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Domingo Ferral y el Vía Crucis de la ciudad de México Alena Robin Doctoranda - Universidad Nacional Autónoma de México Se entiende, tradicionalmente, por Vía Crucis el camino recorrido por Cristo después de la sentencia de Pilatos, hasta llegar al Monte Calvario, donde ocurrió su crucifixión, muerte y sepultura. Este trayecto lo hizo Cristo cargando su cruz y lite- ralmente es lo que Vía Crucis significa: el camino de la Cruz. En este ensayo pre- tendo dar un esbozo de lo que implicaba para el devoto de la Nueva España andar o hacer el Vía Crucis, a través de una revisión de devocionarios, tanto europeos como novohispanos. También estudiaré el ejemplo de las capillas que se levanta- ron en la ciudad de México a finales del siglo XVII, para detenerme en un mecenas particular que participó en esta empresa: Domingo Ferral, mercader de origen es- pañol, comerciante con Filipinas. Con la ayuda de los documentos de primera mano, pude elaborar sobre su motivación al aportar recursos para la construcción y ornamentación de las capillas. Si bien no fue el único mecenas del Vía Crucis, su participación fue ejemplar por las cantidades aportadas y proyectadas. La creación de conjuntos devocionales relacionados con los originales hiero- solimitanos se consolidó a partir del siglo XI, cuando, ante la dificultad de tener acceso a los Lugares Santos por las múltiples invasiones que conoció Jerusalén, fue creciendo la idea de la peregrinación de sustitución. En el caso del Vía Crucis, los momentos claves de la Pasión de Cristo son recordados por las estaciones, que se representan por cuadros, estampas, esculturas, relieves o elementos arquitectóni- cos especiales, donde los fieles suelen recitar oraciones específicas. Para crear un Vía Crucis sólo se necesitaban los permisos oficiales de los franciscanos y de una cruz de madera en cada estación. Las representaciones plásticas o construcciones arquitectónicas eran accesorias y permitidas sólo por costumbre, porque ayudaban al fiel a visualizar lo que iba meditando. Si el fiel cumplía con todos estos requisitos se ganaba las mismas indulgencias que los que visitaban el original en Jerusalén. La devoción al Vía Crucis fue evolucionando a través del tiempo y solamente en el siglo XVIII conoció una estructura formal. Por lo tanto, no fue una devoción que llegó de Europa a América con una forma completamente establecida, sino que fue cambiando a la par. De hecho, diversos Breves papales venían a confirmar algunos de los usos que ya se daban en la Nueva España.

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Domingo Ferral y el Vía Crucis de la ciudad de México

Alena RobinDoctoranda - Universidad Nacional Autónoma de México

Se entiende, tradicionalmente, por Vía Crucis el camino recorrido por Cristo después de la sentencia de Pilatos, hasta llegar al Monte Calvario, donde ocurrió su crucifixión, muerte y sepultura. Este trayecto lo hizo Cristo cargando su cruz y lite-ralmente es lo que Vía Crucis significa: el camino de la Cruz. En este ensayo pre-tendo dar un esbozo de lo que implicaba para el devoto de la Nueva España andar o hacer el Vía Crucis, a través de una revisión de devocionarios, tanto europeos como novohispanos. También estudiaré el ejemplo de las capillas que se levanta-ron en la ciudad de México a finales del siglo XVII, para detenerme en un mecenas particular que participó en esta empresa: Domingo Ferral, mercader de origen es-pañol, comerciante con Filipinas. Con la ayuda de los documentos de primera mano, pude elaborar sobre su motivación al aportar recursos para la construcción y ornamentación de las capillas. Si bien no fue el único mecenas del Vía Crucis, su participación fue ejemplar por las cantidades aportadas y proyectadas.

La creación de conjuntos devocionales relacionados con los originales hiero-solimitanos se consolidó a partir del siglo XI, cuando, ante la dificultad de tener acceso a los Lugares Santos por las múltiples invasiones que conoció Jerusalén, fue creciendo la idea de la peregrinación de sustitución. En el caso del Vía Crucis, los momentos claves de la Pasión de Cristo son recordados por las estaciones, que se representan por cuadros, estampas, esculturas, relieves o elementos arquitectóni-cos especiales, donde los fieles suelen recitar oraciones específicas. Para crear un Vía Crucis sólo se necesitaban los permisos oficiales de los franciscanos y de una cruz de madera en cada estación. Las representaciones plásticas o construcciones arquitectónicas eran accesorias y permitidas sólo por costumbre, porque ayudaban al fiel a visualizar lo que iba meditando. Si el fiel cumplía con todos estos requisitos se ganaba las mismas indulgencias que los que visitaban el original en Jerusalén.

La devoción al Vía Crucis fue evolucionando a través del tiempo y solamente en el siglo XVIII conoció una estructura formal. Por lo tanto, no fue una devoción que llegó de Europa a América con una forma completamente establecida, sino que fue cambiando a la par. De hecho, diversos Breves papales venían a confirmar algunos de los usos que ya se daban en la Nueva España.

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Los devocionarios

A partir de la lectura de unos devocionarios, tantos europeos como novohispanos, quisiera señalar tres condiciones que, a mi parecer, debe observar un Vía Crucis: 1) se trata de una meditación sobre los pasos que dio Cristo en su Pasión; 2) el ejercicio tiene un claro sentido procesional; 3) hay una voluntad de detenerse en algún lugar-momento para hacer una oración, conocidas como las estaciones. Esto es fundamental, pues para mí un Vía Crucis no necesariamente tiene 14 estaciones, y no es obligatorio que se ape-gue cada una a la advocación ‘oficial’ para que se considere como tal. Esta afirmación está justificada tanto por la lectura de crónicas religiosas franciscanas y de textos devocio-nales del Vía Crucis, como por el análisis de series de pintura del tema.1

Frente a la ausencia de textos de carácter histórico, recurrí a diferentes textos de literatura devota para entender en que consistía el ejercicio del Vía Crucis en la Nueva España. Palabras claves en los títulos fueron guiándome para escoger los textos: Vía Crucis, vía sacra, vía dolorosa, estaciones, etc. Esta revisión, aunque de ninguna manera exhaustiva, ayuda a entender la funcionalidad que tenían las obras de arte relacionada con esta devoción.

