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Programa de Orientación Familiar Abuelos Activos

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Programa de Orientación Familiar

Abuelos Activos

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Carta introductoria Página: 1 de 1

Curso de Orientación Familiar

“Abuelos Activos”

Apreciados participantes de este Curso de Orientación Familiar:

Nos satisface haceros llegar el material que iréis utilizando en las diferentes sesiones de este curso. En

esta carpeta encontraréis unos casos prácticos de situaciones familiares que tendréis que estudiar y

debatir y unas notas técnicas que os servirán para profundizar en temas educativos y en otros

aspectos de la vida familiar.

Para que el curso os ayude realmente a mejorar vuestra tarea como abuelos, es fundamental que

preparéis bien estos Casos. Se comienza con la lectura individual seguida de un contraste

matrimonial. Esto puede suponeros entre 20 y 30 minutos.

En la sesión inaugural os propondremos un plan de trabajo que exige mantener unas reuniones de

equipo. Estas consisten en mantener un intercambio de opiniones, en grupos de cuatro o cinco

matrimonios, para discutir los casos y los temas que se sugieren.

Es conveniente que dicha reunión se realice unos días antes de la sesión general, y, a ser posible, de

forma rotativa, en las casas de los integrantes del grupo. Se cuidará especialmente que no duren más

de 60 minutos.

La riqueza de ese trabajo de equipo se justifica y se apoya en que cada uno de los participantes

comente desde su perspectiva: que escuche, piense, sepa decir, se sensibilice, discuta, plantee,

pregunte, sugiera y, sobre todo, elabore y aprenda. Se trata de una magnífica oportunidad para

contrastar nuestros criterios.

La reunión de equipo no suple el estudio individual o matrimonial y no pretende consensuar

respuestas colectivas ni hacer declaraciones corporativas para las sesiones generales. En las reuniones

de equipo no se resuelve el caso.

En la sesión general se reunirán todos los equipos, lo que enriquece considerablemente la discusión.

Esta sesión estará dirigida por un moderador, que ayudará a los participantes a resolver el caso

encontrando posibles soluciones, y culminará brevemente con unas conclusiones, en las que se darán

unos criterios básicos sobre el tema de la sesión.

Para el buen funcionamiento del Curso, los moderadores/as de las sesiones generales empezarán

puntualmente, siguiendo el temario indicado en el plan general e intentando no sobrepasar los 90

minutos de duración.

Recibid nuestro más cordial saludo.

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Índice Página: 1 de 1

Programa de Orientación Familiar: Abuelos Activos

SESIÓN TEMA TÍTULO DEL DOCUMENTO

01 La familia en sentido amplio y

los abuelos

Caso Al estrenarse como abuelos

Nota Algunas características de los abuelos

02 Los abuelos y los vínculos

intergeneracionales

Caso Las bodas de oro de los abuelos

Nota El árbol genealógico y el bosque de la sociedad

03 La plenitud del matrimonio

Caso Joaquín y Carlota

Nota Situaciones matrimoniales de los abuelos

04 Los abuelos ante los conflictos

matrimoniales de los hijos

Caso

Todo empezó hace nueve años

Un doble disgusto

Nota El matrimonio de los hijos

05 La relación de los abuelos con

los nietos

Caso Una tarde en el parque

Nota La relación de los abuelos con los nietos

06 Transmisión de la dimensión

trascendente del hombre

Caso Los abuelos del año

Nota El quehacer educativo de los abuelos

07 Felicidad y dolor en la familia

Caso A solas con lo que fue

Nota Felicidad y dolor en la familia

08 Los abuelos en la sociedad

Caso La tertulia

Nota Los Abuelos en la Sociedad

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© IFFD 2013 Primeras Decisiones Sesión Introducción Caso Página: 1 de 3

Al estrenarse como abuelos

—Quería deciros que Marisa y yo lo hemos estado hablando y que tenemos idea de casarnos para

mayo.

Así se había manifestado Julio ante sus padres, a quienes previamente, durante la cena, les había

pedido hablarles un rato a solas, porque tenía que decirles algo. Por unos momentos, los padres se

quedaron callados, en un silencio entre sorprendido y disconforme.

—¿Para mayo?, ¿dentro de tres meses?— La pregunta vino de Paula, la madre.

Y siguió la charla. El padre, Ángel, preguntó a Julio si lo había pensado bien. Julio, con su habitual

modo de expresarse, siempre conciso y sin adornos, apuntó las dos o tres ideas clave. Marisa y él se

querían y querían casarse. Con lo que aportara Marisa, ayudada por su familia, y con los pequeños

ahorros de él, habían visto que podían hacerlo. Se buscarían un pequeño piso y lo dotarían de lo

indispensable. Añadió Julio que, sabiendo el momento por el que atravesaba la economía de la casa,

ellos, los padres, no tenían que preocuparse de nada.

La situación se fue poniendo tensa. Porque tanto Paula como Ángel, primero con preguntas más bien

escépticas, a la contra, y luego con objeciones concretas, expresaron su desacuerdo con el proyecto.

Que si Julio era muy joven (andaba próximo a cumplir los 22); que conocía poco a Marisa y a su

familia, que si había pensado Julio en lo poco que ganaba (después de colgar los estudios, trabajaba

ahora en un taller mecánico y, a la vez, en régimen nocturno, acudía a un cursillo de formación

profesional). En fin: que todo fueron reparos.

Julio los fue desmontando uno a uno, serenamente. Desde recordarles lo jóvenes que ellos mismos

eran cuando se casaron, pasando por sus proyectos de cambiar de trabajo cuando pudieran para

ganar más, hasta desembocar en un contundente «nos queremos, y queremos casarnos», Julio dio

todas las respuestas y el proyecto de boda quedó en pie.

La escena no terminó en disgusto fuerte porque Paula, con su toque femenino, atemperó un tanto las

durezas de expresión del padre: y porque Julio era de carácter sereno y buen «encajador».

Llegó mayo y se celebró la boda en Santander, donde vivían los padres de Marisa. Estos habían

invitado a la familia de Julio. Y todo discurrió bien. Los padres de Marisa, personas sinceras y

cordiales, contribuyeron a ello con su buen hacer y su saber estar.

En la vida familiar de Paula (44 años) y de Ángel (46 años) rara vez se produjeron grandes

acontecimientos. Se casaron a los 20 y 22 años, respectivamente. Estaban muy enamorados, y nada

ocurrió desde entonces que pudiera enturbiar aquel sentimiento. Alguna vez recuerda Paula que sus

suegros; en mejor posición económica, no acababan de estar contentos con la elección de su hijo.

Pero el tiempo ayuda, y las aristas se fueron limando. Al cabo de cuatro años entre los dos hechos,

falleció el padre de Ángel y, luego, la madre.

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© IFFD 2013 Primeras Decisiones Sesión Introducción Caso Página: 2 de 3

Paula era huérfana de padre. Con la madre, hoy abuela, Ángel no tuvo problemas. Se trata de una

mujer de carácter fácil, que siempre supo compaginar su independencia de vida (aún trabaja, y tiene

piso propio) con su estar presente, colaborando con naturalidad en todos los quehaceres de la casa de

Paula y Ángel.

Ángel trabajó de siempre como vendedor cualificado en un negocio de confecciones al por mayor. Le

tocaba hacer algún que otro viaje, pero su trabajo era más bien sedentario. Y en lo económico, como

él mismo decía, se defendía. Paula era modista cuando se conocieron y, poco antes del nacimiento de

Julio, dejó su trabajo, de mutuo acuerdo con Ángel, para atender mejor a la casa y porque a ella le

gustaba la vida de hogar.

Los dos coincidieron siempre en el gusto por salir y relacionarse con sus amigos. Entre estos,

ocupaban —y ocupan— un lugar preferente Antonio, el hermano de Ángel, y Estela, su mujer. Y eran

frecuentes las salidas al cine, o a cenar «por ahí». Y no tenían problemas con los hijos, porque Julio y

Emilio se quedaban al cuidado de la abuela.

Pudiera decirse que su primer problema como padres les llegó con Julio, cuando a los dieciocho años

decidió inesperadamente dejar sus estudios diciendo que quería ponerse a trabajar. Ángel y Paula

hicieron lo indecible por persuadirlo de que siguiera estudiando, pero no sirvió de nada. Julio anduvo

en dos o tres empleos de oficina, sin carácter fijo, hasta que encontró el trabajo de ayudante de

mecánico, en el que aún continúa.

El otro hijo, Emilio, nunca les ha causado dificultades. A sus 16 años no es que le tenga mucha afición

al estudio, pero cumple, y es buen chico en todo lo demás.

Seis meses antes de la boda de Julio, el negocio en que trabajaba Ángel cerró. Ángel fue

indemnizado, no muy largamente, y resolvió montar un negocio propio, también de confecciones, en

asociación con un amigo especialista. De ahí que la situación económica hasta que no prosperase el

proyecto del negocio no fuera a ser muy brillante para la boda de Julio.

Al año y medio después de la boda, Julio llamó a casa de los padres para decirles que ya eran

abuelos. A los cuatro meses de casados, Julio y Marisa se habían ido a vivir a Santander, donde el

padre de Marisa había encontrado un empleo para Julio. Así pues, Julio habló también de que querían

bautizar el recién nacido en las próximas semanas, y de que querían asimismo que Paula y Ángel

fueran los padrinos.

Los escasos meses en que Marisa y Julio —ya casados— vivieron en Gerona, habían transcurrido sin

pena ni gloria en cuanto a la relación con sus padres. Alguna vez iban a comer con ellos, de vez en

cuando recibían algún regalo y... poco más. Sin que Marisa tuviera quejas, sin mayores problemas, el

hecho es que no «se sentía» admitida del todo dentro de la familia de Julio. Más intimidad llegó a

tener —y casi un mayor vínculo afectivo— con los tíos de Julio, con Antonio y con Estela. Esta última

se constituyó, por propia iniciativa, en el «ángel tutelar» de Marisa.

Y fueron a Santander los padres de Julio, con el hermano y la abuela. Y conocieron a su nieto —el

primer nieto—, y fueron padrinos de su bautizo. La estancia fue corta. Solo de dos días. Por desgracia,

durante la cena del primer día —después del bautizo— se produjo una discusión un tanto subida de

tono. Algo dijo el padre en tono critico, a lo que Julio contestó con firmeza. Y el diálogo —en el que

intervinieron todos menos la madre de Paula— cobró tintes de dureza, tanto en la forma como en el

contenido.

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© IFFD 2013 Primeras Decisiones Sesión Introducción Caso Página: 3 de 3

Por último, retornó el buen juicio. Se hicieron las paces. Pero quedó en el aire el no grato regusto de

la violencia anterior. Y el nieto, que antes había estado en brazos de Paula, no alcanzó todo el

protagonismo que la situación requería.

Luisito cumplirá pronto los dos años. Este verano, como el anterior, Marisa y Julio pasarán las

vacaciones con él, en Gerona, en un apartamento que los padres de Julio tienen alquilado junto a la

playa.

Paula y Ángel, esta pareja de abuelos jóvenes, son hoy todo lo «abuelos» que se puede ser —y más—

sin que nada en su condición de «jóvenes» haya cambiado. Marisa tiene que actuar de moderadora

para que los abuelos no regalen tantas cosas a Luisito, para que no se gasten tanto. Mucha de la ropa

que lleva el niño ha sido comprada o hecha por la abuela, cuyo buen gusto es acorde con el propio de

Marisa.

Ángel, el abuelo, se ocupa en «descubrir» una y otra vez a los padres lo gracioso y lo inteligente que

es Luisito, y habla ya de los paseos que se dará con él, y de los sitios a donde lo llevará —

restaurantes incluidos— cuando sea mayor.

¡Ni acordarse nadie de aquella historia de cuando el bautizo! Marisa forma ya parte de la familia, con

todos los pronunciamientos favorables. Y estas cosas suelen ser recíprocas: unos y otros se sienten

contentos y felices cuando están juntos.

Ya están hablando de que, para después del verano, les toca a los abuelos ir a Santander, a pasar

unos días en casa de los hijos. Con los hijos y con el nieto, naturalmente. Entre viaje y viaje, hay un

asiduo trato telefónico. En estas llamadas hacen participar a Luisito, quien, cuando le viene en gana,

suelta cuatro balbuceos al oír la voz del abuelo o de la abuela, y estos disfrutan lo indecible. Hay que

dejar constancia de que, desde el primer momento, Julio se ganó todo el afecto de los padres de

Marisa, quienes también están muy volcados con el pequeño. Pero ellos tienen más hijos casados,

más nietos; no son abuelos recién estrenados, ni tan jóvenes como Paula y Ángel.

Paula y Ángel son de esos abuelos que, por lo visto, necesitaban de cierto entrenamiento para ejercer,

pero que hoy «baten todas las marcas». Con el nieto. Con la nuera, de la que hablan como «su hija»,

y a la que sinceramente tratan como tal. Y también —vale la pena consignarlo— en su reencuentro

con Julio, con este hijo que se les casó.

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Sesión Introducción Nota técnica Página: 1 de 1

Algunas características de los abuelos

1. Los abuelos, y más acusadamente los quincuagenarios, están en la plenitud de su vida. Los

primeros signos externos de que ya son mayores —arrugas, canas, vista cansada— no presuponen

ninguna otra decrepitud interna. Pero muchos abuelos activos no lo saben.

2. Una característica casi general de los abuelos, es la de confundir la aparición de una enfermedad

con las señales de la vejez, y empezar a sentirse viejos. Y suelen reaccionar de dos maneras

opuestas, las dos equivocadas: o renunciando prematuramente a cosas de una vida activa y normal,

o, en el otro extremo, dedicándose y aferrándose a cosas impropias de su edad, con la desesperación

de quien toma el último autobús.

3. Pocos abuelos reflexionan sobre la gran oportunidad que tienen en estos años de prepararse para

los años venideros, para cumplir bien su misión de abuelos. Y luego les cuesta más adaptarse, y ser

felices y hacer felices a los demás.

4. Algunos abuelos se aceptan a sí mismos al llegar a esta etapa y aprenden a «conformar con ella

sus gustos», que dijo alguien, y saben seguir gozando de cuanto la vida pone a su alcance. Suelen ser

los que más disfrutan con sus nietos.

5. Otros abuelos experimentan una especie de rechazo a la idea de que ya tienen nietos cuando les

llegan los primeros. No quieren verse como abuelos. Pero esto les dura poco.

6. Muchos abuelos están en plena actividad profesional y social cuando empiezan a serlo. Han de

preocuparse por dejar hueco a los jóvenes, por respetar la nueva situación de los hijos casados. Y no

todos los abuelos saben hacer esto.

7. En muchos casos, es este el momento de ayudar económicamente a los hijos que se emancipan,

sobre todo a los que se casan. Y no todos los abuelos saben que esto no les dará el derecho a ejercer

sobre el hijo ningún dominio, de la clase que sea.

8. En la vida de todos los abuelos entran de golpe unos nuevos personajes, hasta ayer casi

desconocidos: los hijos políticos y los consuegros. Pocos abuelos saben orientarse desde el principio a

un norte fundamental: que nada de lo que hagan en la nueva convivencia pueda ser causa, por

ninguna razón, de escisiones o disgustos en el matrimonio que empieza.

9. Con todos los abuelos se produce un acercamiento más o menos patente de los hijos, cuando éstos

llegan a la paternidad. Es el momento en que los hijos comienzan a ver claro cuánto de bueno

hicieron sus padres con ellos. Es el momento también de que los padres —abuelos activos— sepan ser

felices con lo que reciben, sin ejercer ninguna prepotencia.

10. Al hablar de abuelos, se estaba hablando de abuelos y de abuelas indiferentemente, aunque cabe

admitir que en general las mujeres saben adaptarse mejor que los hombres a su nuevo estado, y ser

abuelas hermosamente vocacionales.

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© IFFD 2013 Abuelos activos Sesión Vínculos intergeneracionales Caso Página: 1 de 2

Las bodas de oro de los abuelos

Dentro de un mes se van a celebrar las bodas de oro de los abuelos Mariano y Eulalia y toda la familia

ha iniciado los preparativos. Para dar más intimidad a la ceremonia, se celebrará en una ermita cerca

de la finca de su hijo Antonio, y la comida la preparará el abuelo Mariano, que es un experto en artes

culinarias, con lo cual se ahorrarán unos euros: en estos tiempos difíciles para toda la familia esto les

venía de perlas, tanto a los viejos como a los jóvenes.

