, casi sin decirlo:

-Lee.

Y yo anunciaba, por ejemplo: «El cantico de Moi-

ses», Oejaba que el aire se llevara estas palabras, y lue-

go: «Did, cielos, y hablare, y que la tierra escuche las

palabras de mi boca. Como la lluvia se derrame mi en-

sefianza, caiga como un rocfo mi palabra, como una

blanda lluvia sabre la tierra verde . ..»

-«...como aguacero sabre la hierba» -completaba

mi padre, sin abrir los ojos, casi sin emplear la voz.

Yo:

-«Porque voy a aclamar el nombre de Yahve, [En-

salzad a vuestro Dios!»

-«El es Ia roca, su obra es consumada ...»

-« pues todos sus caminos son justicia ...»

-« Es Oios de lealtad, no de perfidia ...»

Callabamos largo rata, dejando que penetrara en

nosotros la sugerenda del texto. Al fin:

-l,Sabes? Quisiera descansar-anundaba mi padre.

76

Si y o trataba de ayudarle a ponerse de pie y ca-

minar hasta su lecho, el me con tenia can un ademan

de inesperada juventud:

-Todavia no. Todavia soy capaz.

Sin aceptar mis protestas (<<Noes por eso»), cogia el

bland6n con su pulso inseguro, hacienda que nuestras

sombras se estremecieran en las paredes de la pieza, y

se iba lentamente. A veces sugerfa: «Sal un rata a tamar

aire», Otras: «Ven», y «Apaga», Yomataba la luz mien-

tras el se recostaba, y asf en la oscuridad, callabamos

juntos 0entablabamos un dialogo raleado por silencios.

Solia aconsejarme, advertirme. Y ahora entiendo: me

entregaba su herencia.

-Encontraras dificultades. Sobre todo -y aquf le

adivinaba una sonrisa tras la sombra- cuando creas

que no hay dificultades. Son las peores, las que no se

ven. Ah, si, y las dudas: no les temas. Son ejercicios

sanos de la inteligencia. jYahve nos guarde de una fe

sin dudas!

-lC6mo? l,No ...?

-Cuando no hay dud as sobre las cosas grandes, es

porque se las mira por encima 0porque se ha dejado

deverlas realmente. La razon tiende a dudar, la fe per-

siste y busca. Es una lucha.

En otra ocasi6n:

-Ahora estas viviendo el tiempo de la alegria.

Empiezas a descubrir elmundo, y gozas ... l,Gozas?

-Soy feliz.

-Cuidado, Cuidado siempre con 10 facil . Pronto se

t e h a ra estrecho el camino y tu felicidad se llenara de

angustia. La angustia no es enemiga de la felicidad: la

ahonda.

Me previno de que quiza, despues de el (me dolia

que aludiera tan sin rodeos asu propia muerte), nunca

me cruzaria con alguien que compartiera nuestra fe 0

que se atreviera a reconocerlo 0de quien yo no temiera

una posible delaci6n. Quiza jamas llegaria a trabar con-

tacto con algtin rabino, y entonces necesitaria ser mi

77

 

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propio sacerdote. Improvisar el culto, deducir la forma

de observar mandamientos y fiestas.

-Yo no alcanzo a ensefiartelo todo. Ademas, es bue-

no que 10 descubras -volvfa a sonreir-. Parte de la aven-

tura.

Luego:

= :Cuanto va a durar esto? lEste regimen de sospe-

chas y prohibiciones? Imposible saberlo. Afios, siglos:

s610 el Sefior podria decirIo; nosotros no. Nosotros s6lo

debemos subsistir.

-;.5610 eso?

-No es poco. Se porfiado, igual que la verdad por-

ffa desde el interior de las palabras hasta que por fin

asoma -alarg6 una mano y la apret6 ami brazo-, Hijo:

y se flexible. Serfa locura ...

-No voy a hacer locuras -prometi.

-Hay que prevalecer, Francisco. Tal vez Begue un

dfa en que el martirio te parezca preferible a... la super-

vivencia. Callar, ceder, no ofrecer blanco, disimular, son

esfuerzos que agotan. Viene la impaciencia, la tenta-

ci6n del herofsmo cor to. Sobre todo con un caracter

como el tuyo.

-;.Mi caracter?

-Llevas elorgullo dentro desde nifio. Yose 10que es.-;.Lo habre heredado?

-Quiza, Pero el orgullo es primo de la soberbia y

la soberbia es el pecado supremo. Recuerda: hay que

convertir e l orgullo en dignidad, que es el iinico modo

de salvarlo. Cuando defiendas tu dignidad, hazlo por

ser un ser humano, no por ser til. ;.Entiendes?

-Si, entiendo.

-Ten presente otra cosa: nunca vas a estar solo. Nunca

nadie esta solo.

Callamos un rato.

-Nunca nadie esta solo -repiti6-. Tampoco Ellos,

78

IX

Un rostro

desde el rio

La pluma anota:

D i eg o N u i ie z d e S il va , c ir uj an o p or iu gu es , r ec on -

c il ia d o en e st a I n qu is ic i6 n en 13 d e m a rz o d e 1 6 05 ,

m ur i6 e n e l Ca ll ao , a ii o d e 1615 6 16...

. ..Diego Nunez de Silva se acostaba en su peque-

fia casa del Callao. Ninguna enfermedad precisa al co-

mienzo, ningun sfntoma que pudiera orientarme de

algun modo. Se dina que la vida se iba yendo, huy endo

de el, vaciandolo de a poco. Permaneci6 dos 0 tres se-

manas sin levantarse casi, Cuando llegaba a hacerlo,

dolfa verlo reunir fuerzas por un rato, antes de empe-

zar a moverse muy a pausa. Yentonces dolfa su andar

roto, sus ademanes fragmentados.

-l,Te ayudo?

-Espera.

Despues vino la fiebre que hacia arder su frente y

ponia un color malsano en sus mejillas. Vacilaba su voz.

-;.Perd6n? -solfa decir-.;.Me traes mas agua?

No 10dejaba Ia sed ni siquiera un instante. Sus la-

bios se agrietaban, se pegaba su carne a las mejillas y

si n cesar luchaba por liberarse de una £lema continua

que le congestionaba la garganta.

-l,Aldonsa? -un soplo.

-Sf.

-l,Ve a descansar?

-Despues.Habfa una ternura sutil en cada acto de mi madre.

Diffcilprecisar en que detalles se expresaba, 0 como,

79

 

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(, "

" , ' : ' . \ ;:;

pero su instinto, esa sabiduria suya de que hablara mi

padre, jera tan habil realmente! Inc1uso, recordando,

me imagino que se arreg16 para que Diego Nunez de

Silva, moribundo, entendiera (sin palabras) c6mo ella

le decfa: «Tu y yo somos los mismos». lLos mismos de

que hermoso momento del pasado que, sin embargo,

no se iba?

Una tarde los sorprendi cogidos de la mano, corn-

partiendo el silencio, Yome aprestaba a salir, cuando:

-No -dijo Aldonsa-, entra.

Y ahi estuve callado en compafiia de ellos dos,

durante no se si una 0 dos horas, sin que ninguno ne-

cesitara las palabras. De tiempo en tiempo, ella llena-

ba de agua un cazo, le a1zaba a ella cabeza suave-

mente (lfingiendo que esa ayuda era superflua?) y le

daba de beber poquito a poco, con la infinita destreza

de sus manos. Luego el volvia a tenderse:

-Gracias.

De reojo vi asomarse a Felipa (T iene m iedo) , palido

el palido rostro, las cejas indecisas. Espi6 durante unos

instantes a mi padre y en seguida escap6 presurosa, en

puntillas. Felipa, s iempre huida. Diego Nunez de Silva

alzo la vista, hizo un gesto de paz (<<Nomporta, aiin es

muy nifia») y se vo1vi6 hacia dentro. Algo despues, las

tercianas estremecieron su cuerpo con violenda.

Aldonsa:

-lQuieres algo?

El negaba, negaba, negaba, desesperadamente, ti-

ritando. Mi madre se vo1vi6 hacia mf, al hijo a punto

de ser medico:

-lQUe le pasa?

- Tercianas -dije.

-Las yeo -sin impaciencia-. lQUe es, que significa?

-No se.

Ella se dejo caer sobre elborde dellecho, como side

pronto todo (Iaropa, el aire, el cuerpo) le pesara mas alla

de sus fuerzas. Y por primera vez escuche, de sus labios,

esa pregunta terrible que habria de acompafiarme en mi

oficio, y que acabo de ofr nuevamente esta manana:

80

-[Habra esperanza?

Pareci6 asustarse de haberla hecho.

-El mismo cree que no -repuse.

Aldonsa me clavo sus ojos:

-lDesde cuando?

Yole mantuve la mirada:

-Madre, no se,

Callamos. Al rato, las tercianas amainaron y mi

padre parecio adormecerse, Aldonsa oraba mientras,

un rosario entre los dedos, bisbiseando.

§

...Ya comenzaba a amanecer cuando vino la crisis.

Despierto a medias, sin desvestirme en mi lecho, senti

ruido de pasos y la respiracion de mi padre, ahogada

por la flema. Corri a oscuras hasta el cuarto, donde me

recibi6 un olor nuevo (que tambien aprenderfa a reco-

nocer,con eltiempo). Adivin6 que yo entraba y, sin dejar

de tenerle una mana entre las suyas, me susurro:

-Llama a Isabel.

Mire a mi padre: afirmaba, habfa oido, estaba alerta.

Corti a la habitaci6n de mis hermanas.

-IsabeL

Despertaron ambas. A la luz del bland6n que ar-

df a en la pieza contigua, note que comprendfan. Sin

embargo:

-lQUe pasa?

-Ven.

Felipa::

-lY yo?

-y til -dije. '

Isabel se cubri6 con un manto, rapida, Si tuvo mie-

do, 1 0 ocultaba. Se via desoladoramente nina en su

esfuerzo por actuar como mujer. La cogf del brazo,

queriendo que me sintiera allado suyo, y la conduje

alcuarto de mis padres. Felipa venia atras, temiendo.

Isabel pregunto:

-lSe ...muere?

81

 

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Me dolio responder:

-Si.Sin ponernos de acuerdo, los dos espera.mos a

Pelipa, y cuando nos alcanzo. los tres entra~os Juntos.

Mi padre afirmo al vernos. Se le agotaba el aire, Apenas

podia articular una que otra pa1abra, que la £lema vol-

via impredsa.

-Acercate -y me miraba.Me incline sobre el camastro. Una de sus manos se

apoyo en una mfa:-Demora -se oxcuso, Yun rictus que el tal vez tra-

to de hacer sonrisa le recogio los labios.

Isabel se paro pegada a rni cuerpo, y m~y cer~a,

Felipa. Aldonsa, arrodillada en el suelo, me miraba in-

terrogante (l ,habra esperanza?) y yo no pude responder

que sf.Entonces se incorpor6 y me hizo la pregunta que

temi desde el comienzo:-lSera hora de Hamar a un sacerdote? .

Vacile, No queria poner a rni padre en una situa-cion asi, al borde de la muerte. l,Fingir solo por no-

sotros? lDeberle incluso esta ultima angustia? Por

otro lado . ..-Llamen ... 10 -tartajeo el moribundo.

Mi madre llevo aparte a Isabel para dade instruc-

ciones y rnientras regresaba hasta ellecho, Diego Nunez

de Silva alcanz6 a poner paz en su propia mirada « { N ?te inquietes, falta poco»). Aldonsa regresaba ya; lasla-

grimas cayeron por sf solas, sin que tratara de ocultar-

las. Su esposo logro contener la agitacion de su cuerpa:

-No llores -pidi6.Con la presencia palpable de 1amuerte ahf, reac

done de pronto, asombrandome a mi ~mo. Una ~ezcla

de ira y determinaci6n me hacfa rechma.r l~s .dlentes

mientras tomaba los instrumentos de rru OfIClO y me

aplicaba a practicar una sangria en el brazo i~quierdo

de mi padre. 'Irate de recordar textos, consejos: eso,s

conocirnientos de papel que habia adquirido en 1~U n i -

versidad de San Marcos (tan debiles £rente a la vida) 0

las escasas oportunidades en que me toco ayudarle a

82

el,a1doctor Diego Nunez de Silva, a curar a sus enfer-

mas del Callao. Como si divisara algun resto de espe-

ranza, me volvf hacia mi madre:

-Rapido, Panos en la frente.

Aldonsa me mir6 muy adentro: la vieja, eterna pre-

gunta revivfa sus pupilas (lira a mejorarf), y al escru-

tar mi rostro comprendi6 que apenas era cosa de ali-

viarle laagonia. Obedecio en silendo (cuanto sabfa sinsaber, la mujer sabia) y mi padre, observandonos a

ambos desde el lecho, tuvo un asomo de paz en sus

facciones (esiempre es bueno porfiar cuando la causa

esbuena»), Yoterminaba de extraerle esa opresiva £le-

ma de la garganta cuando regreso desde Ia calle Isabel,

que acarici6de paso una mejilla de Pelipa (ten calma).

-Salieron a buscarIo -anuncio alofdo de mimadre.

Y a era tarde cuando llego el sacerdote . La vida ha-

b~a terminado de irse del cuerpo de Diego Nunez de

S i lva , y 5610 a su cadaver se aplicaron los ritos de la ley

de[esucristo,

§

,..Con el tiempo, mi duda fue casi una certeza:

Aldonsadebi6 de adivinar que su marido iba a morirse

antesderecibir los auxilios religiosos que hubieran sido

para eI una ultima y la peor humillaci6n. Yohabria [u-

rado que eso significaba su pregunta (sabia). Que su

«lSerahora de Hamar a un sacerdote?» era en verdad:«lSerasuficientemente tarde?»

Nunca me atrevi a preguntarselo,En la misa de requiem habfa apenas un pufiado

depersonas: aparte de nosotros, la familia acudieron. '

C lU e D 0 seis de los pacientes de mi padre. Muchos otros

~oseatrevian a mostrarse proximos a el, al «reconci-

l i ado» cuyo contacto podia contaminarlos, a pesar de

quelapropia Iglesia decfa por el una misa de difuntos.

Elataiid, 31f, tan solo, en eI pasil lo, proximo a1altar.

Lasvelas tristes, esparciendo una luz que apenas ada-

rabaun trechoalrededor. La penumbra de la amanecida,

83

 

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,

Ii, j : .i"I;"··

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! j;

u

mIDdominando mas ana. El eco de la iglesia, repitiendo

los latines:

- Ad ju to r m eu s e t lib era to r m eu s e s tu .

- ... m eu s e s tu.

-Domine, ne moreris.

- . ..morer IS .«Senor, no te demores», hice eco yo tambien,

De pronto levante el rostro, que mantenia entre mis

manos, y ernpece a ver en la penumbra donde no al-

canzaban a alumbrar los cirios. Y si, alla, en un rin-

con junto a 1apuerta de la sacristfa, cref que divisaba,

asomandose (lOcuItandose?) tras la hoja entreabierta,

1a f igura de un monje en actitud de orar. Era alto, como

yo, delgado, fragil de aspecto y can el hombro derecho

alga mas bajo que el Izquierdo.

jDiego!, pense, j P or D i os !lQue impedfa que fuera? Si su padre habfa muerto,

aunque el continuara recluido en su monasterio de

Lima, lcomo no iban a permitirle venir a despedirlo?

Diego, mi hermano, solo, huido, amparandose en la

sornbra para rezar sus plegarias par mi padre. .

No se que me hizo volver la vista hacia Aldonsa.

Tambien ella , cubierta por su velo, observaba muy Hjo

aquel rincon. Perrnanecio asf un buen rato, con Ia cabeza

inmovil, sus dedos desgranando rnecanicarnente las

cuentas de un rosario. En un momenta, sin embargo,

giro hacia mf los ojos y nos encontramos. Pareci6 afir-

mar, afirmar, de modo imperceptible, y yo intuf que

para ella era un consuelo imaginar que Diego, el Wjo

debil, el mayor, es taba con nosotros en esta hora.

-Dona eis requiem . ..La misa terminaba. Aldonsa y yo dirigimos de

nuevo la vista al costado de la sacristfa: nadie. Tam-

poco acudio Diego (si era Diego) para ayudarme a tras-

Iadar el ataud al camposanto. Vinieron el sacristan y un

par de hombres mas, desconocidos. Emprendimos la

marcha, mi madre y mis hermanas caminando detras,

Isabel, la mas alta, llorando en silencio. Mi madre a1me-

dio, sus facciones inescrutables tras el velo, avanzando

84

entre ambas. Felipa, la pequefia, la fragil, apoyandose

en su brazo desesperadamente.

