arqueología suramericana 6(1-2) 2013

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    ARQUEOLOGASURAMERICANA

    ARQUEOLOGIASUL-AMERICANAVolumen/volume 6, Nmeros 1-2, Enero/Janeiro 2013

    Editores: Cristbal Gnecco y Alejandro Haber

    Departamento de Antropologa, Universidad del CaucaEscuela de Arqueologa, Universidad Nacional de Catamarca

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    EDITORIAL

    El primer nmero deArqueologa Sura-mericana apareci en 2005. En el edi-torial de ese nmero dejamos clara laintencin de la revista, sealando quepretende promover y difundir la pro-duccin de la arqueologa y disciplinasafines en Suramrica con nfasis en unaperspectiva crtica que promueva espa-cios dialgicos con representacionessobre el pasado que han estado tradicio-nalmente marginadas de espacios acad-micos como ste. Tambin escribimosque esperbamos que ese editorial fueraledo, a la distancia, como una primerahuella en un sendero cuyas ulteriores di-recciones no hemos alcanzado siquieraa imaginar. La revista fue publicada,juiciosamente, dos veces anuales duran-te cinco aos. A su manera, y pese a losproblemas de distribucin, lleg a con-vertirse en un referente de la arqueologaen esta parte del mundo. Public cuaren-

    ta artculos yochenta reseas. Cubriuna gran variedad de temas, tiempos yregiones y quiso posicionar dos seccio-nes, una de lecturas recuperadas y otrade dilogos sur-sur. Se convirti en unmedio de divulgacin que llenaba un va-co y convoc a toda una generacin dearquelogos, esa misma que ha sosteni-do con ahnco las reuniones de teora yapor seis ocasiones.

    Esto, que parece un obituario, es unobituario. Esa revista, la que publicamos

    durante cinco aos, ya no apareci en2010. Algo pas en nosotros, los edito-res, que nos llev a perder entusiasmo y,finalmente, a no seguir con su publica-cin. Eso que nos pas puede ser diag-nosticado leyendo el editorial del primernmero: nos perdimos en las ulterioresdirecciones que, evidentemente, no al-

    canzamos siquiera a imaginar; termi-namos promoviendo y difundiendo laarqueologa en Suramrica pero el nfa-sis en una perspectiva crtica y en es-pacios dialgicos qued poco menosque en declaracin de principios. En vezde trazar una poltica editorial ms espe-cfica, dejamos que los hechos trazaranesa poltica: salvo artculos muy des-criptivos y no analticos, la revista publi-c casi de todo, como en botica. Publiclo que erala arqueologa suramericana,no lo que queramos que fuese. As lascosas, dejamos que la revista muriera,insatisfechos con su destino.

    Ya han pasado tres aos desde quedecretamos su muerte y ha llegado lahora de revivirla. Mejor: ha llegado lahora de que viva otra vida. De ahora enadelante, trazaremos una poltica edito-rial ms clara: no publicaremos artculosexclusivamente preocupados por temas

    disciplinarios sino slo aquellos quetambin discutan el contexto contempo-rneo ya sea mostrando la relevanciade la reflexin arqueolgica para la ac-tualidad, bien sea porque la actualidadse imponga sobre la reflexin arqueol-gica. Esta vez estaremos seguros de queel nfasis sea crtico (no menos con ladisciplina que con la cosmologa de laque tradicionalmente participa) y de quelos espacios dialgicos que tanto promo-cionamos esta vez s encuentre un lugar

    cierto en sus pginas. Pero este nmeroan no cumplir con ese propsito ensu totalidad debido a compromisos quequedaron pendientes. Esperamos que elajuste en la direccin de la poltica edi-torial se deje ver a partir del prximo n-mero. Este texto es tambin una invita-cin a presentar a textos que se escriban

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    en esas direcciones. Tambin convoca-mos potenciales conjuntos de textos ya

    compilados, a la manera de dossiers onmeros temticos.

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    EL TIEMPO EN LA MURALLA: MARCAS RUPESTRESEN LAS CARCELES SECRETAS

    Ral Molina Otarola1

    Este ensayo es un aporte a los estudios de la Arqueologa de la Represin, que indaga sobre loslugares de detencin utilizados por las dictaduras militares en Amrica Latina, las que especial-mente en las dcadas de los setenta y ochenta usurparon el poder civil a travs de golpes deEstado, destinados a frenar el movimiento social e implementar un modelo econmico neoliberal.Para ello, impusieron la represin colectiva y selectiva, creando centros de detencin, interroga-torio, tortura y desaparicin de personas. Este escrito transita entre el relato en tercera y primera

    persona, relevando la memoria y la reflexin acerca de la experiencia vivida. Es una arqueologadel acto que nos acerca a la comprensin de cmo prisioneros y prisioneras intentaban contarel tiempo en las crceles secretas y las evidencias que de estos actos quedaron marcadas en lasparedes.

    Palabras Claves: Arqueologa, represin, crceles secretas, tiempo.

    This paper is a contribution to the Archaeology of Repressions studies, which explores the placesof detention used by the Latin American military dictatorships who in the 70s and 80s of the lastcentury usurped power through coups dtats, to curb the social movement and implement a neo-liberal economic model. To do this, the dictatorships imposed collective and selective repression,established centers for the detention, interrogation, torture and disappearance of people. This es-

    say moves between a story in third and first person, revealing memories and reflections about theseexperiences. This essay is an archaeology of the act, that brings us closer to understanding howprisoners tried to count the time in secret prisons and the marked evidence of these events that theyleft on the walls.

    Keywords: Archaeology, repression, secret prisons, time.

    Este trabalho uma contribuio para o estudo da arqueologia da represso, que explora os lo-cais de deteno utilizados pelas ditaduras militares na Amrica Latina, especialmente na dcadade setenta e oitenta civil, usurpou o poder atravs de golpes d Estados, destinada a conter o movi-mento social e implementar um modelo econmico neoliberal. Para isso, imps represso coletivae seletiva, a criao de deteno, interrogatrio, tortura e desaparecimentos. Este ensaio se moveentre a histria em terceira pessoa e primeira, aliviando a memria e reflexo sobre a experincia.Arqueologia um ato que nos leva mais perto de compreender como os prisioneiros e prisio-neiros tentaram contar o tempo em prises secretas e evidncias marcada deixados nas paredes.

    Palavras-chave: Arqueologia, represso, prises secretas, tempo.

    1 Gegrafo, Magster en Geografa, Diplomado en Investigacin Agraria y Doctor en Antropologa,

    Universidad Catlica del Norte-Universidad de Tarapac. Observatorio Ciudadano. raul.

    [email protected]

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    La arqueologa podra encontrar en las pa-redes de algn stano marcas con motivosgeomtricos, grabados en bajo relieve, muy

    parecidos a una representacin simplifica-da de un quipuInca o semejantes a la escri-tura del alfabeto Ogam de los antiguos ir-landeses. Estas marcas efectuadas sobre lasptinas de cemento, yeso o directamente enun muro de ladrillos, corresponderan a for-mas geomtricas abstractas compuestas porvarias lneas pequeas dibujadas en formavertical, algunas de ellas cruzadas por unalnea oblicua u horizontal, sobre seis o sieterasguos alineados verticalmente, que apa-rece tajndolas a modo de trmino de un ci-

    clo. Otras marcas simplemente aparecernen sucesin, sin lneas horizontales que lascrucen, en las que se podrn contar variostrazos que pueden alcanzar a ms de unadecena. Otras representaciones rupestresestarn separadas cada cuatro, cinco, seiso siete hendiduras. Qu significado pue-den tener estas lneas?, Quin las hizo?Para qu las esculpi?, son preguntas quepretendo responder a modo de lo visto y loodo, como dira un cronista espaol, peroadems como intento de autor de algunasde estas marcas.

    1 de Julio de 1985, en el invierno deSantiago de Chile, el da estaba amenazan-te de lluvia. En una esquina agentes de lapolica secreta de la dictadura del GeneralAugusto Pinochet Ugarte me tienden unaemboscada. Se abalanzan, me lanzan alsuelo y me apuntan con sus armas. Soydetenido y luego de allanar mi casa, me lle-van vendado en una direccin que adivinocorresponde a un cuartel de la Central Na-

    cional de Informaciones, CNI. Desciendodel vehculo con la cabeza agacha y conunos anteojos a los que le han pegado pa-peles para impedir la visin. Me llevan aun subterrneo del viejo edificio. Abajo,soy recibido con el rito de rigor. Me quitanlos anteojos y me piden que con la cabezainclinada extienda las manos a la altura del

    pecho y me entregan una venda. Sin po-der levantar la vista, veo en mis manos untrapo verde oliva desteido, grueso y tie-

    so, debido a las innumerables manchas desangre seca que contiene. Pienso, no soy elprimero, han pasado muchos por este lugar,y adivino lo que me espera. Vendado y conun nudo atado fuertemente tras mi cabe-za, me conducen por un pasillo a una pe-quea celda con luz artificial, cerrada poruna pesada puerta de hierro. Me obligan adesvestirme, quedo desnudo, se llevan miropa y zapatos, y me arrojan un buzo demecnico color azul y unas zapatillas. Esmi uniforme de detenido.

    Sentado en el taburete construido enobra y que sirve de litera, miro la ampolletamortecina que protegida tras una pequeareja alumbra las paredes de la estrecha cel-da de 1.5 por dos metros. Observando lasparedes, me doy cuenta que existe un reacon innumerables marcas esculpidas sobrela pintura y hundidas en la ptina de yeso.Son lneas cortas dispuestas en forma pa-ralela. Las cuento. El dibujo rupestre conmenos lneas posee cuatro hendiduras, enel ms extenso alcanzo a contar 14 trazos yquizs ms. Percibo intuitivamente que setrata de un cronmetro de das, que puedeser un calendario, para no perder la nocindel tiempo, una especie de ayuda memoria.Me pregunto Cuntas lneas deber mar-car?, e imagino el rango de das que estaren las sesiones de interrogatorio y tortura, yevito pensar en cundo saldr de esta situa-cin, ello debilita y desespera. Mi consuelotemporal es el mximo de marcas.