Se calculó que serían unos veinte, todos familia, y algún amigo muy íntimo de los abuelos. Esta era la

teoría matemática, porque, a la hora de la verdad, se sospechaban ausencias de personas muy

queridas que, por diversas razones, habían anunciado que no podrían asistir a la ceremonia.

La abuela Eulalia convocó a sus dos hijos, Juan y Luis, cuyas esposas —María y Paula— hacía años

que no se dirigían la palabra, sin que se sepa a ciencia cierta el porqué de esta distancia entre

cuñadas.

—Supongo que tú, Juan, vendrás con María y los niños —fue el saludo de la abuela—. Y tú, Luis,

no dejarás a Paula en casa este hermoso día… No es una pregunta, ni una orden, es un deseo de

papá y mío. Es un regalo del cielo poder celebrar los cincuenta años de matrimonio, todos sanos, con

nietos listos y buenos. Sí, es un regalo que no se puede desaprovechar ni despreciar. Con que ya lo

sabéis; todos aquí.

El abuelo Mariano prefirió no estar en la reunión, porque perdería los estribos y les diría cuatro

verdades a sus hijos. Pero la abuela sabía que eso no arreglaba nada, y prefirió llevar el mando de la

entrevista. (Se las había arreglado para convencer a su marido con buenas palabras para evitar una

escena).

—Lo de nuestras mujeres no tiene fácil arreglo —se defendió Juan ante su madre—-. Tu sabes,

mamá, que no ha habido forma de reunirnos los dos matrimonios en quince años que llevamos

casados. Quizás tú no has sabido hacerte con tus nueras, especialmente con María, porque creo que

Paula no está tan en contra. ¿No es así, Luis?

—Mira, Juan, no profundicemos en la cosa, que tiene sus raíces en la incompatibilidad histórica

de suegras y nueras— respondió Luis.

—Hombre, muy bonito —dijo Eulalia enfadándose mucho—. Ahora resulta que yo tengo la culpa

de que mis dos nueras no se dirijan la palabra. ¡Qué cosas, Señor, qué cosas!

Eulalia rompió a llorar y la entrevista terminó sin resultados.

Juan y Luis salieron juntos de casa de su madre y se sentaron a tomar un café en un bar de la

esquina.

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© IFFD 2013 Abuelos activos Sesión Vínculos intergeneracionales Caso Página: 2 de 2

Juan miró fijamente a su hermano y le reprochó:

—Tanto tú como yo somos unos blandengues. Si el primer día que nuestras mujeres empezaron

a sembrar cizaña en la familia les hubiésemos leído la cartilla, otro gallo cantaría. Recuerda que papá

nos lo había dicho muchas veces y nunca le hemos hecho caso…

—Sí, es absurdo, pero ya es muy tarde para rectificar —aseguró Luis.

—Nunca es tarde si la dicha es buena, Luis…

Eulalia y Mariano sufrían pensando en la fiesta, ¡que podría ser, además, la reconciliación de las tres

familias! Mariano no lloraba, aunque lo llevaba dentro. Aquella noche no durmieron, pero a la mañana

siguiente Mariano le dijo a Eulalia:

—En vista del fracaso de tu entrevista, he pensado en otra mucho más sensacionalista. A ver qué

te parece: dentro de unos días voy a convocar a una fiesta a la que invitaré solamente a nuestros seis

nietos. ¡Hace tantos años que apenas se ven los primos! Me los llevaré a una granja, les invitaré a

pasteles y a lo que haga falta, les explicaré en qué consiste la fiesta de los abuelos el día de las bodas

de oro y les pediré que me hagan un regalo, un regalo especial…

—Y qué les vas a pedir? —preguntó Eulalia un tanto incrédula.

—Pues les voy a pedir que me traigan… ¡a las dos mamás!

Eulalia abrazó a Mariano y de nuevo empezó a llorar:

—¡Que Dios te oiga, querido marido ochentón!

Faltaba una semana para la fiesta y parecía, parecía, que se iban a arreglar las cosas

definitivamente…

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© IFFD 2013 Abuelos activos Sesión Plenitud del matrimonio Nota técnica Página: 1 de 2

Los abuelos y los vínculos intergeneracionales

Cada familia tiene, en su marco histórico concreto, una triple dimensión cronológica, que hace

converger edades distintas y paradójicamente contemporáneas en quehaceres comunes, en torno a

un eje afectivo, de sangre común, con objetivos similares y destinos complementarios. Y estos

quehaceres compartidos van dirigidos a un fortalecimiento de la institución familiar y a un influjo

favorable en la sociedad en la que la familia cultiva sus valores, forjando unos vínculos

intergeneracionales fuertes, sólidos y perdurables.

Vemos cómo el organismo vivo que es la familia —ya por este hecho es parte de la sociedad— se

revitaliza a sí misma en sus lazos tridimensionales, y se proyecta a la sociedad, mejorándola,

haciéndola más humana y más capaz de llegar a convertirse en una auténtica gran familia.

Describiéndola en clave de semejanza biológica, la familia, el árbol genealógico familiar, forma el gran

bosque de la sociedad, siempre que este árbol esté vivo, brote cada año, renueve sus frutos y oxigene

el ambiente con el milagro de la fotosíntesis. La relación de cada una de las partes del árbol entre sí,

es decir, los perfiles de cada una de las tres generaciones que conviven en la historia de cada familia,

es muy importante, porque la savia circula de la raíz a la copa. Si, según Ortega, yo soy yo y mi

circunstancia, de tiempo, lugar, costumbres, modos de vida, etc., esto hace que lo que hoy se puede

considerar como significativo y determinante de una generación, dentro de veinte años no podrá ser

una referencia válida, salvo los ideales nobles, que nunca cambian.

Los vínculos familiares que enlazan las tres generaciones han de obedecer, para ser válidos y eficaces,

al amor, la generosidad, el servicio, la esperanza en un porvenir mejor. Y la transmisión de valores

hace de estos vínculos unos enlaces fuertes que trascienden el tiempo, llegando a formar parte de

una historia que hunde sus raíces muy atrás y apunta muy adelante.

Curiosamente la sociedad que será configurada por la suma de familias auténticas podrá, a su vez,

influir sobre estas, ofreciendo servicios, perspectivas y mejoras procedentes de otras familias

normalmente constituidas y conscientes de su cometido en la historia contemporánea.

Así, vemos cómo cada generación no es un comportamiento estanco, aislado, autosuficiente; la

sociedad no está formada por grupos de niños, grupos de padres, grupos de abuelos, aislados,

agremiados y sindicados, por comunas de gentes coetáneas. El riesgo de agrupar por edades —

parvularios extra-familiares, residencias geriátricas— hay que compensarlo con una intensidad en el

trato de las tres generaciones, en torno al hogar, renovando constantemente esos vínculos que nunca

deben desaparecer.

La sociedad acabará comprendiendo que hay que tener en cuenta los vínculos de las tres

generaciones a la hora de dirigirse a cada uno de los individuos, que no son islas, sino personas en la

escala familiar de edades.

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Cada generación es un proceso arduo, costoso, perseverante y arriesgado. No basta la edad para

considerarse inmerso en el proceso generacional. Se ha de merecer, hay que trabajárselo, es un largo

camino de esfuerzo, amor y servicio. No por tener ochenta años se es mejor abuelo; ni por tener

quince se es un buen joven. Hay que merecerlo, hacer escuela, atarse a los vínculos familiares:

filiación, fraternidad, abuelitud, paternidad, conyugalidad…

Sintonía de edades armonizadas por el amor, eso es la familia en sentido amplio. Lo que nació del

matrimonio de un hombre y una mujer, abierto a la vida, inicio de una familia nuclear, se fue

ampliando en el tiempo: hijos, matrimonio de los hijos, nietos, colaterales de otras sangres… hasta

llegar a ser tres generaciones unidas por vínculos casi tan fuertes como el matrimonio.

En ese árbol frondoso de las familias no puede faltar la misión de abuelos y abuelas. La tercera

generación tiene algo muy importante que decir a las otras dos más jóvenes, a condición de que se

haya llegado a la ancianidad, a la abuelitud, con la conciencia de amor y servicio fresca y dispuesta a

aprovechar esta recta final dejando una huella indeleble en los nietos.

Sociológica y éticamente, los abuelos no tienen la responsabilidad de la educación y formación de los

nietos, pero no están exentos de una responsabilidad afectiva, de la obligación del buen ejemplo, del

cariño racional.

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Joaquín y Carlota

Después de la comida familiar, a la que extraordinariamente han asistido todos sus hijos y nietos,

Joaquín se ha refugiado en su sillón lápiz en mano y, aislado de todo, se ha enfrascado en el

crucigrama del periódico.

Carlota empieza a recoger todas las cosas: los juguetes con que los niños se han entretenido mientras

los mayores hacían un rato de tertulia, las tazas del café, los platos de la comida...

- Carlota, palabra de cuatro letras que…

- Joaquín, no me interesa, ¿podrías ayudarme con este desorden?, ¿es qué solo…?

- Tú con tal de que yo no pueda descansar un minuto, eres capaz de…

Las reuniones familiares no eran fáciles, ahora que cada uno, después de haber volado del nido, había

iniciado un camino distinto.

Joaquín y Carlota se casaron hace 36 años, para compartir juntos su vida, en las alegrías y las

tristezas, en la salud y en la enfermedad, para siempre, pasara lo que pasara. Han tenido cuatro hijos,

por los que se han desvivido, intentando educarlos en colegios del máximo nivel educativo posible y

que tuvieran un ideario cristiano que se correspondiera con su proyecto de vida, y han vivido con

sobriedad, más por necesidad que por virtud, supliendo con imaginación la carencia de medios

económicos.

De los hijos Alejandro, el mayor, tiene 35 años, y es ingeniero de telecomunicaciones. Trabaja como

directivo en una prestigiosa empresa multinacional que le exige una gran dedicación y viajar

constantemente. Paula, su mujer, es una abogada estricta en “todo”. Hoy no ha asistido a la reunión

familiar porque “necesita descansar”. Tienen dos hijos de 5 y 2 años a los que “adoran”, pero, por

supuesto, “ni uno más”.

Mª José, de 32 años, es decoradora. Tuvo un novio “pintor”, aunque jamás lograron ver ninguna obra

suya. Después de tres años de tensiones por el constante chantaje emocional a que la sometía, tras

un largo viaje por África, lo dejaron. ¡Gracias a Dios! Ahora vive en su propio apartamento y “flirtea”

con un médico divorciado.

Enrique, de 29, es abogado como Joaquín, trabajan juntos en el mismo bufete. Es serio y apuesto,

brillante y generoso. “¡Si lo vieras en los juzgados con su toga!” le dice a menudo Joaquín a Carlota.

Está soltero, no se le ha conocido ninguna novia.

Rosa, de 26, sigue siendo la pequeña de la casa, es alegre, desenfadada, deportista, desordenada…

Siempre tiene una palabra de cariño para Joaquín, quien habitualmente cede ante todas sus

sugerencias y peticiones. Ha empezado a trabajar en otra ciudad, donde es ejecutiva financiera de

una multinacional. Cuando puede escaparse, es el motivo perfecto para reunir a toda la familia. Ha

tenido algún novio, pero nada serio.

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© IFFD 2013 Abuelos activos Sesión Plenitud del matrimonio Caso Página: 2 de 2

Joaquín ha tenido que trabajar duro y muchas horas para sacar adelante a la familia, no sólo

económicamente —difícilmente lograban llegar a final de mes— sino también para ocuparse de los

otros aspectos formativos.

Carlota siempre había trabajado media jornada para poder atender a la familia. Se había volcado en la

atención a los hijos: la ropa, la comida, la limpieza de la casa, las reuniones del colegio, las entrevistas

con los tutores, controlar con quién salían, las conversaciones telefónicas… Para ella Joaquín siempre

había quedado “para después”, y “después”, con el cansancio de la jornada, nunca llegaba.

Carlota está triste y descorazonada, otra vez solos: Joaquín en su sillón con su crucigrama y ella

recogiendo la casa, como siempre, sola con sus pensamientos: le preocupa el matrimonio de

Alejandro, el plan de vida de Mª José, pero sobretodo la entristece que cada vez que ha intentado

hablar con Joaquín acaban discutiendo, aunque los dos estén de acuerdo en los planteamientos.

- Palabra de cuatro letras que… —vuelve a insistir Joaquín.

- ¿Por qué no ha venido Paula?

- Estaba cansada, ya lo has oído. No le des una importancia que no tiene.

- ¿Por qué no ha acompañado a su marido y….?

- Carlota, ya está bien, no busques complicaciones donde no las hay.

Carlota ha acabado de recoger las cosas y, sentándose frente a su esposo, que continúa con su

crucigrama, insiste:

- Joaquín, ¿qué te ha parecido la reunión de hoy?

- Bien, cada uno ha contado sus proyectos. Bien. ¿Qué te preocupa?

- No lo sé, me preocupa el planteamiento de familia de Alejandro y Paula, las constantes ausencias

de casa de él, el enfoque de la vida tan profesional de ella. Y de Mª José, ¿qué me dices de su

nuevo amigo?

- Sí, no son las mejores situaciones, debemos rezar y hablar con ellos.

Se hace el silencio durante un rato. Joaquín ha vuelto con su crucigrama y Carlota ha tomado otra

parte del periódico, aunque ajena a la lectura. De pronto dice:

- Joaquín, ¿por qué no te interesa nada de lo que me preocupa?

- Claro que me interesa, mujer. Tú eres lo más importante para mí.

- Pues yo tengo la sensación de que somos dos extraños que convivimos juntos, de… de…

Carlota rompe a llorar, Joaquín se siente perdido: ¡hace tanto que no se han cogido de la mano y no

se han hablado mirándose a los ojos!...

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Situaciones matrimoniales de abuelos

...y llega el día en que el matrimonio de abuelos ve salir del hogar al último de los hijos que aun

convivía con ellos. Tienen otros hijos o hijas casados; de estos les llegaron los nietos, confiriéndoles

así el bello título de abuelos. Pero aun quedaba en casa un hijo o una hija, que ahora también se va.

"Al fin solos", se dirán entre sonrisas, jugando con el recuerdo de la primera vez en que, jóvenes y

recién casados, se vieron en situación de saborear anticipadamente un mundo de esperanzas sin

límites, de horizontes de felicidad, cuyo pórtico franqueaban con aquella frase. Ahora, las cosas son

diferentes. Media toda una vida una vida: ¡tantas, tantas cosas! Desde aquella primera vez hasta este

presente, ellos son ya mayores —nada menos que dos abuelos—, y, si el "al fin solos" fue entonces

como el abrirse a una aventura que se perfilaba maravillosa, ahora no pueden evitar la sensación

triste de página vuelta, de libro que se acaba...

Con todo, esto no es verdad. Verdad es que concluye una etapa; pero verdad es, asimismo, que aun

quedan muchas páginas por escribir en el libro de la vida de este matrimonio de abuelos, que se han

quedado solos. De la vida, "que llama con sus verdes racimos", como dijo el poeta. Cierto es que la

casa de los abuelos va a tener más silencios, antes distraídos con la voz del hijo; que habrá menos

cosas en que pensar y en que ocuparse, sobre todo por parte de la madre-abuela, cuyos desvelos por

"tener a punto la ropa del hijo" o por "hacer hoy esta comida que tanto le gusta" cesan y le crean, a

ella sobre todo, un cierto vacío.

Pero no menos cierto que ahí están los dos, ella y él, el abuelo y la abuela. Y que no importa la edad

para seguir haciéndose proyectos, para seguir realizándolos. Tener proyectos, saber que hay un

mañana, desearlo y vivirlo... Nunca se repetirá lo bastante que ese proyectar, esa ilusión por seguir

haciendo es la pieza clave del madurar sin envejecer. De tal modo que se pueda decir, como Pierre

Mauriac cuando ya no era ningún jovencito, que "la vejez es para los otros".