La mayoría son textos de extensión breve. A veces son parte de un manual de varios ejercicios piadosos. En un solo caso se trata de un libro de una cierta extensi-ón;2 sólo encontré un ejemplo en versos.3 La mayoría de los textos revisados tienen una estructura parecida. Por lo general, hay una explicación al principio, donde se expone el método a seguir para practicar las estaciones. Es importante mencionar que, por lo general, la explicación del método es más desarrollada en los textos más antiguos, lo que también va de la mano con la ‘novedad’ de la devoción. En un texto de 1681, el más antiguo encontrado, es muy revelador de esta situación:

sólo se ha hecho, y escrito tan a la larga, y despacio; para que con el mismo, y la debida atención, sepáis, y tengáis muy bien entendido, y comprendido,

1 Este trabajo es un avance de mi tesis doctoral, véase: Alena Robin, Devoción y patrocinio: el Vía Crucis en la Nueva España, Facultad de Filosofía y Letras – Universidad Nacional Au-tónoma de México, en proceso. Agradezco el apoyo económico brindado por el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México que me permitió participar en el IV Congreso Internacional de Barroco Iberoamericano. 2 Fray Joaquín Osuna, Peregrinación cristiana por el camino real de la celeste Jerusalén, dividida en doce jornadas, con cuatro hospicios, que son unas Estaciones devotas al modo de Vía-Crucis, y guirnaldas a la Sagrada Pasión de Cristo, y Dolores de su Santísima Madre. Añadida al fin una Reflección Espiritual de oraciones para antes, y después de recibir los Santos Sacramentos de la Penitencia, y comunión, Reimpreso en México, Imprenta de la Bibliotheca Mexicana, 1760. 3 Coplas devotas y contemplativas en que se declara toda la Pasión, y Muerte de Christo: Reducidas a las catorce estaciones de la Via Sacra. México, Viuda de Francisco de Rivera de Calderón, 1734.

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íntimamente, el método, reglas, modo, medios, fin, y frutos; conque habéis de andar estas Estaciones.4

Por lo general, sigue un acto de contrición introductorio, donde el fiel asienta su motivación al andar las estaciones. Luego vienen cada una de las estaciones, con una breve descripción de los acontecimientos y una oración relacionada con lo ocurrido en cada paso. El ejercicio termina con diferentes ofrecimientos. Sin embargo, dentro de esta estructura parecida, hay una variedad de elementos.

La mayoría de los textos novohispanos de literatura devota que he consultado no están ilustrados. No obstante, constantemente se menciona la necesidad de imágenes, lo que podría indicar que la práctica se hacía con un apoyo visual exter-no al texto impreso. En los devocionarios europeos queda claramente asentado que el saber leer, o tener acceso a un texto impreso, no era un prerrequisito para andar las estaciones y ganar las indulgencias asignadas al ejercicio. Sin embargo, el papel de las imágenes queda muy claro:

Si no sabéis leer, ni tenéis libro, ni persona que os lea, pero tenéis las imágenes de las Estaciones, ved y considerad lo que cada una representa, (pues todo el mundo lee bien en las Imágenes, y cada uno ve y conoce lo que hay en una Imagen), y rezad cinco Padre Nuestros, y cinco Ave Marías, para recibir los frutos y gracias de aquella Estación, así para vosotros, como para los otros.�

En muchos de los textos devotos novohispanos revisados, al momento de esta-blecer el modo de andar el Vía Crucis, se menciona que el propósito de hacer este ejercicio es de ganar las indulgencias relacionadas con su práctica, para el benefi-cio de uno y de las ánimas del Purgatorio. Por lo general en los devocionarios no-vohispanos, no se establece la cantidad exacta de indulgencias obtenidas, sino se habla de manera general de ellas. Clemente XII estipuló en 1731 que quedaba prohibido indicar el número exacto de indulgencias, y que bastaba saber que se podía ganar, al andar el Vía Crucis, todas las indulgencias que se ganaban en la visita de las estaciones en Jerusalén.6 Según San Leonardo de Porto Mauricio (1676-

4 Práctica de las estaciones de los Viernes, como las andaba la V. M. María de la Antigua, según se ha podido colegir, y sacar de su libro. Copiada a la letra, de una instrucción M. S. que un Religioso de la Compañía de Jesús dispuso, para dos niñas hijas espirituales suyas. Diole a la estampa, para uso, y alivio de las Señoras Religiosas, que las andan, el Licenciado Juan de Mi-randa Presbítero, Domiciliario de este Arzobispado. Dedicada al Ilmo. y Revmo. Señor Doctor Don Manuel Fernández de Santa Cruz, del Consejo de su Majestad, Obispo de la Puebla de los Ángeles, &. México, Viuda de Bernardo de Calderón, 1681, f. �2r. � R. P. Parvilliers, Estaciones de Jerusalén, con estampas finas, para servir de asunto de me-ditación sobre la Pasión de N. Sr. Jesucristo. Por el R.P. Parvilliers, Jesuita, quien lo averiguó todo, visitando por sí mismo los lugares. Traducido de la segunda edición francesa, aumen-tada con un Diálogo sobre la oración mental, por Don Benito Aragones, presbítero, Madrid, Imprenta de Blas Román, 1780, p. 1�. 6 P. Amédée de Zedelgem, “Aperçu historique sur la dévotion au chemin de la croix”, en

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17�1), fraile franciscano de origen italiano que abogó mucho por la expansión del Vía Crucis, era prohibido indicar las indulgencias en cada estación, pues podía confundir a los devotos e incitarlos a rezar solamente las estaciones que concedían más indulgencias.7

Los decretos papales sólo dan lineamientos generales en cuanto a la manera de practicar el Vía Crucis. Se establece una diferencia clara entre la manera públi-ca, que también llaman procesional, con todo el pueblo, bajo la dirección de uno o más sacerdotes, separando a los hombres de las mujeres, o de manera privada, “cada uno de por sí”.8 Algo similar establecen los devocionarios novohispanos. El Vía Crucis es un ejercicio piadoso que se puede hacer todo el año, aunque por la temática, se puede suponer que hubiera más concurrencia durante la Cuaresma y la Semana Santa, pero es algo sobre lo que la mayoría de los devocionarios no pondera. Fray Leonardo de Porto Mauricio estableció una relación entre la mane-ra y la frecuencia de practicarse: que se ande de manera procesional, con la asistencia de todo el pueblo, bajo la dirección de algún sacerdote por lo menos un domingo de cada mes, pero que se hiciese todos los días del año, cada uno por sí solo privadamente.9 Libros de cuentas de la tercera orden y diversas cróni-cas religiosas confirman que en la Nueva España se practicaba de manera proce-sional principalmente los viernes de cuaresma.

