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MI HIJA ME LLAMA PAPI ROBERT WOLGEMUTH LA CRIANZA DE UNA HIJA SIETE COSAS QUE DEBES SABER SOBRE

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MI HIJA ME LLAMA

PAPISIETE COSAS QUE DEBES SABER SOBRE

LA CRIANZA DE UNA HIJA

RO B ERT WO LG EM U T H

MI HIJA ME LLAMA

PAPIROBERT WOLGEMUTH

LA CRIANZA DE UNA HIJA

SIETE COSAS QUE DEBES SABER SOBRE

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Mi hija me llama papi

Originally published in the U.S.A. under the title: She Calls Me Daddy, by Robert Wolgemuth Copyright © 1996, 2014 by Robert Wolgemuth Spanish edition © 2018 by Editorial Portavoz with permission of Focus on the Family. Represented by Tyndale House Publishers. Inc. All rights reserved.

Publicado originalmente es los Estados Unidos de América con el título: She Calls Me Daddy, por Robert Wolgemuth Copyright © 1996, 2014 por Robert Wolgemuth Edición en español © 2019 por Editorial Portavoz con el permiso de Focus on the Family. Representado por Tyndale House Publishers. Inc. Todos los derechos reservados..

Traducción: Ricardo Acosta

Ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin el permiso escrito previo de los editores, con la excepción de citas breves o reseñas.

A menos que se indique lo contrario, todas las citas bíblicas han sido tomadas de la versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso. Reina-Valera 1960™ es una marca registrada de American Bible Society, y puede ser usada solamente bajo licencia.

Las cursivas añadidas en los versículos bíblicos son énfasis del autor.

EDITORIAL PORTAVOZ 2450 Oak Industrial Drive NE Grand Rapids, MI 49505 USA Visítenos en: www.portavoz.com

ISBN 978-0-8254-5869-9 (rústica) ISBN 978-0-8254-6757-8 (Kindle) ISBN 978-0-8254-7578-8 (epub)

1 2 3 4 5 edición / año 28 27 26 25 24 23 22 21 20 19

Impreso en los Estados Unidos de América Printed in the United States of America

La misión de Editorial Portavoz consiste en proporcionar productos de calidad —con integridad y excelencia—, desde una perspectiva bíblica y confiable, que animen a las personas a conocer y servir a Jesucristo.

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A Melissa Christine Wolgemuth Schrader y Julie Elizabeth Wolgemuth Tassy

A Abigail Grace Schrader, Harper Corin Tassy y Ella Patrice Tassy

Dos hijas y tres nietas sobre quienes y para quienes se escribió este libro.

El amor de ustedes me anima; su afecto me alegra; su incesante devoción a Jesucristo me inspira.

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CONTENIDO

Prólogo de Gary y Greg Smalley . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Prefacio de Missy Wolgemuth Schrader y Julie Wolgemuth Tassy . . . . . 13

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15

Primera parte Alguien que te llama «papi»

1 ¿Qué hace un tipo agradable como tú en un libro como este? . . . . . 23

2 No renuncies . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37 Claro que puedo terminar esto hoy

Segunda parte Nunca demasiado difícil, nunca demasiado

tierno: siete cosas que debes saber

3 Protección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49 Capaz de brincar edificios altos de un solo salto

4 Conversación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69 Sigue hablando

5 Afecto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91 Papi, abrázame

6 Disciplina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107 Un mazo, un par de barras y un nivel

7 Risa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123 ¿Oíste hablar de...?

8 Fe . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 135 Cristo me ama, bien lo sé

9 Conducta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157 Sé el juez

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Tercera parte Caballeros, tenemos nuestras asignaciones

10 Un vistazo rápido por dentro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 187 El individuo de la oficina del inspector de la ciudad

Epílogo: Capítulo para padres «especiales» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199 Padrastros, papás a larga distancia y papás solteros

Asuntos para considerar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207

Reconocimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213

Los veintiséis versículos bíblicos de Grace Wolgemuth . . . . . . . . . . . . 215

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 217

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PRÓLOGO

Como padres de hijas, y después de aconsejar a cientos o miles de padres, no tenemos dudas de que las niñas son muy diferentes de los niños. Y la mayoría de los padres pueden verse en sus hijos y tener algún sentido intuitivo de lo que los chicos necesitan de ellos… lo mismo que buscaron de sus propios padres.

Pero tratándose de niñas, eso es otro asunto. Si la mayoría de los hom-bres aún tratan de comprender a sus esposas, ¿cómo van a saber lo que sus hijas necesitan?

A los chicos a menudo les gusta que sus papás los despeinen y se rían de ellos. A las niñas les gusta que las aprecien. A los muchachos se les puede hablar con frases sencillas, pocas palabras y gruñidos. Las niñas quieren que sus papás les hablen con frases completas. Los chicos anhelan vivir sin la protección del papá. La mayoría de las niñas se desarrollan con confianza cuando saben que papá estará allí.

Sin embargo, los padres podemos estropear fácilmente las cosas. Yo (Gary) recuerdo cuando llevaba a mi Kari, entonces de dieciséis años, a un partido de baloncesto para ver jugar a su enamorado. Ella me abrió el corazón y me confió que creía que lo amaba y que incluso habían hablado de matrimonio. ¿Cómo reaccioné? Bueno, después de vomitar mi refresco por la nariz, grité: «Puedo aceptar lo del amor. Pero si ustedes están hablando de matrimonio, ¡allí es donde fijo límites! Solo tienes dieciséis años, ¡por Dios!».

Como puedes imaginar, a partir de allí las cosas solo fueron cuesta abajo. Y confieso que vomitar refresco y angustiar el espíritu de tu hija no es el modo en que normalmente aconsejo a otros padres que se relacionen con sus hijas, incluso en momentos de gran tensión.

Afortunadamente para todos los papás, Robert Wolgemuth quita el misterio de criar hijas en forma tierna y eficaz. Como padre de dos hijas, aprendió muchas lecciones que revela en este libro, allanando el camino para el resto de nosotros.

