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Bioy Casares 100 años

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  • Naci en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914; falleci el 8 de marzo de 1999. Autor de una vasta obra, su consagracin le lleg en 1941 con la novela La Invencin de Morel, prologado por Jorge Luis Borges, un vnculo que continuara durante sus vidas y que los llevara a escribir libros en colaboracin. Tambin escribi con Silvina Ocampo hermana de la famosa Victoria, su esposa desde 1940. De su intensa actividad literaria, fueron llevados al cine nacional y extranjero varios de sus cuentos y novelas. Recibi tanto importantes premios como reconocimientos de sus pares. Para el cumpleaos nmero 80, Osvaldo Soriano escribi: Bioy se incomoda si alguien lo elogia, pero no lo contradice nunca. Cuando alguien dice que un libro mo es esplndido, yo, un poco por cortesa y por ser agradable, creo, por lo menos durante la visita de esa persona, que mi libro es esplndido. Por mucho tiempo, ese recato lo coloc a la sombra de su amigo Borges. Juntos crearon un alter ego, Bustos Domecq, al que prestaron muchos cuentos excelentes. Bioy entr metdicamente a los suburbios y a los libros. Dedic un tiempo de su vida a cada lectura y a cada barrio. Naci y vive en la Recoleta, uno de los pocos lugares de la ciudad que no se parecen a sus libros. Los personajes de sus cuentos y novelas andan por regiones ms grises y ambiguas, en las que todo es posible: una noche de juerga en el aptico Parque Chacabuco se vuelve aventura fantstica en el desola-do pasaje Owen que apenas figura en los mapas. El de Bioy es un Buenos Aires tan sobrenatural y siniestro como las islas y los campos que imagin en sus textos fantsticos. Tengo para m que de todos los novelistas argentinos, Bioy es el que rene una obra ms vasta y perdurable. Es, tambin, el que mejores lecciones deja para quienes emprenden con algn talento el oficio de escribir. Si es que todava hay alguien que quiera aprender algo.... [Muri Adolfo Bioy Casares, diario Pgina 12, martes 9 de marzo de 1999].Entre sus obras figuran: El sueo de los hroes (novela, 1954), Aventu-ra prodigiosa (cuentos, 1956), Guirnalda con amores (miscelnea, 1959), El lado de la sombra (cuentos, 1962), La otra aventura (ensayos crticos, 1968), Diario de la guerra del cerdo (novela, 1969), Breve diccionario del argentino exquisito (1971), Dormir al sol (novela, 1975), El hroe de las mujeres (cuentos, 1978), Historias desaforadas (cuentos, 1986), Una magia modesta (novela, 1997).

  • 1El amigo dEl agua

    El seor Algaroti viva solo. Pasaba sus das entre pianos en venta (que por lo visto nadie compraba) en un local de la calle Bartolom Mitre. A la una de la tarde y a las nueve de la noche, en una cocinita empotrada en la pared, preparaba el almuerzo y la cena que a su de-bido tiempo coma con desgano. A las once de la noche, en un cuarto sin ventanas, en los fondos del local, se acostaba en un catre, en el que dorma (o no) hasta las siete. A esa hora desayunaba con mate amargo y, poco despus, limpiaba el local, se baaba, se rasuraba, levantaba la cortina metlica de la vidriera y, sentado en un silln, cuyo filoso res-paldo se hunda dolorosamente en su columna vertebral, pasaba otro da a la espera de improbables clientes.

    Acaso hubiera una ventaja en esta vida desocupada; acaso le diera tiempo al seor Algaroti para fijar la atencin en cosas que para otros pasan inadvertidas; por ejemplo, en los murmullos del agua que cae de la canilla al lavatorio. La idea de que el agua estuviera formulando palabras le pareca, desde luego, absurda; no por ello dej de poner atencin y descubri entonces que el agua le deca: Gracias por escu-charme. Sin poder creer lo que estaba oyendo, an oy estas palabras: Quiero decirle algo que le ser til.