    Se me agolpa en la cabeza la idea de

    que las marcas corresponden al tiempode prisin y que han sido realizadas ms omenos calculando 24 horas, pero no s enqu momento del da o de la noche. Evitopensar en lo que guarda cada uno de esosrasguos cotidianos en la pared de unacelda sin domicilio; sufrimientos, dolor,miedos, maltrato, humillacin. Sentado en

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    la litera, me veo esperando el turno paracontinuar con las sesiones de apremios f-sicos y sicolgicos, algunos sofisticados y

    sistemticos y otros brutales, aplicados casisin tiempo. Imagino tambin que confun-didos entre esos sentimientos, debe haberestado la tranquilidad y la fortaleza de lasconvicciones de los torturados. Aparecenen mi memoria las numerosas personasque supe pasaron por ah, pero los alejo demi mente. Solo me preparo para mi turno.Me pregunto Qu objeto usaron para ha-cer esas marcas sobre la pared, algunas deellas profundas? Paso mi mano sobre la pa-red y siento su dureza. Tampoco advierto a

    m alrededor algn objeto que pueda haberservido para esculpir estas hendiduras.

    Despus de la larga sesin de interro-gatorios y tortura del primer da, me llevannuevamente a la celda. All, con las vasrespiratorias secas y con algunos doloresen mi cuerpo que apenas advierto, alguiengolpea la puerta. Una voz, dice Amrra-te la venda que voy a entrar! Huelo el olora comida. Me preguntan si tengo sed o sitengo resecas las vas respiratorias. Sealoque si. Y el carcelero contesta,-entoncesno te dejar el agua, pues vas a quedar conestertores por varios das producto de la co-rriente elctrica-. Escucho que la puerta sevuelve a cerrar. Bajo la venda de mis ojos,llevndola hasta el cuello. Observo la ban-deja amarilla que contiene una racin delegumbres, un pan y una cuchara. Tomo elcubierto en mi mano e instintivamente meacerco a la pared para intentar hacer unaprimera marca con el mango de la cuchara,pero me desisto de seguir profundizando la

    pequea raspadura. Calculo que ya es denoche. Debo llevar unas cinco o seis horasen el cuartel secreto, y nuevamente intentorealizar el rito de la marca rupestre, lo hagopor impulso, casi sin pensarlo, pero vuelvoa desistir de la idea, me resisto, me debili-ta comprobar que estoy preso, y la marcapara mi es evidencia del encierro. Ya no

    escucho voces en los pasillos, no hay gri-tos, est todo tranquilo. Me alimento pararecuperar fuerzas, pero no consumo el pan,

    lo he transformado en un smbolo de resis-tencia y que luego me servir para taparla luz de la ampolleta y las rendijas por laque me vigilan. Nuevamente escucho pa-sos que se acercan. En la puerta una vozme dice terminaste? Respondo, s. Voya entrar, -ponte la venda- dice la voz. Elcarcelero me pide que extienda las manos,me examina la parte inferior del metacar-po, en la eminencia hipotenar y pregunta;practicas krate? Percibo en el carceleroun cierto temor o precaucin con los de-

    tenidos. Al recoger la bandeja, comen-ta No comiste el pan? Le sealo que notengo ms apetito, pero deseo conservarlopara despus. Se lleva la bandeja, cierra lapuerta y escucho que cruza el pesado pes-tillo. El guardia se ha llevado la cuchara, elinstrumento que a modo de raspador, burilo cincel sirve para efectuar las marcas enla pared. Antes de dormir repaso las pre-guntas del interrogatorio, me imagino quelas harn nuevamente maana o en los dassiguientes y me preparo para las sucesivassesiones venideras. La luz mortecina no seapaga, y uso el pan para tapar algunas delas rendijas de la plancha de metal que tapauna pequea ventana ubicada sobre mi ca-beza y que da al pasillo, por la cual, cadacierto tiempo el carcelero viene a observar-me, abriendo una puertecilla de latn, quecierra la conexin con el pasillo.

    Avanzan las horas, a veces rpido a ve-ces lento, alcanzan los das, ya comienzoa capturar las regularidades de la crcel

    secreta. En la maana, muy temprano eledificio vibra y se siente el ruido de gran-des camiones que transitan por una callealedaa, debe ser la madrugada. Ms tarde,llegan los agentes y torturadores, algunoscantando una especie de cancin tropical,tipo merengue, que deca Mami queser lo que quiere el negro?... Yo, en silen-

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    cio responda; Que se vaya Pinochet! Seescuchan voces maaneras, los sonidos seemiten desde un hall central del cual se dis-

    tribuyen por los pasillos a las celdas, y lle-gan hasta las habitaciones donde se practi-can los interrogatorios. Calculo que son lassiete, ocho o nueve de la maana. Antes deiniciar las sesiones de apremios, me sirvenun t. Recostado sobre la litera de cemen-to, adivino cuando vienen a interrogarme.En el piso superior se sienten pasos sobrelo que podra ser un piso de madera, cami-nan resueltos por encima de la celda y a losminutos llegan hasta la puerta de la celdadonde me encuentro. Concluyo que arriba

    estn los analistas de informacin que en-tregan las preguntas a los torturadores, losque bajan raudos al stano donde me en-cuentro. Estos practican los interrogatorioshasta lo que podra ser la hora de almuerzo,y nuevamente reinician los apremios en latarde. Pasadas unas horas se alejan del lu-gar y la crcel secreta comienza a quedartranquila, sin bullicio. Presumo que son las6, 7 u 8 de la tarde o de la noche. En mediodel ajetreo, el carcelero ha llevado la co-mida en la bandeja. Reflexiono ahora, las

    marcas rupestres en la pared, pudieron sergrabadas en la maana cuando servan elt o en la tarde cuando llevaban la raciny eventualmente al trmino del da. Habaregularidad en el accionar de estos agentesdel Estado, casi se comportaban como fun-cionarios pblicos que trabajaban de ochoa seis de la tarde, en labores de interroga-torio, vigilancia, seguimiento y detencinde personas, o bien realizando allanamien-tos y fabricando montajes de inteligencia.La jornada y las horas extraordinarias, lasocupaban muchas veces en los trabajos deeliminacin de compaeros, simulando en-frentamientos armados. Estos generalmen-te ocurran en las horas del crepsculo o dela noche, en una calle solitaria o al interiorde alguna vivienda ubicada en un barrioalejado del centro de la ciudad. La televi-

    sin oficial acuda a estos lugares a repor-tear las muertes con un libreto entregadopor los organismos represivos. Recuerdan

    cuntas veces nos sorprendimos con losextras de los noticiarios, lanzando despa-chos en directo en horas de la noche o delda, anunciando el montaje de la tragedia?

    Desde la celda de la crcel secreta, todocomenzaba a tener una regularidad en lostiempos y las horas. Cada ruido, cada vi-sita, cada observacin a travs de la ren-dija, cada bullicio interno o de aquellosque llegaban de ms afuera, lo asociabacon un horario. Adivinaba cuando llega-ba la hora del interrogatorio y la tortura,

    y cuando el descanso. La regularidad mehizo desistirme de mis intentos de ensayaractos rupestres, aunque tambin fue stauna decisin conciente para no sentirmepreso, para mantenerme en libertad a pesardel reducido espacio de mi encierro. Con-centr mi atencin en descansar pensando.La venda me permita aislarme de la luz dela ampolleta, mantener los ojos cerradosy repasar una y otra vez el interrogatorio,preparndome para una especie de dilo-go en desventaja. Dejaba as que el tiem-po se ausentar, y no dorma hasta haberevaluado todo. Me esforzaba en concen-trarme y no desesperar, para as enfrentar alos interrogadores y ganar tiempo. Me dijeentonces que esa covacha era mi hogar,que la ropa de prisionero eran mis prendasde vestir, que no importaba cuanto tiempopermaneciese en el lugar, solo sabra queestara fuera de all cuando las evidenciasfueran las suficientes para alcanzar la cer-teza. Pensaba que desesperar mostraba al

    enemigo mis debilidades, pues las ms evi-dentes las haba logrado ocultar con xito.No supe como logr un estado en que solohaba presente, el breve segundo o minu-to, el futuro de las prximas horas solo lasadivinaba y estando en el presente llegua adelantarme al interrogatorio, aunque enun par de ocasiones fui sorprendido por el

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    interrogador y deb echar mano a reaccio-nes instintivas que me permitieron ganartiempo, y de paso, ganarme un paliza extra.

    Debo decir, que los modos de resistenciaen los interrogatorios fueron diversos yconstituyen un mundo insondable en cadauno de los compaeros y compaeras quepasaron por ese escabroso camino de lascrceles secretas y la experiencia de la tor-tura.

    Sin embargo, este relato me permiteaventurarme a decir que las marcas rupes-tres en las celdas secretas poseen muchaslecturas y constituyen un mundo inescru-table de la condicin humana y la expe-

    riencia vivida. Cada marca tiene el selloy la historia de quien la efectu, posee untiempo de dolor y de esperanza. Cada trazoesculpido en la pared separa el paso de unda a otro, seala una forma de sobrevivir,de seguir vivos. Una forma de dejar atrsun da de prueba, de resistencia, de auto-control, de inteligencia, un da de aciertos yerrores. Constituyen la bisagra que separay une dos tiempos, un pasado y un presen-te, una transicin a nuevas horas, a nuevassesiones de apremios, un da ms que secontabiliza para estar ms cerca de la liber-tad. Quizs tambin cada marca representael sentido de aferrarse al mundo, al exteriorde la mazmorra, al tratar de mantener la co-nexin con las cotidianidades con los seresqueridos que se ocultaban durante la tortu-ra, y que aparecan levemente en el descan-so solitario, y solo cuando no los habamoslogrado borrar del todo de nuestra mente.Las marcas rupestres eran una opcin, unmodo de manejar y controlar el tiempo,

    para no perder de vista la cotidianidad. Ensi, constituyen un acto, una accin, una de-cisin de grabar el tiempo cargndolo decontenidos por quien las efectuaba. Tam-bin representan una demarcacin en lamemoria, un deslinde a diario. Observadasdesde fuera, son un testimonio de la repre-sin y la tortura, y es probable que muchos

    prisioneros las hicieran incorporndoleadems este sentido histrico.