Expliquemos lo que en particular nos atrajo a Mi hija me llama papi. Uno

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de los temas principales en nuestra propia enseñanza sobre relaciones familiares saludables es la importancia de honrar: valorar a quienes amas y demostrarlo cada día en cómo les hablas y actúas. Felizmente, en pocas palabras eso describe lo que Mi hija me llama papi les enseña a los padres a hacer por sus hijas. Sus siete herramientas para criar una hija equivalen a siete maneras fantásticas de honrar a tu niña, sea que tenga dos años o diecisiete.

Los padres siempre han jugado un papel crucial en el desarrollo sano de sus hijas. Según Robert señala en esta obra, la forma en que le enseñas y la preparas para la vida influirá en gran manera en que esté lista para aceptarla y vivirla a plenitud. El modo en que la tratas, y en que tratas a su madre, establecerá sus expectativas sobre cómo los hombres deben tratar a las mujeres. Las líneas de comunicación que establezcas con tu hija le darán una forma de enfrentar los retos y las tentaciones con confianza y una sensación de seguridad.

En esta edición revisada de un libro ahora clásico, Robert también nos ayuda a los padres a lidiar con fenómenos como los mensajes de texto y la Internet. Todos sabemos que el mundo moderno se ha vuelto un lugar más conectado, y en muchas maneras más peligroso. Pero el modo en que se usa la tecnología también tiene implicaciones para la relación padre-hija, según descubrirás pronto en las páginas siguientes.

Cuando este libro se publicó por primera vez, yo (Gary) aseguré que había pasado mucho tiempo desde que leí un libro para padres más agradable que este. Desde entonces se han publicado muchos más libros para padres. ¿Y sabes qué? Lo que dije entonces sigue siendo cierto. Como Greg también lo confirma ahora, la combinación de visión, humor y apertura personal de Robert hace que desees leer este libro. Tu conocimiento sobre cómo ser un gran papá aumentará, ¡y no te dolerá en absoluto!

Has tomado la decisión sabia de escoger esta obra. Sigue leyendo y obtendrás tu recompensa. Mejor aún, tu hija será bendecida con un padre más inteligente, mejor preparado, más seguro y más amoroso.

¿Podrías darle a tu preciosa niña algún regalo más grandioso?

—Doctores Gary y Greg Smalley Colorado Springs, Colorado

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PREFACIO

Puedes imaginar el placer que ambas sentimos la primera vez que leímos el manuscrito de este libro que escribió papá. Fue en 1996. Reímos a carcajadas al recordar las historias de nuestros años de crecimiento.

Pero lo que más nos interesó fue leer las razones detrás de algunas de las cosas que papá hizo con nosotras. Como niñas, cada día experimentamos el «qué», pero al leer este libro nos enteramos del «porqué». En realidad fue interesante observar la estrategia de papá en ser nuestro padre… como aprender el funcionamiento de un reloj después de haber pasado toda la vida tan solo diciendo la hora.

Siendo niñas nos divertíamos mucho pasando la noche en casas de muchas de nuestras amigas. Uno de los aspectos que comprendimos fue que no hay dos familias exactamente iguales. Las familias felices vienen en muchos tamaños y formas. Algo de lo que estás a punto de leer funcionará bien en tu hogar, tal como hizo en el nuestro, y algunas cosas deberás personalizarlas.

Pero por simple que parezca, hemos descubierto algo importante acerca de otras familias: algunas de nuestras amigas podían hablar con sus padres, y otras no podían hacerlo.

Lo más importante en este libro es el capítulo sobre conversación. De todo lo que papá nos enseñó, lo que más agradecemos fueron sus lecciones sobre conversación. Mientras crecíamos, nuestras amigas a menudo pregun-taban asombradas: «¿Le dijiste eso a tu papá?». Nuestra capacidad para hablar con él acerca de nuestras vidas y de cómo nos sentíamos ha creado un vínculo que hoy día es el fundamento de nuestra amistad con papá.

Este libro incluye historias de nuestra infancia y adolescencia. En aquel entonces éramos las niñas pequeñas de papá. Hoy día somos sus amigas adul-tas. Y ambas estamos casadas y tenemos nuestros propios hijos, incluso hijas.

Siendo la hermana mayor, yo (Missy) fui la primera en casarme en 1994.1 En febrero de 1996 nació nuestra hija Abby. Mi esposo Jon tuvo en este libro una guía rápida… y un «manual del propietario». Desde luego, él había

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sabido sobre Mi hija me llama papi antes que Abby naciera, pero ahora tenía una razón para leerlo, y lo hizo.

Yo (Julie), la segunda hija, me casé en julio de 1999. En febrero de 2002 nació nuestra primera hija, Harper. Dieciséis meses después llegó su hermana, Ella.

Aunque Jon y Christopher son hombres diferentes y han sido padres de sus hijas en formas diferentes a las de papá, tomaron gran parte del consejo de él, de lo cual leerás en la introducción.

Es probable que no estés de acuerdo con algo de lo que leerás en este libro. Eso es de esperar, y desde luego que está bien. No obstante, si en medio de tu desacuerdo esta obra plantea algunas buenas preguntas que te ayuden a progresar hacia tu propia paternidad eficaz, entonces tanto mejor.

Hay dos cosas que nuestros maridos han hecho como papá hizo. Primera, hablaron con sus hijas acerca de la pureza. Al final del capítulo 3, papá des-cribe cómo nos dio algo especial que más adelante presentó a nuestros esposos en nuestras recepciones de boda. Yo (Missy) recibí «la llave de mi corazón» en un collar, y papá me entregó (Julie) un anillo de promesa.

Segunda, papá amó a nuestra madre más de lo que nos amó a nosotras. Él sabía que esto representaba seguridad para nosotras, aunque éramos muy jóvenes y no entendíamos plenamente cómo nos afectaría que amara a mamá. Papá habla de esto en el capítulo 5.

Esperamos realmente que este libro sea útil para ti y tu(s) hija(s), tal como sus principios lo fueron para nosotras.

Y gracias, papá, por animarnos a enamorarnos de nuestros maridos, y por celebrar el hecho de que, así como amaste a mamá aún más de lo que nos amaste a nosotras, amáramos a Jon y Christopher aún más de lo que te amamos a ti… y eso quiere decir mucho.