§

.. .siguieron dfas de desconeierto para nosotros en

elCallao. De algt1n modo, yo heredaba la clienteia de

mi padre, a quien el Santo Oficio habfa ordenado per-

manecer y ejercer a11ipara suplir la escasez de medi-

cos. 'Irate de resignarme a eso, a una practica tranqui-

la,y..;lTranquila?, me interrumpia yo mismo. En la igle-

siadonde Ibamos a misa habfan colgado el sambenito

deDiego Nunez de Silva, con su nombre. Parecfa apun-

tar hacia nosotros desde a11i,y a mi madre y mis her-

manasaquel escarnio les resultaba intolerable. Para mf

veniaa ser un desafio, pero ellas ...

Aldonsa era una figura tragica, Viuda, can hijos ya

mayores, no parecia que nada la obligara al heroismo.

Al d e antes. Al de permanecer junto al marido. Sin

embargo, aiin pugnaba por dominar el sufrimiento. La

sorprendf en varias ocasiones con la mandibula prieta,

vuelta hacia dentro, tpensando en que? Me 10 explico

una tarde en que nos virnos solos:

-Envejezco -rnurmuro sin queja.

Quise bromear:

-No es la opinion de su medico, senora.

-Francisco, hablo en serio.

Lepregunte si se sentfa cansada.

-Pero es otro cansancio -respondio, y no hizo falta

que me explicara: cansancio de recordar y revivir, can-

sanciodel otro sambenito: el que nos ponfan las mira-

dasy los silencios de la gente.

.-Yapasara -dije, tratando de creerlo,

-Hay casas que a mi edad no pasan.

Callamos. Yohubiera querido mentirle y dade ani-

mos,pem un cansancio semejante al suyo me pesaba

tambien a mil y en los dfas que siguieron se puso apre-

miante.Sin mi padre y Ia obligacion que le irnpusieron

detrabejar en el Callao, recorrer el pueblo me resultaba

85

 

F · C " ~ . . ' :

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["

I\

l

violento. 0encontrarme con personas 0 con sitios fami-

liares. Creo que a los cuatro nos sucedia 10 mismo en

distintas formas: la sensaci6n de llevar encima una car-

ga superior a nuestras fuerzas. Y una ansiedad enorme

(aunque inconsciente) por liberarnos de aquellastre.

Lo descubri sin querer, un dia en que habia ido

caminando hasta Lima, no se, por el gusto de andar 0

por el deseo instintivo de salir de nuestro ambiente es-trecho. Vague, vague, Y en un momento me vi frente a

la puerta de la Universidad de San Marcos. Entre y me

mezcle con grupOSde maestros y estudiantes, escucilan-

do con ir6nica nostalgia sus discusiones, esa pedante-

ria maravillosamente inocua. Que ganas de ser uno de

entre ellos y ala vez no ser nadie. Por un rato siquiera,

sin nombre ni apellido, ni . ..-l,No es el doctor de Silva? _pregunt6 una voz a

mis espaldas.

-iDoctor Figueroa!

Era uno de mis antiguos maestros, portugues comomi padre. Me pregunt6 que hacia. Se 10 dije. l,En el

Callao, eh? 51 , repuse: no me llenaba el gusto, pero ...

Pero si no me llenaba el gusto, el podia sugerirme una

alternativa: el cabildo de Santiago de Chile se interesaba

en contratar un medico; l.no creta yo? iYo sf creia! y enun arrebato de gozO le pregunte con quien y como y

d6nde seria necesario inscribirse, y.. .-Madre -anuncie, de vuelta en nuestra casa-, [nos

irernos a Chile!Isabel y Felipa, a coro:

-iQueee?-A chile, a Chile.Mire a rni madre: se vefa contenta. Fui dando los

detalles, el azar demiencuentro, las posibilidades que se

ofreclan en esas tierras ...Sonabamos. (Se dirfa que hubie-

ramos desprendido de nuestros cuerpos algo sucio: el

Callao con sus recuerdos amargoS. Y hacia adelante, la

perspectiva de un pais donde nadie sabrfa del sambenito

nide la historia de mi padre). l.Que les parecla?

-Estupendo -dijo Isabel.

86

-LFelipa?

-sc sf.

-LMadre?

Sonri6:

-LNo 10estas viendo? -ysu mirada t b .herman mos ra a a rrus

pas, y,yo cref que ella tambien se alegraba

ocos dfas antes de aquel en d bf .carnos Aldon 11' que e iamos embar-

, sa me amo aparte Era u AIdnueva, lc6mo decirl ? . na onsaflor de piel. Eso. Mie:;r~~~~7~ ~~luntad muy firme apermanecer detra 1 1padre, ella tendfa a

ras, a a sombra del m .d Eposa de Diego Nun E an o. ra la es-

ez. sta vez no Fuentera, libre, Ia que me an '6 . e una persona

H'. uncr con voz suave'- 1JO,no voy. .

-LAd6nde?

-A Chile.

-Pero, madre ...

-Escucha. Ya eres hombre E t' . .ocuparte de tu d h . s as en condiciones de

s os ermanas que tampo . -Esbueno que salgan de aca d . ~oson ~nas.de que explicara, a, e... -no habfa necesidad

-"Por que?

-Mira, Para empezar e si ,Yate 10h di h ' no S SIquerna hacer el viaje.e IC 0, estoy cansada Adema . .

~tes que,05o,noes imposible que tu h:~~:.~~:res,sa ga a1gun dfa del convento N db' legosolo. Es debil. . 0 e ena encontrarse

-Pero e1Callao ...

-No. Me ire a vivir a L' Y 1Mencfa G6m E· ima, a 0 convine con

ez. n su casa hay espacio tr b .no aburrirme. y a aJO... para

raro~o hubo ~o~~ de hacerla cambiar. ISabelyFelipa 110-,rogaron: mutil. Ellas, por 10 d ' 61 -

dejar atras 1C 11 emas, S 0 sonaban cone a ao, e1 sambenito, 1aniebla.

§

Francisco ign '1dado a 1abarand:~:~uanto ~aperrnanecido aquf, aco-

precano puente que cruza e1 r io

87

 

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Andalien, dejando que sus ojos floten sobre el agua,

que su memoria remonte elt iempo en ese ejercicio triste

y a la vez irresistible del recuerdo. El Callao, Lima: pare-

cen otros mundos. Y las noticias de su madre llegan es-

poradicas , de boca de algun viajero a quien Ie dio reca-

do: siempre estaba bien, siempre contenta, siempre en-

cargandoles que no se preocuparan.

-Bueno -ex clam a, y parpadea.

Le gustaria saber que hora eSt 0 que estaran ha-

ciendo en casa su mujer, su hija. Le cuesta desprender-

se de este sitio, aunque ha empezado a hacer frio.

-Es hora de volver -se dice.

-LAI mundo? -se replicara el mismo,

-Ah, sf: existe.

88

x

Los grillos

en la carne

La pluma anota:

···fue m anda do pren der co n se cu esiro de bie nes, en

1 2 d e d ic ie mb re d e 1626 a f ios . . .

En medio de su suefio, Francisco escucha golpes.

Cree sofiarlos al principio, y por instinto trata de de-

fenderse de volver a Ia realidad. Siente la lluvia que

empez6 a caer ya a la puesta del sol. Lluvia, lluvia y de

pronto, una vez mas, los golpes l,recios ahora? Terminan

de despabilarlo, y al sentarse en ellecho oye a Isabel

murmurar, adormilada:

-l,Que es?

-No te preocupes: llaman.

-l,Quien?

-Querran que atienda a algun enfermo. Voy aver.

Mientras se echa una manta en los hombres, re-

cuerda al viejo aquel que agonizaba esta manana y que

al atardecer, cuando 10 visit6 de nuevo, seguia igual. (lSe

h ab ra a gra va do ? l S er a solo eso], llega a pensar con espe-

ranza). Antes de volver a dormirse, Isabel protesta:

-jLlueve tan fuerte!

-Si -dice ell s intiendo alivio en su interior.

Se incorpora, coge su ropa de una silla y va a ves-

tirse, atin a oscuras, en la otra habitacion, Los goIpes se

repiten ah f fuera y parece que una voz se mezclara al

caer persistente de la lluvia. AI ofrlos tan cerca, Fran-

cisco experimenta el calor del miedo aca en su vientre:

l Y en dr dn , u en drd n? L A ca so s er dn E lia s? No es que 10 crea

todavia: es la rutina, ese habito de temer que 10

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acompafia. Se repite: N o , n o; m e n ec es ita e l p ob re v ie jo . A

l o mej or l af iema .. .Ybusca a tientas un bland6n y peder-

nal y yesca, y enciende una luz con la que avanza hasta

la puerta de calle. Mientras alza un extremo de la tran-

ca, trata de ofr, Ni voz, ni movimiento, nada. 5 6 1 0 le

llega el tamboreo del agua que suena inagotable; del

viento, que parece respirar sobre la tierra. Deja eIblan-

d6n en el suelo, a su espaIda, para evitar que el aire se10 apague, y abre.

Hay tres, cuatro hombres afuera. Le cuesta dis tin-

guirlos aunque traen linterna, porque la han puesto de

modo que 10 alumbre a el,

-Buenas noches -saluda,

-loEl doctor Francisco Maldonado de Silva?

-Yo soy -responde, y trata de aferrarse al que haya

dicho «doctor». Los ha empapado el agua. Sus capas

negras briIlan y gotean sabre los charcos de la calle.

-loAlgun enferrno? -pregunta.

-Soy eI maestre de campo Francisco de Avendano-y mostrando a uno de los que 1 0 acompafian-: El es

Juan Minaya, teniente de receptor del Santo Oficio,

Minaya se adelanta:

-Diga su nombre -1 0 conrnina.

Perplejo (ellos rnismos acaban de decirlo):

-Bachiller Francisco Maldonado de Silva, cirujano

-replica.

Como siaquello fuera una orden, dos de los hombres

que acompafian almaestre de campo seadelantan, y cada

uno 10 aferra por un braze, En ese instante, Francisco tie-

ne conciencia de que Ie tiemblan las piernas y sus labios

estan tenses. Su pulso se acelera. Cuando habIa, sin em-

bargo, Iogra vencerse:

-No voy a huir, senores.

-Ah, no -corta Avendano con un dejo de ironia

marciaI-. De eso estamos dertos.

Tercia Minaya:

-En nombre del Santo Oficio de la Inquisici6n, dese

preso.

90

Ha suced ido , piensa Francisco: su fuga ya termina.

Se1 0 repite en su interior, por ver de convencerse. Luego

musita:-Entiendo, Ire a buscar mi capa y...

-No le esta perrnitido, en adelante, apartarse de

sus corchetes -advierte el maestre de campo.

Francisco aprieta la mandibula:

-No tardare- insiste.Minaya yAvendafio semiran, cada cual esperan??

que el otro resuelva. A Francisco le asombra la facili-

dad con que Iogra separarse de sus custodios , que nada

hacen por retenerlo. Se dirige al interi?r de la casa (v~-

cfa,igual que en su vieja pesadilla), evitando hacer rui-

do. Toma su capa, se calza un par de botas y ~uando va

a matar la luz del bland6n ve asomarse a Minaya. 50-

pla la llama, sale yordena (ordena):

-Vamos,-Vamos -Ie hace eco el maestre de campo, tratando

de salvar su autoridad.Ahara ninguno de Ellos pretende sujetarlo: Fran-

cisco camina libre cruzando en diagonal1a plaza, y la

tropilla forma una especie de escolta tras e L Sus piesresuenan en los charcos y el clap clap de las botas se

funde con el parejo caer del agua. Llueve tenazmente.

Muy pronto, el nota que se empapa, y no le importa.

Alza la frente (una racha de viento da de lleno en su

rostro) Y r sin volverse:

- loAd6nde vamos? -pregunta.

-AI convento de Santo Domingo.

Este nombre 1 0 sorprende y a la vez le da esperan-za. Fray Diego de Uruefta es amigo suyo y bien podrfa

ser que .. .S igue caminando unos pasos; luego se para,

brusco.-Perd6n, desearia avisar a mimujer.

_Ya 1 0 sabra -replica el maestre de campo.

-Solo para tranquilizarla un ...

Minaya:

-No le esta permitido.

-Bastara con ... lonocomprenden?

..~

:- lt

.~

91

 

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(" ' . , 'Ii

-Andando.Sujeta con esfuerzo la ira: debe cuidarse. Una im-

prudencia podrfa complicar las cosas. Quiza ~ea que

quieren saber algo en relaci6n con el proceso a su pa-dre y a su hermano, alla en Lima. Si, desea pensar ...

Andando. Sus movimientos tienen la torpeza

envarada del temor: a cada instante hunde los pies en

una poza 0 resbala sobre ellodo. Pugna desesperada-mente por recobrar la sensaci6n de su propia dignidad

ante esta gente. Trata de dominar sus propios miem-

bros y avanzar con aplomo. No es tan facil ser digno

cuando se quiere C~.c6modecia su padre?) prevalecer.

-Por aca -y tuercen en direcci6n a la entrada pos-

terior del convento.

El agua Ie rebalsa el ala del sombrero y salpica sus

hombres, y hasta alcanza a azotarle la cara cuando una

rafaga de viento sopia desde la bahfa. Siente las gotas

deslizarse a 10 largo de su piel, e imagina sus facciones

y su cuello mojados, como si la humillaci6n que ha desufrir tuviera que tocar tambien a esos detalles. Ah, no.Con ademan de furia, Francisco se enjuga el rostro, y

1 0 levanta en desaffo. Esto provoca un sobresalto entre

los hombres de la escolta, y por primera vez Francisco

sonde en su interior t P er don , l lo s h e a s us ta do? ) .

Llueve, llueve, llueve.

§

Cuando por fin llegan al convento de Santo Do-

mingo, una figura humana los aguarda con el postigoentreabierto y otra linterna en su rnano. Es un lego. Al

verlos abre de lleno y el grupo entra. Caen goteras a

10 largo del altar, y algunas des de el techo. Un halito

de humedad malsana impregna el aire, Marciales de

pronto, los dos soldados flanquean al prisionero, como

si aquf, encerrado entre estos paredones de adobe, tu-

viera mayor posibilidad de escapar que afuera, en

media de la oscuridad.

92

-i.,Y fray Martin? -inquiere el maestre de campo.

-Vendra en seguida -responde ellego-. Par aquf.

Yse adentran, siguiendolo, por un corredor que am-

bas linternas iluminan a manotazos, cad a vez que las

menea una rafaga de viento al cruzar frente a un vano.

Los pasos de lacomitiva resuenan de un modo casi c6mico,

alchapalear los pies en el agua que penetr6 hasta elinte-

rior de las botas, Capas, cascos, sombrero, contimian go-teando sobre el suelo de tierra apisonada, Dejan en el un

breve rastro de humedad, que se ahoga tras la sombra a

medida que los seis avanzan, y la luz can enos.

Atraviesan el patio, desembocan en el corredor y

ya estan junto a una celda cuya puerta entreabre ellego.

-Adentro -ordena el maestre de campo

Innecesariamente, uno de los corchetes 10 . empuja

confuerza y Francisco, que ya entraba, trastabilla yanda

a punto de caer. Lo siguen Avendano y Minaya, alum-

brados por ellego. Una sensaci6n de irrealidad vuelve

a envolver a Francisco, i.,Suena? i.,Sucede? i. ,No ira a ...?El eco de rasos 10 interrumpe: vienen par el corredor,

al parecer sin prisa. Se aproximan. Cruje la puerta y

aparece el prior del convento, fray Martin de

Salvatierra. Se conocen. Francisco va a saludarlo pero

el otro no aparenta haberlo visto. Llega junto a la lin-

terna, que ellego levanta un poco, extrae un documento

deentre las anchas mangas de su veste, y pregunta:

-i .,EIdoctor Francisco Maldonado de Silva?

Paciente:

-51, fray Martin.

-Jura por Dios omnipotente, Padre, Hijo y Espiri-tu Santo ...?

-Perd6n -dice Francisco.

El prior levanta la cabeza y por primera vez 10 mira.

- G s a-No puedo jurar en esa forma. Serfa un juramento

en falso.

