abba padre

74
Abba, Padre... Que no se haga mi voluntad sino la tuya (Mc. 14, 36)

Upload: will-andres-ortiz

Post on 08-Jul-2016

51 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

cuento

TRANSCRIPT

Abba, Padre... Que no se haga mi voluntad

sino la tuya (Mc. 14, 36)

DAVID

Era el primer día de la semana, a medio día, y hacía mucho calor. El sol estaba sobre mí, desplegando todo su poder, iluminando con inmensa claridad todo lo que tocaba. El polvo de la calle se levantaba por el viento que, aunque siendo poco, acariciaba mi cuerpo y despertaba las ganas de quedarme allí, sentado a la puerta de mi casa, aprovechando la sombra que proyectaba sobre mí.

Después de la fatiga del trabajo matinal, me había sentado allí para descansar un poco, mientras mamá terminaba de preparar el almuerzo. Ella es una mujer muy sacrificada y tierna, totalmente entregada por mí y mis hermanos. Me gusta escucharla, sentir sus caricias, incluso sus regaños. Muy ingenua, siempre la hago caer en mis travesuras y fantasías. Mientras me río de ella, simplemente se sonríe con ternura, como quien se siente feliz de hacer feliz a quien ama. Es tímida, y jamás va a sobresalir en nada, es perfecta para este mundo en el que vivimos, donde la mujer no tiene mucha cabida, aparte de traer hijos varones al mundo.

Somos tres hermanos: Josué que trabaja como pastor, y por lo mismo, siempre anda de un lugar otro; ahora mismo anda por Galilea; Benjamín, que siendo muy pequeño, ayuda a mamá en las tareas de la casa, aunque igual, a veces me acompaña en el trabajo del campo; y yo, que soy el del medio.

Benjamín es mi debilidad. Lo quiero como a un hijo, y siento que él también me ve como un papá. Nuestro padre murió tan joven, que mi hermanito, apenas lo conoció. Con su muerte quedamos abandonados a nuestra suerte. Siempre fue campesino, y había logrado tener un terreno pequeñito, pero la sequía, los impuestos cada vez mayores, el diezmo, hizo que lo perdiera, y tuviese que trabajar como jornalero. Su suerte, ahora es mi suerte. ¡vivir en la pobreza!. Benjamín es muy inteligente, y me gustaría mucho que pudiese aprender bajo la guía de un Rabí del Templo, pero es imposible para nosotros ¡todos tenemos que trabajar, si queremos sobrevivir! Sin tierra propia tengo que buscar el sustento casi a diario, esperando el fin de la jornada para que me paguen una miseria...

Ana -así se llama mi mamá- no quiso contraer otro matrimonio, para dedicarse completamente a nosotros, aunque todo aconsejaba que tuviese un nuevo marido. Tiene una confianza enorme en el Señor, y de allí saca las fuerzas para gastarse completamente por nosotros, aunque probablemente, un fariseo no la encontraría muy devota... y tampoco a mí, aunque conmigo, tendría razón. Su entrega no tiene límites, sin pensar jamás en ella, sino en nosotros, en nuestro bienestar y felicidad...

... Y si me vendiese como esclavo ¿por qué no? Tendría una vida mejor, más asegurada, además que la Torá dice que después de un tiempo me tienen que dar la libertad... pero eso sería abandonar a mamá y a Benjamín.... ¡jamás podría hacer eso...!

- ¡David!, es Jesús.... viene con sus discípulos!- me gritan Simón y Judas, mientras de prisa se dirigen a la entrada del pueblo.

Yo había oído hablar del profeta de Nazaret. Pero los galileos no tienen la mejor fama. Josué me cuenta que no son muy religiosos, que siguen la Torá, pero a su manera, y que hay bandidos, que se ocultan en la parte montañosa... ¿podrá surgir un profeta de allí?.

Por otra parte, siempre he sido un tanto escéptico de esas cosas. "El Señor nos cuida", "El Señor cuida a nuestro pueblo", "El Señor nos protege"... no sé, tal vez hemos sido muy infieles y pecadores, y por eso nos castiga con su indiferencia, pero estamos sometidos a los romanos que nos imponen sus costumbres y nos esclavizan de mil maneras; a los herodianos que también nos someten con sus leyes y nos quitan lo poco que tenemos. No creo en los sacerdotes aliados a los poderosos, ricos como ellos; y me repugnan los fariseos, apegados a sus costumbres, a la ley, a las largas oraciones, pero no mueven un dedo por ayudar al que necesita. Los saduceos me asquean, farsantes, podridos en dinero, explotadores y aliados a los romanos. Más de alguna vez he pensado en unirme a los zelotes, pero no quiero abandonar a mi madre, y tampoco soy tan temerario. Honestamente no sé si soy cobarde o pacífico, quizás ambas cosas, pero no me atrae la idea de andar degollando romanos, y mucho menos de morir crucificado. ¡Eso sí que es horrible!

- ¡Vamos David! ¡es Jesús!

- ya voy, Cleofás, anda tú primero, estoy descansando un poco.

Lo único que conozco es el trabajo en el campo, ese es mi dios... todos los días tengo que trabajar de sol a sol, para recibir un salario miserable. ¿Dónde está el Señor allí?. ¿Dónde estuvo cuando mi padre nos dejó? ¿dónde cuando perdimos lo poco que teníamos? ¿Qué podría decirme este Galileo que se las da de profeta?

- ¡Ya David, no seas flojo... acompáñame... dicen que hace grandes milagros, que multiplica el pan...

- Seguramente hará que llueva denarios para pagar nuestras deudas... Y de paso, recuperaremos el campo que perdió papá... y por cierto también...

- Ya, no te pongas negativo, eres muy joven para eso- me dijo Cleofás, mientras me tiraba del brazo, obligándome a ponerme de pie...

- Si tu profeta es un fiasco, te aseguro que me las vas a pagar...

Cleofás rió de buena gana, mientras me golpeaba con cariño la espalda. Ambos de camino para ver al galileo famoso.

Con Cleofás, somos amigos de mucho tiempo. Aunque somos de diversa edad -él es unos diez años mayor- compartimos nuestros pensamientos, sueños, alegrías y tristezas. Él es más optimista y creo que su fe es más grande que la mía. A veces me pregunto si en verdad tengo fe.

- ¿supiste que Jesús resucitó al hijo único de una viuda?

- No seas tonto, Cleofás, eso es imposible, solo Dios puede hacer algo así. Tú crees cualquier cosa.

- ¿Y si fuese verdad?... significa que Dios nos ha visitado, que el Señor está con nosotros.

El Señor está con nosotros, claro que sí, pensé yo, con tristeza y cierta ironía, mientras nos dirigíamos a ver Jesús, entre la gente del pueblo... Aquí en Emaús, desde que hace muchos años atrás, cuando Atronges asaltó a los herodianos que llevaban grano y armas, nunca sucede algo importante, y la llegada de este profeta de fama creciente era un gran acontecimiento. Hasta la prostituta estaba allí...

BETSABÉ

Yo sé que todos me miran con desprecio, y sin embargo, los hombres me buscan para aquietar sus pasiones. No llegué a esto por gusto: mi padre arregló mi matrimonio, como es la costumbre en nuestro pueblo. Pero Simeón, que había encontrado una mujer más hermosa, me dio el acta de divorcio y quedé en la calle, y con la vergüenza pública. Ya no podía vivir más con mi padre, que se avergonzaba de mí.

Así que abandoné a mi familia, y me fui de pueblo en pueblo, entregando mi cuerpo por dinero. Al fin de cuentas, mi marido ya me había tratado como una puta.

Ahora estoy aquí en Emaús, gozando del rechazo de todos, con la puerta de mi casa abierta, esperando al cliente, aunque debería estar cerrada por la vergüenza... Soportando el comentario a mis espaldas, la mirada inquisidora, cada vez que paso entre ellos, y recibiendo su dinero, bien ganado, después de una noche placentera. Me he ido perfeccionando en este arte ¡soy una profesional! y brindo aquello que los hombres buscan y que sus mujeres no les pueden dar. Si bien no gano mucho, no vivo tan mal. Al menos, mejor que esos campesinos que se gastan la vida entera para sobrevivir.

Pero en mi interior, muy dentro de mí, siento asco de lo que soy. Evito pensar en ello, porque me amarga profundamente y pienso hasta en la muerte. Tal vez sea mejor que muera para siempre, deje de existir... pero los fariseos enseñan que hay vida después de la muerte, y lo más seguro es que también allí sea castigada por mis pecados.

Si Siméon no me hubiera abandonado, habría tenido hijos y me habría sentido orgullosa de ellos, y sería una mujer respetada, nadie me miraría con rechazo... nadie se burlaría de mí, nadie comentaría a mis espaldas...

Mientras pensaba en esto, poco a poco, las lágrimas surcaron las mejillas de Betsabé, mientras un dolor enorme iba inundando su corazón, sintiéndose, cada vez más pequeña y despreciable...

Curiosa por el bullicio de la gente que pasaba por fuera de su casa, miró por la puerta y vio que se encaminaban hacia la entrada del pueblo, hablando de un tal Jesús de Nazareth.

Jesús de Nazareth ¿aquí?... ¿será verdad lo que cuentan de él? ¿será un profeta? Iré a verlo.

Al pasar frente a la casa del difunto Josué, divisó a David, sentado a la puerta...

Ese muchacho es hermoso, me habría gustado tener un hijo como él... los tres son buenos chicos. Su madre es una mujer muy buena; nunca me ha dejado de ayudar cuando lo he necesitado, a pesar de lo que soy: "una puta".

Sumida en ese recuerdo agradecido de Ana, se alejó hacia la entrada del pueblo, donde la gente se estaba juntando, expectante ante el nuevo profeta.

ANA

¿Dónde se habrá metido David?, recién estaba aquí, en la puerta- pensaba Ana, mientras terminaba de preparar la comida.

- Benjamín, hijo, anda a ver dónde está tu hermano, y tráelo que la comida está lista.

Le pediré a Salomé que me convide un poco de pan, a David le gusta tanto, y ya no me queda harina. En medio de estos pensamientos, salió al patio común con los vecinos...

- Salomé... Salomé.... por favor, dame un pan para mis hijos.

- Saca Ana, tú sabes donde está, no te hagas problema- gritó Salomé, mientras salía de carrera hacia la calle.

- ¿A dónde vas tan de prisa, Salomé?

- Isabel me dice que viene llegando el Profeta de Nazaret, Jesús, dicen que hace milagros enormes ¿no vienes con nosotras?

- Estoy esperando a David que viene a almorzar.

- Te cuento cuando regrese

Ana, con la confianza de la amistad que se tenían ambas mujeres, entró a la casa de Salomé, y sacó un pan, y regresó a la suya. Ambas casas se comunicaban por el patio que compartían junto a la casa de María y Rebeca. Eran sus amigas de infancia, y las familias se conocían desde muchos años. Era común, que en la tarde se juntaran para compartir la vida, comentar los episodios del día, llorar alguna pena y alegrarse con las buenas nuevas.

- El profeta de Nazaret... aquí ... en Emaús. Me gustaría verlo, dicen que habla bien, como quien tiene autoridad y que es amigo de todos... Ay, dónde estará David, se van a enfriar las lentejas- se lamentaba, mientras ponía lo necesario para la comida- no creo que haya ido a ver a profeta, es un tanto desconfiado de estas cosas.

- ¡Benjamín!... !Benjamín!... ¿encontraste a tu hermano?

Ay, ahora se me perdieron los dos... ¿cómo estará Josué? ese trabajo suyo es tan arriesgado, Señor mío... Quizás ni tenga para comer bien... ni donde dormir, desvalido ante ladrones y animales feroces... protégelo Señor, de todo peligro. Que nunca le suceda nada malo, sino que me suceda a mí, en vez de a él... En su mente se presentó Josué, con la sonrisa de siempre y la broma a flor de piel, el día que partió hacia Galilea "¡no te preocupes mamá! ¡Encontraré un tesoro y te haré millonaria!... Por ahora, David y Benjamín te cuidarán...". El cabello negro que a fuerza de los años y el sufrimiento se había vuelto gris, el rostro surcado por las huellas del trabajo e incontables sacrificios y angustias, no lograban opacar la belleza de unos ojos que miraban más allá del muro oscuro de su casa... un paisaje lejano de Galilea, y a su hijo, cantando, como siempre, mientras camina con sus ovejas.

¡Ay David, pobre hijo mío...! ya está en edad de casarse, pero sé que ni lo piensa por cuidarme... En realidad, mis hijos son una bendición del Señor. Si bien es cierto que soy

viuda, no puedo ser una mujer maldita, porque el Señor me ha dado tres hijos que me aman, y a quienes amar, por quienes vivir, trabajar y morir. ¡qué más puedo pedir!

ZACARIAS

Mientras observa por la pequeña ventana de su casa, se sumerge en sus pensamientos cargados de angustia, frustración, dolor, y también de enojo...

¡Esto ya es una plaga!¡una maldición!. Si sufrimos el asedio de los paganos es culpa de este pueblo pecador, que no se convierte, que no practica la Torá. Esta "gente de la tierra" que ignora la Palabra del Señor, no recita las oraciones, se contamina y come con manos y labios impuros.

Yo soy un "separado" de todo aquello que me pudiese apartar del Señor, de toda impureza, y de este pueblo que no cumple la Ley, ni observa sus sagrados mandamientos. Pago el diezmo con gusto, no como nada impuro, quiero ser santo como el Señor ordenó a Moisés y como lo ordena la Ley. Voy al Templo, en la ciudad santa de David, para ofrecer los sacrificios, y soy fiel en los ayunos. Nadie tiene nada que reprocharme. Bien sabe el Señor cuánto sacrificio y esfuerzo de voluntad me significa vivir así... ¡soy un buen fariseo!

