a cien años de las historias de mowgli

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Arturo Reyes Fragoso A cien años de las historias de Mowgli

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Page 1: A cien años de las historias de Mowgli

Arturo Reyes Fragoso

A cien añosde las historias de Mowgli

Cuadernos del Centro de Estudios del Escultismo

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A CIEN AÑOS DE LAS HISTORIAS DE MOWGLI

1993, 2002 Arturo Reyes Fragoso

De la presente edición:

2002, Centro de Estudios del EscultismoIxtapan de la Sal 50, colonia Cumbria, Cuautitlán, Izcalli, estado de México,C. P. 54740, teléfono 5873-2294

Portada y viñeta de colofón: S. Tresilian, tomadas de Las aventurasde Mougli, Editorial Innovación, México, 1974.

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin el permiso correspondiente del editor.

IMPRESO EN MÉXICO / PRINTED IN MEXICO

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Para Luis Bernardo Pérez Puente

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FOTORudyard Kipling en 1882

(Fotografía de Bourne & Shepard, tomada de Vidas escritas,Javier Marías, Ediciones Siruela, Madrid, 1992.)

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MÁS ALLÁ DE FLAVIO TIN TAN Y PELAYO

“Denme los primeros seis años de la vida de un niño y pueden guardarse el resto.” La frase con que Rudyard Kipling inicia su autobiografía Something of myself (Algo de mí mismo) puede por sí sola condensar la imagen del escritor inglés y su obra frente al escultismo, donde aún alcanza a distinguirse la bruma disipándose entre la impenetrable vegetación de la selva hindú y un coro de aullidos rasgando el silencio.

Ni su prolífica imaginación pudo prever cómo “Los hermanos de Mowgli”, aquel cuento escrito en la soledad del invierno de Vermont a la espera del nacimiento de su hija Josephine, publicado poco después en el St. Nicholas Magazine, en 1893, culminaría con la aparición de sus “Jungle Books”, los libros más difundidos y recordados de su obra, sobrevivientes a los cantos de glorificación de un imperio que decaería por no comprender a tiempo la transmutación del poder de las armas al económico, y la obsoleta convicción del orden, justicia y civilización impuestos por medio de lanzas y fusiles, evolucionados a ametralladoras y gases asfixiantes, antes de llegar a las bombas guiadas por láser y el terror atómico.

Quién dijera que a un siglo de distancia sería dentro de los scouts, por medio de los lobatos que sábado a sábado entretejen sus fantasías en torno a la figura de Mowgli y su manada, donde Kipling encontraría un agradecimiento y valoración vigente, más allá de las lecturas infantiles mata ratos, el análisis histórico condenatorio y las disneylescas versiones musicalizadas con la voz de Flavio, Tin Tan y Pelayo.

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EL RETRATISTA DE LA INDIA COLONIAL

Hijo de padre artista y madre aristócrata, Rudyard Kipling nace en 1865 en un Bombay donde, para los pocos residentes ingleses perdidos en el universo étnico que desde siempre ha sido el subcontinente indio, la metrópoli era su asidero a una identidad propia. Sus primero años de vida los recuerda como una cotidiana convivencia con mundos incomprensibles para el hombre blanco, donde es más fácil que un niño dominé el indostaní que el inglés, vea con naturalidad vivir al lado de un cementerio parsi, donde los muertos son expuestos a los buitres, y la pregunta más normal a una madre sea por qué apareció la mano de un niño en el patio trasero de la casa.

A los seis años Kipling y su hermana menor son llevados a Inglaterra por sus padres para depositarlos en una faster home (casa de crianza); sesenta y cinco años después el escritor todavía recordaría las brutales golpizas prodigadas por su directora fanática de la religión y los castigos corporales como método pedagógico: “Sin aviso ninguno, según mis recuerdos, mi madre volvió de la India. Me contó después que la primera vez que subió a mi pieza para darme un beso de buenas noches, yo levanté la mano como para detener el golpe que estaba acostumbrado a recibir.” Sale de ahí con una adquirida voracidad por la lectura y una miopía que desde entonces lo obliga a usar gafas, valiéndole el mote de “Escarabajo” por parte de sus compañeros de infancia.