Las advertencias de Benedicto XIV emitidas el 10 de mayo de 1742, que se reco-nocen como la estructura definitiva de la devoción, no abundaron sobre qué exacta-mente se debía cumplir para practicar el Vía Crucis. Se mencionó una necesidad de hacer el ejercicio en “suma modestia, silencio, y recogimiento”, además de piedad y devoción.10 Sin embargo, los devocionarios novohispanos fueron más explícitos en cuanto al movimiento y posturas físicas que los fieles deberían cumplir. Al hacer las diferentes oraciones que acompañaban a cada estación, se invitaba al devoto a tomar varias posturas. Lo más común era de hincarse, besar la tierra, a veces adorar una esta-ción de rodillas o rezar postrados “en Cruz”. Varias veces, en la estación donde se re-presentaba la Flagelación, se invitaba a los fieles a disciplinarse, “para hacerle com-pañía” a Cristo.11 Sin embargo, estas diferentes posturas no eran obligatorias,

Collectanea franciscana, tomo XIX, 1949, pp.129-130.7 Fray Leonardo de Porto Mauricio, Vía Crucis explanado e ilustrado con los Breves y de-claraciones de los Sumos Pontífices Clemente XII y Benedicto XIV, y de la Sagrada Congre-gación de Indulgencias, y con la resolución de todas las dudas suscitadas para impedir tan santa y devota devoción. 2da edición, traducción de Fray Julián de San Joseph, o Gascueña, Madrid, Ramón Ruiz, 1793, p. xvi. 8 Ver la cláusula V de las advertencias emitidas el 10 de mayo de 1742 por Benedicto XIV, reproducidas en: Fray Leonardo de Porto Mauricio, op. cit., pp. 82-88. 9 Fray Leonardo de Porto Mauricio, op. cit., pp. xxiii, 10. 10 Ver la cláusula V de las advertencias emitidas por Benedicto XIV. 11 Práctica de las estaciones de los Viernes..., f. 32 r.

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Aunque en las Estaciones se piden varias posturas, ya de postraciones, ya de ponerse en Cruz, ya de andar de rodillas, no son absolutamente necesarias; el que pudiere, y tuviere oportunidad, lo hará así; el que no, las puede rezar sin las dichas diligencias.12

En una ocasión se hablaba de la necesidad de confesarse y comulgar, algo que, según fray Leonardo de Porto Mauricio, no era necesario, mientras uno se encontraba “en gracia”.13

En cuanto a lo que se debía decir al practicar el Vía Crucis, Benedicto XIV estableció en sus advertencias lo siguiente: que de hacerse de manera pública, el sacerdote iría recitando una consideración correspondiente a cada estación, y des-pués un Padre nuestro, Ave María y Gloria, y un Acto de Contrición. Pero de hacer-se de manera privada, bastaba meditar en la Pasión del Señor, aunque brevemente, según la capacidad de cada uno. Pero exhortaba a los devotos, sin obligarlos, a rezar un Padre nuestro, un Ave María, y Gloria, y a hacer un Acto de Contrición, conforme al uso introducido.14 Algo similar presentan los devocionarios novohis-panos: Acto de Contrición, Credos, Padre nuestros, Ave Marías, Salves, ofrecimien-to para cada estación. A veces se determinaba que las oraciones no se debían reci-tar “de memoria como de coro, sino de voluntad, y afectos, los que el vuestro os dictare, que esos, sin duda, serán los mejores”.1�

Como se dijo anteriormente, para que el Vía Crucis sea reconocido como tal, una de las características es que sea una práctica con un sentido procesional, es decir donde se invitaba al fiel a desplazarse a lo largo del ejercicio. En un caso donde el ejercicio iba dirigido claramente a monjas, el ejercicio tomaba en cuenta los espacios del convento: se empezaba en el coro, el jueves en la noche, después se proseguía en el dormitorio, y el viernes en la mañana se invitaba a las devotas a llegar al puesto “en que habéis de empezar las estaciones”.16 Pero no siempre la designación del espacio donde se había de andar el Vía Crucis era tan específico, por ejemplo en un caso se dice, “Luego se levantarán, y proseguirán sus Estacio-nes”.17 Pero la manera más obvia y clara de establecer el sentido procesional del

12 Estaciones de la Pasión del Señor, que anduvo la V. M. María de la Antigua, Religiosa Profesa de nuestra Madre Santa Clara. Y le mandó N. Señor las publicase para gloria de su Santísima Pasión, y mayor aprovechamiento de las Almas. Reimpreso a devoción de un devoto. Véndense a medio enfrente de la botica de la calle de Santo Domingo. En México, en la Imprenta nueva de la Biblioteca mexicana, enfrente de San Agustín, año de 17�4, sin paginación. 13 Fray Joaquín Osuna, op. cit., sin página, fray Leonardo de Porto Mauricio, op. cit., p. xxiii.14 Ver las cláusulas V y VI de las advertencias emitidas el 10 de mayo de 1742 por Benedicto XIV.1� Práctica de las estaciones ..., 1681, f. 2�. 16 Práctica de las estaciones ..., 1681, fs 12, 22, 23r. 17 Diego Pardo, Vida regulada por el serafín llagado N.P.S. Francisco, y comunicada por la Santidad de Nicolao IV a sus Seráficos Hijos del Orden Tercero de Penitencia. Pónese en cada capítulo los estatutos conducentes a su más perfecta observancia, ajustados a la Práctica del Venerable Orden Tercero de esta Ciudad de Oaxaca. Quien lo dedica a su Seráfica Madre la

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Vía Crucis se encuentra en los devocionarios que explícitamente dicen la cantidad de pasos que se habían de recorrer de una estación a la siguiente, con la idea de copiar el original hierosolimitano. Fueron seis los textos encontrados que mencio-nan los pasos que separan una estación de la siguiente. Llama la atención ver que entre los diferentes devocionarios, las distancias de las estaciones eran muy simila-res, y la advocación de las estaciones era idéntica, hasta llegar a la duodécima.