-lQue dice?

-Yocreo en un solo Dios, elSenor de Israel, de quien

me reconozco indigno siervo.

93

 

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Pausa. Una sequedad nueva vibra en la voz de fray

Martin:

-Diga su nombre.

-Francisco Maldonado de Silva.

-LDe ofieio?

-Cirujano,

Lento, lento, el interrogatorio sigue. Al fin, cuando

Ie ha dado al fraile todos los datos que el fraile ya sa-

bia, al ver que se disponia a dejarlo, Francisco pregun-

ta a su vez:

- LPuedo saber que cargos se me han hecho y quien

los hace?

Fray Martin de Salvatierra enrolla meticulosamente

el pliego que abri6 al comenzar. No dice una palabra.

Francisco insiste:

-LCUiHes la acusaci6n?

-Lo sabra en su momento -responde elprior, y hace

una sefia a Juan Minaya y a Francisco de Avendano y

los tres salen.

Afuera llueve. El tiempo pasa. Respira el viento,

ahi, en la sombra.

La pluma anota:

...y e n v ir tu d d el m an damie nio q ue pa ra e lI os s e d e s-

p ac h6 , f u e p re so e n I a c iu da d d e C o nc ep ci6 n d e C h i-

l e, e n 29 de ab ri l d e 1627 aiios, y p ue sto e n u na c eld a

d el c on ve nto d e S an to D omi ng o ...

94

XI

Isabel

Maldonado

Lapluma anota:

...fu e te stific ad o a nte el c om is ario d e la ciu da d d e

S an tia go d e C h ile , e n 8 de julio d e 1626 ar ias , par

dor ia I s abe l Ma l donado , d e c ua re nt a a ri as , h e rmana

del reo.. .

...Imagino a Isabel Maldonado con el mismo ros-

tro sin colores que en mi pesadilla: caminando por las

calles de Santiago, deteniendose insegura a cad a paso,

lpara reflexionar por un momento en aquello que iba a

hacer? Quiero creer que vacilaba porque hubieran ger-

minado dentro de ella (como semilla de varon) las pa-

labras que deje en su oido ese dia (lcuanto hara, un

aiioy medio?), cuando me fue imposible contenerme, y

me acerque a mi hermana rebalsando de alegria y es-

peranza y miedo (las tres juntas, las tres una), y rompf

a h ablarle igual que a veces rompe el delo a Hover: a

borbotones, en un parto glorioso de todo 10 que se me

venia acumulando con el tiempo.

Imagino c6mo fue. Se detendria a cada paso. LA

preguntarse si habrian de enjuiciarla tambien a ella,

aunque se adelantara a denundarme? Debieron resonar

en su interior los nombres de Diego Nunez de Silva,

nuestro padre, y de Diego, nuestro hermano.

Isabel Maldonado no podia ignorar la historia , por

mucho que tratara (tambien Felipa) de hacer que no

existi6.Pare cia huir del menor rastro del proceso, en el

tiempo del Callao. Las delataban, sobre todo a Isabel,

esa cortesia formal, que era distanda, frente a nuestro

95

 

..

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~.

padre; 0su forma de nunca preguntar que fue de Diego,

o donde estaba. Jamas se preocupo por el, Ynunca vefa,

a1parecer, e1sambenito que presidia a nuestra familia,

eolgado alli, ineludible. Isabel Maldonado callaba con

la porfia con que callan tinicamente los que saben.

Ahora al imaginarrnela en camino, pienso que sf,

t iene que haber estado a1tanto del proceso que sufrieron

ambos Diegos. Y acaso recordara que iruitil result6 el

intento de su hermano mayor, de protegerse delatando

alpadre. Tal vez por eso la supongo vacilante y a punto

de regresar sobre sus pasos. Tal vez asf 1 0 hiciera en

una 0mas ocasiones.

Pero siguio.

Irfa esquivando los pedruscos y la acequia que

hiende como un tajo la calzada. Que ganas de detenerla,

decirle: «Espera, Isabel; yo soy un hombre bueno. Dame

la oportunidad de explicarte ...» Absurdo. Y puede quer

de hecho, no dudara y tan solo se detuviese a preparar

las frases y (sobre todo) las respuestas a las mil pre-

guntas que le harlan (lPor que aguardo tanto tiempoi,

lque otros vfnculos la unen con e1reo?, leomo permiti6que el dijera esas blasfemias?).

En algtin momenta echarfa a correr, para evitar

arrepentirse, y llegaria jadeando a buscar al comisario

del Santo Oficio.

§

...Me esfuerzo por reeonstruir esa otra escena, la

que vivimos haee alrededor de un afio y medio en los

bafios a seis leguas de Santiago. .

Mi hermana y yo paseabamos bajo los arboles. Ha-

bia comenzado a oscurecer, y la penumbra nos aproxi-

rnaba de algtin modo. Yo olfa, respiraba el olor de San

Miguel: serfa el aroma de las hojas en diciembre, 0el tacto

de la brisa en la piel de mi cara, 0 la memoria de una

intimidad tan inoeente como esta, entre ella y yo. Senti

que bastaria con cerrar los ojos para percibirnos a ambos

como los nifios que fuimos en la epoca de nuestra paz.

96

A ella ha de haberle ocurrido algo sernejante: 10

notaba en su voz y en su actitud.

-Francisco -dijo de pronto.

-Di

-Debo darte las gracias.

-lDebes?

-Quiero,

-Eso ya esta menos mal, pero sigue siendo absurdo.-No, Vivo de 10 que illme das, que no te sobra. Y

ahora, esta oportunidad de reposar aquf, donde se esta

tan bien. Si supieras ...

-Isabel, lno ida a venir solo?

Con un eco de las porfias de nuestra infancia:

-Eso -ri6--, itodavfa querras pasar por egoista!

-Chiquilla, deja.

Sevolvi6 hacia rnf:

-Pero me entiendes.

-Yo siempre te entiendo.

Callamos juntos, y fue como si el tiempo no hu-biera corrido, y esto era San Miguel (el de antes del

proceso), y no existia nada mas (nada de 1 0 que ocu-

r ri o despues) , y una corriente tina volvia a unirnos. lSe-ria asi?

Continuamos un trecho y ella se detuvo, giro enredondo.

-Espera -exclame.

Mirandome:

-lQUe sucede?

Quise hablar: no podia: se me iban las palabras.

-Francisco- y en su tono empezaba a resonar elmiedo,

-Hermana ... -vacile unos momentos y estalle en

seguida-: he vivido tan solo este ultimo tiempo.

-lSoio? -se sorprendio.

A c la r o :

-Desde que me case con Isabel, me acompafia de

un modo muy profundo. Nunca podrfa contarte .. .

-Ni hace falta: los yeo.

97

I

/

 

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Hubiera querido abrazarla. Sf,me repetfa: los her-

manos de entonces. Como Isabel, mi mujer, esta otra

Isabel me adivinaba. Ysabia respetar rni afan de guardar

la intirnidad. Isabel Maldonado. Senti ahora que me

cogia de un brazo:

-Francisco, lque ocurre?

La estreche contra mi.

-Algo muy grande.

-lMalo? -y una vez mas el miedo apuntaba en el

tono de su voz.

-jC6mo saber! -protesto.

Su cuerpo me dio la impresi6n de recogerse. La

adivine tratando de escabullir el dialogo, 10 mismo

que en los dfas del Callao. La mano que ~a~ia puest~

sobre mf comenzo a retirarse en un movirniento cast

furtivo. Sus labios murmuraron en un soplo:

-lQuiza sea cosa de esperar? Puede que eltiempo ...

-jNo! -corte-, Ytu, lde que hablas? EI tiempoesta

aplastandome. Precisamente el tiempo me hace dafio.

Dejar que pase vendria a ser... -busco, tanteo, el modo

de expresarlo- ... Seria igual que morir.

Con algo que no se si es angustia, esperanza 0 ali-

vio, Isabel pregunt6:

-lEstas enfermo?

Volvf a sentir su mano, mas suave.

-Ah -suspire-, si fuera eso tan s6lo.

Callamos. Mi hermana sabia que iba a resultarle

imposible huir de 10 que en seguida habra de s~c:der.

Aguard6. Yohubiera jurado que temblaba. Aspire con

fuerza la brisa del atardecer.

-Necesito que me ayudes.

-lAyuda?

-De ti depende ... No se... Que viva realmente.

-Francisco -murmur6, quiza por convencerse de

que eramos reales. .

-A mi mujer no debo exponerla ... Debo evitar que

Isabel sepa... ,

Y ahara, sabiendo, Isabel Maldonado murmuro

a pesar suyo:

98

-LQue es eso que te aflige tanto, y en que podriaayudarte yo?

Atropelladamente le recorde (como si le contara)

el drama de nuestro padre, le habl€ de que fue fiel en

suinterior a laley de Moises (note un sobresalto en mi

hermana), sf,hasta elfin, y antes de morir en ella me la

transrniti6 hasta donde era factible a escondidas y sin

tiempa (tambien en eso, el tiempo), y yo segui inda-gando porque a medida que avanzaba descubria una

luz nueva y muy clara, un llamado de la raz6n y de la

sangre y de la fe,y esto era angustia, Isabel, jpero que

modo de valer la penal

-Pertenecemos a una fracci6n de humanidad que...

-jPor Diosl -girni6.

-Aguarda.

Mi hermana sollozaba:

-No digas una ...

-No puedo no decirlo, lentiendes? Serfa 10 mismo

que haber muerto.Pared6 que iba tragandola la tierra: de tal modo se

encogia en sfmisma.

-Frandsco, tu muerte esta en 10 que haces.

-lEn ser judfo?

-Calla.

-Pero si soy. Sisomos.

Isabel Maldonado era un bulto climinuto entre mis

brazos. Hacienda un gran esfuerzo, aunque yo no la

retuve, consigui6 desprenderse demi, y en una som-

bra de su propia voz me reproch6 ahara:

-C6mo te atreves a hablarrne de estas casas, siendohermanos.

-Por eso me atrevo: porque tiiy yo debemos rescataranuestro padre. Que no sea imitil todo 10 que el sufri6

para ...

Una chispa de ira la encendi6 al dedr:

-Nuestro padre delat6 a Alvaro Nunez. YDiego 10

delat6 a €I .

-jSabias! -rnurmure.

-POl' Dios, quien no.

99

 

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-Los forz6 el miedo.

Yla palabra miedo apag6 en ella 10 demas. La chis-

pa de ira, que no era sino la irritacion de verse arrinco-

nar, se hizo aire.

-Francisco, pOl' 10 que mas quieras: til sabes que el

SantoOficio persigue a los judfos y los quema y les

quita sus bienes. Recuerda a tu mujer, a Felipa, a mi. EI

demonio te engafia para perdernos.-lEI demonio? lAmf, el demonio?

AIescucharme elnornbre, mi hermana se estremed6

en unterrible escalofrio, igual que si con nombrarlo yo

acabara de invocar a Satanas,

-Siempre fuis te orgulloso -arguy6, quiza por con-

vencerse-. El orgullo te arrastra una vez mas.

-lOrgulIo? Hermana, si supieras con que humildad

me acerco a nuestro Dios, 10 nadie que me siento. [Pero

si ocurre exactamente 10 contrario! He leido la Biblia y.. .

Con voz de catecismo responde:

-El evangelio esparte de la Biblia. Suleyes laleyjusta.

Me apasione:

-lNo entiendes que can eso que Haman la ley de

[esucristo ...? lQUe ley? lLa de la espada? lLa de las

carceles secretas?

-Francisco ...

-lNoyes la sangre que derraman par todas partes?

lEsa es la ley justa? lNo yes como obran a escondidas,

c6mo encarcelan y oprimen y torturan? lNo yes el mal

que Enos hacen bautizandolo de bien? Estan contra la

vida. La cercan,la encierran,la ahogan. Esa unidad mal-

dita que tratan de importer; lque es? La muerte de la

vida, 0un vivir en el vientre de la muerte. Ese orden y

esa tranquilidad de la apariencia que construyen ...

-jFrancisco!

-Pretenden que callemos, obedezcamos, no pensemos.

Igua1 podrian pretender que los arboles crecieran hasta

el fonda de la tierra , y decretarlo.

-Francisco, ten piedad.

-Tu tenla.

-lYo, de que modo?

10 0

-No me dejes solo.

Ella pens6 un instante, con la respiraci6n muy

agitada.-No, claro. Solo no. Debes reflexionar. Recapacita.

-Reflexionar es 1 0 que hago, hermana. Dfa y no-

che.LIego a temer volverme loco de tanto que day vuel-

tas a las ideas. Recapacita, me pides.

-Sf, sf-casi con esperanza.- Y cuanto debere recapacitar para entender que

Dios unico sea mas de uno. La Biblia hab1a de un solo

Dios, y Ellos nos exigen aceptar que uno es tres. La Bi-

blia nos prohfbe adorar imageries, y las iglesias se

pueblan de Idolos de palo.

-iVirgen santa!

-lLa Virgen? lTe pare ...?

Quiso acallarrne. Insistf le recorde pasajes de los li-

bros sacros. A cada frase, Isabel Maldonado se estreme-

cia como si yo la azotara can ellas, Hasta que en algun

momento, pareci6 recobrar la conciencia de sl, miro aambos lades, a su espalda, y evitando qu~ sus ojos se

cruzaran can los mfos, empez6 a caminar de regreso a

los banos. Yo1asegui. Habfa oscurecido, y mientras mi

hermana avanzaba en medio de la sombra (y a ratos tro-

pezaba en su fuga, 0 se enredaba la fopa en los a.rbus-

tos), mientras hufa de mf como huiria del demonic, yo

continuaba apelando ala savia que corre par nosotros y

de la cual me hab16 mi padre:

-Nos dieron la palabra, No la perdamos, porque

serfa un crimen. Nos eligieron, hermana, somas el Pue-

blo Elegido para sufrir, para ...En vano, Ahora corri6 a guarecerse, y se meti6 en

su cuarto y echo el cerrojo, y en mis oidos quedaron

resonando esos sollozos que 1asacudfan parejamente

desde que empez6 nuestro dialogo. Llanto de nina sin

consuelo: la realidad le habfa dado a1cance y lloraba,lloraba, porque no habra otra forma para ella de

encararla.

10 1

!

<,

 

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, '~

§

.. .Ignoro cuanto permaned observando aquell~

puerta que cerr6 mi hermana. La puert~ ~ue 'para rru

cerr6. Afuera estaba la noche, que pareCla mVltarme a

entrar en ella. El aire fresco a pesar de ser verano, un

atisbo de luna arriba: la imagen de una paz que volvia

a resultarme ajena. / . .Salf, me eche a andar sin destino. Segula el instinte

de mis pies, y vague interminablemente por el.camp?

Mi mente estaba confusa. Me reproche haber Sl~O mas

vehemente y menos persuasivo de 10 que hacia £alta.

La asuste con mi calor al expresarme. Debf tene~ pa-

ciencia y no entregarme ala pasi6n ni...lMe habra en-

tendido mal?Muy en el fondo, confiaba en el poder de la pala-

bra que es semilla. «Suele brotar donde _menos se la

espera», le habia ofdo ami padre.jf'or q~e no habfa de

ocurrir asi, entre Isabel Maldonado y yo. .La vi rehuirme al diasiguiente. Evitaba a la

desesperada que nos encontrasemos solos. ~ la sor-

prendi un par de veces espiandome de reo]? com~

a un endemoniado. Ya no era San Miguel, ru ella ru

yo eramos dos nifios. Al reves, por su rostro pasaba

ahora la sombra de palidez y de derrot~ que

ensombreda a nuestro hermano Diego. Pense: S ,e le

asemeia- E sa d eb ilid ad , ese aire frtigil... (lNada mas?,

me pregunto esta noche, en mi celda del convento

de Santo Domingo).

§

...Una tarde, todavia en Santiago, mi hermana me .

deslizo un papel por debajo de la puerta. Recono-

ciendo su escritura, alcance a tener la esperanza de

que mi palabra. despues de todo, hubiese dado fruto

y que Isabel Maldonado me invitase a ... Fue 1. 0 con-

trario: me pedia que abandonara esta demenCla, que

por el amor de Dios olvidara aquello de que le hable .

10 2

(no s: atre~a.a n?mbrarlo) y que nunca insistiera en per-

suadrrla, illsiquiera mencionar el asunto .