En 1878 ingresa a un internado donde termina de afianzar su pasión por la literatura. A los dieciséis años su padre lo regresa a la

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India para colocarlo como periodista en La gaceta civil y militar de Lahore. “El trabajo era pesado. Representaba yo el cincuenta por ciento del personal editorial de un diario de Punjab, una hermana menor del gran Pioneer de Allahabad y del mismo propietario. Y un diario sale todos los días aún cuando el cincuenta por ciento de su personal tenga fiebre”, relata el escritor.

Ahí es donde Kipling empieza, partiendo de los acontecimientos cotidianos, casi intrascendentes, a retratar por escrito la vida de la India colonial. Para 1889 retorna a Inglaterra con veinticuatro años de edad, cerca de diez libros publicados y una enorme fama entre el público y círculos literarios ingleses. Posteriormente se embarca en un viaje alrededor del mundo, contrae matrimonio con Caroline Balestier con quien visita Japón, en un viaje del que publicaría sus impresiones, para terminar por establecerse en los Estados Unidos, en el poblado de Brattleboro, Vermont, donde construye una casa que bautiza como “Naulakha”, título de una de sus novelas.

Es en ese lugar, a miles de kilómetros de del lugar que lo viera nacer y con una temperatura ambiental de varios grados bajo cero, donde comenzaría a escribir sus historias de niños criados por lobos. El manuscrito del primer borrador de “Los hermanos de Mowgli” se lo regala a la enfermera que cuidara a su esposa e hija recién nacida.

Regresa a Inglaterra fastidiado de América y la intromisión de los periodistas en la vida de alguien quien ya es una celebridad mundial. Su infatigable espíritu viajero vuelve a embarcarlo en el invierno de 1897 rumbo a África del Sur, donde dos años después lo sorprende el estallido de la guerra anglo-bóer. Ayuda a editar un

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diario para las tropas inglesas, lo cual le permite recorrer la zona de combate.

Había contingentes extranjeros que insistían en luchar según la técnica europea. Los bóers los colocaban en la vanguardia y se mantenían alejados de ellos. En un encuentro, los “zarps” [nombre con que denominaban a la policía del Transvaal] lucharon brillantemente y se hicieron matar casi todos. Eran en su mayor parte suecos dignos de simpatía

Permanece hasta el final del conflicto, cuestionándose los motivos que llevaron a Inglaterra a sostener una guerra contra un pueblo de inmigrantes holandeses que mantenía su hegemonía sobre los territorios y pueblos nativos basada en el racismo.

La guerra se había convertido en un conjunto desagradable de consideraciones políticas, reformas sociales y problemas de habitación, más trabajos de maternidad y otras vanidades absurdas. Es posible —aunque lo dudo— que en total hayamos muerto unos cuatro mil bóers. Nuestras pérdidas, sobre todo por enfermedades susceptibles a prevenir [tifoidea y disentería], deben haber sido seis veces ese número.

A inicios del siglo XX encontramos a Kipling y su familia viajando constantemente entre Inglaterra y África —en 1901 publica otro de sus libros más conocidos, la novela Kim—; es íntimo amigo de Leander S. Jameson y Cecil Rhodes, dos siniestros personajes del imperialismo, relación posteriormente puesta a relucir por los detractores del escritor: el primero encabezaría en 1895 una fallida invasión al todavía territorio bóer del Transvaal, que se conoció como el “raid Jameson”; fue capturado y remitido a Inglaterra para ser juzgado. Esta acción se considera como uno de los antecedentes

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directos de la guerra en la que ambas naciones se enfrascarían cuatro años después.

Kipling relata en su autobiografía aquellas largas travesías marinas:

Jameson vino con nosotros a casa una vez y cometió una impertinencia en la mesa. Una señora muy inglesa con dos hijas rubias había sido colocada allí el primer día de navegación. Cuando, razonablemente, protestó de la comida y la llamó “de prisionero”, Jameson dijo:

—Como miembro de las clases criminales, le aseguro que es peor.

En la próxima comida, estábamos solos en la mesa.

Baden-Powell sería otro compañero de viaje con quien trabaría amistad, según lo consigna William Hillcourt en Las dos vidas del héroe. El todavía militar en activo formaba parte de una comitiva encargada de inspeccionar las tropas inglesas destacadas en Sudáfrica, unos meses antes que al escritor le otorgaran el Premio Nobel de Literatura de 1907, a los cuarenta y dos años de edad, lo que lo convertiría en uno de los galardonados más jóvenes de la historia.