¿Qué situaciones matrimoniales suelen darse cuando los cónyuges llegan a abuelos? Hablamos, claro

está, de matrimonios completos, no de situaciones de viudez, y aunque lo primero que debe señalarse

es la gran variedad de casos que se dan en la vida real, cabe consignar algunos que podríamos

considerar típicos, por más extendidos.

(Pequeño paréntesis: al llegar a este punto, uno sería harto dichoso, por amor al tema de las

personas —a los abuelos, porque son personas—, solo tuviera que reflejar situaciones felices. Todas

felices. Charles Dickens, el entrañable Dickens, se nos confiesa al término de "Los documentos del

Club Pickwick" incapaz de sumir en un final infeliz a ninguno de sus personajes... Pero aquí

intentamos hablar de realidades, por si, reflexionando sobre ellas, podemos contribuir a mejorarlas. Y

entonces, mal que nos pese, hemos de adentrarnos también en situaciones infelices, dolorosas,

porque se dan.)

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Una situación ingrata es, por ejemplo, la del matrimonio de mayores que, simplemente, se soportan.

A lo largo de su vida anterior —antes de quedarse solos— algo hicieron o, por mejor decir, mucho

dejaron de hacer, que les sumió de tiempo atrás en una vida de rutina. Él, probablemente, vivió más

ocupado en su trabajo que en su familia; ella se centró más en los hijos, tal vez como una lógica

consecuencia. Y cuando él, al jubilarse, se encuentra con todo el tiempo del mundo; y ella, al jubilarse

de madre, se encuentra con la ancha presencia del marido en casa... pues ocurre que no se

encuentran. Sus relaciones conyugales estaban ya hibernadas, por no decir extintas; no supieron

mantener vivo el rescoldo de su amor de otrora; no "crecieron en amor" con los años. Y ahora, aun

teniendo en común toda una vida pasada, y una vida nueva de presente con los hijos casados, las

nueras y los yernos, los nietos, nada en común les queda para esas horas en que solo están los dos,

y, como decíamos al principio, se limitan a soportarse.

¿Qué hacer entonces? ¿Cómo salir del hoyo? Porque este se ahondará, irá a peor, con sólo dejar que

todo siga igual.

En Orientación Familiar se afirma que los hijos mayores y los abuelos son los segundos responsables

de la educación familiar. Y se sugiere cómo fomentar esta responsabilidad, empezando cuando los

hijos aun son niños. ¿No será ahora, cuando los padres-abuelos se han quedado solos, una ocasión

excepcional de continuar ejerciéndola, de llevarla a los hechos, por más que la propia familia que

hemos creado requiera todos nuestros desvelos?

Puede afirmarse que, en una situación matrimonial de abuelos como la descrita, los intentos de

mejorarla y de solucionarla no pueden concentrarse en una sola medida. Pero se trata de hacer, y de

hacer por amor, hasta que prenda en los abuelos la llama del querer hacer ellos por sí mismos. Sin el

desánimo de considerar que, a ciertas edades, ya no se cambia. Tal vez estos abuelos, que creen que

ya no tienen nada que darse, están dando mucho de sí mismos a los demás, cada día... Tal vez baste

con redescubrirles por distintos caminos, pero todos con fulgores de fe, la vocación matrimonial, el

sobrenatural valor de aquella vocación, que les hizo crear una familia...

Otra situación que suele darse: uno de los dos cónyuges (con más frecuencia, el esposo) cae en el

ensombrecimiento, en el sentirse inútil y vacío, porque una enfermedad que no le impide hacer una

vida casi normal o la edad alcanzada lo coloca en situación de jubilado. La esposa permanece activa,

llena de vida, con sus amigas, sus nietos, la casa, y todo el resto de las demandas familiares. Ella se

preocupa por el esposo: con el diálogo, —buscándole salidas—; pidiéndole pequeñas cosas,

haciéndole participar en las de ella; con esa fina delicadeza que la mujer, solo por serlo, sabe infundir

a sus actos. Pero él, como suele decirse, no levanta cabeza.

También esta situación es progresiva hacia el mal, si no se corrige. Incluso alguna vez puede ocurrir

que el cónyuge abatido, con tanto tiempo para pensar en todo, llegue a cuestionarse si no se

equivocó gravemente cuando eligió la senda que le trajo a este final (porque, para él, este presente

inútil tiene ya atisbos de final).

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Alguien contó una vez la historia de aquel matrimonio de mayores, en situación de entendimiento

aparente, pero también con el marido un tanto distante. Un día, ella le hace hablar de lo que le

ocurre. Él se decide, y relata con aire triste cómo un día se decepcionó, se sintió vacío de amor por

ella, y cómo desde entonces ha vivido sin ilusiones, aunque preocupándose por que ella nada echara

en falta. Cuenta todos sus desvelos y sacrificios por hacerla feliz, sin que él lo fuera. Ella escucha la

insospechada confesión y llora, llora mucho, hasta acabar diciendo: "¡Cuánto me has odiado!" Pero

reflexiona un poco; recuerda que, además de otras cosas, amor es sacrificio, y añade entonces, con

un brillo distinto en los ojos: "¡Cuánto me has querido!".

El autor no añadía al final de la historia”: ... y se casaron, y fueron felices" Pero, a no dudar, no lo dijo

porque ya estaban casados.

Volviendo a la situación que nos ocupaba, obvio es decir que el cónyuge abatido necesita ayudas para

sacarlo de su postración. Que será el cónyuge "vivo" quien más pueda ayudarle. Y que no se trata —

nunca en estos casos se trata— de una situación irreversible. De lo que se trata es de no llegar

demasiado tarde con los primeros remedios que más se aproximen a un "levántate y anda", y de

proseguir luego, cada día. Al fin y al cabo, hasta en la etapa de los muchos años hay siempre una

parcela del alma donde cultivar esperanzas.

En una primera aproximación, y si hablamos de situaciones "ideales", parece que las estamos

denominando así porque las vemos inalcanzables.

No es en este sentido como empleamos ahora el vocablo. Vamos a referirnos a matrimonios de

abuelos cuya relación conyugal es abiertamente feliz. Todos conocemos más de un caso semejante.

Su felicidad en el modo de tratarse, en lo que hacen a lo largo de sus días, hasta en la paz luminosa

de su mirada, se trasciende, quiere ser contagiosa. Transmiten vida. Se cuenta con ellos. Y no importa

la edad que una y otro tengan; todos son, sin lugar a dudas, abuelos jóvenes.

Es a esta situación matrimonial, que se da y que vemos repetirse en la realidad, a la que, sin vacilar,

encuadramos en el campo de situaciones ideales. Ideales como meta a lograr. Ideales porque estos,

gran parte de los ideales de una vida humana, se ven plasmados en tales situaciones.

Y de la misma forma que, en los anteriores casos, nos planteamos la pregunta de qué se puede hacer

por mejorarlos, la que aquí surge es: ¿qué han hecho, qué han venido haciendo a lo largo de su vida,

para desembocar en este presente tan halagüeño?

Y uno, para contestarla, se atendría a testimonios recogidos, a respuestas oídas que se referían a

aspectos parciales, a experiencias particulares de cada quien, a diversas formas de vida y de sus

circunstancias...

¿Sintetizarlo todo? Ardua tarea; incluso atrevida. ¿Dónde termina el matiz y comienza lo que tiene

valor de fundamento?

Uno, entonces, opta por seguir abundando en las preguntas. Planteándolas para los demás, para uno

mismo.

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¿No suele darse en estos felices matrimonios de abuelos, jóvenes habíamos dicho, el común

denominador de una fe viva? ¿No es esta fe la que da sentido a su vida, sin temores ni sombras, a lo

que para otros es el final definitivo, ya cercano? (Porque uno recuerda aquel diálogo del anciano con

la Muerte: "Tengo ya casi ochenta años", dice el anciano. "Esos son los que ya no tienes, anciano, los

que ya no tienes", le responde la Muerte.)

Otro aspecto que debe considerarse: estos abuelos jóvenes, felices en su presente, ¿no lo son porque

supieron prever, irse preparando para cuando llegara esta etapa de su vida? Naturalmente, no

estamos hablando de solo una previsión en su economía.

Y otra pregunta más, entre las muchas que cabrían: en medio de tantas cosas como hayan vivido, —

unas dichosas, otras de dolor— ¿no será que, porque se amaban de verdad, supieron mantener vivo

este amor, aceptando gozosos los cambios de cada tiempo, queriéndose siempre siempre?

Es un matrimonio anónimo de abuelos jóvenes. Tienen cuatro hijos y dos hijas; de ellos, tres hijos y

una hija casados. En la actualidad, aun tienen que atender a los estudios del hijo y preparar la

próxima boda de la hija soltera. Él trabaja. Tienen algunos ahorrillos. Tienen los problemas —y las

venturas— del vivir de cada día. Y alguna vez piensan y hablan sobre el momento —cercano, que

llegará en pocos años— en que, con todos los hijos colocados, podrán gastarse la broma del "al fin

solos”. (Broma en el decir; verdad, seria verdad, en su realidad). Y empiezan a hacer planes y

proyectos sobre cómo disfrutarán de esa nueva situación. El ya no trabajará. Y sueñan juntos. Seguir

conviviendo con hijos y nietos, eso por supuesto (pero cada uno en su casa, ¿eh?). Y salir mucho

juntos. Y ver cine, siempre que sea bueno. Y leer, hablándose de lo que lean. Viajar todo lo que

puedan. Es lo que más les gusta... y lo que menos han hecho.

Y se las prometen muy felices. Están de acuerdo en que la contemplación de lo bello entristece si no

se comparte con el ser querido.

...Y es que estos dos abuelos jóvenes parece que se aman. ¿Recuerda el lector otras situaciones

matrimoniales de abuelos?

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Todo empezó hace nueve años

Ramón y Montse son un matrimonio catalán, y acaban de cumplir sus 25 años de casados. Tienen 4

hijos: Isabel, de 23 años, Mónica, de 22, Nuria, de 20 y Sergio, de 17. En su hogar han procurado

crear un ambiente propicio para que sus hijos se formaran en las virtudes humanas. Todos han

estudiado en colegios con un ideario de inspiración cristiana.

Isabel tiene novio, es un chico que parece formal y trabajador. Mónica también tiene novio —vive en

Valencia—, pero este no es del agrado de sus padres. A juicio de Montse es un chico: sin estudios,

que no trabaja, a quien desde los 14 años sus padres se han limitado a darle de todo, que le gustaría

ser fotógrafo, que por ese motivo sus padres se han gastado una pequeña fortuna en comprarle el

equipo completo y que, de momento, no parece probable que pueda forjarse un porvenir estable.

Mónica, como ya trabaja y dispone de dinero, se ha comprado un coche de segunda mano para poder

ir a Valencia casi todos los fines de semana, con el consiguiente disgusto de sus padres, que no ven

con buenos ojos tanto viaje a la ciudad donde vive Javier, su novio. Mónica gasta su sueldo

indiscriminadamente, en viajes, ropa y otros caprichos, sin hacer caso de los consejos de su madre.

Montse y Ramón decidieron que sería conveniente para sus hijos que, cuando empezaran a ganar

dinero, aportaran una parte de su sueldo para contribuir a los gastos familiares, no tanto por el dinero

en sí, como por lo formativo que resultaría para ellos. Así que, en una de sus charlas, Montse le

planteó a Mónica la posibilidad de entregar en casa algo de sus ingresos, a lo que esta accedió

gustosa.

El noviazgo de Mónica con Javier siguió adelante, las pocas veces que Javier venía a Barcelona dormía

en el cuarto de Sergio, pero como la mayoría de las veces era ella la que viajaba, la intranquilidad de

la madre iba en aumento y su intuición empezó a ponerla en aviso. Por otra parte, no quería

comentarlo con su marido, pues éste estaba pasando un mal momento de salud, con problemas de

hipertensión.

Los domingos comían todos juntos —a diario era imposible hacerlo debido a la diferencia de

horarios—, y venía también la abuela. Uno de esos domingos —Montse nunca lo olvidará—, al ir a

sacar la comida a la mesa, su hija Mónica le soltó de repente en la cocina: “mamá, estoy

embarazada”. A Montse se le pasó por la cabeza todo; primero pensó en su marido, luego en la difícil

situación de su hija, pero, como en tantas ocasiones, su fe le ayudó a sobreponerse, cogió la sopera y

dijo: “chicos, a comer”, y a su hija por lo bajito: “ni una palabra ahora, luego hablamos”. Mónica

estaba a punto de llorar, así que Montse le acarició la cara, diciéndole “no te preocupes, hija, papá y

mamá están contigo”, y le dio un beso.

Después, los acontecimientos fueron muy dolorosos. Montse se lo contó a Ramón, y fue un golpe muy

duro para él, pero los dos se pusieron de acuerdo para apoyar a su hija, que en esos momentos les

necesitaba más que nunca. Mónica no hacía más que llorar y pedir perdón, y su madre le decía que el

daño estaba ya hecho y que ahora lo que tocaba era luchar para salir adelante.

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Ramón quiso hablar con Javier, y así fue, aunque el muchacho reaccionó con una actitud arrogante y

poco respetuosa, exigiendo que ella se fuera a vivir con él a Valencia, pero sin compromiso alguno, y

que lo de casarse le parecía un tanto anticuado. Ramón, Montse y Mónica intentaron razonar que esa

no era la forma de solucionar el problema. Aquí sí que Mónica puso en práctica toda la educación en

la fe que sus padres la habían querido inculcar, y tajantemente le dijo que, o se casaba, o no iba a

vivir con él, que rompía y se quedaba con su familia. Fueron días muy tensos, pero también días en

los que la familia se unió aún más, apoyando a Mónica y dándole ánimos.

Montse le dijo una y mil veces que solo por estar embarazada no tenía por qué casarse, que no era la

primera, ni sería la última madre soltera, y que nunca le faltaría el apoyo de sus padres, ni la ayuda

necesaria para criar al niño. Montse habló mucho con ella, porque Mónica se sentía avergonzada por

todo lo que diría la gente, los amigos… Su madre procuró animarla lo mejor que pudo y supo.

Montse y Ramón se sintieron orgullosos de Mónica, cuando Javier —apoyado por su madre— le

propuso abortar, ofreciéndole todo tipo de facilidades, pero ella no consintió, se mantuvo firme y dijo

siempre que, aunque reconocía haberse portado mal, no era una asesina. Parecía que definitivamente

Mónica había roto con Javier para siempre.

A las pocas semanas, Javier volvió llorando y aparentemente arrepentido, pidiendo perdón y

queriendo casarse con ella. Mónica, completamente enamorada, decidió casarse. Toda la familia

intentó convencerla de que no lo hiciera, que no se dejara llevar por la solución aparentemente más

fácil, que esperara para ver si Javier estaba realmente preparado para asumir su responsabilidad y

que, además, era una decisión que la iba a afectar toda la vida. Finalmente, ella decidió casarse y los

padres, con una mezcla de alegría, miedo y esperanza, vieron casar a su hija embarazada de tres

meses.

Pronto se vio que fue un error. Empezó un calvario para la pobre chiquilla: trabajaba fuera y dentro

de casa, sin que él ayudara, pues, aunque se suponía que él era fotógrafo, su inconstancia e

indolencia eran notorias.

Cuando nació la niña —Mireia—, Montse pasó unos días en casa de Mónica para ayudarla en la

recuperación del parto, y para ella fue una experiencia muy dolorosa. Vio sufrir a su hija en los

momentos en que una mujer es más feliz, al dar a luz. Su hija solo recibía de su marido quejas, voces

destempladas e insultos. Se marchaba por ahí y, cuando volvía, se iba a dormir, sin ayudar para nada

a su mujer.

El “matrimonio” fue dando trompicones, Javier seguía sin asumir ninguna responsabilidad, gastando lo

que su mujer ganaba con esfuerzo, estando más tiempo fuera de casa que dentro, empezando un

nuevo trabajo, que duraba… lo que duraba, simplemente porque había que madrugar mucho, o por

cualquier otro motivo sin una justificación objetiva.