    La grfica de estas marcas en las pa-

    redes de las celdas, acudan a formas ele-mentales de contar. Se expresaban comoun raccontoa los tiempos de niez, cuandoaprendamos a sumar con palitos o contan-do con los dedos de la mano. Las marcasson un acto simple y primordial, una gr-fica rpida, ungraffitinatural colmado decontenidos. Las marcas del tiempo debanser elementales y sencillas, pero represen-tativas, rpidas de ejecutar en la soledad dela celda y ocultos a los ojos del carcelero.Las marcas en la pared pudieron constituir

    una forma de resistencia, de mantener afavor el tiempo de resistencia y esperanza.

    Dibujo aproximado de las Marcas deTiempo observadas por el autor en lasparedes de una de las crceles secretas

    durante su detencin.

    Situndonos frente a un panel de mar-cas rupestres de una crcel secreta, pode-mos pensar que stas fueron realizadas poralgunos de los prisioneros, pues la cantidadde estas manifestaciones siempre ser infe-rior al nmero de hombres y mujeres quepermanecieron en estas pocilgas esperandolas sesiones de tortura. Enseguida, pode-mos dar cuenta que algunas de ellas estncompletas y sealan los das efectivos depermanencia en las crceles, otras fuerondejadas inconclusas y otras nunca se hicie-ron. Es muy probable que muchas de ellas

    Ral Molina Otarola

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    se efectuaran con instrumentos de ocasin,algunas con las uas o con algn pequeoobjeto de circunstancia o llevado discreta-

    mente. Pero todas ellas mantienen un pa-trn de varios trazos cortos sobre el muro,dispuestos de modo vertical y en algunoscasos cruzados por una lnea horizontalque cerraba la contabilidad de una semanade encierro. Algunas figuras efectivamentepodrn representar los das exactos, otrossolo sern aproximaciones ms o menoscercanas, en virtud de las percepciones delprisionero. Pero todas ellas, sin excepcin,son un testimonio arqueolgico-histrico,de profundo contenido humano, repleto de

    sensaciones, pensamientos y resistencia,ocurridos durante los das de prisin y tor-tura.

    Santiago de Chile. Cuartel General Borgoo, Calle Borgoo 1470. Desde mayo de 1977 fue

    conocido por los agentes de la represin con el nombre de Casa de la Risa. En este lugar seubicaba la sede central del mando operativo del los servicios de seguridad de la dictadura

    de Pinochet, usado como centro de detencin y tortura. Pasaron por este recinto cientos de

    hombres y mujeres, dirigentes sociales, de partidos y movimientos polticos clandestinos,

    trabajadores, dueas de casa, estudiantes, profesionales, artistas e intelectuales que

    luchaban contra la dictadura y a favor de la libertad y la democracia. Muchos de ellos se

    encuentran hoy desaparecidos.

    Este ensayo para una arqueologa delacto, de la introspeccin y la memoria,plantea cuestiones que estn indisoluble-

    mente unidas, como el sentido, el signifi-cado y la expresin humana. Al auscultarlos contenidos ms profundos de los textosy lenguajes de estas dicciones rupestresen las crceles secretas establecidas porlas dictaduras militares que han asolado anuestros pases en Amrica Latina, no solohacemos ciencia, tambin un homenaje ala vida, la verdad y la memoria de nuestrosamigos-as y compaeros-as.

    Comunidad Ecolgica Pealoln,

    3 de Septiembre de 2008

    Arqueologa Suramericana / Arqueologa Sul-Americana 6, (1,2), 5-10; 2013

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    CHACHACOA, HUMITO QUE SE VA PAL CERRO.

    Problematizaciones sobre la arquebotnica a partir de un caso deestudio en la Puna catamarquea, Repblica Argentina.

    Ivana Carina Jofr Luna

    Escuela de Arqueologa, Universidad Nacional de Catamarca.

    El trabajo arqueolgico est sujeto a las fragmentaciones propias del pensamiento moderno,por eso reflexionar sobre ellas es necesario para poder generar conocimientos amplios que

    puedan involucrar a los significados comprometidos en las relaciones que las sociedadesentablaron con las plantas. Sobre esto mucho nos han enseado y ensean las comunidadestradicionales que remiten sus conocimientos a una esfera de subjetividades no racionales entrminos de una lgica moderna, en las cuales las simbolizaciones del entorno natural sonconstitutivas de sus modos de vida e indisolubles de las esferas de lo religioso, econmico ypoltico, entre otras. En este espacio reflexionar sobre algunas de estas implicancias te-ricas de la prctica arqueobotnica en relacin a estudios realizados en la Puna catamar-quea.

    Palabras claves: arqueobotnica - Puna catamarquea - Tebenquiche Chico

    Introduccin

    La eleccin no es, pues, entre el saberparticular, preciso, limitado y la ideageneral abstracta. Es entre el Due-lo y la bsqueda de un mtodo quepueda articular lo que est separadoy volver a unir lo que est desunido(Morin 1993: 28).

    Este trabajo es producto de una reflexinorientada a desmontar algunos de su-puestos tericos que subyacen corriente-mente en la arqueologa, particularmen-te en aquellas llamadas sub-disciplinas

    arqueolgicas, tales como la arqueobo-tnica, paleoetnobotnica, paleobot-nica. Con cada vez mayor fre-cuenciamuchos profesionales se definen desdeuna especificidad tcnico-cientfica enalgn campo de conocimiento de la ar-queologa, ello nos informa acerca de lasvisiones fragmentarias que asisten en la

    construccin del conocimiento cientficolocal, lo cual es coherente tambin con

    un sistema acadmico-cientfico nacio-nal que estimula las formaciones cadavez ms especializadas. En esta oportu-nidad quisiera reflexionar en torno a estetema desde el estudio de las relacionesentre las plantas y los seres humanos enel pasado-presente. Para ello desarrolloalgunas de mis ideas respecto a los pro-blemas terico-prcticos que acarreanestas abstracciones disciplinares funda-das desde los lmites impuestos por l-gicas de orden colonial. Un caso de es-

    tudio localizado en la Puna AtacameaArgentina sirve como encuadre ejempli-ficador de algunos de estos argumentosen contra del disciplinamiento que operaen un pretendido campo de conocimien-to arqueolgico tcnico-neutral.

    ARQUEOLOGA SURAMERICANA / ARQUEOLOGA SUL-AMERICANA 2, 2, Mayo 2013

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    El debate

    Llama mi atencin que ms reciente-

    mente muchos de los/as arquelogos/assudamericanos/as dedicados/as a los es-tudios arqueobotnicos, paleoetnobot-nicos y paleobotnicos gastan mucho desu tiempo y esfuerzo intelectual en es-tablecer y definir los lmites disciplina-res y subdisciplinares de sus campos deestudio. Un ejemplo de ello fue la mesade discusin denominada: Integracino especificidades disciplinarias?: la ar-queobotnica en la encrucijada teri-ca en el marco de la IV Reunin deTeora Arqueolgica en Amrica del Sur(4TAAS), llevada a cabo en Catamarca(Argentina) recientemente en Julio de20071. En aquella mesa de discusinhe propuesto otro modo de enunciacinde esta problemtica, la cual entiendocomo una discusin acerca del discipli-namiento del conocimiento de las rela-ciones entre las sociedades y las plantasen el pasado. Creo que su propio plan-teo como tema central de discusin nos

    advierte sobre la racionalidad modernaimplicada como elemento fundante deeste debate; por ello considero que serameritorio tratar de apuntar a la crtica deestos pilares de conocimiento y razn apartir los cuales pensamos y hacemos deforma recursiva el pasado y presente connuestra teora y prctica arqueolgica.Veamos un poco ms detenidamente al-gunos supuestos de este debate al interiorde nuestra disciplina de la mano de algu-nos autores ya clsicos en la arqueologa

    y que usualmente son tomados como re-

    1 Gran parte de las ideas vertidas en este trabajo

    formaron parte de una presentacin, con el

    mismo ttulo, que se realiz en esta mesa

    de discusin. Los tpicos y presentaciones

    desarrollados all pueden consultarse en

    las actas de las sesiones y resmenes del IV

    TAAS, 2007.

    ferentes de las posiciones adoptadas porlos/as arquelogos/as sudamericanos/asdentro de estudios.

    La arqueobotnica y la paleoetnobo-tnica, dentro de la arqueologa, son lasramas especializadas en el estudio de losrestos vegetales del pasado. Para algu-nos autores/as la arqueobotnica hacereferencia, ms especficamente, al estu-dio de las interrelaciones de las pobla-ciones humanas con el mundo vegetalen la investigacin arqueolgica (Bux1997; Ford 1979; Pearsall 1989; Poppery Hastorf 1988). Para Ford (1979), Pop-per y Hastorf (1988), la arqueobotnica

    es el estudio de los restos vegetales re-cuperados en contextos arqueolgicos.Para ellos, estos restos proporcionaninformacin sobre las pautas culturalesdel pasado, aunque tambin sirven pararesolver problemas inconexos con la ac-tividad humana, como la paleoclimato-loga, la dendrocronologa, etc. Su ma-yor tendencia fue la de explotar tcnicasespecficas que le permitieran abordarel estudio fsico de los restos arqueol-gicos encontrados, ya sea polen, carpo-rrestos, fibras, carbones, etc.

    Por su parte, Archer y Hastorfet al.(2000) sealan que la paleoetnobotni-ca debiera estudiar el vaco conceptualque existe entre el papel de las plantas enlos grupos sociales actuales y el rol quejugaron estos conocimientos en el pasa-do. La paleoetnobotnica se caracterizapor una marcada disparidad terica a suinterior, y es conocida por el uso de tc-nicas tomadas de la etnografa y de la et-

    nohistoria, porque tiende, por ejemplo, arecopilar datos sobre los usos y termino-logas botnicas en grupos etnogrficose histricos.