—Missy Wolgemuth Schrader y Julie Wolgemuth Tassy

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INTRODUCCIÓN

La mayoría de los escritores esperan hasta que su manuscrito esté concluido antes de escribir la introducción al libro. Sé que esto es contrario al sentido común; como despedirte de alguien con quien acabas de encontrarte. Pero cuando lo piensas, la introducción a un libro es un resumen de lo que estás a punto de leer, y a menos que esté concluido ni siquiera quien lo escribe está seguro de todos los detalles.

Así que he elegido romper la tradición y escribir esto como lo que real-mente es: una introducción.

En 1995, tras una larga conversación con mi finada esposa Bobbie, decidí intentar algo que nunca antes había hecho: escribir un libro. Desde luego que sabía de qué iba a tratar la obra: la crianza de hijas. Y sabía a quiénes quería escribirles: a los papás. Hombres que por propia experiencia no sabían nada de lo que estaban haciendo.

Así que escribí «Mi hija me llama papi». Y se publicó.En esa época, nuestra hija Missy tenía 25 años y Julie, 22. Las dos

habían terminado la universidad. Missy se había casado con Jon Schrader. Julie trabajaba para mi empresa como directora financiera y componía can-ciones. Su compañía musical se llamaba Manor Music… hombre («man») o música. ¿Lo captas?

Pero a los dos años y medio, en la tierna providencia de Dios, apareció Christopher Tassy y ella encontró el amor de su vida.

En el lenguaje editorial, Mi hija me llama papi se convirtió en un éxito de ventas, iniciando lo que nunca pude haber esperado: asombrosamente más libros. (La calificación más baja que recibí en el colegio fue de la señorita Felgar en literatura). Y ha sido maravillosamente satisfactorio escribir estos libros. Sin embargo, como podrías imaginar, el primero siempre será muy especial.

Hace unos años me topé con mi editor, Larry Weeden, en una conven-ción de libros. Me preguntó si estaría interesado en actualizar Mi hija me llama papi. Con la amabilidad que lo caracteriza, Larry me recordó que en

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los años transcurridos desde 1996, el mundo había experimentado cambios dramáticos. (Larry es un hombre muy inteligente). Y es innegable la influen-cia que tales cambios han tenido en el reto de criar hijos. Por ejemplo, el libro no menciona el poder de la electrónica. Cuando se escribió, nunca había utilizado la frase «mandar mensajes de texto», y en realidad no pude haberme imaginado tomando fotografías con mi teléfono o publicándolas en algo como «Facebook» o «Twitter» para que literalmente miles de personas pudieran verlas. Instantáneamente. Larry tenía razón. Mucho ha cambiado.

Así que hablé al respecto con Bobbie. Ella pensó que sería buena idea preguntarles a Missy y Julie, quienes me sugirieron que hablara del asunto con Jon y Christopher… nuestros yernos, también padres de hijas.

Resultó que hubo entusiasmo unánime por actualizar el libro. No solo eso, todos nos ofrecieron ayuda.

Entonces cada miembro de la familia agarró un ejemplar del original, lo leyó con cuidado, e hizo notas. Un fin de semana especial más adelante en el Hotel Ballantyne de Charlotte, nos reunimos1 y analizamos el libro, párrafo por párrafo, sugiriendo cambios que debían hacerse. Era necesario agregar algún material. Trágicamente, ¡algunas partes debieron eliminarse! Lidiamos con ideas y reforzamos el capítulo de la fe.

Lo que tienes aquí es el resultado de esta aventura. Esperamos que el libro te parezca útil y alentador… además de retador. En estos días la tarea de ser una hija… y criar una hija cabal es enorme.

:

Unos párrafos atrás me referí a Bobbie como «mi finada esposa». Es cierto. No mucho después de la reunión especial en Charlotte con mis yernos para hablar de los ajustes al original de Mi hija me llama papi, Bobbie se fue al cielo. Valientemente había luchado durante treinta meses con cáncer de ovario en etapa IV, y en 2014 encontró sanidad plena en la presencia de Jesucristo.

Tanto Bobbie como yo tuvimos el lujo de criarnos en hogares cristianos sólidos. La mayoría de los recuerdos en nuestras familias de origen son bue-nos. Algo de lo que hicimos con nuestras hijas fue parecido a lo que habíamos visto hacer a nuestros padres, y algo de eso fue un tanto diferente. Habíamos establecido nuestras «tradiciones familiares».

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Introducción 17

Para entonces, debido a que profesionalmente me había relacionado con la industria editorial durante más de veinte años, contábamos con útiles artí-culos y libros, y algo de lo que habíamos hecho como padres vino de estos.

También habíamos tenido el privilegio de asistir a muchos y valiosos seminarios y talleres. Hubo cosas que hicimos con nuestras hijas que algunos de esos maestros sugirieron.

Aunque algo de la información en este libro vino de nuestros padres, de otros libros y de eficaces expertos, gran parte de nuestra inspiración durante esos veinticinco años provino de la Biblia. Bobbie fue una lec-tora voraz de las Escrituras y casi todas las mañanas durante la crianza de nuestras hijas (y en los años siguientes), se sentaba en su silla más cómoda con una Biblia y un diario para notas. Por otro lado, mi licenciatura fue en Biblia, y desde 1969 he enseñado en la escuela dominical. La Biblia fue mi recurso principal.

Por tanto, armados con la verdad de la Palabra de Dios, Bobbie y yo hicimos una sencilla oración de crianza de hijas: «Señor, nos has confiado estas niñas. Bueno, ya que somos unos novatos, ayúdanos, por favor, a criarlas como tú lo habrías hecho. Y mientras lo haces, también llénanos, por favor, con tu Espíritu».

Supongo que es inevitable que a algunas personas les parezcan partes de este libro como películas caseras Wolgemuth. «¡Ay! Vamos, por favor… solo algunas fotos más de nuestro viaje de verano al Gran Cañón. ¿Podemos verlas?». Francamente me avergüenza el pensamiento. Lo que tenemos es un regalo de Dios, que incluye las chicas y nuestra relación con ellas. Mucho de lo que hemos aprendido ha venido de nuestros fracasos. En otras palabras, si pareciera como si yo tuviera algunas cosas resueltas, ¡solo se debe a que he cometido suficientes equivocaciones para saber lo que no funciona! No estoy presumiendo. Tendrás que creerme.