Estuve un año a prueba para entrar en mi comunidad, y nadie me puede acusar de impureza alguna. Sigo la Ley y la tradición de mi comunidad con fidelidad, y doy testimonio ante los demás de ello. Todos los de este pueblo, también los que trabajan a mi servicio en el campo, siempre me verán con los tefilín en mi cabeza y en mi brazo. Para dar testimonio los he agrandado y los uso siempre, no solamente en la oración: ¡es importante que este pueblo comprenda que la Ley debe estar en la mente y en el corazón de todo israelita!.

Quiero que mis palabras, mi tono de voz, todo lo que hago, todas mis acciones, les hable de Dios y del cumplimiento de la Ley. Hago todas las oraciones prescritas, y mucho más que eso...

Nunca nadie me ha visto caminar más de un kilómetro el sábado, ni encender fuego ese día santo en mi casa; jamás falto a la oración en la sinagoga. Puedo leer la Ley en hebreo, no necesito que nadie me la traduzca, como esta gente que ha olvidado la lengua de

nuestros antepasados. Sin duda alguna que soy mejor que esos saduceos, que no viven según nuestras tradiciones, ni escuchan las enseñanzas de nuestros maestros.

Pago a mis jornaleros lo justo. También ayudo a los que necesitan. Ana, puede dar testimonio de mi bondad y generosidad... Pobrecita, quizás qué pecado cometió su familia, que le haya traído la muerte de su marido. Es una buena mujer, completamente entregada a sus hijos. Lamentablemente, ellos no aparecen tan fieles como nosotros en el cumplimiento de la Ley, pero no son malas personas. No se les puede culpar, les faltó un padre que les educara en el cumplimiento de los sagrados preceptos de la Torá.

Aquí, en Emaús, gozo la alegría de que todos me miren con respeto, saben que soy santo, pero me duele que no me imiten. Por el contrario, corren detrás de cualquier falso profeta, de algún milagrero barato, en vez de respetar el sábado.

Y allí van ahora, corriendo desesperadamente para ver, escuchar a ese Jesús de Nazaret. Seguramente buscan algún milagro, porque es el único interés de esta gente. No buscan agradar a Dios, sino a cualquiera que les solucione sus problemas. Ignoran que de este modo se encaminan al juicio, al castigo severo de Dios.

Soy consciente que jamás experimentaré ese castigo del Señor, porque con mi esfuerzo soy santo, pero me entristece que esta gente, cargada de sufrimientos en esta vida, tenga que experimentar uno mayor el día del juicio, cuando haya fuego y rechinar de dientes... ¡pero no me quieren escuchar!... y aparecen estos falsos profetas, como el nazareno ése, que los pervierten aún más.

No me verán correr tras él, sería indigno de mí... Además que la gente puede pensar que quiero seguirle, que deseo ser su discípulo, y eso sería un gran daño para ellos, un camino de perdición... Aunque pensándolo bien, podría ir para escucharle, y hacerle frente a sus falsas enseñanzas. Ciertamente que no podrá contra mí, mi enseñanza, mi calidad de vida. Dicen que ha vencido a los herodianos y saduceos, pero conmigo no podrá... Y si lo desenmascaro, si lo dejo en evidencia, la gente me mirará con admiración, y aceptará mis enseñanzas... y seguirán la Ley... y no se condenarán en el juicio... -mientras en su mente se veía triunfando sobre el galileo, y aclamado por todos- comenzó a cantar "Shemá Israel, el Señor nuestro Dios es uno solo Señor. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas..."

Con esta certeza en su corazón, recitando su credo y fuerza de vida, salió de su casa, para ir al encuentro del nazareno... ¡sería un encuentro para el recuerdo y salvación de todos los ignorantes y pecadores de Emaús.

JONATHAN

Desde muy joven me di cuenta que era distinto a mis hermanos. Ellos estaban interesados por las chicas del pueblo, y pensaban en su futuro matrimonio. En cambio para mí, era indiferente, en realidad, no me atraían.

La idea de ser una "abominación" me atormenta terriblemente, y me pregunto por qué el Señor me castigó de esta manera. Jamás podré manifestar mi amor a alguien que ame de verdad, y tendré que amar siempre a escondidas. En mi pueblo nadie ni siquiera toca el tema, todos sabemos el castigo del Señor contra Sodoma. ¿por qué tengo que sufrir esto? Yo no lo busqué... ni lo quise, no lo quiero para nadie...

Me puse a trabajar como pastor, así tengo que moverme de un lugar a otro, sin tener nada definitivo. De ese modo puedo escapar a la obligación normal de mi matrimonio. ¿Quién querrá casarse con un pastor?, nada estable, un trabajo despreciado y un tanto peligroso. Y en esto soy bueno: cuido a mis ovejas, pareciendo dueño y no un asalariado. Las conozco, les pongo nombre y ya conocen mi voz. Me gusta verlas durante el día, al fin de cuentas, son mi gran compañía.

Tengo que estar atento que nada les pase, de lo contrario, me la descontarán de mi sueldo. Con todo, en mi condición, es mejor que muera al cuidado de mis ovejas, que vivir para siempre así. Algún día una bestia acabará con mi vida, o lo harán los asaltantes de Galilea ¡esos tienen fama de asesinos!... y dormiré para siempre en el lugar de los muertos.

David, mi mayor amigo, que es el único en quien confío, y a quien le he compartido mi secreto y mi sufrimiento, me sugiere que emigre a otro país. Tal vez a Antioquía o Alejandría, o incluso Roma. Allí hay colonias judías muy numerosas, y podría vivir con ellos. Pero al fin de cuentas, sería lo mismo que permanecer aquí en Judea: pronto se darían cuenta de mi verdad, y el rechazo sería el mismo. ¡eres una abominación! ¡Dios te ha maldecido! ¡no puedes vivir con nosotros!

Esta tarde iré a cenar con David, su madre me ama como a sus hijos, y yo también a ella... ¿me querría igual si supiera mi verdad?

EL REINO DE DIOS ESTA AQUI

- El Reino de Dios está aquí, ya ha llegado a ustedes...

Fue lo primero que escuché, y sentí que esa afirmación golpeaba en mi pecho, como si Cleofás me hubiese dado un puñetazo...

- No necesitan ir al desierto para encontrarlo... Tampoco tengan miedo por el rayo destructor, o por el fuego que purifica, o el castigo para el pecador. El reinado de mi Padre no es de muerte, sino de vida y vida plena.

Allí estaba Jesús, de pie en medio de la gente, rodeado por sus discípulos, vestido con una túnica interior blanca ceñida con el cinto azul, y una túnica exterior café con líneas blancas. Su acento lo traicionaba inmediatamente como galileo, pero las fuerzas de sus palabras, la convicción con que hablaba, y lo fuerte del mensaje, lejos de invitarme a la risa, me dejó allí, sin moverme, paralizado...

- No tengan miedo... Mi Padre no quiere la muerte de nadie, sino la vida de todos. No viene a tomar venganza por la falta de amor, sino que viene a entregarles su amor, su perdón, su misericordia. " El Señor es un Dios misericordioso y clemente, lento a la cólera y rico en amor y fidelidad" ¿acaso no lo hemos proclamado así en la sinagoga? ¿por qué dudar, entonces?.

¡El Reino de Dios está aquí!... -pensé- entonces ¿por qué estamos oprimidos por los romanos? ¿por qué vivimos en la pobreza, mientras unos pocos se enriquecen? ¿por qué perdemos nuestras tierras? ¿por qué hay mendigos que mueren de hambre, despreciados por los que se sienten puros? ¿por qué vemos enfermos castigados por sus pecados o los pecados de sus padres?

- El Reinado de mi Padre está aquí, y crece como la levadura que tu madre ha puesto en el pan de cebada que ha cocinado para ti y tu hermano, esta mañana...

Al escuchar esto, inmediatamente lo miré, a la cara, y su mirada se cruzó con la mía... ¡me estaba hablando a mí!... No, no es posible... es coincidencia... está poniendo un ejemplo, nada más que eso...

- sin que se note, hace crecer toda la masa, y hace que el pan quede más sabroso. El Reino de mi Padre está presente y se abre camino en todos los que tienen corazón de niño y lo acogen con sencillez y alegría. Es como la semilla que el campesino ha sembrado en el campo... sin que vea como sucede, brotará y dará vida.

Siguió hablando Jesús, pero esta vez mirando para otro lado... -Sin duda que fue pura coincidencia- pensé, con un poco de frustración.

- Es como aquella mujer que metió levadura en tres medidas de harina...

- Maestro, esa mujer tiene un ejército en su familia... - gritó Juan, que se caracteriza por sus bromas- , suscitando la carcajada de todos...

- Sí, estoy exagerando - respondió Jesús con una gran sonrisa-. Quiero decir que mi Padre es generoso y da mucho más de lo que necesita cada uno de ustedes, como lo es cualquiera de ustedes con sus hijos...

- Pero maestro, -interrumpió Zacarías- no puedes comparar el Reino de Dios con la levadura... ¡es impura!, todos lo sabemos bien, por eso que al Señor sólo le ofrecemos pan ácimo...

- Ay Zacarías, nada de lo que ha hecho mi Padre es impuro... nada ni nadie. Las impurezas nacen en el corazón de cada hombre, cuando se cierra a amar, y deja que el egoísmo le destruya y contamine todas sus palabras, sus miradas, sus gestos... toda su vida. Aunque alguien cumpla la Ley, y se preocupe de no comer ni tocar nada impuro, nada prohibido, si no ama, será como una tumba, que por fuera puede ser muy hermosa, perfectamente labrada en piedra, pero por dentro sólo hay pudrición.

El silencio se apoderó de todos. Jamás habían oído a un maestro hablar así... Y muchos sintieron un alivio en su corazón, como si le quitasen un peso de encima...

¡Esto no puede ser! La ley es la ley y hay que cumplirla para ser santos como Dios lo manda -pensaba contrariado Zacarías- sin embargo, tiene razón que nada que sale de las manos de Dios puede ser impuro... y Dios ha creado todo lo que existe, así lo dice la Torá...

- El Reinado de mi Padre se parece a la semilla de mostaza... es muy pequeña, pero cuando crece, se transforma en un arbusto, donde las aves pueden cobijarse...

Su Reino es tan valioso, que bien vale la pena dejarlo todo, para entrar en él. Es como esos tesoros que muchos han dejado escondido antes de irse a otro lugar, o a la guerra, o por miedo al saqueo cuando llega un ejército enemigo. Pasan los años, y quedan allí. Luego alguien lo encuentra... entonces, vende todo lo que tiene, compra ese campo y se queda con el tesoro...

¡Vamos!, ¡vendan ese campo que no tiene ningún tesoro! abandonen todo aquello que carece de valor, todo lo que les impide amar, para acoger en su corazón el Reinado de mi Padre, el gran tesoro, para ser felices de verdad...

Entonces ninguno pasará necesidad, ninguno tendrá hambre, ninguno llorará, porque el amor de mi Padre será su riqueza; mi Padre les dará el alimento que no perece, y hará que ustedes sean capaces de compartir unos con otros, y todos tendrán de sobra; mi Padre enjugará sus lágrimas y será su consuelo. Les dará un abrazo, un beso, una caricia que nadie les podrá arrebatar... ni la persecución, ni la angustia, ni el peligro, ni la espada, ni la muerte, ni los ángeles, ni lo presente, ni el futuro, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada podrá separarlos del amor de mi Padre.

- ¡Esto lo tiene que escuchar Jonathan -pensé- ay si pudiera estar aquí, se sentiría profundamente feliz... como yo me siento feliz...

- ¿Acaso no sienten su vida en ustedes? ¿No sienten la felicidad que inunda su corazón? ¿No la sienten? - continuó Jesús- ¿No sienten que mi Padre está golpeando la puerta de su corazón, para entrar y quedarse para siempre allí? ¿No sienten que su corazón se llena del

deseo de amar sin condiciones, sin nada a cambio? ¡Es el Espíritu que está trabajando en ustedes! ¡que quiere hacer todo nuevo!

- ¡No, maestro! ¡esto no es posible! - Gritó Zacarías- ¿Cómo puedes decir eso?... Los pecadores deben ser castigados, y los justos serán bendecidos. No puedes poner a todos al mismo nivel. Yo no soy como Betsabé - la mirada de todos se centraron en la mujer que a cierta distancia escuchaba a Jesús y que enrojecía con la alusión de Zacarías- que es pecadora pública, y no cumple la Ley. Yo no soy como ninguno de los que están aquí, gente de la tierra que no rinde el culto santo a Dios. No puedes decir que todos son amados por igual, que los pecadores son amados, sin antes arrepentirse y cumplir lo que la Ley de Dios ordena... No puedes decir que todo mi esfuerzo, todo mi sacrificio, mi renuncia no sirve de nada ¡no tiene sentido!. ¡los pecadores deben ser castigados con fuego!... y los santos debemos recibir el premio de los justos...

- Zacarías, te cuento una historia: Un padre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde». El padre se sintió muy triste, porque su hijo estaba más preocupado de su dinero que de la felicidad de su padre. ¿Cómo puede pedir la herencia, si el padre aún está vivo? ¿cómo puede hacer que su familia se vea empobrecida? ¿cómo puede avergonzar así a su Padre ante toda la gente del pueblo? Y sin embargo, el padre, con profundo amor, respetó su decisión, y le entregó todo el dinero que quería.

Ese padre está loco - pensaban los que le escuchábamos- mientras seguían el relato de Jesús.

- A los pocos días, el muchacho, sin preocuparse del bienestar del padre y de su hermano, se marchó, agrandando el dolor y la vergüenza. En tierras lejanas, lejos de su pueblo y de su familia, malgastó todo su dinero, en una vida libertina. Al verlo pobre, todos le abandonaron, y comenzó a pedir limosna para sobrevivir...

Muy bien -pensamos todos los que escuchábamos atentamente- se lo merecía, debe pagar todo el mal que le hizo a su familia.

- Fue tal su miseria que se puso al servicio de un pagano que lo contrató para cuidar cerdos... Tenía tanta hambre que estaba dispuesto a comer el alimento de esos animales... pero nadie se los daba.

¡a las órdenes de un pagano!¡cuidando animales impuros! ¡eso sí que es castigo! - pensaban los oyentes- mientras complacidos por el vuelco de la historia, hacían un gesto de aprobación...