La fuente más probable de la cantidad de pasos, y de la advocación de las estacio-nes, es el libro de Cristiano Adricomio Delfo (1�33-1�8�), nombre latinizado del sacer-dote holandés Christiaan Van Adrichem, que publicó dos libros en Colonia en 1�84 y 1�90, originalmente en latín. Los libros de Adricomio conocieron varias reediciones, y traducciones en diferentes idiomas, por lo que circularon ampliamente y ejercieron una influencia considerable en la geografía bíblica por un mapa que se incluía en am-bos libros. El mapa representa la disposición de las construcciones de la ciudad de Je-rusalén, conjugando de manera atemporal los diferentes periodos de la historia de la ciudad. En este mapa se identifican 270 lugares con un número, que remite a una ex-plicación más amplia del acontecimiento en el texto. La otra fuente es la obra de Anto-nio del Castillo, quien fue hermano franciscano español y residió 7 años en Jerusalén y publicó su libro titulado Devoto peregrino y viaje a Tierra Santa (1era ed. Madrid, 16�4), a partir de sus apuntes, y cotejando los escritos de viajes de otros autores. Del Castillo no sólo utiliza el mapa de Adricomio en su libro, sino que copia a la letra todo el capítulo de Adricomio sobre la identificación de los lugares del mapa, incluyendo los pasos, sólo que agrega las dos últimas estaciones faltantes en Adricomio, y también incluye las medidas para las estaciones duodécima y decimatercera.18

En 1731 Clemente XII decretó que el Vía Crucis debía estar constituido por 14 estaciones, lo que confirma que hubo anteriormente ejemplos de esta devoción que tenían más, o menos, que este número de estaciones.19 Parece que nunca se declaró oficialmente cuál debería de ser la temática de cada una de las estaciones y fue más bien algo adoptado por la tradición y la costumbre.20 Adrichomio men-

Santa Provincia de San Diego de Religiosos Descalzos de la más estrecha Observancia Regular en esta Nueva España. México, Imprenta de D. Joseph Bernardo de Hogal, 1729. Y reimpresa por su Original en la Biblioteca Mexicana, 1764, p. 166. 18 Cristiano Adricomio Delpho. Breve descripción de la ciudad de Jerusalén y lugares circun-vecinos, como estaba en tiempo de Cristo nuestro Señor, y de los lugares que fueron ilustra-dos con su Pasión y la de algunos Santos; con una declaración de las principales dificultades en las historias que se tratan, muy necesarias para entender la Sagrada Escritura. Acompaña a esta descripción el plano o mapa topográfico que le corresponde. Traducido al castellano por el P. F. Vicente Gómez, del orden de predicadores y doctor en teología. Va agregado al fin el viaje de Jerusalén que hizo y escribió Francisco Guerrero, para que se vea la diferencia que hay en esta ciudad de aquel tiempo al de ahora. Barcelona, sin año, en la oficina de Juan Francisco Piferrer, impresor de SM, véndese en su librería administrada por Juan Sellent, p. 118; Fray Antonio del Castillo. Devoto peregrino y viaje a Tierra Santa, (sin portada), p. 8�.19 Véase: P. Amédée de Zedelgem, op. cit., pp.129-130. 20 Las 14 estaciones que se aceptan como ‘oficiales’ son las siguientes: 1) Jesús es condenado a muerte; 2) Jesús cargado de su cruz; 3) primera caída; 4) Encuentro de Jesús con su Madre; �) Simón Cirineo ayuda a Jesús a cargar su Cruz; 6) la Verónica limpia el rostro de Jesús; 7)

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ciona desde 1�90 a la advocación de las 12 primeras estaciones. Se puede decir que hubo un deseo bastante generalizado en representar el Vía Crucis con 14 esta-ciones en los devocionarios novoshispanos, aunque la advocación de ellas no siempre se apegaba a las ‘oficiales’. Entonces, la diversidad no se dio tanto en la cantidad de estaciones sino en la temática que cada una presentaba. Este uso se confirma tanto en los devocionarios como en las serie de pinturas. No obstante, no faltaron los ejemplos de Vía Crucis con un número diferente de estaciones, como el fundado en la Antigua Guatemala en 1619, que constaba de 12 estaciones.21

Las capillas

Esta particularidad del Vía Crucis, como devoción a la vez pública y privada, también requiere de obras de arte, como sustento visual de la práctica, diferentes por naturaleza. Tal vez la forma más común de Vía Crucis es la serie de lienzos que se conserva colgando en las paredes de las naves de diferentes iglesias. Sin embar-go, la modalidad de capillas fue la más notoria del Vía Crucis público. Esta moda-lidad implicaba gastos mayores que los ejemplos en lienzos, y así se manifiesta otra manera de participar en la devoción: la del patrocinio. Varias ciudades de la Nueva España levantaron Vía Crucis en forma de capillas; aquí solamente me enfocaré al caso de la capital del virreinato.22

En la ciudad de México la devoción al Vía Crucis fue instaurada muy a finales del siglo XVI. Por la información recaudada en archivos, se puede mantener que en un primer momento no contaba con construcciones mayores para realizar el ejer-cicio piadoso. En 1684, la tercera orden de San Francisco obtuvo el permiso para fundar un Vía Crucis en forma de capillas, en el mismo espacio que ocupaba el anterior. Lamentablemente, estas construcciones arquitectónicas fueron destruidas en el siglo XIX por varias razones y en diferentes momentos. No obstante, contamos con documentos manuscritos y visuales que nos permiten tener una idea del aspec-to que tuvieron. Existen varios mapas (fig 1) que nos permiten localizar las capillas. Formado de 14 estaciones, el Vía Crucis de la ciudad de México empezaba en la iglesia de San Francisco. La segunda y tercera estaciones estaban localizadas den-tro del atrio del convento grande de San Francisco, mientras 8 capillas se encontra-ban al lado sur de la Alameda, en línea recta, yendo hacia el poniente de la ciudad,

segunda caída; 8) Jesús consuela a las hijas de Jerusalén; 9) tercera caída; 10) despojo; 11) crucifixión; 12) muerte de Jesús; 13) Cristo es bajado de la cruz; 14) Santo Sepulcro; véase P. Amédée de Zedelgem, op. cit., pp. 4�-46. 21 Francisco Vázquez, Crónica de la provincia del Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala de la orden de Nuestro Seráfico Padre San Francisco en el Reino de la Nueva España, vol. 4 Guatemala, Tipografía nacional, 1944, pp. 418-423.22 Otros ejemplos que he rastreado son los siguientes: Puebla de los Ángeles, Acámbaro, Tehuacán, Antigua Guatemala, Quetzaltenango, y la Nueva Guatemala.

