abril, historia de un amor

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  • Antes de continuar con su viaje a Nueva York, el annimo protagonista decide descansar un tiempo en una pequea ciudad.Una tarde conoce a Anna, una pobre madre soltera abandonada por su anterior marido. Abril, historia de un amor es una delas primeras narraciones publicadas por el escritor Joseph Roth.

  • Joseph Roth

    Abril, historia de un amor

    e Pub r1.0

    A l N o a h 20.10.13

  • Ttulo original: April. Die Geschichte einer LiebeJoseph Roth, 1925Traduccin: Marcelo Gabriel BurelloDiseo de portada: AlNoah

    Editor digital: AlNoahePub base r1.0

  • La noche de abril en que llegu estaba nublada y lluviosa. Las plateadas siluetas del pueblo seextendan sutilmente por la niebla dispersa, audaces, casi como cantndole al cielo. Fina y sinuosa,despuntaba una arcada gtica entre las nubes. Los ventanales amarillentos del iluminadoAyuntamiento se suspendan en el aire como sostenidos por una cuerda invisible. En torno a laestacin ferroviaria soplaba un viento dulce y seco, con aroma a carbn, a jazmn, a fragantespraderas.

    El nico carruaje del lugar aguardaba, polvoriento e indiferente, ante la Estacin; deba ser unpueblo muy pequeo, pero que posea, eso s, una iglesia, un Ayuntamiento, una fuente de agua, unburgomaestre y un carruaje. El caballo era color pardo, chueco, con manchas medio rojizas en loscascos y desprovisto de anteojeras. Sus ojos saltones miraban afectuosamente la Plaza. Al relinchar,ladeaba la cabeza como alguien que se apresta a estornudar.

    Mont en el vehculo y contempl a los hombres en la calle, cargando bales y revoloteandosombreros. Escuch lo que se decan unos a otros y pude presentir la pobreza de sus destinos, lapequeez de sus existencias, la estrechez y la tenuidad de sus penurias. Por sobre los campos, aambos lados de la calle, la niebla se acumulaba como plomo fundido, dando la sensacin de unhorizonte de mar e infinitud; de all que los sombreros, los hombres, sus comentarios y el carruajepor igual resultarn tan risibles e insignificantes. Ese mar a ambas orillas me pareca real y su quietudde veras e intrigaba. Acaso est muerto, me deca. La chimenea de una fbrica, emergida sbitamentejunto a una esquina de casas blancas, resultaba inquietante a pesar de su delgadez y semejaba un faroabandonado.

    Unas eventuales personas acampaban a las lindes del camino: avanzadas de la ciudad.Mostrbanse tranquilas y confiadas, y yo hasta casi poda ver en su interior. Una madre baaba a suhijo en un barril; el recipiente tena un feroz y lustroso ceidor de hojalata, que haca chillar al nio.Un hombre sentado en una litera se haca quitar una de sus botas por un joven de rostro enrojecido ytenso; la bota estaba embarradsima. Una vieja mujer barra con la escoba los tablones de las barracas,y pude adivinar su prxima tarea: recogera el mantel azul y rojo de la mesa, se acercara a la ventanao a la puerta y sacudira las migas en el pequeo jardincito.

    Sent entonces compasin por el nio en el tonel, por el muchacho que halaba de la bota, e inclusopor las migas de la mesa. Las mujeres de cierta edad que limpian incluso de noche no han de serbuenas: mi abuela, que se pareca en todo a un perro, de noche pasaba siempre la escoba. Yo era muychico y odiaba a mi abuela, odiaba la escoba, y me gustaba en cambio jugar con pedacitos de papel,colillas, y toda clase de desperdicios. Antes de que mi abuela barriese, juntaba todo lo que estabatirado en el piso y me lo meta en el bolsillo. Lo que ms me agradaba eran los palitos: de todas lascosas del mundo, eran las que prefera. A veces, cuando llova, me asomaba por la ventana. Por lasolas de los innmeros torrentes pluviales un palito poda nadar, bailar, girar displicentemente, sinsospechar que ms adelante lo esperaba el desage, listo a tragrselo. Yo sola correr alocadamentepor las calles aun con las lluvias torrenciales y furiosas, que me azotaban la piel, en pos de rescatarun palito antes de que se sumergiera en la fosa.

    Vi mucha gente aquella noche. O en este pueblo todos se iban a dormir muy tarde, o la sensacin de

  • espera que flotaba en aquella noche de abril los mantena a todos muy despiertos. Cuantos se mecruzaban en el camino parecan tener un significado propio, cual si portaran un destino determinado,cual si fueran en s mismos un destino: dichosos o desdichados, pero de ninguna forma indiferente uocasionales; tal vez no eran ms que borrachos, por cierto. En los pueblos pequeos la gente no saleporque s a pasear de noche. Slo los amantes, las mujerzuelas, los vigilantes, los locos y los poetaslo hacen; los indiferentes y los hijos del azar se sienten ms seguros en su casa.

    En el centro de la Plaza municipal se erige el fundador del pueblo, un obispo de piedra en actitudalerta. Luce tan central e importante Creo que los lugareos lo dan por muerto y sepultado. Lepasan por adelante y no lo saludan; ni siquiera se abstienen de revelar secretos o cometer delitos ensu presencia. Para qu lo tienen ah en lo alto, todava?