ACERCA DE ESTE LIBRO

Bobbie y yo fuimos empujados muy rápidamente a esto de ser padres. En muchas formas éramos unos niños. Bobbie tenía veintiún años cuando Missy nació, y yo tenía veintitrés. Y ahora que nuestras hijas tienen casi el doble de la edad que teníamos cuando nacieron, decidí documentar el proceso que pasamos para criarlas.

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18 Mi hija me llama papi

Aunque muchas de las historias e ilustraciones se refieren a mí en singular, te aseguro que esta labor de criar hijas ha sido un trabajo en equipo. Bobbie no solo fue esencialmente aliada en el proceso; también fue un reservorio de información y consejo sólido. ¿De dónde más podría yo obtener informa-ción sobre cómo criar a una mujer que de una mujer? Y Bobbie me ayudó a apreciar que, incluso al criar hijas, mi intención de participación es crítica. Criar hijas es un deporte de equipo.

En lugar de rastrear en orden cronológico nuestras experiencias y las lecciones que hemos aprendido, este libro te guiará a través de siete temas principales: protección, conversación, afecto, disciplina, risas, fe y conducta.

Debido a que tengo mucha habilidad reparando y construyendo cosas, un guerrero de fin de semana, el tema de la construcción se observa a lo largo de todo lo que estás a punto de leer. Cuando estoy en medio de un proyecto y tengo que correr al almacén por más materiales, agarro un trozo de madera o la esquina rota de un panel de yeso, y hago una lista usando el lápiz que, por lo general, llevo en mi oreja derecha. Hago esto porque si no lo escribo, lo olvido. No te rías de mí. Tú también olvidas cosas.

De todos modos, al final de los capítulos 2 al 10, que incluyen, entre otros, los siete capítulos de principios, he resumido el material en la sección «Ten en cuenta», para que puedas acceder más fácilmente a la información. Y así no lo olvidarás.

En este libro también encontrarás muchas cosas útiles para criar niños, pero he dirigido estos capítulos especialmente a papás e hijas. Según algunos de mis amigos que tienen niños, en realidad hay una diferencia. Y criar hijas es por lo que he pasado.

Aunque mi situación de paternidad ha sido tradicional (papá y mamá en casa con hijos que les han nacido), este libro termina con un epílogo que enfoca las necesidades y preocupaciones únicas de papás en situaciones especiales. Extiendo mi agradecimiento a amigos que son padres divorcia-dos, solteros o de familias mixtas, que me han ayudado a entender algunas diferencias importantes en estos ambientes.

Si después de leer este libro decides regalarlo a alguien más para que lo lea, o si sales (o te sientas en tu computadora y abres tu sitio favorito de compra de libros) y compras otro ejemplar, regálaselo a un papá con una hija joven. Cuanto antes empiece un papá a pensar en estos principios, mayores

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Introducción 19

serán sus posibilidades de éxito. Sin embargo, creo que te serán de utilidad, sin importar la edad de tu hija.

Mi esperanza y oración es que Dios te conceda sabiduría a medida que emprendas esta enorme y maravillosa misión de criar una niña. No cualquier niña. Tu hija.

—Dr. Robert Wolgemuth Buchanan, Michigan

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PRIMERA PARTE

Alguien que te llama «papi»

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1

¿QUÉ HACE UN TIPO AGRADABLE COMO TÚ EN UN LIBRO COMO ESTE?

Si me siento aquí durante tres o cuatro semanas, no podría describir adecuadamente cuán importante es la relación padre-hija.

—Dr. James Dobson

—¿Estás despierta?Había pasado casi una hora desde que nos acostáramos, pero sentí que

mi esposa Bobbie tampoco podía dormir, así que rompí el silencio con la pregunta.

—Ajá —fue su apacible respuesta.Entonces, tratando de no parecer demasiado ansioso, le pregunté si creía

que ya era hora de que oyéramos a nuestra hija de quince años de edad entrar por la puerta principal.

—¿Cuándo dijo Missy que estaría en casa? —pregunté, armándome de toda la confianza que podía para evitar el temblor en mi voz.

—Alrededor de las once —respondió Bobbie.Su voz me pareció fuerte y segura. Ella había decidido actuar igual que yo.Nos quedamos allí unos minutos más sin hablar. Antes de dar mi opi-

nión había revisado mi reloj de mesa. Eran las 11:25. Sabía que Missy estaba atrasada, algo que no era normal en ella. Más silencio.

—Quizá deberíamos llamar para ver si podemos encontrarla —opiné finalmente, perdiendo casi toda la seguridad en mi tono de voz.

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24 Mi hija me llama papi

En un santiamén, la lámpara de mesa de Bobbie se prendió y ella marcaba un número. Una adormilada esposa de pastor de jóvenes finalmente levantó el auricular: «Susan, soy Bobbie Wolgemuth, lamento llamarte tan tarde pero ¿ya salieron de tu casa Missy y David?».

Aunque no pude escuchar la respuesta de Susan, por el tono de voz de Bobbie mientras continuaba la conversación me di cuenta de que los chicos habían salido hacía mucho, con suficiente tiempo para estar ya en casa.

«¿Dónde está Missy?», exclamó Bobbie mientras colgaba el teléfono, sin tratar de ocultar su frustración y temor.

Nuestra hija y su amigo David habían estado en casa de Mark y Susan para un estudio bíblico el domingo por la noche. David era un chico de die-cisiete años que fue como un hermano para Missy y un hijo para nosotros. Como «miembro» bienvenido de nuestra familia, David entraba y salía de nuestra casa sin siquiera tocar la puerta. Nuestro televisor era su televisor. Nuestro refrigerador era su refrigerador. Nos gustaba eso.

Pero esa noche David me impedía dormir, y yo quería saber la razón.Esperamos. Once y cuarenta y cinco, nada de Missy. Medianoche, nada

de Missy. Las doce y diez...«Voy a levantarme —anuncié finalmente—. Esperaré abajo».Bobbie no dijo nada. O estaba orando por Missy o planeando darle una

paliza a David en la calle.Cuando llegué a la puerta principal, el auto de David ingresaba a nuestra

entrada, iluminando con sus faros el frente de nuestra casa.«Por fin —expresé en voz suficientemente alta para que Bobbie me oyera

arriba—. Ella está en casa».En lugar de volver a subir con paso pesado, pensé que esperaría que

Missy entrara para pedirle que explicara dónde había estado y por qué no había llamado.