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y terminaba, con las 3 últimas estaciones reunidas en la capilla del Calvario, a un costado del convento de San Diego.

La construcción y ornamentación de las capillas se realizó a lo largo de casi veinte años. Fue una empresa costosa y varias personas apoyaron a la tercera orden de San Francisco con limosna de diferente índole. Cada quien aportó según su ca-pacidad y devoción, oscilando desde el hermano que se comprometía a pagar un medio peso por semana por el resto de su vida, a una escritura de donación de 30,000 pesos para dotar un convento de monjas anexo a la capilla del Calvario. Otros donaban lienzos, crucifijo, u otro tipo de muebles. En unos casos el patroci-nio a una capilla de la vía sacra fue una de tantas donaciones que se hizo como obra de caridad, y no la más importante. En otros casos, y en este sentido destaca Domingo Ferral, centró su atención en terminar las ermitas que faltaban al Vía Crucis, y aportar a la capilla del Calvario. No sólo participó para su construcción y decoración, también dotó la capilla de rentas para asegurar el buen funcionamien-to de una devoción que le era muy especial.

A través de la lectura de los contratos, se puede esbozar el aspecto de las capillas, que es a la vez confirmado por las vistas de la Alameda, en que perfilan en segundo plano estas construcciones arquitectónicas (figs. 2 y 3). Las capillas eran construidas de cantera y medían en promedio 12 varas de largo por 6 de ancho. Constaban de dos puertas, la principal y una lateral. En la portada principal se colocaba un medio relieve de piedra con el paso que le correspondía a la estación, y en la otra, un relieve con la representación de Nuestra Señora de la Soledad. El friso de cada portada estaba orna-mentado con insignias de la Pasión de Cristo. La capilla del Calvario era la única ade-cuada para celebrar el sacramento de la misa y tuvo medidas superiores a las demás capillas, por reunir las tres últimas estaciones. Además, contaba con una casa adjunta, donde vivía una persona que se hacía cargo del cuidado del Calvario.

Pude rastrear documentalmente la construcción y ornamentación de diferen-tes capillas, otras capillas fueron deducción de los documentos encontrados. Por el momento, tengo localizado cuatro contratos para la construcción de capillas. Se trata de la segunda, tercera, quinta y undécima estaciones.23 Los contratos van de septiembre de 1684 a enero de 1686, y los montos varían entre 1,7�0 pesos y 3,2�0 pesos. De la cuarta y décima estaciones, no he encontrado documento o contrato alguno: se sabe quienes fueron sus patronos por referencias cruzadas en otros documentos. La sexta, séptima, octava y novena estaciones las adjudique a Domingo Ferral, por las razones que explicaré en seguida. La construcción de la

23 Archivo General de Notarías (en adelante AGNot), Martín del Río, núm. �63, vol. 3881, año de 1684, f. 836r; ibid., vol. 3882, año de 168�, f. 1; ibid., vol. 3882, año de 168�, f. 478v; ibid., vol. 3883, año de 1686, fs. 37v-38r. Noticias documentales tomadas de: Efraín Castro, “La segunda capilla del Via Crucis y la capilla de Valvanera del convento de San Francisco de la Ciudad de México”, Boletín de Monumentos Históricos, no 4, 1980, pp. 37-38. Versión paleográfica mía.

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capilla del Calvario corrió desde noviembre de 1690 y se terminó por febrero de 1700, gastándose en ella más de 10,000 pesos.24

Varios fueron los maestros de arquitectura que participaron en el levantamien-to de las capillas del Vía Crucis de la ciudad de México: Marcos Antonio Sobrarias, Cristóbal de Medina Vargas,2� Diego Rodríguez, Juan de Cepeda y Manuel de Her-rera. Tal vez las capillas de la Vía Sacra no eran construcciones ‘mayores’, en comparación con la catedral o los conventos de monjas que se estaban aderezando en ese momento en la capital del virreinato. No obstante, por un período de más de 20 años un sector de la sociedad, la tercera orden, su mesa directiva, unos cuan-tos patronos principales y varios hermanos terciarios, se dedicaron en cuerpo y alma para concluir este proyecto que debió de tener un sentido simbólico y devo-cional muy importante para ellos. Tal vez no era arquitectura espectacular, ni en su tamaño, ni en la introducción de novedades constructivas o estilísticas, pero en la construcción de las capillas participaron maestros renombrados, los mismos que iban participando en las ‘grandes’ obras del momento. Es imposible medir la apor-tación personal de cada arquitecto pues faltan las evidencias arquitectónicas. No obstante, hay que recordar un documento donde se otorgaba el permiso para la construcción de las capillas del Vía Crucis: en él se pedía que, “se fabriquen todas las ermitas de dicho Calvario con una misma forma, proporción e igualdad, sin que se permita tenga una más que otra alguna diferencia”.26 Así es posible pensar que el resultado buscara ser homogéneo. Sin embargo, a pesar de no tener diferencia en la forma, proporción y tamaño, tal vez los maestros arquitectos hayan encontra-do una manera de dejar su huella, su gusto, y su estilo en cada capilla.27

Sólo he encontrado dos contratos acerca de la ornamentación de las capillas. En dos ocasiones se contrataron retablos con Pedro Maldonado, para la segunda estación en diciembre de 168�, y para la quinta estación en enero de 1686. Recibió un total de 6�0 pesos. La contratación de Pedro Maldonado no es sorprendente, pues para estas fechas, era el maestro de retablos más destacado en la ciudad de México.28 Además, Pedro Maldonado era hermano terciario, por lo que se entiende de su poder para testar, donde dijo haber fungido como consiliario de la tercera orden, además de pedir que

24 Archivo General de la Nación ( en adelante AGN), Ramo Templos y conventos, vol. 167, exp. 4, f. 61r, vol. 168, exp. 4, fs. 33r y v, vol. 168, exp. �, fs. 42r-43r, exp. 8, f. 3�v, vol. 339, exp. 2, f. 49r, ; Ramo Bienes Nacionales, vol. 181, exp. 23, sin foliación, exp. 26, sin foliación, exp. 28, sin foliación, vol. 469, exp. �, sin foliación, vol. 1169, exp. 2, f. 27r.2� Sobre la actividad constructiva de este maestro de arquitectura, véase: Martha Fernández, Cristóbal de Medina Vargas y la arquitectura salomónica en la Nueva España durante el siglo XVII, México, UNAM/ IIE, 2002. 26 AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. 469, exp. �, sin foliación. 27 AGNot, Martín del Río, núm. �63, vol. 3882, año de 168�, fs. �71r y v; ibid., vol. 3883, año de 1686, fs. �1v-�2r. 28 Véase, Guillermo Tovar de Teresa, “Consideraciones sobre retablos, gremios, y artífices de la Nueva España en los siglos XVII y XVIII”, en Historia Mexicana, núm. 133, vol. XXXIV, 1984, pp. 12-28.