    De veras me daba lastima el pobre obispo, que tanto se habra preocupado al fundar ese pueblito.Tena el rostro amargado propio de quien ha aprendido lo que es la ingratitud del mundo. Le prometaaquella noche recabar todos sus datos histricos, pero nunca lo hice, pues incluso en este lugar losvivos tenan sus propias historias, que me circundaban y me seducan. Y adems era primavera, y laverdad es que en esta estacin por lo general me tienen sin cuidado los obispos y los fundadores.

    A la maana siguiente ya me saba un par de esas historias.Saba que el cartero renqueaba desde pocos das atrs y que no era rengo de nacimiento. El pobre

    beba poco, tan slo dos veces al ao: en su cumpleaos, que era el quince de abril, y en el aniversariode la muerte de su hijo, que se haba suicidado en la gran cuidad. La borrachera le duraba bastante y lotena a los tumbos durante tres das por los muros del pueblo, hasta que el pobre recuperaba lalucidez. As que por tres das los lugareos no reciban correspondencia ninguna; las relaciones con elmundo exterior se suspendan temporariamente.

    Una semana atrs, hacia el quince de abril, el cartero, borracho, se haba tropezado y se habatorcido un pie; por eso ahora renqueaba.

    Y sa no era la nica historia.En el hotel en el que me alojaba ola a naftalina, almizcle y flores viejas. El saln comedor,

    ubicado tras el depsito, era por dems humilde, con techos abovedados y paredes recubiertas conplanchas rectangulares y parduzcas que ostentaban refranes escritos. Anna, la encargada, reclinaba subrazo derecho en el marco de la ventana y cuidaba de que no se vaciaran las jarras de vino, las cuales,en efecto, jams se vaciaban. Pues los clientes beban muchsimo y empezaban a golpear los trastos siAnna los desatenda.

    Anna tena por entonces veintisiete aos y usaba una rubia melena prolijamente alisada; de hecho,siempre luca como si acabara de ponerse bajo un chorro de agua. Su rostro era tan blanco y terso, tanfrescos y tersos se mostraban en su rubia humedad sus mechones de pelo, recogidos desde la frentemisma Tena manos grciles y vigorosas pero un poco temblequeantes, y siempre me dio lasensacin de que se avergonzaba de ellas.

    Era oriunda de Bhmen y amaba al ingeniero. Dicho ingeniero era a su vez el director de la fbricaen la que trabajaba el padre de Anna. Y Anna haba tenido un hijo con el ingeniero.

    El ingeniero se haba casado y le haba dado a Anna algn dinero para el nio y para los viajes, as

  • que ella era ahora una mesera en este pueblito.Cierta vez entr accidentalmente en el cuarto de Anna y vi la fotografa de su hijo: un bello niito,

    con los puos alzados al aire y devorndose el mundo con los ojos. Anna guardaba silencio y contabasu historia muy parcamente.

    A m no me gustaban los ingenieros de esa clase; en cambio, estaba enamorado de Anna.Todava lo quiere? le pregunt una vez.S! contest ella. Lo dijo de un modo tan neutro y tan decidido que pareca ms bien una

    notificacin oficial.

    En el pueblo haba un cine. El propietario era un judo comerciante en telas. Haba puesto un cineporque era un sujeto muy hbil e industrioso y le dola en el alma no tener nada que hacer losdomingos, as que atenda su negocio los das de semana y los domingos, se dedicaba al cine.

    A ese cine fui con Anna.En el pueblo haba tambin una Biblioteca. El joven que tena a su cargo atender a los eventuales

    visitantes as como limpiar cuando no haba nadie era muy plido, romnticamente plido ydelgado, casi como un poeta resucitado, y luca un copete de pelo amarillento que le caa de formaondulante desde la cabeza. Usaba siempre una escalera porttil con la que sola pasearse detrs delmostrador y que dominaba mejor que cualquier pintor de brocha gorda. Hubirase dicho que slohaba aprendido a moverse con esa escalera. La Biblioteca contaba con ejemplares muy buenos yantiguos para otorgar en prstamo, y tambin a la Biblioteca fui con Anna.

    Anna se pona muy contenta.A menudo se me antojaba que Anna pudiera ser cariosa conmigo. Amo las mujeres cuyos

    favores vierten como de un manantial silencioso, infructuoso e infatigable a la vez, cuyo caudal nadasiempre contra la corriente hasta que, a falta de otra va de escape, se hunde cada vez ms en lasprofundidades y llega a tocar fondo. Amaba a Anna. No poda huir de su influjo. Ella ni imaginabacun extraviada estaba llevando esa vida al revs, negndose a cada nuevo deseo en pos de aorar elpasado.

    An no he hecho mencin del Parque, en el cual florecan todos los amores del pueblo. Laslluvias de oro pululaban plcidamente por entre tilos y castaos. Los bancos no estabandiseminados a lo largo de los caminos, sino en medio de los espacios verdes. Se me ocurra que elmismsimo obispo haba plantado esos bancos cuando todava eran jvenes, y a cada nuevo ao quepasaba ellos crecan un poquito ms. Sus patas haban echado races firmes en ese suelo esponjoso.