    En el orden de lo estrictamente tc-nico ambas subdisciplinas hacen alusinal estudio de los vegetales en el pasa-do humano. Entonces, las diferencias

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    terico-metodolgicas entre la paleoet-nobotnica y la arqueobotnica no sonms que el reflejo de diferentes intereses

    respecto al presente-pasado, que no secontraponen, sino que se complemen-tan. Una se pregunt acerca de los usos yprcticas culturales asociadas a las plan-tas en el pasado, mientras que la otra sepregunt de qu manera los/as arque-logos/as podan interpretar las huellase indicios encontradas en los restos ar-queolgicos vegetales. Y es aqu dondeestas dos lneas de investigacin llegana una encrucijada que une sus caminos,puesto que no es posible entender los

    restos materiales vegetales sin hacer in-ferencias ms generales de los contextosen los que fueron producidos y, de igualforma, no es posible hacer inferencias delos contextos de produccin sin entenderla naturaleza de los restos vegetales en-contrados (Jofr 2004).

    De esta forma sostengo que las ra-mificaciones de estas subdisciplinas dela arqueologa, demuestran la compleji-zacin de las problemticas arqueolgi-cas a medida que se introducen nuevaspreguntas (que pueden ser producto dela introduccin de nuevas tcnicas deinvestigacin y que a menudo implicancambios sustanciales en los paradigmasde interpretacin, o viceversa y en for-ma recursiva) acerca de los restos ve-getales arqueolgicos y de las prcticassocioculturales implicadas en su produc-cin, uso, y significacin. La inversinde tiempo y esfuerzo en establecer loslmites disciplinares en el marco de la

    creciente complejizacin de este cono-cimiento arqueolgico es infructuosa.Esto no hace otra cosa que reproducir unpensamiento simplificante con una ideo-loga que atenta contra cualquier proyec-to de descolonizacin de las disciplinasque suponga subvertir las relaciones depoder instauradas por la modernidad

    neo-colonial.La bsqueda de un cuerpo disciplinar

    consensuado forma parte de las lgicas

    del pensamiento moderno que estable-cen un deber ser en el mundo a partirdel cual se construye el yo individua-lista y segmentado que piensa y mira almundo en consecuencia. En contra deesto considero que la militancia por ladescolonizacin de las disciplinas debeintentar la transformacin de las rela-ciones de poder instauradas en y por elconocimiento cientfico.

    Finalmente me gustara referirme aun tema relacionado a este pensamiento

    simplificante y disciplinado al que mehe referido. Este es la justificacin deldesarrollo de la arqueobotnica comoun cuerpo de tcnicas independientesdel desarrollo terico de la arqueologa,idea misma que se fundamenta en la se-paracin estricta entre ciencia y tcnica,y que resulta ser un rasgo caractersticodel pensamiento racionalista moderno.Estos lastres espistemolgicos subya-cen frecuentemente entre quienes pro-mueven el desarrollo de tcnicas comola dendronocronologa, el anlisis defitolitos y carporrestos, la antracologa,paleo-palinologa, entre otras, sedimen-tando un visin positivista de la arqueo-loga, en tanto conocimiento del pasadosolamente mediado por la tcnica.

    Pero para comprender la expansinde esta racionalidad instrumental2 ennuestra disciplina debemos remontarnos

    2 Fue Max Weber quien introdujo el concepto

    de racionalidad para referirse a la activi-

    dad econmica capitalista, diferencindo-

    privado burgus y de la dominacin buro-crtica (Habermas 1986). Desde entonces

    la discusin acerca de la expansin de laracionalidad instrumental como caracte-rstica del Occidente moderno se puso en

    el centro de la discusin entre ciencia y tc-nica.

    Ivana Karina Jofr Luna

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    a la dcada de 1960, ya que fue en esapoca cuando los aspectos tcnicos co-braron mayor relevancia dentro del cam-

    po disciplinar de la arqueologa. Unaconsecuencia directa de la as llamadaNueva Arqueologa fue la marcada se-paracin de la tcnica como una esferaautnoma de lo social y la divisin deltrabajo intelectual al interior de la ar-queologa.

    Un fenmeno relacionado y relati-vamente reciente en nuestra disciplinaes la proliferacin de los llamados es-tudios arqueomtricos, o directamente,arqueometra, que introducen a la ar-

    queobotnica dentro de sus filas, enten-diendo a esta ltima como una tcnicaanaltica proveniente del modelo de lasCiencias Naturales aplicable al estudiode los materiales arqueolgicos y a suscontextos naturales. Es claro que para laarqueometra la tcnica est ms all dela teora, y no slo en el mbito social,ya que supone que sus propias tcnicasanalticas pueden ser aplicadas indepen-dientemente de otras consideracionestericas. Es decir, esta lnea de pensa-miento afirma que en la medida en quese apliquen correctamente los estndaresque demandan tal o cual tcnica analti-ca se torna innecesaria la reflexin-cr-tica terica-metodolgica. Las tcnicasslo son una accin material sobre elmundo. Y finalmente, otra consecuenciade la separacin entre ciencia y tcnicapuede ser traducida como la separacinentre teora y praxis (Habermas 1997).Es as como la arqueobotnica, en tanto

    tcnica, para algunos se ha constituidoen nuestro campo disciplinario comouna esfera autnoma de conocimientoabstrada de la reflexin critica de suproduccin y consecuencias.

    La supuesta autonoma de la tcnicapresume la neutralidad en la aplicacinde la misma. Y del mismo modo la de-

    cisin del/la arquelogo/a de abordar suestudio como algo meramente tcnicodesvinculado de la teora implica una

    eleccin acerca del mundo, habla acercade las formas en que aquel/lla recorta larealidad. All radica el carcter peligrosode la separacin entre ciencia y tcnica,dado que ninguna de ellas est libre deconsecuencias y, por lo tanto, no puedenescapar de una reflexin crtica de su fi-nalidad ltima.

    El caso de estudio: Las prcticas dequema y sahumado de plantas arbus-

    tivas en grupos sociales collas-ataca-meos de la Puna de Atacama Argen-tina.

    Este estudio fue realizado hace algunosaos entre los aos 2001 y 2004 en el si-tio arqueolgico de Tebenquiche ChicoI, el mismo est ubicado en la quebradahomnima en las adyacencias del Salarde Antofalla en el Departamento de An-tofagasta de la Sierra, Provincia de Cata-

    marca, Repblica Argentina (Figura 1).El estudio fue abordado como unaArqueologa del Fuego orientada a lainterpretacin de las prcticas domsti-cas relacionadas al fuego en pequeosgrupos puneos que habitaron la quebra-da de Tebenquiche Chico entre los siglosIII y XVII de la era cristiana (Jofr 2004,2005, 2007). La breve presentacin queaqu realizo sobre un aspecto de aqueltrabajo pretende proporcionar un ejem-plo a partir del cual puedan ensayarse

    algunas de las ideas vertidas en el debateinicial planteado en este artculo.

    Mi objetivo es poder dar cuenta de unabordaje terico-metodolgico que no seimpone los lmites del modelo predicti-vo y que opera en la misma lgica com-pleja ofrecida por las redes de la inte-raccin social atacamea. Estas ltimas

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    se presentan como tradicionales, pero ala vez como dinmicas y cambiantes enrelacin a sus propios contextos de pro-duccin social. Esta complejidad asu-mida en el propio estudio arqueolgicoplanteado busca desmontar los supues-tos que consideran necesario hacer visi-bles los limites disciplinares implicados,en este caso, el anlisis antracolgico3yel etnogrfico. Ambos estudios retroali-mentan las interpretaciones puestas enjuego en la investigacin y participanactivamente en una cadena de signifi-caciones pasadas-presentes, las cuales

    3 La antracologa es una tcnica por la

    cual se realizan anlisis miscroscpicos

    de carbones de estructura vegetal yque comprende tambin su posterior

    antracolgica se basa en el hecho de quela estructura interna del leo vegetal varasegn las especies y, adems, se conserva a

    pesar de que la madera haya sido sometidaa combustin (Badal Garca 1994; Piqu i

    Huerta 1999; Smart y Hoffman 1988).

    son articuladas en torno a un argumentocon consecuencias polticas que tambininforma las representaciones socialesconstruidas en torno a las sociedadesatacameas tradicionales. Por su parte,la quema de chachacoa en estos gru-pos sociales involucra una concepcinintegradora de los diferentes mbitos dela vida sociopoltica de los grupos cam-pesinos atacameos, esto nos permitetambin vislumbrar los contornos de lasconstrucciones culturales asumidas ennuestro propio pensamiento cientficodisciplinado y disciplinante.

    AntofallaEl poblado de Antofalla se encuentraubicado sobre la sierra homnima enuna quebrada adyacente a 16 km deTebenquiche Chico, al oeste del De-partamento Antofagasta de la Sierra. Elpoblado se emplaza en el fondo de laquebrada cerca de la ladera occidental,

    Figura 1: Mapa geopoltico con la ubicacin de la Quebrada de Tebenquiche y Cuenca deAntofalla en la regin Atacamea.

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    casi en la desembocadura, muy cerca delcono aluvial4. El actual poblado de An-tofalla cuenta con una poblacin estable

    cercana a las 50 personas.Los pobladores realizan la ocupa-cin de espacios geogrficos diferen-ciales, aprovechando la diversificacinzonal que ofrece el paisaje atacameoaltiplnico. El poblado se divide en unaspocas familias que componen cuatro uni-dades domsticas integradas por dos y, aveces, tres generaciones. Pizarro (2002)ha explicado la constitucin y los proce-sos de espacializacin y pertenencia queestructuran las familias (hogares) y las

    unidades domsticas en Antofalla. Paraesclarecer esta distincin, la autora hadefinido al hogar como el grupo de per-sonas que come de la olla, por lo menosuna vez al da, y a la unidad domsticacomo el grupo que comparte la propie-dad de ciertos rastrojos, corrales, hacien-da y sembrados pero que no come de lamisma olla.

    Los lmites de las unidades doms-ticas estan dados por las actividadesde domesticacin de animales, plantas,tierra y agua (que implican la natura-lizacin de los derechos de acceso, usoy propiedad sobre dichos recursos). Encambio, las pautas de interaccin en losgrupos sociales concebidos como ho-gares se basaban en las actividades detransformacin de los alimentos y re-produccin de la vida familiar(Pizarro2002: 210).