- Entonces el muchacho recordó la vida que llevaba en la casa de su padre, y se puso a pensar: «en la casa de mi padre, todos tienen pan de sobra, incluso los jornaleros... y yo aquí me muero de hambre... Volveré donde mi padre, y le diré: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus trabajadores"».

Que sinvergüenza, un aprovechador, no vuelve ni siquiera arrepentido, sino por necesidad. El padre ciertamente lo rechazará como bien lo merece -pensaban todos- meneando la cabeza en señal de rechazo...

- Y, levantándose, partió hacia su padre. Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, caminando cansado, desgreñado y humillado. Feliz de verlo, sin preocuparse del qué dirán, ni de su impureza, corrió donde su hijo, lo abrazó y le besó efusivamente, con gran ternura.

El hijo, entonces, le dijo: "Padre, pequé contra el cielo y ante ti: ya no merezco ser llamado hijo tuyo». Pero el padre le interrumpió, y sin dejarle terminar su discurso, le dice a sus trabajadores: "rápido, traigan el mejor vestido y pónganselo, pónganle también el anillo y sandalias, porque es mi hijo, y quiero que tenga la dignidad que dejó cuando se fue.... Maten el novillo y hagamos una fiesta; invitemos a todos los vecinos a participar de mi alegría. Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". ¡La familia vuelve a ser feliz...! Y comenzaron la fiesta.

Jesús hizo una pausa, y todos escuchábamos en absoluto silencio el relato de Jesús. Yo imaginaba la escena y me conmovía hasta las lágrimas, pensando en mi padre, en que él

me amaría así... con la misma ternura. Pensaba en la alegría de ese padre, y en el amor que algún día tendría por mis hijos. Entonces, Jesús continuó...

- El hijo mayor se encontraba trabajando en el campo, siempre fiel a su padre; y al finalizar la jornada, cuando regresa a casa, cansado y sudoroso, oyó la música y las danzas, y no lograba explicarse lo que sucedía. Fue uno de los trabajadores quien le explicó que su hermano menor había regresado y el padre había organizado la fiesta para celebrar y darle la bienvenida porque regresó salvo a casa. El hijo entonces sintió una gran indignación, y no quiso entrar...

Todos los que escuchábamos comprendíamos el enojo del mayor, e incluso estábamos de acuerdo con él; no es posible que ese hijo vuelva como nada y el padre no le reproche, no le castigue, no le rechace ¡no es justo!.

Entonces el padre, sabiendo el enojo de su hijo mayor -continuó Jesús- abandonó la fiesta, y salió a buscar a su hijo, que también se le había perdido, no lejos de casa, pero sí de su corazón.

"Hijo, ven, entra a la fiesta, por favor". El hijo con profundo enojo le dijo: "padre, hace años que te sirvo, y siempre he cumplido todas tus órdenes, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, y has matado para él el novillo cebado!. Yo no estoy dispuesto a perdonar".

El padre comprende entonces, que su hijo no lo ama como tal, que le sirve como si fuese un empleado, esperando la recompensa a su sacrificio, sin darse cuenta que goza de su amor de padre, y que por lo tanto, lo tiene todo.

Sin embargo, a pesar del dolor en su corazón, el padre, sin enojarse, y con el mismo amor con el que salió a recibir a su hijo menor, le suplica que haga fiesta con él. "Hijo -le dice- tú eres mi hijo, y todo lo mío es tuyo, pero es necesario hacer fiesta, y alegrarnos, porque tu hijo ha regresado; estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado". El padre, con infinita ternura insiste, porque lo único que quiere, su felicidad, es la felicidad de sus hijos, es la familia en la que ninguno se ausente de la fiesta, porque entonces, la fiesta ya no es fiesta.

Jesús hizo silencio, y en más de alguno, las lágrimas afloraron ¿será posible esto? ¿Dios será así? ¿Será como un padre, una madre, que no está preocupado de defender sus derechos, ni el cumplimiento de nuestras leyes, ni de la moral de cada uno de nosotros? ¿será que siempre, sin dejar de respetarnos, esté saliendo a nuestro encuentro para invitarnos a vivir en su amor, para llevarnos de regreso a casa? ¿será el Reino de Dios un banquete, una fiesta maravillosa en la que todos tengamos cabida? ¿en la que todos estemos unidos, reconciliados, perdonados? ¿una vida en la que todos gocemos la alegría de vivir como hijos suyos, libres de todo aquello que nos hace esclavos, nos quita la dignidad, nos amarga y nos llena de soledad, temor y angustia?

En mi corazón sentía nacer algo nuevo... completamente nuevo. Sentía un calor que me llenaba de energía... sentía amor por ese Padre tan tierno... y comprendí la buena noticia que nos traía Jesús. ¡sentí ganas de ser santo como Él quiere!.

Zacarías estaba silencioso y cabizbajo... las palabras de Jesús le habían recordado al profeta Isaías "¿podrá una madre olvidar al hijo de sus entrañas?, pues si ella pudiese ¡yo no te olvidaré! ..." Que necio he sido -pensaba el fariseo- yo soy como ese hijo mayor. He vivido cumpliendo todos los mandamientos de la Torá, los 613 mandamientos, sin faltar a ninguno, obsesionado por tener la santidad que Dios pide a nuestro pueblo, para que así Él no tenga nada que reprocharme y me dé el premio que merezco. He vivido como un esclavo, condenando a Betsabé, a David, a Juan, a toda esta gente del campo por no ser como yo... me he sentido superior a ellos, y al fin de cuentas, en lo más profundo de mi corazón, he sentido rabia y envidia de su libertad. He esperado su condenación eterna, y ver el castigo por sus crímenes... me he desesperado al ver que Jasid, el ladrón vendido a los romanos, gozaba de mayor bienestar que yo... ¡he odiado su bienestar! y la he disfrazado de la ira de Dios...

BENJAMIN

¿Dónde se habrá metido David?... ¡recién estaba aquí!. Pucha, tendré que ir a buscarlo... apuesto que anda con Cleofás... ¡siempre andan juntos!

Siguiendo algunos vecinos que iban a la entrada del pueblo, divisó a David entre la gente que escuchaba al profeta de Nazaret. Sin reparar en él, preocupado de llevar a su hermano a casa, fue donde él, y lo tomó del brazo.

- ¡David! mamá te espera para que almorcemos, vamos a casa.

- ¡Benjamín!... exclamó sorprendido David, y sin mediar nada, lo levantó y le dio un abrazo, como un padre abraza a un hijo que no ha visto de tiempo, mientras en su mente y corazón, comprendía a la perfección la historia contada por el Maestro Jesús. Amaba tanto a su hermano menor, que estaba dispuesto a ir a las profundidades del infierno para rescatarlo con vida, sano y salvo.

- ¡Vamos David!, mamá nos espera... -exclamó Benjamín, sorprendido por el abrazo, y feliz de tener un hermano que lo cuida y protege como un verdadero papá.

- Sí, vamos... no hagamos esperar a Mamá... Cleofás, ¿no quieres almorzar con nosotros?

- No, David, te lo agradezco, pero voy a escuchar un poco más a Jesús.... dale saludos a tu mamá...

- Sí, cuéntame después lo que haya dicho Jesús... le daré tus saludos a mamá...

Ambos hermanos, cuando se disponían a dar la espalda al grupo, para dirigirse a casa, sintieron la voz del Galileo:

- ¡David¡

- ¿Maestro? - respondió David, sorprendido por la llamada.

- Esta tarde voy a comer el pan en tu casa. Tú me invitas ¿verdad?

David, más sorprendido aún, y feliz al mismo tiempo, respondió.

- Claro Maestro, es tu casa, ven a compartir con nosotros, estaremos felices de recibirte.

- ¿lo conocías David? -preguntó extrañado Benjamín, mientras se encaminaban a casa.

- no... nunca lo había visto.

- ¿y cómo sabía tu nombre?

- no lo sé, Benjamín, pero te aseguro que es un hombre muy especial, hay algo de Dios en él... es genial como habla, lo que dice, la fuerza, la autoridad con la que habla... Tienes que escucharlo, es realmente excepcional, nunca había visto algo así...

Comentando sobre Jesús, el camino a casa se hizo muy corto. Ingresaron a la pieza, y allí estaba Ana, que habiendo escuchado la voz de sus hijos, se había apresurado a poner la estera sobre el piso, y en ella, la fuente con lentejas que acababa de sacar del fogón, y el pan de cebada para comer.

- David ¿dónde te habías metido? Envié a Benjamín a buscarte y me quedé sin los dos... No creo que te hayas ido a ver al profeta de Nazaret... -comentaba la madre, mientras se acercaba con el agua para el lavado de las manos- tú eres muy desconfiado... a no ser que... ¡claro! ¡eso fue! te convenció Cleofás...

David se puso a reír - si mamá, te manda saludos... lo invité a almorzar, pero decidió quedarse un poco más escuchando a Jesús...

- Cleofás es un joven de gran corazón y de mucha fe - comentó Ana mientras los tres se sentaban para comer...

David, entonces, bendijo la comida: " Bendito eres Tú Adonái nuestro Dios, Rey del Universo, que hace salir el pan de la tierra.." ¡Amén! aclamaron los tres al unísono

- Mamá, el nazareno es extraordinario... habla con autoridad como ninguno de los rabinos, sacerdotes ni fariseos es capaz de hacerlo. Habla del Señor como su Papá, y dice que nos ama a todos, especialmente a los pobres...

Toda la conversación fue un monólogo, lleno de entusiasmo, en el que David contó hasta el más mínimo detalle lo que hizo y dijo Jesús... cuando ya estaban terminando de comer...

- Y va a venir a cenar con nosotros - agregó Benjamín-

Ana sorprendida miró a David - "hijo, ¿tú lo invitaste?

- no mamá, él se invitó solo... y me siento feliz por ello.

- nuestra familia es pobre, pero siempre acogemos al peregrino, que sea bienvenido... - afirmó Ana- lástima que no tenemos carne para ofrecerle...

- Mamá, no te preocupes - dijo David- estoy seguro que a él no le interesa, simplemente quiere compartir con nosotros... Bendito eres Tú Adonái nuestro Dios, Rey del Universo, que hace salir el pan de la tierra. Bendito es el Señor nuestro Dios, Rey del Universo, Amo de este pan, Bendito es el Señor que provee de alimento a todos. Te agradecemos, Adonái nuestro Dios...

Esta vez, la oración de bendición, que todo judío recita después de comer, salía desde lo más profundo del corazón de David. Resonaban en él las enseñanzas de Jesús, y sentía que su corazón se iluminaba con nueva vida... algo estaba cambiando en él, no lograba entenderlo y mucho menos explicarlo. ¿Sería el reinado del Padre?

Por la forma de rezar, tanto Ana como Benjamín, percibieron que en David, algo importante había sucedido... ya no era el mismo. Algo había dicho el Maestro galileo que había despertado algo nuevo en el hijo y hermano amado.

FELIPE

Llegué a Galilea, atraído por la oferta de Antipas, el hijo del gran rey Herodes. Fue un amigo, Demetrio, el que me habló de la posibilidad de ser un soldado en su ejército de mercenarios. El ya había tomado la decisión de venirse a esta tierra lejana, y a fuerza de promesas de un futuro promisorio, me convenció de acompañarle. Allí en Sardes vivíamos en gran pobreza, apenas teníamos lo necesario para vivir, mi mujer, mis hijos, y yo. Así que tomamos la decisión, vendimos lo que teníamos y tentamos suerte.Me vine con todo, y ya llevo cinco años viviendo en Cafarnaúm. El trabajo no es complejo: vigilar la frontera, asegurar el orden en el lago, donde la actividad de los pescadores es intensa. Pero hay algo muy difícil de asumir: para los judíos nosotros, los extranjeros, somos impuros. Mi mujer y mis hijos no pueden compartir con ellos, porque nadie los tocaría siquiera. Nos miran con desprecio, nos evitan al máximo, nos llaman "perros". No somos parte del pueblo escogido, no tenemos la posibilidad de vivir como uno ellos. Jamás tendremos una visita, ni la posibilidad de crear lazos de amistad. Nunca alguno, entrará en nuestra casa, ni siquiera por necesidad.

Es cierto que vivo mucho mejor que en Sardes, pero es triste cargar con el desprecio cotidiano de un pueblo que te mira con recelo. De que te hagan sentir siempre que eres un extranjero, que no perteneces aquí, que estás de más. Demetrio, por lo mismo, odia a los judíos. No quiere saber nada de ellos, porque sabe, a su vez, que no puede esperar nada de ellos.

Pero qué alternativa nos puede quedar ¿regresar a Sardes?. Imposible, allí las cosas no van bien. Es mejor mantenernos aquí, juntar dinero, y tal vez algún día, nuestros hijos puedan regresar llevando consigo nuestros huesos.

El hijo mayor de Demetrio enfermó gravemente. Es una fiebre que lo atormenta y lo consume poco a poco. También sufre de horribles dolores. Los médicos le han visto, pero no han logrado sanarlo. Los pocos ahorros de Demetrio se van consumiendo en la misma medida que avanza la muerte sobre su hijo.

Parte el alma ver al pequeño Alexandro gritar de dolor. Pero también ver el rostro de su madre, de su padre, que sufren ante la impotencia y la soledad. Les he aconsejado que hagan una ofrenda a los dioses, pero ellos ya no creen en nada, el sufrimiento les impide creer en que alguien, de este mundo o del otro, les pueda ayudar.

Honestamente, yo tampoco creo en esos dioses que luchan entre ellos, y que gozan con nuestros sufrimientos, víctimas inocentes de sus intrigas... creo solamente en mí, en mi familia, y en mis amigos, como Demetrio. Pero ahora, cuando ellos me necesitan, no puedo hacer nada. Y en mi interior siento la necesidad de aportar algo más que mi presencia silenciosa, mi mirada compasiva, mi sufrimiento solidario.

- Demetrio ¿y por qué no hablamos con Jesús, o alguno de sus discípulos?. Me dicen que hace milagros portentosos, y que no hace diferencia de personas, que se relaciona incluso con gentiles como nosotros.