    Los domingos despus del cine, iba con Anna al Parque.Una vez vimos a una pareja besarse, y Anna se ri.Anna no est bien rerse de los enamorados le dije. No me gustan las personas que

    mienten as.Eso la hizo dejar de rer.Al volver a casa nos enteramos de que el dueo del Hotel la haba estado buscando, pues haba

    llegado un nuevo husped. Llevaba un maletn de cuero nuevo y crujiente, con costuras verdes yrojas. Tena rulos negros y ojos ardientes, y poda con igual destreza tocar la mandolina y seducir a

  • las muchachas. De haber podido echar una mirada en su cartera, yo habra visto seguramente unaverdadera coleccin de bucles multicolores, mechones rubios y rosadas cartas de amor. Pero tal cosano sucedi.

    El recin llegado beba cerveza en lo del dueo, pero le hubiera convenido tomar vino, ya que lacerveza pareca caerle no muy bien. Se haca servir por Anna y era muy corts. Hablaba en voz muyalta y con palabras ampulosas, por lo cual se me antojaba pensar que su habla acaso fuera igual a suprobablemente retorcida firma.

    Esa noche not que mi lmpara fallaba. Abra la puerta y fui al cuarto de Anna. Ella estaba encamisn y lloriqueaba. Sentada en la cama, lloraba con tal persistencia que ni advirti mi entrada.

    Entonces dijo:Se le parece en todo!El nuevo husped, en efecto, se le pareca en todo al ingeniero.Esto es horrible! dijo Anna.

    Desde esa ocasin en adelante, nos amamos ya sin ocultrnoslo. Anna poda ser muy cariosa eincluso hasta celosa, mas lo cierto es que a m ni me interesaban las otras mujeres de este pueblito.

    Slo en una determinada circunstancia me conmovan: en las doradas tardes de primavera, cuandose las poda ver con sus parejas, por los campos. Acudan all para renovar el mundo. Crecan, seenamoraban y paran. Daban inicio a su labor maternal en la primavera y la contemplaban a lo largodel ao. Parecanme entonces como abejorros sobrevolando los bosques en enjambres, ebrias y aundeseosas de ms embriaguez, candorosas y aun diligentes, tratando de cumplir con todos lospreceptos religiosos.

    Ms tarde, a la noche, seguan ellas rodando por los pisos de las casas aferradas a los labios y losmostachos de sus hombres, sonriendo agradecidas hasta la sumisin por cada palabra tierna quepudieran albergar en su seno. Qu bellas esas noches en las que grillos y mujeres canturreaban sinpausa!

    Y qu bellos eran tambin los das de lluvia.Las muchachas se asomaban por las ventanas leyendo libros de la Biblioteca y comiendo pan con

    manteca. Un paraguas se bamboleaba por una callejuela y protega al elegante y delgado escribano delpueblo, que pareca una langosta haciendo equilibrio.

    Los palitos bailaban, se arremolinaban, giraban y flotaban desprevenidamente hacia la perdicindel desage. Yo ya no trataba de detenerlos, si bien no dejaba de sentirme obligado a hacerlo. Y es quela lluvia, los palitos indefensos, las canaletas y yo formbamos un todo homogneo. Tal vez habaque sumar ahora al pobre escribano Los das de lluvia se pintaban de gris, los palitos se ahogaban,las canaletas se los tragaban, y el escribano buscaba refugio por las calles. La verdad es que yodebera haber acudido en ayuda de los palitos. Cada uno tiene una tarea en el mundo.

    Acostumbraba levantarme muy temprano. Anna segua durmiendo, as como el dueo y el recin

  • llegado. Las botas de los huspedes permanecan ante las puertas, an sin lustrar, como vestigios delayer. En el patio, el perro iba y vena, bostezando y buscando huesos debajo del viejo carruaje de lacasa, que yaca con su prtigo inutilizado delante del cobertizo, cual un vehculo desenterrado. Jacob,el cochero, roncaba redondamente bajo el tinglado, fornido y apasionado como era, entonando unverdadero himno a la naturaleza y a la salud. Su ronquido no era en absoluto ridculo: resonabapoderoso y decidido, como un sonido natural, un trueno asordinado, una cornada de ciervos. Hacialas cinco, se oan de lejos y como salidas de una dimensin trascendental las sonoras bocinas de losmolinos de vapor, y Jacob, el cochero, se despertaba. Deba dormir vestido, pues acuda al unsonocon la ltima sirena ya enfundado en su chupa, con los pantalones y las botas puestos, sin gorro, conel rostro arrugado como un pergamino, y juntando agua con las manos en cuenco se enjuagaba lafrente y los ojos. Atravesaba entonces el patio en direccin a la casa, grvido y cansino, como si cadapierna fuera un rbol que haba que extraer de raz para poder dar un solo paso.

    En la esquina ms cercana, Kthe habra su ventana y contemplaba la ciudad. Yo la saludabasiempre. Jams haba hablado nunca con ella, ni tena tampoco nada de qu hablar, pero igual lasaludaba, porque ella miraba por la ventana y porque a la maana temprano el mundo no pareca serel de siempre sino uno mucho ms primordial, como el de los primeros das, quizs un par de aosdespus de la Creacin, cuando todos los hombres eran como veinteaeros que se amaban y eran porende buenos unos con otros. Ya entrado el medioda, en cambio, cuando volva a casa, el mundo yaera como mil aos ms viejo y yo no saludaba ms a Kthe, pues no estaba bien en un mundo tanavanzado saludar a una muchacha con la que ni se haba hablado antes.