    A cada rato, apoyado en el lavatorio, abra la canilla. Aconsejado por el agua, llev, como en un sueo, una vida triunfal. Se cumplan sus deseos ms descabellados; gan dinero en cantidades enormes. Fue un hombre mimado por la suerte. Una noche, en una fiesta, una mu-chacha locamente enamorada lo abraz y cubri de besos. El agua le previno: Soy celosa. Tendrs que elegir entre esa mujer y yo. Se cas con la muchacha. El agua no volvi a hablarle.

    Por una serie de equivocadas decisiones perdi todo lo que haba ganado. Se hundi en la miseria. La mujer lo abandon. Aunque por

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    Veinticuatro aos antes, a cambio de un invencible poder mgico, haba vendido su alma al Diablo. Los aos haban corrido con celeridad. El plazo expiraba a medianoche. No eran, todava, las once.

    Fausto oy unos pasos en la escalera; despus, tres golpes en la puerta. Pregunt: Quin llama?. Yo, contest una voz que el monoslabo no descubra, yo. El doctor la haba reconocido, pero sinti alguna irrita-cin y repiti la pregunta. En tono de asombro y de reproche contest su criado: Yo, Wagner. Fausto abri la puerta. El criado entr con la bandeja, la copa de vino del Rin y las tajadas de pan y coment con aprobacin risuea lo adicto que era su amo a ese refrigerio. Mientras Wagner explicaba, como tantas veces, que el lugar era muy solitario y que esas breves plticas lo ayudaban a pasar la noche, Fausto pens en la com-placiente costumbre, que endulza y apresura la vida, tom unos sorbos de vino, comi unos bocados de pan y, por un instante, se crey seguro. Reflexion: Si no me alejo de Wagner y del perro no hay peligro.

    Resolvi confiar a Wagner sus terrores. Luego recapacit: Quin sabe los comentarios que hara. Era una persona supersticiosa (crea en la magia), con una plebeya aficin por lo macabro, por lo truculento y por lo sentimental. El instinto le permita ser vvido; la necedad, atroz. Fausto juzg que no deba exponerse a nada que pudiera turbar su nimo o su inteligencia.

    El reloj dio las once y media. Fausto pens: No podrn defenderme. Nada me salvar. Despus hubo como un cambio de tono en su pensa-miento; Fausto levant la mirada y continu: Ms vale estar solo cuando llegue Mefistfeles. Sin testigos, me defender mejor. Adems, el inci-dente poda causar en la imaginacin de Wagner (y acaso tambin en la indefensa irracionalidad del perro) una impresin demasiado espantosa.

    Ya es tarde, Wagner. Vete a dormir. Cuando el criado iba a llamar a Seor, Fausto lo detuvo y, con mucha

    ternura, despert a su perro. Wagner recogi en la bandeja el plato del pan y la copa y se acerc a la puerta. El perro mir a su amo con ojos en que pareca arder, como una dbil y oscura llama, todo el amor, toda la

    aquel tiempo ya se haba cansado de ella, el seor Algaroti estuvo muy abatido. Se acord entonces de su amiga y protectora el agua y, repeti-das veces, la escuch en vano mientras caa de la canilla del lavatorio. Por fin lleg un da en que, esperanzado, crey que el agua le hablaba. No se equivoc. Pudo or que el agua le deca: No te perdono lo que pas con esa mujer. Yo te previne que soy celosa. Esta es la ltima vez que te hablo.

    Como estaba arruinado, quiso vender el local de la calle Bartolom Mitre. No lo consigui. Retom, pues, la vida de antes. Pas los das esperando clientes que no llegaban, sentado entre pianos, en el silln cuyo filoso respaldo se hunda en su columna vertebral. No niego que de vez en cuando se levantara, para ir hasta el lavatorio y escuchar intilmente el agua que soltaba la canilla abierta.