Cog! ami vez Ia pluma y conteste. Era un tumulto

el que salta envuelto en mi letra diminuta. Querfa po-

ner eIcorazon en esa carta. La relef varias veces, y cada

una rompf el pliego y despues, vuelta a empezar, hasta

que al fin, sin saber si esta ultima version era mejor 0

mas clara que el resto, la doble en cuatro partes y Iue-go, can una agitacion intensa, como un enamorado, la

detuve en el pasil lo y se la entregue can mano tremula.

- Toma. Leelo, piensalo yme contestas.

-Prancisco ...

-Lee, Yahablaremos de nuevo.

-Francisco ...

.. La interrumpi con vehemencia y no se que cosas Ie

dlJ~atropelladamente. Era una desesperad6n, un en-

tusiasmo, un tener el alma entera en carne viva. Isabel

Maldonado pretendia acallarme, y al ver que no 10 con-

seg~a, termin6 huyendo por el pasadizo que daba a lacocma, Yya no volveriamos a encontrarnos, nillegaria

yo a saber que ocurrio con mi carta, y en un comienzo

el~edo me fue apretando su nudo corredizo (lno imi-

tarfa eIl .aanuestro hermano Diego?), hasta que el tiem-

po (el tiempo) convirti6 aquel temor en rutina. Y des-

cubrf que sf: tambien existe una rutina del miedo (y ahf

estan su horror y su peligro),

§

...La Isabel Maldonado que imagine continuo ensu trayecto por las calles de Santiago, hasta llegar a la

puerta del comisario del Santo Oficio. Llama y Ie abrieron

y le:scuchc:ron unas frases incoherentes. l.Como? lQue

decfala senora? Ella se habra recogido sabre sf, habra

~echo un e?£Uerzo por dominar su nerviosismo, y alfinconseguina darse a entender.

-l.Una denunda? SCespere.

Y al cabo de quiza cuanto rato, ahf estaria Isabel

Maldonado de pie ante el cornisario, can un escribano

103 " '~

 

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muy cerca,. tomando nota de las palabras que deda.

Transformando su voz en el rasgueo de la pluma, su

relato en un texto sin calor nipulso. GCuanto rato per-

manecerian asf la mujer habla, la pluma anota, la

mujer habla, la pluma anota?

La pluma anota:

j ue te stif ic ad o a nt e e i c om is ar io d e l a c iu da d d e S an -

tia go d e C h ile , e n 8 d e j ulio d e 1626 ai ioe , pOl 'dona

I sabe lMaldonado , de cuarenta a ii o», he rman a de l reo ,

d e q ue e si an do o ch o m es es h ab ia e n u no s b an os , s eis

leg ua s d e la d ich a ciu da d d e S an tia go , ca n el reo eu

h erm an o, solo s, le d ijo el reo q ue en ella estab a su

vida a s u muer ie , y d ic ie nd ole la te stig o a l r eo q ue

q ue ten ia e n q ue le p ud iese ser vir q ue ta nto le a fli-

g ia , l a d i jo e l r eo q ue l a h a cia s ab er q ue e z erajudi? yg ua rd ab a la le y d e M o ise s; y r ep li cando i a t es tl go

q ue co mo , sien do su h erm an o, d ec fa u na c osa co mo

a qu el la t an m ala , p ue s s ab ra q u e a lo s j ud io s lo s q ue -

m ab a el S an to O ficio y l es q u ii aba s us h a ci endas , y

q ue le en ga na ba e n 1 0 q ue d ec ia e l d em on io , p or qu e

la le y q ue g ua rd ab an lo s c ri stia no s e ra la l ey j us ta ,

buena y d e g ra cia ; re sp on dio e l reo q ue lo s q ue d e-

d an q ue e ra n c ri stia no s s e ib an a l in fie rn o y q ue n o

h abra na da m as q ue u n so lo D ios a q uien debia n el

s er q ue ie ni an y a q ui en d eb ia n a do ra r p or qu e a do -

r ar imdgenes e ra i do la ir ar y q ue D i os h ab ia m an da -

d o a ntig uame nte q ue 11 0 ador as en i nu ig en es d e pa lo ,

p orq ue e ra id ola iria y el d ecir q ue la V irg en h ab ra

p arid o a N uestr o S efio r er a m en tira , p orq ue n o era

sin o u na m uj er q ue es ta ba ca n u n viej o y jue pa r ah {

y se empre fio y 11 0 e ra o i rgen: t odo 1 0 s us od ic ho s e 1 0

d ijo e i r eo a la testig o su h erm an a p ara q ue [ ues e d e

eu op in ion y parecer; y que d es pu es d e h ahe rs e uu el -

to d e lo s b an os a la ciu da d, p osa nd o d on a I sa bel ca n

s u h erma no ... U n d ia le p u so u n p ap el e n e i a p os en to

del reo, en q ue le decia la d uh a do na Isab el q ue p ar

amor de D ios q ue se apartase de aquellos maloe

104

pensamientos y q ue p or n in gu n ca so h ab ra d e c ree r

1 0 que l a d ec ia , y que habi endo letdo e l papel e l reo,

u n d ia Ia d io o tro a la d ich a su h erm an a, d icien do le

que v ie se 1 0 que d ec ia y I e d ie se l a r es pu es ia d en ir o

d e t re s d ia s y q ue I a d ic ha te st ig o tome e l d ic ho p ap el

p ar n o d isg us ia r a l r eo s u d ic ho h erm an o q ue la su s-

teniaba y daba 1 0 que habra menes te r y s in l ee rl o 1 0

ouemo.

105

 

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SEGUNDA PARTE

Prision

 

r

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1 \' 1 :1:, .II

r 'il " . '"I

I I

Fray Diego

de Urueiia

La pluma anota:

E I p ad re ma es tr o Fray D i eg o d e U r ue ii a, r el ig io so

d el o rd en d e S an to D om in go , d e c ua re nt a y cuatroa iio s... e sta nd o p re so e l re o e n u na c eld a d el d ic ho

c on ve nto , e ntr e o tr o di a despues de su prision a

consolal le en el t ra ba jo e n q u e s e h a ll ab a .. .

EI reo oye rumor de pasos (Lde veras seran

pasos?) por ellado opuesto de la puerta. Luego un eco

metalico de Haves (Lllaves?) y, al cabo de algun rato, el

hurgar de una Have (sf), ya dentro de la cerradura.

Desde fuera alzan la tranca; la puerta cruje,

comenzando a abrirse. Trata el de incorporarse del poyo

que hace las veces de lecho en su celda: como duele

este cuerpo pesado de frio y engril lado.

Ahora entran dos guardias, con cas cos y armas y

rostros de aspecto impersonal. El prirnero trae una es-

cudilla que ofrece asperamente al reo y el segundo

vigila ; ambos atentos , a la defensiva. Desde su orgullo

(tdignidad?) quisiera el reo preguntar a que vienen tan-

tas precauciones, si casi es incapaz de moverse entre

los hierros, la fatiga, el miedo. No 10 dice.

- Tenga -y Ie acerca la escudilla.

Resiste el reo otra tentacion: la de pedirles que 10

ayuden. Apretados los dientes para mascar su dolor,

logra erguirse con esfuerzo: experimenta una satisfac-

ci6nmezquina al comprobar que es mas alto que ambos

soldados. Los observa hacia abajo (Lnotaran?) y , mientras

lehuyen la vista jcomo si fuesen ellos quienes tuviesen

10 9

. :,;

 

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algo que temer!, va alargando las man?s unidas por

los grillos. Manda a sus dedos que no tiemblen al co-

ger el taz6n. . .-Gracias -condesciende al reclbulo.Sin responder (l,como, sino les dieron ins~~dones?),

los guardias salen, con una especie d~ corrllruento q.ue

intentan redimir asumiendo una actitud de mecaroca

hostilidad. Vuelve a callar el reo unas preguntas: LY d.eque se averguenzan, 0 de que huyen? l,eual es el pn-

sionero aqui? . .Ya a solas, bebe la leche caliente con frulcI6~. Lo

anima. Se da cuenta de que estaba embotado, con~Clente .

a medias nada mas, por efedo del frfo y del sueno, por

la mordedura sorda de los grilletes en su carne. La lu-

cidez llega casi con la £uerza de un golpe sobre el ros-

tro; no enemistoso: un golpe l,a£able? .. Se escuchan risas en la calle, y una voz de mujer,

sonora y clara, grita:

-jEh, tu! l.Que diablos haces? .' .Otra voz, de hombre, replica des de lejos (unposl?le

captar 1 0 que dice) y la mujer de de nue~o. Y algUlen

canta una tonada por ahf y por ana una SIerra muerde

ritmicamente la madera. El mundo existe .E l m undo existe y yo estoy solo, piensa el reo. Mas

solo porque exis te , porque los de mas co~en Y beb~n y

hacen bromas y trabajan, 1 0 mismo que S1nada hubiera

sucedido hace unas horas. Por Dios, un ser h~~o

acaba de perder su libertad, pero ni un gaUo slqUlera

dejara de cacarear a esta manana. Muy pronto .empe-

zara a esparcirse por el aire el olor del pan r.eClen.he-cho y el humo de los homos comenzara a subir hada 1 0

alt; mintiendo que hay paz. Mintiendo, el humo,

,El reo recorre con la vista los hiimedos muros de su

ce1da ( .~:su?)y husmea en torno, igual que un perro .en

busca de salida. Luego, a traves delventanuco,perClbe

el cielo de un azul intenso, con nubes que se mueven

hacia el' sur, y entre allas, sf, profundo como un po~o, se

abre un boqueron tan hondo, que alcontempl.arlo siente

vertigo al reyes y un vago miedo de caer hacia 10 alto.

110

Ah, si pudiera caminar hasta 1aboca del Bfo Bio . ..

No, se enmienda: si pudiera regresar junto a Isabel,

su mujer. Se escurre par dentro de sus miembros

e.nvarados un ansi a suave de la presencia de ella, de la

hsura de s~ piel, el r ace apenas de su pelo, la mirada y la

voz tranquil as de 1aesposa, que ahoraimagina presente,

preguntandole: le oma e std s? 0; l Te duel e? (DecirIe: S f,

par desahogarse, y en seguida, apresuradamente: No

mucho, para evitar que se preocupe).

Suefia can vividez la mana de Isabel, su tacto fresco

( Aq u~ l aqu { t e duel e? ) sobre esta carne suya que atenazan

los gril letesi y eldolor ya parece que no existe, jse leval, y

aunque el toque de ella es casto, una ola de arnor inunda

alhombre; una necesidad gozosa angustiosa de apoyar

surostro sobre elpecho femenino, y, solo aquf en elaspero

desamparo de esta celda, es a la vez nifio y varon, y las

yemas de sus dedos desearian ...

§

?Pasos? lSon pasos nueva mente? El reo aguza los

sentidos: sf, algo resuena ahf fuera. Una voz susurra

(lO no oyo bien?). Escucha, atento, y cree discernir, en

tono de murmullo:

-Aca,

Una Have vuelve a introducirse en la cerradura, la

puerta cruje (igual) y un soldado penetra, apegandose

al muro, el arma pronta, la mirada alerta, can esa in-

comprensible cobardia marcial. Es obvio que sus ojos

reh~yen los del reo. Cierto de que no hay peligro, gira

alfin la cabeza hacia e1pasil lo e invita:

-Pase usted,

Fray Diego de Uruefia da 1aimpresion de deslizarse

alinterior, s in que sus pies ni sus ropajes hagan ruido.

Par el ventanillo que da al patio se cuela un brazo de

solque reverbera, casi alegre, sobre la parte inferior de

su habito de dominico. Trae un libro en la mano. Su

cara se ve palida,

-Buen dia -saluda,

111

 

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El reo contesta:-Buen dfa... -sin saber si se ha ofdo decirlo, ni si

sera real esta visita 0 suefia.

Nota algo cambiado a fray Diego, perp1ejo quiza,

extrafio (lpero en que?). Vacila. Lo ve ruborizarse un

poco, reflexionar 0 tornar fuerzas y, despues d.e.unos

instantes que a ambos se les hacen largos, se dmge a1

soldado:

-Gracias.E1soldad~ tarda en comprender, y en fin, sale. Con-

fundiendose con el crujir de la puerta que cierra a sus

espa1das, se le escucha anunciar:

-Estare aquf,

-Muy bien -dice fray Diego.

Quedan solos. E1 reo se incorpora adoloridamente

desde e1 poyo y busca modo de erguirse. Cuesta. Tie-

ne 1a sensaci6n de haber envejeddo en estas horas,

dejando muy atras los treinta y cinco afios que acababa

de cumplir. Mira a su visitante, quien observa can ex-

ceso de atenci6n algun punto impreciso en el adobe

del muro. El reo quisiera hablar (lde que?) para rom-

per este silencio que se interpone entre ambos.

Pasa un tiempo.Siguen los dos de pie, sin moverse ni hacer siquiera

un adernan, hasta que el reo estalla, incapaz de conte-

nerse:

-lSabe usted de Isabel?

Fray Diego asiente.

-LLa ha visto?

-Sf =debil,

-lEsta bien?Fray Diego duda en dar respuesta, y el reo 10urge:

-Por Dios, Lesta bien?-Sf.. . -otra vez debil: 10 afirma mientras su cabeza

oscila sutilmente, Leomanegando?, Llamentando algo?

-Fray Diego, Lque le ocurre?

-Nada.

-LNo 1ahan ...? lNo le han ...?

11 2

Ambos, entendiendose, miran de reojo a 1apuerta

detras de la cual permanece e1soldado.

-No.

El reo se aproxima dificultosamente a1dominico,

hacienda sonar los grilIos que le aherrojan pies y rna-

nos, y muy bajo musita:

-Dfgame, por favor.

-Esta ... bien.

Pausa.

-lSufre? lSabe?

Fray Diego afirma, pesaroso, con el gesto: sabe, sufre.

-No me esta permitido dar detalles -agrega.

-lY rni hija?

-jElla esta bien!

Ella: entonces no Isabel, 0 no tanto. En vano trata

el r eo de encontrar los ojos del fraile: tambien el se los

huye. Tiene el impulso de recordarle que ambos son

amigos; recordarle aquellas conversaciones sabre poesia;

c6mo,desafiandose uno al otro a reconocerlas , se reci-

taban estrofas de Virgilio u Horacia, y el, el reo, solfa

corregir al fraile errores de latin: se los afeaba con seve-

ridad risuefia ( jE qu iv oc ars e en e sto , u n r elig ics oi) , y e1

dominico Ie seguia la broma (iAIl, esas declinaciones!

Como inventa da s pa r p aga no s. S on cosas del demonio, ie

aseguro). Y aquellas eenas juntos en casal

intercambiando pullas en media del asombro de Isabel

(Francisco,;_d ecirleeso a u/l sacerdote?). Fray Diego era un

hombre alegre (lera?) y disfrutaba minunciosamente

delv ino un poco debil que fabrican con uva de La Con-

cepci6n. «A falta de un La Rioja», cornentaba entre ri-

sas,«bien sirve un Pence».

lY ahara? lQue le sucede?

-Senternonos -invita con un dejo de voz.

Elreo obedece, y en el silencio 10 tinico que se aye

eselmetal de los grillos y cadenas. Aguardan un tiempo

aun.Afuera, el soldado que manta guardia en el pasi-

110carraspea 0 tose: ambos recuerdan su presencia y,

movido quiza por eso, el fraile ernpieza a hablar. Se Ie

atropellan las palabras de un discurso que a todas

113

 

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luces traia preparado. Suena formal. Secreeria que nun-

ca han compartido el pan tibio y la cazuela de ave y el

arroz sevillano y el gazpacho que prepara Isabel, y los

poemas, y esas anecdotas de medicos y eclesiasticos con

que se zaherfan los dos sin pretender herirs~.

Fray Diego ha venido a consolarlo, exphca. Desea

aliviar la soledad del reo. Murmura luego unas cosas

acerca del papel que ha de cumplir un sacerdote, la aflic-

cion en que se encuentra el reo ahora por ... Titubea,

busca una palabra que 10 rehuye, deja el asunto ahi. Le

pide recapacitar, parece. Dice algo sobre Dios y la ne-cesidad de abrir nuestros pechos y acoger ... En un mo-

menta extiende su mano como si fuera a ponerla sobre

las del reo, juntas ahi, desvalidas unidas por los gri-

11os,palidas con el frfo, La mano de fray Diego vacila,

toma conciencia, se detiene, completa un gesto que no

habfa iniciado y regresa sin tocarlo.