    A travs del Parque dejaba orse el crepitar de una barriguda rociadora, que regaba la hierba y losespacios verdes. Un mirlo revoloteaba con giles piruetas en torno a la rociadora y golpeaba con el alaizquierda el chorro de riego. Las alondras, siempre de vacaciones, canturreaban invisibles por doquier.Alrededor de los bancos situados en medio del Parque, el pasto se dejaba ver un poco fatigado ymaltrecho a causa de los amoros nocturnos. Y frente a m pas, entonces, el oficial asistenteferroviario, rumbo a su trabajo.

    Yo detestaba a ese dichosos asistente. Era pecoso e increblemente alto. No bien lo vea me dabanganas de mandarle una carta al Ministro de Transportes. Quera proponer a ese desagradableempleado para que le otorgaran el manejo de un telgrafo perdido en algn punto remoto entre dospueblitos. Pero el Ministro no me hubiera hecho jams ese favor.

    De veras no tena ni idea de por qu odiaba tanto a ese empleado. Era extraordinariamente grande,pero yo no siento ningn desprecio fundado por lo extraordinario. Me daba la impresin de que tenaen mente unos designios demasiado altivos y eso me sacaba de quicio. Parecame que desde sujuventud no haba hecho otra cosa que crecer y sacar pecas. Y adems tena el pelo rojo.

    Usaba siempre su uniforme y una capa roja. Avanzaba dando pasitos cortos, aun cuando podamarchar a toda velocidad con sus largas piernas. Pero iba despacito, y segua creciendo, y creciendo.

    Todava hoy no s gran cosa sobre ese asistente. Pero ya entonces hubiera podido jurar queandaba metido en ms de una insospechada bajeza.

    Un hombre as bien poda hacer chocar a un tren en el que viajara alguno de sus enemigos yecharle luego la culpa al maquinista. Sin duda que era peligros tomar el tren con alguien semejante acargo.

    Un hombre as, pensaba yo, no sera capaz de sacarse la capa roja ni por una mujer. Al hacer el

  • amor, deba apoyar cuidadosamente su capa con la abertura hacia arriba, sobre una silla. No olvidaraplegar prolijamente los pantalones, y claro que ni poda imaginar lo que era sentirse agradecido paracon una mujer. De seguro poda sorprender a cualquiera de ellas con sus trampas. Y hasta eracelosos!

    Apenas lo vea, se me ocurra mandarles una carta a todas las mujeres del orbe: Seoras,cuidado con el oficial asistente del ferrocarril!.

    A Anna tampoco le caa muy bien. Una vez me pregunt:Por qu lo odio?Y como yo no saba qu decirle, le cont la historia de mi amigo Abel y la mujer de su vida.

    Abel, mi amigo, soaba con Nueva York.Abel era pintor, caricaturista mejor dicho. Tal vez haba empezado a hacer dibujos antes de poder

    sostener una lapicera, siquiera. Apreciaba las bellezas modestas y le gustaban los lisiados y losdeformes; era del todo incapaz de hacer una lnea recta.

    Apreciaba asimismo las pequeeces de las mujeres. Los hombres suelen amar en la mujer unaperfeccin que imaginan ver. Abel, en cambio, desaprobaba la perfeccin.

    El mismo, de hecho, era muy feo, y por tanto las mujeres lo adoraban. Las mujeres intuyen laperfeccin o la grandeza tras la fealdad masculina.

    Una vez haba estado en Nueva York. En el barco haba visto por primera vez en su vida unamujer hermosa.

    Al desembarcar en el muelle, esa mujer le prodig una mirada en los ojos. Y l se tom el primerbarco de vuelta a Europa.

    Anna no comprenda la relacin entre Abel, mi amigo, y el asistente.Por qu me hablas de Abel? me preguntaba.Anna le dije, todas las historias estn relacionadas, ya sea porque son similares, ya

    porque se contraponen. Entre el asistente y mi amigo Abel hay una diferencia, muy banal: Abel, miamigo, descansa bajo la tierra, y el asistente seguir vivo y algn da ser el Jefe de la Estacin. Abel,mi amigo, tuvo un anhelo. El asistente no tendr nunca jams otro anhelo que no sea el de llegar a serJefe. Abel, mi amigo, se fue de Nueva York porque haba mirado a los ojos a la mujer de su vida. Elasistente jams se ir de Nueva York por una mujer.

    Di por sobreentendido que ahora Anna s haba comprendido esa ntima relacin. Pero ella meabraz y me pregunt:

    Te iras de Nueva York por m?

    Esa noche am mucho a Anna, ya que saba que jams abandonara Nueva York por ella. Temaconfesrselo y por eso la amaba ms todava. Era muy cobarde y me comportaba muy virilmente.Pero al cabo Anna entendi todo y rompi a llorar. Ahora me parezco al ingeniero, pens.

    Me fui a la maana siguiente, mientras ella dorma. Anna percibi que me estaba marchando y

  • tante dbilmente, an entre sueos, a su alrededor ya vaco.Llova, as que me met en la Cafetera.El camarero llevaba un frac lleno de arrugas y una pesadsima cartera de cuero a la derecha de su

    cintura. Se llamaba Ignatz, y as le decan. No pareca tener otros nombres. Yo me limit a gritarle:Mozo!Ignatz atenda all de noche y de da. Dorma tendido sobre un par de sillas, en la cafetera, y de

    ah lo estropeado de su traje. Nunca usaba los bolsillos laterales. Tena los costados de su cuerpo algoachatados, como un pez. Sus brazos pendan como aletas dorsales camufladas, con las puntas flojas.Y adems tena ojos de pez, grandes y grisceos, y unas manos fras y hmedas. No me agradaba eltal Ignatz, que no quera ser mozo. Lea todos los diarios y hablaba de poltica con los comensales.Quera ser un poltico de todo corazn. Pero segua siendo un mozo y no estaba contento. Dabasiempre la impresin de que le echaba la culpa de su frustrada carrera a los clientes. Recoga el dineroy agradeca framente.