El auto de David se estacionó, las luces se apagaron, el motor se detuvo, y tanto David como Missy salieron disparados de cada lado del auto, corriendo hacia la puerta principal.

Parado allí con nada más que mis pantaloncillos cortos Jockey blancos como la nieve, rápidamente se me ocurrieron dos ideas: (1) no tenía tiempo de subir corriendo las escaleras sin ser visto, y (2) si iba hasta el rincón de la sala, nadie me vería en esa condición. Allí encontré un buen sitio oscuro.

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¿Qué hace un tipo agradable como tú en un libro como este? 25

La puerta se abrió, y Missy entró con David detrás de ella. ¿Qué está pasando? —me pregunté—. ¿No saben estos chicos qué hora es?

Missy subió las escaleras para buscar algo, dejando a David parado justo al pie de la puerta principal, quedándose allí, por lo que pareció uno o dos minutos sin tener idea de que el papá de Missy estaba muy cerca.

Entonces sucedió. David empezó a moverse, y mientras lo hacía comenzó a tararear en silencio. Por el creciente sonido de la «música» pude notar que se dirigía hacia la sala.

Entré en pánico, y mi mente se aceleró. Si me meto en la sombra al lado del piano, no me verá. Me enorgullecí de pensar tan rápido en ese momento de la noche.

David caminó hacia la entrada de la sala y se detuvo. Todavía tarareando, exploró la oscuridad. Me sentí como un fugitivo ocultándome en mi propia casa del largo brazo de la ley. Lo podía ver claramente. Él no podía verme.

Por desgracia, David comenzó a moverse otra vez, dirigiéndose hacia el piano donde yo estaba parado.

Cuando finalmente me vio, este desprevenido pelirrojo de diecisiete años se encontraba a treinta centímetros. Allí estaba él, míster «líder estudiante de toda conferencia y adolescente favorito de todas». Y allí estaba yo, Tarzán de la sala.

«Hola David —saludé casualmente, como si hubiera tropezado con él en una función escolar—. ¿Qué estás haciendo aquí?».

El muchacho se quedó boquiabierto, absorbiendo rápidamente suficiente aire para no desplomarse. El cuerpo se le paralizó, pero en la oscuridad pude verle los ojos moviéndose de arriba abajo, explorando mi increíble atuendo.

En ese momento, Missy irrumpió en la sala. Bajo el brazo tenía un animal de peluche que los chicos de la iglesia se pasaban de mano en mano como mascota: una serpiente verde llamada «Cecil».

«¡Papá! —exclamó ella—, ¿qué estás haciendo aquí?».Buena pregunta.

¿QUÉ ESTÁS HACIENDO AQUÍ?Cualquiera que sea la razón de que tengas este libro en las manos, proba-blemente eres papá de una hija y estás aquí. Tal vez seas el reciente padre de una bebita, y quieres averiguar lo que te espera. O quizá tu hija ha existido

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por algunos años, y aunque crees que estás haciendo un buen trabajo como papá, te gustaría algo de ayuda. Podría ser que tu hija esté a punto de cruzar el umbral y convertirse en mujer, y estás un poco nervioso.

Cualquiera que sea la razón, me alegra que estés aquí. Ser el padre de una hija puede ser un viaje hacia lo desconocido, y no tiene sentido ir solo, especialmente cuando no necesitas hacerlo. Has pasado toda la vida como hombre, por lo que sabes que si este fuera un hijo, podrías entregarle uno o dos puntos de tu propia experiencia mientras atraviesa sus años de crecimiento.

Pero esta es una niña, y hay dos cosas que sabes con seguridad: (1) ella es tu responsabilidad, y (2) no tienes experiencia personal que te ayude.

REPRESENTACIÓN ARTÍSTICA DEL PROYECTO TERMINADO

Durante mis años en ventas visité muchos grupos empresariales. Mientras esperaba una cita casi nunca me sentaba. Sentarme me ponía más nervioso de lo que ya estaba. Por lo general esta era una fuente de frustración para la recepcionista, quien reiteradamente me ordenaba que me sentara «invitán-dome» amablemente a tomar asiento.

—¿Puedo ofrecerle algo? —solía preguntar.—No, gracias —contestaba sin sentarme.—¿Está seguro de que no puedo ofrecerle algo?—Sí. Gracias.A menudo yo daba vueltas alrededor de esas hermosas salas de espera

mirando cosas en la pared. En ocasiones había pinturas, o placas de reco-nocimiento otorgadas a esta empresa. A veces veía una colorida ilustración enmarcada, una representación artística de la próxima expansión del edifi-cio de la empresa. Representaba una nueva ala sobre el edificio existente o una edificación totalmente nueva. En cualquier caso, dado mi amor por la construcción solía quedar fascinado con tales destellos del futuro, analizando cada detalle. A veces estudiaba los autos que los arquitectos habían pintado en los estacionamientos simulados, tratando de ver si podía identificar los modelos.

Digamos que una vez que la empresa encontró suficiente capital para

Ser el padre de una hija puede ser un viaje hacia lo desconocido, y no tiene

sentido ir solo.

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continuar con la nueva edificación, y se presentaron todas las ofertas, la compañía de construcción del primo Larry obtenía el proyecto. Si el primo Larry era tan inteligente como todo el mundo afirmaba que era, habría pedido que ese dibujo se colgara en un lugar en que sus empleados y subcontratistas pudieran verlo todos los días. Quizá en el remolque de construcción. Habría sido una ayuda para Larry y su gente comenzar a trabajar en este proyecto y continuar en él, enfocándose no en el trabajo necesario y en los detalles de cualquier asignación compleja de construcción sino en el producto terminado: los hermosos resultados.