Su voz calla.Ambos esperan un silencio largo. E1 reo debate en

su interior la idea de hablar con franqueza al amigo, elsacerdote, el hombre. Su viejo instinto de pr6£ugo le ad-

vierte en contra: puede ser peligrosa cualquier confiden-

cia (incluso para ambos). Este fray Diego de Uruefia tan

serio y tan distinto, tan cascara de aquel camarada bo-

nach6n que bautiz6 a Isabel hija,ltendra valor de ofrlo

y guardarle las espaldas? Por otro lado, la soledad le

pesa. Estas horas de encierro se le han hecho eternas,

l lenandolo del deseo de una presencia humana. Brusca-

mente, le aterra la idea de que el otro vaya a partir de

pronto y vuelva a dejarlo en el mismo desamparo.

-Fray Diego.

-lSi,mi amigo?Ese trato de amigo hiere, entibia el alma. El reo re-

pite la palabra con afecto:

-Usted y yo hemos sido amigos desde ...

-Dos, tres afios ya.

Asiente, reflexiona un instante y luego:

-Usted es sacerdote.

-Sf -sonrfe, linvitando?

114

Alza el reo la vista y las miradas de ambos se en-

cuentran esta vez.

-Existe la norma del sigilo, ~.verdad? Un sacerdote

esta obligado a guardar secreta si alguien se 10 pide

antes de confiarse a el,

-Asf es.

-lMe 10guardara usted a mi?

Fray Diego afirma, moviendo Ia cabeza.

-lPromete no delatarme a ...?

-Soy sacerdote, usted me 10 ha recordado.

La confidencia del reo se desata con la fuerza de

un chubasco: salen a luz el historial de su padre; el de

su propia soledad, despues de convertirse; y como,

durante todos estos afios, ha observado a hurtadillas

su ley. Fray Diego debera entenderlo: no era cuesti6n

de hipocresfa nide perfidia, sino de simple miedo. Lo

obligaban Ellos a vivir en fuga. Y,por cierto, era nece-

sario proteger a Isabel, su esposa.

-Isabel nada sabe -insiste-. Nada.

-No ...

-Pem hay otra Isabel, que es mi hemana. Un dfa

fui y le hable, 5610ella ha poclido delatarme, lcomprende?

lCornprende usted que una hermana ...?

[adea, Yano quisiera callar. Su propia voz y aun su

vehemencia Ie hacen bien: por 10que dice, porque por

fin 10 escucha mostrar su intimidad algun oido huma-

no.

-iMuchas veces -se exalta- he tenido la sensaci6n

viva de Dios! [Me he sentido en su presencia!

-lY sin embargo 10rechaza?

El reo calla: no le ha entendido: hay cierto fondo

aspero en la voz del sacerdote. lHostilidad, incluso?

~Sehabra engafiado franqueandose a el? El reo busca

los ojos de su interlocutor, sin encontrarselos ahora

(tampoco a el), En el silencio de ambos puede notarse

el t ranscurrir del tiempo. Una campana tafie, cerea , y

parece traer de nuevo a la realidad al dorninico, que

vuelve a hablar. Le da razones, lrecobrando el hilo del

discurso que trafa preparado? El reo s610 entreoye,

115

 

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- - ----------

sintiendo tan sin carne esas palabras. Apenas sipercibe

el tono en que las dice (podia ser un perro escuchando a

un hombre, sabiendo s610 el tono). En esa bruma, fray

Diego cita los pasajes habituales de los libros, la profecia,

eltexto...La vieja historia (piensa el reo) de los cristianos

cuando quieren probar que su Senor es el Senor de Is-

rael, para despues probar que no es el mismo.

-Oh -suspira; le ha entrado un cansancio enorme:

quisiera desvivir este encuentro y teme que en cuanto

salga elfraile de su celda, volvera elrniedo a dominarlo.

- . ..medftelo, le ruego. La Iglesia es madre.

Fray Diego se levanta del poyo can ademan de

despedida. La I gl es ia e s madr e: suena hermosa. Suena a

verdad, y quiza si hasta a esperanza. Aunque sea ma-

. dre de otros.

-Fray Diego, par favor comprendame, Es mi fe la

que me mueve a hacer 10 que he hecho.

-Recapacite y... -se encamina hacia Ia puerta, gol-

pea la hoja que se abre de inmediato-. Adios, doctor.

-LAdios?

Par un instante se forma un rostro del dorninico

un resto de su antigua sonrisa, Lcubierta por una som-

bra de temor?

-Hasta pronto.

Antes que elsoldado alcance a cerrar, el reo exclama:

-Recuerde: el sigilo.

-Sf...

La puerta se cierra y el reo permanece un rata de

pie, can alga que Ie aprieta las sienes. Isabel, recuerda

de pronto. No a lcance a encargarl e que l a t ranqu il iz a ra .

116

II

Un ciervo,

mientras bebia

Lapluma anota:

. .. a c on so la lle e n e l t ra ba jo e n q ue s e h all ab a, d ic ie n-

d ol e p a ra e ll a a lg un as r ez on es , a q ue el reo respondi6

queamigos habi an s ido , y que l eped ia guardase s ecre -

t o e n 1 0 que l equer ia deci r. ..

Dfas iguales se suceden. Afuera llueve 0 no, hay

solo no, 0 hay niebla, 0 nubes, y vuelan pajaros, y se

perciben voces, campanadas, el rumor intermitente del

martillo, el viento: los ecos de la vida, rebotando con-tra el muro del convento de Santo Domingo, sin cru-

zarlo. Aca, muro adentro, se asienta la rutina, cada vez

mas pareja al transcurrir el tiempo. AI alba, apenas dis-

minuye la penumbra interior; luego, si amanecio boni-

to, se asolea una franja de la celda y el reo la sigue en

su avance, para estrujarle su tibieza; a eso de la siesta,

aquel manchon de sol desaparece, y muy poco mas tar-

de la luz comienza a disminuir, segura y lenta, y cae la

noche (a confirmar la sombra).

Las tres visitas diarias de los guardias son 10 unico

que mide estas horas inmedibles. Entran, dejan los ali-

mentos para el reo, salen; y nada, nada, nada mas.

Elreo duerme, despierta, duerme, despierta, tarnbien

sinhoras nimedida. Sus ratos de lucidez se espacian. Una

modorra inquieta 10 acompafia, l.protegiendolo de sufrir,

pensar?, mientras dura.

Por momentos trata de sublevarse. jIsabelt, grita en

sufuero interno, queriendo traer hasta aquf la imagen

de ella. Se resiste a venir. Isabel es poco mas de una

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i

I . .

idea, aunque la lleve en las entranas. LSera tan fuerte el

poder de estas paredes?Intenta orar: escarba tras el forro de su capa, hasta

llegar con sus manos aherrojadas al bolsillo falso que

cosi6 had un afio, Extrae de ahf el diminuto libro de

plegarias, su secreto (otro de sus secretos) y lee. Se le

confunde todo: letras, textos, incluso aquello que ha

conservado en la memoria. Deba re j lex ionar, se dice. In-util. Una especie de fiebre le caldea la frente. Poco a

poco, la tibia somnolencia va pesandole en los

parpados. Duerme. .Elsuefio no repara. Abrira los ojos con sus rniembros

envarados por el mismo cansancio y la misma torpeza.

As] , uno tras otro, Ldoce, quince? dias iguales.

§

-jLevantese! .'El reo cree sofiar esta voz. Mueve ligeramenteel

cuerpo, queriendo acomodarse y continuar su remedo _ '.

de reposo.-jLevantese! -vuelve a air.Ahara una mano 10 sacude. Se encandila su vista

con la linterna que alumbra los muros de la celda y le

permite entrever a un trio de soldados. LSeran verdad?

-Vamos, [arriba!

Se despabila con esfuerzo.

-.!,Que ocurre? -pregunta-

-Vamos.

-LDonde?-Obedezca. .._.

Y tratan de ayudarle a erguirse, pero el(su dignidad) . '.

consigue adelantarse. Sigue siendo mas alto queestos,.'hombres (llos mismos, otros?) aunque eldolor de I Q s . .. ..

grilletes y el peso de la cadena Ie han ida

las espaldas. Alisa el reo su [ubon, alza ambas ..

hasta la gorguera y la endereza can cuidado, com~sl

asf quedase vestido de gala, 0 punto menos. A l g U l e n

malpone la capa sobre sus hombres, le cubre la cabeza•.•.

118

conelsombrero florecido de humedad. Otro libera sus

pies de los hierros y le ata una cuerda a la cintura, en

cambio,

-Ahora .:

Por primera vez desde su llegada, el reo vuelve a

recorrer,en sentido inverso, el estrecho pasil lo del con-

vento y elpequefio claustro. Divisa algun trozo de pa-

tio,la enorme puerta de madera (esta vez la del frente)

quecruje para abrirse ante el. No, no, se defiende: no

va a creer que han de ponerIo en libertad. No debe

ilusionarse. Junto al portico de Santo Domingo, en 1a

plazuela, aguardan varios soldados mas, un grupo de

indios auxiliares, caballos, mulas.

-lD6nde iremos? -inquiere nueva mente el reo .

.Nadie Ie da respuesta,

Sombras silenciosas van, vienen, hacen preparativos

deviaje.En media del sigilo en que se mueven, parece

restallarde pronto el silbido de un pajaro inseguro (Lya

amanece?) y es como si tanteara eI aire, convidando a

que un silbido hermano le replique desde la enorme

oscur idad, que ha comenzado a hacerse menos densa.

Giraelreo lavista hacia elinterior de la tierra: entre los

montesse adivina un vaguisimo atisbo de la aurora.

Dos guardias se aproximan a el, 10 eagen, 10 em-

puiana que monte en un caballo de aspecto maltrata-

do , Un tercero ase la cuerda que impedirfa al reo huir,

siesque pudiera. Seescuchan nuevas 6rdenes, que una

vozimparte casi susurrando, y preguntas: lTocio listo?

Laalforja,alla, Toma el... Frases sueltas, indescifrables,

yen rnedio, un nombre:

--Hevera en Santiago.

Santiago. lLo juzgaran alla? LTangrave consideran

sufalta?

-jVamos, en marcha!

. . _ Primero uno, luego otro y otro, el jefe y los seis u

' . e c h o jinetes que 10 escoltan espolean sus caba1gaduras,

losindios, las mulas, echan a caminar junto a ellos.

neva, delante, una linterna para guiar a la

En el momento de partir, vuelve el reo su

119

 

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tiene la rmpresion de dis-mirada hacia el convento r fi ra de fray Diego detinguir alIi, entreoculta , ~ llg~rton.Uruefia, de pie al amfaro e p

-iHala, andando. . 10 imitan varios. Muy5ilba de nuevo un palaro y .la p enumbra aun. 51,

responden, enluego sus cantos se ) Ellos necesitan para

( . el reo que .la penumbra plensa

b

L comitiva saIdnt de la au-

bas 0 ras, a . tocultar sus uen. . custodios sean VIS os.I .Onero 111 sus .

dad sin que 111 ~ pns d ntener la paz del remo.. g u ' nvecmo: ayu a a rnapornm

§

aso a traves de los vifiedosAmedida que se abren p ion el reo da vueltas

d a La Concepctu r ' . ' •y lagunas que ro ea~. a a a 1 tin juego imagmallo.a una idea, como quien ,ueg gmpara a sus captores

. umbra que atY si esta rrusma p~n ? 5 sigue el [uego un poco.le ayudase a el? LSIhuyera. e ncrucijada favorable,

, de buscar una e . 1Aver: seria cosa h d nada? y aCUCIara. 10 una on 0 ",

.un bosque por eJemp, t los arboles EI conocec I lope en re . Icaballo y lanzarse a ga , . ntarse incluso en a

. le costana one r , e liestos parales Y no . L sorpresa quiza le era

, 0despeja. aoscuridad que aun n b trecho antes de que co-ventaja para adelantar ~n uen

menzaran a pers~gU1r~o. e verosimilitud, y lent a-El [uego adquiere VISaS d vago deleite (libre,

en el en su ., dmente el reo se su:n

e'. stuviera disporuen 0-

l ibre, l ibre): jadea, 19ual que SIe

se a ejecutar el acto. ta una parte de SU yo.

, o? -pregun te-LYpor que n . . defenderse-. LEn es. adonde? -qUlere .

-Pero, (,y d do para el viaJe?

pobre roan que ~e ~a~ B: Bfo por supuesto. Y a l ro--Hacia la orilla e 10. '1 omienzo. Oespues,h bf e exigirle sino a c

cfn no a ia qu . ibles de cruzar ...hay vados. Diffciles, no Imp~sI

e? -perstste .- LY entonces ~u. . 0entre los indIOS:otros-Entonces se vrve un hemp

10 han hecho, Francisco.? .E t nces que, Frandsco?-Ah, sf, Lyentonces. c no

120

-Cuando sea prudente, ir a avisarle a Isabel queiras por ella y ...

-Esto es locura -se rernece.

Intenta ser cuerdo: si l legase a huir, cortaria cual-

quier posibilidad normal de regreso. Aun cuando la

primera fuga tuviese exito y ellograra eludir a esta

gente, seria casi irnposible la segunda, con Isabel y su

hija y el hijito por nacer. Y luego, a donde. Y tendrianque abandonar para siempre estas tierras que son las

suyas. Y por que renunciar a tener patria, si no se esculpable.

Y en fin, a 10 mejor fray Diego Ie ayuda a salir del

aprieto en que se encuentra. Son amigos desde antes,y,.. 5i, si, fray Diego.

§

...Su ultima entrevista con el dominico empezo

desalentadora: una Iarga, agobiosa discusion sobre tex-tos de las sagradas escrituras, De nuevo Ie cojeaban al

pobresus latines, pero ahora ninguno de los dos 10 echo

ala broma, Blandia textos, citas. Trataba de dernostrar

que Jesus era el Mesias que anunciaron los profetas,

sinpercibir Ia contradicci6n: de ser asi, si Jesus fuera el

Mesias de Israel, zacaso podria negar 0 abrogar la ley

deMoises, la ley que, segUn los misrnos profetas, iba a

implantarse definitivamente con la llegada del Mesias?

lQuien podria entender que en nombre del Mesias se

abominara de esa ley y se persiguiera no a quienes Ia

infringen sino a quienes permanecen fieles?De nuevo, fray Diego de Uruefia producia la irn-

presionde lIegar Con un largo razonarniento prepara-

do,y seextraviaba en cuanto el reo Ieponfa objeciones.

PerOinsistia,buscaba otro angulo para retomar el hilo,

hojeabaeI libro de que venia armado:

-Mire, escuche aca ...

Iba Ieyendo trozos que marco en el margen.

-EIverdadero asunto esta antes-cort6 el reo por fin.-lAntes? LAntes de Dios?

121

 

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-Antes de nuestra discusi6n, fray Diego. EI asunto

esta en la libertad.

El desconcierto se pint6 en el rostro anifiado y un

poco regordete del monje. La libertad, parecfa pensar,

la libertad ... Igual que un estudiante escarbando en la

memoria para ver d6nde estaba esa lecci6n que le era

imposible recordar.

-La libertad -insisti6 el reo-. Dios dot6 de ella al

hombre, Lno? De su libre albedrfo,

Asinti6 el dominico, con aire de « a h , era eso», y ya

menos tranquilo.

-Si no somos libres de elegir entre el bien y el mal,

Lcomo podrfamos merecer premio 0astigo? No ten-

dria sentido premiar a a1guien por haber hecho un bien

que no podia dejar de hacer. Ni castigar a otro por un

.mal que no estaba en sus manos evitar.

-Oh, si, el pecado .. .

-E1 pecado y la virtud, para ser, suponen libertad.

Y si nos obligan a seguir un solo camino y nos impiden

salirnos de el , Lque merito habra en que no 10abando-

nemos? Al forzarnos al bien se nos cerrarfa el paso ha-

cia la bienaventuranza eterna, Lno 10ve? lNo ve que

su inquisicion no se dirige a la fe sino al poder, a au-

mentar el poder del soberano? [Obligarnos al bien!

-Desviarse de el es un dafio para los que se des-

vfan, lno comprende?

-lY el bien son la guerra continua, las carceles se-

cretas , los juicios sin defensa, 1a supresion de nuestra

libertad?