    Cierta vez entre al lugar con Anna e Ignatz exclam:Cmo le va, seorita Anna? fregndose a la par la mano derecha en su cartera para darle a

    Anna la mano seca.Cmo le va, Ignatz? lo salud ella, dndole a su vez la mano.Y dado que l segua con el apretn de manos, le grit:Mozo!Recin entonces se consider saludado y se alej.

    En una pared de la Cafetera colgaba un enorme calendario.Cada maana, a las ocho, entraba all el Director del Correo, un anciano de barba blanca.

    Caminaba muy erguido y usaba unos pantalones muy largos con espuelas en las puntas de las botas,tal vez para proteger las botamangas. Era sabido que haba servido en la Artillera.

    El Director tena los ojos de un azul ten increblemente oscuro que yo me inclinaba a creer que selos haba mandado hacer por un tcnico ptico. Tambin sus patillas eran de un blanco fantstico.Acaso se las empolvaba al levantarse, o antes de irse a la cama.

    Cada maana, el Director arrancaba una hoja del calendario de la Cafetera. De haber sido porIgnatz, hubiera estado siempre ante la vista el primero de enero, pero el Director se encargaba de quecada da de la semana tuviera su correspondiente nombre y fecha.

    Me caa muy bien, el Director del Correo.

    El Parque, en el que florecan los amores, no se hallaba en el centro exacto del pueblo, sino en unextremo, camino a las praderas. A la salida haba una posada en la que yo sola cenar. Y enfrenteestaba el Correo. Era un edificio bastante nuevo, de paredes blancas como la nieve, rematadas a la cal;en el frente penda un escudo, y en el portal verde, de dos hojas, haba un timbre. Era el nico edificiodel pueblo que tena dos pisos de alto.

  • En el segundo piso viva el Director.Una hoja de la ventana de ese piso siempre estaba abierta. Yo pensaba: la ventana abierta muestra

    el lugar donde vive el Director. Debe mirar cada tanto al cielo para que sus ojos sigan siendo azules.El Director es como un nio, y tiene una esposa ya vieja, con el pelo encanecido. Conversaban slopor las tardes, el Director del Correo y su mujer.

    En aquella posada me sentaba siempre de forma tal que pudiera ver esa ventana abierta. Tena laesperanza de que alguna vez el Director se asomar a contemplar el cielo. Pero no era su hbito.Cierto da se sent en la ventana una mujer bellsima y mir al cielo.

    Su belleza me estremeci a tal punto que no pude sino clavar mi mirada sobre ella, a travs de laventana de la Posada, y ella en seguida lo advirti, y me mir a su vez. Absorto como estaba, lasalud. Ella me salud. Desde entonces se asom peridicamente a la ventana.

    Siembro mis experiencias como si fueran una parra silvestre: me siento a verlas crecer. Soy haragn, lanada es mi pasin. Por eso, desde que haba visto a la muchacha en la ventana viva en un estado deexcitacin que slo haba sentido en mis mocedades. Me senta an parte activa del mundo, un palitoflotando en el torrente de sucesos. Lloraba por la prdida de cualquier insignificancia, por ejemplo, uncucurucho de papel. Ahora que soy viejo, en cambio, ya no lloro ni ro: me he elevado por sobre eldolor y la alegra.

    Pero en aquel entonces si me conmovan el dolor y la alegra, y me dejaba arrastrar por lasnimiedades.

    La muchacha miraba por la ventana cada maana, cuando yo pasaba. Y cada maana saludbalayo. Al tercer da, se ri.

    De esa risa aprend que nada es ftil bajo el sol. Esa sonrisa del tercer da fue para m un granacontecimiento.

    Su rostro era plido y pequeo. Sus ojos negros relucan cual su estuvieran pulidos. Sus lisoscabellos caan hacia atrs. Sus hombros se encogan tmidamente.

    Incluso cuando llova se asomaba ella por la ventana abierta. Yo permaneca en la Posada,mirando a travs del vidrio empaado por la lluvia. Cada tanto me vea obligado a limpiar el cristal. Yla muchacha se rea a cada nuevo desempae. Una vez, dos hombres ocuparon la mesa de la ventanaen la Posada y yo, en vez de sentarme a comer, sal y empec a caminar de un lado a otro para hacertiempo, asemejndome cmicamente a un vigilante. Tena puesto el abrigo y caminaba despacio,dando grandes trancos. Por mis ropas se deslizaban las gotas. La gente se detena en el portal delCorreo o en la entrada de la Posada y esperaba a que la lluvia menguara un poco. Cuando tronaba, seapretujaban todos y dejaban de hablar. Muchas veces me miraban. Una joven campesina consandalias y unos provocativos senos, que se hamacaban por el fro y la agitacin dentro de la blusamojada, me tir de una mango y me seal un lugar vaco. Pero yo me alej ms an, y all arriba seri la muchacha.

    Los hombres se asomaron a su vez por la ventana y se rieron. La joven tambin. Cuando observa m alrededor, comprend que a lo mejor todos ellos estaban desconcertados conmigo y me tomabanpor loco.