En el diploma otorgado por la Academia sueca se leen las razones del jurado para seleccionar su obra, donde confluye su “poder de observación, la originalidad de la fantasía, la virilidad de las ideas y el notable talento narrativo que caracterizan las creaciones de este autor de fama mundial.”

Kipling escribe sus impresiones del viaje a Estocolmo para asistir a la ceremonia de premiación, ensombrecida por la muerte del soberano anfitrión, Óscar II.

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Mientras navegamos, el viejo rey de Suecia falleció. Cuando llegamos a la ciudad, blanquísima bajo el sol, encontramos a todo el mundo en traje de etiqueta. El duelo oficial fue curiosamente impresionante. La tarde siguiente, los agraciados con el premio fuimos presentados al nuevo rey. La oscuridad del invierno sobreviene en esas latitudes a las tres, y estaba nevando. La mitad de la vasta extensión del palacio estaba apagada, porque ahí yacía el cadáver del viejo rey.

Kipling se encontraba en el pináculo de la fama a la que todo escritor podía aspirar; paradójicamente, en ese momento comenzó su debacle. El imperio que exaltaba en sus versos y narraciones comenzaba a mostrar fisuras. Europa se encontraba en el preámbulo de la Primera Guerra Mundial, donde por cuatro años los ejércitos contendientes se desangrarían en estériles carnicerías en las trincheras, a donde millares de reclutas británicos marcharon recitando “Si...”, su poema más popular. La Gran Guerra le jugaría además la cruel ironía de arrancarle a su único hijo varón, John, “en defensa del Imperio”, desaparecido durante la batalla de Loos, en territorio francés, por lo que su padre no tendría siquiera el consuelo de recoger un cuerpo al cual darle sepultura. Ya en 1899 había experimentado una pérdida semejante con Josephine, su primogénita, víctima de la neumonía.

Al término de la contienda, empezó a ser menospreciado por los escritores de vanguardia —la corriente de la conciencia anunciaba su arribo a la literatura, con las obras de James Joyce y Virginia Woolf—. Sus libros por él considerados como “trascendentes” encontraban cada vez menos aceptación entre el público, mientras aumentaba la popularidad de sus obras menores, como el propio Kipling consideraba a los Libros de la Selva.

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A partir de entonces, los estudiosos de su obra señalan que su estilo se volvió más amargo y desilusionado, lleno de frustraciones existenciales. Su último libro sería precisamente su autobiografía, publicada en 1937, un año después de su muerte en Londres a los setenta y un años de edad. En este texto hace todavía algunas reflexiones sobre sus cuentos de animales y niños criados en la selva; con fina ironía se queja de la gran cantidad de imitadores surgidos a raíz de la publicación de sus “Jungle Books”. Menciona como el principal a Edgar Rice Burroughs, autor de Tarzan of the Apes, obra de lo que más lamenta es no haber visto su versión cinematográfica; años después se suma a la lista la propia Asociación de Scouts de México cuando, en 1962, a través de la Editorial Escultismo publicara una “versión para lobatos”, firmada por Roberto Hernández Orozco, titulada Las aventuras de Mougli (sic), años después reeditada por César Macazaga en su Editorial Innovación sin el crédito original.

KIPLING Y B-P

Recuerda el escritor en el ocaso de su vida:

Mi pieza de trabajo tenía siete pies por ocho, y de diciembre a abril, la nieve llegaba hasta el marco de la ventana. Ocurrió que había escrito un cuento sobre bosques americanos en el que se hablaba de un niño criado por los lobos. En la inmovilidad y el silencio del 92, algunos recuerdos de los leones masónicos de la revista de mi niñez y una frase del Nade the Lily de Haggard, se combinaron con el eco de este cuento [junto con la influencia de una obra escrita por su padre: Animales y hombres en las Indias]. Después de extraer la idea principal de mi

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cerebro, la pluma la tomó por su cuenta y comenzó a escribir historias sobre Mowgli y unos animales que después se convirtieron en los “Libros de la Selva”.