Cuando ya estaban medio separados, Javier se marchó de casa llevándose el coche de Mónica y

dejando la cuenta del banco a cero. Ante estas perspectivas, Mónica vio la conveniencia de separarse

y comenzó los trámites… Pero al cabo de unos meses él volvió con ocasión de la muerte de la abuela

—la madre de Montse— y aprovechó la ocasión para pedir perdón. Mónica pensó que todavía podría

solucionar su matrimonio y volvieron a vivir juntos.

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Nació otro hijo —Pablo—, que colmó de alegría a Mónica… pero al cabo de unos meses Javier se

marchó definitivamente con otra mujer y le dijo a Mónica que nunca la había querido, que no quería a

los niños y que estaba realmente feliz con la otra, con la que llevaba viviendo varios meses. Mónica se

quedó rota y definitivamente sola en la ciudad, a muchos kilómetros de su familia, con dos hijos a los

que mantener y cuidar. En estas circunstancias, decidió pedir de nuevo traslado y volver a Barcelona,

donde la familia le ayudó a instalarse. Empezó así una nueva vida

Mónica tiene la guarda y custodia de los dos hijos, el padre comparte la patria potestad, aunque

apenas ayuda en su manutención. Una vez más, Ramón y Montse están al lado de su hija para todo lo

que necesite. De vez en cuando aparece Javier para ver a los niños. Ha intentado volver con Mónica

varias veces, pero ella se ha mantenido firme, recordándole cuánto valen sus promesas. La vida le ha

hecho madurar a golpes y ha cambiado. Ahora para ella lo primero son sus hijos e intenta que no

carezcan de nada. En la actualidad un abogado le ha aconsejado iniciar los trámites de la nulidad

matrimonial.

Ramón, Montse y toda la familia ayudan a Mónica en la educación de los pequeños. Ramón intenta de

alguna manera hacer el papel de padre con sus nietos: no les consiente caprichos, aunque sí siente

una gran ternura y pena por ellos. Cuando Mónica se vino a vivir a Barcelona, ocupó un piso al lado

del de sus padres, lo que facilitó mucho su relación con ellos. En estos años Ramón y Montse siguen

con la misma idea de siempre: la unión de la familia.

La hija mayor —Isabel— se ha casado con su novio de siempre y tienen dos niñas. La pequeña Nuria

también está casada y tiene un niño. Sergio se va a casar este año y Montse está preocupada por la

frecuencia con la que los novios viajan juntos, pues le recuerda los viajes de su hija Mónica a

Valencia. Montse sigue con la costumbre de hablar con sus hijas, y con Sergio lo hace

frecuentemente, a pesar de que ya tiene 28 años.

Aprovechan cualquier ocasión —santos, cumpleaños, fiestas— para estar juntos. Es una gran familia

en la que todos están muy unidos y estas reuniones cuentan con la simpatía de todos. Aunque esto

supone un gran trabajo para Montse, se siente totalmente feliz.

Montse y Ramón no son los típicos abuelos que consienten todo a sus nietos. Se sienten responsables

de su educación, especialmente de Mireia y Pablo, dado que, por el trabajo de su madre, pasan

bastante tiempo con ellos. Mireia ha empezado a prepararse para hacer la Primera Comunión y

Montse, como cuando sus hijos eran pequeños, toma parte activa en su formación cristiana,

enseñándole oraciones y hablándole de Dios… Con sus tres añitos, Pablo ya es capaz de entender

que hay cosas que se pueden hacer y otras que no, pero, como es un niño, necesita que se le repita

todo constantemente.

Esta situación está creando tensiones con su hija Mónica, que considera que regañan más a sus hijos

que a los demás nietos. Ramón y Montse no quieren que sus nietos Mireia y Pablo reciban una

educación basada en el capricho —como la que tuvo su padre— y se preguntan: “¿estaremos

haciendo bien?”.

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Un doble disgusto

- Me voy a casar...

- ¿No estarás embarazada?

- Pues sí...

Así de escueta fue la noticia, y el estupor de Amparo. Al estupor siguió la histeria: "¡Dios mío!, la

segunda vez, pero ¿qué he hecho yo en la vida para merecer esto?".

--------------------

Amparo y Fernando tienen cuatro hijos. El mayor, Nacho, se casó hace tres años, porque, también él,

iba a ser padre. Colgó los estudios —un tercero de medicina mal hilvanado— y, por un tiempo, el

matrimonio joven y el niño anduvieron en precario, entre una y otra familia de padres, hasta que

Nacho consiguió un empleo de barman en una discoteca. Entretanto, Rafi, su mujer, seguía

estudiando, al parecer brillantemente, una carrera de Letras. El niño y sus gracias encandilaron a los

abuelos de las dos familias, y se olvidaron los principios de la historia.

Solo que últimamente las cosas no iban bien entre los jóvenes. Rafi le reprochaba a su marido el que

no tuviera más ambiciones, y él a ella el que, con tanto estudio, les desatendía al niño y a él. Alguna

vez Nacho había acudido a su madre para contarle sus desavenencias. Incluso pensaba en la

separación... Amparo, que en el fondo siempre creyó que su nuera había "cazado" de mala manera a

su hijo, secretamente había tomado partido por él. Madre, al fin...

Sin embargo, cuando tuvo lugar el diálogo anterior, la situación era más grave, porque había detrás

una historia de disgustos y de enfrentamientos inútiles que se remontaban a un par de años, y que

habían deteriorado de algún modo la relación entre los padres y la hija. Esta, que se llama Trini,

"pasaba" por la casa de sus padres, más que "vivía" en ella. Casi nunca iba a cenar, solía entrar con

su llave sobre la una o las dos de la madrugada, entre semana, y cuando ya había amanecido los

sábados y domingos. Algún fin de semana se iba de viaje. Con aquello de que era mayor de edad, de

que trabajaba y disponía de dinero, organizaba su vida y sus diversiones a su aire, sin dar cuenta a

sus padres del tipo de vida que hacía, ni de las amistades que tenía. Por lo demás, era una chica

afable y educada, cariñosa y servicial, pero que guardaba su intimidad celosamente. Contestaba con

monosílabos cuando le preguntaban.

Los padres no estaban de acuerdo con esa vida bastante desordenada, y sufrían por ello, pero, a la

vista de que con las broncas no podían conseguir nada, iban tirando como podían, aguantando unas

veces, haciendo como que no se daban cuenta otras, saltando las más. Era su cruz.

Y ahora, embarazada. La historia de Nacho se repetía, claro. Así que, cuando Amparo recobró el

aliento y se serenó algo, preguntó:

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- ¿Qué vas a hacer?

- Me caso, pero por lo civil. No creo en la Iglesia, ni en el matrimonio indisoluble. Así, si alguna vez

nos va mal, me divorciaré y en paz. No quiero que me pase lo de mi hermano...

El disgusto de los padres se hizo doble. Fernando acusó a Trini de pisotear los principios morales de la

familia, de deteriorar su fama ("¿Cómo van a pensar que os hemos educado?"). Amparo le dijo de

todo: que no la quería ver delante, que renegaba de ella, que era una mala hija...

Trini se fue a pasar unos días con Nacho, mientras preparaba los papeles de la boda civil. Lo justo

para que su hermano le dijera:

- ¿No has aprendido en cabeza ajena?

Trini y el padre de su hijo, Ernesto, parecían muy contentos con la idea de casarse y de tener un hijo.

Así que el disgusto de los padres les parecía algo así como un prejuicio social. Ellos "pasaban" de todo

eso. De modo que decidieron invitar a la ceremonia a los dos familias —que fuera el que quisiera— y

organizaron una comida en un restaurante de la ciudad para celebrar el acontecimiento.

-----------------

Amparo y Fernando estaban desconcertados. ¿Qué tenían que hacer?

- Ir o no a la ceremonia civil

- Ir o no a la comida

- Animar o no a las dos familias a ir a la ceremonia; y/o a la comida

Lo más importante, con todo, era la boda civil.

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El Matrimonio de los hijos

Los padres enseñamos a amar por lo que han conocido nuestros hijos de nuestro amor mutuo.

Cuando nuestros hijos se casan, habrán visto en sus padres cómo se relaciona el compromiso con un

proyecto de vida sustancioso y valioso.

En la comunicación con el matrimonio de los hijos los abuelos hemos de saber estar: ver lo mucho

que se puede hacer y saber lo que no se debe hacer. Siempre antes de actuar debemos pensar en la

repercusión de nuestra intervención, para evitar que interfiera en las relaciones conyugales de los

hijos casados. Hay que lograr que los hijos valoren nuestra discreción y no actuar si no nos lo piden.

Hemos de ser abuelos que no se hacen imprescindibles, pero que sí manifiestan afecto e interés y se

muestran siempre disponibles para, cuando se lo solicita el matrimonio joven —si es conveniente y

necesario— ayudarles a resolver un problema, con generosidad, cariño y comprensión, respetando su

independencia, sin meternos en su vida.

Como premisa, los abuelos debemos aceptar sin ninguna reticencia al cónyuge que escogió nuestro

hijo, aunque estimemos que su formación y costumbres sean distintas a las que vivimos en nuestra

familia. Fue el hijo el que decidió casarse con quien estimó que estaba dispuesto a compartir toda su

vida. Debemos animarle a querer a su cónyuge con sus virtudes y defectos. Hay que enseñar al hijo a

“echar aceite” para suavizar sus roces conyugales. Nunca utilizar el “ya te lo decía yo”.

Entrometerse en el matrimonio de los hijos —aunque sea con la mejor intención de ayudarles dada su

inexperiencia—, tratar de organizarles la vida, genera tensiones en su matrimonio, que pueden acabar

en discusiones; “es que tus padres”, “pues mira que los tuyos”, que les separan, pues les recuerdan

las diferencias de estilo de sus familias de procedencia: resaltan “lo tuyo y lo mío”, cuando deben

buscar su estilo propio: “el nosotros”. Hay que considerar que en el matrimonio cada esposo tendrá

un estilo distinto de vivir el amor en los detalles, según lo que vivió en su familia.

La intromisión de los abuelos, en ocasiones de la madre con su hija casada, a la que “no quiere

perder”, puede generar tensiones conyugales importantes, sobre todo en los primeros años de un

matrimonio.

Cuando presenciemos alguna discusión matrimonial, si el ambiente se caldea, casi siempre lo mejor es

“irse de puntillas”, dejarles solos, pues quizás haya un motivo para que estén tensos y preocupados.

Oír, ver y callar.

Si considerásemos que el motivo de la discusión era importante, tras pensar lo que se puede sugerir

al hijo, buscaremos más adelante el momento oportuno para comentarle algún aspecto que le ayude

a evitar estas situaciones. Charlará con él el abuelo que tenga más empatía en la relación con ese hijo

y sea capaz de afrontar el diálogo con más serenidad y claridad.

En esas conversaciones podría ser oportuno contar a nuestro hijo los esfuerzos que, en alguna

ocasión, tuvimos que realizar en nuestro matrimonio para superar momentos de discusión.

Discusiones que, tras un diálogo —en el que supimos ceder ambos—, acabaron en una gozosa

reconciliación, que sirvió para reafirmar nuestro amor.

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Si fuera el caso de que nuestro hijo acude a nosotros quejándose de su cónyuge, hay que extremar la

prudencia y casi siempre reservar el consejo, pues no olvidemos que estaremos escuchando “una

campana”, sin conocer cómo suena la otra. Valoraremos en esa ocasión si es prudente —y si tenemos

suficiente confianza— tratar de escuchar la “otra campana”, para ayudar así a los dos a superar la

tensión.

En cualquier caso, no debemos caer en el prejuicio de darle la razón a nuestro hijo, pues, aunque

llegáramos a estimar que la tiene, nuestra intervención siempre debe estar enfocada a que dialoguen

los esposos serenamente para superar la posible crisis y restaurar la comunicación dañada. Si es

necesario les enseñaremos a perdonar, de modo que lleguen a disfrutar de una buena reconciliación.

¿Cuándo es conveniente aconsejar?

Los abuelos no podemos quedarnos parados cuando se nos plantee un problema de conciencia al

observar conductas en el matrimonio de nuestro hijo que ponen en peligro la estabilidad de su unión.

Indudablemente, para llegar a la necesidad de nuestra intervención deberá tratarse de un asunto

grave. Por ejemplo, podemos plantearnos intervenir:

Si observamos que los padres, que deben ser, los protagonistas y los mejores educadores de

sus hijos, uno o los dos, se inhiben de esta fundamental responsabilidad, o bien mantienen

criterios educativos distintos que están perjudicando a la educación de los nietos.

Cuando los esposos están organizando su vida como si permanecieran solteros, sin contar con

el otro al disfrutar de tiempo libre, si mantienen sus amigos por separado y no saben divertirse

juntos y cultivar con libertad las aficiones que tenga cada uno.

Si no concilian la vida laboral y familiar de modo que ambos colaboren en los trabajos

necesarios para hacer grata la estancia en el hogar familiar.

O si, en el trabajo profesional, uno o los dos se relacionan de modo inadecuado con

compañeros del otro sexo: viajes juntos de varios días, comunicación de confidencias

matrimoniales al compañero/a de trabajo: en suma, coquetear. Es el riesgo de la tercera

persona.

Seguro que al lector se le ocurrirán más ejemplos, pero estos pueden ser suficientes para que los

abuelos se planteen intervenir. Por supuesto, repito, esta intervención será siempre y en primer lugar

con nuestro hijo, dialogando incansablemente para que cambie de actitud, o para que, en su caso,

plantee al otro cónyuge el peligro que a la larga supondrá para su matrimonio este tipo de conductas

inadecuadas.

En estas circunstancias, actuando con el mayor cariño y corriendo el riesgo de que piensen que nos

entrometemos en su vida, podremos ayudar a los esposos a comprender que necesitan tiempos para

comunicarse sentimientos, hablar de la educación de los hijos, organizar bien la convivencia familiar y

divertirse juntos (y en bastantes ocasiones a solas, sin amigos). Con otras palabras, CONVIVIR, que

es vivir juntos y compartir ilusiones, intereses, esfuerzos y esperanzas familiares.

Se les podrá comentar que no es una cosa de otro tiempo el salir juntos y cogidos de la mano:

quererse como cuando eran novios, cuando tenían la ilusión de pasar el mayor tiempo posible juntos,

haciendo planes de futuro.

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Una tarde en el parque

Como es frecuente, esta tarde se han encontrado en el parque María y Teresa, dos abuelas con sus

respectivas nietas, de ocho y diez meses. Mientras las niñas juguetean en sus sillitas, las dos amigas

hablan de sus familias, de lo cara que está la vida, de la moda que viene, pero, sobre todo, de sus

nietas.

- ¿Te has fijado cuántas abuelas y abuelos estamos en el parque? Hay que reconocer que somos la

solución para muchos padres súper ocupados… Mi hijo y mi nuera estarán diez días en el extranjero,

en viajes de negocios; a mí me parece muy bien: que disfruten ahora que son jóvenes. Mientras esta

preciosidad tenga una abuela, por mí, que estén fuera lo que necesiten….

- Pues mi hija y mi yerno no están de viaje y aquí me tienes cada día con este diablillo, que no

para ni un momento. Y ahora, cuando llegue a casa, la mamá de la criatura me someterá al examen

diario: “¿Le has dado la papilla en su momento? ¿Le has dejado que toque el suelo? ¿Se te ha

dormido fuera de horas? ¿Has vuelto a casa para que duerma sus horas justas? Te aseguro, María

que estas mamás “de libro” que lo tienen todo apuntado, son tremendas. Pero como yo estoy con la

niña muchas horas al día, aprovecho para dejar que haga lo que quiera, que tiempo habrá para

educarla cuando tenga ya un poco de sentido común: ¿Que quiere dormir?, pues ¡a dormir., ¿Qué

tiene hambre, pues ¡a comer, sea la hora que sea! ¡Y respecto a la higiene, con estos pañales de

ahora se pueden pasar medio día sin tenerles que molestar...

- Pues yo, Teresa, como la mamá no es mi hija, sino mi nuera, procuro hacerle caso para evitar

roces. Al fin y al cabo, la niña es de ellos. Los hijos no son un adorno del matrimonio y son antes hijos

que nietos ¿Me entiendes Teresa? Yo procuro no contradecir a los padres, porque son ellos los que

han de educar a los hijos, no los abuelos.