  • Pas una semana de estos sucesos, y le cont a Anna sobre la muchacha. Anna se me ri en lacara.

    De qu te res? le pregunt. Amo a la muchacha de la ventana.Por qu no vas a verla?Quiero hacerlo!Bueno, mejor no lo hagas repuso Anna. Quizs la amas de veras.Nunca olvidar aquella vez en que el Director se par junto a la muchacha de la ventana. Lo

    salud, y l me devolvi el saludo. Tan confiadamente como si yo fuera su mejor amigo.Anna me cont que la muchacha era su sobrina.Decid acudir al Director.Pero pasaron dos semanas, y an no haba ido. Quera presentarme y decirle: Estimado seor

    Director, respeto de buen grado sus ojos, sus espuelas e incluso sus largusimos pantalones. Peroamo a esta muchacha. Creo que es la mujer de mi vida. No voy a abandonarla, como hizo mi amigoAbel.

    Y entonces le contara la historia de mi amigo Abel.El Director se reira y se pondra de pie, y sus espuelas tintinearan tenuemente, como plateados

    platillos que recin estn aprendiendo a percutir como es debido.La muchacha comprendera mis historias y no hara preguntas como Anna.La muchacha es del todo distinta.Tambin saba que decirle a la muchacha.As que me fui a la gran ciudad, a fin de enviarme dinero a m mismo, y escrib mi apellido al revs

    y slo la inicial de mi nombre de pila. Luego regres y me puse a esperar a que me llegara el giro.Vino el cartero, y estaba muy excitado, por cierto, pues haca dos aos que no le tocaba entregar

    dinero. Haca mucho tiempo ya de eso, y ahora el pobre no cesaba de repetir el procedimiento aseguir y me peda los documentos. Se dejaba el gorro puesto aun cuando estaba en mi cuarto, puesestaba de servicio.

    Me quera dar el dinero en cuestin, pero yo le objet:Mi apellido est escrito al revs.No importa dijo l.Ah, no! exclam. Llveselo al Director y consulte con l si se me debe entregar este

    dinero.Ms tarde, deb esperar diez o quince minutos a que me atendiera el Director en persona. Pero

    hablamos tan slo del dinero, y l no tena ninguna duda de que yo era el destinatario legal. En estepueblito no haba otro que se llamara como yo o en forma parecida.

    S, es un pueblito de lo ms tranquilo observ el Director, intentando con ello hacerme uncumplido. Y luego agreg: Dnde cree que est? Nadie lleva por aqu un nombre tan bonito ysonoro como el suyo.

    Sus espuelas tintineaban apenas, como platillos casi nuevos, y todo era tal como poda habrmeloimaginado. Slo que ni se habl de la muchacha de la ventana.

    Cuando sal, mir hacia la ventana: all estaba el Director. Lo salud una vez ms, y me hizo ungesto. Pens entonces que se hubiera sido el momento propicio para volver y hablarle de lamuchacha. Pero siempre que se me presenta la ocasin justa, no soy capaz de aprovecharla.

  • Todo en la vida envejecer y se consumir: las palabras y las situaciones. Todas las ocasionesoportunas ya han sucedido. Todas las palabras ya han sido dichas. No puedo repetir ni las palabrasni las situaciones. Es como si llevara siempre puesta una ropa ya pasada de moda.

    Aquella tarde, la muchacha no se asom a la ventana. Me irrit.Me fui al Hotel y empaqu. Anna lleg y me pregunt:Cunto tiempo estars afuera?Jams se le haba ocurrido siquiera que yo me poda ir para siempre.Dos das! respond, y no sent ni un atisbo de remordimiento por decir mentiras. Qu era

    una mentira frente a Anna? La muchacha de la ventana ya no estaba all, y en lo del Director se mehaba escabullido la ocasin oportuna.

    Estuviste en lo del Director del Correo? me pregunt Anna.S contest. Pero a la mucha de la ventana hoy no la he visto.Estar enferma coment Anna.Enferma? Por qu lo dices?Est enferma, no lo sabes? Muy enferma! Tuberculosa y paraltica. Por eso no sale nunca a

    la calle. Pronto morir!Anna dijo todas estas cosas muy rpido. Sus palabras parecieron dar piruetas en el aire. Empero,

    pude or cada slaba, seca e incisiva. Y cada una de esas slabas se hundi en mi mente como unapesada moneda en una fuente con cera derretida. Mir a Anna, con su pelo liso y recogido, lustrosocomo si acabara de mojrselo. Anna no se va a morir, pens.

    La muchacha de la ventana se va a morir, a morir, a morir!Yo no poda hablar jams con ella. Por eso haba desperdiciado la ocasin indicada: no porque yo

    no sepa afrontarlas, sino porque ella estaba enferma.Anna dije, ahora me voy definitivamente.Porque ella est enferma? pregunt, burlndose.S.Pero yo estoy sana! exclam.En ese instante, su rostro luca triunfal, plido y fro.Te acompao al tren! dijo.Y Anna me acompa hasta la Estacin.Justo llegaba un tren, y quise ir enseguida a la boletera. Entonces apareci el viajero y me salud.