Fray Diego hizo un esfuerzo:

-He venido para eso, precisamente: para persua-

dido. No trato de forzar su libertad sino de ayudarle a

ejercerla en la mejor direcci6n. La respeto ...

-Sf -convino el reo, y agreg6 con una sonrisa tris-

te-: Le creo a usted que la respeta. Sin embargo, con

todo ese respeto suyo por mi libre albedrfo, aquf estoy,

preso y engrillado.

-Es para ...

12 2

-Lo se -Ie interrumpi6 con voz cordial; por un ins-

tante, los ojos de ambos volvieron a encontrarse-. Llevo

aiios viviendo vida de pr6fugo. Cada acto diario, aun el

reposa, ha sido parte de mi fuga; aunque no podia apre-

surar elpaso, dar muestras de temor. He tenido que ocul-

tarrne sin saber de que ni par que me ocultaba. lMi cri-

men? Cumplir la ley de Dios del modo que la entendie-

ron mis padres y abuelos. Mi madre no: mi padre.

Cay6 una sombra sabre el rostra de fray Diego.

-Su padre -murmur6, muy suave- termin6 por

arrepentirse y murio como cristiano.

-Mi padre tuvo miedo de las torturas, simplemente.

Se 1001yo rnismo. Su ofieio era la vida, como el mfo.

Abominaba de la muerte y del sufrimiento.

-LY usted los busca, con su pertinacia?

-No, tarnbien yo siento amor por 10 que vive y tam-

bien es mi oficio. Mi vocacion, lusted me entiende?

EI fraile hizo que si, can pesadumbre. Callaron un

buen rato. Asi, sentados muy cerca uno de otro sobre el

poyo, parecfa que fuesen de nuevo los amigos de unos

dfas atras (apenas unos dfas) y que estuviesen hablando

sabre hierbas a pensando cada cual que anecdote con-

tar al otro mientras llegaba Isabel de la cocina can un

trozo de asado humeando a una oUa de puchero.

-Por favor -rog6 el reo-, pfdale que este tranquila.

-Sf -dijo fray Diego, adivinando a quien,

-No voy a hacer una locura, lexpliquele?

-Se 10 dire, descuide.

Pausa.

-A usted le he hablado asf por la amistad que nos

une, y porque es sacerdote y porque conffo en su pro-

mesa de guardar nuestras conversaciones en secreto. Pero

yo tratare de cuidarme y conservar la vida, volver a ser

libre,

Fray Diego se habfa puesto de pie. Murmur6 con

afecto:

-Dios le ayude. Debo irme.

-Tan pronto.

-Tal vez nos veamos, eh . ..

12 3

 

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f~,

-Si.

Dudaba el dominico. Al fin:

-Adi6s.

- Tranquilicela, se 10 ruego. loSabe?-sonri6 de pronto-

.Digale que no me olvido enteramente de que el mun-

do existe,

EI fraile arque6 las cejas, extrafiado.

-Ella comprendera.Sonriendo:

-Bien. Adios.

-Adios, fray Diego.

§

En la gloria del alba, todo el paisaje cobra vida, se

enciende de luz y reverbera, mientras un aire jubiloso

penetra igual que un canto en los pulmones.

La tropilla camina durante horas costeando a ratos

el hilvan de un rio, con el sol ala derecha y al frente, aladerecha, al frente, segun sea el zig zag a que el terreno

los obliga. Siguen viejas huellas de indios, que par mo-

mentos desaparecen en un pedregal a en un pantano y

alla , a lla reasoman. Los hombres trepan colinas, bajan,

bus cando paso entre los bosques y vadeando arroyos.

La luminosidad del dia hiere, aI principia, estos ojos ya

hechos a la penumbra de la celda. Luego, poco a poco, el

reo se habitua y reconoce aquel ambito soberbio donde

la tierra hierve de vegetales y agua.

Apenas si hablan los soldados. De pronto un irn-

properio, una pregunta, una orden. Nada mas. Sienteel que ellos sienten su presencia y, de algun modo, la

temen. Al principia sus rostros eran parejos bajo los

cascos: imposible distinguir a este de aquel , Casco, barba,

gorguera, expresi6n impersonal. Despues, mientras

avanzan y a medida que comparten la jornada, el reo

ha ida observando malices que los identifican. Uno de

los hombres, a quien Haman Sanchez, tiene 1acara pi-

cada de viruelas. E1cabello de otro, Carrefio, da tonos

rojizos contra el soL Aquf atras, a su izquierda, escucha

124

esponidicamenteel tarareo de alguno can acento an-

daluz (el mismo de Isabel). 0tropieza un caballo y una

voz ronca delata su arigen extremefia a1denostar:

-jRediez!Ya bien pasado el mediodfa, acampan junto a un

estero. El que comanda al grupo se acerca hasta el reo y

ordena apearse. No 10 mira a los ojos, sino a un punta

impreciso a 1aa ltura del pecho. Nueva orden, a uno de

sus subalternos:

-Los gril las.Uno al que nombran Garci Crespo viene y se :os

pone al reo en las piernas, Ie quita los que a~erroJan

sus manos, Mientras, los indios auxiliares han [untado

rarnas y encienden fuego entre unas rocas. Traen carne

salada, agua. Dan de beber a mulas y caballos. Un sol-

dado se tiende cuan largo es sabre la tierra. Bosteza.

Otros dos van hasta el borde del estero y se mojan

gozosamente los brazos y las caras. Invitan:

-jEh, venid!-loNo esta muy frfa?

-Uhuuu.

Rien.Al cabo de cierto tiempo, un alar como de casa se

difunde por elaire; sale de la marmita , y tambien parece

que invitara, Alvar Gil, el extremefio, se acerca ~ los

indios que cocinan para preguntar entre dos rugidos

de animal hambriento:

-Eh, lfalta mucho?

- Ya punta, luego.

-Hala, rufian, que estoy que muerdo.Rien.Francisco de Escobar, e1andaluz, va hacia el estero,

se inclina, forma can ambas manos un cuenco y cuando

10h a llenado de agua, se dirige de puntillas a1 1ugar

donde dormita, boca arriba, elque se recost6 en el suelo.

Elresto de 1atropa Ieadivina la Intencion: todos observan

con picardfa de nifios, saboreando 10 que .vendni. Un

cora de carcajadas estalla apenas el brornista abre las

manos sabre el rostra de su compafiero y se 10 empapa.

125

 

T

I

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-jMaldi...!

Se ha puesto de pie. Sacude la cabeza, se restriega

los ojos, Los abre y mira en torno, y su perplejidad ini-

cial va cediendo lugar a una sonrisa. Finge que golpea

al andaluz, quien finge defenderse.

-Moro, bellaco.

-Eh, si le tientan a uno ...

E] reo percibe que alguien 10mira de soslayo. Seda cuenta de que el tambien refa, y se contiene. AIgo le

aprieta un poco la garganta.

§

Dura apenas un rata este alto: can el invierno

casi encima, los dias se hacen breves y es preciso

aprovechar las horas de Iuz para el viaje. Vuelve la

tropilla a subir y bajar lomas, penosamente. De cuando

en cuando, resulta inevitable adentrarse par un

bosque; entonces, los soldados se despliegan y vier-ten p6lvora en las bocas de sus arcabuces, aprontan

mecha y pedernal, vigilan: puede haber indios de

guerra al acecho.

El reo observa alrededor, alza la vista pOl'aquellos

troncos que se elevan y retuercen, goza de la humedad

y del eco que se forma aqui. Un eco vegetal, que repite

pasos, crujidos, a remeda el canto de los pajaros que se

afanan en las ramas. Desde 10 alto se cuela por mo-

mentos algun rayo de sot 10mismo que en la celda, y

desciende dorando hojas, cortez as, el suelo de follaje

muerto, los cuerpos y las caras de esos guardias que sedesplazan uno a uno, tratando de ocultarse de un ene-

migo imaginario.

-jEn fin! -exclama el de los visos rufos.

Han salido una vez mas a campo abierto, y conti-

rnian rumba al norte. Tres indios auxiliares preceden a

latropilIa, pru:aexplorar la ruta e indicar par d6nde han

de ir. Son agiles, retacos, musculosos. Sus sefiales serne-

jan los gestos de una danza, Las raras veces que hablan,

sus voces suenan destempladas.

12 6

I Bacia el atardecer, uno de enos regresa velozmente,

sin hacer el menor ruido. Carre hasta eljefe y anuncia:

-Pudti.

Apenas se oye. Can un ademan, e1 jefe ordena

detenerse.

-Sanchez -Ilama sin levantar la voz.

EI del rostro picado de viruelas va donde el, es-

cucha unas instrucciones muy breves y parte tras elindio, de puntillas. Se deslizan lorna arriba como un

par de lagartos, zigzagueando entre arbustos y riscos.Yacerca de la cima, el guia indica un punto imposible

de ver desde aca, Sanchez menea la cabeza (sf, sf,

entendido) y se instala, despacio, detras de una pefia.

Clava en el suelo la horquilla de su arcabuz y apoya

ahf el cation. La carga, apunta. Enciende la mecha

despues, abre las piernas, afina bien 1a punterfa y

aguarda a que salga e1disparo. Una detonaci6n rompe

el aire. Todos callan,

-jLe di, le dil -grita el soldado.Sus compafieros estallan en gozosa algarabfa. Se

echan colina arriba, ellos tambien, Resbalan, caen: da 10

mismo. Hasta que llegan a 10alto y se detienen. Ahf jun-to al agua que bebfa, agoniza un cervatillo. Un pudii. El

tiro le penetr6 en la frente, de la que aun mana sangre.

Sus ojososcuros, mansos, se apagan poco a poco a medi-

da que la vida se va de el. Sacude par ultima vez las

breves patas y queda inm6vil.

- Tendremos cena fresca -celebra el andaluz.

I

I

II

III

La pluma anota:

. .. y sati s fac iendole e l f :e s ti go ( f ray Diego de Uruei ia )

c an lu ga re s d e f a S ag ra da E sc ri iu ra , y t en ie ndo l os

das mucha s d emandas y respue s ias , l e d i j o el reo que

el testig o ten ia m uy v ista s la s resp ue sta s q ue le h a-

bradado, y que e t r e o e s ta ba des ap er ci bi do , y q u e p en -

sa ba m orir en la ley q ue h ab fa m uer to su p ad re, c an

1 0 cual el t es ti go se habra e scanda li zado . ..

12 7

 

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I I I

Un eco de

otra lluvia

La pluma anota:

. .. h all 6s ele a l r eo e nt re s us p ap el es u n c ua de rn ito d e

~cha~a , a jorrado en pergamino , Conu tguna« oraciones

Jud~l~as y c on e l c a le nd ario d e la s fie sta s d e la le y deMOlses y p as cu as d e e lla .

"?l frio 10 despierta. Abre los ojos despacio: una

nebl~na densa se arrastra sobre elmundo, convirtiendo

en siluetas los objetos mas proximos, Este bulto, un

soldado: aquel, un indio de carga; alla, el fantasma deun_a~oca0 el de un arbol, Los caballos forman otra masa

gn,s Jl1,ntoal cauce del estero, y Son casi invisibles desde

ac~.Solo se escucha el ruido .!,femenino? del agua que

ba~apor la l.adera entre piedras y arbustos. A apenas

vemte 0tremta varas de distancia, todo desapareceenvuelto en bruma.

E1reo entorna los parpados, acaricia con los dedos

su pequen_o cuaderno de oraciones Y t como si al tocar

leyera, recrta de memoria en su interior la plegaria delalba:

~Bendito W, Sefior misericordioso, Dios de Israel.Bendito este dfa nuevo que ofreces a1...

-jMaldita sea! -exdama alguien-. Me ha empapa-do 1allovizna.

-.!,Eh?-grufie otra voz, espesa atin de suefio.

-La llovizna, hombre. Mira esta ropa, esta montu-ra: es de estrujarlas.

Uno pregunta:

-.!,Que demonios ocurre?

128

Como si respondiera, el de la barba con visos

rojos observa:

-Amanece.

Protesta Alvar Gil, el extremeflo:

-Si esto ha sido dormir, yo soy obispo.

Comienzan los bultos humanos a moverse entre

penumbras. Van adquiriendo identidad poco a poco.

En media de ellos se yergue el jefe, estira sus brazoscon deleite, bosteza, ordena disponerse a levantar el

campo. Sin esperar mas, los indios auxiliares encien-

den fuego, 10 avivan a soplidos, ponen a hervir tres

marmitas con agua que acarrean desde el estero, sacan

el pan de las alforjas y 10acercan a1calor para que se

enternezca.

-Mi mare -rezonga el soldado andaluz frotandose las

manos auna velocidad increfble-,si 10quehaceno eshielo...

Par un instante, el jete atisba de reojo al reo, pero

se apresura a volver 1avista hada otro lado en cuanto

el hace ademan de saludarlo. Nadie le da 1acara, ni losbuenos dfas, nada. Nadie parece reconocer que existe

y va can elIos, salvo cuando se trata de cumplir esas

rutinas repetidas como un ceremonial cada vez que

acampan a se aprestan a reanudar su marcha: ponerle

y sacarle los grilletes, asegurar e1 cabestro, llevarlo

(igual que a las caba1gaduras) a algun rincon para que

pueda hacer 10suyo.

Mientras desayunan, 1a niebla ha ido aclarando

levemente. Al partir del campamento, sin embargo, da

la impresion de que viajaran entre nubes, a de que el

suelo humeara a sus pies. Avanzan de nuevo entre eter-

nos lomajes; cruzan arroyos, dunas, bosques, y de pron-

to penetran par una quebrada serpeante que trepa un

cerro y despues bajan hasta alcanzar e1borde de un

gran rio. .

-Nuble-explica elindio que encabeza la columna.

Ancho, cauda1oso, el Nuble £luye de oriente a po-

niente como todos los rfos de esta tierra. Desciende

desde 1acordillera nevada, atraviesa el gran valle cen-

tral y parte a tajos violentos las serranfas de la costa

129

 

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para abrirse paso hacia eloceano. Sin querer, los viajeros

se detienen a contemplarlo con un respeto en el cual

tambien hay algo de odio, Conocen su prestigio de co-

rriente traicionera, donde han muerto hombres y caba-

llos. Un paso en falso basta. El agua gruesa, ahf al me-

dio, oculta remolinos tras su aparente parsimonia. Ad,

desde Ia orilla , se la escucha bullir contra unas piedras

que ha roido pOl' siglos hasta dejarlas redondas, l isas,

como mansas.-jl-Iideputa, tu Nuble! -exc1ama, no muy riendo,

Alonso Carrefio, el de la barba rufa-. En la primavera

de11626 nos dio un susto ...Por milagro cuento elcuento.

La huella de indios resulta mas nftida ahara, entre

los herbazales riberefios . Comienzan a seguirla hasta

alcanzar el vado, Vuelven a detenerse a la espera del

jefe. Llega. Da una orden y los jinetes desensillan a sus

cabalgaduras mientras cinco0eis de los cargadores

cortan tall os de carrizo a 10 largo de la ladera. Despues

van uniendo esos taUos en haces, con los que sus manos

diestras arman pequefias balsas. Ponen sobre elIas lasmonturas, las alforjas, el resto de 1aimpedimenta.

- Tti, tti, tti: a cruzar -dice el jefe.

Un soldado y dos indios auxiliares inieian la tra-

vesfa. Demoran. Van tanteando. De vez en vez, uno

resbala, manotea comicamente, recobra el equilibria y

sigue. Nadie de hasta que pisan pOl' fin 1a margen

opuesta y saludan can los brazos.

-jEso! jBien! -les gritan desde aca,

El jefe ordena:

-A ver, esos caballos. Las mulas. Hala, hala.

Los arrean hacia e1agua dando voces y Ianzandolespedradas, primero desde esta orilla, luego desde la otra.

Yaestan alia, entre vftores . Uno a uno, los dernas hom-

bres se lanzan a emprender el cruce. Garci Crespo, el

guardian del reo, le quita sus grilletes, se asegura bien

de que el cabestro vaya at ado con firmeza ala cintura

y ;. cogiendo el extremo, 10 conduce rio adentro.

-Vamos. Y cuidado, leh?

130

Mientras, los indios restantes cargan en peso sus

balsas hasta la parte profunda del cauce, y ahf se echan

a nado y las gufan diestramente, como quien pilotease

un barco. Alguien resbala en una piedra musgosa.

-iMalhaya! -exclama.