La mayor lucha que enfrentarás como padre de una hija es evitar dis-traerte con las cosas cotidianas: los pequeños deberes, los retos y las frus-traciones que fácilmente pueden captar la atención de un papá a tiempo completo. En lugar de eso, te animo a hacer lo que hizo el primo Larry. Mantén una imagen mental de lo que estás construyendo aquí: una mujer sana, desenvuelta, confiada, equilibrada y feliz, una hija completa que algún día se contará entre tus amigos más cercanos. Empieza y continúa la edifica-ción con el terminado en mente.

Este libro te ayudará a hacer eso.

EL PROYECTO DE TODA UNA VIDA

¿No te gustan las mañanas de sábado? Te acuestas tarde el viernes por la noche, sabiendo que puedes dormir todo el tiempo que desees porque ha llegado el fin de semana. Pero supongamos que una mañana particular de sábado algo anda mal. Estás en cama completamente despierto, y no te vuelves a dormir.

El sol del amanecer ni siquiera se ha escurrido entre las persianas de la alcoba. Miras el reloj digital en tu mesa de noche: ¡6:11! Piensas: ¿Por qué es tan difícil despertarme un día laboral cuando tengo que levantarme, pero ahora que puedo dormir todo lo que quiera estoy tendido aquí totalmente despierto?

La respuesta es simple. Tienes un proyecto. Durante mucho tiempo has esperado comenzarlo. Se va a necesitar un montón de madera prensada, la cual fue entregada esta semana. Has estado en el almacén que comercializa suministros para mejorar el hogar, donde puedes comprar todos los artículos posibles bajo un solo techo, y ya cargaste todo. Un silbido. «Alguien en la sección de maderas marcó 3-4-4». Te fue muy útil el individuo de suministros

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de construcción con pechero anaranjado de lona que declaró: «Hola, me llamo Dave. ¿Puedo ayudarlo?». Ahora tienes tus clavos y tornillos galvani-zados, una broca extra larga nueva, y varias bolsas de concreto premezclado.

Apenas puedes esperar para comenzar.Debido a que tu esposa no tiene un proyecto de construcción esta

mañana, aún duerme. Intentas hacer muy poco ruido. En silencio te pones unos viejos pantalones vaqueros y tu camiseta favorita, te deslizas por la puerta de tu alcoba, caminas en puntillas por el pasillo para no despertar a la bebita, luego bajas las escaleras y entras al garaje, donde todo te espera.

Tú y tu esposa han hablado por mucho tiempo de construir un porche en la parte trasera de la casa. Muchas veces has caminado por tu patio, inspeccionando el sitio. Incluso te has parado donde estará el porche, imaginando tu nueva vista cuando esté concluido. Y ya estás pagando a plazos una de esas enormes parrillas cromadas de gas propano, que espera su nuevo hogar.

Tus vecinos han oído hablar de este porche, y francamente esperan que se vea grandioso para que también puedan (con tu ayuda) construir uno.

Los proyectos son geniales.

ESTA PEQUEÑA NIÑA NUESTRA

Debido a que estás leyendo este libro, probablemente te has sentado al lado de la cama de hospital de tu esposa y has mirado el rostro colorado con el ceño fruncido de una bebita recién nacida. Desde luego, no cualquier bebita, sino tu bebita.

Conoces el asombro y la emoción de darte cuenta de que es tuya. Esta es una sensación extraordinaria de otro mundo, ¿no es así?

Mi yerno Christopher, un nieto de la nación de Haití, tiene piel morena y ojos negros. Su esposa, nuestra Julie, tiene ojos castaños oscuros, por lo que no había duda de que los ojos de su primer hijo irían a ser negros. Las posibilidades de un bebé con ojos azules eran nulas.

Como invitado con privilegios de papá en la sala de partos, Christopher estaba donde podía presenciar la entrada de la pequeña al mundo. Médicos y enfermeras corrían de un lado al otro. Agotada por horas de parto difícil, Julie pujó.

«De repente vi el rostro de la bebita. Tenía los ojos muy abiertos —me

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dijo Christopher más tarde esa misma mañana, entonces hizo una pausa para recuperar la calma y continuó—. Papá, ella estaba mirándome. Fue como si esos ojos me dijeran: “Así que, ¿eres tú?”».

Muchos años después, la sensación de ese momento todavía está grabada en la memoria de Christopher. «De pronto yo era papá».

A pesar de que esto sucedió hace muchos años, para Christopher la alegría y la sobriedad de la vista de esos ojos mirándolo directamente aún están frescas. Pasán-dole unas tijeras grandes, brillantes y muy limpias, el médico le pidió a Christopher que cortara el cordón umbilical.1 Apretó, y cortó el cordón. Hasta ese instante la bebita literalmente había estado conectada a su madre. Ayudar a desarrollar en forma milagrosa el carácter de la pequeña Harper sería ahora responsabilidad de él.

Tú tienes tu propia historia, ¿verdad? Regresa ahora mismo a ese momento en tu memoria. ¿Estás allí?

¿Qué año era? ¿Cuál era el nombre del hospital? ¿Recuerdas el nombre del médico de tu esposa? ¿En qué época del año fue? ¿A qué hora del día? ¿Cuánto tiempo estuvo tu esposa en labor de parto? ¿Estabas cansado? ¿Estaba cansada tu esposa? (Estoy bromeando).

Muy bien, ¿estás allí? Es un momento increíble, absolutamente impre-sionante y estupefacto. No recuerdas haber sentido alguna vez tal maravilla.

Quizá estás pensando: ¿Está sucediéndome esto realmente? ¿Es realmente mía esta personita? ¿Cuándo podré llevármela a casa? ¿Qué haré con ella cuando lleguemos a casa? Ella se ve tan frágil. ¿Se romperá si la cargo? Apenas puedo cuidar de mí… y de mi matrimonio… ¡y ahora esto!

Lo que quiero que hagas es que te veas mirando esa bebita, tal como te hallabas en tu patio imaginando el porche que estabas a punto de construir. Este va a ser el proyecto más increíble que alguna vez hayas iniciado. Eres responsable de ayudar a «desarrollar» esta pequeña niña en mujer.

Por supuesto, hay otros que podrían hacerlo, pero tú eres el papá, y a pesar de cómo te sientas en el momento, nadie está más calificado que tú.

Y al igual que el sábado por la mañana en que no podías dormir, de repente es hora de entusiasmarte con este proyecto… de emocionarte mucho.