Dados a conocer por primera vez en diversas revistas, el autor reúne las historias de Mowgli en The Jungle Book, publicado en 1894; un segundo volumen aparece al año siguiente con los restantes cuentos protagonizados por animales, incluido el memorable “Rikki-tikki-tavi”, donde una mangosta se enfrenta a una pareja de mortíferas cobras reales. Ambos libros se agruparían en uno solo al ser traducidos al español con el título de El libro de las Tierras Vírgenes.

La edición barcelonesa de Gustavo Gili incluye el siguiente fragmento, tomado del prólogo escrito por el propio Kipling:

Las aventuras de Mowgli fueron recogidas, en varias épocas y lugares, de multitud de fuentes, sobre las cuales desean los interesados que se guarde el más estricto incógnito. Sin embargo, a tanta distancia, el Autor se considera en libertad para dar las gracias, también, a un caballero indio de los de viaja sepa, a un apreciable habitante de las más altas lomas de Jakko, por su persuasiva aunque algo mordaz crítica de los rasgos típicos de su raza: los presbipitecos [una especie de simios originaria de Sumatra, aclara el traductor]. Sahi, sabio diligentísimo y hábil, miembro de una disuelta manada que vagaba por las tierras de Seeonee, y un artista conocidísimo en la mayor parte de las ferias locales de la India meridional donde atrae a toda la juventud y a cuanto hay de bello y culto en muchas aldeas, bailando, puesto el bozal, con su amo, han contribuido también a este libro con valiosísimos datos acerca de diversas gentes, maneras y costumbres.

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A principios de diciembre de 1916, mientras que en el territorio continental europeo los ejércitos contendientes en la Gran Guerra iniciaban su tercer año, inmovilizados entre el fango de las trincheras, del otro lado del Canal de la Mancha Baden-Powell daba a conocer un nuevo libro: The Wolf Cub’s Handbook, donde presenta la propuesta del programa scout para la naciente rama menor del escultismo, en la que el fundador junto con sus colaboradores habían venido trabajando desde 1913, cuando dieron a conocer una serie de “sugerencias para un reglamento de junior scouts”, convertido luego en un reglamento para “lobatos o jóvenes scouts”, término más del agrado de Baden-Powell, quien también consideró los de “cachorros” y “potros”.

En el prólogo de la obra, publicada al español en 1943 por la editorial Escultismo, en la traducción del ingeniero Jorge Núñez Prida, ex Jefe Scout Nacional, se leen las siguientes palabras del fundador del Movimiento Scout:

Todo niño, como todo lobezno, tiene magnífico apetito. Este libro es un manjar ofrecido por un viejo lobo a los jóvenes lobatos.

En él hay carne jugosa que comer, pero también algunos huesos duros de roer.

Si todo lobato que lo coma, entra lo mismo a los huesos que a la carne, y se come lo mismo el gordo que el resto, yo espero que saque tantas fuerzas como placer de cada dentellada.

Baden-Powell culmina con un agradecimiento a Kipling, “que tanto ha hecho por dar a nuestra juventud su verdadero espíritu”, agradeciéndole la autorización para citar su obra; éste no sólo se la había concedido de forma inmediata por la abierta simpatía que le profesaba al escultismo, sino porque su propio hijo, que ya para

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entonces estaba reportado como desaparecido en combate, perteneció a una tropa scout.

No es extraño entender cómo el fundador del Movimiento Scout decidiera emplear las historias de Kipling como la base del marco simbólico del lobatismo, con base a los paralelismos en la vida y mentalidad de ambos personajes quienes tuvieron vivencias semejantes —los dos estuvieron en la India y África del Sur, en esta última compartiendo la misma guerra—, gusto por la escritura y, sobre todo, la convicción de la virilidad, patriotismo y respeto a las instituciones (preferentemente la corona inglesa) como los principales valores para convertir a la juventud en hombres de carácter.

La simpatía de B-P a Kipling no fue gratuita: finalmente éste exalta en sus libros su forma de vida. Se necesitaría un estudio de las motivaciones ideológicas —que indudablemente las hubo— que llevaron a Baden-Powell a escoger a Mowgli como el modelo del lobatismo; lo cierto es que eligió, de entre la ya para entonces profusa producción del escritor anglo-hindú, aquella que mejor aguantaría la prueba del tiempo, ésa que decanta objetivos didácticos y moralizantes (la trampa en que cayó B-P al empuñar la pluma), dejando lo literario en su esencia pura. Los dos publicaron una cantidad semejante de títulos, pero ésta sola obra de Kipling contiene más Literatura (así, con mayúscula) que la treintena de libros escritos por Baden-Powell.