Sienten hervir1es una rabia sorda contra esta agua

que les cala los huesos, contra esta corriente que porfia

par arrastrarlos,

-Hideputa, sf.-No 10 provoques.

Rfen.

En un momento. Garci Crespo trastabilla y al ma-

notear suelta e1cabestro. La mira e1reo debatirse , tra-

tando de evitar que el Nuble 10arrebate. En un chi spa-

zo: Podria huir, piensa. Aha ra pod ri a. A no mucha dis-

taneia ve un islote con arbustos, donde serfa facil ocul-

tarse mientras ... Piensa: lYpara que? No tiene un plan;

y luego, alla en La Concepcion no tardarfan en recono-

ceria y capturarlo de nuevo. Sin Isabel y su hija, lcon

que objeto huirfa?-jCrespo ha cafdol

-jAlla, echenle una euerda!

-Rapido, 0...

E1reo avanza, seaproxima a Garci Crespo, Ietiende

una mano y 10 ayuda a poner pie en una roea del fondo.

-Gracias -jadea mientras busca el cabo suelto del

cabestro-. Gracias.

Pero desvfa sus ojos,

Yaen la ribera norte, los hombres ensillan, se sacuden

un poco, estrujan prendas, reanudan la marcha con ira,

apretando los dientes. iHa1a, maId ita sea! Andan untrecho y otra vez se sumen en una ladera boscosa. Su-

ben pOl' ella, a duras penas, los arcabuces y las lanzas

prontos, alertas las miradas para descubrir al enemigo

oculto (linexistenten los cuerpos espoleados par una

prisa hija del frio. De cuando en cuando, deben rom-

per entre matorrales que atacan a golpes de machete,

[hala, hala!, 0rodean un maeizo de arboles impasables,

-lQUe hijo de perra los ha puesto ahf?

131

 

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-Calla, hereje.

Demoran una hora 0dos en ese recorrido, hasta que

el indio de1antero regresa junto al grupo, anunciando:

-Antu.

-LS01?LD6nde? Ya era tiernpo.:

EI indio muestra en diagonal, hacia arriba, con un

brazo solemne. Ysf, alla, a media asomar entre elfollaje,

el sol de 1a manana se multiplica en diminutas man-

chas de luz. Aprietan eI paso, corren casi, como un pu-

fiado de chiquillos entusiastas, eIreo pica espuelas tam-

bien, y su guardian sedeja arrastrar por la exaltacion que

impulsa a todos.

-jAI sol, a1sol!

. Junto con salir del boscaje, han Ilegado a la cumbre

de la montana que trepaban, y un espectaculo de ma-

ravilla se abre ante sus ojos: valles, cerros, el cielo

ahora luminoso y despejado, salvo algunas nubes muy

blancas, una corriente de agua. Hacia eI oriente, la cor-

dillera grande, cubierta de nieve hasta los pies, gloriosa-

mente alba, se eriza en cimas cuya reverberaci6n hiere la

vista todavfa hecha a la medialuz de la espesura. AI cen-

tro yen erguirse un macizo mas alto, de soberbio y ro-

busto sefiorfo.

-Chillan -inform a el indio.

-jChilIan! -repiten can asombro.

§

La rnarcha continua por tierras menos escabrosas.

El sol de otofio, suave, penetra 1a piel de los viajeros

poco a poco. A ratos se oculta entre unas nubes, y en-tonces vue1ve el frio a morder bajo las ropas. La com-

baten rnoviendose a prisa, entre cantos y denuestos. Yaal

comenzar la tarde acampan junto a 1aorilla de un este-

ro veloz. EI agua salta, parece que jugara entre las pe-

fias. Alrededor de la fogata que los indios avivan, se

abre en abanico un corro de manos ansiosas de absorber

ese calor.Incluso el reo se aproxima, sujeto del cabestro

13 2

por su guardia, y querrfa unirse a las exclamaciones de

deleite, pero calla.

-jBendito fuego! .

-Atizalo bien, Huefri.

-Mas lena, hala. .En las marmitas ya hierve una sopa incit~dora. La

beberan con fervor, rnordiendo trozoS de tasajo y unos

restos de pan recien entibiado al amor de las llamas.

-'Que bien vi ene, voto a ...!~ronto han de levan tar campo Y seguir viaje. Pa-

receremos hormigas, sialguien nos mira desde alia, piensa

el reo mientras pasea su vista par las cumbr:s.

EspOf<ldicamente, la partida pas a frente a unos p.equenos

caserios de indios, con sus rucas de ramas, gnses ..Sus

habitantes, si llegan a divisarse. finge~ no advertir 1a

presencia de la rropa. Asf a la distancie. unos Y otros

se vigilan de reojo lcon un mismo temor?Ya cerca del atardecer, la huella, que aparece y des-

aparece por instantes, los conduce hasta la orilla de. un

torrente bullidor. Carre a tajo, a 10 largo de una gnetaprofunda. Alguienha puesto un tronco grueso de lado a

lado, como puente. Cruzan por ellos cargadores con paso

agi1.Los jinetes deben apartarse a buscar vado par~ sus

cabalgaduras. Mientras 10 hacen, un crepitar ssmejante

al de la lena que arde comienza a escucharse entre las

zarzas, y no mucho despues la lluvia cae resuelta.

-iLa perra que 1apari6!

El jefe apremia:-De prisa, el chubasco viene fuerte.

Trasponen el torrente a saltos, escalan la ribera

opuesta y retroceden para reunirse con los que pa~arona pie. Uno de los gufas indica el derrotero: han Ido, a

refugiarse bajo un bosqueciUo. Previendo que ~eberan

acampar ahi, cargadores e infantes ya encendleron el

tnfaltable fuego, despejan veloces el terreno: traen r~-

mas con las que se ponen a armar un pequeno co~erb-

zoo El agua cae con mayor violencia ahora. haciendo

insuficiente su espesor.

13 3

 

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IiI~,

r

-Mas ramas, [rapidol -dispone eljefe, y dirigiendose

al reo-: Tambien tti,

El reo le mantiene la mirada. En ese momento se

aprestaba a ofrecer ayuda, pero ayuda. Rechaza la or-

den y tambien el tuteo.

-Hala -insiste el jefe.

E1reo sigue inm6vil. Garci Crespo, el cabestro col-

gando entre sus manos, observa a ambos con expre-

si6n perpleja . Transcurren unos instantes: se dirfa quegotean, midiendo la pugna entre el hombre de armas y

el cautivo. Los dos, y el guardian, sienten el agua que

los cala, ahf, bajo el amparo precario de los arboles. Y

ninguno de los tres se mueve, aunque a su alrededor

, todos corren agitados, resbalan, trabajan, den, echan

pestes.-Vamos, rapido -habla por fin el jete, pero se diri-

ge a Garci Crespo, que 10 observa todavia antes de obe-

decerle .1.preguntando?-. Yome encargo -anuncia eljefe

y toma entre sus dedos el cabestro.

H I y el cautivo quedan aislados en medio de la al-garabia del resto. Vuelven a mirarse rostro a rostro

durante otra pequefia eternidad, y no parece que hu-

biera gritos ni carcajadas ni el nervioso batir de los

hachazos: s610 el silencio de ambos, cada vez menos

hostil, hasta que el reo 10 rompe con voz finne:

-LPuedo ayudar en algo?

Y el soldado responde:

-Por aqui. Esas ramas ...

134

IV

Dos manos

en la noche

La pluma anota:

." y que esperaba en D ios q ue le h abra de sacar de

a qu el tra ba jo e n q ue Ie h ab ra p ues io u na h er ma na

suya . ..

A medida que pasan los dias de camino rumbo al

norte, el reo madura y perfecciona un plan de fuga. De

s610pensar en elle late fuerte el coraz6n y su instinto

furtivo 10 hace mirar hacia ambos lados confirmando

que su escolta no sospecha. Jadea de miedo y una som-bra de esperanza. Sin embargo, evita dejarse arrastrar

por meros entusiasmos, como aquella primer a vez casi

a la_salida de La Concepci6n, 0 luego, al atravesar el

do Nuble. Ahora se trata de algo razonado y racional.Escogera una de las dos ultimas noches antes de

que la partida deba entrar en Santiago; ni muy lejos de

ana ni demasiado cerca. Aguardara el momento en que

haya conci1iado elsuefio Martin de Olea, eljefe, y, comosiempre ocurre, el centinela aproveche para dormitar

un rato en su puesto. Elreo aflojara entonces los gril letes

de sus pies y se deslizara sigilosamente hasta ellugarclonde pernocten los caballos. Montara en uno por sor-

presa, partira algalope. Desde elinstante en que acampen

observara el terreno y elegira de antemano su ruta.

Y no: no partira en ninguna de las direcciones

previsibles para Ellos. Aunque al principio sf; confir-

mando 10 que de segura supondran, cogera rumbo a

la costa; pera en cuanto se hay a distanciado una 0 dos

leguas, se meter a en el primer estero que tope, para

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desandar por su cauce una parte de 10 andado, sin

dejar rastros, Hecho esto, avanzara un trecho rumbo

al norte y Iuego torcera resueltamente al oriente .

Nunca han de imaginar que se atreva a aproximarse

precisamente a la ciudad que teme; a recruzar eIcamino

que conduce aI sur, tan transitado, y, menos aun, que

vaya a elegir como refugio los faldeos de la cordillera,

con el invierno encima. EI reo sabe, sin embargo, que

hay caserfos de indios por ahi, y tal vez logre que en

a1guno de ellos 10acojan por un par de noches, 10ayu-

den a quitar los hierros de sus mufiecas y Ie proporcio-

nen alimentos para reanudar la fuga.

Repasa su plan, revisa, enmienda, Se adelanta a

problemas a peligros, y previene. La anima extraordi-

nariamente este ejercicio, que Ie permite soportar casi

can aIegria eI cansancio del viaje. Un par de veces,

mientras eI piquete duerme, suelta los grilletes de sus

pies, respira hondo, mira arriba, alas estrel1as, y vueive

a colocarselos, Sonrie entre las sombras: ha vista que se

puede. De ahara en adelante, esos hierros 10aprisionan

menos.

Selecciona tambien el caballo en que escapara, No

este que menta, que Ie asignaron par viejo y despacioso:

sera uno redo y docil a la vez, pues habra de montarlo

en pelo. "Quiza el pinto de Sanchez? Una cuerda puestaa1cuello Ieayudara a guiarlo, piensa. Vera si puede sus-

traer can tiempo a1guna, para mantenerla oculta entre

sus ropas.

Las preguntas no Ie causan la inquietud de antes.

Ese ;_Yentonces?, que 10 aterraba dias arras, tiene hoy

respuestas claras, Despues de invernar al abrigo de un

vallecito entre montafias, tan pronto eI clima se haga

estable y se despejen de nieve los pasos cordilleranos,

atravesara allado oriente. A Mendoza, a San Juan. 0

incluso a San Miguel, si es necesario. Despues buscara

a otros judios para pedirles apoyo. Y los encontrara,

sin duda: ha Dido hablar de fugas semejantes y de una

especie de hermandad que colabora. Mas tarde envia-

ra recado a Isabel, para que ella y sus dos hijos se Ie

13 6

reunan donde los cuatro puedan embarcarse "hacia

Amsterdam?, LaLondres?, "Sa16nica?, lArge!?

Habra ocasi6n de ver eso.Como suele sucederle, mientras da vueltas a es-

tas ideas le parece estar dialogando con su esposa. H.ay

un hi implicito, un Isabel implicito, en sus reflexio-

nes. No es que se diga: E sc ap ar e e n la H a ch e. Es: ;_5abes,

a mo r? E sc ap ar e e n la H a ch e y e n s eg ui da . .. Ni es: M e [u n-

t ar e c an m i f am il ia , sino: Me e nc on tr ar e c on tig o y c an lo sniiios. Y, por cierto: No ie in qu ie te s, q ue tendre mucho

cuidado.Tambien asf mira el paisaje: can la sensaci6n de

estar describiendoselo a su mujer. En vez de embotarse

su percepci6n por ellargo y sufrido cabalgar, se diria

que algo le aguza la capacidad de ver, oler, ofr, Se alerta

y se alegra, y por sepa Oios que raz6n, siente a Isabel

asomarse a sus propios ojos, sus ofdos, su oHato, s~

tacto. Mas que mirar, le muestra: ;_Ves e so s c er ro s, c as t

azules? 0: l T e fi ja st e e n e l plffaro, a h i " ; s u v ue lo ?

Hace con ella el camino. Aunque no consiga invo-carla en imagen visible ahf del ante, como solfa en sus

paseos por la orilla del mar 0 del Bfo Bfo; aunque no

logre eso, sf puede hablarle y revelarle sus hallazgos.

- E s u na h e rmo sa p ris i6 11 e st e p ar s, I sa be l.

Ha descubierto ( l, P odrt is c reerme? ) que los rios

que han venido atravesando entre sustos y risas, hue-

len diferentes unos de otros. j S~ amor. e l a gu a h u el el La

del Nuble, a un verde vegetal; la del Longavi, a algo

entre metalico y rocoso: un olor duro, que se cierra:

y la del Maule se embalsama con un aroma de pasto

fresco: era de ver can que gozo la bebfan los caba-

llos, al vadearla.Imagine a Isabel (la real) oyendole hablar de esto,

y Ie parece ver la duda gentil en su sonrisa: Isabel,

que 1 0 observa de soslayo, ladea apenas la cabeza

hacia la izquierda, abajo, en ese gesto suyo, y comenta

10 de siempre cuando el sale con una de «sus cosas»:

- lA s{ e s q u e e r es c ap az d e o le r e l agua? ;_Ya empezamos?

13 7

 

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§

Desde que atravesaron el rio Nuble, el tiempo ha

ido mejorando a diario, No lesllueve. El sol de otofio

es grato y tibio. La cordillera solo muestra nieve muy

hacia dentro, 0en las cumbres.

-Hermoso pars, Isabel .

Observandolo, el reo piensa con jubilo nervioso en

la posibilidad de que, cuando emprenda la fuga, no le

sea necesario esperar a que transcurra este invierno.

Puede que las nevazones no cierren par entonces los

pasos cordilleranos, y acaso llegue allado oriente dentro

de unos dfas, nada mas: seria un adelanto de meses para

sus planes, y la perspectiva de encontrarse con Isabel a

la entrada de la primavera.

- i, T e d a s c u en ta ?

Con sus dos Isabeles, piensa. Piensa: son tres

Isabeles en su vida, realmente, y cada Isabel parece sig-

nificar algo distinto. Isabel-esposa, elamor. Isabel-hija,

la esperanza. Isabel-hermana, la traicion. Quiere bo-

rrar esta palabra. Isabel-hermana es el miedo, sf. tSera

que Dios tuvo intenci6n de decirle algo con la coinci-

dencia de estos nombres? l5ugeriran algun camino, una

clave que el deba descifrar?

Resulta tan claro que del amor nace el fruto, y que

en el fruto reside la esperanza. La pequefia Isabel, quiza

algtin dia ...

Pero se siente incapaz de desentrafiar que significa,

en cambio, la presencia de Isabel Maldonado. Y la intuye

importante. Si hay voluntad divina alIi, sihay signo, de-

berfa el interpretarlo. Tal vez tampoco sea tan simple el

papel que cumplen las otras dos Isabeles en su existencia.

lAmOr,no mas, la esposa? lNo soledad, acaso? iNo esa

soledad que nace de serle imposible compartir su Dios

con ella? En elfondo, el arnor a Isabel ahonda y endurece

su sensaci6n de soledad. Lo encierra. Y en la esperanza

que es su Isabel pequefia, "no 10 acecha un miedo puesto

en el futuro? Siella participara un ilia de su fe, acaso par-

ticiparia ademas de su actual desamparo y...

138

Extrafio, se le ocurre de pronto: [tres Isabeles y tres

Diegos! Primero su padre, la rafz. Su hermano, una

primera expresi6n del temor que engendra la traici6n.

o a 1 0 mejor, una advertencia. 0 ambas cos as. Y el ter-

cer Diego, fray Diego de Uruefia, ique encarna 0sirn-

boliza? Fuera de la amistad, ino sera, igual, un rostra

de esperanza? iY si fuera el un instrumento de Dios

para que el reo pueda salir con bien de los trabajos en

los que hoy se encuentra?

No, no: trata de no acoger la idea. «Las desilusiones»,

dijolll la vez su padre, «son hijas de las ilusiones. Si crfas

unas, te naceran otras».