Este va a ser el proyecto

más increíble que alguna vez hayas iniciado.

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Es más, te haré una promesa: este proyecto te dará más satisfacción de la que podría darte cualquier viejo porche de madera.

¿Y EL FUTURO?Emprendamos ahora otro viaje. Esta vez al futuro.

Tu «niñita» nunca se había visto más angelical que en este instante. El resplandor de su rostro casi parece irradiar luz. Su vestido es el blanco más puro que crees haber visto alguna vez.2

Ustedes dos están de pie frente a puertas dobles cerradas, y ella tiene el brazo un tanto oculto debajo del tuyo. El organista empieza a tocar, las puertas se abren, y tú y tu hija empiezan a caminar lentamente por el centro del pasillo de un lugar conocido: tu iglesia local. Puedes sentir tu corazón retumbando en tus sienes. La gente está parada. Miras a la izquierda y la derecha los rostros de personas de buena voluntad. Familia extendida. Amigos de toda la vida. Nunca has estado más orgulloso. Estás teniendo una de esas revelaciones en que casi puedes dar un paso atrás y observarte. No recuerdas haber tenido antes el cosquilleo en los pies, pero está sucediendo de veras. Se trata de una experiencia abrumadora y maravillosa.

El recorrido hasta el frente del santuario ha terminado. Te quedas en silencio mientras el organista finaliza la marcha nupcial.

Excepto por el cosquilleo en tus pies, todo tu cuerpo está entumecido, casi como en trance. Te han invitado a muchas de estas ceremonias y has visto a otros padres con la novia, pero nunca esperaste que fuera de este modo.

El ministro ha terminado sus palabras iniciales. Sabes que se acerca el momento en que te haga la gran pregunta. Estás a punto de entregar a tu hija al cuidado de alguien más por el resto de su vida. Por una fracción de segundo te llenas de pánico.

¿Cuándo me toca hablar? ¿Qué se supone que debo decir? ¿Podría alguien ayudarme, por favor? Tu mente pide a gritos las palabras.

Pero tal como practicaste la noche anterior, cuando el ministro pregunta: «¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este hombre?», con calma pronuncias las palabras que cierran el trato: «Su madre y yo».

Suavemente le tomas la mano de tu brazo, la colocas en la mano del ministro, y te sientas en silencio.

En la primavera de 1994, Bobbie y yo asistimos a una boda muy formal.

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Brittany, una de las mejores amigas de nuestra hija, se casaba. La iglesia estaba impecablemente decorada con flores y abarrotada de pasillo a pasillo con invitados bien vestidos. Los compases del órgano aumentaban a medida que la novia y su padre caminaban hacia el frente de la iglesia. Todos se pusieron de pie. Era uno de esos momentos en que se te hace un nudo en la garganta.

Cuando terminó la majestuosa marcha nupcial, el sombrío ministro cubierto con una túnica abrió un librito negro y leyó algunas declaraciones apropiadas y, por supuesto, formales. Su voz resonante inundó el santuario.

Al terminar, invitó a la congregación a sentarse. Obedecimos.Entonces, repentinamente y sin anuncio previo el ministro se salió del

libreto. Fue casi como si hubiera despertado de un encantamiento. Este hom-bre solemne, clérigo preparado en el seminario de la gran ciudad, levantó la mirada de su librito y miró directo al rostro del padre de la novia y declaró: «Bueno, Johnny, creo que este es el final del camino».

Algunos de los invitados rieron disimuladamente. Otros rieron en voz alta. Los padres de hijas solteras, entre ellos yo, jadeamos audiblemente. No recuerdo nada más acerca de esa ceremonia.

Bueno, mi amigo paternal, algún día en que lleves a tu propia hija por ese corto pasillo también será el final del camino para ti.

Para algunos padres, ayudar a la hija a empacar en un vehículo todas las cosas de adulta y verla partir a buscar fortuna será ese «recorrido por el pasillo». En cualquier caso, están liberando a sus hijas. Ha concluido todo lo que han hecho a fin de prepararlas para ese instante.

Este libro te ayudará a alistarte para ese momento.

¿ESTÁS QUÉ?Caí inesperadamente en eso de la paternidad. Sé cómo sucedió; pero no estaba preparado.

Era febrero de 1971, solo once meses después de nuestra boda. Bobbie y yo íbamos en auto desde nuestro hogar en Chicago a Minneapolis para asistir a una convención de negocios. Me hallaba feliz de que Bobbie pudiera venir conmigo en este viaje, pero parecía desacostumbradamente cansada mientras nuestro auto se dirigía al norte en medio de la noche glacial.

Yo luchaba con vientos fuertes y carreteras resbaladizas. Esto fue mucho antes de las leyes obligatorias sobre el uso de cinturones de seguridad, y

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Bobbie pasó la mayor parte del viaje estirada en el asiento trasero, desper-tando solo de vez en cuando para asegurarse de que yo estaba bien. Exploré el dial de la radio, tratando sin éxito de encontrar algo más interesante que el negocio de cerdos.

Escuché la respiración irregular de Bobbie. Me di cuenta de que se tra-taba de algo más que un cansancio extra. Bobbie no estaba sintiéndose bien.

Me preocupé. Espero que no sea gripe.Al día siguiente de nuestra llegada a las Ciudades Gemelas, aun sintién-

dose mal, me susurró su propio diagnóstico. Demasiado abrumada para escucharse diciendo las palabras por sobre un susurro, declaró en voz baja: «Cariño, creo que estoy embarazada».

Las palabras me dejaron sin aliento. No podía creerlo.Yo formaba parte de un ministerio de jóvenes, y ella era estudiante uni-

versitaria a tiempo completo. Puesto que vivíamos de donaciones y de un trabajo de tiempo parcial que Bobbie tenía en la biblioteca escolar, nuestro dinero escasamente nos duraba para el mes.

«¿Qué vamos a hacer?», preguntó ella varias veces durante los días siguien-tes. La turbulenta realidad de esta responsabilidad comenzó a ser evidente.

¿Qué íbamos a hacer?Después de regresar a Chicago, Bobbie sacó una cita con su médico.