- No Felipe, de esta gente no puedo esperar más que desprecio. No voy a humillarme ante uno de estos galileos, para que después se burlen de mi dolor, y vean el sufrimiento de mi hijo como un castigo, regalo de su dios.

- Pero Demetrio, unos pescadores del lago me contaron que hace poco tiempo atrás, Jesús hizo caminar a un paralítico... otros me dicen que se conmovió ante una viuda que lloraba la muerte de su único hijo. Tú sabes que ellos la considerarían maldecida por su dios, y que entonces, él lo resucitó. ¿Por qué no lo intentamos? ¿qué perdemos?...

Demetrio no me quiso escuchar, el dolor muy intenso, pero no lo suficiente para romper el rencor y la desconfianza... Si él no podía con eso, yo sí, así que por mi propia cuenta, fui donde algunos pescadores del lago para que me diesen noticias del Rabino...

- No está en Cafarnaúm, se fue con Simón y otros de sus seguidores, recorriendo las sinagogas de otros pueblos... No entiendo cómo es posible que Simón deje sola a su mujer para ir detrás de él - me comentó Jonás, uno de los compañeros de trabajo del pescador.

- Es que anda escapando de su suegra- agregó otro, provocando la carcajada de todos.

- Felipe, lo más probable es que esté en Séforis

- No, no, interrumpió un tercero. El no acostumbra a ir a las ciudades grandes y llena de "perros". Lo más seguro es que esté en Caná... dicen que allí multiplicó el vino...

- no lo multiplicó, transformó el agua en vino, la borrachera fue impresionante -nuevamente las carcajadas interrumpieron la conversación.

- No se burlen así -habló seriamente Rubén- es un profeta poderoso en palabras y en obras -y mirándome a mí, agregó- Jesús es probable que esté en Nazaret, visitando a su madre y sus hermanos. Pero él nunca se detiene mucho en un lugar, dice que tiene la necesidad de anunciar a todos la alegría del reinado de su Padre.

- ¿El reinado de su padre?... si es un carpintero, ¡reinará en su taller!. -gritó Tadeo.

Me sentí abrumado, por la falta de datos precisos, y por la falta de fe en el rabino. Tal vez son sólo historias, fantasías de gente que busca en cualquier parte un milagro que les libre de la pobreza, como el que yo busqué al venirme a esta tierra. Pero, ¿y si fuese verdad?. Si realmente pudiese hacer milagros... Lo tengo que buscar, hasta encontrarlo. Lo haré por Demetrio, por Alexandro y su familia... A ese galileo, lo tengo que hallar, ¡y me va a escuchar si todo es mentira!.

Hablé con mi mujer, y ella me apoyó en la decisión. Me conseguí un caballo e inicié mi marcha. No le dije nada a Demetrio, ¿para qué?, al fin de cuentas, no había nada seguro.

Me fui directo a Caná, allí no estaba, pero me contaron cómo había transformado la vergüenza de una joven pareja, en una gran alegría para todos. Me indicaron como posible destino Nazaret, donde vive su madre.

Como estaba relativamente cerca, y la desesperación era grande, inmediatamente decidí ir a Nazaret; pero un comerciante en telas, extranjero como yo, me hizo saber, que ya había abandonado ese pueblo, y que lo habrían visto encaminarse a se comentaba que iba a camino a Naím.

Allí conocí al muchacho resucitado y a su madre. Todos comentaban el hecho. Era imposible que fuese un invento, y despertó en mí la esperanza... ¿será posible que alguien que se conmueve ante el sufrimiento ajeno va a ser indiferente ante el dolor de Demetrio, aunque sea un extranjero?Lamentablemente, ya no estaba allí. Algunos me aseguraron que iba camino a Judea, pero que antes se detendría en Samaria. Otros me dijeron que Jesús jamás cometería la imprudencia y el desatino de contaminarse con los samaritanos.

¿Qué hacer entonces? Me detuve a pensar un momento. Era evidente que este rabí no actuaba como los demás, ni se detenía ante prejuicios y leyes, ni costumbres. Era un hombre profundamente libre, por lo tanto, seguro que pasaría por Samaria... y hacia allá me encaminé.

En Sicar me dieron datos de su paso por el lugar, y muchos creían en él... pero tampoco estaba allí. Era seguro que estaba en Judea... tal vez en Jerusalén... o en Betania, alguien me comentó que tenía amigos muy cercanos allí.

Deteniéndome lo justo y necesario para comer y dormir, continué en mi peregrinación para encontrar al maestro. Ahora no era solamente el interés de la salud de Alexandro... yo quería conocer a un hombre distinto de todos los demás...

Y llegué a Emaús. Lo encontré justo cuando se encaminaba a cenar con una familia del pueblo. Me bajé rápidamente del caballo, corrí tras él, y le grité:

- ¡Maestro! ¡maestro!

Jesús se dio vuelta, y me miró con una sonrisa. Su mirada fue como si hubiese entrado en lo más íntimo de mi corazón. Fue como si hubiese leído toda mi vida, y sin embargo, no me sentí incómodo, sino por el contrario, me sentí amado.

- ¿qué quieres de mí?

- Tengo un compañero que tiene a su hijo gravemente enfermo y sufre mucho. Es extranjero como yo, y por eso no quiso venir porque teme que tú le rechazarías. Tú sabes, nosotros somos "perros"...

Jesús entonces me miró con profunda compasión, como si pudiese leer en mi rostro, el dolor de Demetrio y de su familia... también mi propio dolor

- Alexandro ya está recuperado. Has hecho un largo viaje y ya tienes lo que buscabas... y feliz Demetrio porque tiene un amigo como tú.

- Señor, quiero ser tu discípulo, ¿qué tengo que hacer? - mis palabras salieron de mi boca sin pensarlas, como si el corazón las expulsase con tanta fuerza, que mis miedos, desconfianzas, miles de razones válidas, no las pudieron detener.

- Ama al prójimo como a ti mismo, y ama a mi Padre que te ama como me ama a mí.

Se me acercó, puso su mano derecha sobre mi hombro izquierdo y besó mi mejilla derecha, luego hizo lo mismo con mi hombro derecho y me besó en la mejilla izquierda. Yo no lo podía creer. Había visto tantas veces realizar ese gesto entre los judíos, pero jamás imaginé que uno de ellos lo haría conmigo. Sabía perfectamente que era un gesto de amistad. Fue tanta la alegría en mi corazón, que no pude pronunciar palabra alguna, y aún cuando sentía un deseo inmenso de quedarme allí, con el maestro de Galilea, sentía que él mismo me estaba enviando a mi familia, a Demetrio, a la gente de Cafarnaúm, judíos y gentiles, para anunciar con mi amor, el amor de ése Dios del que hala con tanto cariño.

- Disculpa Felipe, hay una familia que me está esperando para cenar...

- Gracias Señor -le dije- besé su mano, y me quedé mirándole mientras se perdía, acompañado por un joven. Era como si quisiese retenerlo en mi vista. Cuando lo perdí, me subí al caballo e inicié de inmediato el regreso a Cafarnaúm. En mi corazón tenía la certeza

que Alexandro estaba sano, y su familia feliz... Sentía la necesidad imperiosa de contarle a Demetrio la buena noticia que yo había experimentado.

UNA CENA MEMORABLE

En la tarde, cuando regresé a casa, después del trabajo, besé a mamá y a Benjamín, e inmediatamente salí en busca del maestro. Estaba ansioso por la cena que tendríamos, por saber qué buscaba Jesús con querer venir a casa. En todo caso, yo estaba feliz con la auto invitación... sus palabras me dieron vuelta toda la tarde mientras trabajaba en el campo... Los demás deben haber pensado que me había enamorado, si parecía un imbécil -sonrió David, sumergido en sus pensamientos, mientras salía de su casa.

Pronto divisó a Jesús, que conversaba con un extranjero. Sorprendido vio que lo despedía con un signo de amistad. En realidad, este rabino lo sorprendía siempre más, no sólo con lo que decía, sino también su forma de actuar...

- shalom, David

- shalom, Maestro.

- ¿cómo está tu madre? ¿y tus hermanos?

- Veo, maestro que estás bien informado

- el pastor que ama su trabajo, y no actúa como un asalariado, tu hermano te lo podrá comentar, conoce bien a cada una de sus ovejas, las conoce por su nombre, conoce su historia, las cuida con ternura y dedicación, porque las ama, y está dispuesto a dar la vida por ellas...

- comprendo, nosotros somos tus ovejas... sonreí...

- veo que vas conociendo rápidamente el corazón de mi Padre -me dijo Jesús-

- ¡mamá! ¡Benjamín!, el maestro está aquí

Desde el patio entraron mi madre, Benjamín, Salomé, María y Rebeca... todos estaban comentando que Jesús viniera a casa. Estaban revolucionadas con la visita, y

evidentemente sus maridos que ya habían regresado del trabajo. También entró Jonathan, mi amigo del alma, que había venido a visitarme.

- Bienvenido Maestro- dijo mi madre, con sencillez y timidez, mientras Benjamín le lavaba las manos- Gracias por venir a compartir el pan con nosotros. Mis amigos también te quieren saludar.

- Claro -dijo Jesús- transparentando alegría, y fue saludando a todos los que compartíamos el patio... De pronto me pareció que él era el dueño de casa, como si siempre hubiese estado aquí, entre nosotros... -¡Jonathan! ¡cómo está tu rebaño! ¿ya conoces a todas tus ovejas? apuesto que las llamas por tu nombre...- Jonathan enrojeció y no supo qué responder, mientras que yo, me alegraba de verlo en casa, y me preguntaba de dónde Jesús lo podría conocer.

Efraím, que es el marido de Rebeca, preguntó: Maestro, ¿te molesta si compartimos el pan contigo?

- No sé si alcanzará el Pan para todos.

- No te preocupes Maestro -se apresuró a decir mi mamá- nosotros compartimos todo lo que tenemos, y esta tarde, cuando supimos que venías, molimos el grano suficiente para tener pan en abundancia. También hay lentejas y verduras. Benjamín trajo higos y Efraím aportó un poco de carne...

- ¡este es un gran banquete!- dijo Jesús sonriendo. En un abrir y cerrar de ojos, estaba todos listo para la cena: el tapete, las ollas, el vino... y todos sentados en torno al Maestro. Experimentábamos mucha alegría, como si estuviésemos en celebrando la Pascua. Jesús hizo la bendición: "Bendito seas Padre por este pan que vamos a compartir como familia, bendito por todos los frutos de la tierra". "¡Amén!"- aclamamos todos.

- David, es mejor que me vaya, el profeta creo que me conoce, sabe de mí. Me siento incómodo, mañana vengo -me susurró Jonathan, e hizo el intento de irse.

- Jonathan, no te vayas, quédate con nosotros -le dijo Jesús, que se había percatado del gesto de mi amigo- eres de nuestra familia, la fiesta sin ti, no es fiesta.

- Vamos Jonathan - dijeron los demás, quédate con nosotros, no te pongas tímido ahora- uniéndose a las palabras del maestro, pero sin conocer la profundidad de ellas. Mientras Jonathan, enrojecido, pero con una gran sonrisa se sentaba junto a nosotros, yo sentí en mi interior una gran alegría... las palabras de Jesús, ya no me extrañaban.

Jesús tomó el pan, lo partió y lo fue compartiendo con todos. Luego, como es nuestra costumbre, como si fuera una cuchara, con el pan fuimos comiendo las lentejas sacando todos de la misma fuente. El maestro, entonces, hizo un gesto reservado solamente para los amigos, los huéspedes de honor: tomó un trozo de pan, sacó de la fuente, y se la pasó a Benjamín, y le dijo:

-"Felices, Benjamín, los que tienen un corazón de niño, como el tuyo, porque el reino de mi Padre les pertenece. Felices porque saben que no tienen nada con qué comprar el amor de Dios, y por lo mismo lo acogen, con corazón abierto y la alegría de recibir un regalo. Felices porque saben que el Padre, como lo hace una mamá, jamás les va a abandonar, y siempre va enjugar sus lágrimas en la tristeza, va a curar sus heridas, cuando se hayan caído. Felices porque los que son como tú, tienen el corazón limpio de todo egoísmo, de toda avaricia, de orgullo y de todo aquello que quiere apoderarse del corazón de los hombres, para hacerles creer que son dioses; ellos gozarán con las alegrías que les ofrece la vida; mirarán este mundo con los ojos de mi Padre, y verán su rostro que, siempre los contempla lleno de orgullo y satisfacción. Felices los que, con la misma confianza con la que tú acoges la enseñanza de tu madre y tu hermano, porque sabes que te aman, acogen la voluntad de mi Padre, pues jamás dejarán de tener paz en su corazón, y darán esperanza y alegría a los demás. Felices, porque como tú, que jamás harías algo que hiciese sufrir a tu madre o a David, o a Josué porque los amas, trabajan para que entre todos los hijos de mi Padre, haya perdón mutuo, acogida incondicional, misericordia. Te aseguro que siempre tendrán paz en su corazón".

Se produjo un gran silencio, mientras mirábamos absortos a Jesús. Benjamín no parpadeaba siquiera, mientras comía el bocado que Jesús había compartido con él.

Todo esto resultaba tan nuevo y al mismo tiempo tan exigente. Acostumbrábamos a cumplir los mandamientos, ir a la sinagoga, hacer las abluciones y las oraciones cotidianas, para que el Señor nos diera el premio prometido; para evitar el castigo merecido por los pecados. Pero ver a Dios como un papá, cercano, que perdona gratuitamente a sus hijos, y pedir que nosotros nos comportásemos igual con los demás.. era algo muy distinto.