    En Una magia modesta. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial S.R.L., 1997.

    las vspEras dE Fausto

    Esa noche de junio de 1540, en la cmara de la torre, el doctor Fausto recorra los anaqueles de su numerosa biblioteca. Se detena aqu y all; tomaba un volumen, lo hojeaba nerviosamente, volva a dejarlo. Por fin escogi los Memorabilia de Jenofonte. Coloc el libro en el atril y se dispu-so a leer. Mir hacia la ventana. Algo se haba estremecido afuera. Fausto dijo en voz baja: Un golpe de viento en el bosque. Se levant, apart bruscamente la cortina. Vio la noche, que los rboles agrandaban.

    Debajo de la mesa dorma Seor. La inocente respiracin del perro afirmaba, tranquila y persuasiva como un amanecer, la realidad del mundo. Fausto pens en el infierno.

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    esperanza y toda la tristeza del mundo. Fausto hizo un ademn en direc-cin de Wagner, y el criado y el perro salieron. Cerr la puerta y mir a su alrededor. Vio la habitacin, la mesa de trabajo, los ntimos volmenes. Se dijo que no estaba tan solo. El reloj dio las doce menos cuarto. Con alguna vivacidad, Fausto se acerc a la ventana y entreabri la cortina. En el camino a Finsterwalde vacilaba, remota, la luz de un coche.

    Huir en ese coche!, murmur Fausto y le pareci que agonizaba de esperanza. Alejarse, he ah lo imposible. No haba corcel bastante rpido ni camino bastante largo. Entonces, como si en vez de la noche encon-trara el da en la ventana, concibi una huida hacia el pasado; refugiarse en el ao 1440; o ms atrs an: postergar por doscientos aos la ineluc-table medianoche. Se imagin al pasado como a una tenebrosa regin desconocida: pero, se pregunt, si antes no estuve all cmo puedo llegar ahora?Cmo poda l introducir en el pasado un hecho nuevo? Vaga-mente record un verso de Agatn, citado por Aristteles: Ni el mismo Zeus puede alterar lo que ya ocurri. Si nada poda modificar el pasado, esa infinita llanura que se prolongaba del otro lado de su nacimiento era inalcanzable para l. Quedaba, todava, una escapatoria: Volver a nacer, llegar de nuevo a la hora terrible en que vendi su alma a Mefistfeles, venderla otra vez y cuando llegara, por fin, a esta noche, correrse una vez ms al da del nacimiento.

    Mir el reloj. Faltaba poco para la medianoche. Quin sabe desde cundo, se dijo, representaba su vida de soberbia, de perdicin y de te-rrores; quin sabe desde cundo engaaba a Mefistfeles. Lo engaaba? Esa interminable repeticin de vidas ciegas no era su infierno?

    Fausto se sinti muy viejo y muy cansado. Su ltima reflexin fue, sin embargo, de fidelidad hacia la vida; pens que en ella, no en la muerte, se deslizaba, como un agua oculta, el descanso. Con valerosa indiferencia posterg hasta el ltimo instante la resolucin de huir o de quedarse. La campana del reloj son...

    En Obras Completas. Cuentos I. Historia prodigiosa. Buenos Aires,

    Editorial Norma S.A., 1997.

    una compEtEncia

    Como ustedes lo saben, yo siempre he querido vivir largamente. Por eso, con el pretexto de que trabajo en ltima hora, visit a Eufemio Benach, en ocasin de su cumpleaos nmero ciento cuatro.

    El famoso viejo (famoso por el momento, supongo) me recibi en su biblioteca, entre muy altos anaqueles atestados de libros. No pude reprimir la pregunta ms obvia:

    Los ha ledo a todos?A casi todos admiti con un suspiro.Una sbita inspiracin me arrebat y habl en tono declamatorio:A lo mejor mi exaltacin le parece ridcula pero no me negar

    usted exprimi el jugo de la vida! Para m, quien lea del principio al fin este montn de libros, har de cuenta que viaja por infinidad de pases, todos diferentes y todos maravillosos.