- Pero has de considerar María, que a estas edades no hay educación, sino crianza, lo importante

es que vean cariño en el trato. Otra cosa bien distinta es a medida que van creciendo. ¡No veas cómo

tengo que ponerme cada vez que vienen los de mi hijo Sergio! El pequeño que apenas tiene cinco

años me lo revuelve toda la casa, no deja títere con cabeza. ¡Además en cuanto llega, lo primero que

hace es meter la mano en mi bolso para preguntarme a continuación: “¿qué nos has traído hoy?”.

- A mi también me pasa lo mismo con la de mi hijo Javier, pues aunque la niña es tranquilita, es

bastante tozuda y, cuado se enfada porque no le doy lo que pide, lo primero que me suelta es lo de

“ya no te quiero, abuela”. Desde luego los niños de hoy no son como los de otros tiempos, pero

nuestros padres tampoco recuerdo que hubieran leído muchos libros de pedagogía para saber cómo

educarnos y ya ves, estamos aquí y no nos fue tan mal.

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© IFFD 2013 Abuelos activos Sesión Abuelos con nietos Caso Página: 2 de 2

- Estas cosas que dicen en los libros puede que sirvan para algo, pero yo me las salto a la torera,

porque el cariño a mi nieta me pide todo menos “reglamento”. A veces, cuando llora por la noche y no

están ellos, como yo tengo el sueño muy ligero, me la llevo a mi cama y lo pasamos en grande. ¡Es

tan feliz con su abuela!.

Las dos abuelas recogen los juguetes del suelo, sacuden el chupete de una de las niñas —la nieta de

Teresa—, que ha caído al suelo, y se lo cuelgan.

Un poco más allá, una niñera da una azotaina a un niño de un año y medio porque se ha metido en la

fuente. Teresa, mientras acaricia a su nieta, suspira:

- ¡Esos padres, que dejan a los niños con cualquiera!.

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La relación de los abuelos con los nietos

Abuelos y nietos, aunque distanciados por la edad, fácilmente mantienen unas buenas relaciones. Los

nietos y los abuelos sintonizan bien y saben comunicarse. La convivencia de los abuelos con los nietos

puede resultar muy positiva, pues ofrece a ambos muchas posibilidades de enriquecimiento humano.

Los nietos pueden dar un nuevo sentido a nuestras vidas; estarán bien atendidos por sus abuelos y,

muy posiblemente, en un ambiente más relajado que el de su casa.

Los abuelos no tienen con los nietos la responsabilidad educativa que sí tienen los padres y, por ello,

los nietos aceptan mejor la relación con los abuelos, no necesitando rebelarse contra ellos, como

quizá lo hacen con sus padres. La vida más tranquila de los abuelos aporta al nieto un sentimiento de

apaciguamiento y de seguridad, y estos saben ganarse pronto el cariño de sus nietos.

Es frecuente que muchos días de la semana los padres, al acabar sus trabajos, lleguen a casa

cansados y con pocas ganas de conversar con sus hijos. Sin embargo, la mayor disponibilidad de

tiempo de los abuelos y su serenidad les predispone a escuchar con paciencia a los nietos o a

contarles cuentos, cuando no “las batallitas del abuelo”. Los abuelos podemos escucharles con

paciencia y con interés cuando nos cuenten los asuntos que llenan sus vidas, casi siempre

relacionados con sus amigos y su vida colegial.

En general, los nietos conversan con los abuelos de temas diferentes a los que tratan con sus padres:

son más íntimos y confidenciales. Hablan en un ambiente más sereno, más tolerante y con más

libertad que cuando lo hacen con sus padres.

Hay más amor donde hay contacto de los nietos con los abuelos. Cuando con paciencia los abuelos les

damos de comer, les limpiamos, les alabamos o reprendemos con cariño, reímos las gracias de un

nieto, le protegemos de un peligro, le felicitamos por un trabajo bien hecho o le llamamos la atención

por un proceder incorrecto, y todo lo hacemos con mucha ternura, con serenidad, sin gritos, ni

desprecios que puedan herirles, estamos manifestando nuestro amor hacia ellos. Y este amor tierno

irá afianzando el sentimiento de seguridad de los nietos.

Los abuelos somos testigos del pasado e inspiradores de sabiduría para los jóvenes y para el futuro.

Debemos mantener las tradiciones familiares y darlas a conocer a los nietos, quienes suelen disfrutar

viendo álbumes de fotos o películas que recogen momentos importantes de la vida de sus padres.

Los pequeños manifiestan especial interés por conocer historias familiares de sus padres —el abuelo

se preocupará siempre de que recojan aspectos positivos— que les lleven a conocer más a sus

progenitores y a valorar más los esfuerzos que realizan para educarles y sacar adelante a la familia.

También así les ayudan a desarrollar su inteligencia e imaginación.

Cuando un niño está triste, el abuelo —o mejor la abuela con los más pequeños— le consuela y le

ayuda a comprender el motivo de su tristeza, y, si fuera el caso, a asumir el dolor: son un “paño de

lágrimas”. Así, el niño se tranquiliza y se siente comprendido.

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Por otro lado, las caricias de los nietos son muy agradecidas y satisfacen a los abuelos, pues es sabido

que en la vejez la piel es mucho más sensible.

Es bastante normal el que los nietos pequeños se sientan más cercanos y queridos por las abuelas, si

bien cuando crecen se acercan más a los abuelos. Con alguna frecuencia las abuelas sustituyen a las

madres: les dan la merienda y la cena, les ayudan en los deberes escolares, en algunas ocasiones se

relacionan con sus maestros e incluso los llevan al médico. Todo esto hace que normalmente las

abuelas se sientan más satisfechas que los abuelos con el papel que realizan con sus nietos.

Conceder caprichos o excederse en los mimos suele ser perjudicial para la educación de los nietos y,

casi siempre, es manifestación de un cariño mal entendido.

Debemos exigirles que trabajen sus deberes escolares, explicándoles con lenguaje sencillo lo que no

entiendan, pero no haciendo lo que ellos deban hacer. Deben trabajar o jugar en la habitación que les

asignemos y siempre mantener el orden material de nuestra casa. Fomentaremos el trato amistoso

con sus hermanos o primos.

Evitaremos utilizar la televisión como niñera: habrá que conocer los programas adecuados, según la

edad de los nietos, y no dedicar un tiempo excesivo que merme la posibilidad de que jueguen o lean.

Es un buen recurso disponer de películas adecuadas por sus aspectos formativos.

En la actualidad la informática ha cobrado un papel relevante en la educación. Por ello, los abuelos

tendremos que estar formados para trabajar con nuestros nietos en el ordenador y enseñarles su

manejo adecuado.

Los educadores señalan que de los 6 a los 9 años, los niños están en una edad de oro para la

educación de las virtudes humanas. Por ello, junto con nuestra ternura debe estar nuestra exigencia

en los puntos importantes, los puntos que formarán su carácter y ayudarán a desarrollar sus virtudes

humanas. Escuchar con paciencia a un nieto nos permite conocer las inquietudes que le surgen y

responder a sus preguntas; así, poco a poco, sabremos cómo se va formando. Conforme van

creciendo, con nuestros comentarios les vamos introduciendo en la valoración moral de sus actos,

partiendo de ejemplos sencillos de lo que esta bien y lo que está mal.

Durante la infancia el abuelo puede ser un compañero de juego y un buen narrador de historias.

Cuando los nietos crecen, y sobre todo en la adolescencia, los abuelos pueden llegar a ser amigos y

confidentes, pues los nietos consideran voluntarias estas relaciones y, por ello, más satisfactorias.

Especial importancia pueden tener las conversaciones de la abuela con la nieta adolescente.

En la juventud es frecuente que los nietos manifiesten que sus abuelos fueron modelos que influyeron

de manera significativa en sus vidas. También es probable que, cuando disminuyen las facultades del

abuelo, sea el nieto joven el que se responsabilice de la ayuda que la familia le presta. Por su parte,

los abuelos pueden transmitir a los nietos una imagen de la serenidad y felicidad con que deben vivir

su paulatina vejez.

“La asignatura que enseña un abuelo no se enseña en ningún otro sitio” (Arthur Kornhaber, psiquiatra

infantil).

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Los abuelos muestran a los nietos otra forma de vida, otros hábitos y modos de actuar, lo que ayuda

a su socialización. Hay estudios que ponen de manifiesto que los nietos que pasan tiempo con sus

abuelos a la larga tienen mejores habilidades sociales y son menos problemáticos en la adolescencia.

Si los padres mantienen unas buenas relaciones con los abuelos y se establece un clima de felicidad

familiar, el niño adquiere la noción importante de lo que es una familia; además, la serenidad de los

abuelos le ofrece una buena imagen de la vejez.

La experiencia educativa de los abuelos

Hay que destacar que los abuelos contamos con algo con que no cuentan nuestros hijos casados, y es

la experiencia de haber sido padres, de haber completado el ciclo de la crianza y educación de

nuestros hijos. Por ello podemos aportar a la formación de los nietos nuestras vivencias de padres que

ya tuvieron que enfrentarse a retos y resolver problemas para educar a sus hijos. Esta experiencia

nuestra no se aprende en los libros, es algo por lo que se tiene que pasar, y, si sabemos trasmitirla,

ayudaremos mucho a nuestros hijos, ahora padres, a educar a nuestros nietos.

Los abuelos debemos ser conscientes de la importancia de nuestra labor en la familia, al ejercer una

función complementaria en la educación de los nietos, que supone también una continuidad en la

educación de nuestros hijos casados y que nos mejora también a nosotros como personas. Ahora

bien, no podemos olvidar nunca que los padres son los primeros educadores de sus hijos.

Como colaboramos con sus padres en la educación, respetaremos siempre lo que digan, y por ello

mantendremos ante los nietos que eso es lo más importante y que deben cumplirlo. En consecuencia,

nunca criticaremos ante los nietos las actuaciones de sus padres. Lo anterior no es óbice para que, si

detectamos alguna deficiencia en la educación de un nieto, se la comentemos a sus padres, evitando,

por una mal entendida ternura, encubrir acciones inadecuadas de los nietos.

A los abuelos les satisface mucho colaborar en la educación de los nietos, pero necesitan que sus

hijos les manifiesten su aprecio por la labor que realizan. Por ello, se quejan cuando sus hijos les

consideran un simple recurso para “librarse de sus hijos” y los utilizan como simples “cuidadores” de

los nietos, sin valorar la labor educativa que los abuelos realizan.

Los padres quizá no valoran suficientemente que antes los abuelos eran libres para organizar su vida,

y ahora, con la atención continuada a los nietos, han supeditado su horario personal, pues, en

bastantes ocasiones, llevan los niños al colegio, e incluso a actividades extraescolares, y luego los

cuidan por la tarde hasta que concluye el trabajo de los padres. Como es lógico, los abuelos más

jóvenes están más disponibles, y tienen más energía, para el cuidado de los nietos y para la

colaboración en su educación, manteniendo mejor la necesaria disciplina.

Abracemos los abuelos, con renuncia alegre de nosotros mismos, el deseo de pasar desapercibidos,

de dar sin que se note, de amar a los nietos sin esperar nada a cambio.

Con estas bases, poco habrá que pormenorizar sobre qué y cómo hacer, o qué no hacer. Porque todo

cuanto hagan va a ser bueno y va a ser educativo.

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¿No es la felicidad el fin último de la educación? Pues se estará educando, mucho y bien, si se está

dando felicidad y alegría al nieto.

Con constancia, y con amor, dando preferencia al dar, olvidándose de recibir. Sin protagonismos,

decíamos.

Y así viviremos el milagro —se hará cotidiano el milagro— de recibir mucho más de lo imaginable, a

través de la magia que emana de la sonrisa de un nieto, de su mirada, de una caricia imprevista.

Los abuelos debemos disfrutar de la compañía de los nietos, pero también disfrutar de nuestra

tranquilidad cuando éstos se van. Suele decirse: “Qué alegría cuando llegan los nietos y qué alegría

cuando se van… y podemos descansar”.

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Los abuelos del año

Paco y María Luisa son lo que podríamos llamar "abuelos jóvenes". Se casaron pronto, sus tres hijos

llegaron uno detrás de otro y María Luisa tuvo que dejar su trabajo para ocuparse de criarles: ahora

es la típica ama de casa, pendiente de que su hogar brille como nuevo y encantada con preparar los

domingos su afamada paella para la habitual reunión familiar.

Paco compatibilizó su trabajo con la carrera de Derecho y fue ganándose puestos de confianza en su

empresa hasta ocupar un buen nivel. Hace poco que está jubilado y, después de unos meses de cierto

desencaje, se ha enrolado en una ONG donde pasa todas las mañanas y algunas tardes.

María Luisa y Paco tienen caracteres muy distintos, pero se complementan bien: ella es tranquila,

sosegada, de las que piensan las cosas antes de hablar. Paco es impulsivo, abierto, con un poco de

genio...

Sus tres hijos —Miguel, Paloma y Luis— están casados, y disfrutan de una posición razonablemente

desahogada, ya que sus cónyuges también son profesionales en ejercicio. Suegros, nueras y yerno se

llevan muy bien. Como dice María Luisa: "cada uno en su casa y Dios en la de todos". Y luego están

los seis nietos (tres de Miguel, dos de Paloma, una de Luis), que recorren la escala de los doce a los

cinco años y complican y alegran la vida a los abuelos.

María Luisa y Paco se ocuparon activamente de la educación de sus hijos porque ambos estaban

convencidos de que "ésta era la mejor herencia que les podían dejar": buscaron colegios acordes con

sus criterios, se metieron hasta el cuello en las Asociaciones de Padres, participaron en Cursos de

Orientación Familiar... ¡unos padres modelo!

Y ahora, al cabo de los años, se están ganando a pulso el título de "Abuelos del año": siempre

dispuestos a quedarse con los nietos de una u otra familia (a veces de dos...) o a irse a casa de

alguno de los hijos si tienen que salir a cenar con otros matrimonios.

Paco saca mucho a los chicos, especialmente a los de Miguel, que ya son mayorcitos; con ellos ha

visitado muchos museos, ha recogido colecciones de hojas en los jardines de la ciudad y les lleva cada

año a visitar la Feria del Libro. Muchos sábados carga su vieja mochila y se lleva al campo a los seis,

desoyendo los consejos de María Luisa: "Paco, eres un poco imprudente llevándote tanto crío... y,

además, ¿no te parece que estás malacostumbrando a nuestros hijos? Tendrían que ser ellos los que

se ocuparan más de los niños...".

Un "pero" habría que poner a Paco: instintivamente pretende desempeñar el papel de protagonista en

la educación de los nietos y, con frecuencia, tiene que morderse la lengua... Lo malo es que otras

veces no se la muerde, como ocurrió recientemente mientras el matrimonio "hacia de canguro" en

casa de su hijo mayor. María Luisa terminaba de preparar la cena y los chicos, una vez realizadas las

tareas del colegio, encendieron la tele para ver un programa de televisión. Paco, que estaba dando un

repaso a la prensa del día, se levantó de la butaca como un rayo y ¡zas! apagó el televisor sin hacer

más comentarios.

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Sesión Quehacer educativo Caso Página: 2 de 3

Juanito, el nieto mayor, de 12 años, se dirigió al abuelo:

- Mamá nos deja ver este programa, abuelo...

- ¡Pues ni mamá, ni nada! ¡Este programa no se debe ver! ¡Y ya hablaré yo con tu madre!

Los chicos, prudentes, optaron por irse a la cama, pero María Luisa, que había oído la conversación

desde la cocina, después de dar las buenas noches a los niños, se acostó y le dijo en voz baja:

- Paco, Paco, que no es bueno interferir en el estilo de educación que cada matrimonio quiere para

sus hijos...

- ¡Nada, nada! —interrumpió éste— ¡No voy a dejar que estos padres de ahora eduquen mal a mis

nietos! ¡Faltaría más!

Paco y María Luisa se quieren y se llevan bastante bien, pero, a veces, tienen pequeños rifirrafes en

razón de "los encargos" que, con un poco de desahogo —todo hay que decirlo— les hacen sus hijos.