- Pero maestro -interrumpió Simeón, el marido de María- siempre hay conflictos entre nosotros. No hablo de los que estamos aquí, porque nos conocemos de años y nos queremos, sino que me refiero a los otros vecinos del pueblo. Tenemos que convivir

también con la dureza de corazón y el desprecio que recibimos de Zacarías, los robos de Jasid, el publicano; o la vida escandalosa de Betsabé que hace caer a muchos en el pecado ¿Cómo vamos a perdonar eso? ¿cómo los vamos a tratar como si fueran de los nuestros?. Es cierto que no vamos a menudo al Templo y que no cumplimos todos los preceptos de los que hablan los fariseos, pero no somos pecadores como los publicanos o las prostitutas.

Jesús le escuchó con atención, se quedó mirando el suelo por un instante, y luego, alzando la vista, sin perder la seriedad, pero con mirada serena le respondió:

- Simeón, cuántas veces has visto a tus hijos enojarse por ofensas mutuas... Muchas ¿verdad?. Si hicieras una fiesta ¿a cuál de ellos no invitarías?

- a todos los invitaría, claro, son mis hijos, a quienes amo, mi riqueza.

- Y si ellos estuviesen enojados entre sí, y no quisieran venir a tu fiesta, no por ti, sino porque no quieren encontrarse entre ellos, ¿qué harías para que viniesen? -preguntó Jesús.

De inmediato se me vino a la mente el ejemplo que Maestro nos contó del padre y los dos hijos.

- bueno, hablaría con ellos, para que se reconciliaran, hicieran las paces, y vinieran a la fiesta. Yo no sería feliz, si en la fiesta faltara uno de mis hijos, y peor aún, porque uno tiene rencor contra el otro.

- ¿Ves Simeón que es simple comprenderlo? -dijo Jesús, sonriendo- Si tú eres capaz de amar así a tus hijos ¿cómo les amará el Padre a cada uno de ustedes, Él que es perfecto? ¿será posible que excluya a alguno de sus hijos de la fiesta? ¿será feliz si falta uno de ellos?. Por eso, no dejes que el rencor eche raíces en tu corazón.

Y mirándonos a todos, agregó -si alguien te golpea en una mejilla, ponle la otra. Sé bien que para un pobre, la capa es su mayor riqueza, el abrigo incluso en la noche, para dormir. Pues bien, si alguien te la quiere quitar, entrégasela. Les aseguro que de este modo son libres de verdad, libres para amar como el Padre, libres para desarmar a sus enemigos, libres para verlos como hermanos, mis hermanos, hijos de su Padre del cielo.

- Pero Maestro -dijo Rebeca- tenemos que defender nuestra propiedad. Mi mamá se había puesto de pie para cambiar la mecha de la lámpara. Ya estaba humeando, y además le

faltaba aceite. Ella siempre ha cuidado que nadie piense que somos tan pobres, que no tengamos luz en nuestra casa.

- Rebeca ¿por qué te preocupas por tu sustento?. La paja con la que Ana hizo el fuego para preparar la comida esta tarde, antes fue hermosa y llena de vida, pues mi Padre le regaló que fuese así ¿no crees que vales más que esas flores, esas hierbas que duran tan poco y luego terminan en el fuego?. Mi Padre les ha dado todo para ser felices, sólo que hay que dejar que Él reine en su corazón; que el lenguaje del amor, que es solidaridad, generosidad, entrega incondicional, perdón, paciencia... sea su lenguaje. Si se aman de verdad, ninguno pasará necesidad, como lo que ha sucedido esta noche, al preparar esta comida. ¿Alguien se preocupó de cuánto debía de aportar? ¿o si el otro aportaba más o menos? o que tal vez, alguno no aportaría nada... -Jonathan se sonrojó- Simplemente se preocuparon de compartir juntos, y de que yo me sintiera como en casa. Y así me siento aquí, entre ustedes, en mi casa, porque ustedes son mi familia, si viven en el amor, haciendo la voluntad de mi Padre.

Recuerdo una vez -continuó Jesús- que mi madre, siendo de día, encendió la lámpara que teníamos en casa para buscar una moneda que se le había perdido. Mi casa era oscura, y y el dinero no nos sobraba... Barrió con unas ramas, hasta que la encontró, y fue tal su alegría, que salió a contarle a las amigas y vecinas del patio... Si se te pierde una de tus ovejas, Jonathan, acaso no dejas a las otras al resguardo, y sales a buscar la que se te ha alejado... y cuando la encuentras, regresas feliz al redil, y compartes la feliz noticia con tus amigos y compañeros de trabajo ¿verdad? - Jonathan asintió con la cabeza, sintiendo que Jesús le había leído el alma- Así mi papá sale en busca cada uno de sus hijos, cuando se aleja de su corazón, porque son sus hijos, más valiosos que una moneda, mucho más que una oveja.

Tendrán la tentación de apagar la mecha humeante, porque la lámpara ya no ilumina... como hace toda dueña de casa preocupada que su casa esté bien iluminada -mi mamá sonrió sintiéndose aludida-, pues bien, el Padre no hará así con ninguno de sus hijos. Siempre dará una nueva oportunidad, cuántas sean necesarias, para que encuentre el amor y sea feliz, porque lo único que anhela mi Padre es que sean plenamente felices. Zacarías es un buen hombre, pero está encerrado en sus prejuicios religiosos; aún no ha comprendido que la santidad, la perfección a la que mi Padre llama, es la del amor; Betsabé es una buena mujer -Rebeca y Salomé se miraron con el seño fruncido- pero no ha conocido el verdadero amor, quizás cuánta sufrimiento va cargando en su corazón, y nadie lo ve. Jasid es fruto de una sociedad donde el poderoso pone su pie sobre el débil. Los enemigos no son los otros, ni Antipas, ni los zelotas, ni Tiberio, ni los romanos, ni fariseos, saduceos, publicanos... Hay un solo enemigo, y ése es Satanás. Hay una sola forma de hacerle frente: amando hasta las últimas consecuencias. Y en ésto, tengan la

certeza que la victoria es segura, porque Yo he vencido al mundo. Mi Padre está de su lado, ¿quién podrá hacerles daño? Por lo tanto, no juzguen, ni condenen, ni tiren una piedra; porque ninguno está libre de pecado. Y quien podría tirar una piedra, ¡el único que podría hacerlo!, ¡mi Padre!, no lo hace, porque ustedes son sus hijos.

- Maestro -preguntó Jonathan. Yo me sorprendí que se animara a hablar - Yo no soy muy religioso. Voy una sola vez al Templo, en el año. No siempre participo en la sinagoga el sábado. Peor aún, cuidando a mis ovejas, en más de una ocasión tengo que caminar ese día, más de un kilómetro, y en realidad, sigo trabajando. Tal vez por eso, el Señor me castiga, y me impide ser feliz, condenándome a vivir en la soledad.

Jesús le miró con una sonrisa cargada de cariño:

-Nadie te ha castigado, Jonathan. El Padre no castiga a nadie. Tú eres su hijo y se siente feliz y orgulloso de ti. ¡no lo olvides jamás! Él trabaja siempre, buscando la felicidad de todos sus hijos, y si puso el descanso es para el bien de todos, no una esclavitud insoportable. Todo lo que impide a los hijos ser felices de verdad, amar de verdad, no viene del Padre. Ha llegado el tiempo en el que el verdadero culto no se rendirá en templos de piedra o madera, sino en el corazón de cada ser humano que ama a su Padre y a sus hermanos.

-Basta por hoy -dijo Jesús- ya es tarde, y mañana tienen que madrugar para trabajar. Debo partir. En ese momento se estremeció de gozo, y mirando hacia el cielo, exclamó:

-Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

-¡Amén!- dijimos todos, conmovidos hasta las lágrimas.

-¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven!¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!.

¿ESTÁS SEGURO?

Todos se despidieron de Jesús, como si lo hubiesen conocido desde mucho tiempo. Me quedé al final, y le acompañé a la puerta. Maestro -le pregunté- ¿tienes donde pasar la noche? Si quieres te quedas con nosotros.

- Gracias, David. Pero ya me hice el invitado en la casa de Jasid -viendo la expresión de mi rostro, Jesús se puso a reír.

- Maestro, perdona mi atrevimiento, pero algunos comentan que eres fiestero y un borracho, amigo de gente de mala fama, de publicanos y prostitutas, que te relacionas con paganos y tocas a los impuros, e incluso se burlan de ti, porque no tienes esposa... que eres eunuco... ¿No crees que es un tanto imprudente quedarse a dormir en casa del publicano Jasid? Tú te imaginas que es odiado por todos.

- David, son los enfermos los que necesitan médico. Yo he venido para comunicar a todos el amor del Padre, esa es mi misión, esa es su voluntad. Y no me voy a detener por el comentario de los demás. Hay eunucos que han nacido sin testículos del seno de sus madres; otros fueron castrados para servir a los ricos, pero otros se castran a sí mismos por el reino de Dios. No me he casado, no porque desprecie el sexo o no le dé importancia a tener una familia. He renunciado a abrazar a una mujer, para abrazar a las prostitutas que son despreciadas, a los niños que son marginados, a los leprosos que son expulsados de sus familias, a los paganos que son tratados como perros. Mi pasión, mi gran amor, es hacer la voluntad de mi Padre: anunciar su amor por todos. Y por lo mismo, debo amar como Él, a todos, sin excepción, personalmente, pero sin reservarme a nadie.

A cierto punto, se detuvo, me miró fijamente, y me dijo:

- David ¿quieres ser mi discípulo?

Yo quedé perplejo... -¿Estás seguro, Maestro, de lo que me pides?- le dije, con total confianza- perdona mi lenguaje, no es que no quiera, pero es que yo soy muy frágil, débil, soy pecador... Yo no creo ser capaz...

- David, te conozco desde siempre. Antes que fueses formado en el vientre de tu madre, ya te conocíamos, y te amábamos. Conocemos tu historia, tus aciertos y también tus limitaciones. Y creemos que eres perfecto para ser uno de mis discípulos.

En tu corazón hay trigo y cizaña, como las hay en el corazón de todo ser humano. No te paralices, ni temas por la cizaña. Tampoco pierdas el tiempo tratando de arrancarla,

porque puedes arrancar el trigo. Trabaja con todas tus fuerzas por hacer crecer el trigo, para que fructifique el ciento por uno.

Necesito que dediques toda tu vida a anunciar la Buena Noticia del amor del Padre, así como lo he hecho Yo. Yo no estaré mucho tiempo más con ustedes, pero no te preocupes, porque jamás estarás solo. El Padre, el Espíritu y Yo, habitaremos en tu corazón.

Necesito que salgas al encuentro de todos, privilegiando a aquellos más débiles, a los que sufren, a los marginados. Necesito que seas el rostro de mi Padre para ellos, cargado de bondad y misericordia. Necesito que toda tu vida proclame nuestro amor. Te hemos elegido, no porque seas perfecto, sino justamente, porque no lo eres; y por lo tanto, has experimentado en tu vida, nuestro amor gratuito, y ésa es la experiencia que necesitamos que compartas con todos.

Necesito que seas mis manos que tocan a los enfermos; mis palabras que perdonan y devuelven la dignidad; mis ojos que miran a todos con ternura; mis pies para recorrer los caminos que sean necesarios, para buscar a aquellos que no quieren estar en mi fiesta, nuestra fiesta. Necesito que multipliques el pan, la esperanza, la alegría, el perdón, las ganas de vivir.

Necesito que en todas las madres abandonadas, veas a tu propia madre; que en todos los niños y jóvenes abandonados, veas a tu propio hermano... que en todos los que, por razón alguna se sienten no amados por nosotros, veas a Jonathan, que necesita de alguien que sea mensajero de nuestro amor: Tú... Alguien que le diga ¿quieres ser mi discípulo?

Tú tienes un corazón tierno y sensible. Libre también como para no convertirte en un fariseo, esclavo de normas y reglas; consciente de tus limitaciones, como para no ser un sacerdote que enseña desde la altura del Templo, sino desde la calle, al mismo nivel que tus hermanos. Conoces la pobreza, la estrechez y podrás sentirte cómodo entre los que son nuestros preferidos. Sabes del pecado, como para no escandalizarte del pecado de los otros, sino alegrarte de nuestro perdón. Te sabes débil, como para no creer que es tu evangelio el que debes anunciar, sino el nuestro. Eres trabajador y por lo tanto, no dejarás que muera en ti la Pasión por el Reinado de mi Padre.

David, necesito que seas el rostro de mi Padre siempre cercano y misericordioso, con todos sin excepción, sin importar su raza o religión. No seas como los sacerdotes que ponen cargas pesadas sobre los hombros de los demás pero no hacen nada por ayudar a sus hermanos a cargar la cruz. Necesito que me encuentres, me ames, me sirvas, te entregues, en los que tienen hambre y sed del amor que no pide nada a cambio; en los que tienen su corazón enfermo, corrompido por el egoísmo, en los que están encarcelados porque no logran romper sus cadenas e ir al encuentro de los otros. Ámame

en el niño que nadie toma en cuenta, que mira angustiado porque no tiene que comer, no tiene quien le regale una caricia; ámame en el enfermo que cansado del sufrimiento, espera la muerte con temor; ámame incluso en el que te ha hecho daño, y no se atreve a pedirte perdón; ámame en los que te aman, y los que te rechazan; en los pecadores y en los santos... al fin de cuentas, todos son ambas cosas, y en todos estoy Yo.

Necesito que multipliques el pan material y del pan de la amistad, de la fraternidad, de la solidaridad. Necesito que seas profeta de la Alegría y de las ganas de vivir: de mi alegría y de mi vida, aquella que quiero dar en abundancia, porque para eso he venido.

Necesito que llores con los que lloran, aún en silencio, cuando el dolor sea tan intenso que no tengas nada que decir, como el que sentí, cuando murió Lázaro... Llora con ellos, por ellos y por ti, pero con la certeza de que Yo Soy Vida, ahora y para siempre.

Necesito que allí donde vayas, allí donde te enviemos, en los pequeños gestos cotidianos, enciendas el fuego más intenso y abrazador, el de mi amor... una sonrisa, un abrazo, escuchar con atención al que necesita un corazón abierto, lavar una fuente, regar una planta, compartir el pan, enjugar una lágrima... Necesito que seas brisa que alivia, fuego que destruye la falta de amor... ¡ansío que este mundo esté ardiendo en él, ya ahora...!