    El hombre me mir con una expresin de picarda boba, un poco infantil, y dijo:

    Me alegro de que opine as. Ahora bien, permtame que no le oculte la sospecha que tengo: a usted lo trae el afn de sonsacarme el secreto de mi longevidad. No se inquiete. Lejos de estar enojado, le ofrezco en venta mi biblioteca.

    Sin poder contenerme, exclam:Para qu la quiero?En ella encontrar el secreto que busca.Sobreponindome a un pequeo desconcierto, observ: Ni siquiera s el precio que usted pide.Respondi enseguida:El que yo pagu. Ni un peso ms, ni un peso menos.Cuando consegu que dijera la cifra, qued alelado. Con un hilo

    de voz inquir:Y pone condiciones?

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    Las que yo tuve que aceptar. Me parece lo ms justo. Recuerde que en uno de estos volmenes usted encontrar la revelacin del se-creto; yo no le dir en cul.

    Se puede saber por qu? exclam desconcertado.Porque a m no me lo dijeron.Comprend que estaba en sus manos; pero como la vida vale ms

    que la plata, al da siguiente me resign a traspasarle poco menos que la totalidad de los bienes de mi modesta fortuna.

    Un viernes 13, una empresa de mudanzas trajo la imponente bi-blioteca a mi vieja casona de la calle Rondeau. Acomodarla fue tarea que dur una semana. Lleg por fin la hora de emprender la lectura. Apart al azar unos cuantos volmenes, los apil sobre la mesa, me arrellan en mi silln preferido, encend la pipa, me calc los anteojos y pasando vertiginosamente de la placidez al espanto, fui leyendo esta sucesin de ttulos:

    Sermones y discursos del Padre Nicols Sancho.Esperando a Godot de Samuel Beckett.Ser y tiempo de Heidegger.La nueva tormenta de Bioy Casares.Cartas a un escptico de Balmes.Ulysses de James Joyce.El museo de la novela de la Eterna de Macedonio Fernndez.El hombre sin cualidades de Musil.Aterrado grit lastimeramente:Sern todos como estos? Nunca podr leerlos! Prefiero suicidarme!Corr al telfono y llam a casa de Benach. Me dijeron que el seor

    se haba ido a Europa.Como un sonmbulo, volv sobre mis pasos. Ya un poco entonado,

    me dije: Para conseguir algo bueno hay que pagarlo. Hoy empieza la gran competencia. Veremos qu llega antes la revelacin del secreto o mi muerte.

    En Una magia modesta. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial S.R.L., 1997.

    postrimEras

    Cuando entr en el edificio, busc las escaleras, para subir. Encontrarlas era difcil. Preguntaba por ellas, y algunos le contestaban: No hay. Otros le daban la espalda. Acababa siempre por encontrarlas y por su-bir otro piso. La circunstancia de que muchas veces las escaleras fueran endebles, arduas y estrechas, aumentaba su fe. En un piso haba una ciu-dad, con plazas y calles bien trazadas. Nevaba, caa la noche. Algunas casas eran todas de tamao reducido estaban iluminadas vivamente. Por las ventanas vea a hombres y mujeres de dos pies de estatura. No poda quedarse entre esos enanos. Descubri una amplia escalinata de piedra, que lo llev a otro piso. Este era un antecomedor, donde mozos, con chaqueta blanca y modales psimos, limpiaban juegos de t. Sin volverse, le dijeron que haba ms pisos y que poda subir. Lleg a una te-rraza con vastos parques crepusculares, hermosos, pero un poco tristes. Una mujer, con vestido de terciopelo rojo, lo mir espantada y huy por el enorme paisaje, mecindose la cabellera, gimiendo. l entendi que cuantos vivan all estaban locos. Pudo subir otro piso. En una arquitec-tura propia del interior de un buque, en la que abundaban maderas y hierros pintados de blanco, hall una escalera de caracol. Subi por ella a un altillo donde estaban los peroles que daban el agua caliente a los pisos de abajo. Dijo: Sobre el fuego est el cielo y, seguro de su destino, se agarr de un cao, para subir ms. El cao se dobl; hubo un escape de vapor, que le roz el brazo. Esto lo disuadi de seguir subiendo. Pen-s: En el cielo me quemar. Se pregunt a cul de los horribles pisos inferiores debera descender. En todos l se haba sentido fuera de lugar. Esto no probaba que no fuese la morada que le corresponda, porque justamente el infierno es un sitio donde uno se cree fuera de lugar.