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fuese enterrado en la capilla de dicha congregación.29 Por otro lado, su esposa, Francis-ca de Rivera Calderón, era pariente de Antonio Calderón, que fue ministro hermano mayor de dicha organización en 1684 y 168�.30

También se sabe que la obra de pintura de la quinta estación fue concertada con Antonio Rodríguez (163�-1691), en enero de 1686, en 1�0 pesos, para repre-sentar el tema del paso del Cirineo, además de otras pinturas para la capilla. Antonio Rodríguez, pintor activo en la segunda mitad del siglo XVII, se inserta en la famosa dinastía de los Juárez y los Rodríguez Juárez, siendo el eslabón entre ambas partes de la dinastía. No obstante, las noticias que se conocen de su vida son escasas, así como las obras firmadas y atribuidas.31 En este contexto, es difícil poder apreciar la participación de Antonio Rodríguez en el conjunto del Vía Cru-cis. No obstante, es notorio mencionar que la suma en que se concertó su trabajo era bastante importante. El contrato de la obra pictórica de la quinta estación tam-bién viene a corroborar que Antonio Rodríguez cultivó el género del retrato, pues se le pedía un retrato de Joseph de Retes, patrono de la capilla, aunque se desco-noce a la fecha pintura de este tipo de su mano.

El patrocinio

Los patronos de la Vía Dolorosa de la ciudad de México tenían diferentes as-pectos en común. Muchos, como era de esperar, eran hermanos terciarios de San Francisco. Los patronos más importantes no fueron hermanos pasivos de la tercera orden: varios de ellos fungieron en cargos especiales en la mesa directiva de dicha orden. Pero más allá de esto, la mayoría era de origen español, casados con vecinas de la ciudad de México, y muchos compartían la misma profesión: eran comer-ciantes. Por otra parte, varios eran personajes de cierta importancia en la ciudad de México de finales del siglo XVII, que tomaron un papel muy activo en la sociedad de aquel entonces. Cinco de los patronos fueron caballeros de alguna orden: tres de Santiago, uno de Calatrava y otro de Alcántara.

En varios documentos, Domingo Ferral dice ser originario de Sevilla. Desco-nozco cuando pasó a América, pero fue sin los permisos necesarios, pues el 24 de noviembre de 1689 pagó una multa de 30 pesos de oro, “por haber pasado sin las licencias legítimas”.32 En un documento sin fecha, de alrededor de 1707, aseguró

29 AGNot, Martín del Río, núm. �63, vol. 3883, año de 1686, fs. 71 r y v. 30 Juan B. Iguiniz, Breve historia de la tercera orden franciscana en la Provincia del Santo Evange-lio de México desde sus orígenes hasta nuestros días, México, Editorial Patria, 19�1, p. 20�.31 El trabajo más completo sigue siendo el de Rogelio Ruiz Gomar, “El pintor Antonio Rodrí-guez y tres cuadros desconocidos”, Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, núm. �1, 1983, pp. 2�-36. 32 AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. �01, exp. 2, papel suelto entre las fojas �6 y �7.

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llevar más de 40 años en Nueva España, es decir que hubiera llegado por 1667.33 Dijo haber venido con las madres capuchinas de España, “de tierna edad”.

Domingo Ferral testó 4 veces: la primera vez en febrero de 1700, la segunda en marzo de 1701, la tercera en octubre de 1702 y la cuarta en noviembre de 1704. Llama la atención las fechas cercanas en que se hicieron sus testamentos y esto se explica por diferentes sucesos de tenor personal, pero también son indicadores de las labores constructivas de las capillas del Vía Crucis.

Lo interesante de su segundo testamento, es que hay cuatro cláusulas que hacían directa mención al Vía Crucis.34 Primero, ordenó que se pusieran en ejecución las er-mitas que faltasen de la Vía Dolorosa que estaban a cargo de la tercera orden de San Francisco. Para dicho efecto, entregaba de sus bienes 1,000 pesos para cada una de las ermitas que faltaban por construir. Fue también su voluntad que se sacasen otros 1,000 pesos, para el adorno de dichas capillas, “para lo más urgente que necesitasen”. De la misma manera proponía que la tercera orden recibiese 2,000 pesos, para formar un censo o depósito, para usar la renta anual en los gastos de las celebraciones de los viernes de cuaresma. Asimismo mencionaba dar �00 pesos para las bancas y el púlpito del Calvario, y 1,000 pesos a censo, para que con su renta se costeara lo necesario de las capillas y para que estuviesen abiertas todos los viernes del año.

El tercer testamento de Domingo Ferral es de octubre de 1702.3� En este testa-mento también hay cláusulas con indicaciones particulares en relación a las ermitas de la Vía Sacra. Nuevamente ordenó la ejecución de las capillas que faltasen, pero esta vez daba de sus bienes 1,200 pesos para cada una, y 1,000 pesos para “lo más urgente” de su adorno. Estas entradas son significativas: no sólo indican que para fi-nales de 1702 no se había concluido las capillas del Vía Crucis, sino que Domingo Ferral decidió aumentar su cooperación en 200 pesos por cada ermita que faltaba construir, lo que también podría ser indicio de que su situación financiera se estaba consolidando. Esta misma situación se puede apreciar en las sumas que proponía para depósito: el destino era el mismo, pero las sumas habían aumentado.