Mientras se necesita justificar la obra del fundador del Movimiento Scout, solicitándole al lector su comprensión del contexto histórico en que fue concebida, para luego “extraer su esencia” y “adaptarla a nuestras condiciones actuales” —su valor radica en su condición de documentos históricos, algo sin duda

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importante, no más— El libro de las Tierras Vírgenes lleva un siglo de sereno tránsito sin necesidad de reinterpretaciones modernizadoras, incluso poniendo en jaque a la propia organización escultista, al menos en México, donde a principios de la década de los ochenta se cayó en la tentación de elaborar una imitación en versión femenina: Relatos de foresta Andii, escrita por José Antonio Sagredo, la cual dejó de reeditarse diez años después, a raíz de un conflicto entre el autor y la Asociación, que culminó con la expulsión de sus filas, sin existir a la fecha un texto que lo sustituya.

Desde entonces la sombra de Mowgli se proyecta sobre las niñas scouts como una maldición, sin permitirles una personalidad propia, mientras que todos los fines de semana, en algún local del país, más de una manada de lobatos toma como motivación de su junta alguna de las historias del niño-lobo y sus bestiales secuaces.

LA MAGIA DE NATHOO

De su profusa producción literaria, El libro de las Tierras Vírgenes es la obra de Kipling que mejor alcanzó el calificativo de universal —quizá él hubiera deseado que fuera alguna otra—; todo intento posterior para contar una historia donde el hombre se enfrente a la naturaleza —sin caer en la reconstrucción histórica del tipo de los best sellers de Ayla y el Clan del Oso Cavernario— choca con el espectro de los “Jungle Books”. Jack London se declararía un ferviente admirador de Kipling, mientras William Golding, otro galardonado con el Nobel, sale airoso del reto en El Señor de las Moscas, al plasmar a la selva de regreso a su condición de infierno primitivo.

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Finalmente, la magia de Nathoo —el bebé de leñadores adoptado por la loba Raksha y su aprendizaje de la Ley de la Selva—, prevalecería sobre el trasfondo ideológico de la supremacía de la civilización sobre lo “salvaje”. Bagheera puede alardear sobre la aniquilación de los habitantes de una aldea entera por mero capricho, pero una palabra del Mowgli-Hombre bastará para humillarla, aunque tampoco éste escapa de las convicciones ideológicas de su creador: existe un cuento anterior a los “Jungle Books”, donde Mowgli hace por primera vez su aparición como personaje, titulado “En el rukh”, incluido en Many Inventions (Invenciones varias), volumen de relatos de temática miscelánea publicado en 1893; justo un siglo después, el texto se incluye en una selección de relatos de Kipling puesta en circulación por la editorial Fontamara, con el título de El regimiento fantasma y otras historias de la India, y en 1996 Ediciones del Milenio lo publica de manera independiente en un breve volumen.

En este relato encontramos la historia de Gisborne, funcionario colonial del Departamento de Bosques y Selvas y su encuentro con un muchacho salido de la selva que conoce todos sus secretos, gracias a su capacidad para comunicarse con los animales que la habitan. A diferencia de los otros cuentos conocidos, tenemos a un Mowgli que si bien se conduce con seguridad y hasta soberbia entre bestias y humanos, mientras éstos últimos sean hindúes o musulmanes, resulta sumiso y hasta servil con el “hombre blanco”, sin importar que sea inglés, o alemán, como Muller, el jefe de Gisborne.