    En Obras Completas. Cuentos I. Guirnalda con amores. Buenos Aires,

    Editorial Norma S.A., 1997.

  • 8otro punto dE vista

    Sueo que entro en la sala de un cinematgrafo. En las primeras filas hay espectadores de cabeza muy grande; entiendo que son dioses y que el film que ven es la vida. Sentado en el fondo de la sala, de repente me veo en un rincn de la pantalla; soy espectador de mi propia vida. Entonces tengo una revelacin; s por qu un dios bueno permite que nos pasen cosas horribles. Comprendo que no importa lo que nos pase, porque no somos reales, sino un entretenimiento para los dioses, de la misma manera que los personajes de los films lo son para nosotros.

    En Una magia modesta. Buenos Aires, Temas Grupo Editorial S.R.L., 1997.

  • Naci en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914; falleci el 8 de marzo de 1999. Autor de una vasta obra, su consagracin le lleg en 1941 con la novela La Invencin de Morel, prologado por Jorge Luis Borges, un vnculo que continuara durante sus vidas y que los llevara a escribir libros en colaboracin. Tambin escribi con Silvina Ocampo hermana de la famosa Victoria, su esposa desde 1940. De su intensa actividad literaria, fueron llevados al cine nacional y extranjero varios de sus cuentos y novelas. Recibi tanto importantes premios como reconocimientos de sus pares. Para el cumpleaos nmero 80, Osvaldo Soriano escribi: Bioy se incomoda si alguien lo elogia, pero no lo contradice nunca. Cuando alguien dice que un libro mo es esplndido, yo, un poco por cortesa y por ser agradable, creo, por lo menos durante la visita de esa persona, que mi libro es esplndido. Por mucho tiempo, ese recato lo coloc a la sombra de su amigo Borges. Juntos crearon un alter ego, Bustos Domecq, al que prestaron muchos cuentos excelentes. Bioy entr metdicamente a los suburbios y a los libros. Dedic un tiempo de su vida a cada lectura y a cada barrio. Naci y vive en la Recoleta, uno de los pocos lugares de la ciudad que no se parecen a sus libros. Los personajes de sus cuentos y novelas andan por regiones ms grises y ambiguas, en las que todo es posible: una noche de juerga en el aptico Parque Chacabuco se vuelve aventura fantstica en el desola-do pasaje Owen que apenas figura en los mapas. El de Bioy es un Buenos Aires tan sobrenatural y siniestro como las islas y los campos que imagin en sus textos fantsticos. Tengo para m que de todos los novelistas argentinos, Bioy es el que rene una obra ms vasta y perdurable. Es, tambin, el que mejores lecciones deja para quienes emprenden con algn talento el oficio de escribir. Si es que todava hay alguien que quiera aprender algo.... [Muri Adolfo Bioy Casares, diario Pgina 12, martes 9 de marzo de 1999].Entre sus obras figuran: El sueo de los hroes (novela, 1954), Aventu-ra prodigiosa (cuentos, 1956), Guirnalda con amores (miscelnea, 1959), El lado de la sombra (cuentos, 1962), La otra aventura (ensayos crticos, 1968), Diario de la guerra del cerdo (novela, 1969), Breve diccionario del argentino exquisito (1971), Dormir al sol (novela, 1975), El hroe de las mujeres (cuentos, 1978), Historias desaforadas (cuentos, 1986), Una magia modesta (novela, 1997).

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