David ¿puedo contar contigo?

- Maestro, claro que quiero ser tu discípulo, sólo me preocupa una sola cosa: mi mamá y Benjamín. Pero estoy seguro que tu Padre los va a cuidar...

Jesús me miró con una sonrisa -ten por seguro que Mi Padre los va a cuidar. Él nunca abandona a ninguno de sus hijos ¡Nunca!.

Ya, vete a casa, tu madre estará preocupada si no llegas pronto. Yo voy a comunicarle vida a Jasid y sus amigos... ¡tienen tanta necesidad del amor de mi Padre! y mi Padre ¡tiene tanta sed de su amor!, no los quiere ver sufrir.

ABRAZAR LA SOLEDAD

Con un beso, me despedí de Jesús, y en mi pecho un corazón que se sentía aprisionado. Sentía en mi interior la urgencia del Reinado del Padre, la felicidad del llamado que me hacía Jesús, y de la promesa que cuidaría a los que amo.

Cuando me encontraba cerca de casa, escuché risas, y la voz inconfundible de Josué, contando alguna anécdota divertida. Mi alegría no podía ser mayor. Entré por el patio para sorprender a mi hermano.

Mientras él no paraba de hablar, muy emocionado, me acerqué por detrás y le abracé. Yo estaba feliz de verlo nuevamente.

-¡Hermanito! -me saludó Josué, con un beso- que bueno verte, te he echado tanto de menos- Ambos reímos de alegría.

- Josué, nos trae una enorme noticia-dijo mamá- ¡Ya Josué¡ ¡cuéntale a David!

- Sucede que haciendo un redil para proteger mis ovejas, encontré una caja de metal enterrada, y al abrirla, había en ella muchas monedas de oro y joyas de gran valor. Así que vamos a recuperar la tierra de nuestro padre. Yo me vendré a vivir aquí a Emaús, y nuestra situación mejorará completamente... Nos casaremos los tres, formaremos nuestras familias, tendremos muchos hijos, viviremos juntos, ¡y tú mamá -apuntando a Ana- serás la reina!... Benjamín, podrá estudiar, podría ser un escriba... o tal vez un comerciante importante...

Mientras mi hermano compartía sus sueños, supe en ese instante que aquello era la respuesta a mi confianza en el Padre de Jesús. Ahora sí podría ser sus discípulo, seguirle e ir a donde él quisiera enviarme. La vida de mi familia estaba en las manos del Señor, eso era evidente... Y obviamente, también la mía...

Dentro de la enorme alegría, y de la sensación que todo se solucionaba, todas las dificultades eran superadas con creces, sentía algo dentro de mí que me entristecía y no lograba explicarlo completamente. Por un lado el deseo enorme de seguir a Jesús hasta las últimas consecuencias, ser su mensajero de buena noticias para todos, especialmente para los que más sufren... Pero no quería dejarlo todo, dejar a mamá, a Benjamín... ellos me necesitan, y yo los necesito a ellos.

-¡Qué genial!- exclamé entusiasmado- ¡Bendito sea el Señor porque todo lo hace bien! Porque su amor es eterno, porque nunca nos ha abandonado, porque siempre es fiel.

-¡Amén!- aclamaron todos...

Poniéndome de pie, los dejé conversando, para sentarme en la puerta, necesitaba pensar con calma...

-¿Qué te pasa David? -era Jonathan que estaba sentado fuera de casa.

-¡Jonathan! ¿qué haces aquí?- pregunté feliz de encontrarlo.

-Te estaba esperando... te fuiste con Jesús, y supuse que regresarías pronto. Necesitaba conversar contigo... y ahora pareces preocupado.

-Yo también Jonathan, necesito hablar contigo- le dije, mientras me sentaba a su lado-. Eres mi amigo, y necesito que me ayudes a ver lo que tengo que hacer.

-¡Claro! -sonrió feliz- yo también necesito conversar contigo... ya, cuéntame, qué te sucede.

- Estoy fascinado con el Maestro de Nazaret. Siento que responde a todas mis inquietudes, mis necesidades. Quisiera que mis sueños fueran los suyos, o mejor, soñar con sus sueños, palpitar con su corazón, amar como él, seguirle a cualquier parte, para conocerle más, conocer y amar más a su Padre... ser como él. Pero sabes, tengo un miedo enorme. Me dijo que no estaría mucho tiempo con nosotros...

-¿Qué significa eso?

- no lo sé... pero creo que no podría seguir su camino, ser su discípulo, si él no está conmigo... He cuidado a mamá y a Benjamín, y seguirle sería abandonarlos. Me doy cuenta que es tonto pretender estar siempre a su lado. ¡no soy Dios!, no puedo protegerlos siempre, en todo momento, en todo lugar... Esta noche he comprobado lo que he proclamado con mis palabras ¡el Señor los va a cuidar!... Pero ¿sabes?, en mí reconozco un miedo mayor... el no tenerlos conmigo, el no poder compartir la vida con ellos, no verles sonreír... e incluso llorar. Reconozco que tengo miedo a la soledad.

Jesús, viene a darse para todos, y por más que me ame, y que yo lo ame, mi amor no va a ser exclusivo. Y si nos deja, peor aún... ¿dónde lo voy a encontrar?¿cómo voy a conversar con él?¿quién me va a dar su fuerza?

Mientras yo hablaba, Jonathan permaneció en silencio, mirando las estrellas que no lograban competir con la hermosa luz de la luna llena.

- Sabes David- me habló Jonathan, si dejar de mirar al cielo -creo que te comprendo muy bien, no solamente porque somos amigos y nos conocemos, sino sobre todo, porque a diario, desde que salí de casa, he vivido en soledad; acompañado por las ovejas que cuido, y que nunca van a reemplazar un oído, una mano, una caricia, una persona como yo. Son tantas las noches que he contemplado las estrellas, la luna, cuando comienza a nacer, o cuando está plena, como ahora. La noche me ha visto llorar muchas veces, y en silencio me ha sabido consolar.

Durante el día, paso muchas horas en soledad, caminando con mis ovejas, contemplando los cerros, los árboles, los prados, las flores... haciéndole el quite al sol cuando abrasa, o buscando un rayo de su luz cuando las nubes cubren todo y siento que el frío cala mis huesos. Es algo que me ha ayudado a pensar mucho en mí, en mi vida, en el sentido de todo esto. He pensado tanto que me he convertido en un filósofo... podría irme a Atenas a debatir con ellos -rió, mientras yo le daba un golpecito en el brazo- He pensado que, al fin de cuentas, todos estamos solos. Caminamos por este mundo en soledad, aunque compartimos la vida con los otros. Si me asaltan los ladrones, o un oso me arrebata la vida, moriré solo. Aunque los otros pastores mueran conmigo, seré yo, quien baje al sheol, para esperar la resurrección de los muertos. Cada uno seguirá su camino en soledad. Si tuviese un hijo, y lo viera morir, lloraría y mi corazón se partirá de tristeza, porque sentiría la impotencia de no poder caminar con él, por el país de los muertos... tendría que caminar solo, sin mí, sin mi amor, sin mi compañía. Y aunque en un arranque de locura, me quitase la vida para acompañarle... ésa sería mi muerte, y yo debería caminar solo. No nos podríamos acompañar, ni siquiera así.

En una ocasión, cuando sentía el peso de esta soledad, decidí matarme. Con la mirada descubrí el árbol desde donde ahorcarme...

- ¡tonto! -le interrumpí conmocionado, por la simple idea de que hubiese sucedido, y esta vez, le di un fuerte golpe- ¡no me lo habías contado! ¡¿por qué no me lo dijiste?!

- ¡Ay!¡Ahora te lo estoy contando! ¡Ya, no me pegues!... se sonrió, porque sabía que mi reacción era de cariño...

- Cuando busqué algo que me sirviera de cuerda, me palpé, y di con mi cinto azul... el que llevo ahora...

- ¡el que yo te regalé!... ¡¿te ibas a matar con el cinto que yo te regalé?! Ahí sí que yo te habría matado- reímos los dos, mientras ponía mi brazo derecho, sobre su hombro.

- el mismo... y cuando lo miré, me di cuenta que no estaba solo. Que nunca lo he estado. Que siempre he tenido a alguien conmigo. Ese cinto para mí es signo de tu amistad, cariño incondicional, preocupación. Me recuerda que siempre podré llegar a tu casa, y que en ella tengo una familia; que me recibirás con abrazos y besos; que me escucharás y yo podré hablar con total libertad, porque me quieres así tal como soy.

Descubrí algo más fantástico aún, y que las palabras de Jesús me lo confirmaron esta noche: que Dios nunca me deja solo, que así como tu cinto es un signo de tu cariño por mí, así tú, David, eres un signo del cariño, del amor de Dios por mí.

Desde ese momento, descubrí, o el Señor me lo enseñó, que Él siempre está conmigo. Y la verdad es que, haciendo memoria, me di cuenta que cada vez que estuve desanimado, o con problemas, siempre llegó alguien en el momento oportuno, aunque no tuviese relación alguna con mi sufrimiento... Algo así como si el Señor me hubiese enviado un ángel suyo, para tomarme de la mano y ponerme de pie.

Tomé conciencia de algo que siempre hemos creído en nuestro pueblo, la necesidad de contemplar este mundo para admirar la obra de Dios, y tener nuestra casa, como el abrigo donde cobijarnos en la noche, del frío o del calor. El Señor me muestra su amor en todo este mundo maravilloso, y el Señor es también mi casa, el abrigo, el refugio seguro.

David, pocas veces me has dicho que me quieres, y te entiendo, tú no eres muy expresivo en los afectos. Pero siempre has estado allí, cuando te he necesitado y cuando he querido compartir la vida, las alegrías y el llanto. Tú has sido para mí, en cinto de Dios, que me dice de esa manera, que me quiere.

En el cinto llevo monedas, pan, higos, incluso un cuchillo, y por cierto, la honda... ¿tú que llevas en tu cinto?... es grande como el mío... me imagino que lo hizo tu mamá...

- claro, al igual que el tuyo. Lo hizo ella, porque te quiere como si fueses mi hermano...

- Sé el cinto de Dios, que lleva dentro de sí tantas expresiones de amor para los demás. Nunca quedarás vacío, porque el mismo Señor se encargará de poner en ti, todo lo que necesitas para anunciar la Buena Nueva... Pero también acostúmbrate a ver el cinto de Dios en los otros, en los que están contigo, en todos aquellos que piensan en ti, le hablan al Señor de ti, los que se sacrifican por ti.

Vas a experimentar la soledad que vivimos todos nosotros. Esa no tiene solución para ninguno, sólo en el Señor. Pero vas a experimentar también la compañía permanente del Señor en todos sus signos, y por último, creo que bien vale la pena renunciar a una familia, a un amor permanente a tu lado, que nunca va a ser permanente, tampoco, por ser el cinto del Señor para todos los que no le conocen.

Si... y hay algo más

- ¿algo más todavía?

- Cleofás me contó que Jesús se fue al desierto...

- ¿Hablaste con Cleofás? ¿cuándo te viste con él?

- esta tarde, cuando venía para tu casa, me encontré con él. Me contó que después que te viniste para almorzar, siguió escuchando a Jesús y conversó también con Pedro, uno de sus discípulos, y también con otros de ellos. Le hablaron de Jesús, y así se enteró que el Maestro, antes de comenzar el anuncio del Reino, se fue al desierto, donde venció la tentación del demonio, y que a menudo busca la soledad, para hablar con su Padre. Esa soledad puede ser también tu desierto, o sea, el momento preciso para encontrarte con el Señor, como hace Jesús. Aprovecha esos momentos, y si se te presenta el demonio con sus tentaciones, no temas: en Jesús, con Jesús, como Jesús, véncelo, diciendo ¡El Señor es mi Dios, lo amaré con todo el corazón, con toda mi mente, con todo lo que soy, y sólo a Él adoraré!.

- Jonathan, estás realmente inspirado... nunca te había escuchado hablar así. Bien podrías ser discípulo de Jesús.

- mmm, no sé. Me gustaría mucho seguirle, pero no me llamó, como lo hizo contigo.

- en eso te equivocas, amigo mío, porque él sí me habló de ti, y quisiera que le siguieras... piénsalo.

- No David, no tengo nada que pensar. Yo le seguiré donde sea, Él es la razón para mi vida.

- Que bien... entonces, el Maestro puede contar con dos discípulos más -le dije- uno un tanto torpe que casi se mata con un regalo mío - y me puse a reír...

- No te burles de mí... Ya, me tengo que ir, voy a preparar mis cosas, para cuando tenga que partir...

- ¿buscar tus cosas? , pero Jonathan, si no tienes nada- ambos soltamos unas carcajadas, que fueron acalladas por Rubén, que desde su cada pedía silencio.

Nos despedimos con un beso. El se fue corriendo a su redil, y yo entré en mi casa. Mamá y mis hermanos aún conversaban, en voz baja, para no molestar a los vecinos.

- ¿de qué se reían tanto? - me preguntó Josué

- Cada vez que tu hermano se junta con Jonathan, es pura risa, y si a ellos se les agrega Cleofás, allí se vuelven insoportables -agregó mi mamá

- Les tengo que comunicar algo muy importante -todos me miraron sorprendidos por el tono solemne de mis palabras- Jesús me ha invitado a seguirle.

Me miraron boquiabiertos. El silencio fue interrumpido por Josué -¿y qué le respondiste?

- pues que... sí

- ¿Estás seguro hijo? mira que no debe ser fácil...

- Mamá, no te aflijas por David -afirmó Josué con una sonrisa- él es el más capaz de los tres. Le va a ir muy bien. En una de esas proclaman rey a Jesús, y nuestro hermano es ministro -nos pusimos a reír- y nuevamente Rubén, grito desde su casa, pidiendo silencio.

Esa noche, me costó mucho conciliar el sueño, pensando en la nueva vida que iba a comenzar, en Jesús, en mi familia...

LA PRIMERA CENA

Mis hermanos cuando hablan de ella, la mencionan como la última cena, y sin embargo, para mí fue la primera...