    Esto ltimo significa que existe unasuperposicin de derechos y deberes,

    heredados y adquiridos en las relacionesde parentesco por consanguinidad/ads-cripcin y/o alianza. Lo cual dinamizalas estrategias de reproduccin social delos grupos sociales en el contexto de laprctica.

    4 Una descripcin ms amplia puede encontrarseen Haber (2006a).

    El derecho a la propiedad de la tie-rra, y por ende, el acceso a los recursosvitales que de ella derivan -agua, culti-

    vos, animales y lea les fue concedidoa estas familias en virtud del parentescoy se remontan en el tiempo a los prime-ros ocupantes del lugar. Sin embargo, lahegemona de dicho discurso sobre lalegitimidad de la pertenencia posee unvaco de significados factible de ser dis-putado en las prcticas cotidianas (Piza-rro 2002).

    Los criterios locales de diferencia-cin social en Antofalla no residen enuna diferenciacin de clase (econmico-

    productiva) ni de legitimidad jurdica(socio-poltica), sino ms bien, residenen el criterio de identificacin y clasifi-cacin (nuestro-de ellos) proporcionadopor las relaciones de parentesco Pizarro(2002). Dentro de este marco de relacio-nes sociales, el paisaje de Antofalla:() es concebido como espacio socialo ambiente natural domesticado a tra-vs de sucesivas prcticas sociales queponen en acto y materializan cierta ar-ticulacin de pautas culturales de perte-nencia. Las maneras particulares en queel mundo real ha sido domesticado porsujetos que habitaron la zona anterior-mente mediatizan y, a la vez, son signifi-cadas, transformadas y/o reproducidaspor las prcticas de los Antofalleos enla actualidad. De esta manera, el paisa-je es condicionante y, a la vez, es resul-tado de las prcticas sociales cotidianasde los pobladores de Antofalla (Pizarro2002: 214).

    Es necesario mencionar que, re-cientemente, los pobladores de Antofa-lla se han organizado como ComunidadIndgena bajo la adscripcin tnica decollas-atacameos, obteniendo de partedel Estado Nacional Argentino el otor-gamiento legal de su personera jurdi-ca y, con ello, el reconocimiento de su

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    derecho de propiedad comunal sobre lastierras que tradicionalmente ocupan5.

    Mis observaciones etnogrficas fue-

    ron realizadas durante prolongadas esta-das en el poblado de Antofalla duranteel periodo 2001-2004. Las mismas fue-ron producto de una relacin cercanacon los pobladores, compartiendo losquehaceres diarios en una unidad do-mstica particularmente. All pude parti-cipar de faenas tales como la bsqueda,seleccin y recoleccin de leas, plan-tas medicinales y rituales, encierros deovinos, caprinos y camlidos, encendidoy cocinado en hornos de barro, tejidos

    en telares, etc. Muchas de mis observa-ciones en relacin a los significados delas plantas locales provienen de largascharlas mantenidas con Sara Vzquez,la mujer ms anciana de la comunidad yquien oficia de madrina en la gran mayo-

    5 A partir de la reforma de la constitucinargentina llevada a cabo en el ao 1994

    en donde se elabor el articulo 75 inciso17 en donde el estado nacin argentino

    reconoci la prexistencia de los PueblosOriginarios en el territorio, y luego de la

    promulgacin de la ley indgena nacionalN 23.302, en el pas se inici un procesomayor alentando la recuperacin de tie-

    rras comunales por parte de comunidadesindgenas que por siglos haban sido des-

    pojadas de cualquier posibilidad de accincomo sujetos de derecho. En la provincia

    de Catamarca, la Comunidad Indgena deMorteritos-Las Cuevas fue pionera en estamateria, al iniciar el primer pedido de res-

    titucin de tierras comunales en el Nortedel Departamento Beln, a la cual le sigui

    aos ms tarde en el 2006-2007 la comuni-dad de Antofalla en el Departamento veci-

    no de Antofasta de la Sierra. Actualmenteotras comunidades en la misma provinciahan iniciado tambin sus propios recorri-

    dos polticos para obtener derechos legalessobre sus tierras amenazas por los diferi-

    mientos impositivos y los megaproyectosmineros, ente otros.

    ra de rituales tradicionales que se llevana cabo durante las celebraciones en elpoblado. Sara guarda antiguas memorias

    que le fueron transmitidas por sus padresy abuelos, las cuales pone en acto en susenseanzas cotidianas a sus hijos, nietosy vecinos a travs de narraciones de his-torias, adivinanzas, rituales y prcticasartesanales que demuestran un acabadoconocimiento de las relaciones socialespuneas en el marco de sus vnculos conla naturaleza. Otra buena parte de misinterpretaciones fueron construidas apartir del anlisis de los diarios de cam-po confeccionados en la segunda mitad

    de la dcada de 1990 por la antroplogaCynthia Pizarro y su equipo de trabajo6.

    Chachacoa, humito que se va pal ce-rroEn Antofalla, las prcticas vinculadas ala explotacin de plantas arbustivas sonel producto de una sedimentacin de sig-nificados sociales. Muchas prcticas ex-presan una memoria cultural que se poneen evidencia en algunos criterios de se-

    leccin por sobre algunas plantas (Jofr2004, 2007). Es decir, que en la medidaen que el paisaje natural es significadoen relacin a las prcticas de recolec-cin, tambin refleja antiguas percepcio-nes heredadas de padres a hijos, de abue-los a nietos, en un continuum temporalque ayuda a comprender la configura-cin en el tiempo de este espacio habi-tado. As, por ejemplo, las explotacionesde lea dependen en gran medida de lascaractersticas organizativas del gru-po, de sus motivaciones econmicas desubsistencia y de sus relaciones socialesintragrupales, las cuales son posibilita-das tambin por las capacidades tcnicas

    6 Estas investigaciones desarrolladas por Piza-

    rro en Antofalla estuvieron orientadas ma-yormente a indagar sobre la organizacin

    social de la comunidad campesina rural.

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    de las familias y unidades domsticas.Las familias optan por estrategias deexplotacin de combustibles asociadas

    estrechamente a los intereses de su or-ganizacin campesina, dirigida esta a laproduccin de medios de subsistencia enun espacio puneo socializado.

    Dentro de la cosmovisin andina lasplantas arbustivas tambin son agentesactivos en la produccin y reproduc-cin de discursos ritualizados. Es decir,las plantas son un vehculo a travs delcual se corporizan simbologas en ritosespecficos. Los rituales en los que par-ticipan las plantas se relacionan con la

    propiciacin y festejo de buenos augu-rios y fertilidad sobre los recursos fun-damentales necesarios para la reproduc-cin fsica del grupo social. Dentro delas comunidades andinas existe una es-trecha asociacin entre las actividadesproductivas y las rituales, vnculo quetransforma a las fiestas y ceremoniascomo extremadamente importantes parala reproduccin del sistema comunita-rio... (Villagrn et al. 1998b:31).

    En Antofalla se emplea la plan-ta arbustiva denominada chacha ochachacoa (Parastrephia quadrangu-laris [Meyen] Cab.) para la realizacinde ceremonias rituales. A esta especiese le atribuyen propiedades mstico-re-ligiosas, capaces de mediar entre los hu-manos y las divinidades naturales, y suuso ritual esta ampliamente difundido enel rea atacamea (Aldunate et al. 1981;Villagrn et. al. 1998a; Villagrn et al.1998b) y en otras reas de los Andes.

    Existe una discusin en torno a la uti-lizacin ritual de varias especies identi-ficadas en el rea andina como koa,coa, qoa, koba. Segn Villagrnet al. (1998b), en algunas regiones deChile, Bolivia, Per y Argentina se iden-tifican con este nombre a varias especiesdistintas: Parastrephia quadrangularis,

    Parastrephia terestuiscula, Fabianasquamata, Fabiana bryoides, tambinalgunas especies de los gnerosDisplos-

    tephiumy Borreira. Esta variabilidad detaxones segn la regin- es interpretadapor los autores como significativo de laverdadera relacin que existe entre unaplanta particular y su nombre. Siguien-do a Munizaga & Gunckel (1958), elnombre otorgado a una planta es el quele otorga verdadero poder, de ah que sele atribuya el mismo nombre a variasespecies diferentes de un mismo o dediferente gnero. En relacin a esto, lainformacin obtenida en Antofalla sobre

    la combustin de plantas arbustivas enprcticas rituales tambin coincide conla registrada para la zona atacamea deChile. All tambin se denomina coao koa al humo de la planta empleadapara sahumar (Villagrn et al.1998b).

    En Antofalla,Parastrephia quadran-gularises la planta preferida para sahu-mar los animales durante la sealada ofloreamiento de animales, tambin se lautiliza para sahumar las calles durante el1ero. de Agosto, da consagrado a la Pa-chamama y, durante el ritual agrcola delimpieza de canales, entre otros eventosprivados y comunitarios. Tambin pue-de emplearse el humo de chachacoaen algunas ocasiones especiales de cu-racin. Se inform que, en caso de nohaber esta planta a disposicin se pue-de utilizar para el sahumado: pata deperdiz (Fabiana bryoides [Phil]) y,excepcionalmente, pueden sahumarselos burros y los rincones de la casa, por

    ejemplo, con leja (Baccharis incarum[Wedd.]). A partir de esta informacin,se puede interpretar que en Antofallatambin existe una idea de reemplazode los elementos botnicos integrantesdel ceremonial, tal como lo menciona-ra otros autores para la regin andina-altiplnica (Munizaga & Gunckel 1958;

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    Villagrn et al. 1998b).El concepto de transformacin est

    implcito en el acto de sahumar, incluso,

    para algunos autores como Flores Ochoa(citado en Villagrn et al.1998b), la pa-labra koa o coa significa: lo que setransforma en otra cosa. Parastrephiaquadrangularis sufre una transforma-cin fsica, que simboliza la transfor-macin ritual. Tal como lo ha sealadoSara: ... la chacha se convierte en coacuando se quema. Se vuelve humito quese va pal cerro....