—Ahora escúchame —Muller se encaró con Mowgli y le habló en su lengua nativa—. Soy el jefe de todos los rukhs de la India y de otros

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países más allá del Agua Oscura. Yo mismo desconozco el número de hombres que están bajo mi mando. Tal vez sean cinco o diez mil. El asunto es este: ya no vas a vagabundear por el rukh guiando de un lado a otro a los animales de la selva por mera diversión, ahora me servirás a mí, porque yo soy el gobierno en materia de bosques y selvas, y vivirás en este rukh como guardia forestal, sacarás de este rukh a las cabras de los pobladores cuando no existan órdenes de que entren a pastar, les permitirás entrar cuando hayas recibido la orden de hacerlo, vigilarás, como tú puedes hacerlo, que los jabalís y los nilghais no se reproduzcan demasiado, informarás a Gisborne-sahib dónde andan los tigres y todo lo que sucede en el bosque, y le avisarás de inmediato sobre cualquier incendio que aparezca en el rukh, esto tú lo puedes hacer más rápido que nadie. A cambio de ese trabajo cada mes te pagaré una cantidad de plata y después de un tiempo, cuando tengas esposa, ganado, y quizá hijos, te daré una pensión. ¿Qué te parece?

—Eso es justamente lo que yo... —empezó a decir Gisborne.—Mi sahib me habló esta mañana de esa clase de trabajo. Todo

el día he estado caminando y pensándolo y ya tengo una respuesta. Serviré, pero en este rukh y no en otro, con el sahib Gisborne y no con otro.

Estamos ante el Rudyard Kipling representativo de la fe en la justicia y el orden a través del colonialismo. Su obra tocó los extremos en su derrotero crítico, y al escritor le alcanzó la vida para presenciarlo: de ser el “cantor de las glorias del Imperio”, cayó al desprecio que provoca algo preferible olvidar. Literariamente fue relegado a un escritor decimonónico que produjo obras juveniles, pero de ahí parte su revaloración: “Cuando se hace una promesa a un muchacho, hay que cumplirla”, nos dice el propio Kipling, luego de enviarle un ejemplar autografiado del Jungle Book a un escolar sueco al que conoció durante su estancia en la nación nórdica para recibir el Nobel. Esta frase condensa el saldo a favor de su obra,

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despojada de cargas ideológicas y políticas, dejando sólo lo literario, valioso e importante.

Simplemente, lo esencial.

NOTA EDITORIAL

Mi primer acercamiento a la obra de Kipling se lo debo más a las matinés del cine Continental que a los esfuerzos de mi Akela por explicarme el marco simbólico de la Manada. La versión disneyliana de El Libro de la Selva era el ejemplo representativo del denominado espectáculo familiar, allá por los no tan lejanos años setenta del siglo XX, sólo posible de presenciar acompañado de papás, tías o hermanas con respectivo novio haciendo méritos.

El presente texto intenta ser la versión definitiva del publicado en 1993 como folleto para el Campamento Nacional de Lobatos, celebrado en Meztitla. Algunos fragmentos los reciclé para la columna sobre temas escultistas que por entonces inicié en El Universal, y volví a reproducirlo de forma íntegra en la revista La Vida Literaria, en su número correspondiente a los meses de noviembre-diciembre del mismo año. En 1996 utilicé una versión condensada como prólogo para En el rukh, publicado por mi cuate

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Jorge García-Robles en sus Ediciones del Milenio, luego de descubrir tres años atrás dicho relato recopilado en una antología de Kipling guardada en la Biblioteca Nacional.

(Aquí agrego la precisión que poco después me hiciera el padre Fernando Soto-Hay, quien me puso sobre la pista para rastrear la relación entre Kipling y Baden-Powell. El escenario de aquella charla fue sencillamente memorable: al pie de la huella de B-P, en Meztitla, rodeados por los azorados participantes del curso de adiestramiento que Soto-Hay, impecablemente uniformado, estaba por clausurar en su calidad de director. Fue como el encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma Xocoyotzin. Adivinen quién se sentía con el penacho de plumas en la cabeza.)

Por último, el título utilizado explica por sí solo la intención de este trabajo: conmemorar el primer siglo de correrías de Mowgli —acontecimiento que nadie más peló en su momento, por cierto—, rendir un homenaje a su creador e informarles a lobatos y dirigentes que el Rey Loui no es un nombre de selva.

Antiguo pueblo de San Simón Ticumac, otoño de 2001

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VIÑETA LOBOSA cien años de las historias de Mowgli,

reedición del modesto homenaje al niño-lobo y susbestiales secuaces publicado originalmente so

pretexto del primer centenario de suexistencia, terminó de imprimirse

en la ciudad de México, en elmes de enero de 2002.La edición, de 1 000ejemplares, estuvo

al cuidado delautor.

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