- David, Simón Pedro me dijo que el Maestro nos invita a celebrar con él la cena de Pésaj, en Jerusalén -me dijo Cleofás, despertándome de mi siesta cotidiana, sentado a la puerta de casa, después de almuerzo. Él sabía que me encontraría allí, en mi rito cotidiano.

Mi corazón se sobresaltó de alegría... todos los años celebrábamos la Pascua con mi familia y nuestros vecinos, pero ahora es diferente, será con el Maestro... eso debe ser grandioso, pensé. -Voy a avisarle a Jonathan, le respondí.

- Juntémonos mañana temprano, y nos vamos con calma.

- ¿mañana? ¡es jueves!... ¿no celebra el sábado?

- no lo sé, simplemente me dijo eso... tal vez sigue el calendario de los fariseos... En todo caso, no importa. Mañana a la hora tercia salimos ¿sí? Así evitamos el calor, además que en Jerusalén habrá mucha gente por la fiesta, y nos podemos perder...

- sí, claro- respondí entusiasmado...

De un saltó me puse de pie y entré corriendo a casa:

- ¡Mamá!, mañana vamos a Jerusalén con Cleofás y Jonathan, el Maestro nos invita a celebrar Pésaj con él.

- Ay, hijo mío... cuídate mucho, hay tanta gente en Jerusalén en estos días... y vuelve el sábado, para celebrar con nosotros.

- no te preocupes por nosotros, mamá, estaremos con el Maestro, nada malo nos va a suceder...

Y salí corriendo, en busca de Jonathan, para darle la noticia... seguramente se pondrá feliz... ¡Pésaj con el Maestro!

Cleofás, durante el viaje no dejó de compartir con nosotros lo que le escuchó hablar a Jesús, aquella tarde en la que me fui a trabajar, mientras él se quedaba entre la gente del pueblo. Nosotros le comentábamos lo que nos dijo en la cena que tuvimos en casa. Conversando de Jesús, más nuestras anécdotas, hizo que el camino se hiciera corto.

Los tres nos llevamos bien, somos amigos desde la infancia. En nuestros cintos llevábamos pan y fruta, para calmar el hambre. Aunque la verdad, es que cuando estamos juntos, la alegría de compartir como hermanos, hace que las otras necesidades pasen a segundo plano.

- Nathanael me contó como conoció a Jesús -confidenció Cleofás-. Dice que fue Felipe el que le habló de él, y que al comienzo se sintió desconfiado, no le parecía razonable que el Mesías fuese un Galileo

- ¡los mismo me sucedió a mí! -dije

- ¡verdad! -asintió Cleofás- de veras que tú no querías conocerle... yo te obligué

- lo que pasa es que tú eres muy desconfiado y racista -agregó Jonathan.

- esto sí que está bueno. Se han unido los dos en mi contra...

- Tú no eres racista... un tanto desconfiado sí, pero no racista- dijo sonriendo Jonathan- te estoy tomando el pelo...

- sí, lo sé Jonathan -

- el asunto es que, Nathanael, igual fue donde el Maestro, y éste, cuando lo vio, lo alabó, le dijo que era un israelita en quien no había engaño...

- ¿lo conocía de antes?

- eso mismo se preguntó Nathanael

- lo que pasa es que el maestro parece que tiene un conocimiento más profundo de cada uno de nosotros...

- Eso es verdad, a mí me habló como si me conociera desde siempre, como si leyera mi mente, mi corazón...

- Oh sí, lo mismo me sucedió a mí... No se queda en las apariencias, ni en los prejuicios, mira el fondo del corazón, y allí encuentra siempre algo bueno, y desde allí construye.

- Cierto, a mí me habló bien de Zacarías, de Jasid, de Betsabé... es la mirada de quien ama, y que por lo mismo, descubre aquello que alguien indiferente, no logra ver. Mi mamá, cuando peleaba con Josué, nunca tomó partido, y a pesar de mis críticas que eran razonables, sabía descubrir lo bueno en él, y también en mí. Es la mirada del Señor, que nos conoce cuando nos formamos en el vientre, que sabe hasta nuestros secretos más escondidos, para quien todo es luz y claridad, como el medio día...

- Sí- agregó Jonathan- es la mirada que escudriña todo, pero no para condenar o apuntar con el dedo; no es para humillar o hacer sentir pequeño. Es la mirada de quien descubre en cada uno de nosotros, una imagen suya... a un hijo... por quien siente orgullo y compasión...

- Siempre sentí admiración por mi mamá, cuando le lavaba el trasero a Benjamín... algo tan sucio pensaba, tan impuro. Lo comprendí en la medida que fui amando siempre más a mi hermano pequeño. Mayor era mi amor por él, mayor era la riqueza que podía ver en él, y las impurezas desaparecían como por encanto.

- Es que la belleza, la bondad, no está en tu hermano solamente, sino en los ojos con que miran, en ti. Si tu mirada es de amor, estás mirando como mira el Señor, y no juzga, no condena, no quiebra, no rechaza, no es indiferente...

Cuando llegamos a Jerusalén, entramos por la puerta de Lydia y nos metimos por la Gran Calle del Mercado. Estaba repleta de gente y comerciantes, todos buscando comprar pan ázimo, corderos y lo necesario para la fiesta. Era una multitud tal que llegue a pensar que

es verdadera la creencia popular que en las fiestas , se produce un gran milagro, todos, a pesar de ser una multitud, tienen un lugar donde pasar la noche.

A poco caminar, Cleofás divisó a Juan, otro de los discípulos de Jesús, el más joven, según nos comentó.

Cleofás tiene más desplante que yo, y obviamente que Jonathan. No sé cómo lo hace, pero pronto se hace conocido y amigo de todos; y la comunidad de Jesús, no fue la excepción.

Juan se ve muy joven y nos saludó como si nos conociésemos desde hace mucho tiempo. Nos dijo que el Maestro lo había enviado a buscarnos. Que estaba con ellos también la madre de Jesús y otras mujeres. Aunque el Señor me sorprendía cada vez menos, no dejó de extrañarme que tuviese mujeres entre sus discípulos. Algo así no es bien visto entre nosotros. Realmente, estaba rompiendo muchas de nuestras tradiciones que esclavizan, y eso me hacía feliz, pero también trae enemigos -pensé-.

Al llegar a la casa, escogida por Jesús -según nos explicó Juan- conocí a los otros discípulos, al grupo conocido como "los doce", a la Madre de Jesús y a las otras de las que había hablado Juan. Era un grupo numeroso los que estábamos para esa cena. La Madre de Jesús despertó en mí mucha ternura. Era inevitable me recordase a mi propia madre: también viuda, y también sin gran situación económica. Sencilla y acogedora, tímida como mi mamá. Nos saludó con inmenso cariño, procurando que nos sintiéramos bien.

Jesús, apenas nos vio, nos saludó con el beso, y apoyando su cabeza en el hombro de María -así se llama su madre- nos dijo:

- veo que ya conocen a mi mamá. Ella es mi tesoro, la que siempre ha hecho la voluntad de mi Padre, a quien no puedo negarle nada -María sonrió y se sonrojó, al mismo tiempo que tomaba a Jesús de la mano, con gran ternura, y le acariciaba el cabello- ¡vamos! iniciemos la cena, los estábamos esperando, y la familia ya está reunida.

Nos sentamos para iniciar el rito. La madre de Jesús encendió las luces de la fiesta -

Bendito seas Tú, Señor, nuestro Dios, Rey del cielo y de la tierra, que nos santificaste con tus mandamientos y que nos mandaste encender las luces de Pésaj. Bendito seas Tú, Señor, nuestro Dios, Rey del cielo y de la tierra, que nos diste la vida, nos ayudaste y nos hiciste ver este día. Haz de nuestra casa un lugar santo por la luz de tu rostro, que nos ilumina tan benignamente. -¡Amén!-, aclamamos todos, con alegría y fuerza.

Después de bendecir los alimentos, Jesús se levantó de la mesa, y en vez del lavado ritual

de las manos, comenzó a lavarnos los pies. Yo no entendía qué estaba sucediendo. Pedro, entonces, se resistió, pero finalmente, vencido por los argumentos del Maestro, se dejó lavar los pies.

-¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes.

Todos estábamos en profundo silencio. Yo percibía que algo no estaba bien, Jesús, aunque estaba sereno, parecía que algo le entristecía, el tono de su voz no era el mismo de las otras veces... al menos para mí, que en realidad, lo había escuchado sólo dos veces.

Después de alabar al Señor por la libertad que regaló a nuestro pueblo, Jesús partió el pan y comimos el cordero preparado por María. Jesús, entonces, tomó un trozo de pan, lo introdujo en el jaroset, y se lo entregó a Judas, que es uno de los doce. Era el mismo gesto de amistad que había hecho con mi hermano. Imaginé que Jesús lo amaba mucho. Fue entonces que el maestro dijo unas palabras que chocaron en mi pecho como una puñalada:

- Uno de ustedes me va a traicionar...

Nos miramos consternados -¡no es posible!- comenzaron a alegar todos. Yo no lograba comprender en toda su magnitud lo que estaba sucediendo... Se me vino a la mente lo que el Señor me había dicho, aquella noche en la que me invitó a seguirle, que no estaría mucho tiempo más con nosotros... Sabía que había gente que lo atacaba: fariseos, saduceos, herodianos... pero estaba la mayoría que sí lo amaba, como yo. Me habían contado que cuando pocos días atrás entró en la ciudad santa, la gente lo aclamó como rey... ¡ciertamente lo defenderán! ¡lo defenderemos!... Pero que sea uno de sus íntimos el que lo traicione, me parecía impensable...

En ese momento, Judas se puso de pie y salió de la habitación donde estábamos comiendo.

- ¿a dónde va? ¿ahora?

- seguramente va a comprar algo que falte -me respondió Felipe- es el encargado del

dinero de la comunidad.

- Dentro de poco seré entregado para que me crucifiquen -agregó Jesús-. Esta vez me sentí horrorizado...

- Pero no tengan miedo, es necesario que de este modo se muestre la Gloria de mi Padre, en el amor incondicional por ustedes. ¡ámense unos a otros como yo les amo a ustedes!, sin descanso, sin prejuicios, sin límites. Si en verdad me aman, demuéstrenlo amándose mutuamente. Así los demás sabrán que son mis discípulos, más aún, que son mis amigos.

Tomó pan, lo partió, y lo entregó a cada uno de nosotros, como es nuestra costumbre... y dijo:

- Tomen y coman, esto es mi Cuerpo.

Había aprendido en mi casa que el pan es nuestro alimento más importante... todas las otras comidas sólo acompañan el pan. Es tan valioso que jamás lo partimos de otro modo que no sea con las manos... Ahora Jesús nos decía que este pan, que es todo para nosotros, es su Cuerpo... ¿cómo puede ser eso?

Tomó la última copa de vino, y dijo:

- Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para el perdón de los pecados. Les aseguro que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta el día en que beba con ustedes el vino nuevo en el Reino de mi Padre.

Sentía un dolor enorme en mi corazón, y no logré comprender las palabras de Jesús. Aún no las comprendo del todo, y probablemente nunca pueda. Quizás cuando me encuentre con él, en el banquete en el Reino de su Padre, nuestro Padre.

Entiendo que es la síntesis de todo lo que Jesús hizo en su vida: todo ha sido entregarse completamente, por amor, para enseñarnos el amor del Padre y el camino para salvarnos del egoísmo que nos destruye. Nunca tuvo tiempo para Él , sólo se reservaba el espacio para compartir con su Padre. Todo lo demás, incluso sus comidas, era para comunicarnos el amor de su Padre. Comprendo que quiere quedarse para siempre con los que ama. Como yo quisiera quedarme para siempre con mi mamita, con Josué y Benjamín; con Jonathan y Cleofás. Él

quiere ser nuestro pan, nuestra comida principal, la que nos sostiene para amar con Él. Es como mi cinto en la cintura de Jonathan... allí, presente para indicarle que no está sólo. Pero es más aún, porque mi cinto es sólo un signo... Jesús sí se quedó en ese pan... no sé cómo, no lo entiendo, pero lo creo, y creo comprender en el amor, el por qué.

Jesús, entonces agregó:

- ¡hagan esto en memoria mía!

Esa fue mi primera eucaristía.

ABBA PADRE

Después de cantar los salmos, acompañamos a los doce hacia el Getsemaní. A menudo iban allí, con Jesús, a pasar la noche. Y esta noche era más negra que nunca, a pesar de que la luna llena iluminaba todo con su claridad, como si fuese de día. Las tinieblas estaban en nuestros corazones, en nuestras mentes.

A un cierto punto, Jesús cayó rostro en tierra:

- Mi alma está muy triste, hasta la muerte... ¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya.

Fue entonces, que llegaron los guardias del Templo, guiados por Judas, el mismo con quien había compartido el pan en la cena... ¡era el traidor!... Tomaron a Jesús, lo golpearon, lo ataron y se lo llevaron a la ciudad.

Todos huyeron, llenos de miedo, y yo me escondí en el huerto ¡estaba aterrorizado!

Perdí de vista a todos los demás... y cuando me sentí más envalentonado por mi cariño a Jesús, entré en la ciudad y fui al palacio de Pilato. Allí me encontré con Juan, la Madre de Jesús y otras mujeres.- lo van a crucificar! - me dijo Juan llorando, mientras abrazaba a María, como un hijo que protege a su madre.

Yo no sabía qué hacer. No tenía experiencia de esto. Me sentía parte de la comunidad, y al mismo tiempo, un recién llegado, un aparecido. Sentía impotencia y miedo... ¿dónde están los doce? ¿Cleofás, Jonathan? ¿y la multitud que le aclamó con ramos? ¿dónde están ahora?

Pronto salió Jesús con la cruz sobre sus hombros. Su cuerpo ensangrentado, estaba muy herido por los latigazos; y llevaba una corona de espinas que le llenaba de sangre y dolor su frente.Nosotros tratábamos de estar cerca, lo más cerca posible... Jesús cayó bajo el peso del madero, y cuando ya me movía para ayudarle, los soldados le pasaron la cruz a un hombre, que después supe que era de Cirene.