    El humo se destaca en el ritual an-dino. La accin de sahumar puede re-

    presentar, segn el contexto, un acto delimpieza, una forma de exorcismo espi-ritual y/o curacin o, un medio para laelevacin de plegarias. Este humo tienepoderes divinos que son capaces de co-municar y unir en el ritual los mundos.No obstante, las prcticas de sahumadocon arbustivas no forman parte de unfenmeno esencialmente vinculado a lareproduccin espiritual tradicional deeste grupo social. Es decir que, los sig-nificados de estas prcticas tradicionalesno preexisten al grupo social, sino quesolamente tienen sentido en el escenarioen el cual son creadas las relaciones so-ciales.

    Las plegarias para la obtencin depermisos para la realizacin de actosde crianza, cuidado y amor expresadosen la siembra de la tierra, la sealada deanimales nacidos, la confeccin y man-tenimiento de canales, etc., ponen demanifiesto que el ritual del sahumado

    acompaa a la construccin de relacio-nes sociales entre los sujetos en el mun-do y, por supuesto, con las divinidadesdel mundo: la Pachamama, los cerros,etc. Tambin, por medio del acto de sa-humado se elevan plegarias de fertilidad,de bonanza para los cultivos y anima-les. Se le pide a la Pachamama que los

    pastos reverdezcan para multiplicar losanimales. Esta plegaria no slo se haceen caso de sequas, sino que tambin se

    la realiza para competir con otra unidaddomstica. Cuando los animales de lafamilia empiezan a disminuir en nme-ro, o estn muy delgados para su carneo,o cuando los cultivos sufren heladas, etc.(mientras que los animales o cultivos delvecino no se ven afectados), se realizaun sahumado de estos elementos paraexorcizarlos o limpiarlos y propiciar assu curacin.

    Haber ha explicado algunos signifi-cados quechua-aymaras de estas rela-

    ciones domsticas como alternativa alnfasis indoeuropeo en la domesticacincomo el control y dominacin de la na-turaleza por los humanos:El trmino andino que describe lasrelaciones domsticas es uywaa; vie-ne de la raz uyw- y refiere a ser dueode animales, no en el sentido de domi-narlos sino en una relacin de cuidado,crianza, respeto y amor (Martnez 1976,1989; Castro 1986; van Kessel y Condo-ri Cruz 1992; Dransart 2002); tambinse aplica a las relaciones entre padres ehijos y entre la gente y el cerro en cuan-to dueo y criador de la tierra o la tierracomo duea y criadora. Otros trminosrelacionados refieren a lugares sagra-dos, cultos a los ancestros y a diversosaspectos de la tecnologa productivacomo, por ejemplo, hacer que el aguariegue los sembrados. El mismo tipo derelaciones entre pastores y animales seespera entre aquellos y sus hijos y entre

    el cerro y la gente; incluso el bienestarde la familia (es decir, la proteccin quese espera del cerro) es causa y conse-cuencia del bienestar de sus rebaos ysus nios. Cul es lugar de las vicu-as, como objeto natural sin dueo,en el marco que ofrece la constelacinconceptual de uywaa? () El cerro es

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    el principal dueo de los seres humanosy no humanos. Pero as como una per-sona es duea de sus llamas y el cerro

    es dueo de su gente las vicuas son elrebao del cerro. El cerro (o, igualmen-te, la tierra) es considerado un agentecon el cual se espera que los humanosnegocien su produccin y reproduccin(uywaa) () La diferencia entre ambasrelaciones reside en la agencia de apro-piacin de la tierra, o propiedad/crian-za, que es, respectivamente, la familia yla gente o el conjunto de familias. Estadiferencia no es de oposicin mutua sinode niveles anidados ya que todos los ha-

    bitantes de la aldea son criaturas delmismo dueo (Haber 2006b: 97).

    Segn lo dicho en Antofalla, las prc-ticas socioculturales mencionadas remi-ten a una conciencia de la naturaleza queno es atittica a la sociedad o relacionessociales contruidas en relacin y con losseres de la naturaleza. Estos ltimos sonobjetivados como sujetos con los cualeshay que entablar relaciones de amor ycario, tal y como se hace con un hijoo familiar cercano, puesto que estos noson parte de un mundo distinto y sepa-rado del grupo social humano. Las ca-tegoras collas-atacameas en este casooperan como cdigos analgicos antesque como oposiciones binarias7.

    La casa de Tebenquiche Chico 1 (TC1)

    El estudio realizado en la casa TC1 enel yacimiento arqueolgico de la quebra-da de Tebenquiche Chico, en la misma

    cuenca de Antofalla, proporcion varia-da informacin respecto a las prcticasde combustin, prcticas seleccin de

    7 Similares interpretaciones, aunque convariaciones sustanciales, han sido mani-

    san sobre sociedades tradicionales de otrasgeografas, tal es el caso de Hviding 2001 y

    Descola 2001, 2005, entre otros.

    combustibles vegetales de la propia que-brada, y sobre las prcticas de limpieza yvaciado de las estructuras de combustin

    dentro y fuera de la casa, entre otros.Todo esto en las dos habitaciones de lacasa y durante sus diferentes pocas deocupacin, desde comienzos del primermilenio de la era hasta el siglo XVII.

    No obstante, fue la recurrente ex-cavacin de pozos en los pisos de lashabitaciones de TC1 lo que proporcionindicios acerca de los significados impli-cados en la quema de plantas en ciertoscontextos arqueolgicos que formaronparte activa del entramado de prcticas

    desarrolladas en el mbito domstico(Figura 2).

    Especialmente cuando la informacinetnogrfica de los usos y significados delas plantas locales me proporcionaba un

    marco de interpretacin que involucraprcticas de recoleccin selectivas, algu-nas vinculadas a significados religiososestrechamente relacionados a la repro-duccin fsica y social de las unidadesdomsticas (Jofr 2004, 2007).

    Todo indica que la reproduccin deesta prctica domstica -la de excavar

    Figura 2: Dibujo en planta de las reas ex-cavadas del recinto habitacional del com-puesto domstico TC1, formado por lashabitaciones A1 y A2, un pasillo de comuni-cacin entre ambas habitaciones y un patiode entrada a la habitacin A1 (en el extremosudeste). (Figura tomada de DAmore 2002).

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    pozos dentro de las habitaciones-, a lolargo de todo el 1er. perodo de ocupacinde la casa estaba vinculada al manteni-

    miento de la misma y a la contencin debrasas para calefaccionar los ambientesinternos, para cocinar e, inclusive, parasahumar la casa durante la realizacin deeventos rituales (Figura 3).

    Tal como lo sugiere un contexto ri-tual asociado a la construccin de lavivienda de TC1. El mismo fue halladobajo los muros de fundacin de la casa yestaba compuesto por un pozo excava-do conteniendo restos de combustiones

    de Parastrephia sp. (chachacoa) (Jo-fr 2004, 2007), depsitos de cermicay un neonato humano prematuro (Haber2006a) (Figura 4).

    Respecto a esto, Haber ha sugerido lasiguiente interpretacin: Todo esto noslo refuerza la idea de la importancia

    Figura 3: Dibujo en planta pozos excavadosen el piso de ocupacin [19] de la casa TC1.El pozo [36] contiene el relleno [19h] inter-

    pretado como combustin in situ. Los demspozos contienen rellenos interpretados comorestos de prcticas de vaciado y limpieza decombustiones dentro de la habitacin (Figu-

    ra tomada de DAmore 2002).

    del ritual colectivo, sino la importanciade la casa en la definicin de las unida-des sociales de apropiacin de los recur-

    sos productivos (Haber 2006b: 101).

    Figura 4: Parastrephia quadrangularis(Meyen), Cabrera. tr. 100x. Familia Compo-sitae. Nombre vernacular: chacha, cha-chakoa. Muestra de Herbario N 65. CorteTransversal: Porosidad difusa. Disposicinsolitarios y en series radiales. Se observaparnquima asociado a vasos. Corte Tan-

    gencial: Sistema radial homogneo. Radiosmultiseriados. Vasos de lumen pequeo, pla-ca de perforacin oblicua. Descripcin yfotografas de la autora (Jofr 2004, 2007).

    Ivana Karina Jofr Luna

    A partir de este caso de estudio ar-queolgico y su relacin con la informa-cin etnogrfica obtenida de las pobla-ciones actuales de la cuenca de Antofalla,

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    es posible interpretar los usos y signifi-cados asociados a la chachacoa. Qui-zs, como un elemento de la naturaleza

    que tambin media en las relaciones dedomesticidad, es decir en la estructura-cin mutua de las relaciones sociales so-bre la tierra y las relaciones con la tierra(Haber 2006b: 97). Un elemento princi-pal en la actualizacin de las tradicionesen el contexto de la prctica. As mismoexpresa concepciones no dicotmicas, nifragmentarias, en donde las plantas noforman parte de un mundo natural domi-nado a travs la recoleccin program-tica y estratgica solamente funcional a

    la supervivencia fsica del grupo social,sino que integran un mundo de signifi-caciones ms amplias y complejas en elcampo de la estructuracin social de lassociedades atacameas del presente ydel pasado.

    A modo de reflexiones finales

    El establecimiento de los lmites disci-plinares como forma de ordenacin delconocimiento es un problema histricoy cultural (Morin 1995)8, de esta manera

    8 En la escuela hemos aprendido a pensarseparado. Aprendimos a separar lasmaterias: la historia, la geografa, la

    fsica, etc. Muy bien! Pero si miramosmejor, vemos que la qumica, en un nivel

    experimental, est en el campo de lamicrofsica. Y sabemos que la historia

    siempre ocurre en un territorio, en unageografa. Y tambin sabemos que lageografa es toda una historia csmica a

    travs del paisaje, a travs de las montaas

    y llanuras Est bien distinguir estasmaterias pero no hay que establecerseparaciones absolutas. Aprendimos muy

    bien a separar. Apartamos un objeto de suentorno, aislamos un objeto con respectoal observador que lo observa. Nuestro

    pensamiento es disyuntivo y, adems,reductor: buscamos la explicacin de un

    todo a travs de la constitucin de sus

    puede decirse que la delimitacin de loscampos disciplinares y subdisciplinarespersigue solamente fines pragmticos.