El 26 de octubre de 1704 Domingo Ferral entregó una escritura ante notario para la tercera orden de San Francisco. A partir de este documento se puede dedu-cir que el patrocinio de Domingo Ferral hacia el Vía Crucis de la ciudad de México es ejemplar, pues proponía fundar un convento de monjas anexo a la capilla del Calvario.36 Las razones por las cuales se comprometía a esta fundación era por ser de avanzada edad y no haber tenido hijos en dos de sus tres matrimonios y el único hijo que tuvo en su segundo matrimonio murió joven. También contaba con el caudal competente, y no tenía herederos forzosos ascendientes o descendientes.37

33 AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. �01, exp. 2, f. 9 v. 34 AGNot, Juan López de Bocanegra, núm. 343, vol. 22�0, año de 1701, fs 32v- 40r.3� AGNot, Juan López de Bocanegra, núm. 343, vol. 22�0, año de 1702, fs. 274v-282r.36 AGNot, Juan López de Bocanegra, núm. 343, vol. 22�1, año 1704, fs. 264v-266v.37 Para la ocasión de sus terceras nupcias, celebradas el 19 de febrero de 1700 con doña Gertrudis Bravo de Agüero, vecina de la ciudad de México, se hizo un inventario del caudal

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Su motivación era la de emplear su hacienda para el bien de su alma, “en utilidad común de los fieles y católicos cristianos”, y halló serlo la devoción al Calvario y la perfección de las ermitas del Vía Crucis. Para que “subsista y se conserve perpetua-mente” la memoria de la sagrada Pasión de Cristo, había determinado gastar 30,000 pesos, en fabricar un convento incorporado a la capilla del Calvario. El convento sería constituido de 1� religiosas de Santa Clara, “en memoria de los quince últimos azotes que le dieron a Cristo vida nuestra”, con el título de religiosas del Santo Cal-vario. Decía haber consultado con los maestros de alarife y que 10,000 pesos era la cantidad necesaria para la fábrica de dicho convento, cantidad que libraría después de que se concediesen las licencias y cédulas necesarias por el sumo pontífice y el rey. Y los 20,000 pesos restantes eran para que su renta se distribuyera en el sustento de las religiosas. Nombraba por patrona de esta obra pía a la venerable orden tercera de San Francisco, para que después de su fallecimiento, si no hubiese empezado la fundación, pudiese reclamar dicha suma a sus albaceas y herederos.

En cuanto a la idea de Domingo Ferral de construir un convento anexo a la capilla del Calvario de la ciudad de México, vale la pena preguntarse que implica-ción tenía esto y qué tan frecuente era en la construcción de cualquier Vía Crucis, no sólo en la Nueva España, sino también en Europa. Curiosamente, parece que es una pregunta que no se ha estudiado con detenimiento, incluso en Europa.38 En el caso del virreinato de la Nueva España, no conozco ningún ejemplo de un Vía Crucis que tuviese un convento anexo. No obstante, en el caso de la ciudad de Puebla se sabe del intento de Alexandro Favián de fundar la Congregación de la Santa Com-pañía de Cristo Jesús Nazareno que giraba alrededor de las capillas del Vía Crucis de esa ciudad.39 Decía Favían haber fundado la congregación en 16�6 y que para 1661, contaba ya con más de 400 sacerdotes y 800 seglares. El objetivo de la institución de Favián era de proveer a los sacerdotes de un ambiente adecuado para tener una vida santa, ejemplar, recogida y virtuosa, en perpetuo retiro del mundo, habitando en las viviendas adjuntas a las capillas, viviendo en continua oración y contemplación de los misterios de la Pasión de Cristo. Parece ser que Favián no sólo quiso que se confirmara oficialmente la fundación de su congregación –como se solía hacer con las cofradías por ejemplo- sino que se reconociera como una nueva orden religiosa, lo que le atrajo muchas contrariedades. No obstante, la idea de Favián era algo parecida a la de Do-mingo Ferral: tener una comunidad de gente, en este caso sacerdotes y seglares, que se

de Domingo Ferral, por lo que sabemos que el valor de sus bienes totalizaban en este mo-mento 64,�23 pesos 6 reales, AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. �01, exp. 2, fs. 31-48.38 En un censo de complejos devocionales levantado en Europa en 199�, en la parte de “tipo” del cuestionario, la opción de convento no aparece: se puede escoger entre sacro-monte, Vía Crucis, misterios del Rosario, Calvario y otro. Sólo en el caso de Nossa Senhora da Arrabída de Lisboa, se ha incluido la mención del convento como parte del conjunto devocional. En cuanto al sacromonte de Granada, se menciona a una abadía, pero no se ahonda en sus funciones y su relación con el Vía Crucis. Atlante dei Sacri Monti, Calvari e Complessi devozionali europei/ Atlas of Holy Mountains, Calvaries and Devotional Comple-xes in Europe, Novara, Istituto Geografico De Agostini, 2001, pp. 74-7�, 81, 83. 39 Veáse, Alena Robin, Los Cristos del México Virreinal: sufrimiento, desnudez y sanción de imáge-nes, Tesis para optar el grado de maestra en Historia del Arte, FFyL/ UNAM, 2002, pp. 29-32.

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dedicase de manera perpetua a la memoria de la Pasión de Cristo, estableciendo un relación estrecha con la devoción del Vía Crucis.

Domingo Ferral quería posiblemente emular a otros compatriotas, también mercaderes, que, además de participar en la edificación del Vía Crucis, habían aportado para el reparo de conventos, como Joseph de Retes con el templo de San Bernardo de la ciudad de México.40 No obstante, Domingo Ferral proponía más: quería fundar un convento nuevo, bajo una finalidad específica: hacer permanente el objeto del Vía Crucis, la memoria de la Pasión de Cristo.

El 17 de noviembre de 1704 Domingo Ferral testó por cuarta y última vez. En éste, pedía que fuese amortajado con el habito de San Francisco y sepultado en la capilla de la tercera orden de San Francisco, donde decía ser consiliario.41 Eso es importante, pues demuestra que Domingo Ferral llegó a fungir dentro de los puestos honorarios de dicha tercera orden, lo que también le traería reconocimiento social dentro de la comunidad mercantil de la ciudad de México. De la misma manera, nombraba como albaceas y tenedores de sus bienes al ministro hermano mayor y demás consiliarios de la tercera orden, declarando a esta última como única y uni-versal heredera. Con respecto a la sepultura, agregó: “siendo trasladados mis huesos en la iglesia y convento que tengo tratado, conferido y obligado hacer en el Santo Calvario de esta dicha ciudad”. En este testamento, ya no se encuentran cláusulas específicas a las ermitas del Vía Crucis, lo que permite pensar que realmente puso mano en ellas. Lo que si hay, son instrucciones en cuanto a las rentas, parecidas a las anteriormente mencionadas. Además, disponía de 3,000 pesos para fundar una ca-pellanía de misas rezadas, para que con su renta anual del �% se digan misas por su alma, la de sus padres, esposas y demás de su intención.