    Llevaba su habitual maletn de cuero y ola a alguna pomada.Anna se aferr a mi brazo y me detuve.No te vayas! exclam.Ya no luca tan triunfal como antes. Ms bien pareca ahora un animalito indefenso y asustado,

    acorralado contra un precipicio, como una ardilla acorralada en un pramo.El viajero se me acerc y dijo:A sus ordenes! y buenas tardes! y recin llega, o ya se marcha?No respond, acabo de llegar. Y regresamos al pueblo.No dorm en toda la noche, de tanto pensar en la muchacha moribunda. Desde que saba que ella

    pronto morira, me senta con ms derecho todava a poseerla. Casi poda sentirla a mi lado, casipoda tocarle las manos. Ahora ella forma parte de mis propiedades.

  • Ni se me ocurra pensar en que ella ya estaba enferma desde antes, pues para m, recin ahora loestaba. Se va a morir, pensaba yo, y me senta como alguien a quien en un rato le sera embargado unobjeto preciado.

    Pas la maana siguiente caminando delante del edificio del Correo. El Director se asomaba a cadahora y me miraba, seguramente asombrado. Hacia el medioda se fue a su casa y lo salud; merespondi y volvi a sorprenderse. Ms tarde, alrededor de las tres, l regres y me encontr anyendo de aqu para all. Iba y vena yo mecnicamente, como un reloj de pndulo propulsado por susignotos engranajes.

    Al atardecer, me sent en la Posada y alc la vista: la ventana se abri, y ella se asom.Me pareci que me saludaba precipitadamente. Acaso haba credo que hoy yo no me presentara

    debido a que el da anterior ella haba estado enferma. Mantuve mi vista en lo alto slo por unmomento, y en mis ojos se dibujaron miles de palabras.

    Si hubiera hablado tres das seguidos, no podra haber dicho tanto.Estaba estpida e infantilmente excitado. Ella haba comprendido, al parecer, lo que le haba

    dicho. Entonces cerr la ventana, como si ya estuviera oscureciendo, y en su cuarto se encendi unaintensa luz, tras lo cual las cortinas se cerraron. A travs de las finas e iluminadas telas se dej ver laenorme silueta de un hombre. No era la silueta del Director, pues de haberlo sido, hubiese tenidopatillas. Se trataba de un hombre sin barba. Tal vez su hermano.

    Di vueltas por el Parque durante una hora ms. Las personas seguan amndose en los bancos yen la hierba. Me top con innmeras mujeres de pelo suelto y una chocante frivolidad, pasendose ala espera de sus hombres, ebrios y extraviados por ah. Su andar resultaba excitante por lo titubeantede su rumbo. Se comportaban como trompos que haban sido puestos a girar por algn poderdesconocido y que ahora, con la accin de esa extraa fuerza presta a agotarse, an seguan oscilandocomo por arte de magia, dando sus ltimos y trmulos giros cansinamente, en vana busca de unpunto de apoyo del cual aferrarse o bien de un equilibrio permanente.

    Todos estos seres, pens, estn sanos y no van a morir.

    Encontr a Anna en su cuarto, sentada en camisn al borde de la cama y lloriqueando. Tena lasmanos en una posicin poco habitual para estar llorando. Daba la sensacin de que su llantoinfatigable y continuo no le surga del alma sino como de algo exterior a ella, algo extrao, repentino,avasallante, contra lo cual era intil luchar y que a la vez no tena sentido ocultar.

    Esa noche am a Anna como la primera vez, con todo el afecto y la dicha con que se desenvuelveun regalo recin recibido.

    A la maana siguiente presenci la ltima historia de este pueblito.Muy temprano, el viajero estaba ya en la cafetera, comiendo pastelitos. En vez de comer con la

    mano usaba trabajosamente un cuchillo y una cucharita, dado que era muy fino y quera mantener susbuenos modales. Se demoraba mucho en comer esos pastelitos, claro est. Al cabo, se puso de pie, se

  • dirigi al calendario que colgaba en la pared, y arranc enrgicamente la hoja correspondiente al da deayer, dejando ver el hoy, el nuevo da, cual un dios altivo y poderoso. Me estremec ante la llegadadel Director.

    El Director del Correo se ocupaba desde haca dcadas de arrancar la hoja del calendario ydescubrir as el nuevo da, cauta y mansamente, no como un dios sino ms bien como un siervo deDios. Pero hoy se horrorizara al mirar el calendario y no alcanzara a comprender ni los das, ni lasfechas, ni el mundo en s.

    As que resolv tomar el papel recin arrancado, lo alis y lo coloqu lo mejor que pude en susitio.

    El viajero me mir y dijo:Estimado seor, hoy es 28 de mayo!Casi me asust al escucharlo decir la fecha, y aunque era una cosa de los ms sencilla y ya sabida

    por todos, me dio la sensacin de que me haba revelado un profundo secreto con una groseradesfachatada.

    El 28 de mayo!En ese instante las campanas batieron las ocho y media, el Director entr, sus espuelas resonaron

    tenuemente y con cierta petulancia, como si dieran unas risotadas, y l procedi, imponente, allegarse hasta el calendario y descubrir oficialmente el nuevo da. Ahora s poda decirse que era 28de mayo!

    Ese 28 de mayo sera uno de los das ms importantes de mi vida. Tom la determinacin departir.

    Qu ms tena que hacer yo en ese pueblito? La muchacha de la ventana pronto haba de morir,Anna me acongojaba, su sola mirada me hera, y no poda ayudarla. Me conoca de memoria al carteroy a las plateadas espuelas del Director. Kthe, pensaba, se asomar cada maana a la misma hora ynada pasar si yo ya no estoy all para decirle buenos das. Y ya era 28 de mayo.