Por ejemplo, hace un par de semanas, al llegar Paco a casa después de pasar la mañana en su ONG,

se encuentra con una esposa sonriente que, al abrirle la puerta le suelta:

- Paco, ha llamado Paloma sondeando si mañana podríamos ir a su casa por la tarde, a quedarnos

con los niños, porque Manolo y ella quieren celebrar su aniversario de boda con un viaje de dos

días... Yo le he dicho que sí...

- Pues mira por dónde yo tenía otros planes: pensaba que nos fuéramos con los Abad, a la casa

que tiene Rafa en su pueblo... Siempre me está diciendo que a ver cuándo vamos a comer y había

quedado para este fin de semana... En fin, le llamaré, pero me sabe mal...

Otras veces es Paco quien, por no decir que no a alguno de los hijos, se carga el plan que tenía el

matrimonio, en cuyo caso es María Luisa la que se va refunfuñando por el pasillo, diciendo entre

dientes:

- Este Paco es tremendo... Yo creo que debía pensar un poco en que, a estas alturas, también

nosotros tenemos derecho a organizar nuestra vida... y que los padres se ocupen de sus hijos...

Como queda dicho, Paco es un poco "metomentodo" en temas de educación y no tiene reparo en

arengar a hijos, nueras o yernos, lo que ellos, con gran sentido del humor, denominan "discursos

patrióticos". Y no digamos nada cuando se rozan temas de la fe.

Luis —el más pequeño de los hijos— y su mujer, Mª Carmen, son buena gente, trabajadores,

encantadores, pero en cuanto a sus convicciones religiosas podríamos decir que practican un

cristianismo "light": creen en Dios, llevan a su hija a un colegio de inspiración cristiana y poco más. A

veces asisten a Misa los domingos, otras —cuando surgen planes que lo dificultan— lo dejan. Nunca

les faltan excusas: “Eso de tanta rigidez en la normativa es cosa de los curas", “¿Por qué hay que ir a

Misa precisamente los domingos?, ¿no sería más lógico ir cuando a uno le apetece, aunque sea un día

de diario?”.

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En este mes de abril, con motivo de que la hija de Luis está preparándose para recibir la Primera

Comunión, Paco ya ha tenido varias fricciones con ellos; les insiste en que los padres deben ser

coherentes: si quieren que su hija se eduque como buena cristiana, tienen que darle buen ejemplo:

de lo contrario, la niña vivirá una especie de esquizofrenia que acabará por hacerle daño.

Mañana van a venir a comer a casa y Paco está preparando uno de sus “discursos” para soltárselo en

cuanto les abra la puerta. María Luisa, que conoce bien a su marido, teme que acaben discutiendo y

anda dándole vueltas a la imaginación: “¿Cómo le diría a este Paco que deje a los chicos en paz? Ya

son mayorcitos y saben lo que hacen... La verdad es que Paco tiene razón, pero como saque el

genio... ¡Ay, no sé qué hacer! ¿Le digo algo? O mejor, ¿hablo yo a solas con nuestra nuera, que me

escucha siempre?”.

En una palabra: no es cómodo hacer oposiciones a "abuelos del año".

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El quehacer educativo de los abuelos

Cuando se reflexiona un poco sobre lo que los abuelos pueden hacer y lo que no deben hacer en

relación con la educación de los nietos, se ha de resistir a la tentación de apoyarse fundamentalmente

en la casuística, como medio de llegar a conclusiones.

¿Cómo establecer unos criterios más o menos generales, que abarquen todas las situaciones, respecto

del papel de los abuelos en la educación de sus nietos? La tarea es ardua, pero algo puede decirse

sobre el asunto, de modo que resulte válido en cualquier situación.

Todos sabemos que existe una condición elemental para que se dé una feliz convivencia —de cerca o

de lejos— entre abuelos e hijos casados: el respeto mutuo. Que los hijos respeten la casa, las

costumbres de sus padres mayores; que los abuelos tengan clara conciencia del respeto debido a la

familia nueva creada por el hijo o la hija, en la que, además, existe una persona —la nuera o el

yerno— que vino a integrarse desde fuera, que merece, por razones obvias, la máxima consideración,

el máximo respeto a su modo de ser y hacer las cosas.

Pues bien: si partimos de esta base, habrá más aciertos que errores en el capítulo de la educación de

los nietos. Porque cada movimiento de los abuelos tenderá a reforzar, del modo más natural, los

criterios educativos de los padres, y no a establecer discrepancias entre lo que estos dicen o hacen y

lo que ellos —los abuelos— hagan o digan ante los nietos. No interferir si los padres están

sancionando una falta cometida por el pequeño; preguntarle al nieto, cuando pide que se le compre

algo, si la mamá o el papá van a estar de acuerdo con esa compra; dar la razón a los padres cuando

los nietos vienen con una queja; todas las ocasiones, en fin, en que los abuelos han de guardarse su

propio punto de vista para apuntarse al de los padres, simplemente porque son los padres. Esto, claro

está, requerirá un esfuerzo, y un preocuparse por estar en la misma línea que los padres, y hasta una

renuncia a las propias ideas. Pero se trata de darle lo mejor al nieto; y lo mejor, en las situaciones

normales de la vida cotidiana, será que él vea una coherencia en la conducta de todos los mayores,

antes que una guerra de competidores por ver quién lo mima más. Los abuelos que quieren de verdad

a sus nietos, antes que a sí mismos y a su propia complacencia, saben delimitar perfectamente las

fronteras entre el mimo razonable que hará feliz al nieto sin ninguna complicación y el mimo que

puede resultarle nocivo en el conjunto de su crecer derecho.

¿Y los padres? ¿Qué pueden hacer por reforzar lo positivo de la acción de los abuelos en lo referente a

la educaci6n de los pequeños? Parece que lo primero debe ser enseñar a respetar y a querer mucho a

los abuelos. Y en esto, como en todo, lo principal será el ejemplo, los hechos, que no las palabras.

Sí, el ejemplo es siempre decisivo. Si los hijos viven el ejemplo de sus padres amando a los abuelos,

aprenderán a quererlos. Todo esto vendrá acompañado por cuanto sean y hagan los abuelos para

inspirar cariño; y el lograrlo será bueno, ya de por sí; pero será al mismo tiempo el mejor vehículo

para que el niño acepte la autoridad de los abuelos y la valía de cuanto éstos quieran inculcarles en el

orden educativo.

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Entonces, ¿es preciso que los abuelos se fijen unos objetivos en el capítulo de la educación de los

nietos? Diríamos que esto más bien corresponde a los padres. A los abuelos toca interesarse, conocer

estos objetivos de los padres y quedarse en la fijación de unos cauces por donde discurran sus

propias acciones. Los abuelos disfrutarán así de esa gozosa libertad de dar sin más preocupaciones,

desvinculados de cuanto suponga atenerse a "obligaciones serias", aunque se obliguen —esto por

supuesto— a no salirse de las pautas educativas marcadas por los padres.

Y, con tales premisas, ¿qué dan habitualmente los abuelos que, sobre otros considerandos, pueda

entrar en el ámbito de la educación? ¡Tantas cosas! Dan un tiempo sin prisas, donde el niño se abre

en contar cosas, seguro de ser comprendido; donde hará preguntas, para prenderse en las respuestas

maravillosas de los abuelos. Dan caminos por los que ande suelta la imaginación y la fantasía —los

cuentos de los abuelos, y las historias verdaderas de los abuelos sobre una vida de atrás, en la que

estaban los padres cuando eran niños—; y dan mucho cariño, otra clase de cariño, que sirve de

campo abonado donde se hundan las tiernas raicillas del alma del niño, para que rebroten en virtudes,

en amor a lo bueno

Mucho pueden incidir los abuelos, aunque la tarea básica competa a los padres, en la educación de la

fe. Desgranando, en lenguaje de niño, bellas historias evangélicas; enseñando oraciones de sabor

antiguo; aunando afectos humanos con amores divinos. Otra vez serán la paz de los años y el sosiego

que emana de las palabras de los abuelos el mejor marco que encuadre un interesarse de los niños

por lo que oyen, un sembrarles para que, limpiamente, imiten y sientan.

Poníamos como condición valiosa, en el quehacer educativo de los abuelos, la de que no interfieran en

la educación que los padres —primeros educadores de los niños— estén llevando a cabo. Sin

embargo, surgen ocasiones en que no resulta tan fácil obrar así. En el mundo de hoy, no es raro

encontrarse con padres despegados de lo religioso, en una familia donde los abuelos, por normales,

viven una vida de fe; o con aquellos otros que —por razones diversas, pero que no cabe analizar

ahora— consienten a los hijos adolescentes (en horarios, en relaciones con el otro sexo, en el gasto

económico) cosas que los abuelos ven como negativas, y con justa razón.

¿Qué pueden, o qué deben hacer entonces los abuelos? ¿Cómo actuar cuando —tomemos un ejemplo

directo— los padres dicen que sus hijos no tienen por qué ir a misa, o anuncian su decisión de no

bautizar al nuevo hermanito, próximo a nacer? Porque se trata de un problema de conciencia; no cabe

quedarse parados ante algo que los abuelos contemplan como grave y perjudicial para los nietos.

¿Qué hacer, entonces?

Cabe empezar reflexionando sobre lo que no debe hacerse, por bien de los nietos. No se puede hacer

nada que pueda deteriorar la imagen de los padres. No se puede decir a los nietos que sus padres lo

están haciendo mal, porque esto sería causarles —a los nietos— un serio daño.

Sí se puede, y se debe, dialogar incansablemente con los padres, para que modifiquen su actitud. Y

hay que correr riesgos: el de que los hijos casados piensen que sus padres se están entrometiendo en

sus vidas, o el de saltar del diálogo a la discusión, riesgos evitables si los abuelos saben y se empeñan

en "hacerlo bien". Pero los abuelos no pueden desertar en tales circunstancias. Su actuación ha de ser

incansable.

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Sesión Quehacer educativo Nota técnica Página: 3 de 3

Lo que no pueden olvidar los abuelos, sea en situaciones irregulares o en situaciones de amable

normalidad, es que ellos están ahí, dentro de la familia, y que algo —mucho— se está esperando de

ellos. Y esperan más —sin pensarlo, sin saberlo— esos seres maravillosos que llegaron los últimos: los

nietos. Y lo merecen todo.

Se suele hablar del inconsciente afán de los abuelos por ser protagonistas. ¿Qué hay de verdad en

todo esto? ¿No será que se generaliza arrancando de casos que, aunque se den, son los menos?

Preguntad a niños y a jovencitos —estos, con más capacidad de reflexión— qué opinan de sus

abuelos. Y, aun despojando de las respuestas el aspecto afectivo, pocas o ninguna hallaréis que

destaquen nada negativo de sus abuelos en lo que a afán de dominio o protagonismo se refiera.

Todo lo anterior viene al hilo de cuanto venimos comentando sobre lo que los abuelos pueden hacer y

lo que no deben hacer en la educación de los nietos. Tal vez lo primero que deban hacer sea

prepararse para ser buenos abuelos. Y en esta preparación pensar con sana humildad si no pueden

caer ellos en los defectos antes apuntados, que invalidan al abuelo como educador.

Abracen los abuelos, con renuncia alegre de sí mismos, el deseo de pasar desapercibidos, de dar sin

que se note, de amar a los nietos sin esperar nada a cambio. Con estas bases, poco habrá que

pormenorizar sobre qué y cómo hacer, o qué no hacer. Porque todo cuanto hagan va a ser bueno y

va a ser educativo. ¿No es la felicidad el fin último de la educación? Pues se estará educando, mucho

y bien, si se está dando felicidad y alegría al nieto. Con constancia. Y con un amor donde prevalezca

el dar, olvidándose del recibir. Sin protagonismos, decíamos. Y vivirán el milagro —se hará cotidiano el

milagro— de recibir mucho más de lo imaginable, a través de la magia que emana de la sonrisa de un

nieto, de su mirada, de una caricia imprevista.

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Sesión Felicidad y dolor Caso Página: 1 de 4

A solas con lo que fue

Residencia de lujo

Don Ramón lleva viviendo casi tres años en una residencia para ancianos. Es una institución

particular, mitad hotel de lujo, mitad clínica geriátrica, si bien este último aspecto queda

deliberadamente diluido entre los buenos servicios del hotel.

Don Ramón —que ha cumplido 75 años— vive allí desde que enviudó, a los 72 años. En total no serán

muchos más de veinte los huéspedes de la mansión, entre los que se cuentan algunos matrimonios. El

ambiente es acogedor. Un visitante que llegara allí por primera vez saldría favorablemente

impresionado: salón de televisión, biblioteca, terraza-bar, pequeños rincones íntimos, una suave

música ambiental... partidas de dominó y de ajedrez entre los caballeros, y de canasta entre las

damas, o, sencillamente, un grupo de ambos sexos que charla y toma café. Todo bajo los solícitos

cuidados de señoritas que van y vienen, incansables, pendientes de la menor necesidad o deseo de

cada residente, a quien llaman siempre por su nombre: Don Ramón, Don Félix, Doña Luisa...

Entonces... ¿qué se nota en el aire, qué en las gastadas sonrisas de estas personas mayores, o en sus

silencios, para que el visitante de la primera vez salga con una invariable sensación de tristeza en las

visitas sucesivas?

Es una residencia de lujo, sí, pero es una residencia de ancianos. Con grandes ventanales por donde

entra el sol, con bellas puertas labradas, abiertas, por las que salir cuando se quiera... Sol y salidas

que no alcanzarán a borrar esa impresión de "ghetto", donde la vida ha recluido a unas personas cuyo

único nexo, común a todas, es... que ya no serán nada, ni harán nada; solo ser unos buenos viejos

sin ocupación alguna, salvo la de recibir visitas de amigos, de la familia —los que la tengan— o salir a

dar un paseo si el físico y los achaques lo permiten. Nada más. Todo eso es lo que va pensando

Ferrán, una visita que acaba de estar con Don Ramón.

Sus últimos años de trabajo

A los doce años de independizarse y de instalar su primer negocio en Sevilla, Ramón Vidal contaba ya

con la propiedad mayoritaria de ocho almacenes de accesorios, distribuidos por toda la geografía

española, y una regular fortuna, fruto de su incansable trabajo. Había empezado muy tarde su

aventura comercial: a los cuarenta y siete años.

"Pero he tenido la suerte, o me ha venido de Dios, de que mi hijo haya querido trabajar conmigo

desde que acabó su carrera ¡Y que me ha salido fino! Este llegará donde su padre no pudo, ya lo

veréis" pensaba Ramón.

Ramón Vidal pasó gran parte de los primeros tiempos viajando mucho. Entre viaje y viaje, un retiro a

su finca: "El campo”, como él decía, para recuperar fuerzas y cuidar de que a su mujer (que desde

años atrás llevaba una vida muy pasiva, a causa de una disfunción nerviosa) no le faltara de nada,

absolutamente de nada.

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Sesión Felicidad y dolor Caso Página: 2 de 4

En su momento, su hijo Pablo había empezado a trabajar como director en uno los almacenes, en el

de Sevilla concretamente. Pablo había terminado Derecho y él mismo eligió el puesto y la forma de

iniciarse en los negocios de su padre, al lado de un gerente veterano, de quien podía aprender

mucho.

Recién casado Pablo, entró a formar parte del Consejo de Administración de las sociedades del padre

y, aunque viajando menos que este, hubo de asumir mayores responsabilidades a nivel nacional, con

despacho propio, sito en Barcelona.

Don Ramón, hombre recio, endurecido por la vida, tenía cierta vena de dominante, de autoritario. Era

solo él quien marcaba las líneas maestras, sin discusión posible, y de esta manera de hacer ni su hijo

se libraba. Por lo demás, la decisión de situar a Pablo en más altas cotas de responsabilidad era una

medida lógica. No obstante, la forma de "ordeno y mando" con que fue llevada a cabo parece que no

satisfizo a Pablo de principio, ni tampoco a Clara, su mujer.

Don Ramón andaba ya por los sesenta y tantos, muy bien llevados. Había delegado funciones y

responsabilidades en su hijo; pero ni por formación y, menos aún, por carácter, sabía mantener la

línea divisoria entre sus propias actividades y las de Pablo. Había interferencias, saltaban chispas; y en

Pablo se iban acumulando insatisfacciones, y se iba cansando de bajar la cabeza una y otra vez.