Varios recibos firmados por Manuel de Herrera, maestro de arquitectura, atesti-guan que hubo obras patrocinadas por Domingo Ferral en relación al Vía Crucis.42 En varias de las notas, el maestro suplica que se le entregue ciertas cantidades de dinero en las que se había concertado la obra. Puesto que estos documentos están conser-vados en el expediente conformado de los papeles de la testamentaria de Domingo Ferral, supongo que se trata efectivamente de las capillas que mencionó en su segun-do y tercer testamentos. En uno de los recibos, se menciona un contrato con un valor de 3,�00 pesos, el cual desafortunadamente no he localizado. Se habían acordado en esta suma “con la lisura de no ganar nada y acomodarle a Vuestra Merced el di-nero”. Allí se establece que Manuel de Herrera levantó 4 capillas, por un total de 8,�00 pesos. El único recibo firmado por Manuel de Herrera que ostenta fecha, es en referencia a la puertas del Calvario, que se pintaron en junio de 1706.

40 Antonio Rubial García, “Monjas y mercaderes: comercio y construcciones conventuales en la ciudad de México durante el siglo XVII”, Colonial Latin American Historical Review, vol. 7, 1998, núm. 4, pp. 361-38�. 41 Juan López de Bocanegra, núm. 343, vol. 22�1, año 1704, fs 270 v - 278 v. 42 AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. �01, exp. 2, papeles sueltos, sin foliación.

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En otro documento, Domingo Ferral asienta que dotó a la capilla del Calvario de un púlpito, bancas, “todo nuevo”, y una lámpara, y también fundó una renta para el aceite de ella, y misas para que en dicha ermita se celebrase oficio todos los días festivos.43 También construyó la sacristía, “con todo adorno”, y una casa, pro-bablemente la del cuidador del Calvario, que le había costado alrededor de �,000 pesos. Asimismo, dotó la misa, “sermón y cera”, que se cantaba después de llegada la procesión del Vía Crucis. Especificó que esta procesión se hacía los viernes de cuaresma, pero que con su dotación tenía la esperanza que se hiciese todos los viernes del año, y que hubiese sacerdotes dispuestos para dar la confesión y la comunión, “para que con eso se aumente cada día el fervor de los católicos y sea con el mayor culto y fervorosos actos de piedad”.

Varios recibos de otro expediente vienen a corroborar la cantidad de misas que Domingo Ferral mandó celebrar al final de su vida en la capilla del Calvario.44 La mayoría de las misas costaban un peso la celebración. Se conservan recibos por un total de 27� misas, todas celebradas en la capilla del Calvario entre marzo de 1706 y mayo de 1709, es decir un promedio de 7 misas al mes.

Domingo Ferral falleció el 24 de junio de 1709 y fue enterrado en San Francisco.4� Desconozco cuántos años tenía. A pocos días de su fallecimiento, la tercera orden hacía las diligencias necesarias como albacea y tenedora de bienes que quedó, según el último testamento que hizo en el año de 1704. No sé hasta qué punto la tercera or-den de San Francisco pudo recuperar de los bienes del difunto. Lo más seguro es que nunca se llegó a fundar el convento en el Calvario, por falta de los permisos necesarios o por falta de fondos. Pero no deja de ser importante la propuesta.

Con este trabajo, quise plantear en que consistía andar el Vía Crucis en la Nue-va España, y cómo se relaciona esta devoción entre América y Europa. Si bien fue una devoción que nació en Europa, se puede apreciar que fue evolucionando a la par, en ambos lados del océano, y que no llegó estructurada a América. El patrocinio aportado por Domingo Ferral es de suma importancia, tanto por las cantidades apor-tadas como por las proyectadas, pero también porque ejemplifica un aspecto econó-mico y social relevante. Si bien la devoción del Vía Crucis era responsabilidad de los terciarios franciscanos como corporación religiosa, necesitaban de un patrocinio in-dividual notable para poder concretizar su construcción y ornamentación. También es importante subrayar que varios de los patronos principales eran españoles, y co-merciantes, como Domingo Ferral. ¿Cuál habrá sido la motivación de estos españoles pasados a la Nueva España, para buscar una mejor vida, en participar al proyecto del Vía Crucis de la tercera orden de San Francisco de la ciudad de México? Domingo Ferral es el único que deja muy claras sus intenciones en sus testamentos y demás escrituras concernientes al Vía Crucis: no tenía herederos forzosos ascendientes ni descendientes, tenía el caudal necesario y buscaba asegurar el bien de su alma y

43 AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. 469, exp. �, sin foliación.44 AGN, Ramo Bienes Nacionales, vol. �01, exp. 2, sin foliación.4� Ignacio Rubio Mañé, “Gente de España en la ciudad de México, año de 1689”, en Boletín del Archivo General de la Nación, segunda serie, tomo VII, núms. 1-2, 1966, p. 227.

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encontró la devoción al Calvario de utilidad para este efecto. No obstante, vale la pena preguntarse si no había una motivación más mundana detrás de estas piadosas consideraciones: el deseo de dejar su huella, una marca de sus logros, al participar en un proyecto arquitectónico y urbano de la capital virreinal, que reunió artistas y personajes destacados de finales del siglo XVII.

Pie de fotografías

Fig. 1. Pedro de Arrieta, Plano de la ciudad de México, detalle, 1737, óleo sobre tela, 128 x 197 cm, Museo nacional de Historia, ciudad de México, INAH.

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Fig. 3. Anónimo, siglo XVIII, De alvina y español produce negro torna atrás, detalle, 46 X �� cm, óleo sobre lámina, Col. Banco Nacional de México.

Fig. 2. Anónimo, siglo XVIII, De alvina y español produce negro torna atrás, 46 X �� cm, óleo sobre lámina, Col. Banco Nacional de México.