Llegamos al Gólgota, y allí, después de desnudarlo, lo crucificaron...

Los guardias nos dejaron pasar, puesto que nos consideraron su familia. Me partía el alma ver a Jesús sufriendo horriblemente; me partía el alma ver a su madre, llorando en silencio, contemplando a su hijo... pensé en el dolor que sentiría mi mamá si me viera así... y pude comprender aún más la angustia de María.

- Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu -fueron sus últimas palabras, después de pedir el perdón para sus verdugos... con el tiempo comprendí, que era el perdón para todos nosotros.

Entre todos lo bajamos de la cruz, y lo llevamos al sepulcro que facilitó un amigo adinerado de Jesús. Todo lo hicimos rápido, porque ya estaba por comenzar el sábado, la Pascua. Cerramos el sepulcro con una piedra...

Todos se fueron agonizando de tristeza... yo me quedé allí, cerca de su tumba. No quería abandonar al maestro, a quien había conocido tan poco, pero que me parecía haberlo conocido desde siempre. El había dado sentido a mi vida, había respondido a mis inquietudes más profunda, mostrándome el rosto de su Padre, el que siempre anhelé. ¿qué iba a ser de mí ahora, sin él?.

¿Por qué tenía que morir así?¿por qué el Padre no envió un ejército de ángeles para defenderlo? ¿por qué le abandonó de este modo? ¿por qué no hubo un milagro? ...

QUE NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA

- ¡David! ¡David!... despierta... qué haces aquí... te vas a enfermar

Desperté sobresaltado. Me había quedado dormido cerca del sepulcro de Jesús, con el dolor, el cansancio y mis preguntas. Incluso no sabía qué hora era y cuánto tiempo yacía allí, tirado bajo un olivo...

- ¡David! ¡David!... Era inconfundible la voz... Era Jesús. Yo pensé ¡estoy soñando!... pero era demasiado real para ser un sueño...

-¿Maestro? Estoy soñando... o todo lo anterior fue una pesadilla...

Se me acercó sonriendo, me saludó con un abrazo y un beso en ambas mejillas, como antes -no estás soñando, ni fue una pesadilla... ¡todo fue muy real!, y te agradezco que no me hayas abandonado, aunque fue muy arriesgado de tu parte...

Fue entonces que vi las heridas en sus manos... ¡no estaba soñando!. No lograba entender cosa alguna, como muchas cosas de Jesús, pero sentía una alegría enorme, tan grande, que parecía que iba a estallar dentro de mí...

- ¡David!... Eres mi amigo... No lo olvides nunca... ¡nunca!. Fui yo quien te elegí, aún antes de verte en Emaús. Yo te llamé para que fueras mi discípulo y para que compartieras mi vida y mi misión. ¡Eres mi amigo!... y quiero que nuestra amistad crezca siempre más.

Seguramente no te has dado cuenta, pero entre tú, Jonathan y Cleofás, se parecen cada vez más. Gestos, palabras... que ya es imposible saber quién es el original, quien copia a quien... y eso es completamente natural entre personas que se aman; tanto así, que no es posible saber dónde comienza uno y termina el otro... Quiero que seamos amigos, muy amigos, los mayores amigos. Quiero que nos parezcamos cada vez más.Quiero entrar en tu corazón y llenarlo completamente, para que tú sintonices con el mío. Quiero que tus pies sean mis pies, y caminar contigo, para que vayamos juntos a llevar la vida nueva y plena. Quiero que mis manos sean tus manos, para que juntos bendigamos. Quiero ser tu boca, para que proclamemos el amor de mi Padre, a todos sin excepción.Quiero que mis ojos sean tus ojos, para que miremos a todos como mi Padre los mira, con un profundo amor.

Quiero estar en tu mente, para que tú comulgues con mis planes y juntos hagamos la revolución más que grande que este mundo pueda experimentar. Quiero que estemos tan unidos, tan, tan unidos, que nada nos pueda separar.Quiero que seamos tan amigos que jamás experimentes ninguna soledad.

- Señor, me gustaría conocer al Padre...- le dije

- David, quien me ve a mí, ve al Padre. Quien me conoce, conoce al Padre. Quien me ama, ama al Padre.

- Tus discípulos cuentan que a menudo te apartabas para hablar con tu Padre. Enséñame a hablar con Él como hablabas tú.

- Eso es muy fácil... simplemente conversa con Él, así como conversas conmigo. Como dos amigos, como un papá con un hijo, o un hijo con su mamá. No hay protocolos, ni ritos... Sal a caminar con él, o detente a charlar en la playa, en la montaña... camina con él en la calle, o cuando estés predicando. Comparte con él toda tu vida... lo que haces, lo que quieres hacer... tus éxitos, preocupaciones, angustias, sufrimientos... Háblale con total naturalidad, sin detenerte en qué decir.Me imagino que cuando hablas con tus amigos, no te preocupas de esas cosas. ¿o sí? Claro que no... y cuando conversas con ellos, siempre hay tema de qué hablar, y pasan de uno a otro, a menudo sin concluir ninguno...A veces, viene el silencio, que no incomoda, porque se experimenta la alegría de estar con quien se quiere... ¡eso es contemplar!... no es que no haya nada que decir...

Háblale incluso de tus pecados, como el niño pequeñito que le muestra sus heridas a su mamá, para que ella las cure y le calme el sufrimiento... Su paz no viene porque las heridas están sanando, sino porque está en los brazos de quien lo ama. Por eso, por muy grande que pudiese ser tu egoísmo y tu momento de debilidad...¡nunca te apartes de él... de mí! ¡Jamás! No olvides que el amor es gratuito, no se compra. Yo soy el Amor... te amo gratuitamente, no porque seas más o menos santo... al fin de cuentas, eres santo porque eres mi amigo, y tú te pareces a mí.Alejarte de mí y de mi Padre, será el engaño de nuestro enemigo. Correr a nosotros, y mostrarnos tus heridas, será impulso de nuestro Espíritu.

Yo me tengo que ir... pero no te quedarás solo, mi Espíritu estará contigo y te guiará

- Pero Señor, no me puedes dejar... soy muy joven, recién estoy comenzando, soy débil...

- No te preocupes... ahora vamos a estar siempre juntos, más que antes. Vamos a trabajar juntos, como nunca lo hicimos antes... Ahora vas a ser mi ministro: me vas a ser presente cuando partas el pan; vas a llevar mi perdón a los pecadores; vas a acercarte a los enfermos y llevar mi consuelo y paz; vas anunciar mi Buena Noticia... vas a ser signo de mi amor... ¡Por favor David! no cometas el error de muchos de los sacerdotes, escribas y fariseos: no te adueñes de mi Palabra; ni de los signos de mi amor. No te sientas superior a nadie. No pienses que haces un favor cuando le transmites mi amor a alguien... no cobres por lo que has recibido gratis, no creas que lo puedes entregar porque tienes méritos. Sé sencillo y humilde, consciente de que Yo soy tu única riqueza.

No juzgues ni condenes... recuerda... no apagues la mecha que humea... Ya ves, de los doce, sólo Juan estuvo conmigo en la cruz... y Judas me traicionó... y Pedro que gritaba que daría la vida por mí, negó conocerme... Yo no los condeno en absoluto. Fue su debilidad, pero verás, Pedro dará testimonio de mí, y dará la vida por mí... como los otros. Tú también tendrás tus momentos de debilidad, y jamás encontrarás en mí o en mi Padre un dedo apuntándote, o palabras de reproche. No habrá ni el más mínimo sentimiento de rechazo... sólo amor y comprensión... sólo misericordia, es decir, sufrir con tu corazón, latir con tu corazón... dar el perdón que necesita tu corazón...

No te confíes en los aplausos, en las adulaciones, aunque sean sinceras. Porque detrás de las palmas y aclamaciones, siempre hay una cruz. Y eso, lamentablemente, no te lo puedo evitar... ¡lo siento!... el discípulo no puede ser más que su Señor, y por lo tanto tendrás una cruz que cargar... pero la cargaremos juntos ¡te lo prometo!. Sabes perfectamente que jamás te dejaré solo.

Te preguntabas por qué mi Padre no me salvó de la cruz... ¡no podía hacerlo! Si la semilla no muere, no puede dar fruto. Quien ama, sabe que tiene que sufrir, es inevitable. Mi Padre me envió a hacer su voluntad de amor. Era preciso que amara como El, hasta las últimas consecuencias y sin límite. Si hubiese enviado a los ángeles para defenderme, como tú pensabas, el mensaje habría sido claro: el amor del Padre tiene límites, tiene condiciones.Era preciso que tomara la cruz con el pecado y el sufrimiento de todos los hombres; era necesario que mis brazos quedasen abiertos, para que todos comprendan que mi Padre tiene los brazos abiertos para todos. Era preciso que mis manos quedasen clavadas, para que nunca se cerraran para nadie, nunca un puño amenazador. Era preciso que mis pies

quedaran fijos, para que jamás alguien pensase que quisiera huir de ellos, como la gente huye de los leprosos o impuros. Era preciso que quedara desnudo, para que todos supieran que mi Padre ama así, sin nada escondido, sin defensas, sin armas, sin falsedad. Era preciso que mi corazón quedase abierto y traspasado, para que todos pudiesen entrar y salir de él con total libertad, y encontrarse con el amor del Padre, quedarse con ese amor, y salir con ese amor para compartirlo a los demás... comunicar su Reinado.Era preciso experimentar el fracaso, el abandono, la soledad, la muerte... para demostrar que así es el Reinado de mi Padre, no se construye en los números, en los aplausos, en los éxitos aparentes... se construye a partir de lo que nadie espera... es sorpresa siempre, es alegría que quita toda tristeza, es como el rayo de sol que de repente ilumina la oscuridad de tu casa.

Ahora te toca a ti... tu Getsemaní y Gólgota... Pero no olvides, así como detrás del aplauso está la cruz, detrás de la Cruz está la Resurrección. Yo soy Vida, no sigues a un muerto. Comunica Vida, siempre... mírame resucitado en cada chispa, por muy pequeñita que sea, de bondad que encuentres en las personas... Aliéntala, para que llegue a ser fuego imparable... No te detengas en lo que no va, en lo que no marcha, sino en lo que sí camina. No te olvides que el reino de mi Padre no deja de crecer, como ya te lo enseñé.

No te preocupes tampoco si no ves los frutos... eso déjalo a mí: Tú siembra simplemente, y con la misma paciencia del campesino... eso lo conoces bien... espera que la semilla germine. El viñador que planta una viña, sabe que tiene que esperar años para que dé frutos abundantes... eso también lo sabes. Es posible, entonces, que no veas el fruto de tu trabajo, y que otros hagan la cosecha, e incluso, que otros se atribuyan el éxito. No importa, tú siembra. No olvides que el sentido de tu vida es el mismo que el mío: anunciar el Reino de mi Padre. Todo los demás viene por añadidura. Todo lo que hagas, aún cuando te levantes en la mañana, cansado por el cansancio, y con pocas ganas de hacerlo, hazlo por mí, por mi Padre, por tus hermanos, por amor. Siempre por amor... nunca por obligación. Ese el único y verdadero seguimiento que yo quiero de ti... ¡Quiero que me ames, como Yo te amo a ti.Y no te ilusiones con tu juventud, siempre entusiasta y generosa. Te sentirás cansado, y tendrás la sensación que tu amor ya no es el de antes, que no vibra tu corazón como antes. No te preocupes, ni inquietes, ni te amargues ¡Eso es normal! Es simplemente que el amor se hace más maduro, más profundo, más fuerte, más auténtico aún. Cuando experimentes tu Getsemaní, acuérdate del mío, y di conmigo ¡Abba Padre! Yo estaré allí, a tu lado, y te ayudaré a ponerte de pie. Y cuando enseñes a los demás, o camines con alguien, cuando te detengas ante un niño o un mendigo, o cuando veas a un

leproso, o a una prostituta... cuando te encuentres con un fariseo... en todo momento y con quien sea, anuncia una sola cosa: el Reino de mi Padre; su amor. Hazlo con gestos sencillos, ellos hablan más que cualquier discurso. Una mirada tuya, cargada de cariño, unas palabras de aliento para alguien que en ese momento lo necesitaba, puede cambiar su vida, y ese cambio puede significar cambio para otros... eso nunca lo verás y lo sabrás... ¡no importa!... Lo esencial es que el Reinado de mi Padre, estará creciendo en el corazón de todos aquellos a quienes toca incluso tu sombra.

Que tus palabras sean siempre de aliento y esperanza... ¡no vayas por este mundo sembrando tristeza, angustia, miedo, pánico! Yo busco amigos, no esclavos. Tu vocación no es la de esclavista, sino la de un liberador que conquista corazones para mí, para que puedan gozar de vida plena. Tu vocación es ser pescador de hombres...

Ahora me voy, pero algún día volveré... Voy a la casa de mi Padre, y tu Padre, a preparar un lugar para ti, y para todos los que quieran venir... Llegará el día en el que te vendré a buscar para que compartas mi vida para siempre, en el banquete sin fin, cuando vuelva a beber del fruto de la vid... Mientras tanto, trabaja, para que ninguno de tus hermanos, mis hermanos, quiera quedarse fuera de la fiesta.

Ya, me tengo que ir... Voy a alcanzar a Jonathan y Cleofás que van muy amargados, de regreso a Emaús...

- Oh, qué bien, ellos están bien... qué alegría van a sentir cuando te vean

- Si, pero de primera no me van a reconocer... Voy hacer que su corazón arda... y me van a ver cuando parta el pan con ellos, en Emaús... Tú, quédate aquí, en Jerusalén, a esperarlos... Y bien, David, ¿algún mensaje para el Padre?

- Por supuesto: Abba... QUE NO SE HAGA MI VOLUNTAD, SINO LA TUYA.

- Amén -dijo Jesús- y desapareció de mi vista, pero tengo la certeza que está conmigo, en mi corazón.