Los negocios marchaban. Pablo, aun con menos experiencia que su padre, “sabía hacer”. Pero, por

ejemplo –cuestión de caracteres—, hubo de pactarse que, cuando el padre viniera a Barcelona, se

hospedara en un hotel y no en la casa del joven matrimonio. Y, por ejemplo, solo un año, accediendo

a las instancias paternas, habían veraneado Pablo y Clara —ya con el primer hijo— en la hermosa

finca de Don Ramón, en Sevilla. No repitieron nunca más.

Sería largo de contar todo el sucederse de hechos, profesionales principalmente, en que continuaron

tropezando padre e hijo. Don Ramón venía anunciando su propósito de retirarse, pero nunca lo hacía.

Por ello se llevó la gran sorpresa cuando, un buen día, su hijo Pablo le comunicó que estaba decidido

a dejar sus negocios y a romper amarras, buscándose otro quehacer en otra parte.

No fue preciso nada de eso. Antes de retirarse a "El campo”, pero esta vez de modo definitivo, Don

Ramón realizó una serie de trámites, hizo cesión de acciones al hijo y, reuniendo a los gerentes de

todas sus empresas, presentó a Pablo como su nuevo Presidente.

Su última ayuda profesional

Todos los negocios tienen sus alternativas y, en ocasiones, algún tropiezo. En los negocios de Don

Ramón —ya por entonces de Pablo— se llegó a un momento de dificultad, por irregularidades de

cierto ejecutivo. Fue Pablo esta vez quien buscó a su padre y quien, contándole lo que ocurría de

modo abierto, obtuvo la ayuda que de hecho no había pedido, pero que sabía que necesitaba.

Don Ramón salió de su retiro. Volvió a viajar, a recoger información y a convocar reuniones de

gerentes, planteando soluciones que luego resultaron eficaces. Hizo un despliegue de lucidez y

energías como en sus mejores tiempos, aunque su físico acusaba los años.

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Cuando las aguas —en los negocios— volvieron a su cauce, Don Ramón volvió a retirarse. Esta vez, a

vivir en un piso, en otra ciudad. "El Campo", la finca, le venía demasiado grande para sus mermadas

fuerzas, y la había vendido.

Viajaba alguna vez, pero muy poco. Paulatina, pero inexorablemente, fue caminando hacia la vejez

completa, al lado de su esposa siempre enferma, y con la ayuda de dos empleadas del servicio

doméstico. Su hijo Pablo le visitaba casi mensualmente, en ocasiones con alguno de los tres nietos. Y

advertía cómo el padre sentía ya menos interés por las cosas y por las amistades, aunque todavía

dejaba caer alguna que otra sugerencia ante los comentarios del hijo, sugerencia que valía

verdaderamente la pena. Pero prefería evocar recuerdos a saber del presente; si acaso, se

preocupaba en dar instrucciones a la cocinera para la comida del día; y aquí terminaban las tareas de

aquel hombre, cuyo más acusado rasgo de antaño fuera su incansable actividad, su capacidad de

trabajo.

Sus últimos viajes

Cuando falleció la esposa de Don Ramón fueron muchos los amigos y conocidos que acudieron al

sepelio y rodearon a Don Ramón de respetuoso cariño. El estaba muy emocionado. Tantos y tantos

años de enfermedad de su mujer le habían habituado a no esperar nada de ella, pero, por otra parte,

le procuraron la oportunidad de tener algo en lo que ocuparse. Ahora Don Ramón presentía, tocaba

ya, un gran vacío, que no se iba a llenar con nada en los días que iba seguir viviendo.

Hablaba de todo esto con Ferrán, el gerente de Bilbao, y añadió que pronto le tocaría a él seguir el

mismo camino. Ferrán, que lo escuchaba en un atento silencio, creyó conveniente interrumpir en este

punto:

—Vamos, Don Ramón. ¡La guerra que aún le queda por dar! Cuando pase todo esto, lo que tiene

que hacer es venirse a casa una semanita, como aquella vez de hace dos años. Aurora me ha

encargado que se lo dijera. Y a las mujeres no hay que desairarlas, ya sabe.

—Tu mujer vale mucho —le contestó—. En aquel viaje, tú te ibas al trabajo. Ella y yo hablábamos

y hablábamos. ¡Qué bien me lo hicisteis pasar! Pero no, ya no estoy para viajes. Estos huesos, las

piernas apenas si obedecen. Ahora... no sé a dónde me llevarán. Pero dile a Aurora que es para mí

como una hija. Aquellas charlas de aquellos días...

Y ahora, ¿qué?

Ahora Don Ramón lleva tres años viviendo en ese magnífico hotel-residencia para ancianos, en

Barcelona. Allí recibe las visitas de los nietos, del hijo. ¿Cómo y de quién de los dos fue la idea para

este acomodo de Don Ramón? Es un asunto familiar, del que nadie habla.

La residencia... tan confortable, tan bien dotada de servicios médico-hoteleros. Con tanta luz, con

nuevos amigos para Don Ramón, a quien cada día llama el chofer de Pablo por si quiere que le lleve a

algún sitio, por si necesita algo... Las partidas de dominó, en que la apuesta es el café... y, a la vez, la

impalpable, la infinita tristeza que alienta por el aire. Porque todos los residentes, o casi todos, son ya

solo pasado, rodando por un presente que no les importa, en el que no tienen nada que hacer.

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Ferrán ha visitado a Don Ramón, como hace siempre que va a Barcelona. Y ha salido, como siempre,

con los mismos pensamientos, con el mismo nudo en la garganta.

—Dale recuerdos a Aurora —le ha dicho Don Ramón—. Aquellas charlas con tu mujer...

Y Ferrán recuerda lo que Aurora le tiene dicho: en "aquellas charlas" ella "no charlaba" nunca. Ella

sólo oía a Don Ramón que hablaba, y hablaba, y hablaba de sus recuerdos. Ella, si acaso, lo que puso

en "aquellas charlas” fue el corazón en los ojos y en la sonrisa, mientras escuchaba...

«¿Es que hacía falta algo más? —se dice Ferrán— ¿Es que hoy, a sus setenta y cinco años, Don

Ramón necesita algo más que unas gotas de calor humano en sus horas vacías? Alguien que sepa

escucharle cuando cuente lo que fue, en una casa, donde le quieran, donde le molesten los jóvenes y

él moleste con sus cosas de viejo. Donde alguien, alguna vez, le pida ayuda y consejo...».

Todo esto va pensando Ferrán. Atrás se queda la residencia. Con su confort, con su lujo. Las vidrieras

de los ventanales —grandes ventanales— han cobrado un tono cárdeno y triste, el reflejar las últimas

luces en el cielo del ocaso.

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Felicidad y dolor en la familia

1. Reflexiones sobre el dolor

La presencia del dolor en el mundo es una realidad tan innegable que elimina toda necesidad de

probar su existencia cuando se aborda el tema. El dolor existe. Y el pensamiento del hombre ha

tratado de explicarlo desde las más diversas instancias, buscando a través de ellas justificaciones y

porqués.

Se dice que el dolor ennoblece y purifica. Mas, por ello, ¿hemos de buscarlo? Dentro de la familia,

¿hemos de quererlo como vía educativa para quienes la forman con nosotros? Decididamente, no; por

el contrario, habremos de procurar lo que alguien dijo: “ante todo sufrimiento humano dedícate,

además de consolarlo como puedas, a destruir sus causas”.

Lo que no podemos es negar el dolor. Es un hecho inevitable en nuestras vidas. Amor y dolor van

unidos, se dice. Y si educamos para el amor, bueno será tener presente que el dolor llegará, y que se

precisa aprender a salir de las situaciones dolorosas sin que se quiebre nuestra capacidad de seguir

viviendo, de seguir amando. Y esto no se logra negando el dolor.

Desde el pequeño engaño de decir a un niño que no está amarga la medicina que ha de tomar, hasta

el equívoco de silenciar a un enfermo grave lo irremediable de su mal, cuando la realidad es que él

quiere saberlo, pasando por todas las situaciones en que cerramos los ojos ante lo doloroso, en lugar

de encararlo lo mejor posible, todo esto, decimos, no son sino errores que pagaremos con un mayor

sufrimiento, casi siempre a corto plazo, y que en nada nos prepararán para soportar males venideros.

«No se trata de hacer una "educación para el dolor", pero la educación debe ser tal que permita a

cada persona encontrar el sentido del dolor».

Otra consideración: cuando un dolor nos adviene, lo primero que hacemos es refugiarnos en la

familia. Ni nos detenemos a pensarlo: sabemos que allí, en el seno de la familia, vamos a encontrar

un algo que atenuará cuando menos nuestros males. "El dolor y la tristeza pueden ser superados en

la familia como en ningún otro sitio. Y no es solo por la compasión de los familiares, sino porque el

mismo sujeto que sufre se siente más seguro en el ámbito donde se educó para resistir el dolor más

poderoso". La familia es, sin lugar a dudas, el mejor lugar para nacer, para vivir y para morir.

2. El dolor y el “estar” de los abuelos

Hay un testimonio de la vida real, plasmado en la historia escrita de un "caso", cuyo final recoge las

impresiones del hijo mayor sobre sus padres, a los que él ha hecho abuelos. Y dice: "¿En qué consiste

esto de ser buenos abuelos? De ellos lo he aprendido: ser un buen abuelo es simplemente

acompañar, estar, sin más. Estar, siendo testigos fieles de lo que es la esencia de la familia en

general, de cada familia en particular. Y estar alegremente, cultivando el gozo que brota de la vida en

una familia que se quiere".

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Estar, sin más. Y estar alegremente. En apariencia, se está hablando de tan poca cosa que nada

parece más fácil. Y, sin embargo, ¿qué honda realidad, qué dimensión de obra permanente se

esconde tras este "estar sin más?". La meditación vale la pena; y si se es abuelo, más todavía.

Si: hay paradojas, situaciones de paradoja, que bien merecen ser cultivadas día tras día, hora tras

hora. Estar haciendo tanto —en el decir, en los silencios; en el despreocuparse por los demás; en el

amor y en el saber amar—; estar dando tanto y tan delicadamente, que cifren y resuman tu condición

de abuelo (y aquí la grata paradoja) en, sencillamente, "saber estar". ¿No debería ser esto la regla, el

casi único objetivo de los abuelos jóvenes al relacionarse con sus hijos y con las familias de sus hijos

casados?

Este estar de los abuelos dentro de la familia cobra una especial dimensión de eficacia en las

situaciones dolorosas. Los abuelos han vivido más, han tenido que atravesar horas amargas más

veces, muchas veces. Y esto les ha dado una visión distinta de las cosas, una fuerza serena —a pesar

de estar en declive el conjunto de sus fuerzas vitales— que les permite apuntalar con firmeza, orientar

hacia mejores caminos a los que están sufriendo y caminar con ellos como sosegado apoyo.

Así, y comenzando por los ejemplos menos significativos, la abuela siempre estará dispuesta a suplir a

la hija o a la nuera enferma en las, por fuerza, abandonadas tareas del hogar; la abuela o el abuelo

encontrarán todo el tiempo del mundo para acompañar y distraer al nieto enfermo; y la casa de los

abuelos, tradicional acomodo de un día o de una noche para la gente menuda cuando es preciso,

ampliará sus horarios y sus servicios si se produce cualquier anormalidad —un viaje inesperado, una

estancia en una clínica— en la vida de los hijos.

Dolorosa, muy dolorosa, es también la situación — otro ejemplo— de la mamá joven que esperaba un

bebé y lo pierde. Estará entonces su marido para brindarle consuelo y ternuras; y, en otro plano,

estarán también los abuelos —no importa si es la hija o es la nuera— para cuidarla de modo distinto,

sabiendo oírla cuando ella quiera contar su tristeza, buscándole delicadamente temas y motivos que la

distraigan. Otra vez, los abuelos sabrán estar; encontrarán el mejor modo de, simplemente,

sencillamente, estar.

Y ¿qué decir de la situación —por fortuna no muy corriente— en que la hija o el hijo casado riñe con

su cónyuge, llegando a un extremo tal que los abuelos, sin pretenderlo ni buscarlo, se ven inmersos

en el problema? Situación dolorosa por demás, ensombrecida a veces por la posibilidad de ruptura del

matrimonio. ¿Qué ocurre entonces? Pues ocurre que puede resultar decisiva —para bien— la

intervención de los abuelos, si saben ser buenos abuelos. Porque sabrán quitar hierro a las

diferencias, sin pronunciarse por ninguna de las partes; porque encontrarán la forma de invitar a la

reflexión, y, sobre todo, porque solo ellos, los abuelos, lograrán transmitir ese sentido de paz y

serenidad indispensable para el bien querer y el buen hacer, al que ellos mismos supieron llegar con

el correr de sus años vividos.

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¿Y en la relación abuelos-nietos? Muchos ejemplos podrían aportarse de cuando estos últimos pasan

por situaciones de dolor. Consideremos el más frecuente: el del nieto o la nieta adolescente con un

problema —tan fuerte, tan de venirse abajo el mundo— de los que se dan en estas edades. Los

padres ya se interesaron y aconsejaron bien; o hubieron de cumplir con el penoso deber de definirse

en una postura no querida por el joven hijo. Los abuelos, en tales ocasiones, no serán la cura

milagrosa; pero, otra vez más, algo sabrán transmitir de sus vivencias, alguna faceta del problema se

aclarará con luz distinta gracias a sus palabras, y el nieto o la nieta podrá hallar un sosiego que de

ninguna otra parte le venía, pero que le llega ahora de los abuelos, cuya sola presencia "tiene

resonancias profundas y satisface los anhelos de estabilidad y seguridad, ya que son los únicos en

poder satisfacerlos".

3. Comentarios finales

El dolor es una vivencia personal de quien lo padece; "nadie nos puede traspasar su dolor; podemos

"condolernos" del dolor del amigo, pero el dolor no es separable del que sufre".

Sin embargo, la indudable verdad de esta afirmación adquiere matices especiales cuando de la familia

se trata: dentro de la familia, de tal manera nos condolemos del dolor de uno de sus miembros, que

acabamos viviéndolo como dolor propio.

De esto pueden decir mucho los abuelos. También los padres, que, desde el nacimiento de su primer

hijo, vuelven los ojos con cariño nuevo hacia sus propios padres, al experimentar los primeros dolores

por el dolor del hijo.

Y seguirá el rodar de los años y, por desgracia, ocasiones habrá en que los hijos casados hayan de

asistir a situaciones dolorosas de los abuelos, y también sabrán estar con solicitud y amor. Entretanto,

los abuelos, los buenos abuelos, seguirán estando en la familia en todos los momentos, en las

situaciones dolorosas de la familia.

Por ley de vida, los abuelos serán normalmente los primeros en enfrentarse con el dolor supremo de

la propia muerte. Pero, si supieron ser buenos abuelos, tal vez dejaron a los que quedan el recuerdo

de cómo ellos "estuvieron" a la hora de sobrellevar la pérdida de un ser querido. Y tal vez los que

quedan, junto con su resignación cristiana, sepan apoyarse en este recuerdo y destilar mejor un algo

de dulzura y de paz junto al dolor de ver que el abuelo, la abuela, ya no va a "estar".

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La tertulia

Cada jueves se reúnen cinco jubilados en amigable tertulia durante hora y media para hablar de “sus

cosas”, de política, de literatura, de quehaceres domésticos o de las respectivas familias,

especialmente de los nietos. Desde el primer día —de esto hace más de diez años— el tema de las

tertulias ha sido no hablar mal de nadie, aunque a veces, si se trata de políticos, las críticas son en

cierto modo negativas, o, llamémosles, realistas…

Pepe es el más viejo, con 85 años, periodista, padre de familia numerosa y con numerosos nietos;

David es escritor, no muy afortunado, de comedias, así como visitador de museos y exposiciones de

arte; Joaquín, antiguo empleado de una fábrica de chocolate; Jaime, ingeniero textil, y Alberto,

exdirector de una sucursal bancaria; a sus 80 años aún asesora empresas de amigos.