Tiende la mirada hacia el campo, en torno, y 10 ve

libre. Hay un sol quieta que reverbera en las hojas ama-

ril lo alegres de los arboles, 0 en el agua risuefia de los

esteros 0 las charcas. Viene a ser tan absurdo, en este

ambito, que no haya libertad para todo, para todos: tam-

bien el.Han acampado un par de leguas al norte del rfo

que los indios Haman Tunun. A medida que la nocheavanza, oyen mas claro el borboteo del agua en las pie-

dras de su lecho.

-En fin, una [ornada 0 dos y estaremos en Santiago

-ha dicho Martin de Olea al de la barba rufa.

-Pue ya era hora -replie6 el andaluz.

Tambien para el ya es hora, piensa el reo: quiza

este aquf su unica oportunidad de fuga. Mientras 08-

curecia, se dedic6 a observar los contornos con ojo

minucioso, registrando en su retina los matorrales que

hay al sur, unos lomajes pedregosos que podrian ser-

vir para esquivar a sus perseguidores, un serpenteo de

arboles que sugieren un brazo del rio 0 un estero. Re-

sultara dificil galopar sin riesgo por el suelo tan que-

brado y con tanta piedra suelta a flor de tierra. Pero

tampoeo a sus custodios se les hara sencillo ir tras el

can esta oscuridad.

Su impaciencia crece a medida que transcurre el

tiempo. Tiene la sensaci6n de que el piquete se mueve

con lentitud de pesadilla. No pareeen terminal' nunea

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de encender la fogata, cocinar, servir esa maldita sopa y Quieta la cabeza, el reo explora can los ojos a su

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el tasajo para, ja l f in!, desparramarse en una especie de

redondel y acomodar sus enseres y tenderse a donnir.

En el barullo que forman los sold ados, el reo en-

treoye como el jefe se aproxima a Garci Crespo, apunta

hacia atras , aca, can el pulgar y advierte:

-Recuerda, leh? Til me respondes de el,

Extrafio, lpor que se 10 previene recien ahora? lPor

que no la primera noche, y las demas? lPor que hoyresponde su custodio? lQue significa hoy, para Ellos?

Quiere pensar que es coincidencia, y distraerse. Impo-

sible que Olea haya adivinado que el intenta escapar

dentro de un rato, Sf, se repite: calma.

Muy pronto siente cerca un ronquido, Otro, Aguarda,

de espaldas, can la mirada puesta en las estrellas pOl'

ponerla en algun sitio. Respira fuerte este aire fresco

de la noche. Un asomo de viento comienza a sop1ar

entre las sombras.

§

Elreo cambia de postura, vuelve a cambiar, le duele

todo. Pero es indispensable e1esfuerzo para recorrer

con la vista a la tropilla, hasta cerciorarse de que nin-

guno continua despierto. Aguza los ofdos: nada. Elfue-

go ha ido perdiendo vigor, y ahara apenas quedan unas

bras as incapaces de hacerlo muy visible cuando huya.

Observa una vez mas al caballo pinto, mide la distan-

cia que 1 0 separa de el, acaricia entre sus dedos la cuer-

da can que ...

Un ruido subito 10sobresalta. Escueha, atento. Esruido humano. Ni rata, illvulpeja, nibuho, Una persona,

sf:percibe el race sigiloso de unas ropas, cierto tintineo

seeo de metal. lHebillas? LO seran armas. que

entrechocan? lArmas? Trata de suponer que sera al-

gun miembro de la partida, acornodandose entre sue-

nos. Sin embargo, hay persistencia en los movimientos:

sugiere voluntad. Y sigue.

140

alrededor. Muy de soslayo logra ver ahf, a su derecha,

un bulto que da la impresi6n de agigantarse en medio

de la noche. Crece, crece, sin relieve. Pero humano. Y

no es el centinela, que duerme rata hal al extrema iz-

quierdo del campo, a unas cuantas varas de distancia.

No, no es el centinela. Asf, de soslayo, el reo ve erguirse

a este otro ser, 10 siente despojarse de las mantas can

que se cubrfa, detenerse unos instantes (loyendo, el tam-bien"), Luego nota que da un vistazo lento en torno suyo.

Lalentitud, el gesto, sugieren temor. Y de pronto parece

dirigir la mirada hacia aca, hacia el reo.

Es Garci Crespo, comprueba; su guardian.

Ahora esta de pie, espera unos instantes, vigila aun

(lcerciorandose de alga?) y comienza a acercarse. De

nuevo produce un tintinear metalico (lde un arma?)

mientras el viento, que se ha vuelto hostil, agita

freneticamente su jub6n. Recortandose contra el cielo

estrellado a medida que se aproxima, tiene algo de

majestuoso, medroso, ese hombre solo. Se desplaza canenormes precauciones para cubrir los tres 0 cuatro pa-

sos que separan a ambos sin despertar a nadie.

LA qu e iendrd], se pregunta el reo. lFor que? Con-

tiene a duras penas el [adeo de su ansiedad. Acecha al

otro, que sigue avanzando hasta quedar parado aquf,

tan cerca que casi Ie toea un brazo al reo con un pie.

Ambos pueden ofrse respirar, piensa can angustia, y

continua c1avando sus ojos en 10 que ha de ser el rostro

deGarciCrespo.jVera c6mo le bril lan? Esperan los dos.

Ninguno hace el menor movimiento.

L Sabr a que y o t ampoc o due rmo?EI miedo se vuelve una bras a en el estomago del

reo:lquiza el soldado se disponga a darle muerte? Pudo

ser eso aquello de 10 cual el jefe 10 hacfa «responsable»,

No seria la primera vez que Ellos prefieren asesinar a

disfrazar de justicia su crimen. Tal vez, por evitar los

engorros de un proceso, 10 mataran asf y diran que fue

rnientras huia (jlo que el pensaba hacerl), La vieja his-

toria: se le dio el alto, se neg6 y hubo que ... Nadie

141

 

habra que se inquiete en exceso por averiguar detalles. le cuesta convencerse de que 10 han hecho prisionero y

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La buena gente del pais nunca exige rnentiras muy com-

plejas , Yen fin, suelen decirse: «Algo harfa , l,si no par

que iban a ...?»

El corazon del reo se aprieta . Ese tintineo metalico

quiza sea un pufial con su vaina, una daga. Este sigilo,este silencio ...

Un perro ladra a la distancia.

Como S 1 eso Ie recordara bruscamente a que havenido, elguardian se inclina hasta quedar en cuclillas,

extiende ambas manos con eterna lentitud, coge sin

disimulo las del reo [sabfa, entonces, que el esta des-

pierto!) y muy, muy a pausa, Ie quita los grilletes. En

algun instante parece que las yemas de sus dedos se

detuvieran aposta para palpar la carne llagada de las

mufiecas, Como manos de amigo, que algo dicen altocar.

Pausa.

Vuelve a ladrar un perro, le jos,

EI guardian deposita los grilletes sobre una alforjaproxima al reo, observa minuciosamente alrededor y

Iuego libera tambien los tobillos. Espera un poco (l,para

que el viento amaine?) y, cuando amaina eI viento, Ie

rnurmura en un oido:

-Asf podra dormir mejor.

§

Ahora el reo sabe que no huira, Siente una extrafia

mezcla de dolor y de alivio al comprenderlo. Era tan

bello el suefio, Pero suefio. Y el vertigo de sofiarlo. Esafuga es de las cosas que hacen otros y de las cuaies uno

oye hablar, tinicamente. Sonde para sus adentros:

lamas fui un aventurero , e imagina a Isabel que se 10 oye,

que mueve la cabeza confirmando: No , [ amd s.

Claro, serfa ruin comprometer a Card Crespo ...

Sin embargo, no es esta Ia raz6n. La lleva en su ca-

racter, en su dificultad para tomar ciertas decisiones. Para

reconocer que el mundo existe y actuar en el, Todavfa

142

1 0 conducen a una carcel y 10 [uzgaran, y puede que su

sentenda sea de muerte. La vive como un suefio. Y los

suefios,tantas veces, los siente como vivos.

Mira al caballo pinto (real), suelta la c~erda. (real)

que sostenfa entre sus dedos con 1a intencion (ureal)

deatarlo, pasea lavista por todos estos hombres (reales)

tendidos en el suelo, rernedando un desparramo de

cadaveres. Soldados, jefe , indios de carga, yacen en eldesorden que uno irnagina despues de. a~gdn comb ate:

enos, los muertos, y e l el tinico sobrevIVIente.Trata de dormir, porque manana antes del alba

empezara una nueva jomada y Ie hara falta el descanso.

Ademas debe despertar primero que el resto para

ponerse los grilletes, por s i Card Crespo no alcanzara.

143

 

-Cometi6 usted una falta muy grave.

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v

Fray Alonso

de Almeida

La pluma anota:

EI maestro fray A lonso de A lmeyda, religioso del

O rden de San Agustin, ca lif ic ad or d el S an to O ftcio

na tu ral d e S an Lucar de Barrameda, d e e da d d e clla ~

ren .f a a fio s, testific o a l re o en la c iu da d d e S an tia go d e

C h il e, e n 2 de M ayo de 1627 aiios, d e q ue esta ba pre-

so en ~na celda del dich o conuenio de S an A gust{n,

de la c iudad de Santiago, a d on de l e h a bia n i ra td o de

la de L a C on cep cio n ...

. Fray Alonso d~ Almeida es hombre enjuto, mas

bIen alto, y sus facciones sugieren una curiosa mezcIa

de mansedumbre y frialdad. Habla con esa voz pareja

que en muchos religiosos recuerda el tono sin tono de

la~ letanfas. A ratos, el reo pereibe en sus ojos eierto

bnllo humano (.!,acogedor?); luego se opacan, como si

algo se ap~~ara detras de sus pupilas: podrfa creerse

que su e.spmtu se ausenta entonces, se distrae del mundo

o:e repli~ga en su interior. Aunque no ha de haber gran

diferencia de edades entre e1reo y el, pronuneia la pa-

l~bra «hijo» cuando 1 0 saluda, y despues la repite va-

rias veces, pero no da la impresion de que pusiese afec-

to en ella.

~s calific~dor del Santo Oficio de la Inquis icion,

exphca al presentarse. Pa r fin, piensa e1reo: ha llegado

el momento. Lo piensa con temor y alivio, ala vez que

co~ un asomo de esperanza. Ya puede explicarle a al-

gwen, defe~derse. Si 1asuerte le ayuda, hasta es posi-

ble que aqUl acaben sus trabajos.

14 4

El reo calla. Se ha propuesto decir solo 10 indis-

pensable y permanecer alerta para calar a su interlocutorantes de manifestarse el, Lo mismo que en un juego de

ajedrez, vera que piezas mueve el otro, cuales cargos

formula 0 que argumentos; piensa tantear incluso las

expresiones de su rostro a1 dirigirle la palabra. Importa

tanto adivinar a1 contrincante, que sabe, que busca,

quien es y como, y dominar sus propios nervios paraevitar que 10 traicionen.

El agustino continua una especie de mon6logo, en

que habla del mundo dividido en que vivimos y 10

importante que es conservar nuestra unidad para

enfrentarlo. Adquiere cierto tone de elocuencia a1des-

cribir el tremendo peligro que supone el que cualquie-

ra de nosotros (l,nosotros, el tambien") atente contra esa

unidad desde dentro. Aunque no sea por destruirla,

concede; no, no (y se apresura): aunque la respetemos

en nuestro fuero interno, es posible que le causemos

dafio.-Porque los individualismos, las preferencias

personales ...Se encoge de hombres, lpara dar a entender que

ante 10 ObVlOel comentario huelga? Alude a1pape1 que

desempefian, en esta guerra de medio mundo contra

el otro medio, las discrepancias de ideas «en nuestro

propio campo»: que 1ujo suicida representan icon los

infieles ahf, a un paso, esperando e1resquicio de debi-

lidad que les mostremosl Protestantes, herejes, [udfos,

actuando aqui, puertas adentro del orbe cristiano, 10 so-

cavan._Trabajan de hecho por Mahoma. Ralean nuestras

filas precisamente cuando necesitamos ser mas fuertes.

Lo observa el reo: ahora usa terminoa y voz de

miIitar. Sobre sus rasgos parece haber bajado una du-

reza nueva, una especie de oscura luz hostil.

-No podemos permitirnos la ingenuidad de ser

debiles -insiste, y sus manos se cierran en un par de

pufios,

14 5

 

Los abre en seguida y su expresi6n se sua viza como

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si acabara de recordar (supone el reo) que aun no, que

todavfa esta en Ia etapa de la cordialidad. Lo dice, en

cierto modo: dice «nosotros- y dice «ellos», dice «paz»

y por quiza que extrafia sutileza aratoria incluye al reo

en su «nosotros» y 10 envuelve en su «paz», excluyen-

dolo del «ellos» que son los enemigos, los infieles. lSera

acaso que 10 invita a transformar en verdad eso que

implican sus palabras?Pronto 10hara en forma mas abierta. Hablara del

mandamiento del Maestro: «No juzgueis y no sere is

juzgados» e indicara al reo que estan en un lugar de

Dios. Del Dios que compartimos (ertosotros»), sugerira

con fineza. Y Iuego, siempre muy delicadamente, ofre-

cera (sin ofrecerlo de manera explfcita) mediar en fa-

vor suyo siempre que ...Deja el resto en el aire, Y en fin,

quien (de «nosotros») esta libre de errar alguna vez, a

de tentarse de olvidar ciertas ...

-Pero la puerta permanece abierta y usted 10sabe,

lno, hijo?El reo reflexiona rapido: tienen la sensaci6n de que

su mente va al galope, No puede continual' callando, y

esta es quiza su oportunidad de ceder en 10admisible .

Escruta con cautela el rostro del agustino, sus ojos (que

acaban de perder nuevamente aquel fulgor), buscando

en el algtin indicio que 10a liente. Puede ser cosa de . ..

Antes de darse cuenta de 10que va a decir, prorrumpe:

-Es verdad que he guardado la ley de Moises.

El fraile asiente, como si le estimulara: asf, asf des-

ahoguese de sus culpas .

-La observe s6lo en mi interior. Nunca he tratadode comunicarla a nadie .

-LA nadie, hijo?

-Oh, sl, ami hermana mayor par supuesto. Pero eso

ustedes ya 10saben. POl'ella se enteraron, lno es cierto?

-Sabernos.

-Ella, Isabel Maldonado, es la tinica que pudo de-

l t a r m e .

-lDe veras Ia tinica?

-Si, Ni siquiera 10hable can miotra hermana, Felipa.

Fray Alonso 10 mira un momento (no a los ojos) y

parece confiar en que es asi.

-lFue ante usted que me denunci6 Isabel? -inquie-

re el reo.

-No dire ni sf ni no -ataja el fraile con sequedad

oficial-, No dire que ella testificara ni ante quien, No

dire quien testifie6 ni si 10hizo 0no ante mi. Todo cuanto

atafie a los testimonios debe permanecer secreto.-Sf, sf, de veras.

EIreo baja la vista, aguarda. Inexplicablemente, una

esperanza desbocada comienza a recorrerlo pOl'dentro.

Este hombre es calificador, le corresponde resolver que

curs a seguira su caso, y da Ia impresi6n de haberle cref-

do que elno pretendi6 hacer proselit ismo, que se limit6,

en eso, a tratar de introducir en la fe de los antepasa-

dos a una de sus dos herrnanas.

-Para mf, hablar con Isabel era compartir con una

hermana la herencia de nuestro padre -ex plica.

El agustino asiente (ldando a entender que 10com-prende, 0 s610 que 10 consideraba previs ible?). El reo

insiste:

-Ella ... me rechaz6, ademas,

Vuelve a asentir elrostro frio. Sigue una larga pausa.

-Conocemos bien sus pasos -decIara fray Alonso,

y luego, observandolo de reojo, afiade-. Los libros que

ocultaba, por ejemplo.

Demora en entenderle el reo.

-Perd6n -aclara al fin-: nunca los oculte.

Agil, el agustino:

-lQuien mas sabfa de elIos? -pregunta.El reo se inquieta ahora. Quien mas habrfa de sa-

ber sino la otra Isabel, su esposa. Quien mejor. Debe

evitar comprometerla:

-Nadie -se apresura a responder.

-Nadie fuera de usted sabfa de enos -recoge fray

Alonso.

-iNadie! -reafirma, casi en un grito.

-lY no es eso ocultarlos?