    Esto es as porque la investigacin cien-tfica se organiza alrededor de objetosconstruidos que no tienen relacin algu-na con las unidades delimitadas por lapercepcin ingenua. Este conflicto delmites entre ciencias vecinas es propiode una epistemologa positivista que seimagina la divisin cientfica del traba-jo como divisin real de lo real(Bou-rdieu, Chamboredon y Passeron 2002:52)

    En razn de lo expuesto sostengo que

    la creciente complejizacin del conoci-miento arqueolgico, manifestada enproliferacin de subcampos de estudioo subdisciplinas, es congruente con lacomplejizacin de los campos de inte-raccin social en los que la arqueologase inscribe actualmente. All las pregun-tas ya no son las mismas y se han diversi-ficado enormemente a partir de la propiadiversificacin de los procesos de inte-raccin, mestizaje y de interdependenciaque actan en las sociedades complejas(Maffesoli 1995). Esto no implica el in-volucramiento de algn sentido de evo-lucin lineal de complejidad en las so-ciedades, me refiero a un cambio en lasinteracciones sociales locales y globalesque constituyen nuestras propias sub-jetividades a partir de las cuales com-prendemos y percibimos el mundo demanera diferente que hace 20 o 50 aosatrs. Dichos cambios suponen transfor-

    partes. Queremos eliminar el problema

    de la complejidad. Este es un obstculoprofundo, pues obedece al arraigamiento deuna forma de pensamiento que se impone

    en nuestra mente desde la infancia, que sedesarrolla en la escuela, en la universidad

    y se incrusta en la especializacin; y elmundo de los expertos y de los especialistas

    maneja cada vez ms nuestras sociedades(Morin 1995: 423-424).

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    maciones de las propias reflexividadestericas involucradas en la produccinde conocimiento cientfico, es decir, no

    se trata de una complejizacin externa anosotros, si no que nos incluye y contie-ne tambin como sujetos complejos. Deah que nuestras preguntas por el pasadodeberan tambin permitirse pensar so-ciedades complejas, con sujetos comple-jos en realidades que involucraron inte-racciones sociales complejas. Esta serauna forma de poder reconocer de maneraexplcita que nuestro conocimiento delpasado se constituye a partir de nuestraspropias experiencias en el mundo, para

    dejar as de reproducir los estereotiposdel pensamiento simplificante.

    En relacin a esto, en este trabajohe intentado plantear dos cuestiones, laprimera, que la necesidad del estableci-miento de los lmites entre la arqueobo-tnica, la paleoetnobotnica y paleobo-tnica y/o arque-etnobotnica es funcio-nal a una creciente diferenciacin pro-fesional acorde con un campo de com-petencia del aparato cientfico-tcnico.Y la segunda cuestin, relacionada a laprimera, es que esta delimitacin discur-siva de los subcampos del conocimientoarqueolgico es una batalla librada en elcampo de la razn orientada a fines (orazn instrumental o funcional), y quepor eso tiene poco que ver con el cono-cimiento como tal, porque alude princi-palmente al modo en cmo se utiliza elconocimiento, su dominacin (Haber-mas 1986).

    Ahora bien, el caso de estudio pro-

    porcionado pone de manifiesto la com-plejidad de las lgicas de reproduccinde los grupos sociales collas-atacame-os. Las mismas integran a los animalesy a las plantas en una metfora socialinscripta en la tradicin y actualizada(significada) en tiempo y espacio por laprctica social. Esta metfora copa to-

    dos los espacios de las experiencias delos sujetos y grupos sociales puneos, atravs de las cuales se perciben y cons-

    truyen las heterogneas redes de interac-cin social. A partir de esto remarco lamanifestacin de un mundo social queno distingue esferas opuestas o separa-das. No existe una limpia separacin uoposicin entre los dominios cultural ynatural, existen relaciones anidadasde inclusin mutua de las diversas re-laciones (Haber 2006b: 97). No existe,por ejemplo, un significado econmicoindependiente u opuesto de un significa-do religioso, por el contrario, existe una

    complejidad estructural que opera demanera recursiva en la construccin dela sociedad y la cultura a travs de la ex-periencia individual y colectiva con losobjetos y elementos del habitat. De estoltimo se desprende otro punto a sealar,este alude a la importancia de la prcticasocial en la construccin de los marcosde tradicin, los cuales no pueden sernunca soportes rgidos en donde se llevaa cabo la accin de individuos progra-mados para actuar mecnicamente. Elcambio est implcito en la propia repro-duccin, lo que significa la implicacinde una prctica social rutinaria, peronunca repetitiva (Giddens 1984, 1987).

    A partir de este caso es posible re-flexionar acerca del modelo de cienciaque opera en nuestras propias metodolo-gas e interpretaciones diseccionadorasde las realidades de las cuales pretende-mos dar cuenta. Este modelo de cienciaprivilegia a la racionalidad instrumental

    como nico sistema de conocimiento po-sible y lgitimo para explicar el mundo.De ah que la transformacin de los/asarquelogos/as especialistas en estudiosarqueobotnicos, por ejemplo, postulela necesidad de especializar su cono-cimiento para igualarlo a la produccintcnica de un discurso cientfico abstra-

    Ivana Karina Jofr Luna

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    do de las problemticas socioculturalesdel pasado-presente que se les presentanpara su estudio. Posiblemente la im-

    portancia del conocimiento etnogrficoen la ms reciente produccin de la ar-queologa sudamericana no sea puestaen duda por los colegas, pero lo ciertoes que con cada vez mayor frecuenciaen nuestro pas estamos asistiendo a unaformacin acadmica que nos aleja pro-gresivamente de la mirada etno-grficaintegradora y compleja para acercarnosa investigaciones centradas en la identi-ficacin taxonmica, su cuantificacin yordenacin acorde en los contextos ar-

    queolgicos de recuperacin. Para darcuenta de ello baste con repasar algunosde ttulos de los artculos relacionados altema botnico expuestos en las mesas detrabajo del ltimo XVI Congreso Nacio-nal de Arqueologa Argentina (2007).

    Aceptar que el modelo de ciencia ytcnica que conocemos es consecuentecon un aparato de dominacin de la na-turaleza y la sociedad propio del mun-do occidental moderno es encauzar lacritica reflexiva hacia las formas queempleamos para pensar el mundo. Estoltimo significa especialmente en laArqueologa Sudamericana- una res-ponsabilidad por sobre la produccinde significados sociales y culturales conuna potencial fuerza de ruptura con unavisin colonialista del mundo.

    Finalmente, otro punto importarteque deseo destacar en este trabajo es laimportancia de las plantas en la simbo-loga asociada a la reproduccin de los

    grupos campesinos de la regin. Esto re-sulta especialmente importante de desta-car para un rea en la que ha predomina-do por largo tiempo el supuesto preteri-co de la Puna de Atacama como catego-ra geogrfica (Haber 2006a, 2000, Jofr2004, 2007), lo cual ha acarreado, entreotras cosas, investigaciones arqueolgi-

    cas mayormente preocupadas por unaeconoma eminentemente ganadera, endetrimento de otro tipo de recursos, ta-

    les como los vegetales, consideradosde bajo impacto en la reproduccin delos grupos sociales de los oasis pune-os (Haber 2006b). En consecuencialas escasas investigaciones realizadasen la regin sobre la recoleccin y usode vegetales, mayormente enfocadas encontextos arqueolgicos de cazadoresrecolectores tempranos, han producidointerpretaciones de sujetos afectados porlas inclemencias del habitatecolgico ymotivados por racionalidades econmi-

    cas que muchas veces son incongruentesdentro de los propios marcos interpreta-tivos planteados, tal como lo ha seala-do Ingold (2001) en su anlisis de estetipo de narraciones arqueolgicas. Estasinterpretaciones ejemplifican el tipo deconocimiento de las sociedades del pa-sado imperante en nuestra arqueologalocal, el cual opera a partir de la dife-rencia ontolgica entre sociedad y natu-raleza, entre cultura y biologa, etc., enconcordancia con un pensamiento sim-plificante que se distancia, secciona yreduce la realidad para poder compren-derla e interpretarla.

    Como alternativa, algunos autorestales como Morin han propuesto el cam-bio hacia una epistemologa de la com-plejidad. Ello implica el abandono denuestras seguridades cartesianas, paraenfrentar, de este modo, las dificultadesque se nos plantean en la prctica denuestra teora y en la teora de nuestra

    prctica. Como se ha explicitado aqu, laseparacin discursiva de las disciplinases un instrumento de poder erigido en elmismo corazn de la razn instrumentalpara recortar la realidad y forzarla den-tro un modelo establecido a priori sintomar en cuenta la vida en su comple-jidad, la vida polismica y plural que

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    no se acomoda, o apenas lo hace, a lasideas generales y otras abstraccionesde contornos mal definidos (Maffesoli

    1995: 35). Tal como sostiene Morin, lacaracterstica esencial del pensamientoracional occidental es su ineptitud paraintegrar la idea de lo complejo. Con lapalabra complejo no estamos dando unaexplicacin, sino que sealamos una di-ficultad para explicarlo. Designamosalgo que, no pudiendo realmente expli-car, vamos a llamar complejo (Morin1995: 421). La complejidad como tal seresiste a ser comprendida por un pen-samiento simple, reduccionista y frag-

    mentario; se presenta por ello como suantinomia, como su rival. Por que, justa-mente, la complejidad alude a un pensa-miento en el cual estar presente siemprela dificultad, es decir, es intrnsecamenteindisciplinado.

    Agradecimientos:

    Deseo expresar mi inmensa gratitudcon los pobladores de Antofalla, espe-

    cialmente quiero retribuir a Sara por laslargas charlas y cario manifestado. Suamistad me hizo crecer profesionalmen-

    te y encaminarme hacia los intereses deinvestigacin que hoy me ocupan lejosde la Puna Catamarquea y que repre-sentan mis aspiraciones personales msgenuinas. Un reconocimiento especialmerecen mis compaeros de trabajodurante mi participacin en el grupo deinvestigacin del Laboratorio 2 de la Es-cuela de Arqueologa de la UniversidadNacional de Catamarca. Agradezco asu director el Dr. Alejandro Haber queacompa el proceso de formulacin

    y maduracin de mi investigacin de-venida en tesis de licenciatura, y a miscompaeros de trabajo por aquellas po-cas: Leandro DAmore, Marcos Quesa-da, Gabriela Granizo, Marcos Gastaldi,Claudio Revuelta, Enrique Moreno yGuillermina Espsito. Tambin agradez-co las observaciones y correcciones rea-lizadas por los evaluadores de esta revis-ta en el presente trabajo. Por ltimo, lasinterpretaciones vertidas en este trabajoson de mi entera responsabilidad.