Quería estar segura. La acompañé para apoyarla.Como único hombre sentado en la sala de espera, recuerdo haber obser-

vado a las mujeres sentadas en las sillas alrededor del perímetro de la sala. Estaban en varias etapas de preparación. La mayoría conversaba abiertamente con sus vecinas de los detalles íntimos y gráficos de cambios fisiológicos y sorpresas. Podía sentir que el color se me iba del rostro. Era todo lo que podía hacer por mantenerme firme.

Entonces la vi. Mi esposa de menos de un año salía por la puerta y entraba al pasillo donde me hallaba sentado. Nuestros ojos se encontraron. Los de ella se llenaron de lágrimas. Igual los míos. Asintió muy levemente. Me recordó a un ángel.

¡EMBARAZADA A PROPÓSITO!La mayoría de nuestros amigos eran parejas casadas tres o cuatro años antes que nosotros. Todos ellos habían decidido que iban a esperar hasta que

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pudieran «darse el lujo» de tener hijos. Imagino que sin analizarlo, allí es a donde nosotros también nos dirigíamos.

Sospechamos que estos amigos, una vez que supieran que esperábamos un bebé, se sorprenderían. «¿Estás embarazada? ¿Qué sucedió? ¡Sin duda esta debe ser una gran sorpresa!».

Por eso antes que alguno de esos comentarios nos llegara, Bobbie y yo nos sentamos y hablamos del asunto.

Recuerdo que le dije: «¿Sabes? Aunque esto realmente es una sorpresa total, digámosles a todos que este embarazo fue planeado. No podemos ima-ginar cómo van a resultar las cosas, pero es obvio que Dios nos ha bendecido con este bebé, así que entre tú y yo, simplemente descansemos en la realidad de que fue el plan de Dios. Digamos a todos que este bebé fue exactamente lo que teníamos en mente».

Bobbie estuvo de acuerdo. ¿Qué más podríamos decir acerca del plan de Dios? Así que eso fue lo que decidimos hacer.

Por supuesto que los amigos preguntaron. Algunos fueron diplomáticos. Sutiles. «Um, qué momento tan interesante en sus vidas para iniciar una familia». Otros fueron realmente directos: «¿Estás qué?».

Todavía más sorprendente que el embarazo mismo fue nuestra respuesta confiada. Aun puedo verlos meneando la cabeza con incredulidad.

Mientras más nos acercábamos al día del parto, más emocionados está-bamos. El verano de 1971 fue extraordinariamente cálido y húmedo, incluso para Chicago. Así que compramos una unidad usada de aire acondicionado; un amigo y yo subimos el pesado aparato hasta la ventana de la sala. Bobbie pasó la mayor parte de su último mes de embarazo parada directamente frente a la salida más fría del equipo. Yo veía cómo se le hinchaba el vientre, claramente agradecido de ser hombre.

A mediados de septiembre nació nuestra pequeña.

¿QUÉ SABÍA YO SOBRE NIÑAS?Me hallaba desilusionado. Lo admito.

Aunque no le dije una palabra de esto a Bobbie en ese tiempo, yo realmente quería un niño, un hijo que me ayudara a construir proyectos; un hijo con quien pudiera luchar en el piso de la sala; un hijo que, por alguna milagrosa peculiaridad del destino genético, fuera el atleta que nunca fui. Pero no iba a ser.

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A los tres días llevamos a nuestra bebita del hospital a casa. Enseguida descubrimos que estábamos a punto de pasar por el ajuste de nuestras vidas, ajuste que hizo que la transición de ser soltero a casado no pareciera ser nada.

Pero no había vuelta atrás. Por más que intentamos volver a tener noches completas de sueño y veladas diseñadas para el ocio y el egoísmo, se habían ido. Para siempre.

¿QUIÉN ERES, PEQUEÑA? ¿QUÉ VA A SER DE TI?Poco después que Missy viniera a casa a vivir con nosotros aprendí a poner pañales. No te rías de mí. Tú tienes que hacer lo mismo.

Esto fue antes de los pañales desechables, así que tuve que sentirme cómodo tirando el tesoro del pañal de tela en el inodoro mientras manejaba en forma segura las arcadas. Había crema de óxido de zinc (Desitin) y talco para bebé, pero en 1971 no había lengüetas de velcro para mantener cerrado el pañal. Aprender a usar un imperdible del tamaño de una llave inglesa sin pinchar a la niña estaba en el mismo nivel de dificultad que aprender a hacer cornisas sin boquetes. En realidad me iba muy bien con esto último.

Al poco tiempo me olvidé de la tontería del niño. Esta personita estaba atrapando mi corazón. No veía la hora de llegar del trabajo a casa para mirarla y cargarla.

Una tarde me hallaba acostado en el piso alfombrado de nuestra sala, acurrucado al lado de la bebita Missy. Ella estaba bocabajo, con un pañal de tela bajo la cabeza y la cara girada hacia mí. Observé sus diminutas facciones: piel aterciopelada, naricita respingada y boca como botón de rosa.

Hablamos.«¿Sabes quién eres, pequeña nenita? —pregunté—. Eres Missy, y yo soy

tu papito. ¿Sabes lo feliz que estoy de que vinieras a vivir en nuestra casa? ¿Sabes cuánto te amo?».

De vez en cuando la pequeña abría los ojos, tratando de enfocarse.Me erguí lo suficiente para inclinarme y besarle la suave mejilla. Mi

mano se posó en su espalda, acariciándola suavemente. Algo de baba salía por la comisura de su boquita.

Como si fuera ayer, recuerdo la sensación conmovedora en mi alma, no muy diferente del momento en que una montaña rusa empieza a descender.

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«Esta pequeña es mi responsabilidad —suspiré en voz alta—. Yo soy su papi, el único que tendrá».

La sensación era abrumadora, pero no de una clase frustrada o temerosa. Me sentí resuelto. Comprometido. Listo para enfrentar los obstáculos que seguramente vendrían.

Recuerdo haber estado acostado allí al lado de esta personita y haber susurrado: «Seré tu papito, pequeña. Puedes contar conmigo. Puedo hacer esto. Sé que puedo».

Y en ese momento añadí una oración. «Dios, ayúdame, por favor».Mi proyecto había comenzado.

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