El observador superficial, a la vista de estas reuniones un tanto insustanciales, puede pensar que

estos cinco hombres son unas personas inactivas, desocupadas, en vacaciones perpetuas mal

pagadas… Pero no es así. Jaime visita hospitales y residencias de ancianos; Pepe escribe cartas a los

periódicos, cocina en casa y hace la compra; Joaquín es un “forofo” de sus nietos, acompaña a su

mujer en las visitas al Cotolengo y ejercita su memoria, que peligra a causa de un incipiente

Alzheimer.

Hoy hay una novedad que viene a animar al grupo: se incorpora Pedro, recién jubilado de su

colocación en el Ministerio de Hacienda, amigo de un amigo de Alberto. Después de las

presentaciones de rigor, Pedro ha expuesto a grandes rasgos su “currículum”, y los demás le han

explicado en qué consiste la tertulia, cómo ha influido en trabar una amistad auténtica entre todos y

cómo esta hora y media semanal es un respiro en la monotonía de sus quehaceres cotidianos.

Pedro ha tomado la palabra:

- Yo pienso ir cada día a mi antigua oficina a estar un rato con mis compañeros de trabajo. Luego,

una buena siesta, un rato de televisión, salir de compras con mi mujer y los sábados ver a mi nieta.

Alberto, que no tiene pelos en la lengua, le ha contestado muy amablemente:

- Amigo Pedro, ten cuidado con no dar la lata a tus antiguos compañeros, porque ellos tienen

trabajo y no están para charla diaria. Te cansarán en dos semanas y los cansarás en menos tiempo.

Búscate, como hemos hecho nosotros, un trabajo útil, que haga bien a alguien y que te haga bien a ti

mismo. ¡Es tan largo el día!

Pedro se quedó pensativo, quizá un poco contrariado. Pepe quiso romper la tensión que se estaba

creando sin querer, como reacción a las “teorías” de Pedro:

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- Tú eres muy joven y además útil. No vas a ser feliz con este planteamiento tan burgués, porque la

felicidad consiste en hacer feliz a alguien de tu alrededor: tu mujer, tus hijos, tus nietos… ¡también

tus nueras y tus yernos y tus amigos!

- Tú ya tienes una nieta, y tendrás más —tomó la palabra Joaquín—. Ayudar a tus hijo a que

eduquen a tus nietos es ya un bien que estás haciendo a la sociedad, porque la familia es parte de la

sociedad.

- Veo que todos estáis contra el descanso merecido a los que hemos trabajado cuarenta años —

replicó Pedro—. Yo pienso hacer lo que no he podido hacer durante mi vida: no quiero complicarme y

depender nuevamente de otro trabajo.

David se dio cuenta de que no había nada que hacer, de momento, ante la postura de Pedro y prefirió

echarlo por el camino de lo positivo, porque, si no, iban a acabar mal y nunca se incorporaría Pedro a

la tertulia y su “filosofía”. En tono conciliador le dijo:

- Tú apúntate a la tertulia de los jueves y verás qué bien lo pasas. Supone un pequeño sacrificio

semanal, pero se compensa con la amistad que está generando esta tertulia: una verdadera amistad

en el sentido ético de la palabra, que, según algunos sabios es devolver el amor recibido. ¿De

acuerdo, amigo Pedro?

El ambiente comenzó a recobrar la naturalidad de otros jueves. Pepe recordó que era la hora de

marchar y que hoy le tocaba contar un chiste a David.

David se puso en pie, engoló la voz y soltó su chiste malo:

- El hombre del tiempo de la televisión fue a la consulta de la Seguridad Social y le dijo al médico:

“no me encuentro bien, doctor, ¿quiere tomarme la presión atmosférica?”.

La tertulia de este jueves terminó bien, como siempre. Pedro prometió no fallar nunca, salvo si tenía

que ir de ir de compras con su mujer…

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Los abuelos en la sociedad

Los avances de la medicina y la mejor calidad de vida han hecho que muchos de nosotros, abuelos,

hayamos llegado a la llamada "tercera edad" en excelentes condiciones físicas y mentales.

Si echamos un vistazo a las estadísticas demográficas, nos encontramos con que la esperanza de vida

de las personas anda por cerca de los ochenta y cinco años. Esto quiere decir que un jubilado a los 65

años podrá disfrutar de unas vacaciones pagadas de veinte años. ¡Veinte años sin hacer nada son

muchos años de ocio!

Antes, a los 60 años se era viejo. Hoy, a los 70/75 años se puede pasar por ser una persona madura:

la identificación del abuelo con persona de edad avanzada ha perdido su validez.

Hay una gran cantidad de abuelos jubilados que no aportan nada a la sociedad, que se refugian en su

“abuelitud” como coartada para pasar lo que de vida les queda mirando al pasado con nostalgia,

quejándose de sus propios achaques, despotricando contra la sociedad, contra las nuevas formas de

sus nietos, contra modas y modos, contra todo tipo de política…

Uno es viejo no cuando llega a determinada edad, sino cuando se siente inútil, cuando no tiene

proyectos ni ilusiones, cuando —como decía el General Mc.Arthur— "ha desertado de su ideal".

Este alargamiento de la vida supone un cambio profundo del papel que los abuelos desempeñan o

pueden desempeñar: nunca en la historia tantas personas han vivido —vamos a vivir— tan largo

tiempo en su condición de abuelos.

Nos sentimos vivos, activos, capaces de dedicar tiempo a nuestros nietos, pero también de realizar

cosas que no pudimos hacer cuando la actividad laboral requería un fuerte porcentaje de nuestro

tiempo.

¿Cómo utilizar el tiempo de que disponemos? Una persona mayor puede hacer proyectos y debe

hacerlos, porque ello repercute en la salud física y en la psíquica. Hay que prevenir a toda costa el no

hacer nada, pues ese es el camino que desemboca en el tedio, la neurosis del retiro, la baja

autoestima, las depresiones, la pérdida del sentido de la vida.

Hemos tenido éxito en dar más años a la vida, ahora tenemos que plantearnos el reto de dar más

vida a los años.

De acuerdo en que a estas edades no se tienen las fuerzas de la madurez o de la juventud, pero se

tiene tiempo. Y en el tiempo está la clave que abrirá muchas puertas a los abuelos jubilados: en el

largo plazo de veinte años se puede hacer una carrera, un nuevo oficio, aprender aquello que

soñábamos cuando no teníamos tiempo; aprender aquello que a la abuela le gustaría tanto…

Todo menos dormirse en la inútil nostalgia, en lo que pudo haber sido y no fue, que es una muerte

lenta de la ilusión que, en consecuencia, aleja a los antiguos amigos y nos abandona a la más

absoluta de las soledades que es el remordimiento del tiempo perdido, la laxitud de la inteligencia, el

dominio de la pereza física y mental. Hay que vencer el tópico del egoistilla que dice "yo he trabajado

ya bastante; ahora que trabajen los jóvenes".

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Miguel Ángel, Leonardo, Goethe daban cima a gran parte de sus maravillosas obras de arte superando

ampliamente el medio siglo (¡y medio siglo de aquellos tiempos!).

Sin ir tan lejos, grandes humanistas españoles como Menéndez Pidal, Sánchez Albornoz, Víctor García

Hoz o Julián Marías han alcanzado la cima de su magisterio después de los 70 años.

De hecho, varios de los personajes más influyentes en la vida política del siglo XX —Churchill,

Adenauer, de Gaulle, Juan XXIII, Ronald Reagan— tomaron decisiones que cambiaron el curso de los

acontecimientos cuando muchos les hubiesen considerado ancianos. Y ahí tenemos el ejemplo de

Juan Pablo II y de Benedicto XVI.

No pensemos en que estos paradigmas se dan únicamente en los grandes escenarios de la historia;

miles de personas mayores están dando lo mejor de sí mismos en los espacios más modestos de la

vida diaria, en su entorno familiar o en pequeñas asociaciones.

Es preciso encontrar la forma de aprovechar al máximo el tiempo de este período de nuestra vida, y

nada mejor que sentirnos miembros activos de la sociedad en la que vivimos.

El mayor enemigo que nos acecha a los abuelos es el "cerrarse", el irse aislando, por comodidad, por

pereza. Y no es excusa el pensar "ya me dedico a mis aficiones favoritas: ir de pesca, ver una

exposición, jugar una partidita de mus, leer, escuchar música...". Por supuesto que hay que dedicar

un tiempo al ocio activo, a las que podríamos llamar “diversiones enriquecedoras”, pero eso sería irse

encerrando en nuestra pequeña torre de marfil, un poco "matar el tiempo...".

Los abuelos tenemos un tesoro que no podemos desperdiciar: conocimientos profesionales, unas

experiencias valiosísimas, libertad y ¡tiempo! Se trata de aprovechar todo lo que a lo largo de una vida

de trabajo hemos ido adquiriendo, de poner a disposición de la sociedad nuestras capacidades. Y esta

opción depende fundamentalmente de nuestra voluntad. Además, las personas mayores podemos

aportar equilibrio y ética: sabemos muy bien cómo es el mundo, como son las personas y el sentido

profundo de la vida, porque tenemos madurez.

"La vejez es una etapa de la vida con sentido propio; época privilegiada de la sabiduría, que,

generalmente es fruto de la experiencia. Ese momento de la vida en que todo confluye,

permitiéndonos comprender mejor el sentido de la vida y alcanzar la sabiduría del corazón...". "...Las

personas mayores tienen un papel importante en actividades no remuneradas, tales como el sector

informal y el voluntariado". 1

Es imprescindible que los mayores tomemos conciencia de nuestras grandes posibilidades. Incluso

podríamos hablar de la obligación que tenemos contraída con la sociedad, a la que hemos de hacer

partícipe de nuestros conocimientos y experiencia. También de aportaciones menos frecuentes:

serenidad, sabiduría de la profunda, desprendimiento, generosidad.

Hemos de descubrir la posibilidad de continuar realizándonos personalmente, en tareas que nos

proporcionen la doble satisfacción de seguir aprendiendo y de prestar un servicio a los demás, como

un modo de encontrar un nuevo sentido a nuestra vida y elevar el nivel de autoestima.

1 Carta a los mayores de J.Pablo II.

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© IFFD 2013 Abuelos Activos Sesión Abuelos en sociedad Nota técnica Página: 3 de 3

El mayor y mejor quehacer: ¡ayudar a los demás!

En primer lugar, la propia familia. Conocemos abuelos que, en el ámbito familiar, están pendientes de

los quehaceres domésticos, desde los más elementales —como la cocina o la compra— hasta la

contribución a la cultura de los nietos, el consejo oportuno al resto de la familia, y aportan paz y

concordia a las tres generaciones de la familia de sangre o de los colaterales aportados por el

matrimonio de hijos o hermanos.

Después, los amigos. Los de siempre, pero también amigos nuevos.

La amistad es una vía eficacísima para evitar el aislamiento, el encerrarse en casa, ante la tele.

Lo natural del ser humano es la relación, la comunicación, el abrirse a otros. Tener amigos, buscar

nuevos amigos, puede hacer salir de la soledad a otras personas, cambiar actitudes, ayudar a

reconstruir la vida, transmitir ilusión, ideales, ganas de hacer... Para ello es necesario acercarse a los

demás en actitud de escuchar, interesarse sinceramente por sus problemas, sus preocupaciones;

hacerles partícipes de las nuestras.

Ayudar a los demás es transmitir nuestros saberes, nuestra experiencia. Personalmente o unidos a

otros, en colegios profesionales o en asociaciones que se dedican, de modo absolutamente

desinteresado, a la orientación profesional de chavales, al asesoramiento de jóvenes empresarios o a

la orientación familiar.

Hay ya muchos abuelos sensatos que aportan su granito de arena al ambiente social, que se

esfuerzan por intervenir en clubes, asociaciones, peñas o tertulias en las que se habla y se trabaja por

echar una mano en labores positivas y que aportan soluciones —siquiera modestas— a los múltiples

problemas que aquejan al tejido social.

Ayudar a los demás es también lanzarse a ese mar sin orillas que es el voluntariado: la respuesta del

ciudadano de a pie que quiere contribuir con su esfuerzo y su sentido de la solidaridad a resolver o a

mitigar alguno de los graves problemas que aquejan a una sociedad fuertemente materialista. Es un

campo ilimitado y el sentimiento de ser útil "engancha" enseguida al voluntario.

Y nos queda un último terreno de juego para abuelos animosos, decididos a participar activamente en

la vida pública. ¿Cuántos de nosotros pertenecemos a una asociación profesional o cultural, a un

partido político, a un club deportivo? ¿Cuántos participamos, del modo que sea, en las tareas del

gobierno municipal, en alguna organización parroquial, en la comunidad de vecinos?

Y, sin embargo, la participación de los mayores es cada día más necesaria en todas estas

instituciones, como una fuerza nueva que, en algunos casos, las transforma y, en todos, las

enriquece. Pero como decíamos al principio, los abuelos podemos y debemos aportar a la sociedad

valores muy importantes: madurez, experiencia, serenidad, equilibrio, consejo, generosidad y —a

estas alturas— sentido trascendente de la vida.

La tarea es inmensa para los abuelos. Tenemos que llegar a la noche cansados de hacer tantas cosas,

deseosos de que estos veinte años de vacaciones se “estiren” hasta donde Dios quiera, para bien de

sus hijos, nietos, parientes, amigos y conocidos…

Así que: ¡manos, y corazón, a la obra!

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© IFFD 2013 Hoja de trabajo personal Página: 1 de 1

Hoja de trabajo personal

Programa Sesión

Relación de los hechos más significativos de los personajes del caso

Problemas que encuentro en este caso :

Temas del caso que me

interesa discutir en la

reunión de equipo:

Criterios de la nota

técnica que me llaman la

atención:

Cuestiones que se han

discutido en la reunión de

equipo y me interesa

aplicar en mi familia:

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© IFFD 2013 Hoja de la sesión general Página: 1 de 1

Hoja de trabajo de la sesión general

Programa Sesión

Hechos

Problemas

Soluciones

Conclusión personal

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Evaluación de sesión de curso de orientación familiar (COF)

Lugar donde se celebra el curso de orientación familiar:

Programa que se imparte en el COF (Primeros Pasos, Primeras Letras, etc.):

Familias a las que se dirige el COF (etapa, clase, etc.):

Indica, por favor, tu sexo: Varón Mujer

Nombre del centro de orientación familiar (CeOF) que imparte el COF:

Día Mes Año

Fecha de la sesión general que se evalúa:

Instrucciones para rellenar el cuestionario:En cada una de las cuestiones, se debe contestar según el criterio siguiente:

Grado de acuerdo: hay que marcar sólo una casilla: nada, poco, bastante o mucho acuerdo con el enunciado; o No/Sí en respuestas de dos opciones

Mín. Grado de acuerdo Max

Trabajo individual Nada Poco Bastante Mucho

1 He estudiado a fondo la nota técnica en algún momento.

2 He analizado el caso individualmente antes de discutirlo con mi cónyuge.

3 La nota técnica es clara y útil para mejorar la vida familiar o educar mejor.

Discusión matrimonial Nada Poco Bastante Mucho

4 He discutido a fondo el caso con mi cónyuge antes de la reunión de grupo.

5 La discusión matrimonial del caso puede ser útil para conocernos mejor.

6 La discusión matrimonial ayuda a afrontar problemas de la vida real.

Reunión de equipo No Sí

7 Ha habido reunión de equipo

8 Asistí a la reunión de equipo

9 Mi cónyuge asistió a la reunión de equipo

10 La reunión de equipo tuvo lugar en día distinto que la sesión general.

11 La reunión de equipo tuvo lugar en una casa.

12 La reunión de equipo tuvo lugar en el colegio.

13 La reunión de equipo comenzó y terminó a las horas previstas.

Sesión general Nada / No Poco Bastante Mucho / Sí

14 Mi cónyuge ha asistido a la sesión general.

15 La sesión ha comenzado y terminado a las horas previstas.

16 Ha habido mucha participación y la discusión ha sido interesante.

17 Se han concretado problemas del caso y se han dado posibles soluciones

18 Lo representado en la pizarra ha ayudado a plantear o resolver problemas.

19 El moderador parece saber mucho del tema de la sesión.

20 El moderador parece tener buenas cualidades para dirigir sesiones.

21 La sesión ha resultado útil para mejorar algo de la vida familiar.

Sugerencias de mejora:

Muchas gracias por tu ayuda.