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    ANCESTROS, STATUS Y AGENCIA LOCALEN LAS PRCTICAS FUNERARIAS

    DEL PERODO INTERMEDIO TEMPRANOY EL HORIZONTE MEDIO DEL SITIO

    DE AWINPUKYO (AYACUCHO, PER)

    Juan Bautista LeoniCONICET- Instituto de Arqueologa, Universidad de Buenos Aires/Escuela de Antropologa,

    Universidad Nacional de Rosario

    En este trabajo se aborda la cuestin de la variabilidad formal y temporal en las prcticasmortuorias ayacuchanas al discutirse un caso de estudio especfico, un conjunto de enterra-torios del sitio de awinpukyo, que abarca la parte final del Perodo Intermedio Temprano(ca. 200 a.C.-600 d.C.) y el Horizonte Medio (ca. 600-1000 d.C.). Estos entierros presen-tan similitudes claras con otros sitios contemporneos de la regin pero tambin muestranespecificidades que los diferencian, con variantes no conocidas hasta el momento en otrossitios. Estas caractersticas especficas incluyen un nfasis creciente en la individualidad delas personas fallecidas, una ausencia significativa de evidencia de reapertura frecuente delas tumbas y un foco claro en torno a una peculiar estructura funeraria superficial. Si bienlos anlisis de la funebria ayacuchana existentes suelen enfatizar las diferencias de statuscomo elemento principal para interpretar la variabilidad formal existente, se argumentaaqu que los entierros de awinpukyo documentaran un proceso diacrnico en el que laagencia de los habitantes del sitio sera fundamental para dar cuenta de las instancias derecombinacin y resignificacin de las formas y prcticas funerarias existentes, reflejando

    tal vez maneras locales de construir identidades y subjetividades.

    This paper addresses the issue of formal and temporal variability in Ayacucho mortuarypractices by discussing a specific local case study, an assemblage of burials from the siteof awinpukyo that spans the late part of the Early Intermediate Period and the MiddleHorizon. This set of burials presents similarities with contemporary sites in Ayacucho butalso peculiarities that set it apart from them. These peculiarities include an emphasis on theindividuality of the deceased, a notorious absence of periodical grave reopening, and a clearfocus around a peculiar above-ground funerary structure. While existing studies of Ayacuchofunerary practices commonly resort to status differences as the main way to interpretvariability in mortuary treatment, it is argued here that the awinpukyo burials discussedwould document a diachronic process in which the agency of the site inhabitants would be

    key to account for the instances of rearrangement of existing burial forms and funerarypractices, perhaps reflecting local ways of constructing social and individual identities andsubjectivities.

    Palabras clave: prcticas funerarias, Ayacucho, agencia, ancestros, Perodo IntermedioTemprano, Horizonte Medio / Palabras clave: prticas funerarias, Ayacucho, agncia, an-cestros, Perodo Intermedio Temprano, Horizonte MedioKeywords: funerary practices, Ayacucho, agency, ancestors, Early Intermediate Period,Middle Horizon.

    ARQUEOLOGA SURAMERICANA / ARQUEOLOGA SUL-AMERICANA 6, (1,2) Enero/Janeiro 2013

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    Introduccin

    Importantes cambios socioculturales se

    produjeron en el valle de Ayacucho ha-cia finales del Perodo Intermedio Tem-prano (PITemp) (ca. 200 a.C.-600 d.C.)y durante el Horizonte Medio (HM)(ca. 600-1000 d.C.),1 con el desarrollo

    1 Perodo Intermedio Temprano y Horizon-te Medio son dos de las principales unida-des cronolgicas del gran esquema de cro-nologa relativa de John Rowe (1960) paralos Andes Centrales. La cronologa espec-fica para el PITemp final y el HM fue ela-

    borada por Dorothy Menzel (1964, 1968).A pesar de su uso extendido por los arque-logos andinos, pueden encontrarse en la li-teratura discrepancias significativas acercade las fechas absolutas de inicio y final decada perodo, as como de las pocas y fa-ses en que stos se subdividen. Un punto dedesacuerdo importante se relaciona con elcomienzo del HM, que segn Menzel estdado por el arribo de influencias estilsti-cas Wari al valle de Ica. La escasez fecha-dos radiocarbnicos le impidi a Menzel(1964) asignar ms que fechas tentativas en

    su estudio fundacional de la cermica delHM, y estim que ste se extendi entre el800 y 1100 d.C. (Menzel 1964:3 y Plate I).En trabajos posteriores estas fechas fueronajustadas, con un inicio hacia 550/600 d.C.,y un final hacia 900/1000 d.C. (e.g. Menzel1977: Chronological Table; Rowe y Men-zel 1967: Chronological Table), y estas sonlas fechas que muchos autores siguen enla actualidad (e.g. Isbell 2000, 2004, interalia; Isbell y Cook 2002; Isbell y Schreiber1978; Tung y Cook 2006). Por otro lado,otros investigadores sitan los comienzosdel HM hacia 700/750 d.C., basados so-

    bre todo en fechados radiocarbnicos dela regin de Nasca (e.g. Carmichael 1994;Schreiber y Lancho 2003: Table 1.1). A losfines de este trabajo, considero los iniciosdel HM hacia 600 d.C., coincidiendo ma-yormente con el presunto surgimiento delestado Wari en Ayacucho

    de la compleja sociedad Wari2 sobre labase del sustrato local de la cultura Hua-rpa precedente. Las prcticas funerarias

    mostraron cambios acordes, con unaproliferacin marcada de variedadesformales de entierros cuyos significadose implicancias sociales slo se compren-den parcialmente en la actualidad. Sibien los anlisis sistemticos y especfi-cos de la funebria ayacuchana se hayanrecin en sus comienzos, la mayor partede los trabajos disponibles hasta el mo-mento han enfocado la interpretacin dela notoria variabilidad presente en losenterramientos Wari fundamentalmente

    en torno a la expresin de diferencias destatus, prestigio y poder poltico de losfallecidos y los grupos sociales a los quepertenecan. Si bien parece claro que lasdiferencias de status efectivamente in-fluyeron en las expresiones mortuoriasde los grupos ayacuchanos del PITempy el HM, y que parte de las diferenciasen forma, magnitud, elaboracin y con-tenido de las tumbas puede obedecer alas diferencias de rango y status de losfallecidos, tambin parece claro que es-tas ltimas tampoco alcanzan a explicarpor s mismas todo el rango de variabi-lidad presente en las prcticas funerariasdel valle en esos tiempos.

    En este trabajo se aborda laproblemtica de la variabilidad y loscambios ocurridos en las prcticas mor-tuorias ayacuchanas, a travs de la dis-cusin de un caso de estudio local espe-cfico, una secuencia de en terramien-tos que se extiende desde la parte final

    del PITemp hasta bien entrado el HMidentificada en el sitio de awinpukyo.Este caso comparte aspectos formalessimilares con otros sitios conocidos pero

    2 En este trabajo sigo la propuesta de Isbell(2001a), de emplear el trmino Huari

    para el sitio arqueolgico y Wari para lacultura y estilo artstico generales.

    Arqueologa Suramericana / Arqueologa Sul-Americana 6, (1,2), 29-56; 2013

  • 8/12/2019 Arqueologa Suramericana 6(1-2) 2013

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    tambin presenta especificidades que lodiferencian.

    Si bien se toma en cuenta la posible

    expresin de aspectos de status y presti-gio en las formas funerarias, la interpre-tacin se realiza mayormente en trmi-nos de prctica y agencia, describiendo elcaso de estudio a travs de una narrativaque enfatiza la conformacin de una ge-nealoga material y el nfasis en formasde subjetividad que contrastan con la delos principales sitios Wari contempor-neos, tal vez como forma de afirmacinde una identidad local frente a la crecien-te centralizacin y hegemona presumi-

    blemente impuestas por el estado Waridurante el HM.

    Agencia como herramienta interpre-tativa en arqueologa

    La aplicacin de los conceptos de agen-cia y prctica en la interpretacin de ca-sos arqueolgicos ha ganado una granrelevancia en los ltimos aos, aunquesu uso no es siempre inequvoco y nisiquiera existe un consenso general-izado entre quienes lo emplean acercade su significado, alcance e implican-cias tericos y metodolgicas (Dobres yRobb 2000:3; Dornan 2002:304; Hodder2007:32; Pauketat 2001:79). Ms alldel intento de rescatar la importancia dela accin humana, individual y colec-tiva, tanto en la reproduccin como enel cambio de las estructuras sociales ycondiciones de existencia en las cualesse desarrolla la vida de las personas, y de

    su inspiracin originaria en los desarro-llos tericos de autores como Bourdieu(1977), Giddens (1979, 1984) y Ortner(1984), entre otros, el uso que se ha dadoa estas categoras en arqueologa difieregrandemente en las maneras en que selas define y aplica a los casos especfi-cos. As, se pueden encontrar desacuer-

    dos e incluso contradicciones en torno acuestiones como el grado de constrei-miento estructural que se atribuye a los

    sujetos o agentes, la importancia de lamotivacin e intencionalidad en la ac-cin humana frente a quienes enfatizanlos aspectos no discursivos y las conse-cuencias no previstas de la accin, la es-cala de anlisis apropiada para el anlisisde la agencia (individual o grupal), entreotros puntos significativos (ver Dobres yRobb 2000; Dornan 2002; Hodder 2007;Joyce y Lopiparo 2005).

    En mayor o menor medida, la apli-cacin de la agencia a la interpre-tacin

    de casos arqueolgicos halla su inspi-racin en las teoras de la prctica deBourdieu