    Ya no poda quedarme ms all del 28 de mayo. Casi inadvertidas para mis ojos, las espigas delos campos volvan a levantarse. Si se hubieran apilado media docena de liebres, ni siquiera se habradivisado la punta de las orejas de la de ms arriba. Se trataba de un ao particularmente bendito, y lashuertas estaban tan densas y tupidas con flores blancas que se hubiera podido caminar descalzosobre el suelo sin que ste percibiera ms que una sensacin lejana.

    Tambin se vean nubes que no se alborotaban en el cielo impulsadas por su juventud o por lamera pasividad, sino que se acomodaban con prudente laboriosidad, o bien algunas cuyos vientreshenchidos rodaban en pos de cumplir con su misin. El 28 de mayo ya se sabe lo que se quiere.

    Es tan gracioso, pensaba, que me la pase esperando tarde tras tarde delante de la ventana de unamuchacha que pronto se va a morir y a la que nunca podr besar. Ya no soy joven. Cada da es unatarea por delante, y cada hora que pasa es como una ofensa a la vida.

    Una vez so con un puerto gigantesco. Escuch un intenso crujido como de veinte mil barcos yel bramido de los atareados marineros. Vi gras gigantescas elevndose y desplomndose, firmes ydecididas e infatigables, cual si no fueran operadas por meros hombres sino por la propia voluntaddivina: no las convulsiones del hierro, sino la grcil soltura de las fuerzas naturales.

    Otra vez so con una ciudad enorme, acaso Nueva York. Respir el ritmo crepitante de su vida,sus calles largas, alocadas, anchas, incesantes, pobladas por personas, seales de trnsito, adoquines,

  • faroles, anuncios, sin que yo supiera el dnde ni el por qu. La ciudad no estaba quieta sino quecorra. Nada estaba quieto. Fbricas enormes humeaban a travs de colosales chimeneas. Cerr losojos unos segundos, para escuchar las melodas de todo este trfago. Result ser una msica atroz;sonaba como la tonada de un organillo frentico e infame, cuyos mecanismos parecan habersedesencajado. Pero esta msica se apag. Era fea, pero el ritmo no estaba desacertado. Durante un ratocanturre ese ritmo, y al final despert.

    Ya despierto, me sorprend al descubrir que no era ms parte de aquella ciudad sino totalmenteajeno a ella y que de pronto me haba vuelto un cmico habitante de un cmico pueblito. Qu cosaera, en realidad? El hombre bajo la ventana. Amigo, me dije, entierra a esta muchacha, a la que slo leresta poca vida, y sigue tu camino en la vida. La vida es muy importante. Acaso sera ms razonable(ms razonable segn las normas vigentes de la razn humana) acudir a la muchacha, sentarse en sucama, acompaarla hasta la ventana al atardecer, y compartir con ella un poco del mundanal ruido yde la abundante sangre roja que fluye por las venas del mundo.

    Pero la vida es ms importante.A la par que razonaba de modo tan cruel, intentaba sepultar el dolor. Y logr sepultarlo tras una

    muralla de crueldad.

    Me fui del pueblo en el mismo carruaje en el que haba llegado. No le dije nada a Anna.Ya era entrada la tarde. El sol refulga en vastos hilos dorados. La estacin yaca echada bajo el

    astro rey cual un gato rechoncho y amarillento. Las vas se adentraban en el centro del mundo,surcando frreamente la Tierra.

    Cuando me sent en el tren y mir por la ventanilla, comprend que los tormentos y las alegrasrecin vividos ya me estaban alejando de ese pueblo y de todas esas ltimas semanas.

    Ahora, el cartero bien poda emborracharse, el Director de Correo bien poda hacer sonar susplatillos, el viajero bien poda oler a sus pomadas. El mozo Ignatz bien poda tener las manos flojas.Anna bien poda ser su amante.

    Y la muchacha de la ventana?Que se muera!, me dije, y no me avergonzaba admitir que por el bien de mi salud me alegraban

    las actuales circunstancias.Qu tipo de enfermedad me haba atacado estas ltimas semanas? Qu clase de sentimental era

    mi amigo Abel? Nunca, nunca jams me ira de Nueva York por una mujer.Pero ahora s estoy decidido a irme a Nueva York. Norteamrica es un pas glorioso. No ha sido

    fundado por un obispo de piedra.Mientras pensaba tales cosas, el tren silb y dio un estirn. En ese instante sali de la oficina en

    el andn el asistente, con su capa roja. La puerta permaneci abierta un poco ms.Y detrs de l, emergi una mujer hermossima: la muchacha de la ventana!Qudate! escuch que l deca. En seguida termino!Pero la muchacha no lo oy. En cambio, me mir. Nos miramos. Se mantuvo rgida, toda vestida

    de blanco, muy saludable, y para nada lisiada o tuberculosa. Evidentemente era la novia o esposa delasistente.

  • Cuando el tren volvi a sacudirse y al cabo se ech a andar, mir a esa muchacha y le gui unojo. He escrito toda esta historia slo a raz de esa mirada.

    Se supona que estaba obligado a llorar en esa situacin, pero me re, en cambio. Mir y vi a uncampesino pegndole a su perro, un guardavas agitando sus seales, su esposa poniendo a secar laropa recin lavada, y un carrito tambalendose por un camino de tierra.

    La vida es muy importante! dije, rindome, muy importante! y segu viaje haciaNueva York.

    Abril, historia de un amor